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HIGINIO MORÍNIGO MARTÍNEZ (+)

  PRESIDENTE HIGINIO MORÍNIGO - EL ORDEN MILITAR SIN HÉROE (Obra de JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ)


PRESIDENTE HIGINIO MORÍNIGO - EL ORDEN MILITAR SIN HÉROE (Obra de JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ)

PRESIDENTE HIGINIO MORÍNIGO

EL ORDEN MILITAR SIN HÉROE

Obra de

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ

 

CELEBRIDAD SIN GLORIA

La figura del presidente Higinio Morínigo fue una de las más opacas, a pesar de haber dominado el gobierno por más tiempo que ninguno de sus contemporáneos y haber cumplido un rol fundamental en la política de entonces, tanto dentro del país como a nivel diplomático. Su figura aparece frecuentemente como la del anti-héroe. Una persona sin excelencia cuyo ascenso se asocia con la desgracia, la astucia, el azar y a su disponibilidad para adaptarse al mando del más fuerte. Sobre su nombramiento a la jefatura de Estado de la República, sigue viva la versión de que éste se decidió con el lanzamiento de una caja de fósforos, que aleatoriamente determinó que sea él y no Eduardo Torreani Viera el presidente de la República. Comparado con las figuras de sus antecesores militares, Franco y Estigarribia, y los prolegómenos de su toma de mando, Morínigo aparece con poca luz. Pero como político, Morínigo los superó. Su permanencia en la jefatura del Estado, entre 1940 y 1947, constituyó una habilidad o suerte que no tuvieron los más grandes.

En aquel tiempo, el gabinete estaba formado por seis a siete carteras ministeriales, eso variaba, porque se fusionaban o se desagregaban los ministerios, según las personas y los acuerdos de gobierno. Los titulares de estas carteras cambiaban según la correlación de fuerzas en las instancias con poder, que presionaban sobre el gobierno, exigiendo lugares para los partidarios o pidiendo el desplazamiento de los adversarios. Entre estas instancias estaban los mandos militares, los partidos políticos y los diplomáticos. Morínigo cambió su gabinete más de ocho veces. Nombró cerca de sesenta diferentes personas como secretarios de Estado. De esta manera articuló tendencias difíciles de congeniar, resistiendo a veces, concediendo otras, para mantenerse en el cargo, superando incontables conflictos en un magistral equilibrismo político palaciego.

Su gobierno tuvo por muchos años, como fuerte puntal, al llamado Frente de Guerra. Una organización militar secreta favorable al Eje (alianza de Alemania, Italia y Japón). Esta organización le garantizó la lealtad castrense, ya desde su as-censo en el 40. Los miembros más conocidos y estratégicos para Morínigo eran Victoriano Benítez Vera en la Caballería, Pablo Stagni en la Fuerza Aérea y Bernardo Aranda en la jefatura del Estado Mayor. Años más tarde, cuando estalló la guerra civil de 1947, Morínigo entregó circunstancialmente el comando de las Fuerzas Armadas a Federico W Smith, el jefe de Caballería que había dado el golpe de Franco, en 1936.

Con la interna militar asegurada por el respaldo militar pro nazi, Morínigo se las ingenió para llegar a ser, en el ámbito internacional, el hombre de los Estados Unidos, que estaba en guerra con las potencias del Eje. Se las arregló para pedir y obtener una ayuda militar y económica de los Estados Unidos que nunca antes nadie consiguiera, alineándose con su política en lo internacional, gradualmente, en contra de las presiones internas de sus comandantes, en contra de la presión de los alemanes que tenían fuerza en el país, y de la Argentina, que mucho tiempo se mantuvo en una tercera posición, entre los Aliados (Francia, Inglaterra y Estados Unidos) y el Eje.

Morínigo se decidió realizar la más sistemática dictadura militar, que durante seis años no hizo ninguna concesión a los partidos políticos, proclamando la Revolución Nacional. Sistematizó los métodos de represión contra la disidencia que fue criminalizada o transformada en enemiga. Desde su tiempo hay fichas policiales sistemáticas de los opositores en la policía, la tortura se estableció como medio sistemático de castigo, de obtención de información y desánimo de los prisioneros, se crearon campos de concentración. Después, sería él mismo quien concedió la llamada primavera democrática, los seis meses de mayor libertad que había gozado el país hasta ese entonces, y que no se volverían a alcanzar sino 42 años después.

