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Josefina (Abel de la Cruz) Plá (+)

  ARTE Y ARTESANÍAS EN LA COLONIA - Por JOSEFINA PLÁ


ARTE Y ARTESANÍAS EN LA COLONIA - Por JOSEFINA PLÁ
ARTE Y ARTESANÍAS EN LA COLONIA
 
EL BARROCO HISPANO GUARANI
 
 
 
PRIMERA PARTE - LA CIRCUNSTANCIA

 
I
 
 
MEDIO, ETNOS, ORIGENES
 
ARTE Y ARTESANÍAS EN LA COLONIA
 
 

CRISTO DE LA PACIENCIA,
IGLESIA DE QUYQUYÓ.
 
 
 
 
LOS POBLADORES

Testimonios referentes a los años de la Colonia permiten asegurar que tanto en la conquista de la tierra como en los iniciales establecimientos intervino el mejor elemento humano. Treinta y dos mayorazgos figuraron en los primeros contingentes llegados a estas regiones. (1)

Abundaron los apellidos vascos, hidalgos por fuero. A esta sangre vasca deberá la colonia, según algunos autores, no poco de su espíritu patriarcal, democrático e igualitario (2), aunque quizá en este hecho interviniesen en proporción importante otros factores socioculturales asimismo peculiares del área, entre ellos la gravitación poderosa del mestizaje.

Entre los primeros en llegar se contaron un hermano menor de Santa Teresa de Avila; y consanguíneos del "condotiero, pavor de mares" Andrea Doria.

Barco de Centenera lo dice en su poema tan ramplón cuanto históricamente precioso:

"...Mayorazgos e fijos de señores,

de Santiago y San Juan comendadores"...

Y aunque esta afirmación no haya que tomarla al pie de la letra, ya que no todos fueron fijodalgos y los comendadores de San Juan y Santiago no fueron, como es lógico, la regla, no cabe duda de que los que «no eran fijos de señores" eran fijos de sus obras, y buenas obras; gente de oficio y de trabajo; en gran porcentaje artesanos hábiles. Gentes de limpia sangre, aunque pobres.

Y la tierra a la cual llegaron no les dio con qué hacerse blasones, ni con qué dorar los suyos a los que ya los tenían. El Paraguay fue el gran fiasco de la Conquista.
Jamás esta comarca brindó a sus exploradores oro ni plata, río arriba buscaron repetidamente los españoles el camino de "El Dorado". Y cada expedición terminó en rotundo fracaso. Todo fue esperanzas fallidas (reacias a morir del todo, sin embargo; todavía en 1566 un deslumbramiento de piedras de colores estuvo a punto de hacer a unos cuantos encandilados levantar bandera de independencia en el Guairá; en 1770 retoñaba la quimera del oro en Acahay; en 1786 en Paraguarí; en 1884 en la Cordillera) (3). Los mercaderes que en alguna ocasión vendieron a estos expedicionarios calzas y jubones "a cuenta del oro que hallarían", hicieron negocio redondo (4).
Era evidente que no había querido Dios "favorecer a esta provincia con minas", como reza quejumbrosamente un documento de época. En tales condiciones, se comprende que no fuese tentación para el aventurero, ni sedujese a la nobleza, de vida regalada y exigente. Sin embargo los que a esta tierra llegaron no la abandonaron ya de grado; y en la mujer indígena procrearon nutrida descendencia. Estos hijos de español e india – los más numerosos, ya que la mujer española vino al país por mucho tiempo en escasa proporción – (5) se constituye de inmediato en núcleo y agente de la historia en este rincón americano. Imposible referirse a cualquiera de los aspectos sociales, políticos, culturales, del área, sin tener en cuenta este mestizaje, que según la mayoría de los autores locales, se encontraba completado al finalizar el XVIII. No ha faltado por otra parte recientemente quien niegue esa absorción total del indígena, sosteniendo la tesis de que la raza permanece en cierta medida intransformada, o mestizada sólo en parte. Razonamientos basados en datos históricos y estadísticos permitirían afirmar en general, que el mestizaje consumó su proceso a mediados del XIX, cuando se extinguen prácticamente los últimos indígenas puros de Misiones (guerra de 1865). No cabe duda de que ésta es, una afirmación que debe ser revisada a fondo. Desde luego, los estudios antropológicos metodizados están aún por hacer.
 
 
 
EL HABITAT
 
El secreto de esa fidelidad a la tierra, de la entrega a ella a pesar del desengaño inicial, hay que buscarlo en el eglógico atractivo de su hábitat, en el carácter mismo de los guaraníes, de convivencia en general fácil, aunque aguerridos, y de los cuales los españoles hicieron aliados y colaboradores en sus expediciones de conquista y fundación. Este hechizo de la tierra persiste y se prolonga hasta hoy, convirtiendo a muchos de sus eventuales visitantes en huéspedes permanentes, solidarizados más de una vez fervorosamente con su pasión histórica."Clima, fauna y flora, producción y caracteres de hombres y mujeres tenían en aquel edén un mordiente misterioso que ensalmaba los sentidos con algo dulce y acogedor: el remedo de la mañana del mundo"... (Juan Esteban Guastavino, citado por Natalicio González).
 

