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JUAN GUALBERTO GRANADA

  INTERPRETACIÓN DE LA DOCTRINA DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO FEBRERISTA - Por Dr. JUAN G. GRANADA


INTERPRETACIÓN DE LA DOCTRINA DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO FEBRERISTA - Por Dr. JUAN G. GRANADA

ESCLARECIMIENTO IDEOLÓGICO

EL ESTADO DE DERECHO  y EL ESTADO TOTALITARIO

INTERPRETACIÓN DE LA DOCTRINA

DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO FEBRERISTA

 

Por Dr. JUAN G. GRANADA

 

Imprenta ZAMPHIRÓPOLOS

Asunción – Paraguay

1981 (57 páginas)

 

 

PRÓLOGO

 

         Hace mucho tiempo que el Partido Revolucionario Febrerista necesita materiales de información y de formación política, para orientación de los que desean incorporarse en sus filas o para los qué ya militan en ellas.

         La mayoría ciudadana tiene ideas muy vagas sobre la ideología de los partidos y se maneja con esquemas muy simples, por tanto, su accionar político carece de coherencia con los principios teóricos o doctrinarios que dice sostener o son de su preferencia.

         En el Partido Febrerista, la interpretación de la ideología ha dado lugar a frecuentes confusiones, y además, los adversarios se han encargado de darnos caracterizaciones diversas. Así han declarado qué somos hijos de la derecha y por tanto nazi-fascistas, mientras otras sostienen que tenemos vocación hacia la extrema izquierda, desfigurándose de este modo la imagen del partido.

         Al publicar este opúsculo deseamos llenar un vacío, pero la pretensión se reduce a poner al alcance de los que no tienen mucha formación ideológica, los primeros principios que conforman la doctrina febrerista con relación al Estado.

         Sin lugar a dudas, para muchos servirá este trabajo de introducción a la política y para otros será motivo de discusión sobre el tema del Estado, según la concepción de nuestro ideario.

         Por un partido político transitan ciudadanos de muchas extracciones; unos movidos por convicciones serias, otros por frustraciones y desengaños; están las que acompañan a las corrientes y adoptan estilos políticos que están de moda. Muchas personas se ubican en los partidos por resentimiento y apuntan contra la sociedad que ha herido sus sentimientos para exigir desagravios o reparación de los daños causados a sus intereses. Vemos entonces que son variados los motivos de la militancia política, pero, cualquiera haya sido el móvil o el interés, el hecho de la incorporación a un partido, constituye la iniciación de una etapa en la vida ciudadana. Y si esa incorporación fuera en las filas del febrerismo, partido de oposición y llanura, significará la renuncia a muchos placeres fáciles de la vida. El oficialismo ofrece comodidad y enriquecimiento rápido, pero a cambio exige el rebajamiento moral con la renuncia al desarrollo de la personalidad y la autonomía de la voluntad. Por eso los jóvenes, que son siempre idealistas, no se alistan a los cuadros del Partido Colorado y prefieren las modestas posiciones del febrerismo, donde encuentran la dosis de altruismo que alimenta sus juveniles inquietudes y la cuota de dignidad que tanto distinguen a los hombres libres.

         En el febrerismo existe la posibilidad de ser intérprete del pueblo mediante la adopción de su bandera de lucha. Las grandes transformaciones económicas, sociales y políticas que propugna surgieron al término de la guerra del Chaco, como aspiración de los que tomaron las armas para defender la integridad territorial y que en masa decidieron, cambiar las viejas estructuras, para incorporar la vida nacional a un sistema donde cupieran la justicia social, desarrollo económico y social. Estas proposiciones políticas fueron sostenidas por lucidas generaciones de universitarios, profesores, artistas, estudiantes, obreros y campesinos que se habían unido en el común anhelo de hallar soluciones para el pueblo paraguayo. Y, el repertorio de cambios, sigue teniendo vigencia hasta nuestros días, porque la ignorancia y el atraso predominan todavía en el ámbito nacional y constituyen el desafío histórico de seguir permaneciendo en el esquema de la sociedad tradicional sacralizada o avanzar hacia la modernidad, promoviendo el desarrollo económico y social, con la movilización de todos los recursos del país.

 

         UNA OJEADA A LA HISTORIA

 

         La revolución de Febrero de 1936 llevó al gobierno al Cnel. Rafael Franco, héroe de la guerra del Chaco, y aquel gabinete echó las bases de las grandes transformaciones que requerían las estructuras económicas y sociales del país. Los grandes emprendimientos fueron interrumpidos por el alzamiento militar del 13 de agosto de 1937, capitaneado por el Cnel. Paredes, que traicionó el mandato de sus compañeros de armas. La nación se encaminó hacia la firma de un tratado de paz con Bolivia renunciando a un extenso territorio que había sido tenazmente defendido por la diplomacia de la revolución. Para consumar la traición se invitó al Gral. Estigarribia, ex Cmte. en Jefe del Ejército, a suscribir el tratado, envolviéndolo en un acto repudiado por todo el pueblo. Y ante la falta de patriotismo de quienes llegaron después de Franco a la Presidencia de la República, la figura del Jefe de la Revolución cobró mayor dimensión política, porque quienes le habían criticado y negado condiciones para gobernar, fueron desbordados por los acontecimientos y sepultado por la montaña de errores. Franco salió airoso de la prueba y seguía siendo la esperanza del pueblo, y su partido, el de la Revolución de 1936, trazaba rumbos a la nación, mientras sus detractores y enemigos se arremolinaban unos sobre otros embadurnados en el pecado de traicionar al pueblo, de claudicar en la defensa de su patrimonio y de escamotear la voluntad popular. El Ejército mientras tanto seguía inquieto y en sus filas se producían constantes pronunciamientos de indisciplina porque faltaba el Jefe, el que podía mantener el orden y la tranquilidad. Arrojado Franco al exilio fue fácil someter al Ejército y la nación a los términos de un tratado de paz que no contemplaba en lo más mínimo las aspiraciones del pueblo, ni las exigencias de los ex combatientes, que pedían no retroceder de la línea de hitos a donde llegaron vivando a la patria.

         Para aliviar la tensión del Ejército, se nombro al Gral. Estigarribia como Presidente de la República con apoyo del Partido Liberal y su gobierno dura poco tiempo porque fallece en un accidente de aviación, el 7 de setiembre de 1940, despues de haber impuesto una Constitución por Decreto, cuyas normas daban al P.E. una gran supremacía sobre los demás poderes del Estado.

         Y por uno de esos caprichos del azar, para desgracia de este pueblo, es nombrado el Gral. Higinio Morínigo como sucesor de Estigarribia, en la creencia que por sus escasas luces podría ser fácilmente manejado por otros militares de mayor gravitación en el Ejército. Morínigo era un militar campechano y chocarrero que había ganado los galones haciendo chistes y su designación se produjo justamente por sus escasos vínculos sociales o políticos en el país. Más parecía hecho para el cuartel que para el Palacio de Gobierno y sin embargo, reveló una personalidad que permanecía oculta bajo la máscara de campesino uniformado. Al asumir la Primera Magistratura interinamente, comenzó a manejar los hilos de una trama de intrigas, delaciones y espionajes que produjeron la desintegración del Ejército y el desplazamiento de los mandos superiores de aquellos oficiales y jefes que simpatizaron con el Gral. Estigarribia o con el Cnel. Franco, quedando a reinar como único caudillo mediante el desbande de los hombres de armas. El ímpetu renovador del gobierno de la Revolución de Febrero de 1936, se mantuvo escondido en el alma de los ex combatientes y de los estudiantes, aguardando mejores días para su reflorecimiento.

         Durante el gobierno de Morínigo, el febrerismo no tuvo jefatura real en el país, y sus dirigentes se hallaban dispersos en el destierro o en las cárceles, mientras la mediocracia que rodeaba a Morínigo se regodeaba en el poder. Los demás partidos tradicionales, Colorado y Liberal, tampoco tenían funcionamiento libre, quedando el Ejército como único gran elector y depositario de la soberanía nacional. Por insalvables dificultades para organizar las fuerzas dispersas de la Revolución de 1936, los ex combatientes que formaban la mayoría ciudadana, poco a poco fueron nuevamente absorbidos por las tradicionales fuerzas que se definían por los colores y no por las ideas, volviendo así a las querencias del liberalismo o del coloradismo, los que no participaban del gobierno. Los estudiantes, en su mayoría, seguían leales y fieles a las orientaciones del Cnel. Franco, que llegaban en mensajes radiales desde Montevideo o de manifiestos distribuidos en el país en forma clandestina.

         Morínigo se rodeó de parientes y amigos para hacer gobierno y llevó a las más altas jerarquías a sus incondicionales. Utilizó los servicios de los militares que creían servir a la institución mientras apoyaban al dictador y traicionó a sus sostenedores en un interminable juego de dos puntas, entre las inquietantes manifestaciones del Ejército. Después de haber agotado la reserva de buena fe de todos los sectores, se decidió por el Partido Colorado para compartir el poder y pretender seguir predominando. En pos de su objetivo, introdujo en los cuadros del Ejército a oficiales y jefes de evidente simpatía por el coloradismo y contra esa sectorización se produjo el alzamiento de marzo de 1947, en Concepción. Revolución llamada de Concepción contó con el apoyo de los partidos Liberal y Febrerista. Las fuerzas del gobierno tuvo el apoyo del partido Colorado. La bandera de lucha de Concepción fue la democratización del país y la del gobierno, la defensa de la dictadura. Después de varios meses de guerra y de diversas alternativas, mediante la ayuda del gobierno de Perón de la Argentina, las fuerzas del gobierno de Morínigo triunfaron sobre las de Concepción y desde entonces el Partido Colorado desata sobre la nación toda su barbarie, comete los excesos más brutales y saquea la nación en un interminable asalto de angurria, que no llega a su fin, a los 30 años del triunfo de las bandas armadas.

         Morínigo fue destituido por el Partido Colorado inmediatamente después de la victoria y ahí comienza una sucesión de presidentes, que a tironazos alcanzan la Primera Magistratura de la República, para ser depuestos por sus amigos de ayer. En medio de la anarquía, se ocupa la ciudad con la llamada Guardia Urbana, que era fuerza de civiles armados que se apostaban en las esquinas a mostrar hasta dónde la barbarie, colorada estaba dispuesta a atemorizara la población para gobernar. Así fue que el Gral. Stroessner, Comandante en Jefe del Ejército, el 4 de Mayo de 1954 resolvió destituir al

Presidente Federico Chávez y desde esa fecha reúne en sus manos todo el poder del Estado y del Ejército. Unos meses después de su golpe de Estado, el Gral. Stroessner se hace designar Presidente de la República, en unas elecciones sin oposición, con el apoyo del Partido Colorado y desde entonces gobierna el país, sin más limitaciones que su voluntad. Para él no existe Constitución, leyes, instituciones, jerarquías, Iglesias, ni relaciones internacionales, todo lo lleva por delante. Al Partido Colorado lo sometió a su voluntad.

