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Jenaro Pindú (Espínola) (+)

  PINDÚ, LA ARQUITECTURA ATEMPORAL - Por ANÍBAL CARDOZO OCAMPO - Domingo, 03 de Enero de 2021


PINDÚ, LA ARQUITECTURA ATEMPORAL - Por ANÍBAL CARDOZO OCAMPO - Domingo, 03 de Enero de 2021

PINDÚ, LA ARQUITECTURA ATEMPORAL

 

Por ANÍBAL CARDOZO OCAMPO *

 

 

Casa Maluf-Armele © Aníbal Cardozo Ocampo

 

A menudo atribuida a Wolfgang von Goethe y también a Madame de Staël, la sentencia “la arquitectura es música congelada” en realidad aparece en el libro Filosofía del arte [1], de Friedrich W. J. von Schelling, como Die Architektur ist die erstarrte Musik. En este dictum tan divulgado llama la atención cómo el pensador unifica el concepto general de arte al congregar dos expresiones artísticas que generalmente se sitúan en bandos opuestos.  Se presume que para ello se vale del concepto del tiempo, implícito en ambas artes: por un lado, la música, que apela a la instantaneidad y, como contraposición, la arquitectura, que convoca a la permanencia.

Operando sobre la dicotomía arte-tiempo, lo fundacional de la música radica en el espíritu matemático que elabora el tiempo sonoro y lo proyecta hacia un orden cósmico; es decir, un arte que sistematiza vibraciones y que –desde diferentes dimensiones– puede llegar a extenderse hasta configurar el pleno universo. A su vez, en la arquitectura –tal vez más terrenal– la vibración se detiene, se ralentiza su persistencia temporal, enmudece el fragor del instante y perdura sobre la tierra como un inclaudicable silencio. Es como un tiempo detenido que retumba en el espíritu sensible.

Pero, si la arquitectura es el arte de la permanencia, la duda consecuente será ¿qué es lo que permanece en ella? En busca de una respuesta intentaremos indagar en dos obras excepcionales del arquitecto paraguayo Jenaro Pindú. Apostados ante ambas construcciones nada convencionales, y con un dejo de ingenuidad, preguntaremos: ¿Qué significan esas formas enigmáticas? ¿Cuál es el sentido que en ellas habita? Desde el silencio de sus piedras trataremos de interpretar el porqué de su existencia.

Las obras seleccionadas para este artículo son el antiguo estudio del arquitecto y la residencia inconclusa de la familia Maluf-Armele, conocida como el “Castillo Pindú”.

El estudio Pindú

Transcurría el año 1972 cuando Guillermo Fanego y Jenaro Espínola Tami, ambos aún estudiantes, se asociaron para trabajar juntos en arquitectura. Para ese entonces Pindú era ya un reconocido artista plástico. La primera obra que proyectaron y construyeron bajo la rúbrica Pindú-Fanego fue la casa de la familia Martínez Trueba, situada en la avenida San Martín esquina Agustín Barrios. Ante el entusiasmo creciente, decidieron construir el propio estudio de arquitectura y entre ambos compraron un lote en un barrio en ese entonces poco habitado y conocido como Barrio capitalizador. En un terreno reducido –situado en la calle R.I.6 Boquerón casi José de la Cruz Ayala– comenzó la construcción de la obra que, prácticamente, fue realizada sin planos [2].

 

Estudio Pindú (Gentileza Félix Toranzos)

 

Sin un diseño previamente concebido, desde sus inicios y a lo largo de varias décadas, la obra fue adquiriendo una configuración cambiante a medida que iba creciendo. Por momentos fue simultáneamente estudio y vivienda, luego esto se modificó. Este fue el espacio singular de la creación inspirada de Pindú, desde donde surgieron las obras más elocuentes de una arquitectura singular que, a conciencia, descartaba la adhesión a corrientes de carácter universal en auge en ese entonces, en un mundo altamente conectado y globalizado.

