ROLANDO DUARTE MUSSI

ILUSIÓN DE LIBERTAD - Cuento de ROLANDO DUARTE MUSSI

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ILUSIÓN DE LIBERTAD - Cuento de ROLANDO DUARTE MUSSI

ILUSIÓN DE LIBERTAD

Cuento de ROLANDO DUARTE MUSSI

 

"Y Jehová va delante de ti; él estará contigo,

no te dejará ni te desamparará; no temas ni te intimides"

Deuteronomio 31:8

 

 

 

 

El fuerte viento despeinaba la oscura cabellera que caía sobre los hombros de Sahidit y miles de partículas de agua se estrellaban en desorden humedeciendo el joven rostro del hombre que por primera vez gozaba de la dicha de navegar, aunque el inmenso mar se presentase brusco y amenazador.

Buscó en sus bolsillos y por décima vez desde que inició su viaje sacó un rollo de papel finamente envainado en piel de cordero y leyó:

"Yo, Hakim Abdul Al Rahim, Sultán de El Magret, por la autoridad que me es conferida por descendencia, y en virtud a los méritos demostrados, declaro la libertad absoluta de Sahidit Maubet Salim, como de toda su descendencia" Solo Alá es grande.

Sahidit nació esclavo, el origen de su esclavitud se perdía en la oscuridad de los tiempos y de la dominación que su pueblo sufrió tras largas guerras.

Desde muy niño sirvió al Sultán, leal y honestamente, despertando el cariño de su dueño, quien lo distinguió de los otros esclavos y lo ubicó bajo su cuidado personal.

Y lo que para muchos fue tristeza, tragedia y muerte, para Sahidit fue alegría, libertad y vida. La guerra que se desató entre fieles e infieles permitió al joven esclavo acompañar a su amo en los enfrentamientos contra la cruz y allí él superó la más feroz de las pruebas, venció sus propios miedos, fue el más implacable de los capitanes de Al Rahim; y en Mahat Al Hissum, sin más ayuda que su cimitarra, se enfrentó triunfante a varios hombres que querían matar al Sultán.

Al Rahim le debía así la vida a ese hombre que nunca se separó de su lado para cumplir la misión que Alá le encomendara.

Encendió un cigarrillo toscamente doblado y al soltar el humo vio como el viento le daba caprichosas formas y lo arrastraba al mar, mientras se disipaba en miles de puntos que se confundían con las estrellas del cielo.

La travesía duró veinte días, donde solo tocaron un puerto, en el que renovaron sus provisiones y embriagaron sus corazones, aunque Sahidit no compartió la alegría de los navegantes, él permaneció en el barco, quería disfrutar esa sensación de poder disponer libremente la postergación de su libertad real, el entregarse a las pasiones mundanas que su cuerpo joven y fuerte deseaba.

Aún no sabía a que lugar ir, pero aceptaba los dictados del destino que lo llevaban de una ciudad a otra, realizando las más diversas actividades, alternando periodos de carestía con el de abundancia, derrochando hoy lo ganado ayer, para volver a empezar de nuevo.

Recorrió así innumerables ciudades, las costumbres y las tradiciones de los más diversos pueblos no le eran desconocidas, pero los años no pasaron en vano y la negra cabellera de Sahidit fue la primera en indicarle que la primavera de su vida estaba llegando a su final, sin que él pueda sosegar su corazón, que tenía eternas ansias de cambio, renovación, que lo impulsaba a ese viaje inacabable.

Naufragó innumerables veces, sufrió muchas enfermedades, fue asaltado otras tantas, participó en varias refriegas defendiendo banderas que no conocía, con el único fin de sentirse joven y ágil, de recordar los tiempos en que el era Sahidit el guerrero, el más fiero de los capitanes que cabalgó sobre las arenas del desierto.