El cumplimiento de tantos roles diferentes tenía un límite. Su buena estrella terminó alguna vez. El profesional de la astucia terminó burlado con sus mismos métodos, en su última jugada. Después de ganar la guerra civil que él mismo provocó para permanecer en el poder y evitar la democratización que había prometido. Como se verá más adelante, el comandante de la política local, el delfín de Roosevelt y de Truman, fue depuesto por las mismas fuerzas que él había contribuido a imponer, el coloradismo y la diplomacia norteamericana.

Morínigo era mejor que su imagen. Había ganado la Cruz del Chaco como combatiente. Figura entre los comandantes que dieron el golpe de 1936. Desde 1939 había sido miembro del Gabinete, ministro del Interior con Paiva, y ministro de Guerra y Marina de Estigarribia, quien lo ascendió a General de Brigada. El mismo día, 7 de septiembre 1940, los mandos militares lo nombraron presidente, para suceder al fallecido general Estigarribia. La Constitución del '40 establecía que debía llamarse a elecciones para el nombramiento del sucesor presidencial, dado que el deceso del presidente había ocurrido antes de la mitad del período presidencial. Pero eso no se tuvo en cuenta. Se hizo la convocatoria a elecciones (decreto 3412) pero no para 1940 sino para 1943, o sea, para el término del periodo que correspondía a Estigarribia. En los considerandos del decreto, que no tiene ningún cuidado jurídico, se acepta que debían hacerse las cosas de otra manera, pero no estaban dadas las condiciones para cumplir con la Constitución Nacional.

El primer gabinete de Morínigo se conformó a fin del mes de setiembre y como sus antecesores fue una entente cívico militar. Los civiles procedían del grupo denominado tiempista, porque habían sido conocidos a través de la edición del periódico El tiempo, de orientación católica fascista, inspirada en los gobiernos de esa línea que predominaban en España (Franco) y Portugal (Salazar). Durante la permanencia de este grupo (1940-44) el ministro más influyente fue Luis Argaña, quien como canciller, abogaba por acercar el país a los Estados Unidos, en contraposición a los militares del Frente de Guerra, partidarios al Eje, que tenían más simpatías y esperaban un triunfo alemán en Europa. En el plano internacional, lo decisivo fue el curso real de la guerra, lo que contó localmente fue la diplomacia de la ayuda condicionada llevada a cabo en Paraguay por los Estados Unidos. Roosevelt habló de "el oportunismo mutuo y la explotación recíproca" (Mora y Cooney, 150), que expresa bien el vínculo pragmático e incluso inescrupuloso que regía las relaciones internacionales de un mundo en guerra.

En esa época y en esas condiciones, en las cuales Estados Unidos estaba organizando su predominio internacional y su defensa, le importaban los aliados y no las credenciales democráticas. No se habían molestado con Estigarribia porque se había proclamado dictador, para desalentar rebeliones, después de una intentona fracasada. En cambio su muerte significó la pérdida de un referente fundamental, amigo y con autoridad. Le importaba que Alemania y Argentina tuvieran, al inicio del gobierno de Morínigo, más ascendencia económica y política que Estados Unidos. En la historia común, en los capitales instalados, en el comercio exterior y en la población residente, Estados Unidos casi no existía para el Paraguay.

Por ejemplo, había veinte mil alemanes y no más que pocas decenas de norteamericanos viviendo en el Paraguay. La comunidad inmigrante alemana simpatizaba con el gobierno de su país y tenía fuerte prestigio local. El ejército paraguayo era admirador del ejército alemán, sobre todo después de sus primeras victorias en Europa. El giro de la simpatía desde el Eje hacia los Aliados, fue en buena parte comprado con la ayuda económica, militar y asesoramiento técnico (Mora y Cooney).

 

LA REVOLUCIÓN NACIONALISTA

Para Morínigo esas condiciones eran una oportunidad. Pudo hacer lo que llamó una Revolución Nacionalista, una política de desarrollo, en particular rural, sin necesidad de mover recursos internos, impuestos, o retenciones cambiarias, que le habrían significado ganarse la antipatía de las personas con mayores ingresos. A igual que sus sucesores, el objetivo era apoyar al campesino excombatiente, con el cual los oficiales hicieron un vínculo y un compromiso durante la guerra. Ello suponía también otras cosas, como caminos, una moneda sólida, y algún entorno urbano más próspero.