CRISTO JUEZ, MISIÓN DE JESÚS

 

PAPEL ESTRATEGICO DE LA COLONIA
Razones de orden geográfico – su situación próxima a las fuentes del Paraná y Paraguay, fronteriza del Brasil, por lo tanto de los derechos portugueses – hicieron del Paraguay a modo de un puesto de avanzada de la conquista en esta región. En realidad la razón primordial de las expediciones que remontaron el río estuvo en el alerta español frente al solapado avance portugués. El Paraguay fue el centinela de España frente a estos avances. Pero fue también su destino vivir mucho tiempo arma al brazo ante la constante amenaza del malón chaqueño. "Desde su fundación hasta ahora, esta colonia ha estado con las armas en la mano" dice en su Diario Francisco Aguirre, en 1794. "No hay un hombre de la provincia que esté libre de la esclavitud militar, y no hay ninguno que pueda contar con su trabajo ni dedicarse a lo que puede asegurar su subsistencia" asegura el informe del Gobernador Lázaro de Ribera al Virrey en 1798. Todavía en 1859, a cincuenta años casi de la independencia, eran causa de prevención y alarma los movimientos hostiles de los indios chaqueños frente a Asunción; y tan cerca como 1874, aún encontramos en los diarios de época noticias de secuestros de mujeres realizados por indígenas a escasos ocho kilómetros de Asunción (6).

Pero el papel de celoso vigilante ejercido con tanto sacrificio, no fue correspondido ecuánimemente por la Corona. Los historiadores paraguayos están contestes en afirmar que tan pronto como se comprobó que en el país no había porvenir minero, la metrópoli se desinteresó del Paraguay, y éste no tardó en ser la cenicienta del Virreinato.

Encerrada la colonia como se ha dicho entre el Chaco inhóspito, las hostiles posiciones portuguesas, el caudaloso Paraná (la costa atlántica era de momento inaccesible) sólo al sur, por el río Paraguay, se le ofrecía entonces salida al mar, y con ella, posibilidades de desarrollo económico. Por esta vía, pues, transitaron los nacientes anhelos coloniales. No que fuera del todo fácil el camino: las constantes luchas con los guaicurúes y especialmente los payaguás, dueños del río, llenan de peripecias la historia de la colonia.

Abandonada a sus propias fuerzas, tuvo que tratar de bastarse a sí misma también, y ello explica que apenas mediado el siglo hablen los visitantes de la multitud de oficios que se desenvolvían en Asunción: sastres, curtidores, zapateros, carpinteros, armeros, tejedores (7). No se trata de improvisados: habían desembarcado ya con esos oficios. Es de suponer que en los primeros años algunos de esos oficios se desenvolvieran en forma elemental, debido, en primer lugar, a la falta de clientela (joyeros, pintores); en segundo lugar al inevitable proceso de readaptación de materiales. Ese proceso permitió poner a prueba; por un lado, el genio improvisador del colono; por otro, la rápida asimilación técnica del indígena. Un ejemplo: en los astilleros de Asunción, ocho años apenas después de establecida la inicial Casa Fuerte, se botó al agua una carabela: y en su construcción ayudaron ya los indios.
 
 
 
LA CULTURA ABORIGEN

A la llegada de los españoles, las culturas indígenas no habían rebasado en conjunto la fase caracterizada por una agricultura seminómada, combinada con la caza. Pertenecían los guaraníes – como sus hermanos los tupíes, ocupantes de vasta extensión en el Brasil – a la corriente tercera entre los pobladores del Continente: corriente de procedencia indonesia, compuesta por braquioides [a] de cultura media, cuya expansión parece haberse originado en este mismo territorio, en dirección septentrional sobre todo, habiendo alcanzado al Sur el delta del Paraná y al Norte el curso inferior del Amazonas. Por el Oeste llegaron hasta las primeras estribaciones de los Andes (Chiriguanos), desplazando o guaranizando a la primitiva población también silvícola, cuya ficha étnica no ha sido aún lo suficientemente establecida, pero que podrían ser dolicoides de dos corrientes anteriores; los autores de las llamadas "rocas de pocitos" o "crisoles" (Canals Frau, Porto). Los restos de esas culturas preguaraníticas supervivientes (8) las constituirían hasta hoy, entre otros los matacos, macás y chamacocos.
Los guaraníes poseían conocimientos botánicos notables, y se ha dicho que el guaraní es el idioma que más nombres ha dado a la farmacopea, después del griego y el latín.