         La dictadura exige lealtad incondicional, a cambio concede aduanas, zonas libres, instituciones y franjas de territorio dónde pueden actuar sus servidores con absoluta libertad para hacerse de fortuna, sea por contrabando o por negociados. Existen zonas de juegos, tráfico de drogas, protección al comercio mediante padrinos influyentes, e intermediación en todos los actos y contratos del Estado, y en todos estos enjuagues, los amigos personales del Presidente gozan de franquicias. La corrupción se ha generalizado y existe una casi deleitosa forma de admitir la degradación moral, porque muchos compiten en obsecuencia ante el Primer Magistrado ofreciendo muestras de servilismo.

         El sistema se caracteriza por estimular el atropello, recomendar el pillaje, autorizar el contrabando, tolerar el tráfico de estupefacientes, premiar el atraco y subalternizar la justicia y por permitir el funcionamiento de esta escuela, el Presidente se hace adorar como un Dios por sus agradecidos subalternos, mientras el país se revuelca en miserias y calamidades morales. Los dirigentes del coloradismo se dan por satisfechos cuando actúan como recolectores de podredumbres y las masas se embriagan con la sensación de poder, al permitírseles arbitrariedades y tolerar sus abusos, a los que son tan proclives.

         Mientras el sistema funciona en la forma descrita, los partidos de oposición sufren toda clase de limitaciones impuestas a sus actividades. Solo el partido de gobierno puede realizar reuniones públicas, manifestaciones o desfiles, mientras que los partidos de oposición quedan sometidos a         los permisos previos de las autoridades policiales.

         Natural es entonces que los partidos de oposición sufrieran las consecuencias de la falta de libertad y así fue que, en busca de nuevos métodos de lucha, se ensayaron modalidades de participación en los poderes del Estado con resultados muy negativos para la democracia, porque al final se produjeron grandes divisiones y distanciamientos entre dirigentes, por ambiciones o simples apetencias. El febrerismo se salvó de la debacle por haber retirado del Congreso su representación, antes de que se produjeran manifestaciones de angurria.

 

         CUESTIÓN GENERACIONAL

 

         Sin embargo, de estar libre de la descomposición que soporta el Partido Liberal en sus distintas ramas, en el febrerismo se produce un distanciamiento pronunciado entre los miembros de las generaciones más jóvenes y los pertenecientes a las promociones más maduras, que reviste una cuestión no solamente generacional, sino también ideológica. Conviene considerar con toda tranquilidad este hecho que es normal en toda agrupación política evolucionado.

         Por no saber cómo enfocar la lucha contra una dictadura, muy prolongada y rigurosa, las fuerzas del partido fueron segmentándose en dos grandes grupos: los jóvenes y los viejos, como si no fueran miembros de la misma agrupación y como si pudiera existir partido de jóvenes exclusivamente o de viejos únicamente. Esta segmentación encubre otra cuestión, a más de la generacional, y es que, a través de las dos partes, se busca presentar una separación entre conservadores y revolucionarios, atribuyéndose los más jóvenes todo el mérito de ser partidarios del cambio, endilgando gratuitamente a los más maduros el carácter de refractarios. Creemos qué a este error de planteamiento, debe darse respuesta positiva, entablando un diálogo amistoso entre los miembros jóvenes y los más curtidos, para renovar el compromiso de todos los tiempos de mantener la armonía y la integración de las dos generaciones. Nunca se ha visto que haya partidos, clubs o grupos humanos de cualquier naturaleza, que se constituyan únicamente para ciertas edades, salvo que sean pandillas. No es la edad lo que reúne a un club o un partido, sino los objetivos perseguidos o la enunciación de principios, como es el caso de los grupos políticos. Claro que para fundar una pandilla no se requiere sino el concurso de varios jóvenes atropellados; pero, para fundar y mantener un partido se exigen condiciones más serias que para los equipos juveniles.

         Hay una cuestión muy simple que debemos tener en cuenta, y que en los últimos tiempos han puesto de moda los jóvenes como expresión dinámica de la sociedad, y así los músicos, los cantores, los salones de bailes, las competencias automovilísticas, las deportivas, etc., han estado exclusivamente protagonizados por jóvenes. Los que cumplen 30 años están fuera de la medida social, y los que alcanzarán los 50 son mirados como si fueran extraños ejemplares de la paleontología humana. Pero este hecho no puede dar lugar a dos formas de enfocar la acción social. Los jóvenes deben dar las muestras de su capacidad de acción y poner todo el entusiasmo en la labor de captación de nuevos elementos para el partido, y los más experimentados deben orientar esas nuevas promociones con la experiencia recogida y asegurar el éxito a los jóvenes. La juventud no puede pretender una autonomía total sino funcional, porque dentro del partido las grandes decisiones y las orientaciones políticas, así como los programas, deben estar a cargo del C.E.N. Si no funcionara de este modo correríamos el riesgo de tener una colisión entre el C.E.N. y la juventud febrerista. A pesar de estas claras orientaciones existen tendencias a crear, dentro de la Juvenil, posiciones qué pueden comprometer al partido con declaraciones o resoluciones que podrían no coincidir exactamente con las orientaciones del C.E.N. y todas estas dificultades no sirven sino para preparar el camino de la segregación y lo que no era sino una simple cuestión de administración de un organismo incorporado, pasa a convertirse en cisma o bien en cuestionamiento ideológico.

         Existen algunos trasnochados que sistemáticamente; y durante toda la existencia, hablan de nuevos planteamientos ideológicos, que al no tener respuesta, del modo que ellos esperan, se despeñan contra los demás, tratando a quienes no dan cabida a sus desvaríos como conservadores y a los que aprueban sus requerimientos, como revolucionarios auténticos, creando una artificial zona de temor hacia quienes pudieran tener alguna moderación. Para estos nuevos portadores de supuestas nuevas postulaciones qué formular como enriquecimiento de la doctrina, en buena hora esperamos sus revelaciones para estudiarlas, para darlas amplia difusión, y si en las bases partidarias existe aceptación de los nuevos principios, sin ninguna clase de titubeos hay que admitirlas y convertirlas en declaraciones de nuestra doctrina partidaria. Esa nueva postulación, lógicamente, no debiera estar reñida con las demás disposiciones y declaraciones ya aprobadas, pues si así ocurriera, estaríamos contrariando nuestros principios rectores de la acción política. Tienen que ser los nuevos principios una proyección más amplia de las metas ya trazadas por los hombres de la constituyente partidaria, deben ser hitos nuevos, quizás más remotos que las concebidos por nuestros convencionales anteriores, y si los nuevos enunciados son apoyados por la mayoría ciudadana, serán adoptados sin dificultad alguna como parte de la doctrina política que define y caracteriza al febrerismo. Es probable que esos nuevos principios sean útiles para la captación de grandes masas de campesinos y de obreros o para la movilización de los intelectuales y entonces, en buena hora, los hemos de adoptar. Pero si fueran únicamente ideas difusas, de algunos dirigentes que no se encuentran muy cómodos dentro de las declaraciones de principios del febrerismo, por mantener escondidos otros anhelos,    por perseguir otras metas y por definir a la Revolución como a la implantación de un nuevo orden, que no se ajusta al régimen democrático, ni respeta el Estado de Derecho, pues en ése caso estaríamos en presencia de verdaderos enemigos del febrerismo y que solamente por complacencia política se les permite una militancia dentro de nuestras filas. Son los que sueñan con revoluciones extremistas y con cataclismos sociales, para justificar las profecías de Carlos Marx. Estos tienen otros partidos donde pueden desarrollar sus ideas. No daremos concesiones para convertir al Partido Febrerista en campo de entrenamiento de luchas para imponer rumbos a la acción política que se aparten de la democracia y supriman los juegos de alternancia en el gobierno, consolándonos con la Dictadura del Proletariado, después de la dictadura personal de un militar.

         Para discutir con amplitud de espíritu todos estos problemas, quizás sea útil este trabajó, porque con gran sencillez, y sobre todo con gran sinceridad, quedan planteados los problemas que aquejan al partido.

         El proceso de transformación social exige una seria postura de los hombres de gobierno y sobre todo mucha cautela para no caer en contradicciones que pueden crear resistencias en los medios afectados. No será necesario que todos los militantes de un partido sean activos portaestandartes de encendidas consignas, pues basta con que admitan las nuevas modalidades de vida que se operan con los cambios sociales, económicos y políticos. Además de admitir esos hechos nuevos, no deben oponerse a otros cambios que han de sobrevenir a los primeros. La tarea revolucionaria, significa corregir hábitos consuetudinarios que mantienen inalterables las relaciones sociales; modificar la acción política haciendo participar a las masas del destino nacional; eliminar los padrinazgos que mantienen una sociedad sin cabida al talento y en fin, cambio social y político significará nuevas costumbres, difusión de cultura, educación nuevas actitudes frente a los problemas políticos, participación activa en la vida cívica, eliminación del sistema de herencia partidaria, adopción de la selección como método para elegir a funcionarios, y cambiar la perspectiva de cada individuo con la igualdad de condiciones para competir por el éxito.   

         La condición del campesino se elevará al nivel de sujeto de la historia y tendrá participación en los resultados del progreso, la moderna tecnología, el desarrollo económico no será exclusivamente promovido en beneficio de los grandes capitalistas, sino en bien de la comunidad entera, etc., etc. En la búsqueda de estas metas y otras que serán expuestas como objetivo de un gobierno revolucionario hemos de empeñar todo el entusiasmo de la dirección partidaria, de los militantes, de los simpatizantes y además, de toda la ciudadanía. Un partido capaz de llevar adelante estas consignas no admitirá adelantados, rezagados, ni agazapados porque todos por igual deben asumir la tarea de docencia política dentro de la sociedad, para alcanzar los fines que persigue. Entonces se dirá, qué mucha falta hace que el partido de gobierno no utilice sus fuerzas en una lucha estéril y destructiva, en el afán de lograr transitorias hegemonías en la dirección política. La competencia por la dirección de un partido, siempre será cuestión de preferencia, pero no de posiciones divisionistas que colocan a unos como revolucionarios auténticos y a otros como adulterados o por lo menos moderados, sin ánimo de promover el cambio. Al actuar así estaremos destruyendo las bases de nuestra convivencia dentro del partido y anticiparemos a la nación la poca tolerancia en nuestro andar político.