Con el mundo sindical en cambio hay enfrentamientos durante todo el período. Los sindicalistas organizaron una seguidilla de huelgas generales, o sea, huelgas políticas, no asociadas a procurar reivindicaciones económicas, con el objetivo de atacar a la camarilla del Frente de Guerra. En octubre de 1940, Morínigo reaccionó en forma sistemática y preparó los medios para reprimirlos sin contratiempos. Por decreto 3390 se designó la Isla Peña Hermosa prisión militar bajo la dependencia del Ministro del Interior. La cárcel-cuartel, y otras, eran y fueron consideradas campos de concentración, capaces de alojar un gran número de personas, por tiempo indeterminado, en condiciones de reclusión precarias o incluso extremas (Bellani, Borge).

En enero de 1941, como de todas maneras las huelgas proseguían, el gobierno decretó la tregua sindical (decreto 4545), o sea, la prohibición de toda actividad sindical por el plazo de un año. En caso de realizarse huelgas, el ejército movilizaría a los obreros, esto es, los reclutaría, y los trataría como a soldados, siendo su comportamiento reglado por el código militar. El decreto por el cual "se regula la relación económica social entre el capital y el trabajo", fue aplicado días más tarde con otro decreto, el 4591, por el cual se movilizaron los gremios que se declararon en huelga.

Todo el año 1941 el gabinete tiempista hizo un intenso trabajo ideológico al servicio de los cuarteles. Contrariando a sus predecesores, Paiva y Estigarribia, que habían suavizado el discurso de febrero o incluso lo habían condenado, Morínigo con los tiempistas repuso la propaganda más radical del 17 de febrero. Se reeditó el Acta Plebiscitaria de 1936. Se conmemoró el 17 de febrero como un acto de liberación y se anunció el Movimiento Nacional Revolucionario, que estaba dinamizado por la juventud Revolucionaria.

Ninguna de estas asociaciones existieron. Existió una integración entre los tiempistas (que nunca llegaron a ser una organización política) con el Frente de Guerra, así como un acercamiento de Morínigo con Franco, que estaba exilado, y con los febreristas, cuya obra militar revolucionaria era reivindicada. Se implantó una ritualidad de Estado, que recuerda a la italiana, de la República Social Fascista de Saló, sólo que en Paraguay recibía el paradójico apoyo de Roosevelt, el gran artífice de la democracia a escala mundial.

Uno de sus rituales fue un acto solemne de juramento de Lealtad al Movimiento Nacionalista Revolucionario, en donde Morínigo, después de tomar el juramento, hablaba a sus oficiales: "acabáis de prestar juramento de lealtad al Movimiento Nacionalista Revolucionario y al Gobierno que lo representa... ante Dios y la Patria, en ceremonia militar y religiosa, habéis pronunciado vuestro juramento". Otro de los rituales fue la aplicación de la peor parte de la Constitución del 40, que pre-veía, junto a un congreso electo -que nunca fue formado-- un Consejo de Estado corporativo, formado por el gabinete de los ministros, los jefes militares, el jefe de la Iglesia Católica, el rector de la Universidad Nacional y un representante de los empresarios. Ese organismo fue activado.

El acercamiento de Morínigo con los febreristas no se concretó en un proyecto institucional sino que se mantuvo en lo propagandístico. Se trataba de producir un discurso de Estado para defender al gobierno que no tenía discurso, y en atacar a los liberales, quienes, excluidos del gobierno, se sentían traicionados. Derrocados del poder e infamados, habían sin embargo votado por Estigarribia, el candidato de las Fuerzas Armadas, se habían retirado del gobierno de Estigarribia sin crearle problemas, dando libertad a sus miembros para que participen del gobierno o se abstengan de hacerlo. Ahora, su sucesor, el presidente Higinio Morínigo, volvía a denigrarlos.

Los liberales y los comunistas se convirtieron en delincuentes, o peor, enemigos de la patria. "La Revolución Paraguaya no debe guardar contemplaciones con quienes son sus enemigos...", decía El País (26/03/41). La borrachera ideológica buscaba y conseguía aglutinar a los militares, desalentar la actividad militar golpista y la actividad civil no oficialista, pero no tuvo lugar ninguna actividad fuera de la gubernamental, ni se concretó tan siquiera la programada 'amnistía revolucionaria', o sea, el derecho al retorno para los febreristas exilados. Esta hostilidad contra el liberalismo terminó en la disolución del Partido Liberal, el decreto 12246, el 25 de abril de 1942. El decreto de disolución del liberalismo es una obra maestra de la intolerancia, el autoritarismo, casi el racismo de ese tiempo. Se acusa a "los liberales" de haberse opuesto a la independencia en 1811, de haber complotado contra el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia en 1820, de haberse complotado con Bolívar, de haber sido los Legionarios durante la guerra 1965-70, y después, de haber sido vasallos del extranjero y cómplices de la ofensiva boliviana en el Chaco Boreal. En fin, se les acusaba de ser todo aquello que tenía un rasgo en común con "la traición a la Patria'. "El Partido Liberal no constituyó jamás una entidad política".