Al enfrentarnos a esta construcción, que no posee ni puertas ni ventanas al uso, cualquier intención de denominarla casa o edificio queda invalidada. Es como si su identidad hubiera sido expulsada hacia las fronteras de lo inefable. Y, consecuentemente, queda el reclamo de definir el adecuado concepto. ¿Cómo nombrarla? ¿Cómo habrá de ser la entidad adecuada que la especifique? Pensar en la idea de arquitectura podría precipitarnos hacia una ciénaga de incertidumbres. Como se verá más adelante, lo patente, lo que denota, es una ruina…

El espacio interior de esta obra, de morfología funcional versátil y de un profundo espíritu camaleónico, jamás se puso en evidencia hacia el exterior. Posiblemente en ese carácter introvertido y secreto resida la magia o el misterio que hasta hoy identifica a esta singular construcción. ¿Qué habrá intramuros?

 

Estudio Pindú (Gentileza Félix Toranzos)

 

De manera deliberada, esta arquitectura se muestra despojada de tecnicismos constructivos al uso profesional corriente. Y en esta rotunda rebelión, ella se nos ofrece como una construcción quejumbrosa que devela cicatrices hirientes que tan solo el tiempo hubiera podido generar. La tónica de este “discurso tecnológico” simulado que, en su afán de ser reclama el salvoconducto de una comprensión sensible, añora el ámbito de un universo arquitectónico illo tempore, es decir, lejano, inaccesible, recóndito y oscuro. Esos muros desnudos ante la luz del sol pretenden asumir la herencia remanente de un pasado que nunca existió. Como “ruina” simulada, el artificio se proclama como la decadencia de un tiempo que no fue; se regodea en el recuerdo de las horas de una cotidianeidad ausente e intenta ser el devenir de aquellos días de una no-existencia.

 

Estudio Pindú (Gentileza Félix Toranzos)

 

Sin embargo, existe allí otra presencia solapada, silente, amenazante y vital que reclama su espacio. Es la vegetación que enseñorea la esquina y la fachada sur del conjunto arquitectónico, a modo de persistencia agazapada que, en paciente espera, anhela y reclama su futuro reinado. Entreverada entre las piedras, ladrillos rotos y morteros suspicaces, el reino vegetal –con su beata paciencia– marca el talante imperativo a modo de maridaje persistente y celoso. A pesar de la represiva mirada de celosos jardineros que cada tanto “cuidan el orden” del conjunto, pareciera que las fibras vegetales se encaraman, se apoderan de los muros y se regodean de su invasora presencia. Hacia la calle R.I.6 Boquerón, tan solo el césped sumiso, silencioso y prolijo, cumple su rutina de soporte, de urbanidad y de buenas costumbres.

 

Estudio Pindú (Gentileza Félix Toranzos)

 

Pindú proclama aquí una construcción siempre en proceso, algo que nunca debería ser interrumpido, hasta el fin de sus días. Y así fue: el 13 de diciembre de 1993 la obra se detuvo. Lo que aconteció después, y lo que sigue aconteciendo ahora, tiene el aroma de un bálsamo de ultratumba; la ficción de conservantes, fijadores, germicidas y colorantes que fungen como ingredientes necesarios para proteger, en un tiempo fuera del tiempo, la oculta poesía que subyace entre sus piedras.

La construcción Maluf-Armele

Desconozco totalmente las circunstancias, la época y los avatares de esta construcción inconclusa, emergida en el período final de la trayectoria de Pindú. Situada en la calle Gumersindo Sosa, entre Guido Spano y Olegario V. Andrade (Barrio San Cristóbal), la obra se presenta a nuestros ojos como una robusta estructura de hormigón armado.

Con un intenso anhelo de llegar a ser arquitectura, esta obra es actualmente un mero esqueleto; inhóspito, cerrado en sí mismo y proclive a dar rienda suelta a cualquier imaginación enigmática y oscura. En el imaginario colectivo –para mí de manera insólita– se la conoce como el “Castillo Pindú”. Inextricable y ajena a cualquier arquitectura de espíritu racionalista, es una composición con asombrosos volúmenes que se proyectan hacia el cielo con un marcado impulso vertical y que se emparenta con la inercia ascendente del edificio Nautilus, del mismo autor.

