POR MI HERMANO
Por DELFINA ACOSTA
El 29 de setiembre de 2009 falleció mi hermano. Era un hombre simple como el árbol, como el pan, como el costado franqueable de la sombra o de la luz.
La timidez era el delito que lo ponía en evidencia entre la gente porque mientras sus amigos hablaban y contaban chistes, él se limitaba a escuchar a los demás, sonriente, agregando a veces, sólo a veces, una broma afortunada.
Era mi hermano mayor.
Compartimos momentos felices de la niñez, y de adultos, guardábamos el uno para el otro una amistad llena de amor, de fidelidad y también de talento pues él leía libros de historia, de metafísica y de ciencia, y gustaba conversar sobre aquellos temas que nunca tienen fin de debate en el curso de los tiempos.
Tenía 59 años. No injurió. No robó. No mató a una hormiga roja de su casa. Guardaba la fe en Jesús en su corazón, y no en la ingenuidad y la inconsciencia de la palabra dicha al viento, que se contradice a menudo.
Era un buen hombre, y con eso podría ya estar todo dicho, pero era un buen hombre de veras, de esos que tenían un santo temor de hacer daño a los demás y de hablar de su prójimo; su carta de presentación era su oficio de hacer el bien, de huir de la maldad, de juntarse o hacer junta, como se dice, con cualquiera, pues él mismo se sentía cualquiera, o sea, gente del pueblo, un humilde más.
Un detalle: Lo encontraron muerto.
Tenía una casa modesta en una urbanización; el día 29 de setiembre la urbanización fue aparatosamente allanada por la policía que buscaba a un abigeo peligroso.
A mi hermano lo hallaron caído en el piso. Su radio estaba prendida a todo volumen, cosa que él no haría. Tenía en la frente indicios leves, pero indicios al fin, de algunos golpes.
No había, no hay en Villeta, un médico forense. Así pues un simple médico, sin la autorización del cargo competente para actuar en los casos de muerte sospechosa, dio un rápido diagnóstico: muerte por infarto.
Pero la pregunta inquietante es la siguiente: ¿No habrá entrado el abigeo en su casa, y él, sorprendido, asustado (tenía una naturaleza demasiado sensible, no minúscula, sensible, repito) cayó fulminado por el infarto? O, lo peor aún, ¿no habrá sido víctima del mismo abigeo?
Se sabe que la inseguridad de la que somos víctimas hoy día, amerita una investigación de este caso. Todos los casos de muerte sospechosa deben pasar por una revisión estricta ante las autoridades competentes. En el Paraguay estamos expuestos a asaltos, a atropellamientos de asesinos en nuestras propias viviendas. La ola de inseguridad nos mantiene en vilo. Un día puede tocarle a un pariente suyo, lector, lo que aconteció con mi hermano. Las condiciones de violencia están dadas en nuestro país para muchos situaciones de muerte sospechosa. Los paraguayos debemos reaccionar, por nosotros mismos, por nuestros hijos, y exigir que se lleven hasta las últimas consecuencias las averiguaciones en torno a decesos de naturaleza extraña o poco frecuente y que deja lugar a las más horribles dudas.
Por otra parte, es lamentable que Villeta no cuente con un médico forense. No se puede concebir una idea de seguridad social si no hay una cobertura completa de la medicina hasta las instancias finales, incluyendo las póstumas, por supuesto.
La seguridad del individuo, del ser humano, es un deber (hasta ahora incumplido) de las autoridades nombradas para proteger a una comunidad.
Que ninguna muerte deje un resquicio de dudas.
Fuente: ABC.com.py
Sección OPINIÓN
Lunes, 05 de Octubre de 2009
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