Mientras se ajustaban las tuercas del régimen antidemocrático interno, el gobierno recibía más ayuda y se distanciaba de las potencias del Eje, del fascismo exterior. La diplomacia norteamericana obtenía lealtad internacional con la ayuda y con ella se financiaba el creciente autoritarismo paraguayo y los planes de desarrollo nacionales. En setiembre del 1941 se firmó un acuerdo por el cual Estados Unidos entregaba 11 millones de dólares en material militar. Estigarribia había conseguido ya 17 millones de dólares un año antes. Morínigo pide otros 7 millones en 1941 y montos más pequeños en el mismo año, 900 mil para "proyectos agrícolas y trabajos en el río y el puerto" luego son 3 millones para "proyectos de obras públicas, agricultura, salud y desarrollo industrial"...

La filantropía del Roosevelt tenía una contrapartida política: Paraguay defendió las posiciones norteamericanas en la Conferencia de Rio de Janeiro, el 24 de febrero de 1941. Rompió todas las relaciones políticas, comerciales y financieras entre el Paraguay y el Eje en 1942. Dio su acuerdo para una misión militar norteamericana en Asunción en 1943. Expulsó a los agentes nazis. Desplazó a los directores de colegios con orientación nazi. Clausuró las empresas sospechosas de funcionar como centros de espionaje en 1944. Declaró finalmente la guerra a las potencias del Eje, en 1945.

 

EL REFLUJO AUTORITARIO

En el año 1943 Morínigo se había comprometido a hacer elecciones. Antes de llamar a elecciones decretó el voto obligatorio (ley 16446), con lo cual prevenía la tentación a una abstención indeseada. Al mismo tiempo que se eligió presidente, se votó para autorizar el cambio de la Constitución. No se permitieron hacer campañas, ni se levantaron las prohibiciones para las organizaciones políticas. Los votos a favor de Morínigo fueron el 94% de los 180.189 emitidos. A favor de la enmienda de 1i Constitución votaron el 91% de los 175.198 electores.

La Constitución del 1940 decía que no podía ser cambiada en 10 años, hasta el 1950. Con lo cual el plebiscito tenía un valor jurídico dudoso. Pero también podía haberse defendido que la Constitución del 40 no era legal. Porque el problema no pasaba por el respeto a las leyes, sino por la voluntad discrecional. Se quería aprovechar el acto comicial para disponer de un argumento político que justificara el cambio de cláusulas cuya violación hubiera sido irritante, como la que prohibía una segunda reelección.

La serie del último acto comicial del período en estudio, permite comparar el comportamiento electoral. Tuvieron lugar seis procesos comiciales, los últimos dos en el mismo acto: Las elecciones para el parlamento de Félix Paiva, el plebiscito de la Paz del Chaco, la elección de Estigarribia, el plebiscito de la

Constitución del 40, la elección de Morínigo y el plebiscito para la reforma constitucional. En general los números son similares, hubo una masiva respuesta favorable a la propuesta oficialista en todos los casos. No hay ninguna garantía sobre la limpieza de los resultados y en cambio es seguro que no fueron elecciones ; libres ni decisorias, apenas ratifican decisiones tomadas. Aún así, la interpretación de los datos es difícil, ¿qué realidad expresan?, ¿son completamente ficticios o parcialmente ficticios? ¿La obligatoriedad del voto aumentó la participación como se ve en los números, o simplemente se trató de números ficticios, que no tienen ninguna referencia real?

 

CUADRO III

PROCESOS COMICIALES DE LA ÉPOCA 1936 1947

 

En las columnas, el año, los procesos, los votos pro, los contrarios, los emitidos, el porcentaje de participación asumiendo 250 mil varones adultos con potencial capacidad de voto, y el porcentaje de votos favorables sobre los electores potenciales.