 

 

         JUSTIFICACIÓN DE ESTE TRABAJO

        

         Como que para las grandes transformaciones sociales, económicas y políticas contamos con el instrumento más poderoso de la sociedad que es el Estado, conviene que analicemos esta institución a través de nuestra doctrina para conocer exactamente el modelo que se concibe en el ideario del febrerismo. Además, es útil comparar el Estado dentro de la doctrina del febrerismo con los demás tipos de estados concebidos por las doctrinas fascista y marxista, para tener clara visión de la posición que adoptamos en el campo meramente teórico y especulativo, de modo que al convertir esos principios en hechos y realidades, no tengamos contradicción entre lo predicado y lo actuado.

         La doctrina del febrerismo en cuanto al Estado, no se aparta del sistema democrático de gobierno, para realizar los fines de transformación económica, social y política que propugna, porque confía plenamente en que los procedimientos, ajustados a derecho, son la única garantía para que los gobernados admitan las nuevas modalidades de la acción política que se inicia con un gobierno revolucionario, y sobre todo, para evitar los abusos de poder que son tan frecuentes. De todo eso surge la importancia del tema como programa de divulgación doctrinaria y con ese propósito se entrega al público este opúsculo.

         Hay que admitir que en el Partido Febrerista existen personas que han manifestado permanentemente su disconformidad con la ideología hasta hoy sostenida por las distintas convenciones; hay quienes hablan de nuevos planteamientos ideológicos y que poseen nuevos capítulo de la doctrina rectificadora de lo que es la esencia del febrerismo. Esos son los que sufren una rotura espiritual e ideológica porque sueñan con Marx y viven escondiendo sus íntimas convicciones y participan a medias con enunciados ajenos. Son los que pretenden introducir contrabandos ideológicos en él partido, presentándolo como cortejados por sectores que preparan otras soluciones para el país. Existen otros, los febreristas que viven del sueño de grandeza para la nación y nutren su ideología de la realidad nacional, en las condiciones de vida de este pueblo que arrastra defectos y posee virtudes con las que es posible aspirar a la realización de un gran destino. Esos hombres iniciaron con la Revolución del 17 de Febrero de 1936 el camino de la redención paraguaya y desde entonces, ningún gobierno ha podido regir los destinos del país prescindiendo de los principios y realizaciones del gobierno de la Revolución, como ser programa de reforma agraria, control de precios de artículos de primera necesidad, salarios mínimos, salud pública, extensión universitaria, desarrollo económico, justicia social, etc.        

         El Partido Febrerista no es marxista porque su nacimiento y organización como partido no responde a los planteamientos del comunismo y se aparta de muchos de sus principales postulados, como la lucha de clases, la organización centralista del Estado, la supresión de la propiedad privada, etc. que son tópicos que pueden ser desarrollados en otros trabajos de divulgación. Eso sí, el febrerismo es socializante porque recoge del socialismo el planteamiento de la necesidad de reorganizar la sociedad sobre nuevas bases y además, se declara policlasista aspirando con tener en su seno la más amplia representatividad nacional.

         Al ofrecer a los lectores este trabajo, solo pretendo suministrar un elemento de discusión en los medios juveniles, donde todavía no ha llegado un equipamiento de doctrinas que los haga decidir a tomar partido dentro del esquema político nacional. Si algo vale para colocar al febrerismo en plano de competencia con otros partidos ha de ser la recompensa esperada, después de una militancia prolongada, llena de reveces para siempre cargada de fe y de esperanza.

         Este trabajo dedico a los jóvenes que luchan por un ideal o que se muestran preocupados por la suerte del país. No es un trabajo académico ni pretende ser original porque en su elaboración he seguido al Dr. Justino Jiménez de Aréchaga en la versión taquigráfica de sus clases en la Facultad de Montevideo y al reconocido polemista Norberto Bobbio que ha publicado gran parte de sus polémicas en un librito titulado "Qué es el Socialismo". No hemos entrecomillado las citas porque se ha buscado poner al alcance de personas sin formación especializada los términos y conceptos de los autores para hacer más fácil la comprensión de los temas, pero no para lucir ideas ajenas como propias.

        

         EL AUTOR

 

 

TEORIA DEL ESTADO

 

EL ESTADO DE DERECHO

 

         Una teoría del gobierno sería imposible concebir sin referirla al Estado y por tanto se hace indispensable señalar el tipo de Estado que inspira a la ideología febrerista. Podemos afirmar, siguiendo a Jiménez de Aréchaga, que el Estado de Derecho es el que organiza un gobierno de opinión. Y si buscamos la formación de un gobierno de opinión, el sistema de autoridades, la estructura de los órganos a través de los cuales el gobierno ha de expresarse, debemos considerar que el Estado de Derecho es el tipo ideal de nuestra concepción política, así como el gobierno de opinión ha de expresar en la vida práctica la esencia de este Estado.

         Estado de Derecho es el que se pone a sí mismo, no sobre el derecho, sino en el Derecho. Donde la voluntad positiva de los órganos de gobierno dependen de los contenidos positivos del Derecho. El concepto de Estado de Derecho se inspira en las ideologías expuestas por Montesquieu y Rouseau. El Estado de Derecho se funda en el respeto a la personalidad y a sus atributos esenciales.

         La teoría del Estado de Derecho se vincula estrechamente con el sistema democrático de gobierno, como veremos más adelante, pero por ahora quede bien claro que el Estado de Derecho es el que actúa por el Derecho, se manifiesta por el Derecho y está subordinado al Derecho, y decir Derecho es decir simplemente la voluntad de la soberanía. El Derecho objetivo es un conjunto de normas que tiene vivencia real en nuestra conciencia, conforme a los cuales regulamos nuestra conducta; pero es también una particular actitud de la conciencia humana que le hace sentir a todos y a cada uno, que la conducta debe ser regulada conforme a ese sistema de normas. Por consiguiente, la realidad del Derecho está fuera de nuestra conciencia (norma), pero está también dentro de nuestro espíritu, como parte de nuestro querer (Jiménez de Aréchaga).

         El Estado de Derecho no es sino el gobierno de la ley y no de los hombres, y ése imperio de la ley o del Derecho significa el constitucionalismo, que excluye la arbitrariedad y garantiza la libertad.

         La importancia de la Constitución proviene, entre otras cosas, por ser una ley de garantías, una ley de protección política, garantía de la nación contra usurpadores de los poderes y garantía también de las minorías contra la omnipotencia de la mayoría.

         La supremacía de la Constitución es principio fundamental de todo Estado de Derecho y no es sino respeto a la Ley, que no admite la supremacía de los hombres encargados de aplicarla.

         Si la supremacía de la Constitución supone un sistema de normas que distingue entre ley Constitucional y ley ordinaria, de ello se deduce que debe existir un órgano encargado de resguardar los grandes principios expresados en la Constitución.

         De la supremacía Constitucional emana la potestad judicial para declarar la inconstitucionalidad de las leyes y los tribunales proceden siempre aplicando la Constitución, en primer término. Las leyes que son opuestas a la Constitución son prescindidas en su aplicación. Así tenemos el control jurisdiccional dentro de un régimen de Estado de Derecho. Ese contralor jurisdiccional es un instrumento para mantener el equilibrio de los poderes dentro del régimen constitucional.

         El Estado de Derecho significa que la comunidad entera se halla sometida a normas cuya vigencia excluye la arbitrariedad. Es así que el reinado de la ley se opone a todo sistema en que el gobierno es ejercido por personas que son investidas de poderes arbitrarios o discrecionales.

         Por otro lado, todo hombre, sea cual fuere su rango o condición, está sometido a la ley, sea un ministro o un funcionario cualquiera y tienen las mismas responsabilidades que un ciudadano común por los actos ejecutados sin justificación legal. (1)

         Dentro de la realidad del mundo contemporáneo, existen dos tipos concretos de estados: de opinión y de fuerza, que también pueden ser descriptos como Estado de consentimiento y de violencia.

         El Estado de Derecho limitado por la razón, produce la idea de que el gobierno está exigido por el propio derecho que ha creado: está subordinado al derecho como lo está el propio Estado. El Estado limitado en sus fines no debe confundirse con la sociedad. El Estado es solamente un modo particular de las relaciones interindividuales que opera en lo social, pero no opera sobre todo lo social. La religión está fuera de la órbita del Estado; la cultura no puede ser monopolizada por el Estado así como otros aspectos de la relación interindividual. Dentro del Estado de Derecho es un dogma el principio de la libertad individual, pues el consentimiento se organiza en base al respeto a la libertad individual.

         Los poderes del Estado y de los gobiernos son limitados: los centros de autoridad no pueden hacer aquello que no está expresamente permitido. Si los propios fines del Estado están limitados a objetivos expresamente prescriptos, con mayor razón cuando se expresa la voluntad de este Estado, en la acción de los gobiernos, éstos deben limitar su actuación a la autorización legal. Nadie puede ser obligado a hacer lo que la ley no manda, ni privado de lo que la ley protege. La ley no puede imponerlo todo ni prohibirlo todo. Hay siempre un ámbito individual que el Estado no alcanza.

         Todo gobierno de opinión ha de fundarse en el principio de la separación de los poderes. No se concibe que el Estado pueda proteger la libertad si los poderes del Estado están reunidos en una sola mano.

         Otro principio es la sumisión al Derecho. Los gobernantes están sometidos a normas jurídicas superiores a su voluntad. El Poder Legislativo actúa bajo el imperio de la Constitución; el Poder Ejecutivo bajo la Constitución y la Ley; el Poder Judicial bajo la Constitución y la Ley y, todos los órganos del gobierno, entes autónomos o jerarquías inferiores de los poderes, actúan dentro del marco legal.

         Como que el gobierno del Estado de Derecho se basa en la formación de las poderes, mediante representantes del pueblo soberano, se ha de sostener un régimen que garantice la formación de la opinión pública, formulando críticas, sugiriendo medidas, sin limitaciones, porque precisamente se dice que el gobierno comienza a ser totalitario cuando busca limitar la libertad de opinión sobre los gobiernos e invoca que las críticas deben ser "constructivas", quedando a cargo del propio interesado (el gobierno) la calificación de si es constructiva o perniciosa la crítica. Mediante la acción de los partidos políticos se forma y se orienta la opinión pública y esto nos lleva a la consideración de los partidos políticos que deben expresar la pluralidad democrática, pues la formación de un partido único, conduce, más temprano de lo que se supone, hacia un totalitarismo. Lo mismo puede decirse cuando se prohíbe la formación de coaliciones de los partidos o las transformaciones de ellos, o la formación de corrientes electorales que son obstaculizadas para impedir la formación de una opinión pública que ha de influir o ejercer presión sobre los gobiernos. Nosotros sostenemos que el sistema del pluralismo de partidos se halla en la esencia de la democracia, y que la libertad de formación de la opinión pública nos lleva a reconocer la posibilidad de que los partidos actúen libremente, buscando la formación de coaliciones o uniones con propósitos electorales.