Los guaraníes no practicaban una arquitectura de materiales estables, con su resultado, los monumentos permanentes. Sus artesanías se limitaban al tejido con algodón y otras fibras vegetales (palmas, karaguatas, ortigas) al llamado arte plumario, en el cual parece descollaban; la cestería y una cerámica elemental en el decorado (ungulado) pero de hábil modelado, en grandes urnas funerarias e hidroceramos (cántaros de distintos tamaños y usos) y vasijas para la conservación de miel y para su elemental cocina.

Se han encontrado en el área sin embargo restos de una decorativa imbricada, que revela influencias aruacas o restos de esta cultura, desplazada. El trato con la madera y con la piedra se limitó a la obtención de armas (arcos, y flechas y hachas líticas, pulidas).
La plástica en madera y barro de los payaguás (canoeros mesolíticos) (9) así como la de los caduveos recogidas por Guido Boggiani (10) son productos de transculturación, posteriores en su mayor parte a la dispersión de los indios, de Doctrinas, es decir, hacia fines del XVIII.
 


ARQUITECTURA COLONIAL
De los habitantes de la tierra tomó el poblador modelo para las primeras casas en la región. El tapií, o morada indígena, era funcional en su estructura y plan, y racional en sus materiales. Paredes de tapial, techo de paja. Así fueron las primeras residencias y capillas. No tardaron en mejorar los edificios en planta y materiales, imponiéndose lógicamente el más avanzado sentido técnico del colono; pero aún así continuó siempre influenciado por los factores ecológicos. El conquistador introdujo las estructuras de maderas duras (lapacho, quebracho, urundey), que se pudieron ya trabajar extensivamente, gracias a las herramientas de metal. Hubo ahora pilares de madera trabajados, estructuras de par y nudillo, paredes de adobe, techumbres de paja o de troncos de cocotero cortados longitudinalmente y ensamblados a modo de tejas (contrariamente a lo que en el país se cree, los techos de paja con barro no son locales, sino de importación). Pero aun así la arquitectura permanecía señalada totalitariamente por la precariedad. Habría de pasar mucho tiempo todavía para que se generalizasen los materiales cocidos, la cal, y surgiesen los arcos: éstos insinuados en las atenuadas curvas de madera de las aberturas. Se ha dicho que acá los techos de vertiente precedieron a los de azotea porque los pobladores vascos precedieron a los andaluces; pero es seguro que el factor climático fue el determinante. (La azotea es más propia de climas secos). En todo caso las azoteas no aparecen en esta área sino al finalizar el XIX, con los materiales modernos impermeables.

La suntuaria, como consecuencia, no alcanzó, no pudo alcanzar, ni al comienzo ni mucho después, grandes relieves. No habrían condecido principescos alardes con el desarrollo elemental de la arquitectura. No lo permitieron tampoco la patriarcal austeridad del diario vivir, la dispersión y aislamiento de los núcleos urbanos, el escaso vuelo y movimiento de la vida social, aquí donde la mujer europea vino al principio en tan corto número, que pudo dársela por inexistente (11).
 


LAS PRIMERAS ARTESANÍAS

Sin embargo con esas pocas mujeres españolas que desde el comienzo o pocos años más tarde vinieron a compartir las vicisitudes de la adaptación – encabezadas por la enhiesta voluntad de Isabel de Guevara primero, de Doña Mencia la Adelantada luego – llegaron también a la tierra, si no las primeras manifestaciones del lujo – no tenían lugar para ellas las bravas cuanto abnegadas mujeres – por lo menos las naturales apetencias de comodidad, y mas tarde, en cuanto las circunstancias lo permitieran, de ornato doméstico. Donde esta la mujer está el hogar, y con el hogar el germen de todas las artesanías. Ya en 1541 llegan los primeros carpinteros y tallistas; ellos labraron los primeros muebles en las ricas maderas de la tierra: arcones, arquibancos, sillones, vargueños, modestamente ornados al principio con dentículos y detalles ojivales, de vago sabor feudal; muebles que con el tiempo enriquecerán su diseño, se harán menos pesados, se ornarán de relieves finamente compuestos, se completarán con el tapizado en damasco o en cuero, se adornarán con embutidos o taraceas de marfil o de nácar.

Los azares de la historia colonial no permitieron la rápida expansión de los afanes suntuarios, como más arriba se ha dicho: cuando en 1619 hubo que alhajar la casa de un nuevo gobernador, no se halló en toda Asunción un vecino que pudiera proporcionar la modesta mesa y las seis sillas necesarias para amueblar la sala...

