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ÁNGEL LUIS CARMONA

  EL GÉNERO FANTÁSTICO: ¿UN CAMPO DE BATALLA EQUIVOCADO? - Por ÁNGEL LUIS CARMONA - Domingo, 29 de Enero de 2023


EL GÉNERO FANTÁSTICO: ¿UN CAMPO DE BATALLA EQUIVOCADO? - Por ÁNGEL LUIS CARMONA - Domingo, 29 de Enero de 2023

 

EL GÉNERO FANTÁSTICO:

¿UN CAMPO DE BATALLA EQUIVOCADO?

 

Por ÁNGEL LUIS CARMONA

 

angell.luis@gmail.com

Generalmente se reconoce la influencia que los valores transmitidos por los diversos productos de la industria cultural tienen en nuestras sociedades, pero ¿es realmente efectivo manipular la ficción en nombre del bien común? Esta es la pregunta que el siguiente artículo del periodista español Luis Carmona pone en la mesa de debate.

Comencemos esta reflexión con un ejemplo bien sintomático: un par de años atrás, Internet explotó en una polémica encarnizadísima sobre los últimos capítulos de Juego de tronos. La gran mayoría clamaba por un final de «fueron felices y comieron perdices» entre Daenerys Targaryen y Jon Snow, pero otros elogiaban el desenlace que se deshacía, por la vía rápida, de un personaje que desde la penúltima temporada venía resbalando por el tobogán de la locura mesiánica, a manos nada menos que de su heroico amante… No me extraña que G. R. R. Martin no quiera o no pueda terminar la historia.

Advertí entonces un extraño fenómeno actual: la ficción en general, pero muy especialmente la fantástica, ha tomado una entidad sorprendentemente prejuiciosa, tanto que incluso se considera natural alterar la lógica de las historias y la dinámica natural del comportamiento de los personajes para adecuarlas a un modelo preconcebido y, en consecuencia, se desatan discusiones a veces muy agresivas, que no quiero llamar «ideológicas» porque se parecen más, por su tono y falta de lógica, a las pendencias entre hinchas de fútbol.

Esto me llevó a la pregunta: ¿se puede modificar la realidad cambiando la ficción? Como todas las buenas preguntas, esta tiene varias respuestas simples, intuitivas y, casi siempre, equivocadas. La primera es «no»: resulta obvio que toda literatura es un comentario de la realidad y no la realidad un comentario de la literatura. La segunda es «sí», porque la gente termina percibiendo el mundo sobre el modelo de la ficción que consume. Ambas tienen parte de razón pero no pasan de ser verdades a medias.

De la fantasía heroica a la ciencia ficción, del terror al cuento de hadas, la literatura fantástica, en todas sus variantes, es infinitamente más realista y veraz de lo que parece… Para seguir adelante, mejor aclaremos el término realismo: el realismo es una corriente literaria que pretende que sus historias se parezcan lo más posible a la realidad, pero es también una técnica de escritura, muy usada en el género fantástico, destinada a hacer convincente el relato. Un ejemplo: los vampiros (al menos los que son muertos vivientes) no existen, pero no se ha escrito una novela técnicamente más realista que Drácula: ¡está redactada como el libro de anotaciones de un científico!

Volviendo a nuestro tema, las historias fantásticas son ciertamente un reflejo muy veraz de la realidad: no es de extrañar que el más famoso de los escritores de fantasía, Tolkien, escribiera El hobbit durante la Primera Guerra Mundial, en la que participó como soldado, y El Señor de los Anillos durante la Segunda, mientras eran sus hijos los que estaban en el ejército. Tolkien siempre dijo que no eran metáforas de las guerras; pero si se leen los libros sabiendo algo de historia europea parece difícil creerle: lo habrá intentado sin conseguirlo, en todo caso, porque es imposible que la ficción, por fantasiosa que sea, no tenga un paralelismo con la realidad del autor.

Si hoy están de moda los vampiros y los zombis, tendríamos que preguntarnos si no estamos llevando la sociedad humana por el camino equivocado y vivimos en un mundo donde nuestros padres fueron más prósperos que nosotros y nuestros hijos serán aún menos prósperos («¡Hoy estoy peor que ayer, pero mejor que mañana!», dice la ingeniosa letra de un bailantero argentino).

No es raro, entonces, que haya resurgido el gusto por los no muertos, «los diferentemente vivos» (como se hacen llamar en una cáustica parodia de la corrección política en las novelas de Terry Pratchett), porque son una buena metáfora cuando en el mundo circula la sensación de que alguien está chupando la sangre y devorando las entrañas de las personas comunes. Los miedos y las aprensiones que circulan en el seno de un grupo social, inclusive, y sobre todo si no hay conciencia clara de esos temores, son el alimento de la fantasía: Drácula brotó de la crisis de la primera revolución capitalista, Frankenstein del horror a la tecnología y Juego de Tronos es una sangrienta (en ambos sentidos) puesta en escena de la inmoralidad del poder, que sin embargo no va tan lejos como la de Tolkien, en cuyos textos no es exactamente tener el poder lo que corrompe, sino el hecho mismo de desearlo.