 

Desde 1944 hay un reflujo del autoritarismo que tiene su desembocadura en la llamada 'PRIMAVERA DEMOCRÁTICA'. Las fuentes norteamericanas dicen que desde 1944 los diplomáticos, junto al propósito por controlar al Paraguay, hacen un esfuerzo por favorecer la democracia en el Paraguay. La derrota mundial del fascismo pudo haber tenido el efecto de desalentar el autoritarismo paraguayo, como al revés, los éxitos nazis lo habían alentado anteriormente. Finalmente, o quizás en primer lugar, un impulso democratizador interno pudo haber cobrado fuerza. Y el éxito económico y político del autoritarismo, las elecciones ganadas con 94% de votos, pudo haber llevado a Morínigo a suavizar el rigor de su régimen.

Los esfuerzos desarrollistas coincidieron con un tiempo de auge económico exportador en toda América Latina y también en Paraguay. La región se benefició con la creciente demanda de materias primas de las potencias en guerra. El tiempo de Morínigo fue un tiempo de mejoría del nivel de vida de la gente. Se decía que el campesino paraguayo comenzó a usar zapatos recién entonces, lo que no era común con los niveles de secular pobreza popular. La asistencia norteamericana en la agricultura, en la investigación agrícola, en la infraestructura y en la cultura, en la creación de una moneda y un sistema bancario había resultado beneficiosa, no sólo para las ambiciones de poder de una clase dirigente internamente despótica e internacionalmente mendicante, sino también para una gran mayoría ciudadana.

En 1943, Morínigo era seducido por Roosevelt, que lo invitó a Estados Unidos, le regaló una estatua de Bronce con su estampa, le asistió a su hijo enfermo. Morínigo realizaba actos de violencia de Estado en contra de su gente, pero el dictador también realizaba obras positivas, como el Instituto Agronómico Nacional, que mejoró la agricultura y el Instituto de Previsión Social, que proveyó seguro de salud y jubilación a los asalariados. En 1944 siguieron las obras, como la creación del Banco del Paraguay, y se disminuyó la represión. Hubo mayor tolerancia hacia los sindicatos y sobre los medios de información. Se levantó la suspensión de Radio Teleco. En la universidad se volvieron a realizar debates sin castigos ulteriores.

La victoria aliada era una esperanza democratizadora y una fuente de optimismo durante el año 45. Este proceso confluyó en la crisis del corazón del aparato de dominación, el núcleo duro del Frente de Guerra, la detestada camarilla contra la cual se protestaba en las manifestaciones de calle. El tema que surge con mayor fuerza y ocupó todos los debates fue el de la Convención Constituyente. Quizás Morínigo temió una rebelión como la habida en Bolivia contra Villaroel. El equilibrismo de Morínigo había estado dependiendo de los recursos norteamericanos, estos podían faltar ahora, si se empecinaba con su dictadura.

 

LA PRIMAVERA DEMOCRÁTICA

En junio de 1946 un giro militar desplazó al Frente de Guerra, las poleas de transmisión del mando de Morínigo. El desplazamiento contó con la presión de Willard Beaulac, el embajador norteamericano. Pero también contó con fuerzas políticas y militares que estaban reaccionando contra el poder que gobernaba detrás del trono. Ninguna crisis política había podido contra Morínigo, pero él tuvo que enfrentar más de una intentona de derrocarlo cada año. Ahora enfrentaba una crisis más seria, debía desplazar o dejar que otros militares desplacen a Aranda, Stagni y Benítez Vera. Eso autorizó a mitad del año 1946. Su trascendencia dentro de los cuarteles fue tan importante como fuera de los mismos, en la integración de colorados y febreristas en la conformación del gabinete presidencial, que no tenía partidos desde 1940. Su repercusión en las calles es la llamada primavera democrática.

No se trataba propiamente de una democratización, sino de una liberalización, en la terminología que hoy se emplea para designar a los procesos de transición democrática. La constitución era autoritaria, el poder ejecutivo no era independiente del ejecutivo ni imparcial, no había autoridad electoral justa ni padrones que posibilitaran comicios vinculantes.

Es muy difícil probar que Estados Unidos iba a arriesgarse a una democracia imprevisible en el Paraguay, cuando podía asegurarse una dictadura anticomunista. Terminada la guerra mundial se iniciaba la guerra fría. Si Paraguay había sido tan dependiente de otros, podía serlo de los Estados Unidos. Eso era más fácil con una dictadura anticomunista que una democracia, posiblemente caótica. Es muy posible -y cuando se desclasifique la información de la época en los EE.UU. se sabrá- que Paraguay haya sido destinado por los Estados Unidos a ser después del 1936 lo que había sido para la Argentina después del 1870.