En el recato de los modestos estrados de época aprendieron las hijas del conquistador – españolas o mestizas – los primores del encaje de Tenerife, que infuso de ritmos nativos derivó en el hermoso ñandutí, adornándose no sólo con el nombre indígena – que muestra cuán hondo caló en el espíritu de la tierra – sino también con variantes de eufónico nombre: Flor de arazá, ñandú, estrella, pajarito, pata de vaca, flor de maíz. Y hasta se aureoló de leyendas.

En lo que se refiere a la adopción del ñanduti, su aculturación y subsiguiente florecimiento colonial, es posible que hayan ejercido cierta influencia los talleres de Misiones, donde mujeres indias especialmente adiestradas confeccionaban y restauraban la ropa de altar y los ornamentos.
 


ALFARERÍA CERÁMICA

Las indias incorporadas al hogar colonial trabajaron las vasijas para los flamantes hogares, y la habilidad en la confección de las grandes urnas funerarias se traspasó sin esfuerzo a la de grandes orzas y tinajas necesarias para el servicio del europeo trasterrado. Se trasculturaron formas como las de los botijos y jarras (no hay prueba hasta ahora de que la forma botijo, corriente en la cultura del Tahuantisuyo, haya sido cultivada en la alfarería local prehispánica).

Un detalle curioso de la época colonial la constituye la ausencia total de una cerámica superior a la simple alfarería o de tiesto desnudo. En las Misiones parece haberse practicado una cerámica vidriada, aunque no la loza que algunos autores han supuesto, y que habría exigido una sabiduría técnica e instalaciones de las cuales no ha quedado rastro alguno documental. El grado más alto alcanzado por esta cerámica fue sin duda el del mencionado vidriado, obtenido a sal común o a plomo; posiblemente este último, según lo da a entender una fórmula transcripta ya en la época independiente, por Mariano A. Molas (12). Este barro vidriado adquiere siempre, en virtud del óxido de hierro que abunda en el barro, bellos tonos verdosos o rojizos, según el caso. Es de presumir se hubiese obtenido así la pila bautismal "vidriada de verde" que según noticia existió en la Misión de San Javier. Cerámicas tinas pudieron sin duda entrar en el país en esos tiempos: pero si entraron, tampoco ha quedado noticia o testimonio. En general, podría afirmarse que la introducción de la loza corriente en el país data de fines del XVIII, la de la loza fina o porcelana, de la época de Madame Lynch (mediados del XIX) y que en general también fue más fácil hasta 1850 hallar en el país una fuente de plata ricamente cincelada que una vajilla de Talavera o de Sevilla (13) y no digamos de Sevres, Limoges o del Retiro (14).
 


LA MAGDALENA,
IGLESIA DE LA MISIÓN DE SANTA ROSA
 
 
 
TEJIDOS CUEROS
La carestía de tejidos importados incitó a trabajar el algodón nativo, y el lienzo local adquirió finura de cendal: fue el llamado aopoí, que recibió el aliciente suplementario de los bordados españoles. El typoi o vestimenta femenina, cuyo origen no ha sido aún discernido (posiblemente fuese improvisación de los primeros misioneros) se modifica siguiendo la línea de la camisa de ciertos trajes regionales femeninos españoles; aquella que bajo el corpiño destaca sus bordados en cuello y mangas. (15).

El país, al comienzo sólo agrícola, pasó también a ser ganadero: con el ganado, se dispuso del cuero, y con éste vino la correspondiente artesanía, a la cual fueron tan afectos los andaluces, principalmente, por herencia árabe. Cueros en los aperos y arreos, cuero en los muebles (mamparas, sillones, escaños, cofres, taburetes, sillas de trabajados cordobanes, cuya industria se ha ido extinguiendo; del primor alcanzado en este trabajo dan idea los paneles de cuero que forman la mesa altar de la iglesia de Capiatá, única en su género).
 


JOYEROS Y ORFEBRES

Ya en 1541 hacen su llegada al Paraguay los primeros plateros, atraídos sin duda por la esperanza de las fabulosas minas. Podría suponerse que el trabajo no sería mucho. Sin embargo, el gremio no desapareció. ¿Cómo no haber joyas donde hay mujeres?... Si en el país no había oro ni plata, a él se los trajo. Fue ésta la única comarca americana donde esos metales preciosos fueron casi tan extranjeros como el hombre blanco. Pero se aclimataron rápidamente... De otras áreas coloniales más favorecidas por la fortuna – Perú, Potosí – llegaron los metales que se necesitaban para satisfacer las exigencias de la coquetería femenina, del ornato doméstico o del decoro del culto: alhajas, vasos sagrados, vajillas de plata, lámparas, candeleros, aguamaniles, jarras, mates, guarniciones en vestidos y aperos, mangos de fusta y de puñal. La crisólita, el topacio y el coral fueron las piedras en el horóscopo suntuario de esta región, como en otras lo fueron la esmeralda, la turquesa o la perla. La filigrana en oro caracteriza esta joyería. Se fabricaron sartas de oro y coral parientes de aquellas que a la mujer de Sancho regaló la Duquesa; rosarios de elaborados granos, cuyas réplicas trabajan aún hoy los joyeros portugueses y salmantinos: pendientes que parecen evadidos del ajuar de una novia castellana; sortijas "carretón" – por la similitud del regatón con el toldo de la antigua carreta criolla – en que aún hoy campea el motivo renacentista o mudéjar; el característico anillo "de ramales"; peinetas. En un tiempo apenas había mujer por humilde que fuera que no poseyese varias de estas prendas; pero la guerra del 65-70 primero, la del Chaco luego, las pusieron a dura contribución, y hoy son bastante escasas. Lo mismo sucede con la orfebrería colonial, ricamente trabajada, de la que es hoy muy difícil de hallar alguna pieza valiosa.
 