         En la introducción al tema del Estado de Derecho, hemos seguido casi literalmente la exposición del profesor Jiménez de Aréchaga, con quien participamos ampliamente su opinión sobre el tema.

         La doctrina febrerista tiene una formulación sobre el Estado, como ideal de la concepción jurídica, y corresponde examinar si el Estado caracterizado en el ideario ha de ser el Estado de Derecho marxista, porque de esto depende una serie de consecuencias políticas y sociales. Veamos cómo puede definirse estos modelos.

 

(1) Estos conceptos son extraídos del Diccionario Omeba

 

 

ESTADO MARXISTA

 

         Marx elabora una teoría del Estado Revolucionario que por evolución del propio planteamiento, acaba por desaparecer. Al situar al Estado dentrode un proceso dialéctico marcado por la lucha de clases, el destino del Estado queda ligado a la lucha de clases y por tanto, al término de la lucha, en la sociedad sin clases, la función del Estado resulta inútil y es sustituida por una nueva organización social. Sostiene Marx que en el proceso de transformación el Estado capitalista debe convertirse en una nueva organización social, mediante un período de transición, a la Dictadura del Proletariado y aquí se plantea la cuestión de decisión política, para admitir o rechazar una de las doctrinas sobre el Estado.

         Para Marx, el Estado expresa una relación jerárquica que es resultado de la desigualdad, la que a su vez es expresión de la estructura económica de la sociedad en la que la clase dominante generalmente es rica y vice versa.

         Si admitimos esta teoría, estaríamos ante un hecho que nos colocaría crucialmente ante una disyuntiva: el Estado es simple expresión de clases dominantes, donde la ilegitimidad de su formación resulta obvia, o es una organización jurídica de la sociedad, consecuencia de un proceso de formación de la voluntad general, en la que debemos actuar admitiendo su legitimidad, con las imperfecciones que son propias de todas las instituciones sociales. Una de estas dos tesis fundamenta la esencia del Estado, para adoptar una posición en la política y elaborar la doctrina del Estado Revolucionario marxista, o el Estado     de Derecho no marxista.

         Si partimos de la base de que la organización del Estado es el resultado del escamoteo de la voluntad general de los ciudadanos o de los habitantes, tenemos que sostener la ilegitimidad de todo cuanto provenga de ese Estado, sea el gobierno o el régimen jurídico. Pero, si partimos de la doctrina opuesta, de inspiración rousseauniana, estaríamos ante una formación histórica que nos induce a admitir la legitimidad de un hecho social, una realidad que aparece como resultado de los procesos históricos.

         Pero no es cualquier Estado lo que nosotros admitimos cómo legítimo, sino el Estado de Derecho, bajo el régimen republicano, pues la monarquía absoluta que históricamente ha desaparecido, si bien ha tenido una conformación de Estado, ha sido no un Estado de Derecho, sino un Estado que ahora llamaríamos totalitario.

         Según la doctrina marxista, el Estado es el dominio de la fuerza y, por tanto, no podía perseguir los fines de justicia ni de bien común, sino ser el instrumento de realización de fines particulares, intereses que están consustanciados con los de la clase dominante. En realidad, algunos autores sostienen que Marx nunca escribió una doctrina del Estado socialista, sino que se redujo a formular críticas contra el Estado capitalista.

         Ahora vamos a examinar las posibilidades de realizar el bien general o la justicia social, mediante un Estado en el que se haya creado el instrumento para tales fines. Por un lado tenemos el Estado marxista que abandonando el camino de la democracia, pretende alcanzar en su plenitud el bien común y la justicia, mediante la instauración de la Dictadura del Proletariado, pero para ello ha tenido que suprimir el principio de la igualdad y adoptar los mismos métodos del sistema capitalista, de arrebatar el poder de manos de sus detentadores para aferrarse a él, clausurando toda crítica o posibilidad de mejoramiento o transformación. Se tiene así que la autocracia es la forma de gobierno que plantea como salida la doctrina marxista, para corregir los signos de la dominación de unos por otros. Lo trágico de todo esto es que, al sustituir una forma de gobierno por otro, queda inalterable la esencia de dominación de los menos sobre los más numerosos.   

 

 

PREFERENCIA DEMOCRÁTICA

 

         La preferencia por el régimen democrático surge con evidencia, porque si rechazamos la dictadura como forma de gobierno, no es posible que se ofrezca como solución justamente el sistema rechazado por toda forma de razonamiento. La razón de la preferencia del régimen democrático, radica precisamente en la posibilidad de tener remedio al abuso de poder que, en el régimen autocrático, no existe como posibilidad, así como no existe la posibilidad de garantizar la libertad. Hay una experiencia histórica, no desmentida por ninguno de los sistemas comunistas conocidos en Europa y Asia, en que se comprueba que los hombres que poseen la totalidad del poder o solo una parte de él, tienden a abusar de sus facultades, sobre todo si no existen remedios para corregirlos. No se conoce un método más apropiado para corregir los excesos, que los suministrados por el régimen democrático. Esto no significa que dentro de la democracia no existan propensiones, de hombres y funcionarios, al abuso del poder. Solamente se sostiene que están dados los medios de corregir los excesos.

         El abuso del poder es más fácil cuanto más concentrado se halla el mando en pocas manos. En un sistema democrático vemos que la voluntad soberana se halla frecuentemente amenazada por la existencia de factores, intereses y fuerzas que influyen sobre las decisiones de un gobierno, y nos preguntamos nosotros, si dentro de un sistema comunista no existen esos mismos factores intereses e influencias, ya que el aparato de producción, la economía colectivizada, las grandes dimensiones de la burocracia, crean esos mismos grupos de influencia que adulteran los intereses generales para hacer primar los intereses de factores o círculos. Son precisamente esos factores los más influyentes dentro de la organización colectivista, al igual que dentro del sistema capitalista.

         Si admitimos que el sistema marxista de que el Estado no es sino la burguesía organizada para la explotación de los trabajadores, tendríamos que presumir grandes ventajas en la teoría del Estado Revolucionario que coloca al proletariado como clase dominante. Pero en una u otra hipótesis, el Estado no sería sino expresión de la clase dominante. Eso es claro. Sin estudiar todavía para qué fines una u otra clase se erige en clase dominante, podríamos seguir examinando la composición del Estado. Si todas las formas de Estado del régimen capitalista no son sino dictaduras de clase, en virtud de qué circunstancia el Estado marxista pasaría a ser un sistema donde desaparecería el carácter de dictadura? Quizás sea más apropiado decir que el paso de un Estado burgués al socialista marxista no sea sino el tránsito de una dictadura a otra. Suponer, que el Estado revolucionario seria más democrático por el solo hecho de que los proletarios son los nuevos sujetos de la historia, no cambia la característica del Estado. Entonces, dictadura por dictadura, las cosas no cambian de esencia.

         Aquellos principios de las limitaciones del poder, en cualquier tipo de Estado, siguen siendo la aspiración de organizar un Estado ideal.

         En el sistema democrático, las decisiones colectivas, que tienden a expresar la voluntad general, de interés para la colectividad, son tomadas por los que están interesados por esas decisiones: el pueblo. Mientras que en un régimen autocrático, la voluntad del autócrata es ley. En el primer caso, tenemos deliberación, representantes, voluntad de mayorías, pluralidad de opiniones, etc. Para expresar la voluntad de la mayoría se establecen mecanismos como el voto, el funcionamiento de las cámaras, etc. No interesa si el régimen sea democracia directa. Ninguna de ellas es buena o mala en sentido intrínseco. La forma de practicarla es lo que da lugar a su aceptación o rechazo.

         Existe una creencia de que la democracia indirecta es propia de la burguesía o del capitalismo, mientras que la directa es auténtica y corresponde a la democracia del proletariado. Esta es una falsa creencia; porque la democracia directa solamente puede practicarse en pequeñas localidades como fueron las ciudades griegas, mientras que los centros urbanos muy desarrollados de la época moderna, exige la representación de mandatarios que ejercen una función a nombre del pueblo que los ha votado. Uno u otro método es practicable según el tiempo y lugar. Mediante el sistema de representación se delibera y se toman resoluciones colectivas, consultando el interés general, según la opinión de los representantes del soberano pueblo.

         Me he entretenido mucho sobre el desarrollo de la doctrina del Estado, porque tiene implicancias con otros aspectos de la ideología y para los partidos no marxistas como lo es el febrerismo, conviene que se expongan razones del por qué nos apartamos de la doctrina de Marx.

         La crítica a la teoría del Estado capitalista es monumental, dentro de la doctrina de Marx, pero encontramos muy pocas referencias sobre el funcionamiento del Estado socialista desde la implantación del sistema en Rusia, en China y otros países. Quizás la referencia más importante sea la de Milovan Gilas, donde se menciona la existencia de élites y clases nuevas, formadas al calor de los gobiernos comunistas. No es para reconfortarnos sobre la existencia o no de nuevas clases iguales o parecidas a la burguesa. Es solamente para corregir la creencia de que el nuevo sistema ha de eliminar precisamente la existencia de clases. Si uno y otro sistema son semejantes, queda solamente la preferencia por un régimen donde puedan hallarse correctivos a los vicios de los gobiernos autocráticos. Lo que debemos buscar es un sistema donde existan medios para corregir las desviaciones que impiden la realización de la voluntad general.

         Observamos nosotros que el movimiento obrero inspirado por las corrientes socialistas-marxistas está siempre preocupado por el tema fundamental de la toma del poder, conquista del poder, y no sobre los modos de ejercer ese poder, una vez conquistado. No se habla de la forma transitoria en que debe organizarse la Dictadura del Proletariado. Tenemos únicamente noticias que el Partido Comunista se integra en ese nuevo Estado y es soporté del poder y órgano para tomar decisiones para toda la sociedad. El partido, que es representante minoritario de la sociedad, se convierte en el único administrador del poder, y cuando actúa en este carácter, cambia su naturaleza democrática, para convertirse en autocracia. No hay casos históricos de que un partido o grupo que haya conquistado el poder, no haya transformado su naturaleza.