La mecánica de los procesos es la siguiente. La liberalización de junio de 1946 fue bulliciosa y desordenada. Las calles se llenaron de manifestaciones, exilados, huelgas, discursos y también encontronazos. De nuevo hay aterrados, ya que, después de haberse considerados enemigos, los grupos políticos estaban conviviendo. Oscar Creydt, el fantasma de todos los últimos gobiernos, hacía junto a Barthe, el jefe de la comuna de Encarnación de 1931, discursos en la plaza uruguaya. Los temibles legionarios, traidores a la patria, estaban en todos lados con sus banderas y su polka.

Todas las fuerzas políticas florecieron en la primavera democrática, pero ninguna con el esplendor del Partido Colorado. El coloradismo renacía después de 42 años de exclusión. El día 7 de septiembre de 1946 se realizó una manifestación multitudinaria en la cual el coloradismo se presentó como el oficialismo real y posible. La manifestación, después del desfile, terminó ante el Cabildo, bajo la mirada orgullosa del gobierno que celebraba orgulloso la reconciliación política y la libertad para todos. La cifra de 100 mil manifestantes puede ser exagerada, pero igual ésa fue la más multitudinaria manifestación de su tiempo, con caballería, con niñas vestidas de blanco y emblemas colorados, con campesinos de todo el Paraguay profundo y con un entusiasmo que se translucía en la prensa de entonces, que era algo kitsch pero enormemente efectiva.

"Ayer estabas del otro lado de la montaña y hoy, ya eres historia. Ayer eras una ansiedad reprimida en el hondón del alma de nuestro pueblo, hoy tu marcha se aleja en la perspectiva del tiempo y de la distancia de un sol sin ocaso... Alguien grito: ¡Viva el glorioso General Caballero! La voz coral elevóse hacia el cielo; y el cielo también tenía el transparente azular de sus ojos" (El País, 17/9/46).

El partido que mejor pudo apropiarse del discurso nacionalista fue el Partido Nacional Republicano. El verdadero partido de la nación no hay que crearlo, ni buscarlo en los comandos militares, ni entre los estudiantes febreristas renegados del liberalismo sin bases campesinas e impresionables por las ideas de moda, y mucho menos entre los obreros del río, llenos de ideas foráneas. El partido de la nación era el Partido Colorado. Este era el verdadero heredero de los López a través de su primogénito político el general Bernardino Caballero que había sido su mano derecha, hasta la última trinchera.

En función de gobierno, como parte del gabinete de Morínigo, el 1° octubre, El Colorado, publicó con ufano y atribuyendo al partido la vigencia de las libertades, que obras son amores: Libertad de imprenta, libertad sindical, amnistía general, libertad de partidos políticos, levantamiento de la interdicción del Partido Liberal, fijación de fecha para la inauguración de la Asamblea Nacional Constituyente el 25 de Diciembre de 1947, creación de la junta Electoral Central, rebaja de los precios de artículos de consumo y popular. ¿Quién antes había hecho algo así?

El partido Colorado fue el privilegiado por Beaulac, el embajador norteamericano. Éste desconfiaba de los febreristas por sus corrientes de ultra derecha, por sus tendencias de izquierda y, quizás, aunque eso no lo decía en sus expresiones, por sus actitudes antinorteamericanas. Nunca consideró apoyar al liberalismo. Los liberales eran irreconciliables con los militares a través de los cuales los norteamericanos desembarcaron en el Paraguay. Es posible que en su actitud haya pesado sobre todo la competencia entre Estados Unidos y Argentina. El partido liberal era difícil de influenciar. Había gobernado 32 años con Buenos Aires, había hecho la Guerra del Chaco con su respaldo, tenía incontables vínculos con la política y la cultura argentina. Ésta era reacia a la política norteamericana -por lo que no se había comprometido en la lucha de los Aliados contra el Eje, como sí lo había hecho el Brasil-. El coloradismo en cambio tenía una tradición pro-brasilera decimonónica y entraba a la cancha grande debiendo favores y de la mano de la nueva potencia mundial.

