Asunción del Paraguay (75 páginas)
I
ME HAN DADO LA PALABRA
ME BASTA UN ESCRITORIO
Me basta un escritorio para escribir palabras;
me bastan las palabras para seguir viviendo;
me basta la visita cotidiana del tiempo
y me bastan la noche, la soledad, yo mismo
para ser lo que soy, lo que yo no comprendo.
Pesan en mi balanza los pecados del mundo,
pesa mi decisión de ser siempre imperfecto,
pesa mi voluntad de hartarme con el verbo
en cotidiano encuentro que es de mi ser el centro.
Y por eso no temo,
he llegado a ese adusto misterio del no miedo,
he llegado hasta el límite final de mi silencio
y hoy me basta el amor, el callado y no ciego.
No puedo pedir más al mundo que yo tengo,
yo no puedo forzar las paredes del tiempo;
yo no puedo callar porque me han dado el verbo,
la palabra, la forma de decir cuánto siento.
Yo no puedo callar, mis labios son el medio
que emite la palabra, la ajena, la que es mía.
Yo no puedo callar porque el silencio es forma
de hablar con la mirada, con la dación, el gesto,
y llegar hasta ti diciéndome: esto es nuestro.
EN MAYO YO HE NACIDO
A los cincuenta y seis años la vida
se me ha vuelto aventura prodigiosa.
Subir a una atalaya y desde arriba
contemplar la comedia deliciosa
de quienes quieren -eternos filisteos-
ser más por lo que tienen, que es la nada,
y se vuelven burbujas iriscentes
de un volcán que no fue, siendo encontrada
vanidad que ruidosamente acaba
fraguando, gris, el trueno de sus voces
en la inútil ceniza de la lava.
Mangrullo, alcor, lugar desde el que veo
mi propia solitud, mi sueño herido,
mi transitar de voces cuyos ecos
atesoran lo poco que he vivido.
La edad es la espiral de los recuerdos,
consigna irreversible que me lleva
al cofre que no fue, duro baúl mundo
torcido en su vejez como la esteva
de un arado combado por el tiempo,
transido por los años y los meses,
saliva de la tierra en la que mora
la dulce lenidad de tantas mieses.
Y estoy en el alcor que dan los años,
tan ciego y tan vidente como entonces,
cuando mi voz, desperdiciando vientos
cantaba en el insomnio de los bronces.
Tal vez quiera callar, tal vez la altura
se me llene de vértigo, de voces,
de campanadas locas de horizontes
huyentes hacia el fin, siempre veloces,
inatajables, desbocadas, plenas
de la febril primicia del intento
de decirles-decirme que la vida
es el juego terrible de un momento.
La altura da avidez de sensaciones
al tiempo que limita nuestras miras,
la altura de la edad es el comienzo
de ver la vacuidad de nuestras iras
y el descenso imposible dicta normas,
la propia gravedad se desvanece,
la altura de los años no permite
destejer esa túnica que crece
y comprime el futuro, lo hace estrecho
en un aire que presto se enrarece.
A los cincuenta y seis años la vida
-espiral ascendente- me depara
la aventura de un mundo sin mentiras
que me lleva a beber, lúcida y rara,
el agua que busqué desde la infancia
en incontables fuentes y hoy es pozo
profundo de mí mismo, el agua limpia,
lustral generadora de mi gozo.
LA VOZ ME HA SIDO DADA
La voz me ha sido dada
para hablar, para serme
profeta en la llanura
inmensa de un desierto.
Para gritar, insomne,
la angustia que nos roba
hasta el minuto simple
que lo queremos nuestro.
La voz que en mi garganta
estrangulan los garfios
del fútil prejuicio,
del temor, del desprecio,
de la fácil fortuna
que se prende en la escala
repugnante del sexo.
Del sexo, sí señor,
de aquello que era santo
y en labios agrietados
de lascivia y lujuria
se ha tornado en exceso.
Camino, trajinando
tal vez mi último tramo,
cansado por los años,
abrumado y confeso
de todos mis pecados,
y me han robado el báculo,
y sin bastón transito
hastiado de presentes,
agobiado de escarnios,
y de morir obseso.