Una noche, sentado a la hoguera, en medio de la más absoluta soledad, se encontraba mirando las estrellas, recordando su primera noche en el mar, cuando oyó una voz que se dirigía a él:

-"El fuego que calienta a un hombre, también puede calentar a su hermano”

Tomó su cuchillo y rápidamente se puso en pie, de la oscuridad avanzó un hombre, más negro que la soledad que lo rodeaba, apoyándose trabajosamente en un bastón, se aproximó a él, y a medida que el radio de luz de la hoguera lo envolvía, Sahidit reconoció a un anciano, jorobado y tembloroso.

El antiguo capitán guardó el cuchillo y saludó al viejo:

-Siéntese buen hombre, aquí tiene una hoguera para calentar la noche, un poco de agua y de pan, lamento no poder ofrecerle más.

El hombre viejo tomó lo que se le ofrecía y luego de beber y comer, dijo a Sahidit que se llamaba Luctín, que era un estudioso de la naturaleza, que mucho tiempo hacía que salió de su patria y que ya llevaba un año recorriendo el camino de regreso, luego de lo cual se quedó profundamente dormido.

Sahidit despertó al alba e inmediatamente buscó al hombre viejo, no lo encontró, pero sí dio con un pedazo de papel torpemente escrito:

"La libertad te fue concedida, pero simplemente cambiaste de amo, aún eres esclavo. Lo que desees fervientemente apenas termines de leer estas líneas te será concedido".

Himot inició sus actividades rutinarias, saludó a su mujer y se dirigió a sus establos, en todo el país no existía un hombre más rico que él, poseía grandes extensiones de tierra, los mejores animales de la comarca, sus depósitos rebosaban cada año con las cosechas y sus bodegas se encontraban repletas de los mejores vinos de la región. Además a sus ochenta y dos años aún tenía una fuerza y una salud envidiables.

Ensilló un caballo y pidió a Senét su primogénito, que lo acompañe, ambos se dirigieron a los límites de sus tierras, conversando sobre la posibilidad de ampliar sus cultivos y aumentar la cantidad de ganado.

Himot tenía tres hijos, que le ayudaban en el cuidado de sus tierras como en el comercio de lo que producían.

El anciano era muy querido por todos, hacía muchos años que se radicó en el lugar, trabajando incansablemente pudo reunir una pequeña cantidad de dinero, comprar una porción de terreno y empezar a cultivarla.

Un poco después Tiena entró en su vida, la conoció casualmente cuando fue a comprar unos animales, al tiempo se casaron y dos años después nació Senét, la diferencia de edades nunca fue un problema entre ambos.

Esos primeros años fueron duros para Himot, las sequías o inundaciones destruían gran parte de sus cultivos, pero su fuerza tenaz y la entrega al trabajo reconstruían una y otra vez su riqueza.

Con los años se inició el periodo de bonanza, su economía fue floreciendo y con ella su familia, que fue ampliada con la llegada de Agacid y Loed.

Al medio día se sentó a la mesa junto a su familia y luego de comer, el anciano se retiró a su cuarto.

A la tarde Himot no se sintió bien, guardó cama, sus hijos pidieron traer al médico. Cuando este acudió ya era demasiado tarde, esa noche en medio de la más apacible tranquilidad y rodeado de sus seres queridos el viejo murió.

Algunos días pasaron desde la muerte de Himot cuando su mujer y sus hijos procedieron aguardar sus ropas y las cosas que había poseído en vida. En medio de los más diversos objetos encontraron un pequeño cofre que nunca habían visto, era oscuro, finamente lustrado y cerrado con un diminuto pasador de metal.

Lo colocaron sobre la mesa y cuidadosamente lo abrieron, adentro no había nada, bueno, casi nada, ya que estaba un pequeño trozo de papel con algunos torpes trazos que decían: "La libertad te fue concedida..."

El resto ya no podía leerse.

También había un rollo de papel finamente envainado en piel de cordero.

 

 

ENLACE INTERNO AL DOCUMENTO FUENTE

 

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CUENTOS DICTADOS. Cuentos de ROLANDO DUARTE MUSSI

Editorial SERVILIBRO

Asunción - Paraguay. Abril, 2006 (126 páginas)

 



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