Los colorados sabían adonde estaba el poder. Localmente en la Caballería e internacionalmente en la Embajada Norte-americana. Habían convertido para su causa al coronel Enrique Jiménez, jefe de la Caballería. Con él quería sustituir a lo que fue para Morínigo el Frente de Guerra. Estaban en el lugar y en el momento adecuados, tenían la vocación de poder y se beneficiaron con la impericia política y la falta de información de los febreristas, que le facilitaron las cosas.

El gabinete militar febrerista-colorado había sido el gabinete de la discordia. Cualquiera de los participantes ambicionaba la totalidad del gobierno. En esas condiciones, los febreristas propusieron que se retiraran ambos del gobierno, para que las Fuerzas Armadas gobiernen solas, llamen a elecciones y entreguen el gobierno al ganador. Esa posición tenía el apoyo mayoritario de los comandantes. El día 11, sábado, los comandos votaron y Morínigo aceptó la propuesta febrerista, comunicó la decisión a Franco y al directorio del Partido Colorado. Asintieron también con la decisión los liberales y los comunistas, los cuales reclamaban que en el tribunal electoral debían estar todos los partidos, como en el gobierno, o ninguno de ellos. Las Fuerzas Armadas eran una suerte de Tribunal Electoral. Entre el domingo 12 y el lunes 13, ocurrió otra hecho. La Caballería al mando del comandante Jiménez, a partir de media noche, ocupó la capital. Al día siguiente los colorados comunicaron que ellos no dejaban al gobierno.

 

GLORIA Y FATALIDAD EL 13 DE ENERO

El 13 de enero fue una gran victoria para el Partido Colorado, su advenimiento al poder. Siempre habrá un 13 de enero, declaró orgullosamente uno de sus jefes, vicepresidente de la República, hace pocos años, poco antes de haber sido asesinado. La fecha será recordada como una fecha de triunfo, porque, gracias al golpe de la Caballería, un partido minoritario, víctima de 43 años de exclusión, predominantemente rural, nostálgico del siglo XIX, se convirtió en el príncipe incontestable del Paraguay en los siguientes 61 años.

Los jefes del partido debieron pensar que estaban haciendo lo mismo, que en su lugar habrían hecho y ya lo habían hecho sus adversarios. Tomar el poder por la fuerza, lo que siempre tiene un precio que hay que pagar, pero era la regla de juego del sistema político, que no se sometía al veredicto de las urnas.

Morínigo pudo haber dicho que no estaba obligado a obedecer a los mandos militares, a los que rendía cuenta y con los que hizo un trato, porque ellos formalmente no constituían ninguna autoridad, al revés, ellos deberían obedecer a su comandante. Morínigo era el presidente y el oficial más antiguo como sostiene Edgar Ynsfrán. El general no cumplió la palabra empeñada, pero el ganador entonces no era el que la cumplía, sino el que ganaba de mano a sus contendientes, que tampoco iban a mantener la palabra, cuando lo que estaba en juego era el gobierno. Respetando la palabra empeñada no se hacían los golpes de Estado, que eran el origen real del poder efectivo. Los jefes militares que alentaron a Morínigo a dar el golpe contra los jefes castrenses, luego lo depusieron con otro golpe contra el propio jefe del anterior complot, Morínigo.

El Partido Colorado habría visto mejor que los demás que la potencia dominante era la norteamericana y detrás, el Brasil; que la Caballería era 'el gobierno del gobierno', que la ambición terminaría perdiendo al astuto y vanidoso presidente militar; que un país pequeño solo podría ser el furgón de cola de los más grandes; que al llegar a ser los intermediarios, el partido sería también el más beneficiado de esa política que había beneficiado a Estigarribia y a Morínigo.

La propaganda dijo que el coloradismo salvó al Paraguay del comunismo. Pero esto último ya es realmente difícil de sostener. Fuera de una propaganda muy panfletaria, nadie puede pensar en serio que un partido comunista tan pequeño, apegado a un movimiento obrero poco numeroso, sin fuerza cultural, en un país ultra-conservador, rodeado de países dominadores, pudo haber llegado al poder e imponer un proyecto totalitario, que, por otro lado, fue casi lo que realizó el coloradismo, en los primeros tiempos, cuando desplazó al poder anterior. El comunismo no era más que un pretexto para privar de libertad a todos los demás partidos que, en general, eran anticomunistas. El anticomunismo era una política innecesaria e inconducente en Paraguay, salvo para congraciarse con el nuevo poder mundial.