Pero pasemos de los ejemplos históricos y más o menos anecdóticos de cómo la ficción, cuanto más fantástica, con mayor precisión refleja y comenta aspectos casi siempre desagradables de la realidad, llevándolos hasta sus últimas consecuencias, al fenómeno actual: tal parece que las historias de ficción se han convertido en un campo de batalla, como si fuera más importante la cantidad y el destaque de los personajes de ficción pertenecientes a grupos sectoriales de cualquier tipo… Como ya dije, no parece un debate de posturas diferentes, sino una pendencia entre hinchadas futboleras desaforadas: los unos defenderán con denuedo un personaje mal escrito y peor actuado como Capitana Marvel, los otros se estrellarán inmisericordes contra un personaje de buen guión y mejor actuación como Merlina Adams.

Los unos se enfurecerán por una sirenita negra (que, como las sirenas no existen, cada cual está en su derecho de imaginarlas a su antojo), aunque la verdad es que su imagen más famosa, la estatua emblemática de Copenhague, es de bronce, y lo que tiene el bronce es que es muy democrático en su elitismo: solo los grandes personajes obtienen estatuas de bronce, que a cambio hace a todos sus modelos del mismo color. En cambio, a otros les parecerá razonable, contra toda lógica, cambiar el color de la piel de un personaje histórico real, como Ana Bolena, de la que está documentado no solo que era europea, sino también inequívocamente tan pálida como camafeo de marfil… Me pregunto cuáles serían las reacciones si alguien hiciera chino o blanco a un personaje histórico negro como, digamos por ejemplo, el rey zulú Shaka. También me gustaría entender con qué razonamiento han convertido a una población de más de mil cuatrocientos millones de personas, o bastante más sin contabilizamos las dos Chinas y las amplias colectividades emigradas, en una «minoría».

Ah, por cierto, déjenme decirles a los unos y a los otros que ninguna reivindicación sectorial es por sí misma una ideología. Una ideología, por definición, supone un conjunto de convicciones razonablemente coherentes acerca de todo el funcionamiento real del sistema de convivencia social y de los cambios que serían necesarios para mejorarlo. Como no existe ningún motivo para que, por ejemplo, una feminista no sea racista o un activista racial no sea un machista recalcitrante, por razonables que sean las reivindicaciones de unos y otros, no constituyen un conjunto ideológico coherente. Promover mejoras para el colectivo con que se identifica cada uno es lógico, así que lo harán por igual progresistas y conservadores, liberales y socialistas, millonarios y pobres.

La literatura fantástica es muy instructiva, para horror de los mecanismos de poder: quienes hayan querido ver algo más que una colección de aventuras sangrientas en Juego de Tronos, habrán aprendido cómo funcionan los mecanismos de lucha por el poder. Los que hayan leído con atención 1984 habrán entendido cómo funcionan los autoritarismos y sus dobles discursos. Los que hayan sido capaces de comparar la Tierra Media de Tolkien con el mundo real habrán aprendido algo sobre la resilencia de la gente común como sostén real de la fortaleza social. Ese es el poder de cambiar la realidad que posee la fantasía: generar una comprensión que ayude a modificarla.

Volviendo a la posibilidad de que los universos de ficción fantástica sean capaces de modificar la realidad, más allá de ayudar a entenderla y explicarla, la creciente convicción de que esto ocurre, como la pretensión de que alterar el lenguaje modificará el comportamiento social, no es más que un rebrote contemporáneo del pensamiento mágico, en el cual la representación tiene poder real sobre lo representado. No es, en consecuencia, más razonable que clavar una aguja en un muñeco vudú suponiendo que se está dañando a la persona real que el muñeco representa.

Pero pongamos un ejemplo bien ilustrativo: a todos nos encantan esas chicas de cómics, videojuegos, películas, series y animés, tan flacas que parecen anoréxicas, pero muy bien servidas de atributos, que, vestidas con armaduras que enseñan más que lo que defienden y calzadas con tacos de aguja, enfrentan y derrotan a una docena (bastantes más si además te llamas Uma Thurman y te dirige el burlón Quentin Tarantino) de adversarios grandes como luchadores de sumo y armados hasta los dientes… En la ficción está muy bien, pero en la realidad jamás nadie contrataría a una muchacha con ese aspecto como guardaespaldas, por más que en la ficción las haya visto y disfrutado miles de veces: hasta la más tonta de las personas sabe diferenciar una armadura real de un biquini blindado.

Así pues, estimados combatientes a favor y en contra de la inclusión: déjenme decirles que han elegido el campo de batalla equivocado. Para luchar por la inclusión o contra ella el lugar correcto es el mundo real, allí donde excluyen a las mujeres de la enseñanza o matan a palos a una pobre chica por «llevar el velo mal puesto», donde un policía asfixia a un detenido porque es negro o unos emigrantes son deportados después de haber arriesgado su vida atravesando Gibraltar en una patera… ser progresista o conservador es algo bien diferente de solo intentar parecerlo.

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Edición Impresa del Domingo, 29 de Enero de 2023

Página 4

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 


 

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