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MONTSERRAT ÁLVAREZ

  SVANTE PÄÄBO, NOBEL DE TEOLOGÍA - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 30 de Octubre de 2022


SVANTE PÄÄBO, NOBEL DE TEOLOGÍA - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 30 de Octubre de 2022

SVANTE PÄÄBO, NOBEL DE TEOLOGÍA

Especial: Premios Nobel 2022

 

Por MONTSERRAT ÁLVAREZ 

 

montserrat.alvarez@abc.com.py

El trabajo de Svante Pääbo, reza el comunicado oficial sobre el Nobel de Medicina 2022, «brinda la base para explorar lo que nos hace únicos a los humanos [uniquely human]». ¿Qué supuestos introduce en la investigación paleogenómica la premisa de la unicidad humana y cómo la defensa inconsciente de tal unicidad condiciona la interpretación de los hallazgos que la amenazan?

Único es lo que no tiene par. De lo que no hay dos. Para Tomás de Aquino, Dios es único. Único en sentido metafísico, único entre todos los seres y formas del ser. Para la paleogenómica, el Ser Humano es único. Único metafísica, teológicamente; o, nos dicen los científicos que trabajan en este campo, único genética, biológicamente, como único es, afirman, histórica y culturalmente. Encontrar aquello que lo hace único es la finalidad de esta disciplina. Contra estas abstracciones tomó la pluma un anarquista hace dos siglos. Yo soy el Único, dijo Johann Kaspar Schmidt, yo, esta cosa concreta, irreductible, con pelos y señales, que no cabe en un concepto, y no el Hombre ni Dios. Hay, pues, en esta historia dos sentidos opuestos de la unicidad. El primero –metafísico, teológico– es el que prevalece, y el que se premia.

El lunes 3 de octubre, el genetista Svante Pääbo abrió la ronda de ganadores de los Nobel 2022. Los voceros del Instituto Karolinska de Estocolmo informaron que había recibido el premio anual de Medicina por los descubrimientos sobre los genomas del neandertal y del hombre de Denisova atribuidos a este científico sueco. «Al revelar las diferencias genéticas que distinguen a todos los humanos vivos de los homínidos (1) extintos», proclama el sitio oficial de la Fundación Nobel, las investigaciones de Pääbo «proporcionan la base para explorar qué es aquello que nos hace únicamente [singular, específica, exclusivamente] humanos [uniquely human (2).

En el comunicado de prensa, el Comité también reconoce a Pääbo por haber «dado lugar a una disciplina científica nueva, la paleogenómica» al revelar que estos homínidos legaron genes al Homo sapiens (esto, destacan, «tiene relevancia fisiológica, ya que, por ejemplo, afecta el modo en que nuestro sistema inmunológico reacciona a las infecciones») y que «las secuencias de ADN de los neandertales se asemejan más a las de los humanos actuales originarios de Europa o de Asia que a las de los humanos actuales originarios de África» (mientras que en «Melanesia y otras partes del sudeste asiático los individuos tienen hasta un 6% de ADN denisoviano»).

Como las implicancias de esta elección son muchas, y el espacio muy poco, centrémonos por hoy en nuestra uniqueness, nuestra condición de únicos, idea que inicia el comunicado publicado en el sitio oficial de la Fundación Nobel, y que lo cierra así: «El Homo sapiens se caracteriza por su capacidad única [unique capacity] de crear culturas complejas, innovaciones avanzadas y arte figurativo… Las diferencias genéticas entre el Homo sapiens y nuestros parientes extintos más próximos eran desconocidas hasta que fueron identificadas por el trabajo fundamental de Pääbo. Las intensas investigaciones actualmente en curso se concentran en analizar las implicaciones funcionales de estas diferencias y su finalidad última es explicar qué hace únicos a los seres humanos [uniquely human (3).