Dos imponentes pirámides se emplazan a diferente nivel. Ambas están seccionadas por leves rajaduras horizontales, a modo de rendijas, que interpretamos como propicias para ventilar y generar una leve penumbra interior. Ambas se imponen y se ofrecen al asombro del transeúnte ocasional. Una tercera pirámide, pequeña y ocultamente ladeada, se asoma hacia el otro costado de un paralelepípedo que, en el eje central de la composición, se yergue como un tótem. Este volumen ascendente, a modo de eje vertical rector del conjunto, enmarca y corona la discreta escalera del acceso. Lejos de las acostumbradas escaleras de marcado espíritu renacentista a las que nos habituaba Pindú en sus residencias notables, esta no se destaca –tampoco lo pretende– y se remite a una precisa y determinada participación de orden funcional.

 

Casa Maluf-Armele © Aníbal Cardozo Ocampo

 

A pesar del visible desaplome –producto de una materialización inadecuada y torpe–, ambas pirámides se destacan como elementos plenos de un extraño orgullo presencial. Más que causar extrañeza y duda, se nos aparecen primero para el inicial asombro e, inmediatamente después, para el posterior libre juego de la imaginación asociada con quién sabe qué ámbitos de mitos y leyendas. Por detrás de ellas aparece la arquitectura más convencional, como un telón de fondo que intenta desencantarnos e instarnos a pisar tierra firme.

Pero el misterio que Pindú nos da a entender hoy se extiende hacia el horizonte de lo inconcebible. Ante esta construcción inconclusa nos enfrentamos a un tiempo futuro, preso de su ilusión, de su imposibilidad de vida presencial, de su deseo de ser y que no será. Puede que esta construcción cambie, puede que adquiera otra existencia, que se congele en el tiempo, o bien que se demuela. Pero siempre vivirá en el no-tiempo al que la condena su ser.

Un tiempo diferente

Ambas obras, por sus significaciones trascendentales, son perfectos ejemplos de una arquitectura esencial, aun cuando su comprensión se nos dificulta cuando nos remiten a vivencias imposibles, aquellas que no caben bajo el concepto del tiempo evolutivo al que estamos acostumbrados. Si a lo largo de esta especulación nos hemos referido al pasado, al presente y al futuro, es porque aún no nos hemos liberado de un concepto de tiempo acotado, convencional y finito.

Pero qué ocurriría si nos aventurásemos a pensar en otra concepción de la realidad, quizás sustentada por desenfadadas teorías que nos sugieren otra manera de entender el tiempo (Meillassoux), otros mecanismos de percepción alejados del conocido “tiempo real” y del “fideísmo” que nos caracteriza.  Un tiempo diferente de concebir la realidad, la real y concreta, y así comprender otros universos que, de una manera enigmática e insondable, el arte insistentemente intenta develar: aquello que se encuentra más allá de las cosas y del tiempo.

Notas

[1] Compendio de clases magistrales brindadas por von Schelling en la Universidad de Jena en el semestre de invierno 1802-1803. Schelling, Friedrich Wilhem Joseph von (1803/1999). Filosofía del arte (Trad. Virginia López-Domínguez). Editorial Grupo Tecnos, Madrid, 1999.

[2] En el año 1975 ambos arquitectos tomaron sendas individuales.

Agradecemos al Arq. Félix Toranzos la gentileza de habernos facilitado las imágenes del Estudio Pindú.

 

* Aníbal Cardozo Ocampo es arquitecto, profesor titular de crítica arquitectónica, miembro del Colegio de Arquitectos y de la Asociación Internacional de Críticos de Arte.

Fuente: www.elnacional.com.py

Sección CULTURA

Domingo, 03 de Enero de 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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