REDUCCIONES JESUÍTICAS - EL CRISTIANISMO FELIZ
Padre ALDO TRENTO
Editorial SAN RAFAEL
Fotos de FERNANDO ALLEN
Asunción - Paraguay
Enero 2001 (147 páginas)
INDICE
Advertencia
Agradecimientos
Prefacio
Prólogo
PRIMERA PARTE
El Sentido Religioso y las Reducciones
¿Qué fueron las Reducciones?
¿Cómo empezaron las Reducciones?
Algunos fundadores
¿Encarnación o Inculturación?
¿Cómo se organizaban las Reducciones?
Organización interna
Urbanística y arquitectura
Organización socio - económica
Festividades
Una Educación a lo real
La música
Las ciencias
La santidad, vocación para todos
Cualidades del misionero jesuita
Análisis cuantitativo
¿Por qué cayeron las Reducciones?
SEGUNDA PARTE
(Enlaces internos al espacio de FERNANDO ALLEN (Fotografías)
y texto del Padre ALDO TRENTO)
San Ignacio Guazú
Santa María de Fe
Santa Rosa
TERCERA PARTE
Los Jesuitas Italianos (Enlace interno al documento)
ADVERTENCIA
El libro recoge el trabajo publicado bajo forma de calendarios en los años que van desde 1998 hasta el 2001, y está dividido en tres partes:
En la primera, una síntesis histórica de lo que fueron las Reducciones,
En la segunda, parte de la presentación y descripción de lo que quedó de las Reducciones jesuíticas de San Ignacio Guazú, Santa Rosa, Santa María de Fe. Obviamente, las referencias principales son las tallas que hasta hoy se pueden contemplar en los respectivos museos. Sobre las demás reducciones estoy preparando un material, que será publicado en los próximos años, si Dios dona la gracia.
La tercera parte está dedicada a la memoria de todos los jesuitas italianos que dieron su vida por la Gloria de Cristo en las Reducciones o después del destierro de los misioneros en Europa.
El libro está editado en dos idiomas, abarcando así un público más numeroso que tendrá a su alcance la posibilidad de conocer el abecedario de la experiencia jesuítica.
La urgencia de hacerles llegar como regalo de Navidad, hace que presente todavía algunas imperfecciones, que en la próxima edición serán corregidas.
AGRADECIMIENTOS
Un agradecimiento particular a Carolina Esteche, que desde los primeros años de Bachillerato que la tuve como alumna, mostró inteligencia y pasión por la historia de su país, características potenciadas por el encuentro con el Acontecimiento cristiano. Durante estos años compartió el trabajo de investigación que llevó a la compilación de este libro.
Agradezco a la Embajada de la República italiana en Paraguay por la ayuda que me ofreció.
Las fotos del libro fueron realizadas por el amigo Fernando Allen, hombre que, entre las muchas dotes humanas posee una pasión y capacidad fotográfica, como pocos en nuestro país.
MUY QUERIDO PADRE ALDO:
En la espera de viajar hacia Paraguay, y ver en persona aquello que queda del gran acontecimiento de las "Reducciones Jesuíticas". Escribo estas pocas palabras como prefacio a tu libro. Escribiéndolo ahora por tu gente (pero no solamente por ella: porque este libro caminará por el mundo con sus piernas y andará por caminos que tú no puedes en lo más mínimo imaginar ahora) tú completas una tarea fundamental del pastor de la iglesia: defiendes aquella memoria cristiana de dicho pueblo contra todos aquellos, -y son muchísimos sea en número como en medios de destrucción-, que buscan la eliminación sistemática de dicha memoria cristiana, en la cual y por la cual ha nacido el pueblo cristiano del Paraguay. Así haces una "pequeña" y "gran" acción cultural y social. Creo de haber sido yo mismo, muchos años atrás, en el 1960, al hablar a Don Giussani, y por ende, al Movimiento, de las "Reducciones Jesuíticas" del Paraguay, después de haber leído un libro muy bello sobre el tema. Un pasaje sobre las Reducciones Jesuíticas fue publicado en los libros antológicos que constituían nuestra tarea durante los tres días de Pascua y de fin de año.
Para mí, las Reducciones son el ejemplo único de un cristianismo "feliz" (como decía el gran erudito y historiador L. A. Muratori): un cristianismo capaz, en fuerza de la fe de investir y dar nuevo sentido a la estructura misma de la vida social, determinando la estructura del vivir, del habitar, del convivir de manera totalmente original.
El cristianismo ha sabido asumir y dar un signo nuevo a las condiciones de partida de la vida en Paraguay: la estructura de la convivencia tribal y el golpe, a menudo tan dramático con los conquistadores españoles. En la "societas" cristiana de las Reducciones se ha generado un pueblo nuevo y se ha encontrado y experimentado una convivencia social respetuosa de las diversidades y libre, en la unidad y por la unidad de la Fe común. Allí nació también un gran Arte (y el Arte es siempre la expresión de una cultura de una sociedad viva y libre). De dicho Arte he podido admirar algunos elementos en el bellísimo calendario que me hicieron llegar.
Los enemigos de la Fe y, entonces del pueblo, han destruido todo aquello: y han llamado a esta destrucción progreso y desarrollo social. Por dicho motivo hay que conservar la memoria de nuestro pasado cristiano.
Muy querido P. Aldo, muchas gracias por todo: por tu esmero alegre, comprometido e inteligente hacia tu pueblo. Dios no te haga faltar abundantes frutos.
Y uno muy grande ya nos dio: esta gran amistad que dura hace más de treinta años.
Un fuerte abrazo
25 de diciembre de 2000
Natividad de Nuestro Señor Jesucristo
Don Luigi Negri
Profesor de Antropología Universidad Católica de Milán (Italia)
PRÓLOGO
EL DOCUMENTO "Dominus Iesus", publicado recientemente por la Congregación para la Doctrina de la Fe, en el cual se reafirma la doctrina tradicional de la Iglesia Católica, madre y maestra, y se denuncian teorías y "doctrinas" equivocadas, como por ejemplo la ideología del diálogo, o que supuestamente todas las religiones son Caminos igualmente válidos de salvación, o la "tendencia a leer e interpretar la Sagrada Escritura fuera de la tradición y del magisterio de la Iglesia", o la "idea errada de que las religiones del mundo puedan ser complementarias a la revelación cristiana", me llenó de gozo porque me permite con mayor claridad entrar en el corazón de la experiencia jesuítica, expresada históricamente en el Acontecimiento de fe que fueron las Reducciones. El documento de la Santa Sede sigue afirmando: "Debe ser firmemente creída que la iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Jesucristo es el único mediador y el camino de salvación que se hace presente a nosotros en su cuerpo que es la Iglesia". ¡Qué conmoción suscitan estas palabras que sintetizan todo el contenido, el espíritu, la pasión de San Ignacio de Loyola y de sus hijos, pecadores, como todos, pero auténticamente enamorados de Cristo!. ¡Grandes pecadores, grandes santos! Grandes hombres, que cuanto más pasa el tiempo, tanto más la grandeza de estos santos aparece en el horizonte de la historia en todo su esplendor. Estos hombres, elegidos por la Compañía de Jesús con criterios absolutamente selectivos, abandonaron con el entusiasmo de los primeros cristianos, sus padres, amigos, su cultura, su país, solamente empujados por la pasión de la gloria de Cristo, con el deseo de conquistar a todos para Cristo, construyendo su cuerpo que es la Iglesia. ¡"Ad maiorem Dei gloriam"! La vida de estos pecadores fue totalmente definida por este programa que sintetiza la pasión de San Ignacio por Cristo y su Iglesia. Estos hombres de la Compañía de Jesús dejaron todo, demostrando un amor sin comparación a los indios, con ninguna otra forma de solidaridad, para crear en la selva la Compañía de Jesús, es decir, el cristianismo.
¿Qué es el cristianismo? Es la compañía de Jesús que vive dentro de un perímetro geográfico cambiado por la evangelización. La Iglesia es la amistad con Cristo y con cuantos se reconocen en Cristo, como el "camino, la verdad y la vida". Lo más triste es que hasta ahora el conocimiento del espectáculo de santidad que fueron las Reducciones es un privilegio sólo de algunos. Y vuelvo a reafirmar, que hablando de santidad, se habla de lo humano, en todos sus aspectos, redimido por el encuentro con Cristo.
Y lo humano de cada hombre es la totalidad del hombre, este hombre, como dice Thomas Mann que "por su naturaleza es frágil, miserable, misterioso, y que forma el alfa y el omega de todo".
El santo es el pecador que reconociendo sus límites ontológicos se abre a Cristo y pide perdón. Sería suficiente leer las obras de P. Furlong, P. Del Techo, P. Astrain, P. A. Zepp, P. Ruiz de Montoyá, etc. para darnos cuenta de esta verdad: en las Reducciones vivieron grandes pecadores y por ende, grandes santos. La evangelización de los Padres jesuitas, que continúa, sea como contenido o como método en el Movimiento al cual yo pertenezco, me parece sintetizado en modo impresionante en los testimonios de algunos santos jesuitas e indios de las Reducciones. Algunos ejemplos:
..."aunque en ella (en la doctrina) y los sermones que hacíamos todos los domingos tratábamos con toda claridad de los misterios de nuestra fe y de los preceptos divinos, en el sexto guardábamos silencio en público, POR NO MARCHITAR AQUELLAS TIERNAS PLANTAS Y PONER ODIO AL EVANGELIO, si bien a los peligros de la vida instruimos con toda claridad. DURÓ ESTE SILENCIO DOS AÑOS, y fue muy necesario, como comprobó el éxito, como veremos..." (P. Ruiz de Montoya).
¡Qué inteligencia de fe y pedagogía! Qué examen de conciencia tendría que suscitar en los modernos teólogos y en los teóricos de las pastorales, esta provocación del P. Montoya.
"Referiré cuáles eran las costumbres del neófito PIRAVI. Antes de recibir la fe, tenía una sola mujer con la que siguió viviendo después que recibió el bautismo, casado con ella según la Iglesia ordena, su vida era más laudable que la de sus compatriotas. Hablaba de las cosas divinas y singularmente de su amor hacia Jesucristo, con tal penetración que admiraba a los sacerdotes. Preguntado por estos, de cómo vivía, respondió: "tan luego que me despierto, puestos los ojos y el pensamiento en el cielo, hago actos de fe y me acuerdo que Dios está presente en mi alma; esta consideración me produce una alegría inexplicable; acabadas las preces, que reza la familia conmigo, recomiendo a mis domésticos que no se olviden de Jesucristo crucificado. Delante de las cosas sagradas recuerdo con grande placer la presencia de Dios. Otro tanto hago en mis tareas agrícolas así que teniendo siempre al Señor ante los ojos, jamás me atrevería a ofenderlo" (P. Del Techo: Historia del Paraguay-Tomo III-Libro VI-pp. 31-32)
"En estas y en tantas otras expediciones no menos asombrosas, jamás se propusieron los jesuitas otro objetivo que la salvación de las almas y el establecimiento de la cultura cristiana. Céspedes, que fue el tercer Gobernador de Buenos Aires, se atrevió a escribir a Su Majestad que había favorecido financieramente las expediciones de los jesuitas, pero no decía verdad, (...) pues sabido es que la Compañía de Jesús emprendió la conquista espiritual de aquellos territorios, animada sólo por su fe, y si logró ver coronados sus esfuerzos débese a su evangélica perseverancia (...) ("Los jesuitas y la cultura rioplatense" - Guillermo Furlong S. J.)
¡INTELIGENTI PAUCA!
Por eso el prólogo de Blas Garay al libro del P. Del Techo que pretende juzgar la experiencia de las Reducciones, o lo que dice el padre, con categorías puramente ideológicas es totalmente falso.
Lo primero a tener en cuenta al juzgar cualquier cosa y mucho más la historia, es el realismo, es decir, mirar la realidad, como en modo agudo afirmó el joven premio Nobel de Medicina, Alexis Carrel: "Mucha observación y poco razonamiento, llevan a la verdad; poca observación y mucho razonamiento, llevan al error".
Como me enseñaron mis profesores en el liceo, he aquí algunas observaciones que nos ayudan a acercarnos con realismo y objetividad a las Reducciones:
1) No se puede juzgar una experiencia que nace del anuncio cristiano sin conocer el cristianismo, sin conocer qué es la Iglesia.
2) Es fundamental discernir lo que es la esencia, el contenido y el método de la propuesta cristiana, respecto a las circunstancias y las formas a través de las cuales y dentro de las cuales se ha encarnado la propuesta.
3) La perspectiva histórica es fundamental. No se puede mirar el pasado con criterios ideológicos o con los esquemas mentales de la época en la cual vivimos.
4) Para comprender el fenómeno de las Reducciones es necesario vivir en el presente el mismo Acontecimiento que lo engendró, es decir, la experiencia cristiana.
Solamente de esta manera se puede discernir lo esencial, de lo que no es. Por eso nadie mejor que un historiador jesuita -pero que vive con verdad el carisma de la Compañía- puede hablar de la Compañía de Jesús, como nadie mejor que un hijo maduro puede hablar de su familia.