LA CULTURA A FINES DEL XVI

Esto en cuanto a las artesanías, terreno cotidiano y primario en que se manifiesta el espíritu de una cultura. Las bellas artes siguen mostrándose lerdas en aparecer, como se ha expresado, porque la sociedad que va surgiendo y consolidándose en el gobierno, en la administración y en las armas, es una sociedad pobre, aunque hidalga; de vida patriarcal y exigencias escasas, relativamente lenta en su crecimiento, ya que la inmigración es prácticamente nula y precarios los contactos culturales.

Mientras van afirmándose con su díscola personalidad los llamados mancebos de la tierra, o hijos de español e india, la colonia empeñada en bastarse a sí misma va sacando fuerzas de flaqueza durante la segunda mitad del siglo XVI; y trata de crearse una riqueza agrícola y ganadera en sustitución de la otra que le negó el azar. Iniciativa ante la necesidad, capacidad de improvisación, serán desde el comienzo sus rasgos distintivos. Ya se ha hablado de la primera carabela construida en estos astilleros. Por otra parte, y como en otras regiones de Hispanoamérica, el impacto de los hechos inéditos en la sensibilidad del recién llegado se hizo sentir, y se exteriorizó al principio en la medida compatible con las circunstancias. En estas orillas se escucha el primer romance del Río de la Plata (16). Asunción es la capital sudamericana donde se da la primera farsa (1544). La prosa histórica y descriptiva es cultivada en cierta medida aunque no en la cuantía que adquirió esta forma literaria en las Misiones, donde se da a partir de 1616 una copiosa producción (historia, crónica) que llena el resto del siglo XVII y sigue floreciendo durante el XVIII, inclusive después de la expulsión de los jesuitas (en la obra de los Padres desterrados). Vemos surgir en la colonia las crónicas de Cabeza de Vaca, de Ulrico Schmidel; los perdidos textos de Juan de Salazar, el poema épico de Barco de Centenera, y hasta la primera obra de autor criollo, La Argentina de Rui Díaz de Guzmán. Todas ellas durante los primeros setenta años de la fundación de Asunción.

Empuje pues no les falta a estos colonos, aún sin el acicate de las minas; y pese a su escaso número y estímulo por parte de allende los mares. Y tal vez bastara este hecho para dar un mentís a los historiadores que se empeñaron – y se empeñan aún de cuando en cuando – en ver en el oro el único aliciente de la acción colonial. Si el testimonio de las Leyes de Indias y de más de un ilustre varón de acción o pensamiento no bastara para probar el elevado espíritu que presidió al propósito colonizador español, la historia del Paraguay seria testimonio suficiente; aquí se dio la perseverancia sin el acicate de los metales y el aliento de la empresa sin los metales preciosos como señuelo.
 


POBLADORA ASUNCIÓN

En poco más de cincuenta años han conseguido un puñado de españoles trabajando y engendrando, hacer brotar villas y pueblos de la espesura tropical húmeda y olorosa; han conseguido hacer reconocer los productos de la tierra: yerba y cueros, madera y tejidos y en más de una ocasión, hasta alfarería (17). De su seno se han ido desprendiendo, como otros tantos enjambres, las expediciones que han ido a "poblar", a fundar ciudades. Una de esas ciudades será Buenos Aires, la ciudad nacida en 1536 bajo adverso signo, desmantelada en 1540, y cuyos cimientos echan por segunda vez colonos españoles y mestizos, salidos de esta ciudad en 1580 al mando de Juan de Garay.

La segunda Buenos Aires arraiga y crece fabulosamente. Pero la prosperidad de la hija cuesta a la madre, si no la vida, por lo menos la salud. En 1617, el Paraguay pierde el litoral Atlántico, que pasa a formar parte de la recién creada Gobernación de Buenos Aires. El comercio paraguayo que crecía poco a poco promisoriamente, a pesar de los obstáculos al tráfico fluvial, ve cercenadas ahora también sus esperanzas de desarrollo por el río, por un sistema adverso de tasas y gabelas a favor del puerto de Santa Fe. Buenos Aires y a través de ella la futura Argentina, contraen con el Paraguay lo que un historiador platense, Cárcano, ha llamado "deuda de sangre y miseria".
 