En su libro de 2014 Neanderthal Man, Pääbo cuenta que con la secuenciación del genoma del neandertal esperaba encontrar «los cimientos biológicos del rumbo radicalmente nuevo que tomó nuestra estirpe tras la aparición de los humanos modernos: rápidos desarrollos tecnológicos, las artes bajo las formas que hoy reconocemos como arte, y aún quizás el advenimiento del lenguaje y la cultura» (4).

Interesado en lo que nos hace únicos [uniquely human], Pääbo admite que desde el inicio buscó diferencias, no semejanzas, entre los humanos actuales y los neandertales. Es decir, buscó las bases genéticas de la unicidad humana –«Estudiar cómo diferimos genéticamente de nuestros parientes más cercanos podría permitirnos descubrir qué diferencia a los ancestros de los humanos actuales de todos los demás organismos del planeta» (5)–. Su investigación partió de nuestra unicidad [uniqueness] como premisa tácita, que respaldarían con datos los avances en la secuenciación del ADN hasta convertir el supuesto en un hecho objetivo.

Justo es reconocer que, contra sus intenciones declaradas, Pääbo descubrió el legado genético de los neandertales en el ADN humano moderno, fruto del mestizaje: un hallazgo revolucionario. Antes que los cimientos biológicos de nuestra unicidad, las investigaciones del genetista sueco revelan cada vez más parecidos entre nosotros y los neandertales.

No es extraño que inquiete a Pääbo la posible contaminación genética de los restos (6), el riesgo de secuenciar ADN humano moderno que los haya contaminado (por contacto con los humanos modernos que trabajan en laboratorios, por ejemplo), creyendo que se está secuenciando ADN neandertal, lo que volvería engañosos los resultados. Duda razonable, pero conveniente puesto que esos resultados sugieren más semejanzas que diferencias entre «ellos» y «nosotros», lo que pone en cuestión nuestra unicidad. Porque desde el primer hallazgo de sus restos en el Valle de Neander en 1856, «ellos» habitan la inestable frontera entre lo humano y lo no humano, frontera que científicos como Pääbo custodian pero al mismo tiempo inevitablemente desafían con sus investigaciones. Esta posición paradójica tiñe su interpretación de todos aquellos resultados que no confirman sus expectativas. Así, Pääbo admite que las diferencias genómicas encontradas son pocas, pero prevé que esto cambiará cuando mejore nuestra capacidad de detectar en el genoma variantes funcionales (7): da a priori por demostrado lo que tiene que demostrar (o refutar). Es que el supuesto de nuestra unicidad implica por lógica otro supuesto correlativo, el de que los neandertales eran «profundamente diferentes de nosotros» (8).

Por todo esto, más allá del rigor consciente de científicos como Pääbo, es preciso pensar en qué medida una defensa inconsciente de la premisa de la unicidad humana guía sus investigaciones y condiciona su pensamiento sobre todos aquellos resultados que amenacen esa premisa.

En un artículo de 2015, Pääbo escribe que el análisis del genoma de neandertales y denisovianos indica que nuestros ancestros integraban una red de poblaciones unidas por intercambio de genes y aconseja no pensar en términos de «nosotros» y «ellos». Buen comienzo, pero a reglón seguido Pääbo añade que una población en particular (la de los humanos modernos) «terminó siendo muy especial; desarrolló tecnología y cultura que le permitieron expandirse desde su patria africana hasta Eurasia y más allá, y, por fuerza o competencia, provocó la extinción de todos los demás grupos». Y la pregunta es, cierra la idea Pääbo, colando finamente la premisa de nuestra unicidad y, en un solo movimiento, asentándola como hecho objetivo con base biológica, «¿qué características biológicas hicieron especial a esta población?» (9).