 

 

FUNCIÓN DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

 

         Una diferencia substancial en la organización del Estado, dentro del régimen democrático y el Estado dentro de la doctrina marxista, es que en los Estados Constitucionales los partidos políticos son órganos de funcionamiento y acción del Estado, con la característica de que la participación de los partidos se halla sometida a ciertas reglas para la formación de gobiernos. Los Estados democráticos funcionan con un régimen de pluralidad de partidos que alternan en el poder, y mientras no obtienen el gobierno, actúan dentro de las Cámaras Legislativas, ejerciendo el control sobre el mismo. Con la independencia del Poder Judicial, somete los actos del gobierno a la acción jurisdiccional. Teóricamente el Poder Ejecutivo puede tener una limitación por medio de dos poderes del Estado, que generalmente no se integran con el partido que ha alcanzado a formar el gobierno. Se abre así la posibilidad de evitar desbordes de poder mediante las garantías constitucionales que pueden ser impuestas al Poder Ejecutivo, por medio de resoluciones judiciales o por la acción parlamentaria.

         Mientras tanto, en el Estado marxista, el partido que se organiza como representante de la clase obrera, al conquistar el poder, no solo se constituye en gobierno, sino que se transforma en Estado y tenemos así la conversión de un gobierno en Estado, que sería un absurdo dentro del régimen Constitucional. Los partidos comunistas que alcanzaron a hacer gobiernos, históricamente, se han convertido en esencia del propio Estado. De ahí se observa la transformación de un instrumento de poder, como son los partidos, en la esencia misma del poder del Estado. Para justificar esta forma de actuación de los partidos comunistas, se invoca que las sociedades con gobiernos de Dictadura del Proletariado, ya no admiten un régimen conflictivo, en que una de las partes (los partidos) se opongan a otras dimensiones de la sociedad humana, y es así que, de mero administrador del poder se convierte en la fuente misma del poder soberano, que no requiere ninguna otra clase de expresión qué pueda modificar la situación creada. Los partidos comunistas actúan como si fueran expresión de la soberanía de la sociedad, en todo momento, sin admitir desde entonces la posibilidad de cambios en la administración de la cosa pública. Los partidos comunistas mientras actúan dentro de un régimen democrático, comparten con otros la función de protagonizar hechos políticos en el gobierno, y una vez en el poder, en vez de seguir siendo protagonistas, se disuelven para convertirse en el monstruo que todo lo abarca. Abarca la sociedad entera, desaparecen los 'sindicatos como entes de trabajadores y no se permite que sus problemas sean discutidos sino en el seno del partido único. Invariablemente dentro del partido se producen cambios que hacen desaparecer la democracia pregonada en la época anterior a la toma del poder.

         Todos sabemos que los partidos comunistas constantemente invocan una representación democrática y exigen a los demás partidos la consulta a las bases como legitimación del poder para servir a los intereses del pueblo, etc. Atribuyen al sistema capitalista la formación de gobiernos al servició exclusivo de la clase dominante y de los grandes intereses económicos. Se menciona constantemente que la participación popular dentro del sistema capitalista adolece de defectos por los manipuleos y escamoteos de que son objeto las clases populares, porque los centros de poder no pueden ser sometidos al poder del Estado, por la fuerte y grande influencia que ejercen los intereses económicos, que son verdaderas potencias dentro del propio Estado. En realidad existen grandes capitales internacionales que son manejados por gerentes que tienen más poder que muchos órganos del Estado, y sobre todo, la tecnocracia ha creado un conjunto de hombres influyentes, que operan trabando la acción gubernativa o induciendo al gobierno a tomar decisiones que no son coincidentes con el interés de grandes sectores populares. Todo este capítulo de cargos, posiblemente sea cierto, y constituye una crítica demoledora contra el sistema capitalista, que es enjuiciado por su incapacidad de convertir al Estado en servidor de los auténticos intereses nacionales. En este mismo orden de cosas, veamos qué ocurre en el régimen comunista. Allí también existen los mismos gerentes, las mismas empresas hipertrofiadas, las mismas formas de acumulación de capitales, que mantienen por encima de los intereses populares, los que son de interés específico de las empresas del Estado. En una palabra, sea el régimen capitalista o socialista, en la época moderna asistimos a la aparición de una nueva clase social, la de los tecnócratas, que pueden ser miembros del gobierno (entes autárquicos) o de las empresa privadas, pero todos ellos por igual, ejercen gran influencia sobre las decisiones del gobierno. Los propios técnicos de la administración estatal, en uno y otro sistema, cuyas opiniones, totalmente ajenas a la política, se orientan exclusivamente hacia la solución de los grandes objetivos de sus empresas, requiriendo siempre soluciones técnicas, independientemente de las consideraciones políticas y de las condiciones de los sectores afectados en la economía nacional. Los tecnócratas no deliberan en asambleas, sino que persiguen soluciones que, bajo la apariencia de competencia y eficacia, exigen decisiones oficiales del gobierno. Hay expertos, especialistas, químicos, economistas, ingenieros agrónomos; etc. que se hallan al frente de grandes empresas privadas o públicas, cuyas características son precisamente idénticas, en el afán de influir sobre las decisiones oficiales, y esto ocurre en el sistema capitalista tanto como en el sistema comunista y quizás en este último con mayor gravitación por ser integralmente estatal la organización industrial.

         Los grandes problemas económicos exigen cada vez con mayor fuerza la participación de técnicos que dan o aconsejan soluciones que se hallan lejos del conocimiento de la ciudadanía general, o de las clases populares. Las deliberaciones sobre problemas técnicos quedan a cargo de los economistas y cada uno de ellos presentan concepciones muy variadas, según la formación qué hayan tenido y la experiencia demostrada en el desempeño de posiciones destacadas. De modo que, tanto las sociedades libres como las orientadas por planes rígidos, se desenvuelven dentro de escasas posibilidades de modificar las decisiones tomadas por los técnicos. Es evidente entonces, que en las sociedades comunistas se producen las mismas desviaciones que en los países libres, cuando los problemas de interés popular quedan a cargo de los tecnócratas y estos técnicos prefieren siempre servir los intereses de sus empresas, antes que los verdaderamente populares. Cualquiera sea el ejemplo, una empresa de producción de cañones o de tanques de guerra, las mismas exigencias al gobierno existirá en una sociedad comunista o una capitalista. Los intereses de las masas quedan a cargo de otros organismos, mientras los de las empresas productoras del material de guerra estarán a cargo de sus influyentes tecnócratas.

         Se dirá que en la sociedad capitalista se busca el lucro y en la sociedad socialista se busca la seguridad de las conquistas del proletariado. Cualquiera sea el fundamento, para las clases populares quedará siempre la impresión de que estas actividades requieren el consumo de grandes riquezas que podrían ser revertidas en un mayor bienestar. Para los tecnócratas será siempre igual la opinión de uno y otro sistema y sostendrán que los problemas de la sociedad industrial deben quedar en manos de los técnicos resolver, y aquellos que se refieren a la política, quedarán a cargo de los partidos. Como si no existieran problemas de la libertad o de la naturaleza que sea para el ciudadano considerado políticamente, los tecnócratas solo hablan de resolver los problemas económicos,  como si con eso las sociedades humanas resolvieran todas sus dificultades. La vieja creencia de organizar a la sociedad humana en un colmenar de producción industrial, para ofrecer la felicidad a los trabajadores ha caído en desuso, y los defectos del sistema capitalista, se han visto reproducidos con los mismos signos, en las sociedades comunistas. La técnica de enfocar los problemas del sistema capitalista, como expresión de opresión, no es sino una manera de enmascarar el mismo sistema opresivo que se organiza en la sociedad comunista con la maquinaria estatal, que es igual al sistema capitalista cuando crece y opera como gran empresa.

         El Estado moderno, capitalista o socialista, ha aumentado considerablemente sus funciones y con ello su aparato administrativo, burocrático, con una jerarquía que se aparta de los moldes tradicionales. Como el Estado debe cumplir con nuevas funciones, se ve en la obligación de aumentar su aparato administrativo, que crea una nueva relación entre los ciudadanos y ese nuevo Estado. De las exigencias de este nuevo aspecto de la vida estatal, se incorporan los técnicos, que organizan la tecnocracia para gobernar en el ámbito de sus actividades, por principios y orientaciones que responden a su formación técnica, y no a los principios democráticos, como lo harían los representantes políticos. Este es el gobierno de los que saben una cosa, una técnica y qué generalmente apartan sus actividades del control democrático, para exigir solamente las soluciones que hacen relación a sus empresas. Este control de poderes en una economía estatal, hace sumamente difícil la introducción de la democracia como sistema de funcionamiento de las actividades. Lo dicho de economía es aplicable a otros sectores especializados.

         Cuando hablamos de democracia, como sistema de control, estamos refiriéndonos a la participación que debe existir entre los diversos sectores, y la libertad de disentimiento que debe asegurarse a todos los ciudadanos. Esta participación se ve trabada en el régimen capitalista por los intereses económicos de grandes empresas, y en el Estado comunista por los mismos intereses económicos de las grandes empresas estatales, dirigidas por los tecnócratas. Estamos ante la encrucijada de ver que la democracia permite una transformación limitada del capitalismo hacia el socialismo y por otro lado, que el socialismo impuesto por la Dictadura del Proletariado no permite el juego democrático, que lo suprime a nombre de los intereses de la comunidad. Qué camino debemos elegir?

         La democracia debe concebirse como un conjunto de reglas que permiten amplia y segura participación de la mayoría de ciudadanos en las decisiones que interesan a la colectividad; tener derechos políticos, como el voto, que el voto sea de igual peso para cada persona; debe existir libertad para expresar libremente esos votos, que las alternativas puedan ser escogidas por los votantes, y que la decisión de esas mayorías no anulen totalmente la expresión de las minorías, o sea que éstas puedan ser alguna vez mayorías como alternancia. Esta práctica debe ser realizada en un ambiente de plena libertad, con propaganda bien organizada, de modo que las elecciones sean nacionales y no producto de la emoción de la única presentación pública, etc., etc.

         No existe en el mundo un modelo de democracia que podamos adoptar como el mejor y hacia el cual hubiéramos querido inspirar a nuestros amigos de partido. La democracia está llena de imperfecciones en su aplicación práctica. Los gobiernos que se organizan dentro del régimen de un Estado de Derecho realizan actividades que muchas veces se apartan de los fines establecidos en la Constitución, pero la vigencia del derecho hace posible la corrección de desviaciones y de abusos de poder. Existen medios para someter la acción del gobierno al imperio de la legalidad, cuando la libertad de las personas se halla amenazada por desbordes del poder o por intereses de los dominadores. Las libertades políticas son restringidas por medios políticos, administrativos o por factores que hacen relación a los propios partidos cuando se oligarquizan. Hay un mundo de imperfecciones que traban el desarrollo de las actividades en el plano de la realidad, pero existe la libertad consagrada cómo derecho y de ese derecha se hace uso. Dentro de la libertad es posible intentar un mejor gobierno.