ESPERANZAS FRUSTRADAS
Y así es como la historia, que ha estado imantando con mucho esfuerzo el destino de ese río de América del Sur hacia sus fuentes, desvía su aguja, invierte su rumbo; las esperanzas de un porvenir que retribuya aspiraciones y sacrificios siquiera en modesta medida, sufren definitivo golpe. El pulso de la colonia retrasa aún más su ritmo. El siglo XVII ha sido calificado como "de mortal postración para el Paraguay". No podrán los colonos ya crearse con su trabajo, no digamos la riqueza, ni siquiera el bienestar, Mientras en otras ciudades coloniales se pavimentan de plata las calles al paso de virreyes y se llenan de palacios las rúas y de obras de arte los salones, en Asunción las casas son de adobe, cuando no de tapial: de paja los más de los techos. Todavía en 1749 dirá Fray Antonio José de Parras: "Sus edificios son pobres: algunas casas hay muy buenas" (18). Y en 1761 Latorre: "Las casas son de fábrica liviana, muchas o las más techadas de paja".

Con tales materiales, es lógico que las edificaciones duraran poco; y así no es de extrañar que Aguirre, unos años más tarde, dijera en su Diario: "las más de las casas son de los días de los corrientes". También alude Aguirre a la modestia, rayana en pobreza, de los interiores. Todo el lujo se acumulará, ya finalizando el XVIII, en las puertas, rejas, vigas y zapatas, esmeradamente labradas, y de las cuales hoy no resta ninguna, pero de las que algunos bellos ejemplares pueden verse en las ilustraciones del libro de Lafuente Machaín (19)
 


LAS ARTES EN EL XVII Y XVIII
Consecuentemente, tampoco hallarán aquí ocupación artistas como los que llenaron de obras los salones próceres de Quito, Potosí, Cuzco, Santiago, Lima. Poquísimo o nada tuvieron que hacer en Asunción los discípulos de Durero, Alonso Cano, Van Der Goes, Murillo, Zurbarán, Ribera. Apenas si los documentos de época mencionan algún nombre sin relieve, ni obra en la cual apoyar su nominal prestigio. Un ilustrador llamado Salazar, "hábil en la pintura sobre vidrio", estuvo en Asunción, durante la segunda mitad del XVI; y también un pintor de nombre Hernán Sánchez, que marchó luego a Santa Fe, donde llegó a ser alcalde. Pero en el siglo XVII, ni siquiera nombres hallamos. Los hijos de españoles, según todos los indicios y pareceres, no desarrollaron talento artístico apreciable; lo cual por otra parte explican las circunstancias históricas y socioeconómicas coloniales.

Sin embargo, el arte de inspiración laica o profana debió tener sus expresiones, aunque limitadas y en su mayor parte importadas. Por ejemplo, sabemos que en las fiestas que se celebraban en la colonia en solidaridad con la coronación de los nuevos Monarcas, era uso sacar en procesión solemne los retratos respectivos; éstos, por obvias razones, provenían de España. Tampoco pueden descartarse las obras provenientes de herencias, donaciones o traspasos patrimoniales – retratos de familia, principalmente – que fueron seguramente un caudal restringido pero interesante, y del cual poquísimo o nada resta. Uno de los pocos indicios que de la existencia de este patrimonio tenemos, nos lo dan los testamentos; de ellos al primero el de Salazar, donde al lado de sus "libros de romance", que han dado lugar a tanto devaneo sobre "el capitán poeta", tenemos la alusión a "cuadros": retratos familiares o cuadros de santos; los únicos que por aquel tiempo podían constituir el bagaje artístico de un ciudadano de la clase de los hidalgos pobres.

(En una exposición de pintura realizada en Asunción en marzo de 1965 se exhibieron algunos cuadros en general más interesantes histórica que artísticamente, entre los cuales cabe establecer una clasificación; los anteriores a 1879, ejecutados en el país, y los de evidente importación. El primer grupo lo forman obras realizadas entre 1782 y 1835, de pincel evidentemente aficionado, copias de obras preexistentes, o en algún caso de estampas. El segundo, el menos numeroso, lo forman obras evidentemente traídas del exterior; pero haría falta un minucioso estudio de los antecedentes – y sabemos, lo vidrioso de este terreno en lo que se refiere a la experiencia local – para discernir si esas obras pertenecen efectivamente a un patrimonio colonial, o si fueron, como muchas otras obras que hoy se encuentran en el país, importadas en fecha posterior a 1870. Muchas de las familias extranjeras – especialmente italianas – que se radicaron en el país con posterioridad a esa fecha, trajeron consigo cuadros y objetos. Más tarde a raíz de la primera guerra mundial primero y de la segunda guerra luego, con la diáspora judía, mucho fue el patrimonio que emigró a países europeos y americanos; y de ese patrimonio son muestra los cuadros de Duccio, de Caravaggio, de Alonso Cano y otros, que pueden hallarse en poder de familias patricias paraguayas, sin que en este trasiego haya tenido que ver la historia colonial).