Los neandertales comienzan a escasear progresivamente en el registro fósil hace unos cuarenta mil años, hasta desaparecer por completo. No se conocen los motivos de su extinción, pero en el pasaje arriba citado Pääbo la atribuye a la unicidad, a la naturaleza «especial» de los humanos modernos –nuestros antepasados, contemporáneos de los homínidos extintos–, que permitió crear «tecnología y cultura… y, por fuerza o competencia, provocó la extinción de todos los demás grupos». La creencia en la superioridad de los humanos actuales, ganadores en el juego darwiniano del más apto, sobre nuestros parientes extintos, es decir, «perdedores», parece flotar en el ambiente científico. Hasta hace poco, se atribuyó esta extinción a desventajas competitivas frente al Homo sapiens, que había desarrollado el lenguaje, que le permitía hacer planes y legar saberes. Pero se descubrió que los neandertales podían hablar: los cambios adaptativos del gen FOXP2 estaban en ellos, tanto como los cambios anatómicos necesarios para articular palabras. Y, además, enterraban a sus muertos.

A fines del verano de 1856, unos trabajadores, excavando una cantera en el valle de Neander, en el Bajo Rin alemán, hallaron unos huesos que parecían de oso; por si pudieran ser útiles para la ciencia, se los llevaron al maestro del cercano pueblo de Elberfeld. Faltaban tres años para que Darwin publicara El origen de las especies, pero ese maestro supo ver que no eran huesos de animal, sino de hombre. Un hombre distinto de nosotros. Muy distinto. El profesor Johann Fuhlrott comprendió con creciente asombro que estaba ante la evidencia de una humanidad desaparecida.

Aquellos fósiles del valle de Neander fueron el primer indicio de una historia humana distinta, llena de otras humanidades posibles, de muchas formas de ser humano. Pero cuán difícil parece adentrarse en esos enigmas sin rebajarlos a la medida de nuestros prejuicios. Hay que renunciar a la metafísica de lo humano como esencia y a la comodidad de muchas creencias reconfortantes para mirar a los ojos a ese otro que no es otro y enfrentar los destellos de su extraño mundo ritual y simbólico relacionado con el canibalismo (que atestiguan los yacimientos de Krapina, Moula-Guercy y El Sidrón) y con el culto de la muerte (que señalan los enterramientos de La Ferrasie y Shanidar).

En La esencia del cristianismo (1841), Ludwig Feuerbach escribió que la «esencia divina» no es otra cosa que «la esencia humana sin los límites individuales del hombre real y material, esencia objetivada, contemplada y venerada como ajena al hombre». Estaba diciendo que el hombre se aliena de sí mismo cuando pone fuera de sí, en Dios, su «esencia». Pero al afirmar que «el Dios del hombre no es sino su propia esencia», Feuerbach no desterraba del pensamiento humano el absoluto teológico, sino que lo convertía en absoluto antropológico. Será necesario que un Max Stirner tome la pluma para revelar que también el Único, el individuo concreto y singular, se aliena cuando acepta pensarse como mero caso del ente abstracto llamado Humanidad. Quién hubiera adivinado, hace dos siglos, este regreso por la puerta grande, este retorno de la teología, oficialmente legitimada como ciencia por un premio Nobel. «Nuestros ateos –sonreiría Stirner– son gente muy religiosa».

Notas

(1) En realidad, homíninos. Preferimos aquí el término homínidos por su uso popular, aunque se trata de conceptos diferentes para los especialistas.

(2) Nobel Assembly at Karolinska Institutet: «Press release: The Nobel Prize in Physiology or Medicine 2022». Disponible en: https://www.nobelprize.org/prizes/medicine/2022/press-release/

(3) Ibídem.

(4) Svante Pääbo: Neanderthal Man: In Search of Lost Genomes, Nueva York, Basic Books, 2014, p. 4.

(5) Pääbo, op. cit., p. 72.

(6) Svante Pääbo: «The human condition. A molecular approach», en: Cell, 157 (1), 2014.

(7) Ibídem.

(8) Pääbo, Neanderthal Man, p. 14.

(9) Svante Pääbo: «The diverse origins of the human gene pool», en: Nature Reviews Genetics, 16 (6), 313, 2015.



 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Edición Impresa del Domingo, 30 de Octubre de 2022

Página 4

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 


 

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