La vida ¿qué me ha dado?
La vida que me rige
me ha demostrado el fútil
imperio de la nada.
He pretendido, idiota,
sublimarme en la voz
escalonando versos.
Y ¿después? La fatiga,
la rutina consciente
de transitar un mundo
que cada vez es menos
la imagen que tenía
de verlo un universo.
La calle es el camino,
la esquina la aventura
de no encontrar a nadie,
la casa es sólo un modo
de morir en silencio.
El resto es la rutina
con relojes y cuentas,
es vivir la zozobra
de la propia palabra
de la cual, siempre preso,
me señala la forma
de evitar que mi paso
se convierta en la cifra
-números todos dados-
en la cual ya ni el nombre
puede ser el regreso.
La voz me ha sido dada,
y qué profunda y grande
responsabilidad
surge del simple hecho.
La voz me ha sido dada,
igual que a los profetas,
y torno, nuevamente,
hacia el inicio cierto,
rescato la palabra,
la unjo y la valoro,
y mi garganta seca
se pregunta sin voz:
¿alguna vez, quizá,
ese sonido trunco
se habrá de redimir
cuando pueda ser verbo?
ME HAN DADO LA PALABRA
Me han dado la palabra
para decir mis versos,
para enhebrar recuerdos,
para ser lo que he sido,
para encontrar, de pronto,
en mi casa un ovillo
de golpes encontrados
que fueron mi universo.
Y en esta casa mía
saturada de libros,
de sueltas sensaciones,
de amores no vividos,
en esta pieza mía
-periódicos dispersos-
la palabra ha venido
sencilla, virgen, dura,
para dictarme el tono
que ha latido en los versos.
NO ES PRIMAVERA AGOSTO
Agosto es sólo un mes, es una cifra
convencional de un mudo calendario,
agosto tiene días y sus números
son treinta y una cuentas de rosario.
Rezo en agosto, lo desgrano en flores
de un lapacho impaciente, y alertantes
las hojas que ya son tronco y sonrisa
me develan regresos inquietantes.
No es primavera agosto, pero cae,
aturdido de sol y viento norte,
y ,se forma, amarilla entre sus flores,
en vórtices de polen, su cohorte
de alérgicas miriadas de pezones
ofertantes de leche enrarecida,
portadora, en agosto, de los gérmenes
ocultos y vibrantes de la vida.
Agosto es precursor de los latidos
subterráneos, lascivos, ofertantes
que anuncian un setiembre, treinta días,
de amor de mariposas, las que antes,
gusanos de la luz, entristecidos,
buscaban alas, trompas y destinos
en el aire y el cielo, viento y agua,
cepa dorada de excitante vino.
Agosto augusto ya ha llegado y rota
su cornucopia pródiga y mezquina,
proviene de algún trópico y reabre
herido el corazón con acre espina.
Agosto de mi luz y mis silencios,
mes devorante que al saciarse hiere
mi precaria unidad, mi compañía
que al son del viento norte mata y muere.
Agosto, mes, instante, nubes, cielos,
agosto de mi pena y de mi canto,
en el aire tu sol marchita y cubre
la ilimitud perfecta del quebranto.
Yo he cantado a diciembre -ya lo he dicho-
y en abril he logrado lo que en mayo
nació con fuerza, con dolor, con vida,
imagen de mi yo, sólo un ensayo
que julio desbrozó, lo hizo consciente,
cauce profundo cuanto más angosto
de una furia de amor, de una distancia
que no quiso ser verbo, siendo agosto.
II
SOLAMENTE LOS AÑOS
ESTE CAMINO TRAJINADO SIEMPRE
He nacido en mi casa
¡y cuánto anacronismo
reside ya en el hecho
de formular la idea!
Yo no tuve hospitales,
yo no tuve la asepcia
del sanatorio oculto
bajo el rótulo ambiguo
de ser "maternidad".
Nací, como los hombres,
de un útero materno
y luego en una casa,
hogar, no kindergarten,
caminé, previo el rito
de hacer pis en gateos.