         En el mundo comunista tampoco existe un modelo que podamos tomar como expresión de la más exacta aplicación de la doctrina de Marx. Existen gobiernos comunistas en Rusia, China, Yugoeslavia, Albania y otros pueblos, que difieren notablemente unos de otros. En todos estos países existen Dictaduras del Proletariado, o más sencillamente dictaduras personales, ejercidas durante la vida entera por los máximos dirigentes. Stalin murió en el poder y el mariscal Tito acaba de morir dejando un sucesor. Mao murió en el ejercicio de su poder todopoderoso, igual que los otros. La dictadura es personal y no proletaria, aunque así se denomine. El gobierno se confunde con el partido y el partido es al mismo tiempo el propio Estado. Parece muy difícil abrigar la esperanza de que la dictadura se transforme en democracia, porque los mecanismos de acción política son los propios de la dictadura, y no pueden surgir nuevas corrientes de acción política que las permitidas por el Estado.

         En las condiciones señaladas no habrá posibilidad de acción democrática, y por lo tanto concluimos afirmando que la democracia no se practicará dentro del gobierno comunista. Y es más, la libertad de disentir con el gobierno no será admitida como derecho sino como delito (desviacionismo).

         He aquí una diferencia fundamental con la democracia. Otras características de los Estados serán expuestas más adelante, especialmente con relación a la existencia de clases, los modos de operar en el mercado económico y la función que se asigna a la propiedad privada en los dos sistemas.

 

 

EL ESTADO FASCISTA

 

         Dentro de las teorías del Estado debemos necesariamente referirnos al Estado fascista, aún cuando no puede afirmarse que sea una concepción jurídica, porque se mezclan en su expresión elementos como la fe, la creencia, etc., elaboradas sobre el mito de la Nación, que no es sino una síntesis histórica y humana para sus doctrinarios, y como tal síntesis, se halla constituida por una comunidad de vida, de aspiraciones y realizaciones en las cuales las partes están unidas al todo, que desemboca en el sentimiento del Estado o de la Nación.

         Si solo en el Estado se revela la Nación, lógicamente el Estado fascista, totalitario, es la realización de la Nación. El sentimiento de la Nación es más bien espiritual, mientras que el sentimiento del Estado es más tangible, y dentro de esta teoría tenemos la desaparición del dualismo Nación-Estado, para llegar a una identificación de estos dos términos. "Si la Nación se realiza en el Estado, solo el Estado puede representar la plenitud de la Nación".

         Existen algunos matices diferentes entre el Estado fascista y el Nacional-socialista, pero que no son importantes definir en forma exhaustiva:

         En vez de la clásica separación de los poderes, el Estado fascista establece otros principios que son: 1) El Estado es un sistema de jerarquías, no importa cómo hayan sido creadas; las jerarquías existen y consisten en una forma de distribuir el poder por grados, sin perjuicio que todo el poder esté concentrado en una sola mano. Esta noción de jerarquía no se limita a las instituciones de la administración pública, sino que es elemento de coordinación y de división del trabajo, que establece las competencias hasta alcanzar la totalidad de la Organización Constitucional; 2) La concentración del poder que es un derivado natural del anterior concepto de jerarquías, porque es la distribución de poderes, subordinados unos a otros en forma piramidal, en cuya cúspide se ubica al dueño del poder absoluto. Este sistema de jerarquías no puede concluir en una pirámide truncada, sino en una unidad de concentración de esos poderes; 3) El autoritarismo no es sino la discrecionalidad gubernamental dentro de las jerarquías. En el Estado fascista, el "capó" es el Duce, que es Jefe de Partido y de Gobierno, pero no está por encima del Estado, mientras que el Fürer, en el Estado Nacional socialista, está por encima del Estado. En el gobierno fascista, el Duce tiene un Consejo Fascista, que aparentemente podría dividir las funciones del Duce, pero en la realidad no es sino prolongación de la voluntad del dictador. La Cámara y el Senado son apenas remedos de otras instituciones que se han dejado a cargo de los políticos, pues no tienen funciones legislativas exclusivas, sino que comparten con el jefe de gobierno la facultad de dictar leyes. En resumen, todas las funciones que corresponden al Senado y la Cámara, son también facultades reconocidas al Duce o dictador y por tanto sus funciones son de meras apariencias.

         Las elecciones deben realizarse sobre la base de listas presentadas por los sindicatos al Gran Consejo Fascista  y mediante la aprobación del Duce. Este consejo, al fin y al cabo, no está formado sino por la voluntad y selección del Duce.

         Si la Nación se realiza en el Estado, el medio para lograr esta identificación debe ser necesariamente el partido y no se admitirá la existencia de otro partido, por cuanto que se impone una sola opinión. Con la enseñanza desde la escuela, se logra el sometimiento del niño al régimen.

         En el nacional socialismo existen algunas diferencias, como por ejemplo, la creación del mito "raza" que necesariamente debe ser la superior, la aria, blanca, y esta raza sirve de vínculo entre la nación y el mito.

         El Fürer está colocado por encima del Estado, por lo que el carácter jurídico del Estado desaparece, para ser sustituido por la autoridad del Fürer.

         El poder originario no proviene de la soberanía del pueblo sino de la providencia; es autónomo y no está sometido a ninguna autoridad; de ese modo el poder del Fürer se alza por encima de las leyes, y además, se halla autorizado a legislar, pero no solo a dictar una Ley formal, sino que sus palabras, discursos o declaraciones sirven como interpretación legal, y en algunos casos, para derogar una Ley. El poder es tan vasto que abarca al Poder Judicial, sobre el que influye con la misma soltura como lo hace un dictador cualquiera.

         Estas son algunas de las características de los estados llamados nazi-fascistas.

         Volviendo al gobierno de opinión, tenemos en ellos la posibilidad de limitar la autoridad, porque son transitorios y se hallan sometidos al régimen legal. Los abusos de poder pueden ser corregidos. Existen mecanismos jurídicos para corregir los excesos, mientras que, dentro de los regímenes totalitarios, sean fascistas, nacional-socialistas o comunistas, no existen medios para limitar los poderes del autócrata que se halla en la cúspide del Estado como identificado al mismo Estado, convirtiéndose así la voluntad de un hombre en la fuente principal del derecho.

         Cuando en nombre de una raza o de una sociedad se habla de poderes absolutos para remediar injusticias y se opta por un régimen autocrático, generalmente se busca la justificación del nuevo orden en la crítica al sistema anterior, donde desaparecieron los derechos individuales. El nuevo sistema tendrá otros defectos, injusticias o desórdenes que ya no podrán ser más cambiados por los medios democráticos. Al parecer, el derecho de ejercer la soberanía, individualmente, por medio del voto, que periódicamente legitima el poder, desaparecen todas las posibilidades de hacer participar al pueblo de la suerte o destino de la nación. Esa abdicación de la soberanía es la más nefasta acción de un pueblo, porque se entrega el destino de la sociedad entera a una persona o quizás a un partido controlado por muy pocos.

 

 

EL ESTADO DENTRO DE LA IDEOLOGÍA FEBRERISTA

 

         Al definir en las declaraciones de principios su filiación democrática, el Partido Febrerista ha optado por el Estado de opinión, que se organiza como Estado de Derecho y promueve la formación de un sistema republicano, que desautoriza toda intención de ubicarlo dentro de las corrientes totalitarias. Es claro que el Estado que concibe la declaración del Partido Febrerista, no es un Estado laissézferista, sino un Estado moderno, capaz de impulsar las transformaciones económicas, políticas y sociales que sean aconsejables para el logro de la liberación del pueblo paraguayo.

         El Estado liberal, concebido por los doctrinarios del siglo XVIII, ha desaparecido con el tiempo, aunque algunos partidarios de la doctrina sean consecuentes aún con ella. Nosotros no tenemos la facultad, ni el derecho de mantenerlos a ellos, encasillados en los rígidos esquemas que son puntos de partida de sus doctrinas. Los liberales evolucionan al contacto de las nuevas ideas doctrinas, combatiendo los excesos de gobiernos que a la sombra del liberalismo han aparecido como supuestos modelos. Al socialismo hay que reconocerle el aporte de una gran transformación económica y social, lograda mediante la lucha empeñada contra regímenes indiferentes a las necesidades de las clases obreras y campesinas. Los partidos socialistas y los sindicatos de obreros organizados bajo su inspiración, obtuvieron grandes concesiones para mejorar las condiciones de su existencia. El socialismo representó en su hora un movimiento de opinión, cuya fuerza fue irresistible. Mientras era una concepción ideal de grandes luchadores, tenía el atractivo de ofrecer un mundo mejor, pero con el transcurso del tiempo y su advenimiento al poder en Rusia, China, Albania, Yugoeslavia, etc. se pudo comprobar qué aquellas críticas contra los excesos de poder, que eran los fundamentos de oposición al liberalismo (poder basado en la posesión de los medios de producción), se transformaron en los mismos defectos y abusos de poder político, organizado a nombre de la clase obrera.

         Para el que sufre una injusticia, o soporta los excesos del poder abusivo, le da igual que ese poder lo ejerza un oligarca burgués o un miembro del politburó obrero. De ahí que todo poder que no tenga mecanismos de corrección es un poder absoluto, un poder despótico, que tiende a corromperse con la discrecionalidad de su uso.

         Al definirse el movimiento febrerista como substancialmente democrático, ingresa dentro de la concepción política del mundo occidental, y postula una democracia perfeccionada, fundada en el respeto a la personalidad humana. Esa democracia perfeccionada que proclama, ha de ser posible únicamente con la observancia de las llamadas reglas de juego, pues todo intento de perfeccionar la democracia suprimiendo las reglas de funcionamiento de los partidos, no hace sino suprimirla, reduciendo el sistema a groseras dictaduras.

         El voto del ciudadano, el respeto a su persona; el régimen jurídico con el sometimiento del gobierno a las mismas disposiciones constitucionales, etc., son resortes que aseguran una convivencia democrática. Dentro de este régimen jurídico, y sin salir de su cauce, el febrerismo propugna la JUSTICIA SOCIAL y para ello atribuye al Estado funciones de coordinador entre el interés colectivo y el interés individual. He ahí el aspecto revolucionario que transforma la organización de la nación sobre nuevas bases, sin salir del cauce jurídico. El Estado, dentro de la doctrina febrerista, no requiere la supresión de los derechos y libertades individuales para lograr su objetivo de justicia social, sino que los integra dentro de una comunidad de intereses, donde el individuo se adecua a la sociedad como miembro, de cooperación con los demás.