En general puede afirmarse que el arte religioso acaparó el panorama artístico colonial. Aunque tampoco es gran cosa lo que de ese probable patrimonio ha quedado, por lo menos hay más documentos en que apoyar afirmaciones.

Las primeras obras de que tenemos noticia en los documentos de época son en efecto obras religiosas: imágenes o retablos importados. La primera imagen vino ya al país con la expedición de Don Pedro de Mendoza. De esa expedición formaba parte una carabela dicha La Concepción, llamada así porque llevaba a bordo la imagen de esa Virgen. La carabela naufragó justo al llegar al río Paraguay. La imagen fue llevada al barco en que navegaba Irala, quien la entregó al recinto fundado por Salazar. Fue entronizada en la precaria capilla del Fuerte, quedando así advocada la imagen al nombre de la fortaleza, Nuestra Señora de la Asunción. Más tarde, en 1541, al transformarse en ciudad esta defensa se amplió la capilla, bajo el carisma ahora de Nuestra Señora de la Encarnación, como templo parroquial (esta imagen fue la llamada conquistadora por Lafuente Machaín). En 1742 decidió el Cabildo cambiarla por otra Señora de la Asunción traída de Nápoles. La Conquistadora fue guardada en casa de la familia Zavala. En el siglo pasado se la consagró en casa de esta familia, pasando luego a poder del Mariscal. Terminada la guerra se la encontró erigida en la iglesia de Villa Hayes, donde se la rindió culto bajo la advocación de Nuestra Señora de las Victorias; hasta que un incendio destruyó el refugio. La cabeza de la Virgen, lo único que pudo salvarse del siniestro, pasó por varias manos hasta llegar a las del Dr. Manuel Domínguez, a cuya muerte, en el año 1935, desapareció (20).

Me he detenido tanto en las peripecias sufridas por esta imagen porque ésta es la primera llegada al país y porque su biografía ejemplifica, con sus alternativas y final destino, las de la infinita mayoría de las obras llegadas a estas playas.

Charlevoix nos da noticia del Altar Mayor y el tabernáculo de la iglesia de la Compañía en Asunción, "traídos de España y obra de los mejores artífices españoles" (21). El Anua de 1628 nos da noticia por otro lado de una hermosa imagen traída igualmente de España ese mismo año, también para el Colegio, y cuya entronización dio lugar a fiestas. Algunos testamentos del XVI dan cuenta de imágenes o retablos, propiedad de particulares. Es sabido que fue costumbre en América como en España, y el Paraguay no fue por cierto excepción, que las familias principales tuviesen en sus casas altares, o capillitas, todo lo ricos que podían permitirse, cuando no oratorios; las imágenes correspondientes eran importadas al principio de Europa – talleres de España e Italia – más tarde es posible que en algunos casos procediesen del Altiplano: excepcionalmente algunas de esas imágenes pudieron venir de los talleres misioneros. En 1868 sufrió Asunción – y también muchos pueblos paraguayos – saqueo extensivo, a raíz del cual emigraron a Buenos Aires y al Brasil hermosos muebles, imágenes y cuadros (22). De ese saqueo nunca se hizo inventario, como a su hora pudo y debió haberse hecho; ese inventario nos habría permitido seguramente tener noticia de más de una obra de arte añeja, y nos ayudaría hoy a reconstituir el perfil artístico e histórico de un período.
Quizá haya pertenecido a una familia capitalina de abolengo la imagen pintada de la Virgen, hoy en el Museo capitalino del Seminario; factura de fines del XVII o principios del XVIII, que ofrece la corona de estrellitas característica de las escuelas de Coello y Cano, y que es más que presumible haya sido importada, dadas sus características originales, perfectamente apreciables a pesar de los retoques.

También debieron pertenecer a un oratorio particular las dos imágenes

Pintadas de San José y la Virgen, hoy en la Fundación La Piedad. Estos Cuadros fueron atribuidos a un Francisco Sánchez, pintor de cámara de Su Majestad Felipe II, primero; a otro Sánchez bajo Felipe III, luego. Las flores que esos cuadros ostentan como fondo son de ascendencia altiplánica; pero como sucede a menudo con obras de esas épocas, es posible que ellas fuesen añadidas en fecha posterior.

