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JOSÉ LUIS APPLEYARD (+)

  COMO REGRESA EL CÍRCULO y CUANDO LLEGA TU AUSENCIA - Poesías de JOSÉ-LUIS APPLEYARD


COMO REGRESA EL CÍRCULO y CUANDO LLEGA TU AUSENCIA - Poesías de JOSÉ-LUIS APPLEYARD

COMO REGRESA EL CÍRCULO y CUANDO LLEGA TU AUSENCIA

Poesías de JOSÉ-LUIS APPLEYARD



POESÍAS de

COMO REGRESA EL CÍRCULO



EL CIELO ESTÁ CERRADO

Tengo la forma. He cumplido el cielo

y debo regresar.

De este balance, sólo me resta

un saldo positivo;

que "nuestro" es la palabra, en vez de "mío".



He hablado mucho tiempo de mí mismo,

pero a través de mí, llego a los otros,

y sumándole el nos, queda nosotros.

Es la vieja lección

y tan difícil.



Me llevó tres decenios aprenderla.

El cielo está cerrado y hoy regreso

con ese yo logrante de aquel Otro

cuya suma final me da nosotros.



LA ESTÁTICA INQUIETUD


Después de los diez años que he vivido,

de los cien, de los veinte que no tengo

después de deambular estando quieto

y después de llegar sin haber ido,

a ningún sitio que no fuese el mío,

se me ocurre pensar en lo que he hecho

sin hacer otra cosa que el manido

expediente de estar en algún lado

no haciendo nada, no estando como quiero

y queriéndome estar, juego el destino

cambiante cambio de ser siempre lo mismo

y cambiado, al momento, semejante

a ese mi yo que es yo nunca distinto.



Pero hay que hablar de cosas que interesan

¿a quién? No sé. Hablar de inconformismo,

hay que gritar sin gritos y decirlos diciendo nada:

Y somos -soy- constante en repitiente forma de un capricho.



Después de los mil años que he vivido,

del trillón de segundos que no tengo,

llego de pronto a un sitio que conozco

porque nunca de él hube partido.



SE ESTÁ HACIENDO MUY TARDE


Desde un cielo naranja que es el mío

brota un humo que tiene de las nubes

la forma y el dolor.

Sólo razonan

las aguas de este lago gris y turbio.



Esta es mi tierra, sí. Nada se ha dicho

de tolvaneras pardas que respiran

un silencio de tedio y viento norte.

Casi nunca se habla de las cosas

que están a nuestro lado, aquí en nosotros,

en un árbol torcido que albergara

más que pájaros y nido, una esperanza.

Un silencio se cierne y la palabra

abre surcos oscuros en el alma.

Pienso en el hombre que creció a mi vera

que supo de esta tierra y de su sana,

pictórica y amable geografía.

Creció como los hombres, se hizo amigo

del grillo y la cigarra y de sus cantos,

puso su nota de pasión al viento

y una lágrima triste al pensamiento.

Después fue con su carga de luciérnagas

para morir sin voz junto a un lapacho.

Pienso en el hombre que se fue y no vino

a cumplir con la cita y el amigo,

porque una tarde le quedara grande

como una ajena mariposa negra

sobre los hombros dulces de la madre.

Nada se ha dicho

ni de ese hombre gris que fue conmigo,

ni de los hombres grises que transitan

con corazón los años y la vida.

Los escuda un silencio invulnerable,

los amarra un dolor hecho sevicia,

los guardan en un cofre de agonía

para que pueda demorar el día.



Las viejas tolvaneras de mi patria

esconden muchas cosas dolorosas.

Y cuando este silencio se nos abre

como un libro prohibido de mil hojas,

empezamos, los hombres preteridos,

a pensar que se está haciendo muy tarde.