         El nuevo Estado, dentro de la doctrina del febrerismo es un ente que promueve la creación de la riqueza nacional, aceptando la participación del Capital como factor propulsador de la producción, pero ajustando su beneficio a los intereses de la comunidad. Es un Estado promotor de nuevas posibilidades de empleo, de educación profesional y técnica, donde la propiedad privada queda reconocida a favor de su propietario, pero sometida a una función social. Esta función social es una amplia concepción de nuevas modalidades, donde caben modestas limitaciones, como ambiciosas pretensiones, de convertirlo en un agente del desarrollo nacional, en que el interés privado queda sometido a una regla de participación con el agente de trabajo. Nadie es más importante que el trabajador, pero sin preeminencia absoluta sobre otros factores, sino integrado dentro de un sentido de cooperación. Es claro que el ser humano es objeto de la mayor consideración, porque el Estado lo concibe como el fin de la organización política. El desarrollo de la personalidad humana interesa a la colectividad. Un pueblo feliz es aspiración concebida no con sentido romántico, sino cómo resultado positivo de una nueva organización social y política, donde la explotación haya desaparecido y los factores se hallen en tren de cooperación. El Capital es necesario dentro de cualquier organización económica, pero si estruja al trabajador, se convierte en enemigo del ser humano. El trabajo sin capital, no aprovecha el concurso de las grandes potencialidades que ofrecen las nuevas formas de producción en el mundo moderno.

         El antiimperialismo, los derechos del trabajador, la unción social de la propiedad privada, etc. son capítulos de las batallas libradas por la humanidad, en busca de la solución de los grandes problemas económicos y sociales, que el febrerismo recoge como instrumentos para dotar a la sociedad paraguaya de nuevos medios para lograr su felicidad.

         Hay un tema importante en nuestra declaración de principios que es conveniente divulgar y afirmar: la lucha de clases que se considera como hecho inherente a la sociedad humana. Esta lucha de clases, que es la sostenida entre poseedores de los medios de producción con los desposeídos, hace indispensable situarla en su verdadero lugar.

         El febrerismo rechaza como factor determinante de poder el predominio de una clase sobre otra y asignó al Estado la función moderadora entré los intereses en pugna, convirtiéndole en mediador de este conflicto y sometiendo a las partes a los objetivos de la justicia social y el interés colectivo. Es así cómo se aparta definitivamente de la doctrina marxista, que atribuye a la lucha de clases un modo de acción de la clase obrera contra la burguesía.

         El sueño de la sociedad sin clases no se ha realizado con la experiencia de los pueblos que han adoptado el comunismo, donde las nuevas clases existen y sirven de desmentido a la posibilidad de eliminar las clases dominantes mediante la revolución del proletariado. En el mundo capitalista, la clase dominante es la poseedora del capital, y en el mundo comunista la clase dominante es la que dirige el partido comunista. El capitalismo lucha por obtener un lucro y explota al obrero pagándole un salario que no representa la totalidad de los bienes producidos. La diferencia queda en favor del capitalista. En los países comunistas, el capitalista se ve reemplazado por el Estado, cuyos tecnócratas tienen las mismas formas de acción que los capitalistas. Pagan el salario reservándose una parte de los bienes producidos, no ya como "plusvalía", sino como contribución obligatoria de la clase trabajadora al desarrollo de la sociedad. Quizás sea muy poco convincente saber que la parte no pagada del trabajo del obrero sea considerado como "plus valía", o como contribución, obligatoria. Esa contribución obligatoria, se emplea, dentro del régimen comunista, para formar el ahorro nacional destinado a la reinversión para producir más bienes y servicios. Exactamente igual que en el mundo capitalista. La inversión, de donde proviene todo el desarrollo de un país se origina en aquella parte no consumida de la riqueza producida. Es claro, dirán algunos, en el régimen comunista la inversión representa utilidad para la   clase trabajadora y en el mundo capitalista se invierte en la producción inútil de bienes como los chicles, por ejemplo. Sin embargo, grandes riquezas en uno y otro sistema se invierten en coheterías costosas que aseguran supremacías militares, en vez de crear nuevas condiciones de vida que aumenten el bienestar de los pueblos. Lo notable es que la coca-cola, producción inútil, se ha convertido en bebida de consumo mundial, dentro de todos los sistemas, sin examinar si son capitalistas o comunistas. Para gustar, el paladar humano no hace cuestión de doctrina.

         El problema del hombre es su felicidad y su libertad. Dentro de un orden legal o jurídico, la libertades un derecho y se manifiesta no solo en la decisión de optar por un gobierno o por otro, sino en la de escoger el consumo, la educación o la diversión, condicionados a la posibilidad de cada uno, según los ingresos personales. En un régimen sin libertad, de autocracia, desaparecen las opciones personales, para ser sometidos los individuos a un ordenamiento del consumo, de educación y de la propia diversión, impuestos por el sistema y donde los medios económicos son tan difíciles de obtener como en el otro sistema.

 

 

FEBRERISMO Y SOCIALISMO DEMOCRÁTICO

 

         Sin pretensión de abarcar otros aspectos ideológicos del febrerismo, que han de ser desarrollados más adelante por otros intérpretes, podemos decir que la posición del febrerismo dentro del socialismo democrático es perfectamente compatible con su tradición histórica. No se toma del socialismo la totalidad de sus principios, sino aquellos que son aplicables a la realidad nacional paraguaya. En realidad determina y justifica nuestra existencia como partido, que busca su capital humano en los sectores preteridos de la sociedad y que constituyen las masas trabajadoras, del campo y de las ciudades. Los partidos tradicionales no hallaron las fórmulas concretas de mejorar las condiciones de vida de la masa campesina. El socialismo, inicialmente fue el intérprete de las masas obreras de Europa, y se identificó con ellas en la lucha empeñada por el predominio del poder; pero en América, donde el proletariado no constituye todavía mayoría, salvo algunos países, es necesario adecuar los principios del socialismo a la realidad continental, y así se toma la doctrina como propósito de reorganizar la sociedad característica de cualquiera de las teorías socialistas. Reorganizar la sociedad sobre bases más justas, es apotegma de todo socialismo y constituye para los partidos políticos americanos una justificación de su lucha. Reivindicar los derechos de los trabajadores en general, hacerlos partícipes del destino nacional, integrarlos a la vida económica como factor de la producción, que ya no ha de ser objeto de explotación; ofrecerles un destino en el ámbito de la cultura; elevarlos a la categoría de miembros de la comunidad para contribuir con los demás a la grandeza nacional, es, a grandes brochazos, la tesis febrerista, en relación a la masa obrera. A los campesinos se les reconoce la personalidad que habían perdido en la vida sumergida en la ignorancia y la pobreza. La tierra es puesta a su alcance como derecho, para que la posea en su beneficio y de la sociedad; se combate el latifundio y se proclama el principio de que "la tierra es de quien la trabaja", para que la propiedad fundiaria sea asiento de la familia campesina y factor de la producción. Y, como qué los campesinos y obreros son los sectores más débiles de la sociedad, el Estado protege sus derechos, los asiste con grandes recursos para promover su bienestar y por medios directos e indirectos, apoya a estos sectores para impedir que sean objeto de explotación. El socialismo democrático coincide, pues, con la doctrina del febrerismo, en todo cuanto haga relación del Estado en beneficio de las clases de menores recursos, y sobre todo, de promover un desarrollo ordenado de la economía, para establecer la justicia social.

         Limitando el alcance de este trabajo a un objetivo muy modesto, diremos algunas palabras finales con relación a la cuestión siempre controvertida en el seno del partido: la forma de plantear los problemas ideológicos.

         Creemos sinceramente que una ideología adoptada por una persona al abrazar una serie de creencias, coloca al individuo con supuestos mentales que predeterminan su posición y lo hacen perder la objetividad en el análisis de las cuestiones fundamentales de la política. Son preconceptos que influyen sobre los análisis y generalmente conducen a desvirtuar las condiciones de una realidad, para adaptarlos a los prejuicios ideológicos. Por eso, discutir, con convencidos es una pérdida de tiempo. Muy pocas son las personas que pueden ser reconvertidas a una nueva religión, a una nueva ideología. Quien ha asumido un compromiso ideológico, se mueve siempre dentro de sus esquemas mentales. Eso no quiere decir, que nosotros rechacemos la lectura y él estudio de otras doctrinas políticas y sociales. En el febrerismo nadie se debe alarmar porque los jóvenes busquen en los doctrinarios de ideologías, la justificación de sus puntos de vistas. Es más, de todas las ideologías podemos extraer principios útiles y que en conjunto han de servir de basamento a las determinaciones del partido o de sus militantes. Del liberalismo hemos de admitir aquellas principios que se refieren al respecto a la persona humana; el régimen republicano, la soberanía del pueblo, etc., etc. Del socialismo hemos adoptado muchos de sus principios, como la reorganización sobre nuevas bases de la sociedad, la protección obrera, el derecho a la sindicalización, el derecho a la huelga como medio de actuación en defensa de sus salarios, etc. El intervencionismo en la economía ha sido elaborado como principio de teóricos de todas las escuelas socializantes. El Derecho ha evolucionado para dar nuevas funciones al Estado, dejando un ámbito reservado a la iniciativa privada, pero controlando su desenvolvimiento. No existen modelos perfectos de gobiernos totalmente liberales, ni totalmente marxistas; porque los problemas de la vida moderna no han podido ser considerados por los expositores que aparecieron en el siglo XVIII y XIX. La Democracia Cristiana propugna un sistema de moderada intervención del Estado y busca en los principios cristianos el desarrollo de la personalidad humana, en una sociedad más humana y más justa. De todos estos principios podemos recoger normas de acción política que han de formar el conjunto de nuevos ideales.