La tan proclamada neutralidad, de hecho es la forma más antihistórica que existe y la peor forma de esclavitud del poder culturalmente dominante.
El trabajo que desde hace años intento llevar adelante, solamente fascinado por la gran experiencia de evangelización que fueron las Reducciones, tiene un sólo objetivo: el deseo de que Cristo sea conocido y amado, y que la nueva evangelización -como nos dijo el fundador del Movimiento al cual pertenezco cuando vino aquí- "sea el acontecer de las nuevas Reducciones". Es decir, un cristianismo, una "Compañía de Jesús" dentro del mundo, capaz, una vez más, de crear la "societas" cristiana que es el fruto de una fe vivida en lo cotidiano y en todos los detalles de la vida.
Por último, lo que me ha motivado a escribir este libro, es el deseo de que los jóvenes de la Parroquia de San Rafael, en la cual por años he compartido una verdadera "Compañía de Jesús" (Reducción) con el Padre Alberto, y también todos los jóvenes del Paraguay, conozcan y amen sus propias raíces, antes que nada religiosas, y cristianas después, con el acontecer de la experiencia jesuítica y franciscana.
P. Aldo Trento
PRIMERA PARTE
EL SENTIDO RELIGIOSO Y LAS REDUCCIONES
Una reducción es el lugar donde se vive la memoria. Una comunidad cristiana que vive en el nombre de Cristo y por tanto realiza inevitablemente un modo de convivencia, un clima y un ritmo humano diferente que genera novedad. La experiencia auténticamente cristiana que vivían los jesuitas, despertaba en ellos una pasión por todo lo humano que existe y que solo puede llegar a su plenitud en el encuentro con Cristo. La vida del indígena estaba determinada por la conciencia de la existencia de "la tierra sin el mal", esta conciencia era el motor de todas sus acciones.
El encuentro de jesuitas e indígenas genera una comunidad, que nace por un lado, de la certeza que movía a los jesuitas de que Cristo es la única respuesta al corazón del hombre, y por parte de los indígenas, la sencillez en el reconocer la correspondencia de aquella propuesta con el grito del corazón de cada uno de ellos. Las reducciones son el fruto de corazones conmovidos por el encuentro con Cristo que transfigura tiempo y espacio en una novedad de vida. El único compromiso del hombre cristiano es con Cristo, que se realiza en su relación concreta con la realidad. Pues así también solo a través de ella éste percibe la manifestación del Misterio, dentro de las circunstancias en las que se encuentra. Así mismo, la relación de cada jesuita con Cristo se expresaba en el cotidiano vivir, en el tomar en serio la realidad de aquellos indios conforme a lo que le definía a cada uno de ellos: el corazón, ese deseo de significado, de plenitud, de felicidad, de verdad, justicia y belleza que buscaban, la "tierra sin el mal" que los hacía nómadas, errantes, y que encuentra su equilibrio en la pertenencia a aquella compañía, a aquella presencia que genera porque es generada. La humanidad de cada jesuita expresaba en concreto, el "yo soy Tú que me haces", pues cada acción estaba determinada por la presencia real y concreta de Cristo en el rostro mismo de aquellos indios, y no por un eficientismo, la afirmación de la propia capacidad, el voluntarismo o un ejemplarismo cristiano, sino por el amor a la verdad de aquella realidad (espacio físico-temporal) y de cada uno de esos indios.
El principio: "Dar testimonio de la fe es el quehacer de nuestra vida. Porque el cristiano tiene una tarea específica en la vida, que no consiste en el ejercicio de una profesión determinada, sino en la fe.
Hay que dar testimonio de la fe desde la entraña del propio estado de vida... Para esto hemos sido escogidos"
(Monseñor Luigi Giussani).
Los jesuitas son el testimonio de la fe vivida en modo verdadero, una fe que se hace cultura, que entra en la vida misma. Porque la fe es el reconocimiento de Cristo como salvación presente en la historia y en la existencia, que se ocupa no sola del más allá, sino que en primer lugar mira al hombre, a todo hombre con el máximo realismo, porque el cielo significa la verdad de la tierra hecha manifiesta, Esta mirada sobre el hombre -en este caso el indio y su realidad- es desde una perspectiva totalizante, que reconoce la dignidad de la persona, su valor, no en lo aparente y puramente superficial sino en aquello que lleva dentro, eso que le mueve, y le hace nómada, mendigo del destino, en busca de aquello que es su consistencia, eso que es la estructura misma del hombre: su corazón, el corazón, que es grito de lo eterno.
Dentro de esta perspectiva, se entiende la labor de los jesuitas que viviendo la fe, se ven empujados a generar en corresponsabilidad con los indios, una comunidad en la que la humanidad, la personalidad de cada uno se ve acrecentada en la compañía continua y en todos los detalles de uno que guía, que hace de maestro: el padre jesuita, y por tanto no sustituye sino que hace crecer, exaltando la diversidad en la unidad de una misma compañía que tiene por único criterio: la gloria humana de Cristo.
Carolina Esteche Cabrera
¿QUÉ FUERON LAS REDUCCIONES?
La definición más simple de una Reducción, dada en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, es la siguiente: "Pueblo de indios convertidos al cristianismo", que sería más bien la finalidad de las Reducciones antes que su realidad, pues, no todos los indios en las Reducciones estaban ya convertidos, sino que algunos estaban en proceso de conversión, quizás eran "catecúmenos", más que cristianos. Tampoco se usa la palabra Reducción para todas las misiones, por ejemplo las del África. Hubo algo especial en las Reducciones del Paraguay.
Uno de los grandes fundadores de Reducciones, el Padre Antonio Ruiz de Montoya, dio esta descripción en su clásico libro "Conquista Espiritual": "Llamamos Reducciones a los pueblos de indios, que viviendo a su antigua usanza en montes, separados a legua, dos, tres y más unos otros, los redujo la diligencia de los Padres a poblaciones grandes y a vida política y humana" (Reducción viene de "reducir", en su sentido de "convencer", "llevar" de un estado nómada a un estado de "comunidad" libre, pero sedentaria). Además explicó que su "pretensión es la de poner paz entre: españoles e indios, cosa tan difícil, que en cien años que se descubrieron las Indias Occidentales hasta hoy no se ha podido alcanzar".
Hay que añadir las palabras del asunceno San Roque González de Santacruz, otro gran fundador de Reducciones. Escribiendo a su hermano, Teniente General de Asunción (13 de diciembre, 1614), Roque explicó que era necesario optar "por la justicia que tenían (los indios) y tienen de ser libres de la dura esclavitud y servidumbre del servicio personal en que estaban, siendo por la ley natural y divina y humana, exentos".
La palabra más apta es la de "comunidad". Las Reducciones eran la iniciación de los indios guaraníes a una vida más cristiana, libre de la esclavitud espiritual y temporal, pero para asegurar esta libertad los misioneros tuvieron que separar a sus neófitos de los colonos y otros europeos, En eso consistían las Cédulas Reales, citadas y confirmadas por Francisco de Alfaro en 1611, después de su visita oficial mandada por el Rey. En el número 10 de su ordenanza en defensa de los indios, Alfaro escribió: "Conforme a Cédulas Reales, ordeno y mando que en pueblos de indios no estén ni se reciban ningún español ni mestizo".
Muchos misioneros, incluido el Padre Ruiz de Montoya, han notado los grandes abusos del sistema "encomendero" (que a pesar de las buenas leyes promulgadas en Madrid, de hecho fue una especie de esclavitud) y del mal ejemplo de los cristianos. Ruiz de Montoya escribió de los indios que "si por el oído oyen justificación de la ley divina, por los ojos ven la contradicción humana ejercitada en obras; en muchas provincias hemos oído a los gentiles este argumento, y visto retirarse de nuestra predicación, infamada por los malos cristianos".
La Compañía de Jesús creó en el Cono Sur dos Provincias: la de Brasil en 1533, dependiente de Portugal con el Padre Manuel de Nóbrega como Primer Provincial y la de Paraguay en 1604 con el Padre Diego de Torres. Los jesuitas portugueses fueron los primeros de la Orden que llegaron a tierras americanas, desembarcando en Bahía, Brasil en 1549, Los jesuitas españoles desembarcaron en la Nueva España, Florida en 1556, en Callao (Lima, Perú) en 1568, vía Sevilla - Panamá, en México en 1572 y California en 1695.
Las misiones que tuvieron mayor importancia y repercusión fueron las del Paraguay y como continuación geográfica y de parecida inspiración y ejecución, las de Chiquitos y Mojos. Ninguna otra misión de entonces, en las Américas Hispana y Portuguesa originó tantos elogios y polémica como aquellos pueblos misioneros guaraníes organizados por los jesuitas.
Además de los encomenderos españoles, otra gran amenaza contra los indios y su evangelización vino del Brasil. Pese al Tratado de Tordesillas, hubo un expansionismo lusitano constante, con el mercado fácil de esclavos. Irónicamente este movimiento salió de la región de San Pablo, fundada como misión en 1554 por el gran misionero jesuita, San José de Anchieta. Los "paulistas" o "bandeirantes" (también llamados "mamelucos") salían frecuentemente en búsqueda de esclavos y descubrieron que las misiones españolas jesuíticas estaban sin defensa y eran una fuente fácil de esclavos. Al menos unos 300.000 indios de Reducciones fueron esclavizados. Al fin y al cabo, los misioneros tuvieron que organizar una especie de "república" de misiones, dentro del imperio español y sujeta a la Corona. Fue esta "república" algo original en la historia del mundo.
Hace ya unos siglos, incluso el cínico Voltaire escribió seriamente en su "Ensayo sobre las costumbres" que las Reducciones "aparecen como el triunfo de la humanidad; parecen expiar la crueldad de los primeros conquistadores y han dado al mundo un nuevo espectáculo".
El único espectáculo: el de la santidad, del cual los jesuitas son los protagonistas, como decía San Pablo: "Nos hemos vuelto espectáculo para los ángeles, los hombres y nosotros mismos", y la consecuencia más inmediata de este espectáculo es la unidad de conciencia que crea.
Otro "libre pensador", el famoso Montesquieu, alabó las Reducciones como "la curación de una de las más terribles heridas infligidas por hombres contra otros hombres".
El resultado de la acción del hombre sobre la realidad, sin tener en cuenta que toda ella es el signo de Otra cosa más grande, del Misterio que nos crea, es únicamente la violencia, porque se mira la realidad olvidando, censurando Aquello que le da consistencia, que es su significado; y todos los abusos que vivieron los indios tienen como raíz este olvido. Con las Reducciones, sin embargo, se da la liberación del hombre indígena, teniendo como punto de partida el "corazón" que lo constituye, sus exigencias últimas, para lo cual es necesario una comunidad: la reducción, como morada, lugar concreto, específico, donde se educa a vivir todos los detalles con la conciencia del nexo que tiene con el Infinito, con el Misterio, comunidad que se vuelve memoria viva de Cristo y en ella una autoridad: el padre jesuita, representando el guía y maestro, encontrándose más adelante en el camino de la fe, es el que orienta; con su testimonio, su misma presencia provoca a los indios -sus hijos- a seguirlo, con la belleza de su vida. La autoridad es el signo expresivo de la unidad, pero sobre todo es la función fundadora y responsable de toda la vida de la comunidad. Tal función es triple: solicitar la iniciativa de las persona para formar la comunidad (función de reclamo); salvar la fisionomía de la comunidad, precisándola y definiéndola en sus confines (función de límite); desarrollar la comunidad, encarnándola siempre más en la realidad (función educadora).
¿CÓMO EMPEZARON LAS REDUCCIONES?
Los primeros misioneros en América no fueron jesuitas, sino franciscanos, dominicos, mercedarios y sacerdotes seculares. En realidad en el momento de la conquista no existieron jesuitas en el mundo.
La Compañía de Jesús empezó en 1534, cuando el primer grupo de "jesuitas" universitarios en París y amigos del vasco Ignacio de Loyola, pronunciaron votos en un santuario mariano, en la fiesta de la Asunción, en Montmartre, entonces suburbio de París. Incluyendo a Ignacio fueron siete: el futuro apóstol de Asia, el navarro Francisco Javier, el saboyano Pedro Fabro; los castellanos Diego Lainez y Nicolás Bobadilla; el toledano Alfonso Salmerón; y el portugués, Simón Rodríguez. Un poco más tarde se unieron al grupo Claudio Jayo, saboyano, y dos franceses, Pascasio Broét y Juan Coduri.
En 1540, el Papá Paulo III dio su aprobación oficial a este grupito internacional, que se ofreció al servicio de la Iglesia para cualquier trabajo o misión que el Papa escogiera.