Al iniciarse el siglo XVII, cuando en el Paraguay parecen desvanecerse definitivamente las esperanzas de un ambiente propicio al desarrollo local de las artes, aparecen en el escenario local los jesuitas.
 


NOTAS
1) MANUEL DOMÍNGUEZ. Alma de la Raza. Editorial Ayacucho, Buenos Aires 1946.
2) ENRIQUE DE GANDIA España en la Conquista de América. Editorial Claridad, Buenos Aires 1946.

3) Colecciones de diarios asuncenos de esas fechas, Biblioteca Nacional.

4) El más atrapado en la liga de estas ilusiones fue el genovés Pancaldo, recalado más bien por equivocación en estas playas en 1540 (Se dirigía al Perú; las circunstancias le hicieron cambiar ruta, y llegó a Asunción, donde hubo de vender cuanta mercancía y alhaja llevaba para tierras más ricas). Muchos anos después eran bastantes los colonos que seguían debiendo al mercader, inclusive el importe del viaje.

5) Véase el recuento de los colonos llegados a esta tierra en las primeras expediciones, en el libro de RICARDO LAFUENTE MACHAIN, Conquistadores españoles del Río de la Plata. Buenos Aires, 1936, donde constan linajes, profesiones u oficios y méritos de cada uno.

6) Colecciones de diarios de la época. Biblioteca Nacional Asunción.

7) Véase LAFUENTE MACHAIN, citado.

8) CANALS FRAU, Prehistoria de América. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1950.

9) JOSEFINA PLA, Los piratas del Río Paraguay. Revista Américas, Washington, enero 1963.

10) GUIDO BOGGIANI. I Caduvei.

11) Con los colonizadores, en las primeras carabelas llegaron a Asunción 4 mujeres, únicas sobrevivientes de las que vienen al Río de la Plata con Don Pedro de Mendoza. Otras parece llegan en armadas subsiguientes. En 1555, con Dona Mencia la Adelantada llegaron otras 40 "al punto desposadas".
12) MARIANO A. MOLAS, Historia de la Antigua Provincia del Paraguay. Prefacio y notas de Oscar Ferreiro. Ediciones Nizza, Buenos Aires, 1957.

13) FORGUES. Le Paraguay, Fragments d’ un Journal Parte II. En la revista Tour du Mónde. París, 1872.

14) Los primeros introductores ocasionales de loza fina pueden haber sido los extranjeros llegados acá en el último tercio del XVIII

15) JOSEFINA PLA. Trabajos leídos en la Primera Mesa Redonda sobre Artesanía en el Paraguay. Publicado por la Revista de Educación. Asunción, Nº. 16.

16) Romance Indiano llamó Ricardo Rojas a los versos de pie quebrado obra de LUIS DE MIRANDA Y VILLAFAÑA en que éste relata el hambre y sufrimiento de los habitantes de la primera Buenos Aires. Fueron escritos entre 1538 y 1560; su manuscrito se conserva en el Archivo General de Indias, formando parte de un expediente de este último año.

17) El comercio de cántaros y otros objetos de barro cocido (piezas de Itá) entre el Paraguay y las "Provincias de Abajo" adquirió mayor volumen en el siglo XVIII.

18) FRAY ANTONIO JOSE DE PARRAS. Diario y derrotero de sus viajes 1749 – 1753. Buenos Aires, 1943.

19) RICARDO LAFUENTE MACHAIN. La Asunción de antaño. Buenos Aires, 1942.

20) ERNESTO GIMENEZ CABALLERO. Revelación del Paraguay. Espasa Calpe, Madrid 1938.

21) CHARLEVOIX, citado por LAFUENTE MACHAIN.

22) HECTOR FRANCISCO DECOUD. Sobre los Escombros de La Guerra. (Una década de vida nacional. Asunción, 1925.
 


NOTAS DE LA EDICIÓN DIGITAL

a] braquioides: Parecido o falsos braquicéfalos: Indice cefálico, principal medida de la forma del cráneo humano. Se utiliza en antropometría para clasificar las dimensiones y proporciones características de cada raza actual o prehistórica. Se calcula como el porcentaje que representa la anchura del cráneo respecto a la longitud del mismo. Cuando se mide directamente sobre un cráneo se llama índice craneal. De acuerdo con esta medida se distinguen tres grupos básicos: dolicocéfalos (cráneos alargados), con anchuras menores del 75% de la longitud; mesocéfalos (cráneos redondeados), con índices de 75 a 80% y braquicéfalos (cráneos anchos), con índices mayores del 80 por ciento. Enciclopedia Encarta.
 
Fuente: EL BARROCO HISPANO GUARANI por JOSEFINA PLA. Editorial del Centenario S.R.L. Asunción, 1975. Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY
 
 
 
 

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