         Las modernas escuelas políticas tienden a reunir una serie de enunciados generales, que sirven como doctrina de un partido, siempre dentro de una relación coherente de tales principios. Y posiblemente ha pasado al campo de la mera especulación teórica considerar las cuestiones relativas a la doctrina en sí. Todo el interés se concentra ahora en la solución de los graves problemas económicos y sociales, que cada sociedad enfrenta. La acción de los partidos o del gobierno se orienta hacia las soluciones que deben darse en forma práctica a los diversos asuntos que no todas las veces se aproximan a los supuestos teóricos. Por ello es conveniente preparar y capacitar a las masas para que su acción social o política tenga una correspondencia con los principios enunciados por el partido, pero, no atarlos a moldes que no den la libertad al individuo de moverse dentro de un margen de posibilidades. Los principios generales, la ideología de los partidos deben ser de amplio espectro, para que se incorporen a sus filas grupos humanos de diversas extracciones, sin intereses antagónicos que resulten predominantes, porque podrán perjudicar a sectores que militan en una posición opuesta. Debe haber un sentido de equilibrio y de compatibilidad entre los sectores que forman parte de partidos poli clasistas como es el febrerismo. No hay doctrina químicamente pura que pueda colocar a un partido en situación de mayoría, porque la radicalización de enunciados tiende, naturalmente, a eliminar a ciertos grupos que no se acomodan con tales principios.

         Muchas veces el militante del febrerismo ha sido imputado de ser portador de ideologías marxistas, porque el lenguaje utilizado por algunos compañeros ha sido el prestado de los divulgadores del marxismo, Y esto, en vez de beneficiar al partido, le ha perjudicado. Algunos creen que la posición revolucionaria se adquiere únicamente con adhesión al marxismo, y es un error, porque la revolución que nosotros deseamos realizar, no reviste los caracteres ni la finalidad de la revolución comunista. Esto debe ser claro, para evitar confusiones de nuestros militantes y de los extraños al partido. Empero, no proscribimos el estudio de la ideología, así como la de otras tendencias.

         La revolución marxista busca la supresión de la propiedad privada de los medios de producción. El febrerismo respeta la propiedad privada, pero le asigna una función social. La revolución marxista se identifica con la clase obrera y trabajadora. El febrerismo proclama ser un partido multiclasista que admite la cooperación de las distintas clases. La revolución marxista utiliza la lucha de clases como instrumento de acción política y asigna función fundamental, dentro de la sociedad. El febrerismo admite como realidad esa lucha de clases, pero asigna al Estado el papel de moderador dentro de esa pugna, buscando el equilibrio de las fuerzas y considerando el interés social en cada caso para mantener los factores de producción dentro de una participación armónica, en el desarrollo económico social. El marxismo se orienta hacia la colectivización de la explotación de la tierra. El febrerismo admite formas de explotación individual, afirmando que la tierra es de quien la trabaja, sin descuidar formas de explotación colectiva, como las cooperativas.

         Existen, entonces muchas diferencias entre la doctrina marxista y la febrerista, y quienes utilizan los métodos, el lenguaje, los planteamientos y las soluciones de Marx, para considerar los problemas nacionales, mezclándolas con las orientaciones y principios adaptados por el febrerismo, no hacen sino confundir su propia opinión y la de los demás. Hay otros que sin tener declarada posición marxista, pretenden utilizar los cuadros febreristas única y exclusivamente para combatir el llamado imperialismo yanquee, y agotan sus arsenales de acción política con los denuestos al capitalismo o contra las multinacionales. Sobre estas bravatas debemos aclarar, a quienes son auténticos soldados del febrerismo, que es cierto que el partido se opone a la penetración imperialista, pero para combatirlo debemos crear cuadros técnicos de gran solvencia moral, para resistir a las formas sutiles de sometimiento de la economía a los designios de los intereses de grandes capitales extranjeros. No es con discursos         y pronunciamientos de meteoros que podemos reducir la influencia de estas poderosas fuerzas internacionales, sino con la defensa intransigente de los intereses nacionales. Las multinacionales existen, como existen las grandes montañas. No desaparecerán ni las montañas ni las multinacionales con pronunciamientos, y menos si se hace para forzar la marcha del partido en busca de la complacencia del mundo comunista. Si nosotros servimos los intereses nacionales, quizás coincidamos con otros partidos en el enfrentamiento casual con los EE.UU., pero defendamos nuestros intereses y no los lejanos propósitos de Rusia. Coincidir con la defensa de los derechos humanos, que fue bandera de gobierno de Carter, no es buscar el sometimiento al imperialismo yanquee, sino concordancia dentro del orden internacional, de lucha sostenida por la integridad de las personas y reconocimiento de sus derechos.

         Es motivo de honda preocupación que algunos jóvenes del partido estén inspirados exclusivamente en los slogans o posturas de extramuros, porque crea confusión en el febrerismo. No es por conservadorismo que rechazamos posiciones extremistas, sino porque no tenemos vinculación, ni iguales métodos de lucha con teóricos de la violencia, y entonces, ninguna razón existe para que admitamos tales identificaciones o parecidos. Tampoco deseamos que nos confundan con sectores conservadores, porque el febrerismo plantea radicales transformaciones de la estructura económico-social y política de la sociedad paraguaya. Necesitamos presentarnos con nuestros propios caracteres. Ningún parecido nos favorece, porque tenemos identidad política que nos acredita suficientemente ante el pueblo. Pasaron ya los viejos tiempos en que todo planteamiento de reformas sociales eran consideradas atentatorias contra el equilibrio de la sociedad. Los partidos son órganos de realización de programas de orden político, nacional, y entre ellos participa el febrerismo con bandera propia.

         La unidad del partido debe ser mantenida a pesar de los embates que soporta el febrerismo, de sectores que son adversos, para constituir una agrupación de hombres con plena confianza en sus dirigentes y sus planteamientos. Debemos afirmarnos en la ideología con sentido de coincidencias amplias, que admiten discrepancias sobre la conducción, pero que no permiten la sospecha del compañero de militancia. Debemos acostumbrarnos a tener al compañero como miembro de una gran fuerza política, que comparte plenamente nuestras inquietudes. Para eso nada mejor que evitar los desviacionismos peligrosos, so pretexto de mayor impaciencia o de posiciones más avanzadas. Las penosas divisiones que ha soportado el partido y las escisiones que ha sufrido, se tomarán como experiencias que debemos evitar en el futuro. La larga lucha sostenida para sobrevivir en un ambiente lleno de alternativas muy dramáticas, exigen esta conducta.

         Las tentadoras incitaciones de tomar caminos de atajo para abreviar los procedimientos de llegar a ciertas metas, no son los más recomendables, y quienes escogieron esos senderos, algunos años después han confesado que equivocaron el camino de la liberación del pueblo. Otros se encandilaron con las llamaradas revolucionarias de otros países, y se embarcaron en la aventura de una revolución que no tiene los caracteres que el febrerismo desea realizar. Mao, el Che, Castro, fueron en su tiempo prototipos de revolucionarios que hicieron delirar de entusiasmo a impacientes jóvenes, sobre todo porque parecía que la lucha por la toma del poder no exigía otro requisito sino coraje. El líder que busca el febrerismo, es un estadista, un conductor sereno, dirigente sólido moralmente, incorruptible, que no se convierta en ávido cazador de fortuna, ni en altanero mandón, indiferente al reclamo de las masas.

         La revolución que propugna el febrerismo se ha de cumplir en etapas sucesivas, metódicamente elaboradas por sus cuadros técnicos y en concordancia con el ritmo del progreso nacional. No podemos adoptar modelos para nuestro país que fueron aplicados en otras latitudes, porque las condiciones imperantes en la sociedad paraguaya, exigen un tipo de transformaciones que no es el mismo para Alemania, por ejemplo. El hombre paraguayo, a quien olvidamos en sus caracteres sicológicos, es el objeto de nuestro empeño político. Si lo sometemos a un acelerado proceso de transformación mental, ideológica, económica, social, etc., hemos de destruir su unidad sentimental y humana, para convertirlo en un nuevo tipo que no tendrá afirmación espiritual con el propio medio a que pertenece. Con él y para él debemos actuar en la acción política. Muchas revoluciones han fracasado porque no tuvieron en cuenta las condiciones espirituales del hombre. Es cierto que debemos cambiar hábitos, modos de vida, creencias, técnicas, condiciones de familia y de grupos sociales, pero lo haremos sin destruir el alma del hombre paraguayo, que debe afirmarse en el ámbito geográfico y cultural de nuestra tierra, para ser útil a la sociedad a la que pertenece.

         Después de la experiencia de estos 25 años de gobierno colorado, debemos de replantear muchos de los problemas nacionales que han sido desvirtuados en su esencia, como la reforma agraria, la intervención del Estado, el sindicalismo libre, la independencia y reforma universitaria, la economía dirigida, el control de cambios, la movilización popular, etc., etc., porque cada uno de estos temas han sido distorsionados por el régimen, desprestigiando su esencia. Los postulados políticos, desde el sentido republicano, deben ser nuevamente re enunciados y practicados con honesta y firme corrección. Estamos frente a un cuadro de descomposición social que exige grandes esfuerzos para la rectificación de las normas adulteradas. Desde el "mbareté" como práctica, hasta la función de los órganos de poder administrativo, han sido usados como sistemática destrucción de los valores individuales y sociales.

         Este trabajo no pretende abarcar formas de acción política frente al régimen, por lo que dejamos suspendida en la enunciación los tópicos que deben ser ventilados por otros trabajos.

         Digamos solamente algunas palabras finales: la revolución o transformación social que pretende el febrerismo en el Paraguay, requiere una doctrina coherente en sus múltiples aspectos. La tenemos enunciada en la Declaración de Principios. Todo militante del partido debe conocerla muy bien y enriquecerla con nuevas aportaciones. El mundo cambia constantemente y nosotros no podemos quedar anquilosados en esquemas rígidos. Tenemos un rasgo histórico que va marcando la fisonomía del partido, que no podemos cambiar bruscamente para presentar un nuevo partido en el momento en que llegan nuevas promociones a la dirección partidaria. Seria gran error pensar que, con la llegada de nuevos dirigentes se inician nuevos tiempos. La revolución es tarea de todos, del pueblo, de los dirigentes de la vieja guardia y de las nuevas remesas de jóvenes que se alistan en los cuadras. Debe haber continuidad en el proceso de realización de los fines, porque la discontinuidad en el proceso de realización de los fines es el peor de los métodos de acción política. Las sociedades no cambian tan rápidamente, como cambian las personas, entre una y otra generación, de modo que debemos adecuar las experiencias de los hombres curtidos en la lucha, con el arrebato de los temperamentos juveniles, para conjugar el verbo revolucionario con sentido de proceso y no de un suceso aislado.

         En la acción política nunca se sabrá muy bien quién es más útil para la continuidad de la acción práctica, si aquel que es capaz de ofrecer el ejemplo de una terca y porfiada lucha, sostenida por años, o quien llega por primera vez, con la pasión pasajera de los años mozos. Conviene que exista participación y simbiosis entre los dos temperamentos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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