Desde el principio, la Compañía de Jesús fue una orden misionera. Antes de morir, (el 31 de julio de 1556), Ignacio de Loyola había enviado misioneros a la India, al Japón, al Congo y al Brasil. Los Padres Manuel de Nóbrega (fundador de Salvador, Bahía) y José de Anchieta (fundador de San Pablo) y sus compañeros en Brasil trabajaron, desde luego, con los portugueses, pero también con los indios tupís (parientes de los Guaraníes); de hecho, el P. José de Anchieta estudió el idioma Tupí y compuso la primera gramática de este idioma, junto con un catecismo, poesías e himnos para la evangelización.
En 1567 jesuitas españoles fueron destinados a Perú, donde trabajaron con los indios y dominaron sus idiomas. Uno de estos misioneros fue el P. Diego de Torres, que sería en 1607, designado el primer "provincial" (superior regional) de la nueva provincia jesuítica del Paraguay, aproximadamente lo que hoy llamamos "Cono Sur".
Antes de 1607, sin embargo, ya habían estado en esta región algunos jesuitas misioneros. En 1587 llegaron a Asunción los PP. Manuel Ortega (portugués), Tomás Fields (irlandés) y Juan Salón (catalán), los cuales ya sabían el idioma Tupí, parecido al Guaraní. Los tres trabajaron con los indios. En 1593 llegaron los PP. Españoles, Juan Romero y Marcial Lorenzana.
Sin embargo, después de estos esfuerzos misioneros y por falta de número, el Provincial jesuita del Perú, el P. Esteban Páez, decidió abandonar las misiones experimentales del Paraguay. Afortunadamente el obispo franciscano de Asunción pidió ayuda al superior general de los jesuitas en Roma, el P. Claudio Acquaviva. Fue él quien nombró al P. Diego de Torres, superior provincial de la nueva provincia jesuita del Paraguay.
Al este de Asunción, al otro lado del río Tebicuary, el P. Marcial de Lorenzana, con la colaboración del cacique guaraní Arapizandú, fundó la primera Reducción, San Ignacio Guazú (finales del año 1609). Este pueblo tuvo que trasladarse a otro sitio en 1628, y en 1667 se ubicó donde está ahora. Mientras tanto, en el norte, en las orillas del río Paranapanema, algunos kilómetros antes de su confluencia con el Paraná, los PP. José Cataldino y Simón Maceta, italianos, fundaron la Reducción de Loreto en 1610. Esta misión fue demolida por los bandeirantes ("los paulistas") en búsqueda de esclavos, pero su gente se trasladó río abajo al lugar que actualmente está en la Argentina entre San Ignacio Miní y Posadas.
Desde el principio, además del Padre Provincial, que vivía en Córdoba (actualmente Argentina), había siempre un Superior de las Misiones, más cercano a las Reducciones. Durante muchos años este Superior vivía en la Reducción de Candelaria (actualmente Argentina), más o menos en un sitio céntrico, para facilitar sus frecuentes visitas a todas las Reducciones. Hubo también, por supuesto, regulares visitas del Provincial así como de los Gobernadores Civiles y de los Obispos.
ALGUNOS DE LOS FUNDADORES
Durante los años en que existieron y florecieron las Reducciones, unos 14.000 jesuitas de todo el mundo, se ofrecieron para este trabajo dificilísimo. Sus nombres siguen todavía en los archivos centrales de la Compañía de Jesús de Roma. En particular nos detendremos en lo que fue la misión del Paraguay. Ésta exigía virtudes y cualidades sobresalientes: salud fuerte, capacidad de adaptación, ánimo excepcional para un viaje muy peligroso, y talento lingüístico, pues todo el trabajo era en guaraní, un idioma totalmente distinto al de los europeos. Solamente uno entre diez fue seleccionado; en total 1565 jesuitas (no todos europeos, pues algunos habían nacido en América, y de los más grandes, como veremos).
Esta ofrenda de sí mismo era de por vida. Y también era una oblación implícita para el martirio. Ante la elección de Dios, el "sí" de cada uno, es una adhesión radical, que implica la entrega de todo el ser, reconociendo los límites como un ofrecimiento continuo, que con la misma presencia renueva continuamente el pedido: que Dios se manifieste.
En la Capilla de los Mártires de la Parroquia Cristo Rey (Asunción) existe, grabada en mármol, la lista de 26 jesuitas mártires del Paraguay. Los tres primeros, Roque González de Santacruz y sus compañeros, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo, que fueron beatificados por la Iglesia el 28 de enero de 1934. Los otros 23 son considerados como "venerables". Entre los 26 hay hombres de muchas nacionalidades, Cinco son americanos: dos asunceños, un argentino de Salta, un peruano, y un boliviano. Dos fueron italianos, uno alemán y uno holandés. Españoles son 12, de casi todas las regiones de España: Cataluña, país vasco, las dos Castillas, Andalucía, las islas Baleares y las Canarias.
Además del P. Roque González de Santacruz y el P. Blas de Silva, que había sido Provincial de 1706 a 1709, y que murió mártir el 10 de setiembre de 1719, hubo otros 79 jesuitas nacidos en él Paraguay. Aunque no podemos excluir a ninguno de ellos como "gran misionero", sin embargo hay tres que consideramos más resaltantes (además del fundador de la Provincia paraguaya, el P. Diego de Torres, del cual ya hemos hablado). El primero, es el P. Roque González de Santacruz, asunceno, nacido en 1576, y su infancia se ve modelada en el encuentro de dos culturas: la española y la guaranítica. A los 14 años, con espíritu juvenil y un poco ingenuo, se fue a la selva para imitar a los ermitaños, orar y hacer penitencia. A los 22 años fue ordenado sacerdote por el Obispo franciscano Fernando de Trejo y Sanabria, hermano de Hernandarias. Durante nueve años rigió la Catedral de Asunción.
En 1609, cuando el P. Diego de Torres empezaba a impulsar un proyecto misionero a favor de los indígenas, Roque entró novicio en la Compañía de Jesús; fue el primer misionero del Chaco paraguayo. Después evangelizó los actuales departamentos de Misiones, Neembucú y Encarnación, así como de la ciudad argentina de Posadas.
En Argentina se encuentran otras tres poblaciones fundadas por él: Santa Ana, Concepción y Yapeyu. En lo que actualmente es Brasil, fundó San Nicolás. Mientras fundaba Ka'aró, en noviembre de 1628, murió bajo el golpe de una "itaizá" (que se encuentra en la Capilla de los Mártires de Cristo Rey, junto con su corazón maravillosamente conservado, después de la incineración de su cuerpo). Fue canonizado por Juan Pablo II en mayo de 1988 durante su visita al Paraguay.
Cada año, el 16 de noviembre, la Iglesia ora a Dios por intercesión de San Roque González y compañeros, los PP. Alonso Rodríguez y Juan del Castillo "que tu Palabra crezca allá donde los mártires la sembraron y produzca el ciento por uno en frutos de justicia y paz".
Otro jesuita resaltante, P. Antonio Ruiz de Montoya, nacido en el Perú, el 13 de junio de 1585 (nueve años después que Roque); murió el 11 de abril de 1652 (24 años después de Roque). Su vida fue más larga que la de su gran contemporáneo.
La vida de Ruiz de Montoya parece, de hecho, un contraste total a la de P. Roque. No sufrió un martirio sangriento, de un golpe instantáneo; su martirio fue, más bien, prolongado. Tampoco Ruiz de Montoya fue santo desde el principio de su vida. Al contrario, habiendo perdido a su madre cuando tenía cinco años y a su padre tres años más tarde, Ruiz de Montoya fue anotado entre los alumnos del colegio de los jesuitas de San Martín, muy conocido en la historia de las ciencias. De su madre, de hecho no sabemos nada, ni su apellido siquiera; por eso algunos historiadores sugieren la posibilidad de que fuera india. El proceder de Montoya en el Colegio San Martín no fue satisfactorio, como anota Guillermo Furlong, su biógrafo, "se aflojaron en él los resortes morales y primaron los instintos".
Entonces, a los 16 años y con los estudios sin terminar, abandonó el colegio y se dedicó a vivir con licencia y libertinaje "peor que un gentil", como él mismo expresaba después. Consta que más de una vez desenvainó la espada y las hubo con algún trasnochador, e, incluso, se le señaló como cómplice en un asesinato.
Escribió Francisco Jarque, amigo de Ruiz: "Habiendo gastado una noche en una gravísima ofensa a Dios y paseando muy contento, acompañado de los que le habían guardado las espaldas, súbitamente le asaltó una vehementísima imaginación, de que Dios estaba muy indignado contra él. Pero su flaqueza era tan grande y su voluntad tan habituada y rendida a lo malo, que aunque eso engendraba propósitos de corregirse, no nacían tanto de amor a la virtud cuanto del deseo de evitar las pesadumbres en que se hallaba".
Cansado de aquella vida de vagancia, determinó irse a la guerra de Chile. Ya estaba por partir, cuando tuvo un sueño que torció el curso de su vida: se le presentó Jesucristo y acercándose a él, le dio a entender que también él había de ser uno de esos varones protectores de los indígenas.
Regresó al colegió de San Martín y reanudó sus estudios. Poco después en un retiro hizo los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y se sintió llamado a la Compañía de Jesús, ingresando a ella el 12 de noviembre de 1606, a los 21 años de edad.
Como decía Pegúy: "Nadie es tan competente como el pecador en materia de cristiandad. Nadie excepto el santo. En general son la misma persona". Pecador y santo son de la misma raza, de la misma sangre, cristiana; "...el que no es bueno para la gracia, no es bueno para el pecado."
Pocos meses más tarde arribó a Lima el Padre Diego de Torres, encargado de la fundación de la Provincia del Paraguay.
Con él estaban Pedro Romero, Baltasar Duarte y Gabriel Melgar. Este último, por su mala salud, no pudo continuar el viaje, y fue reemplazado por Ruiz de Montoya,
Antonio hizo sus estudios teológicos en Córdoba y fue ordenado sacerdote en 1612 por el obispo franciscano Fernando Trejo y Sanabria, que también había ordenado a Roque González 14 años antes, e inmediatamente fue a las incipientes reducciones. En su interesante autobiografía, "Conquista Espiritual", podemos leer detalles de su llegada: "Llegué a aquella Reducción de Nuestra Señora de Loreto con deseo de ver aquellos dos grandes varones, el P. José Cataldino y el P. Simón Maceta. Hallelos pobrísimos en todo lo temporal, pero muy ricos de celestial alegría. Los remiendos de sus vestidos eran tantos que no dejaban conocer la primera materia de que se hicieron. Túveme por dichosísimo de verme en su compañía, como si me viera con la de los ángeles de carne humana. Carne, vino y sal no gustaron en muchos años; el sustento principal y regalo mayor eran patatas, plátanos y raíces de mandioca".
"Luego que llegó el P. Ruiz", escribió el P. Maceta, "edificó mucho, y aún a los padres, que en ellas estaban con el tesón y fervor con que comenzó, no solamente perfeccionarse en la lengua de los indios, que hablaba tan expeditivamente como ellos, con que hizo mucho fruto, sino también en todas las virtudes y obras. Curábalos a los indios en sus dolencias, ayudábalos en sus necesidades con mucha caridad y largueza, quitándolo de la boca para que ellos comiesen. Y así los indios lo amaban y lo veneraban, y él hacía de ellos, aunque fuesen caciques todo cuanto quería".
Pero eso no fue solo el entusiasmo del momento. Durante 25 años, como escribió un testigo, "se consagró sin descanso en recorrer selvas y montes, llanuras y esteros, bajo los más ardientes rayos solares, afanoso por reunir indígenas en pueblos o reducciones. Recorrió a pie unos 10.000 kilómetros, casi siempre solo, sin otra arma que un báculo y sin otro consuelo que su libro de plegaria y su cruz". Contribuyó notablemente a la fundación o al progreso de San Javier, San José, San Miguel, San Pablo, San Antonio, San Pedro, Santo Tomás y Jesús María, y en 1620 fue nombrado superior de todas las Reducciones.
El mayor peligro de los indios y de las reducciones fue la amenaza constante de los "bandeirantes" (paulistas). No había otra solución sino trasladar sus pueblos a parajes más seguros.
Comenzó Antonio trasladando al Itatín en 1632, pero comprobó que tampoco allí estaban seguros de no ser invadidos. En 1636 los asaltos se repitieron. No había más que un remedio, alejarse del Guairá. Ninguna mejor región, que el espacio comprendido entre los ríos Paraná y Uruguay, o sea lo que es ahora la provincia argentina llamada "Misiones".
Tuvo que persuadir a los indios, unos 12.000, para que salieran de sus ciudades. Cuando todo estuvo listo, se dio la señal de partida y navegaron en 700 balsas.
Inmediatamente después del "éxodo" tuvo que viajar a Madrid para abogar a favor de los indios de las Reducciones contra los asaltos de "bandeirantes".
