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LUIS BAREIRO
  SU SEÑORÍA - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 03 de Julio de 2011


SU SEÑORÍA - Por LUIS BAREIRO - Domingo, 03 de Julio de 2011

SU SEÑORÍA


  Por LUIS BAREIRO


lbareiro@uhora.com.py


Confieso que alguna vez quise ser abogado. Alego en mi defensa que tenía 10 años y había sido expuesto a una serie televisiva harto fantasiosa sin el debido acompañamiento de un adulto. Nadie me explicó que lo que se veía en pantalla no guardaba relación con la realidad. La serie narraba peripecias de un abogado neoyorquino que, cansado de hipocresías jurídicas de la metrópolis, migró al campo y se instaló con su mujer en una casa rodante.

Se llamaba Anthony Petrocelli, abogado italoamericano honesto y pobre, ejerciendo con dignidad el derecho en el sudoeste norteamericano de fines de los '60. Lo que se dice pura ficción. Pese a su candidez, sin embargo, había lógica en la historia. Así, la pobreza de Petrocelli no era accidental, sino consecuencia inevitable de su riguroso sistema de selección de casos. Solo tomaba aquellos donde el cliente lo convencía de su inocencia, independientemente de que pudiera cubrir sus honorarios.

Como resultado de tal selección, los 4 ó 5 años que duró la serie fueron insuficientes para que Petrocelli terminara la casita que construía con sus propias manos, ladrillo a ladrillo, capítulo tras capítulo. En algún momento, la mujer le preguntó por qué se había esmerado tanto en completar la carrera si al final solo pretendía tomar pocos casos, ninguno rentable. Petrocelli le miró con sus cristalinos ojos azules y le dijo que a él lo que realmente le entusiasmaba de ejercer el derecho era esa posibilidad casi mágica de permitir que cada tanto -no siempre, ni siquiera a menudo- se hiciera justicia.

Así de cándidos eran Petrocelli y sus casos. Historias en blanco y negro, como mi tele. Sus alegatos eran irrefutables y se fundaban en el sentido común. Era duelos limpios en los que a nadie se le ocurría apelar a las chicanas, duelos en los que la jerga jurídica aparecía solo si era absolutamente necesaria.

Hasta ley se presentaba como la redacción simple y llana de ideas lógicas y universales. No había ambigüedades ni interpretaciones torcidas. Era pues imposible no sentirse seducido por ese mundo prístino de valores y principios; de litigantes de buena fe, de fiscales implacables pero ecuánimes. De jueces probos y honorables, de una majestad casi física.

Ellos constituían capítulo aparte. Los magistrados de Petrocelli eran ancianos rigurosos que bajaban el martillo sólo cuando el veredicto se había convertido en el epílogo incontrovertible de testimonios y pruebas.

Tras escucharles leer la sentencia, hasta el más lego de los televidentes comprendía por qué aquellas personas eran tratadas como Su Señoría. La serie acabó a inicios de los '80. Yo descubrí mi vocación y me convertí en periodista, oficio vertiginoso que me reveló lo obvio: el mundo de Petrocelli solo existía en la TV.

Una y otra vez vi como abogados, jueces y fiscales torcían la ley y la convertían en un material viscoso, fétido y maleable, capaz de asumir las formas más absurdas y groseras. Presencie la conversión de honorables fiscales en abogados de truhanes y matarifes. Supe de periodistas devenidos en amigos de corsarias y chulos, seducidos por un veraneo en la costa brasileña o a la sombra de una columna ateniense.

Una promiscuidad tal que colocó a la Astrea criolla en las antípodas del mundo mágico de Petrocelli. Me convencí con amargura de que el ideal de justicia se agotó en la ficción. Que aquellos honorables togados solo existían en la tele. Hasta que escuché la sentencia del juez que absolvió a la periodista Sandra López, acusada de difamación y calumnia por publicar un artículo sobre la red de influencias que tejió la ex modelo Zuni Castiñeira. Una sentencia que prescindiendo de toda charlatanería jurídica y basándose firmemente en el sentido común y el espíritu de justicia destrozó toda la pomposa pirotecnia montada por la querella y dio cátedra sobre la libertad de prensa.

Nunca el título fue más apropiado: Juez Manuel Aguirre, Su Señoría.


Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Domingo, 03 de Julio de 2011, 01:00



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