Y mi mundo primero
transcurrió en las baldosas
de un corredor que hacía
las virtudes de Anteo.
Un techo, el alto cielo
limitado tan sólo
por dulces cielorrasos;
una pieza, la mía,
y una cuna que nunca
fue túnica de Neso.
Mis pies entonces eran
los culantrillos rotos,
los verdes albadones
que hurgaban los canteros.
Descubridor de hormigas,
obseso de sus pasos,
tal vez, hicieron ellas
la función de maestros.
Es difícil decirlo,
nunca supe el momento
en que el verano tuvo
la versión de mi ceño.
Acaso fue un pesebre
o el juguete encontrado
cuya muerte anunciaba
la voz del Año Nuevo.
Una vez, de ese entonces,
alguien se fue y no vino,
y al tocar sus mejillas
comprendí que era ciego.
Y yo enterré mis ojos
en el jardín del patio,
y no fueron semillas,
sino arena en mi ruego.
Palpé, palpé las rosas
y ellas sólo dijeron
hablando en sus espinas
que ser huérfano es cierto.
Columpios de la tarde,
hamacas prodigiosas,
naranjos perfumados
en su función de viejos.
Y en el nuevo horizonte
de un zaguán manihaciendo
la naciente aventura
de volverme un objeto.
¡Señor! Así mi infancia,
pajagüecito trunco,
pedazo de otro alguien,
que se me fue, viniendo.
Las abejas más rubias
me dieron miel, su cera
enlutó mis oídos.
Y, entonces, sordo y ciego,
comprendí que la vida
era un simple regreso.
Y vino la cigarra
y horadó mis oídos
y perforó con cantos
la angustia de mis miedos.
Liberado y latente,
poseedor del sonido,
pude escuchar mi voz
hambrienta y conociente
de saber que un zaguán
comienza en el olvido.
Desde el zaguán me evoco,
y mi mudez de niño
asume en la palabra
la voz que había tenido.
Las manos que eran verbo
adquieren la firmeza
que traducen mis pasos.
Como he roto el silencio
puedo ver la tiniebla
y mis párpados tiemblan,
la luz es un comienzo.
Puerta cancel, vidriera,
cristal con iníciales,
la acción de las palmeras,
entrevista entre vientos.
Me yergo, me consigo,
de bronce y picaporte
depende que yo siga,
depende que yo brote.
Pero la vida es neutra
y no permite saltos.
La puerta está cerrada
y agobia el viento Norte.
OTÓRGAME EL SILENCIO
Señor, me has dado el peso de otra Navidad.
Es una carga dura,
es una noche triste
la del pesebre en sombras,
la del Niño de barro,
la de saber que vienes
-sin venir- hasta el soplo
de la vela distante,
de las luces que tiemblan
desuniendo distancias
y haciendo que en las manos
se traicione la paz.
Aparta de mis labios
el cáliz con tu vino,
que no muerdan mis dientes
ese trozo de pan.
Es diciembre y te añoro,
quiero estar en tus labios,
pero ya, simplemente,
sin saber de tu sal.
Las ausencias me habitan,
esos nuevos silencios
las flores que, de coco,
me dicen: Navidad.
Aplastado, me evoco,
me conjuro, me niego
a ser el niño ciego
que evita la ciudad.
El niño que yo era
y que no está en el Niño.
Ni los ángeles rubios
que me hicieran llorar.
El peso de tu ausencia,
la oquedad del pesebre,
las luces que interrumpen
tu paso y tu verdad.
Dame fuerza y asciende
desde el niño que fuera
y otórgame el silencio
de fundirme en tu Paz.
SOLAMENTE LOS AÑOS
Solamente los años nos permiten
conocer lo que acaso fue secreto,
los años nos invaden y nos dicen
qué poco resta, que transido hueco
aparece después de las murallas.
Lo que queda otra vez es campo abierto,
una carne, sonrisa declinante,
alguna trayectoria, la tristeza
de comprobar - no ya Tomás - las llagas
de un rostro que no fue, de una vileza
que engalanadas formas de un domingo
la hicieron como es, sólo una mueca.