Doce fueron las gracias que solicitó Ruiz de Montoya a Felipe IV. Entre ellas estaban: "que ningún indio pueda ser esclavo ni cautivado"; "que el obispo, comisario y gobernador de Brasil, que durante este tiempo estuvo durante la corona de Felipe IV, con graves penas prohíba las embarcaciones que van a cautivar indios"; "que mande de plena libertad a los indios, hombres y mujeres, que padecen horrible cautiverio"; "que los indios que se hallaren no tener en sus tierras pueblos ni deudos, ni a quien llegarse, se pongan con libertad en las aldeas de indios que están en el Río de Janeiro",- "que de Portugal no se destierren delincuentes al Brasil, como se hace, introduciendo allí elementos dañosos" (sobre todo los bandeirantes). El Rey otorgó todo, pero como pronto Portugal y Brasil rompieron dependencia de los Reyes españoles, prácticamente lo único que valió fue el otorgamiento de armas de fuego a los indios de las Reducciones, para defenderse.
Por fin, obtuvo Ruiz de Montoya la Real Cédula del 21 de mayo de 1640 por la que se concedía a los indios el valerse de armas de fuego.
Fue providencial la milicia que se formó a partir de dicho permiso, ya que, a los pocos meses, 456 bandeirantes con 2700 auxiliares en la tropa descendieron por el río Uruguay en 300 balsas. Los indios de las reducciones contaban con un gran cacique, el indio, Nicolás Ñeengirú. Cortaron el paso a los invasores obligándoles a tomar tierra, donde los derrotaron, quedando como botín 300 balsas y más de 400 arcabuces. Desde 1656, los bandeirantes cesaron totalmente, vencidos por las armas de fuego de que disponían los indios misioneros, gracias a la prudencia de Ruiz de Montoya. Cuando estaba esperando la respuesta del Rey, en Madrid, Antonio no perdió tiempo: compuso su admirable "Conquista Espiritual" y varios extensos Memoriales para refutar las acusaciones contra el proceder de los jesuitas del Paraguay.
Editó también su "Tesoro de la Lengua Guaraní" y el "Arte vocabulario" del mismo idioma.
Poco a poco su salud se quebrantó totalmente. En el colegio de Lima, el 11 de abril de 1652 falleció en brazos de su querido y gran amigo el P. Francisco del Castillo.
Cuando los indios de Loreto (Reducción que él había trasladado desde Guairá hasta su sitio actual en Argentina) recibieron la noticia de la muerte de su maestro, en número de cuarenta atravesaron el continente para pedir su cuerpo.
Otro gran fundador del siglo siguiente, Antonio Sepp nació en el Tirol, el 21 de noviembre de 1655 (tres años después de la muerte de Montoya). El 6 de abril de 1691 llegó a Buenos Aires para trabajar en las Reducciones y falleció en la Reducción de San José el 13 de enero de 1733, después de 42 años de trabajo. Desarrollaremos en el apartado sobre los jesuitas italianos, más detalles sobre su vida.
¡ENCARNACION O INCULTURACION?
"EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITA ENTRE NOSOTROS"
La originalidad de la experiencia jesuítica, de la cual las Reducciones fueron testimonio agudo, consiste en el haber tomado en serio el Acontecimiento de la Encarnación del hijo de Dios. Concretamente, para los Padres significó crear una forma de vida, como dilatación del Acontecimiento Cristiano, única razón de su misión, capaz de valorar todo lo humano de la gran civilización guaraní, transformándola en una nueva cultura que es el origen de la sociedad cristiana, que fueron las reducciones.
El punto de partida de la labor jesuítica nunca fue, la preocupación de la inculturación, como parece ser una obsesión hoy en día, sino la Encarnación del Hijo de Dios.
La Compañía de Jesús, hasta en su denominación quiere afirmar el contenido y el método de la evangelización.
Las Reducciones fueron el acontecer de la compañía de Jesús en la selva paraguaya. Los "30 pueblos" que al final se quedaron fueron 30 "compañías" de Jesús, es decir, treinta modalidades de vivir la Encarnación. Para San Ignacio y sus hijos era claro que, el hijo de Dios, entrando en el mundo y asumiendo de una mujer el cuerpo humano, asumió todo lo humano, toda la debilidad, todos los limites, excepto la del pecado, todas las exigencias y características humanas. Para Ignacio y su compañía era evidente que Cristo tenía que ver con toda la realidad, con el comer, beber, construir, estudiar, hablar, sufrir, es decir, con toda la "cuestión humana", con el terrible "oficio del vivir cotidiano". El lema de la compañía, "Ad maiorem Dei gloriam", sintetiza esta visión Cristo céntrica del cosmos y de la historia. Lo que Juan Pablo II afirmó, en su primer mensaje al mundo, era la conciencia y la finalidad de toda la obra de Ignacio: "Abrid las puertas a Cristo, porque solamente Él conoce y revela plenamente el hombre al hombre mismo". Y será esta identidad madura de la propia fe, la que permitirá el surgir en la selva de un puebio, de una cultura, La cultura "Guaraní" con toda su riqueza y autenticidad fue asumida por los Padres y el encuentro con Cristo engendró la civilización de la verdad y del amor.
El Verbo se hizo carne en la selva, asumiendo todo lo humano y liberando al indio de toda forma de esclavitud, donándoles 500 años atrás la posibilidad de ser hombre, de repetir como el gran convertido del III siglo, el orador Vittorino: "encontrando a Cristo me descubrí hombre".
Las Reducciones fueron el acontecer del mismo ímpetu misionero, de los primeros cristianos y también de la misma forma de vida de la que hablan los hechos de los apóstoles. Podríamos decir que lo que hoy parece un gran problema, porque es un problema ideológico, el problema de la inculturación, para los jesuitas nunca existió. El método cristiano es solamente uno: el método de la Encarnación. La cultura, cualquier cultura encuentra en el "Verbo hecho carne" su valoración y cumplimiento. Los principios que sostuvieron este método y todo el trabajo cultural y por ende la capacidad de ensimismarse con la cultura guaraní fueron:
- Una identidad clara y llena de leticia. Eran hombres para los cuales Cristo era todo. Su única preocupación era la gloria de Dios
"Ad malorem dei gloríam".
- Una obediencia total al sumo Pontífice. Eran hombres con un profundo "sensus ecclesíae", hasta aceptar la humillación heroica de la represión de la compañía de parte del Papa
- El amor y la unidad al carisma de la compañía, a través de una devota obediencia a los Superiores.
- El cumplimiento fiel y sincero de la regla cotidiana, que tenían en la oración, los sacramentos, la vida comunitaria su máxima expresión. La primera regla era la compañía misma de los Padres.
Las Reducciones fueron una regla viva que ayudaba el camino de fe de los indios. El éxito de esta intensa vida cristiana, en la cual la fe tenía que ver con todo, creó el cristianismo feliz en la selva.
La experiencia jesuítica nunca fue una forma de espiritualidad o enseñanza, sino el reacontecer del método cristiano, del método que Dios usó para hablar a los hombres: envió a su hijo, nacido de una mujer para divinizar lo humano. De esta catolicidad, es decir, de esta capacidad de hablar al corazón del hombre, los jesuitas supieron valorar todo lo humano que había en los indios, y lo adoptaron a la estructura socio-política de la vida de las Reducciones: en lo político, la permanencia del Cacique en el pueblo misionero, signo cultural importante de la tradición guaraní; en el campo social y urbanístico, la disposición de los pueblos misioneros con la innovación de las viviendas familiares pero construidas respetando el sentido de unión de la tradicional vivienda colectiva guaraní anterior a las misiones; y en lo religioso, la identificación del Dios cristiano con el nombre del dios guaraní "Tupa". Los beneficios se dieron de ambas partes: con el intercambio de tecnología no sólo se beneficiaron los guaraníes con una mejor vivienda y alimentación, una producción y administración de más recursos, y de seguridad personal (para los indios); un amplísimo acervo botánico y el uso medicinal de muchas plantas (beneficio adquirido por los jesuitas).
También hay que destacar la preocupación por parte de los jesuitas en su preparación en el idioma guaraní, instrumento imprescindible para la evangelización.
¿CÓMO SE ORGANIZABAN LAS REDUCCIONES?
Evidentemente, al principio de las fundaciones hubo ensayos. A pesar de experiencias previas en otros países, y también en el Paraguay, no había ningún plan prefabricado platónicamente. También, durante los asaltos de los bandeirantes, la vida de las Reducciones era más bien una sobrevivencia que algo ideal.
Miles de documentos prueban que las Reducciones dependían del imperio español, por medio del Virrey, y más inmediatamente del Gobernador local (inicialmente de Asunción, más tarde de Buenos Aires). De hecho pagaban tributo anualmente a la Corona.
ORGANIZACIÓN INTERNA
Dentro de cada Reducción el gobierno "civil" estaba bajo el Cabildo. Era elegido anualmente. Antes, los guaraníes habían tenido el sistema de Caciques, y solamente en caso de guerra elegían un comandante general. En las ciudades fue necesaria una autoridad central. Dentro del sistema urbanístico había un corregidor (presidente del tribunal de justicia), un teniente - corregidor, dos alcaldes (jueces), regidores (delegados de cada barrio), un alférez real (portaestandarte y jefe militar), un secretario, y alguaciles (policías). Subordinados al Cabildo hubo varios administradores.
El corregidor, propuesto por los caciques y los padres de cada Reducción, era nombrado por el Gobernador. Los demás cabildantes, como los oficiales subalternos, eran elegidos cada año.
El sistema penitenciario, muy humano en comparación a los sistemas europeos de esa época, buscaba más la corrección del culpable que su punición (justicia medicinal más que punitiva). Todo estaba jurídicamente bajo el corregidor y los alcaldes. Sin embargo, un Padre siempre estaba presente para proteger al culpable contra excesos de punición. La "República" de las Reducciones fue, como se ha indicado por varios autores, la primera sociedad que no usó la pena capital (la segunda fue el gran ducado de Toscana, en Italia, en 1786, solamente unos 20 años después de la expulsión de los jesuitas de América).
Tampoco es fácil determinar exactamente las funciones de los dos jesuitas en cada Reducción. Como las Reducciones fueron, como hemos visto, en primer lugar, "doctrinas" o "misiones", es evidente que el papel de los padres (y hermanos jesuitas, que normalmente cuidaban de las cosas "prácticas": medicina, dirección de agricultura y de arquitectura, y otros asuntos de la vida "moderna", desconocidos por los indios, que antes habían sido semi-sedentarios en un estado mesolítico o del principio del neolítico), fue principalmente el de "sabios consejeros". Su autoridad era lo que llamaríamos "moral", más que estrictamente "jurídica". Existían: un cura rector o Pa'i Tuya, que era el que tenía mayor responsabilidad en la planificación de la economía, de las construcciones, los aspectos administrativos de la reducción; y un cura doctrinero o Pa'i Miní, que tenía más responsabilidad en cuestiones de orden espiritual, catequesis, atención a los enfermos, servicio religioso. En las reducciones había también dos o tres hermanos. En una población de tres a siete mil habitantes, los religiosos no pasaban de tres a cinco.
Durante los 160 años de las Reducciones, los Guaraníes de ellas nunca mataron ni siquiera a un solo jesuita, sin embargo, y como contraste, fuera de las Reducciones han sido 26 los jesuitas muertos por otros indios o bandeirantes, En toda la historia conocida, este fenómeno debe ser único. Si los guaraníes no hubieran estado contentos con la presencia de los jesuitas como guías, hubiera sido facilísimo para ellos asesinarlos. Parece evidente que los Guaraníes los consideraban como "padres muy buenos".
"La experiencia de la autoridad, -como dice Don Luigi Giussani-, surge en nosotros, -y también para los indios-, como encuentro con una persona rica de conciencia de realidad; así que entonces ella se impone a nosotros como reveladora, nos genera novedad, estupor, respeto, Existe en ella una atractiva inevitable, y en nosotros una inevitable adhesión".
URBANÍSTICA Y ARQUITECTURA
Como las Reducciones eran misionales, el corazón de cada pueblo era naturalmente la Iglesia. Esta se localizaba en el medio de la plaza mayor (al lado del Norte o del Sur), como diría el P. Sepp: "la Iglesia fuera el centro de todo el pueblo o el término de todas las calles". El fundador de la Provincia del Paraguay, P. Diego de Torres, había dado estas instrucciones: "El pueblo se traza a modo de los del Perú o como más gustaren a los indios".
Pero la centralidad de la Iglesia en la configuración del pueblo, no respondía solamente al hecho que el pueblo fuera misional, sino que también correspondía con el lugar sagrado alrededor del cual se conformaron los pueblos indígenas anteriormente. Cada pueblo era un asentamiento espontáneo, natural, en una zona boscosa, donde los indios vivían de recolección y tenían un comportamiento subsistencial, lo que implicaba que con el agotamiento alimenticio ellos se dirigían a otro lugar. El asentamiento se conformaba por la agrupación de tirones de viviendas que llegaban a 20 o 30 metros de longitud, en donde se albergaban de 40 a 100 familias, donde cada puerta correspondía con un cacique por familia poligámica; estos tirones se colocaban alrededor de la piedra sagrada que representaba a Tupá. Mientras que en los pueblos misionales en el lugar del Tupá se erige la Iglesia, y los tirones siguen manteniendo su unidad pero con cuartos independientes "para consolidar la familia monogámica". Es decir, si antes cada pueblo indígena se conformaba teniendo en el centro la representación de aquel ser superior que ellos intuían que existía, y que era el motor de sus vidas, por lo cual eran nómadas en la permanente búsqueda de "la tierra sin el mal", y que ellos llamaban Tupá; en el pueblo jesuítico ese mismo lugar central, -donde se erige la Iglesia-, sigue siendo el corazón mismo de toda la comunidad ya no como tentativa sino como certeza y entonces la vida del indio ya no es la de un errante que corre por doquier, sino la de un peregrino que camina hacia una meta y el camino se encuentra ya marcado por la manifestación de Dios, Cristo que entra en el perímetro físico temporal en el que viven, transfigurándola, haciendo "que lo eterno se vuelva temporal y lo temporal se vuelva eterno."
