Carlos Federico Abente habla de la necesidad de vivir en concordia como seres humanos y como sociedad.
La voz poética bilingüe de Carlos Federico Abente –nacido en Isla Valle, Areguá, el 6 de setiembre de 1914 y fallecido en Buenos Aires el 12 de julio de 2018– a ratos, resulta rara y hasta extraña. Su vocabulario y la construcción de sus oraciones no siempre siguen los parámetros habituales de los creadores de versos.
Para entender por qué se da en él esa forma un tanto inhabitual de manejo de la palabra es preciso comprender el itinerario de su lengua materna.
Muy niño, como a los cinco años, con su madre –doña Juana Deolinda Bogado– y su padrastro, argentino, fue a vivir a Formosa. Allí siguió hablando casi lo mismo que el guaraní paraguayo, pero ya con alguna diferencia. Y mejoró en la escuela su castellano.
Una letanía
En Concepción del Uruguay –provincia argentina de Entre Ríos–, en el internado donde vivió y estudió la secundaria, nadie hablaba guaraní. Ni siquiera algún marinero cuyo barco atracaba en el puerto local. Carlos, más por intuición que por la convicción de que debía mantener su lengua materna a salvo del olvido, improvisaba –subido a una silla o a lo más alto que encontrara a mano–, un monólogo. Su contenido variaba en cada ocasión, pero giraba sobre un único eje: el sentirse hijo del Paraguay. Con el tiempo, Carlos le dio forma en Che ko nde ruguy. Soy de tu misma sangre, patria mía. Era como una letanía en su boca y como una bandera en su corazón.
“Lo hacía para no olvidarme del guaraní. Si no lo hablaba, si por momentos no lo gritaba, sentía como que lo iba a perder. Al principio mis compañeros argentinos del internado se reían de mí, me preguntaban si no estaba hablando mal de los kurepi. Al final, conociendo mi propósito y viendo mi perseverancia, respetaron mis monólogos y, mal que mal, mantuve mi lengua campesina”, decía Carlos.
Ya en Buenos Aires, antes de ingresar a la Facultad de Medicina de esa ciudad, apareció en su vida un hombre al que siempre consideraba clave y esencial en la recuperación de su lengua de la primera infancia y en su reconexión con la cultura paraguaya: el guaireño Prudencio Giménez.
El músico y compositor, guitarrista y arpista –que fue uno de sus grandes amigos a la par de José Asunción Flores, Emilio Vaesken, Cayo Sila Godoy y Augusto Roa Bastos, entre otros– le fue devolviendo, de a poco, en largas conversaciones, su corpus lingüístico que había quedado adormecido durante varios años.
Ya en su edad provecta tendrá otros amigos paraguayos en la Argentina –la mayoría músicos y compositores– que le fueron sumando conocimientos acerca de la lengua originaria del Paraguay. El que más influencia ejerció en él, en su expresión poética en guaraní, fue el poeta Zenón Bogado Rolón, gran conocedor de la cultura y el guaraní de los Mbya, los Paîtavyterâ y los Ava Chiripa. Por eso es que se encontrarán palabras o frases no propios del guaraní paraguayo en las letras de Abente.
Una obra que ilustra cuanto decimos es Tekotevê jajoayhu. El poema responde a la vertiente de su creación dirigida hacia lo que él llamaba mensajes. Con modestia, aseveraba que él no escribía poesía, sino mensajes. Y en algunas de sus obras, como en la citada, se da la razón a sí mismo. La música es de Pablo Ríos, compositor y músico que vivió varios años en Buenos Aires.
“Conocí al doctor Abente en un concurso de obras inéditas que gané. El era jurado junto a Oscar Cardozo Ocampo. Me presentó el colega Martín Arzamendia. Nos fuimos conociendo de a poco y me dio varias letras para que le musicalizara. Una de ellas es Tekotevê jajoayhu. Le puse ritmo de polca canción a fines de 1995”, rememora Pablo desde su ciudad natal, Pilar, a la que retornó para quedarse.
Fuente: ULTIMAHORA.COM (ONLINE)
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Sábado, 06 de abril de 2019
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TEKOTEVÉ JAJOAYHU
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