Las palabras que los protagonistas de aquel tiempo dejaron para la historia, que decían en voz alta, que firmaban en sus documentos y afirmaban en la prensa resultan bien diferentes a la visión maniquea, maquiavélica o maniobrera de la historia. Morínigo siempre había obedecido o negociado con su Soviet-i (como él llamaba a la reunión de los jefes castrenses). En enero de 1947 también se había comprometido a hacerlo. Su vuelta atrás -literalmente entre gallos y medianoche del domingo 13 de enero de 1947- evidenció mala fe, un juego sigiloso y clandestino.

Los protagonistas de la primavera democrática estaban pública y formalmente comprometidos con la democratización del país, aunque tuvieran el propósito secreto de copar el gobierno, dejar fuera y en la ilegalidad a los demás partidos políticos, cancelar los derechos y las garantías ciudadanas y criminalizar a la disidencia política. Los protagonistas de aquel tiempo estaban formalmente de acuerdo en que el árbitro debía ser, finalmente, el voto ciudadano. Eso significaba someterse y acatar al resultado de elecciones libres, limpias y competitivas. Para ello debían establecer un calendario electoral, una autoridad electoral imparcial, elaborar padrones limpios, una ley electoral consensuada y una Constitución democrática. Eso es lo que se estaba haciendo y lo se había prometido. Habían dado su palabra las Fuerzas Armadas, el Partido Colorado, el Partido Liberal, la Concertación Revolucionaria Febrerista, el Partido Comunista y también la prensa, que influía en la opinión cuando se levantaron las restricciones. Estaba públicamente por la democratización también ese actor secreto que constituían las Embajadas, representantes de los Estados que manejaban el escenario regional e internacional, del cual un país pequeño, pobre y aislado era dependiente. Actor que, según historiadores norteamericanos, apostó por el poder de Morínigo y el Partido Colorado, que dieron al traste con la primavera democrática.

"Sin la aprobación norteamericana ni la disponibilidad de grandes cantidades de ayuda material, era improbable que los colorados se enquistaran en el poder y comenzaran una "coloradización " del régimen; para Estados Unidos (afirmaba Beaulac), los colorados parecían ser la mejor posibilidad de la democracia y estabilidad para el Paraguay" (Mora, Cooney, 157).

Romper las reglas de juego pudo haber sido un acto preventivo, realista y avivado, que interrumpió un juego ficticio, que nadie iba a respetar y que sólo ocultaba una secular astucia política. Pero también puede concluirse lo contrario. Que romper las reglas de juego y faltar a la palabra empeñada, fue un acto patético, que rompió el contrato social el cual estaba siendo reclamado, que enfrentó reclamos ciudadanos vigorosos, que burló a los partidos políticos y ultrajó a las Fuerzas Armadas que estaban poniendo las cartas sobre la mesa. El resultado del 13 de enero fue la más sangrienta guerra civil de la historia. Ahí ya no pelearon milicias campesinas acaudilladas por patrones estancieros, sino oficiales profesionales formados, armados y endurecidos en tres años de guerra internacional. La conflagración llevó a grandes pérdidas en las Fuerzas Armadas, a la deserción de la mayor parte de los oficiales que habían ganado la guerra del Chaco. Y entre sus consecuencias estuvo la implantación de la dictadura más larga, destructiva y cruel de la historia. La ayuda económica norteamericana se incrementó. En los años siguientes, del 47 al 53, ahora bajo la doctrina Truman, los préstamos norteamericanos y de entidades sobre las cuales Estados Unidos tenía una influencia decisiva, fueron de 13,8 millones de dólares. La ayuda norteamericana anual para toda América Latina en ese tiempo era en promedio 30 millones de dólares (Mora, Cooney, 160).

 

 

 

Fuente:

EL PARAGUAY BAJO EL NACIONALISMO (1936-1947)

Obra de JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ

COLECCIÓN

LA GRAN HISTORIA DEL PARAGUAY, Nº 11

© Editorial El Lector

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño de portada: Celeste Prieto

Diseño Gráfico: César Peralta G.

Corrección: Nidia Campos

Portada: Afiche Propagandístico del Gobierno del General Higinio Morínigo.

Instituto y Museo Militar de Asunción

Fotografías: Colección del Instituto y Museo Militar de Asunción

Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98

I.S.B.N. 978-99953-1-083-7

El Lector I: 25 de Mayo y Antequera. Tel. 491 966

El Lector II: San Martín c/ Austria.

Tel. 610 639 - 614 258/9

www.ellector.com.py

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Asunción – Paraguay

2010 (120 páginas).

 

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