A un lado de la Iglesia se ubicaba el "colegio": sitio para la instrucción religiosa y secular, residencia de los jesuitas, almacenes comunes, etc. Al otro lado de la Iglesia estaba el cementerio, lugar sagrado para los indios. Bastante cerca del "coty-guazú", casa grande para viudas, huérfanos y otros necesitados de la comunidad.
La forma de las viviendas de los indios (construidas, como dijo el P. Diego de Torres, "a gusto de los indios"), era una evolución de las cabañas usadas por los primitivos guaraníes para tener más seguridad y "consolidar la familia monogámica". En todo caso, como escribió Roque González de Santacruz, "los indios están muy contentos en sus nuevas casas". Cada casa tenía un solar y "el sitio bastante para su hortezuela" (según el P. Diego de Torres).
Las casas de indios, "como más gustasen"; eran en forma de pabellones y "cada pabellón consta de cinco a diez cuartos uno al lado del otro pero independientes entre sí; el techo es a dos aguas y forma doble galería"; las galerías contribuyeron al sentido de comunidad y ofrecían abrigo contra las lluvias y el sol, pues como decían las poéticas palabras del P. Sepp, "está, pues, nuestra América sujeta a furiosísimas tormentas y acostumbraban las armas de Júpiter a herir no solamente a los soberbios cedros, sino también a los humildes sauces".
La elaboración de una nueva tipología, síntesis de dos culturas y experiencias arquitectónicas, es el diseño de las casas de galería externa, cuya respuesta abarca el plano funcional, tecnológico y define un modo de vida comunitario, como ya hemos dicho. La galería de pies derechos de madera responde al sistema de estructura independiente, protege con su alero al peatón y preserva de la lluvia a los muros de tapia o estanqueo disgregables. La sucesión de galerías forma la calle cubierta, es la concesión de cada casa al poblado, un espacio más público que privado y lugar de reunión del vecindario. El respeto por la comunidad de las galerías, implica el mantenimiento de las alturas, la subordinación de cada vivienda a las adyacentes, el sentido de homogeneidad y solidaridad por encima de las ambiciones de aparatosidad individualista, es decir, una conciencia de pueblo integrado por encima de la mera sumatoria de viviendas, La más sabia lección de arquitectura, se da en cabal respuesta a los requerimientos del hábitat sin otras pretensiones, una íntima relación entre la respuesta y la necesidad, característica unitaria de la arquitectura popular misional frente a modos de vida comunes. El aporte indígena y criollo no se evidencia en el Paraguay como en otras áreas de América, en el mero tratamiento ornamental de la arquitectura, sino en las repuestas tecnológicas y arquitectónicas mismas: en las Iglesias centrales y perípteras, en las casas en serie y los tirones que son la continuidad conceptual de la casa comunal, en el sentido de exteriorización de la vida y del culto, en la solidaridad de las galerías de los pueblos, en la relación con el paisaje natural, en la identificación del hombre con la tierra, entre otros valores de un modo de vida que es la expresión misma de una pertenencia a una comunidad concreta que se identifica como instrumento de novedad, la manifestación misma del Misterio.
ORGANIZACIÓN SOCIO - ECONÓMICA
La vida socio-económica de las Reducciones, no fue ni comunismo ni capitalismo (tal como estas palabras se entienden hoy en día). Los guaraníes, como otras tribus no urbanizadas de América, no tenían el concepto de propiedad privada, casi todo era común. En las Reducciones casi toda la propiedad tendía a ser colectiva.
SISTEMA DE PROPIEDAD:
Existían tres grandes áreas de propiedad:
1. Avá mba'é: cosa o propiedad del indio; era una forma de propiedad familiar. A cada pareja, al casarse, se le daba una parcela de tierra para cultivar, la cual no podía ser regalada ni vendida. Lo producido era de la familia y para que ésta no la utilizara en forma imprevisora, se guardaba en silos y se les daba en forma racionada dos o tres veces a la semana.
2. Tupá mba'é: cosa o propiedad de Dios. Ciertos días de la semana se trabajaba en predios que eran de toda la población y lo producido servía para los gastos del Coty Guazú (asilo de ancianos, viudas y huérfanos), y las necesidades religiosas (construcción de templos, liturgia esplendorosa de mucho brillo y colorido). La liturgia, en las reducciones, se hacía con tal despliegue, como en las grandes épocas (los europeos llegaron a asombrarse de esto).
3. Tava mba'é: propiedad del pueblo. Formaban parte de ella extensas tierras, estancias, yerbales, gran parte de las áreas cultivadas. Servía para pagar los tributos al rey, solventar las necesidades del pueblo y ayudar a otras poblaciones misioneras.
Para animarlos, había siempre música; hasta el punto que el escritor austriaco René Fulop - Miller llamó a las Reducciones "el estado musical". Cuando no había necesidad de trabajo en los campos, trabajaban en las oficinas. Un día de trabajo contaba solamente de seis horas, divididas por el almuerzo y la siesta. Incluso, este horario no era rígido, porque había muchos días feriados.
FESTIVIDADES
Los domingos y otros días feriados, naturalmente, había "Misa Mayor" con cantos e instrumentos. Todos asistían a aquellas grandes Iglesias, que podían contener a toda la población. Frente a la Iglesia, en la gran plaza, frecuentemente se organizaban festivales de baile, música, dramas y competiciones con caballos y juegos militares.
UNA EDUCACIÓN A LO REAL
No nos sorprende que los jesuitas invirtieran tanto tiempo y trabajo en la formación educacional de los indios. En 1611, cuando la enseñanza era el privilegio de pocos, incluso en Europa y cuanto más en las Américas, empezaron las escuelas en las Reducciones. Todos aprendieron el catecismo, frecuentemente por medio de música. También todos aprendieron artes plásticas; las niñas, tejido, costura y otras artes femeninas; los niños, carpintería, herrería, agricultura, etc.
Después de la comida, aprendían a leer y a escribir en lengua guaraní, y también los rudimentos prácticos de las Matemáticas. Los que mostraban más aptitud, sobre todo hijos de caciques, estudiaban más, incluso elementos de español y un poco de latín. La música y el canto tuvieron un papel trascendente en la formación educativa, dado el interés nativo y el talento de los Guaraníes en esta materia. Todo, de hecho, fue adaptado a su cultura y a las necesidades de la vida. Ha sido indicado que la sociedad de las Reducciones fue la primera que en su mayoría estaba alfabetizada de todas las Américas.
Los jesuitas se abocaron a la educación de los indios. La educación, cuyo fin último era introducir al educando a abrazar la realidad, según la totalidad de los factores que la constituyen, fue la cuestión decisiva por la que los jesuitas arriesgaron toda su responsabilidad creando la experiencia de las Reducciones, auténticos lugares educativos, a través de una pedagogía que tenía en la autoridad de los padres el punto de partida. Fue a partir de esta concepción de la educación, que los indios aprendieron a mirar con mayor profundidad y pasión la realidad, de la cual ya eran auténticos protagonistas, descubriendo en ella aquel signo inmenso del Infinito, al cual gracias a la presencia de los padres, dieron un nombre: Jesucristo, el rostro de Tupá, de Aquel que era el motivo de su cotidiano errar en busca de aquella tierra prometida, un tiempo contaminada por la serpiente (impresionante la relación con el libro del Génesis). La educación jesuítica nunca fue una imposición, ni siquiera en cuanto a las reglas que determinaban la vida cotidiana y los diversos comportamientos del hombre, eran demasiado estrictas y severas (como por ejemplo, la precisión en el horario, el respeto recíproco, el amor al trabajo o la severidad con la ponían freno a los niños durante la misa enseñándoles a estar en silencio, a portarse bien, a amar las cosas, etc.).
Dos volúmenes, el "Araporuaguiyeibaba " contenían las reglas de la vida diaria y las normas vigentes en todas las Reducciones. Reglas y normas, entendidas como una compañía al destino, como expresión y ayuda a vivir en aquella belleza generada por la vida nueva nacida del encuentro con Cristo. En las Reducciones todos vestían de una misma manera con vestidos diseñados por los jesuitas y confeccionados con tela local. A las mujeres no se les permitía cortarse los cabellos, que sin embargo debían estar recogidos y no muy largos, no podían maquillarse el rostro siguiendo con las antiguas costumbres. Los responsables de la comunidad y las bailarinas usaban vestidos particulares en los días festivos. Una vez concluidas las celebraciones volvían a vestirse como antes, con los vestidos ordinarios, y los de gala eran repuestos a los armarios de la comunidad. En las celebraciones, en la iglesia, los hombres y las mujeres, según la tradición todavía vigente en mi pequeño pueblo en Italia, Faller; se disponían en filas de bancos diferentes y cada uno debía ocupar el lugar que le correspondía. Aquel método "suave y fuerte" fue siempre caracterizado por la invitación a verificar y comparar todo con las exigencias últimas del propio corazón. Aquello que era verdadero para ellos también lo era para los indios. La relación jesuita-indio era un hecho humano, humano en todas sus dimensiones, desde el carácter al tipo de sensibilidad personal. Era la comunicación de la propia persona.
El núcleo de la educación no estaba en el uso eficiente de un repertorio de instrumentos o de técnicas, sino en el ofrecimiento de la propia experiencia humana.
De esta concepción de la educación derivaron, la riqueza, la creatividad en las formas más variadas, desde el teatro hasta las representaciones sagradas, el uso del tiempo libre, el modo de cantar y de estudiar. Memorias de San Ignacio que en todas las cosas contemplaba la humanidad de Cristo, sus hijos supieron educar a los indios en la belleza, el orden, el gusto de todo lo que existe, la educación en las Reducciones fue la afirmación de la positividad de la realidad.
LA MÚSICA
"En la música, en el panorama de la naturaleza, en el sueño nocturno (como escribe en su Canto Nocturno... Leopardi), es a otra cosa a lo que el hombre rinde homenaje, otra cosa de la que espera todo: lo espera. Su entusiasmo es por algo que la música, o todo lo hermoso que existe en el mundo es despertado dentro de sí. Cuando el hombre lo 'pre-siente', de inmediato inclina su alma a la espera de esa otra cosa... aún delante de lo que puede entender, espera otra cosa; entiende lo que puede entender; pero espera otra cosa. "
(Luigi Giussani)
No parece haber dudas de que los misioneros jesuitas encontraron en el indio una inclinación natural a escuchar música, a interpretarla, a fabricar instrumentos musicales, a la práctica de la danza individual y colectiva, siguiendo un ritmo armonioso de voces y movimientos. Y ello se confirma desde los escritos de los proto-misioneros, el primer Provincial Diego de Torres (recomendando enseñar la doctrina, leer, cantar y que les fabricasen flautas), Ruiz de Montoya, Cardiel, Antonio Sepp, Charlevoix y más recientemente Furlong.
Antes de seguir adelante con "la música de los pueblos misioneros" convendría distinguir la música que ellos hacían, "su música guaraní" (Mba'épú o Purabéi) de la que aprendieron de los jesuitas e interpretaron en las misiones. Entre los instrumentos autóctonos sobresalían dos: el "mbaraká", hecho de calabaza en cuyo interior colocaban granos secos o piedras pequeñas y que hoy equivaldría a lo que se conoce con el nombre plural de "maracas" y el "takuá" que era bambú usado de bastón para marcar el ritmo y muy utilizado en las ceremonias religiosas.
Los instrumentos de arco con una o dos cuerdas, en diferentes modalidades, parece que fueron post-colombinos e importados, de origen africano.
Es muy posible que usaran algún tipo de flauta de bambú o tacuara porque es un instrumento que no falta en casi ninguna cultura desde los tiempos más antiguos, pero debió ser muy simple a juzgar por lo mucho que se impresionaban cuando escuchaban las flautas tocadas por los misioneros jesuitas. Completando este mínimo equipo instrumental habría que adicionar los tambores de diferentes formas y tamaños, hechos con troncos de árboles, ahuecados, con aberturas especiales.
Se cree que la música indígena es muy sencilla porque es interpretada con escasos instrumentos, no tiene "nuestra armonía" y es muy repetitiva. Daría la impresión de que siempre cantan la misma canción o estribillo, pero según los musicólogos especializados, no es tan sencilla ni tan repetitiva. En términos genérales, las músicas fuertes, alegres y guerreras, con frecuencia con gritos estridentes, eran cantadas por hombres y las tristes por mujeres que las entonaban en forma desgarradora, con lamentos continuos, lo mismo para recibir huéspedes que para llorar muertos. Los cantos para prevenir males o curar enfermedades eran "cantados y dichos" en voz baja.