POESÍAS de

CUANDO LLEGA TU AUSENCIA



CUANDO LLEGA TU AUSENCIA


Cuando llega tu ausencia

en cada Jueves Santo,

cuanto Te espero en vano,

Cuando atalayo

desde el tiempo dolido de mi vida

la especiosa presencia de Tu nombre;

cuando ya has dado todo,

la sangre y la simiente,

y el tiempo se me ha vuelto

esa unidad perfecta del círculo infinito;

cuando desde mis labios surge la sed de Tu Vino

y de mi corazón la avidez de Tu Pan;

cuando ya nada queda por ser dicho

porque por fin Tu nombre es cuerpo y sangre,

porque por fin, Amado Mío,

te has entregado para siempre en mí;

entonces yo comprendo la dimensión estéril de mi nada

ante la más completa dación de Amor Divino,

y en la Cena Final, Tú me recuerdas

el polvo sideral del que has venido

para ser luz en Luz de Tu palabra

y verbo por Amor y redimido.



Cuando llega tu ausencia,

cuando siento como nunca el dolor de haber amado

porque el precio de amor es tan terrible

que ha aniquilado todos mis sentidos;

cuando llega la noche de Tu entrega,

cuando llega el momento de Tu huerto,

cuando Tu humana proyección se funde

al calor del amor

y Amor Divino

con llamarada llena Tu presencia;

cuando ya mueres sin morir y entregas

Tu Pan, mi corazón,

Vino, mi sangre;

cuando todo ya está porque ha pasado;

entonces, oh Innombrable, me deshago

y torno al polvo estéril

y soy hombre

y como arena del desierto tiemblo

al sentir Tu simiente fecundarme

y vuelvo a ser en mí

y entonces digo:

Señor, mi corazón, si Te me has dado

es porque polvo, arena, tierra, yo, mi nada

somos lo azul y eterno en Tu mirada.

 



TU SOLEDAD, LA MÍA


Desde la burda altura de esa cruz

formada por maderos

mira Tu soledad. Esta es la mía.

Allí donde Tu muerte espera su momento

y desde donde miras

está la angustia original,

la desasida dimensión del tiempo.

Y allí te quiero.

Allí mi corazón se vuelve tuyo

y el alarido del lanzazo torna

a perforar la carne de mi carne

y a manar como lágrima de hielo

y a ser nuevo milagro de tu sangre.



Desde esa soledad ya sin medida,

entre un cielo preñado de tormentas

y una tierra reseca,

suspendido, como un trozo de carne declinante,

está Tu Cuerpo.

Y en mi dolor ardido,

está la Forma que quisiste darme.

Un cadáver de Hombre, un odioso cadáver que es el mío,

una tremenda muerte,

una agorera ausencia,

un cansancio de piedra,

una burla siniestra

y la Palabra muda, envuelta en el sudario

y silenciosa

y nadie que comprenda Tu misterio,

ni el Centurión Cegado,

ni el Discípulo Puro

ni la Dolida Madre.

Sólo yo lo comprendo,

porque soy el cadáver de ese cuerpo

y su negruzca y coagulada sangre.



Allí te quiero, Dios, así, patibulario,

allí te encuentro en mí,

allí te amo.

Allí sé que el amor no es la sonrisa

ni la fresca ventura de las horas

sino el dolor sin fondo del que nace,

por fin, ese otro Amor, que está en nosotros,

en Tu muerte de Dios, de pobre reo,

en Tus llagas que afrentan la alegría,

en Tu sien dolorosa,

en Tu mirada,

eterna y por la muerte transformada.



Allí, Tu soledad,

Señor, la mía.

Allí la fuerza inerme que me lleva;

y nuevamente en viernes de agonía,

soy Tu dolor que en Hombre se transforma,

y soy testigo solo que se yergue,

y sabe que Tu Amor es Cruz, no llanto

de Niño enternecido de Pesebres.

 


Fuente: JOSÉ-LUIS APPLEYARD. ANTOLOGÍA POÉTICA.

Compilación: FERNANDO PISTILLI

Ilustración de tapa: LUIS ALBERTO BOH 

Editorial El Lector, Asunción-Paraguay 1996 (197 páginas).

 

 

 

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