En el dilatado ámbito geográfico donde se situaba el numeroso grupo Tupí-guaraní, no es de extrañar que, aunque la gran mayoría de los muchos sub-grupos eran muy independientes, habría entre ellos contactos e intercambios culturales, no sólo a través del idioma sino probablemente también del ceremonial religioso y musical, en el que se incluiría, en posición preponderante, la música, los cantos y las danzas. Y son esas diferencias y esa escasez de instrumentos las que hacen resaltar la importancia del dominio guaraní en la música instrumental de procedencia europea; su experiencia musical anterior era insuficiente para enfrentarse y conseguir memorizar las notas de una escala de sonidos completamente diferente a la suya.
Fue a través de las actividades religiosas y sociales de unión en el templo, de unión cívica en la plaza mayor y en los trabajos agrícolas colectivos, que la música adquirió su mayor importancia, posiblemente decisiva, en la cohesión de los habitantes de cada pueblo misionero.
Las características urbanas del pueblo misionero les daba también la sensación de vivir en sus antiguas casas colectivas, pero en mejores condiciones. La música, los cantos, y las danzas, en una cultura como la guaraní que no disponía de escritura, debieron ser un buen vehículo de comunicación. En los pueblos misioneros todo era objeto de práctica ritual desde el diario caminar hacia los campos de cultivo como en los actos religiosos dentro de la Iglesia y en las procesiones, en las fiestas cívicas y militares de la Plaza Mayor.
Todo era cumplido y celebrado frecuentemente con música, cantos y danzas. Entre los instrumentos musicales construidos y utilizados en los pueblos misioneros guaraníes cabe destacar el "arpa" porque su uso ha permanecido y llega a constituir, junto con el idioma guaraní, dos rasgos culturales inconfundibles del Paraguay de hoy. El arpa al igual que la guitarra procede de España y su presencia en las regiones del Río de la Plata es anterior a los pueblos misioneros.
Como hemos indicado los guaraníes tenían afición a la música. El P. Sepp escribió: "Lo característico del genio de los Guaraníes es, en general, la música. No hay instrumento, cualquiera que sea, que no aprendan a tocar en breve tiempo, y lo hacen con tal destreza y delicadeza, que en los maestros más hábiles se admiraría". En los frisos de las ruinas de Trinidad hay esculturas en relieve que representan ángeles tocando varios instrumentos usados en las Reducciones, incluidos el clavicordio, órganos de tubos, trompetas, clarines, flautas y el arpa paraguaya; una prueba visual de la sofisticación de la música en las Reducciones.
Varios jesuitas procedentes de Europa eran músicos y aplicaron sus conocimientos desde los primeros años, a la enseñanza musical y a la formación de pequeños coros. Hacia 1620, estaban en las misiones el Hermano Verger y el Hermano Vaisseau, que por ser de Flandes, se consideraban súbditos españoles y el italiano Hermano Comentale. Pero fue el P. Sepp el que inició el cambio de estilo y el progreso musical de los treinta pueblos con la fabricación de instrumentos, las composiciones y enseñanza en gran escala en el pueblo de Yapeyú, su primer destino, creando lo que hoy se llamaría un Conservatorio para indios seleccionados de los diferentes pueblos misioneros.
Antonio Sepp perteneció a una noble familia tirolesa de Kaltern, ciudad ahora conocida como Caldaro, ubicada en la parte del Tirol que hoy día pertenece a Italia. Nació un 22 de noviembre, fiesta de Santa Cecilia, patrona de los músicos.
Fue lo suficientemente dotado en música, lo que le llevó a ser miembro del famoso Coro de Niños Cantores de Viena, vinculado con la Corte Imperial, (Sepp murió el año antes del nacimiento de José Haydn, otro joven músico al que también se le envió a Viena para que aprendiera a cantar).
Antes de abandonar Europa para trabajar en las Reducciones, Sepp hizo serios estudios de música en Augsburgo. Fue allí donde aprendió la técnica del "bajo floreado" de su "habilidad" para tocar unos veinte instrumentos, entre ellos la flauta, el pífano, la corneta, la trompeta, el clarinete, otros instrumentos de cuerda, y el sacabuche, una especie de trombón.
Su música se extendió desde la más popular hasta la más elaborada música polifónica. Fue un polifacético amateur, un factótum musical del tipo que se daba en las misiones y que eran de incalculable valor. Fundó la escuela de música de Yapeyú donde los indios, dotados musicalmente, eran enviados desde las otras Reducciones para estudios más avanzados.
Fue un experimentado fabricante de violines y otros instrumentos. De hecho, él construyó el primer órgano de tubos con pedales en toda América Latina. Los paraguayos consideran a Antonio Sepp como el hombre que introdujo su instrumento nacional, el arpa. Antes de ser jesuita, Sepp vivió durante un tiempo en Londres, presumiblemente para trabajos superiores en música, lo mismo que Mozart lo haría en el siglo siguiente.
Sepp entró a la Compañía de Jesús a la edad de diecinueve años y siguió el curso normal de estudios. Este incluía tres años de docencia antes de la ordenación. Durante este tiempo fue director de música en el colegio de los jesuitas en Landsberg. Estudió teología en Ingolstadt y fue ordenado sacerdote en Eichstaett el 24 de mayo de 1687. Después de su ordenación Sepp enseñó retórica y música. Durante este tiempo realizó otros estudios musicales con el bien conocido compositor Johann Melchior Gletle, director de música de la catedral, director musical de la catedral. Más tarde Sepp escribiría frecuentemente a su casa pidiendo más composiciones de Gletle. Durante este tiempo escribió también algunas obras escénicas que se conservan todavía en los archivos de la biblioteca universitaria de Munich. Se ofreció voluntario para las misiones como muchos jóvenes jesuitas pero tuvo que esperar ocho años antes de que se le destine a Sudamérica. Finalmente pudo embarcarse en Cádiz el 17 de enero de 1691 y llegar a Buenos Aires dos meses y medio después, el 6 de abril.
No sólo por el factor cronológico, sino intencionadamente, se ha dejado para comentar al final, la obra del Hermano italiano Domenico Zípoli, el músico de mayor prestigio destinado a las Misiones del Paraguay. Procedente de Sevilla, desembarcó en Buenos Aires en 1717. Había sido Director de Música y Organista de la Iglesia del Gesú, la más importante de la Compañía de Jesús en Roma. Durante el tiempo que esperaba para embarcarse en Sevilla, tocó varias veces en el órgano de la catedral y el Cabildo le ofreció el cargo de maestro de Capilla si se quedaba en esa ciudad. Cuando estaba de misionero en el Río de la Plata, sus composiciones fueron admiradas y aplaudidas en Italia, España y Alemania. Su música fue clasificada dentro del llamado "barroco tardío". Tanto significó la obra de Zípoli, antes y después de ingresar a la Compañía, que fue colocado por musicólogos de prestigio internacional al mismo nivel que Haendel y Bach.
La misa de Domenico Zípoli, interpretada en las iglesias de los pueblos misioneros Guaraníes, fue reestrenada en las ruinas del pueblo misionero de Trinidad, Paraguay, el 25 de mayo de 1986, y es considerada monumento de la música barroca del siglo XVIII. A esta misa se la considera el documento más completo y representativo de la música de las misiones jesuítico-guaraníes, que ha podido conservarse en partitura, actualmente grabada.
Después de permanecer muchos años en los Archivos de la ciudad de Potosí (Bolivia) fue llevada al Archivo Capitular Eclesiástico de la ciudad de Sucre y allí fue descubierta por el musicólogo norteamericano Robert Stevenson, quien con la ayuda del Maestro musicólogo Carlos Seoane Urioste consiguió escribir la partitura. Antes se utilizó el término de reestrenada porque la primera presentación de esta Misa fue en mayo de 1964 y la segunda en noviembre de 1965, ambas en Buenos Aires.
Parece que esta Misa se interpretaba también en otras Misiones incluyendo las de Chiquitos y ciudades del Virreinato del Perú. Zípoli se trasladó a América con dos objetivos bien definidos: ser Padre misionero y convivir con los indios guaraníes en los pueblos misioneros. Terminó sus estudios en Córdoba (Argentina) para ser ordenado Sacerdote en 1725. La falta de Obispo impidió su consagración ese año y muere en 1726, después de nueve años de estancia en el Río de la Plata sin conseguir ninguno de sus dos objetivos más importantes.
La música obviamente jugó un papel importante en la evangelización de Latinoamérica. En 1527 el franciscano Pedro de Gante fundó en México una escuela que daba especial importancia a la música. Poco antes de 1553 el jesuita Leonardo Nunes fundó una escuela musical en Sao Vicente, Brasil.
Cuando el P. Sepp llegó a Yapeyú por el Rio Uruguay, cuenta él en su diario que durante el viaje junto con sus compañeros tocaban varios instrumentos musicales, y sucedió que "los indios de aquella costa nos oían -dice- y, atraídos por la música acudían a la ribera y escuchaban complacidos aquellas armonías". Además de las escuelas de música, los jesuitas compañeros formaban coros de unos 40 cantores varones. Las mujeres no interpretaban. Para suplir la voz femenina se escogían los niños de mejores voces. Los pequeños de 12 o 14 años eran sopranos, los de 14 y 16 contraltos; los mayores, tenores y barítonos, como en la gran Europa Medieval. Los coros actuaban durante la Misa del domingo, en las fiestas principales, durante las visitas de obispos, gobernadores y superiores religiosos. Era a tal punto hermosa la liturgia, así cómo también cualquier fiesta organizada en las reducciones que "los indios -como escribe el P. Xarque- despreciaban sus indignos modos de danzar, de un tiempo". Cada gesto, cada detalle, estaba cuidadosamente atendido hasta en los mínimos detalles.
Los extraordinarios resultados obtenidos con la música, en las reducciones, fueron muy publicitados en Europa, llegando al propio Papa Benedicto XIV, quien escribió en su Encíclica de 1749: "Tanto se ha extendido el uso del canto armónico o figurado, que aun en las Misiones del Paraguay se ve establecido, porque teniendo aquellos fieles de América excelente índole y felices dotes para la música vocal, como por tañer instrumentos y aprendiendo fácilmente todo lo que pertenece al arte de la música. Tomaron ocasión de esto los misioneros, valiéndose de piadosos y devotos cánticos para reducirlos a la fe de Cristo, de suerte que actualmente casi no hay diferencia alguna entre las misas y las vísperas de nuestros países y las que allí cantan".
El Padre José Manuel Peramás nos ofrece uno de los primeros comentarios sobre las actividades musicales... "Los guaraníes cantaban diariamente durante la misa, acompañados del órgano y los demás instrumentos. Por la tarde después del rosario, se entonaba un breve motete en honor al Santísimo Sacramento y de María, la Madre de Dios, al cual respondía todo el pueblo".
También Manuel Nóbrega, fundador de la misión jesuítica del Brasil, con frecuencia fue citado diciendo que con "la música y la armonía de voces" él podría ganar a todos los "gentiles" para Cristo. Los primeros misioneros del Paraguay en la región del Guairá, Fields, Ortega y Saloni, ya conocían, por su experiencia en el Brasil, cuán útil era la música. Ellos informaron posteriormente que los guaraníes parecían estar más dotados musicalmente que otros indios.
LAS CIENCIAS
La fe, para los padres, involucraba todos los aspectos de la vida: desde la alimentación hasta el estudio de las matemáticas, de la oración a la economía, a la organización de las estancias, a la disciplina y el silencio dentro del templo, etc.
Con referencia a la importancia de las ciencias, es muy importante lo establecido en la XVº congregación provincial, celebrada en Córdoba, Argentina, en Octubre de 1762, en la que se trataron "los asuntos relacionados con el adelantamiento material y espiritual de la compañía en estas partes del continente. Fue en la quinta sesión que se determinó pedir al General de la Compañía la constitución de una cátedra de Matemáticas por las razones siguientes que entonces se adujeron:
1. Para aumentar el esplendor del Colegio y de la Universidad de Córdoba;
2. Porque esta clase de estudios siempre han sido recomendados por el Instituto de la Compañía, y aunque su introducción sería una novedad para esta Universidad, no lo es de suyo pues la hay en otras partes, aún en las Indias; sería una vergüenza que nuestros alumnos, profesores y estudiantes ignoraran en estas tierras lo que es ahora tan vulgar;
3. Si no se sabe Matemáticas es imposible llegar a saber bien la Física tan recomendada por las últimas congregaciones generales;
4. Porque esta asignatura tiene particular importancia en estas provincias de Indias y en ésta del Paraguay, ya que los Misioneros que no saben matemáticas están en peligro de perderse en estas regiones inconmensurables y de desconocidos ríos; lo cual es tanto así que algunas expediciones evangélicas se han frustrado por esta razón;
5. Porque las Artes Mecánicas, que forman parte de las Matemáticas, tienen gran atingencia con la fundación de pueblos de indios, como se deduce de la arquitectura, de la industria de las maderas y de la Hidrotecnia."
(P. Furlong)
Vale la pena mencionar que el primer profesor de Matemáticas en Córdoba, probablemente haya sido el P. Tomás Falkner, hijo de un médico inglés. Había estudiado Física con Isaac Newton, del cual fue el discípulo predilecto, y Anatomía con Ricardo Mead. A los veinticuatro años fue enviado por la Real Academia de las Ciencias en la región del Río de la Plata, para estudiar las propiedades medicinales de la flora. En Buenos Aires conoció a los científicos jesuitas, y después de un año, se convirtió a la Iglesia Católica, entrando en la Compañía de Jesús.
En la Reducción de San Cosme y Damián (Paraguay) hubo también otro científico muy conocido, el P. Buenaventura Suárez. Hizo órganos y espejos, dirigió pintores y escultores, y perfeccionó el arte de fundir campanas; también fabricó una chocolatera. Pero fue sobre todo un eximio astrónomo. En las Reducciones escribió y publicó después en Europa, el primer libro de Ciencias Matemáticas en esta parte del mundo. Más importante, quizás, el "lunario" en el cual indicó todos los fenómenos de la luna, estudió los movimientos de los satélites de Júpiter y otros datos astronómicos. Fue conocido en las Universidades de Europa.
El celebérrimo astrónomo Vargentin manifestó que las obras del P. Suárez las hallaba más perfecta que las procedentes de Londres, San Petesburgo y Pekín. Es interesante recordar que fue Celsius, otro insigne astrónomo, quien entregó a Vargentin las observaciones del P. Suárez. "Feliz astrónomo, escribe el P. Furlong, que mereció los elogios de Vargentin y de Celsius, del fundador del observatorio de Upsala, del colega de Maupertius y de Clairaut, del autor de los grandes trabajos sobre la intensidad de la luz y sobre los satélites de Júpiter, del iniciador feliz de la graduación centígrada de los termómetros"
"Con el P. Suárez trabajó el P. Alonso Frias, astrónomo. Años más tarde hallamos a Frías en el observatorio de Milán, donde ayudaba en las observaciones y en la formación de cálculos astronómicos. Sabemos que escribió sobre el cuadrante solar de Cádiz, sobre las ascensión recta de las estrellas Fijas, sobre la determinación del equinoccio del otoño de 1773, sobre la determinación del paralelo en que el sol se halla cotejado con la estrella en su ida y vuelta del solsticio de invierno, sobre el sistema telegráfica de Pache" (Padre Furlong).
También vale la pena nombrar al P. José Quiroga. Arribó en 1745, y con todo un cargamento de instrumentos apropiados a sus estudios. Es ciertamente novedoso en nuestra historia el que un hombre llegue al país trayendo consigo:
- Dos relojes de faltriquera para la mensura del tiempo.
- Dos telescopios, uno de ocho y el otro de diez y seis pies geométricos.
- Un estuche matemático.
- Una lámina de cobre para cuadrante.
- Dos globos y dos mapas con un libro de las estrellas australes, etc.
En los años 1745 y 1746, Quiroga, en compañía de los P. José Cardiel y Matías Strobel realizó la expedición a las costas de la Patagonia. Fue también quien estableció y regentó las primeras cátedras de Matemáticas en la ciudad de Buenos Aires y en la de Córdoba. Es evidente que las Reducciones manifiestan en la historia de la cultura un momento enormemente sorprendente, si no único, Por eso brota espontáneamente una pregunta ineludible: ¿Por qué cayeron las Reducciones?
LA SANTIDAD: VOCACIÓN DE TODOS
La PRIMERA condición para ser jesuita era el deseo de la santidad. Y el santo es un hombre, "...un hombre verdadero porque se adhiere a Dios, por ende, al ideal para el que ha sido, forjado su corazón y que constituye su destino..." (Luigi Giussani).
Esto significa "hacer la voluntad de Dios". Es decir, la característica principal radicaba en la unidad de conciencia que tenían los jesuitas, un único criterio con el cual afrontar toda la realidad. Contrario a esto sucede en la actualidad, pues el hombre se fragmenta en una infinidad de criterios según las circunstancias. El hombre se ha vuelto esclavo del mundo y de sí mismo, cayendo entonces en un determinismo en que la persona se ve reducida a un particular de la realidad: lo contingente, porque el hombre cuando corta el nexo con el Infinito se queda atrapado, determinado por la contingencia del mundo en el que vive y de sí mismo, toda la realidad queda sin contenido, se vuelve inconsistente, sin sentido, y el resultado es una mirada sobre la realidad que no es capaz de estupor, de maravillarse por lo que existe, por tanto es una mirada que no es capaz de conocer, que no genera nada, que destruye a la realidad y a sí mismo. Esta es la mirada que caracterizó a todos aquellos que se opusieron y que hoy día desaprueban toda la labor misionera de la Compañía de Jesús, una mirada mezquina, incapaz de reconocer la consistencia de su propia persona en Otro, que viven sin embargo determinados por aquello que sus propias manos pueden alcanzar.. pero a la larga esto no basta.
Don Luigi Giussani decía: "Sólo el estupor conoce". Sólo el reconocimiento de que todo lo que existe es pertenencia de Otro, que el cosmos posee un orden y dentro de ese orden los instantes se suceden no por una casualidad sino llevando dentro el designio de Otro sobre la vida de cada uno, o sea, que la realidad es providencial, y con el conocimiento de la realidad se la reconoce como signo del Misterio,"...Misterio y signo coinciden...", lo eterno en lo temporal, estableciendo en esta vida el paraíso, la gloria humana de Cristo, "... hágase Señor Tu voluntad en la tierra como en el cielo...".
Las manifestaciones artísticas, la organización política, económica y social de las Reducciones, en todos los detalles estaban determinadas, eran la expresión misma, el testimonio de la conciencia de la pertenencia al Misterio que ellos tenían.
Ese fue el santo, este fue el espectáculo de la santidad que vivieron los jesuitas. La conciencia de la pertenencia a Cristo generaba una unidad de conciencia que los volvía creativos, transfigurando la realidad en la que se encontraban, pues todo era juzgado a la luz de un solo criterio.
"Vivir el misterio de la comunión con Dios en Cristo enseña a ver todas las cosas referidas a un valor único, de suerte que todos los juicios y todas las decisiones arrancan de una medida única.... brota una visión de la vida de una simplicidad extrema: una sola Realidad como criterio y medida inviste con su luz todas las cosas y el yo se siente uno con todas las cosas y en todas las cosas, incluso frente a la muerte". (Luigi Giussani)
Esta santidad que es característica fundamental del jesuita misionero, es la misma santidad a la que está llamado a vivir el cristiano en cualquier tiempo y espacio que le toque vivir.
CUALIDADES DEL MISIONERO JESUITA
En el libro "GLORIA Y TRAGEDIA DE LAS MISIONES JESUITICAS", Silvio Palacios y Ena Zoffoli, citan algunas cualidades de los jesuitas, que son más bien la consecuencia de una personalidad que se ve incrementada y realizada en la pertenencia a una compañía guiada hacia el destino, con la conciencia del propio destino.
En relación con los requisitos que debía reunir un jesuita para ser enviado a las misiones de la Provincia del Paraguay, que se caracterizaron por la exigencia de excelentes condiciones físicas y mentales, no parece que existan testimonios escritos sobre enfermedades que representaran cuadros clínicos de estados físicos débiles, previos a su incorporación a las misiones. La mayoría de los misioneros alcanzaron edades avanzadas, a pesar de las pésimas condiciones ambientales y de trabajo. Un número considerable de misioneros jesuitas de la Provincia del Paraguay, en general, y de los pueblos guaraníes, en especial, habían superado los setenta años de edad en el momento de su fallecimiento.
De los que murieron más jóvenes, algunos fueron asesinados por indios no integrados en los pueblos, de hambre como el caso del Padre Martín Urtazun, y los que mataron los portugueses de Sao Paulo en sus ataques a las Misiones.
Entre aquellos misioneros había profesores, teólogos, filósofos, arquitectos, maestros de obras, botánicos, militares, astrónomos, pintores, escultores, musicólogos, maestros en artes y oficios, enfermeros y botánicos. La preparación y capacidad intelectual, espíritu de sacrificio, integridad moral, disciplina y el sentido práctico de organización, fueron los determinantes del éxito de los llamados Treinta Pueblos Misioneros Guaraníes, del Paraguay.
Precisamente por su alto grado de preparación, su ejemplar conducta, su sacrificado y eficaz trabajo, unido a los privilegios otorgados por la Corona a la Compañía de Jesús, los jesuitas no se vieron libres, desde el comienzo hasta el final de sus actividades en los pueblos misioneros, de la antipatía y enemistad de los colonos españoles que no podían disponer de mano de obra indígena gratuita y hasta de algunas autoridades eclesiásticas, la llamada "envidia clericalis", enemistades y envidias, llegaron a crear denuncias y serios problemas a nivel del Gobierno de Madrid.
ANÁLISIS CUANTITATIVO
Estos son intentos de cuantificación con el número de jesuitas de la Provincia del Paraguay, desde 1585 a 1768, las nacionalidades, los grupos de edad, los que trabajaron en los treinta pueblos misioneros guaraníes y los que en ellos murieron.
El Catálogo preparado por el Padre Hugo Storni S.J., de los jesuitas de la Provincia del Paraguay (Cuenca del Plata) 1585 - 1768, del Institutum Historicum S.I., de Roma, presenta una numeración por orden alfabético y otra cronológica de llegada a la Provincia y que comprende 1571 jesuitas, a los que el autor les concede mayores relaciones con la Provincia.
Entre los 1571 jesuitas que figuran con número, constan jesuitas portugueses y brasileños que estuvieron en la Colonia del Sacramento cuando pertenecía a la Corona de Portugal y a la Provincia jesuítica de Brasil. También se encuentran jesuitas de la Misión de Juli y Mojos que pertenecían a la Provincia del Perú.
Los jesuitas de la Provincia de Paraguay que presentan datos sobre nacionalidad, suman 2291, cuyos porcentajes de distribución son los siguientes:
España: 53,07%; Argentina: 13,70%; Italia: 7,20%; Chile: 4,14%; Paraguay: 3,97%; Alemania: 3,88%; Portugal: 2,44%; Francia: 2,05%; Bélgica: 1,57%; Checoslovaquia: 1,22%; Bolivia; 1,00%; Perú: 0,96%; Austria: 0,87%; Brasil: 0,78%; Polonia: 0,56%; Suiza: 0,52%.
GRUPO DE EDAD / PROVINCIA DEL PARAGUAY / 30 PUEBLOS GUARANÍES
(1628 jesuitas) (398 jesuitas)
20 - 30 años 14,19% 6,18%
40 - 59 años 27,82% 31,67%
60 -69 años 24,20% 27,15%
70 o más años 33,79% 35,00%
El alto porcentaje de jesuitas con más de 60 años es una constante en todas las fuentes consultadas. En los 1628 jesuitas están incluidos los 44 muertos en el mar y los 29 que murieron en Puerto de Santa María (Cádiz), lugar de desembarco, en 1769, por el mismo motivo de la expulsión de los jesuitas. También se incluyen los 26 mártires que tuvieron muerte violenta a manos de los indios, fuera de los pueblos misioneros guaraníes, de los que doce eran españoles.
Cuatro importantes factores deben considerarse en la valoración de la longevidad de un alto porcentaje de los jesuitas pertenecientes a la antigua Provincia del Paraguay; la expectativa de vida existente en Europa y en América durante los siglos XVII y XVIII, el duro trabajo misionero, las epidemias y las consecuencias de la expulsión de los jesuitas con el sufrimiento, la mala alimentación y las pésimas condiciones de los viajes y los traslados.
En tres áreas de lo que hoy es territorio argentino había 15 pueblos, en el brasileño 7 y en el paraguayo 8, lo que significa una muestra aceptable para este tipo de estudio.
En cada pueblo guaraní se disponía, generalmente, de dos jesuitas y de cinco a siete en Candelaria, sede del Padre Superior. A finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, cuando los pueblos se estabilizaron y alcanzaron el número de treinta, el total de los jesuitas en los mismos variaba entre sesenta y ochenta. En el año de 1740 había setenta y en él año de su expulsión, 1768, setenta y siete. De los setenta y siete que figuran en el momento de la expulsión solamente uno no pudo ser detenido, encarcelado y expulsado por su edad avanzada y su invalidez absoluta, era el Padre Segismundo Aperger, jesuita alemán que trabajó en los pueblos misioneros guaraníes durante cuarenta años como enfermero experimentado. La etapa inicial está marcada con el año 1609 como referencia y punto de partida. El año 1768 como etapa final: los que estaban en los treinta pueblos en el momento de la expulsión.
En el año 1609 se crea el primer pueblo con los indios guaraníes, y considerando también los años siguientes, se le ha denominado Etapa inicial. Al final de esta Etapa Inicial el número de pueblos era de 19, algunos todavía en condiciones precarias por los ataques y depredaciones de los portugueses de Sao Paulo. Los 24 jesuitas que figuran en este primer grupo (1609) podría dar la impresión de ser un número reducido pero debe aclararse que este período va solamente hasta el año 1640, y que en esta lista están los pioneros de las misiones, los misioneros más importantes en lo que debió ser el trabajo difícil de los contactos iníciales con sociedades guaraníes primitivas, en la evangelización sin el uso de la fuerza, el agrupamiento de indios y organización de los primeros pueblos misioneros. En este primer grupo de 24 jesuitas cabe mencionar y destacar algunos citados también por el historiador brasileño Aureliano Porto:
El P. Diego de Torres, fundador de la Provincia del Paraguay y que previamente había trabajado como Superior en la célebre Escuela y Doctrina de Juli (Perú), junto al lago Titicaca. Era español y como primer Provincial dictó las directrices iníciales para la organización de los pueblos misioneros guaraníes, escribió en 1603 un libro sobre "La Relación de los indios del Perú", donde figura los jesuitas que trabajaban con los guaraníes en las misiones volantes en tierras del Paraguay. Hablaba aymará, quechua y guaraní.
El P. Roque González de Santa Cruz, de origen paraguayo, hijo de una familia española, fue el primer mártir, de una serie de jesuitas asesinados por los indios. Junto a él murieron, en las mismas circunstancias, los jesuitas españoles Juan del Castillo y Alonso Rodríguez. Estos tres misioneros fueron beatificados en 1934 y canonizados en 1988 por la Iglesia Católica. El P. Roque González de Santacruz ya fue santificado.
El P. Diego de Boroa, español, escribió 30 Cartas Annuas sobre todos los aspectos de la vida inicial de los pueblos misioneros.
El P. Antonio Ruiz de Montoya, peruano, hijo de familia española, fue nombrado Superior de las Misiones en 1620. Escribió el libro titulado "La Conquista Espiritual", editado en Madrid en 1639. Escribió también "El Arte de la Lengua Guaraní" y un excelente "Vocabulario de la Lengua Guaraní", editados en 1640 y un "Catecismo" en guaraní, editado en Madrid en 1643. En su viaje a España consiguió la autorización Real para la compra y uso de armas y municiones para la instrucción militar de los indios guaraníes, a fin de contener los asaltos, destrucciones y secuestros de los portugueses de San Pablo, así como proteger las fronteras de España e impedir el avance portugués hacia el Río de la Plata.
El P. Pedro Romero, español, especialista en el idioma guaraní, fue Superior de las Misiones del Río Paraná y del Río Uruguay, sufrió en 1613 la experiencia del ataque y destrucción de los portugueses a su pueblo misionero de Jesús María y posteriormente murió flechado por los indios no integrados.
El P. Diego de Alfaro, hijo del Oidor Francisco de Alfaro, sustituye al Superior Regional P. Ruiz de Montoya y es asesinado por el jefe de una tropa portuguesa de San Pablo.
El P. Cristóbal de Mendoza, boliviano de Santa Cruz de la Sierra, hijo y nieto de conquistadores, estudió en el Colegio de Tucumán, murió asesinado por los indios enemigos después de haber soportado los violentos ataques de los portugueses de San Pablo y la destrucción de los pueblos misioneros del Guairá.
El P. José Cataldino, italiano, constructor de templos y especialista del idioma guaraní con otro padre también italiano funda el pueblo misionero de San Ignacio Miní (San Ignacio el menor), hoy en territorio argentino, cuyas imponentes ruinas son actualmente objeto de admiración.
El P. Marcial Lorenzana, español y fundador en 1609 del primero de los treinta pueblos misioneros; San Ignacio Guazú (San Ignacio el Mayor), hoy en territorio paraguayo.
¿POR QUÉ CAYERON LAS REDUCCIONES?
El 24 de Mayo de 1768, el gobernador de Buenos Aires, Francisco Bucareli, salió con un ejército de 1.500 soldados, con destino a Candelaria, capital de las "Reducciones". Llevaba consigo la orden de Carlos III, Rey de España, que expulsaba a todos los jesuitas de los territorios pertenecientes a la corona española. Iba con este ejército porque esperaba alguna resistencia por parte de los jesuitas y de los indios. En cada "Reducción", sin embargo, los padres rindieron sus llaves y sus personas sin ninguna resistencia; tampoco los indios resistieron, pues los padres, que ya sabían que venía Bucareli, les habían pedido a los indios que aceptaran las órdenes, injustas, pero legítimas.
El historiador Cunninghame Graham ha escrito: "Nada hubiera sido más fácil, dada la escasez de las tropas de Bucareli, que contravenir y resistir su pequeño ejército y establecer un estado independiente". Pero los jesuitas, hombres formados en la obediencia y determinados por la conciencia evangélica que "si el grano de trigo no muere no da fruto", aceptaron la orden, se embarcaron rumbo a Buenos Aires y de ahí a Europa, con el corazón destrozado. El deber de los padres solamente Dios pudo abrazarlo, como también la desesperación de los indios, documentada en la carta que enviaron desde la "Reducción" de San Luis a Bucareli:
"Señor Gobernador Dios te guarde, te decimos nosotros, el Cabildo y el cacique, con los indios, las mujeres y los niños, todo el pueblo de San Luis. Te decimos con plena confianza, ¡Ah Señor Gobernador!, nosotros somos verdaderamente tus hijos, te rogamos con lágrimas en los ojos, que permitas que permanezcan siempre con nosotros los Padres sacerdotes de la Compañía de Jesús, y que para lograr esto, lo representas y lo pidas a nuestro buen Rey, en nombre de Dios y por amor suyo. Esto te piden con sus semblantes bañados en lágrimas el pueblo entero: indios y mujeres, mozos y muchachas; y particularmente los pobres y en fin, todos. Los hijos de San Ignacio vinieron y cuidaron con solicitud de nuestros antepasados y los instruyeron, los Padres de la Compañía de Jesús saben soportar nuestro pobre natural, conllevándonos; y así vivimos una vida feliz para Dios y para el Rey y nos ofrecemos a pagar mayor tributo en yerba Ka'aminí, si así lo quieres. Ea, pues, buen Señor Gobernador oye nuestras pobres súplicas y haz que las veamos cumplidas. Además, tenemos que decirte que nosotros no somos en modo alguno esclavos, ni lo fueron nuestros antepasados; ni es de nuestro gusto el modo de vivir parecido a los españoles, que miran cada uno solamente por sí, sin ayudarse ni favorecerse unos a otros. Esto es sencillamente la verdad, te lo decimos Buen Señor Gobernador, haz esto que te suplicamos, y nuestro Señor te lo premiará auxiliándote. Él te guarde otra, y otra vez. Es cuanto tenemos que decirte. De San Luis, a 28 de febrero de 1768."
El historiador inglés, Sir Woodbine Parish, se interesa en las Reducciones pocos años después de la expulsión concluyendo su libro "Buenos Aires y las Provincias del Plata" con estas palabras: "Los indios amaban a los jesuitas, los miraban como a padres suyos y grandes fueron sus lamentos cuando se los quitaron". El lector se preguntará las razones de la expulsión de los padres de la Compañía de Jesús después de una labor de 150 años. El Profesor Richard Alan White, de la Universidad de California, juzga que la expulsión de los jesuitas puede entenderse "en el contexto del absolutismo de los gobiernos del siglo XVIII": quienes buscaban expulsar "divulgaron rumores falsos de minas de oro escondidas y de una conspiración jesuítica para crear un estado independiente suyo en las selvas de Sudamérica; eso fue solamente el pretexto de la expulsión" (The Americas, abril, 1945).
El historiador inglés, Sir Woodbine Parish, añade otro motivo de expulsión: "El notable buen éxito de los jesuitas lograron despertar las envidias y los celos, y dio lugar a mil cuentos absurdos acerca de sus miras políticas, que obtuvieron un crédito fácil en aquella crédula edad y aceleraron sin duda la caída; su verdadero crimen, si tal puede llamarse, consistía en el poder y fuerza moral que poseían". El poder absoluto no soportaba ninguna "rivalidad"; el estado debía ser todopoderoso y omnipotente. Era y es totalmente claro, no admitieron ni pluralismo ni diversidades. Como los primeros ministros de las cortes borbónicas en España, Francia y Portugal (Aranda, Choiseul y Pombal, con su aliado en Nápoles, Tanucci) creyeron que la Compañía de Jesús representaba un poder independiente, se pusieron de acuerdo en que fuera eliminada totalmente. La masonería, tempranamente había logrado su fin. Con la expulsión de los "padres buenos", el "Cristianismo feliz" de los indios acabaría.
¿Por qué -se preguntarán los lectores- después de 150 años de una experiencia tan auténtica y humana quedaron solamente "Ruinas"?
El gobernador Bucareli intentó llevar adelante las "Reducciones", pero los responsables, como escribe John Hemming "eran lobos y no pastores". La respuesta verdadera, la razón última que como hombres podemos afirmar, porque solamente Dios conoce el motivo de este inmenso dolor y de su finalidad, es muy sencilla: cualquier realidad humana que el Cristianismo ha engendrado y engendra, cuando voluntariamente o por imposición de un poder se aleja del carisma del Acontecimiento que le ha suscitado, siempre se transforma en ruinas, sea en el plano personal como en el social. En el caso de los jesuitas la violencia despótica de la masonería logra eliminar aquellos hombres que habían creado las "Misiones" conviviendo por años con los indios convertidos libremente a la fe; aquellos hombres que personificaban el carisma de la Compañía de Jesús, origen y garantía de aquella experiencia, y por ende se quedaron solamente, en apariencia, ruinas. Pero la semilla quedó bajo aquellas piedras, y en el tiempo comenzó lentamente a crecer, sigue y seguirá creciendo.
Las acusaciones hechas a la Compañía de Jesús de paternalismo, autoritarismo, de no haber logrado en muchos años formar personalidades capaces de responsabilidad, de haber favorecido el infantilismo de los Indios, son falsedades que solamente una visión ideológica llena de prejuicios pudo divulgar. El odio a la Iglesia es capaz de cualquier cosa, ayer como hoy. Cualquier ser humano, para crecer y madurar, necesita de una familia unida, de una continuidad educativa entre familia e institución, es decir, necesita de una presencia amorosa, que se llama autoridad en la tradición católica, de tiempo, de paciencia, principio que vale para cualquier forma de convivencia humana. La autoridad (en el sentido latino de la palabra = lo que ayuda a crecer) de los jesuitas tuvo siempre dos funciones; la función ideal, de recordar a los indios el camino, el rumbo de la vida; y la función de límite, de educar y corregir el camino de las posibles equivocaciones, mostrando cada vez más el espectáculo de la humanidad cumplida. Los padres tenían la misma función del cauce y barreras de un río: favorecer el camino al océano e impedir que desborde creando desastre. También toda la organización social, política y económica de las "Reducciones" es un documento claro del nivel de madurez, de responsabilidad, que caracterizaba la vida de los indios. Si pensáramos en los pocos jesuitas que vivían en cada reducción, aparece cómo la responsabilidad y madurez de los indios iba creciendo y fortaleciéndose.
Mientras, las acusaciones hechas a los jesuitas, pecadores pero libres, pueden y deben ser devueltas a aquel colonialismo laicista y masónico que moralmente ha eliminado, también utilizando el nombre de Cristo, los indios desde América del Norte hasta la Patagonia, y de los que los ingleses fueron los carniceros, siendo marginados en reservas como animales protegidos. No podemos olvidar al carnicero inglés Popper, que en la Patagonia cazaba los indios y regalaba un cordero como premio a quien le entregaba la cabellera de un nativo. En la Tierra del Fuego inútilmente lucharon Mons. Fagnano y sus salesianos para salvar a los indios, recreando un sistema de "Reducciones", porque la violencia inglesa fue tan grande como la nazi.
BIBLIOGRAFÍA
- "LAS CIUDADES PERDIDAS DEL PARAGUAY" - C. J. Mc Naspy, S. J. y J. M. Blanch, S. J.
- "GLORIA Y TRAGEDIA DE LAS MISIONES JESUITICAS" - Silvio Palacios y Ena Zoffoli.
- "UNA VISITA A LAS RUINAS JESUITICAS" - S. J. Clemente Mc. Naspy
- "CATÁLOGO DE LOS JESUITAS DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY" (Cuenca del Plata) 1585 -1768, del Institutum Historicum SI., de Roma, Padre Hugo Storni S.J.
- "APROXIMACIÓN A LAS MISIONES GUARANÍTICAS" - Ernesto J. A. Maeder
- "HISTORIA DE LAS REDUCCIONES JESUITICAS DEL PARAGUAY" - Jerónimo Irala Burgos.
- "HISTORIA DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY" - S. J. Nicolás del Techo
- "LAS MISIONES JESUITICAS" - S. J. Pablo Lozano