CREYENTE DE LOS MITOS
Creyente de los mitos,
¿verdad que eran sinceros?
Bajo un cielo de fríos
¡vibrabas, Prometeo!
Y el resto era de tiempos,
de ignorar nuestro origen,
de ser buenos,
mientras manaba el agua del deseo
construyendo los muros que no existen,
y haciendo paridad de nuestros dedos.
Ya estamos en la noche,
ya el alarido múltiple no advierte
que es imposible razonar,
que es fuente
nuestra palabra, al decirnos nuestro.
La aljaba ya sin flechas,
trepidante
la voz ya sin sonidos
y en la grave
plenitud de sabernos sólo nuestros,
la campanada igual
de ser distantes.
El mito de querer, de amar, de nuevo
ser el origen de la voz distante,
de desunir barreras en el alba,
de ser mi labio el tuyo -delirante-.
Creyente de los mitos de la tierra,
rostro que fue sintiéndose presente,
agua del sol, la mano persuasiva,
para aquietar mi corazón salvaje.
Los mitos sin tu nombre desfallecen,
mueren de amor, naciendo en cada instante
y molusco fluvial, por siempre mío,
ser huella de un verano declinante.
III
LA BARBA Y LA SONRISA
ABRAMOS LA TRANQUERA
Bifurcantes caminos que nos llevan
a ese mismo principio que anhelamos.
Viandante, tú en lo propio y caminando
hacia la anchura impúdica del viento,
jugamos al camino?
¿,y jugamos a quién llega primero?
La infancia nos redime porque sabe
que el tiempo de jugar es todo tiempo,
aquél de nuestra de vida o nuestra noche,
aquél de la carrera y del deseo.
¿Quieres jugar, acaso, hacia el regreso?
Dame tu mano, la del duro hachero
y afronta el campo donde las tranqueras
han sido derruidas por tractores.
Dame tu mano,
come el pan que es del que quiere
ser todo menos compañero.
Dame tu cama, tu rancho, tu morada,
dame tu rascacielos,
dame el escueto silencio de ofenderte, camarada.
Porque la cama es pan, el pan es odio.
El comer y el beber se te parecen.
Sin compañeros ya, sin camaradas,
voy hacia el sol, hacia la luna,
voy,
voy a una voz muy ronca
que quisiera
-hamaca de mi ser y de mi sueño-
convertirse en pared y en hamaquera.
Silencio ya.
No busco los recuerdos.
Callan mis pies al ritmo de sus pasos.
Vuelvo a mi casa, transito sus senderos
y el Viento Sur me mata con su abrazo.
Espero, finjo, soy la voz del todo.
En mi mano se muere un calendario.
En él estaban con sus nombres propios
aquéllos que se fueron,
devorando uno a uno los granos del rosario.
Guárdame con tu tropa, compañero,
recíbeme, sin irme, hasta tu lado,
prepárame la muerte y el caballo
que yo habré de montarlo simplemente
y al llegar hasta el linde y con mis manos
abriré ese camino, esa frontera
que me lleve a luchar, a ser el mismo
y, moribundo ya,
habré de abrir, de abrir, de abrir
definitivamente la tranquera.
TRISTE FRACCIÓN DE LA DEMORA
Donde la siempre sombra puede espinar mis sienes,
en el mismo lugar de la sonrisa,
de los labios que un tiempo no habitara,
en unte punto en donde todo tiempo
es un remedo de acuciarte historia,
en este umbral, en fin, en esta linde
de nuevo estamos yo y lo que deseo.
Pueden los meses patinar los años
con su paso fugaz,
con sus secretos,
pueden también los días alargarse de sombras y de sueños,
puede el minuto, triste fracción de la demora,
teñir los siglos que llevamos dentro.
Puede también la vida, ya sin cifras,
abordar hasta el abismo el manso ruego
y pueden desde donde el canto sopla con el viento
que frena el muerto invierno,
surgir las voces de un postrer intento.
La madrugada existe,
la mañana es un turbio pacer de los luceros.
Me voy, no existo.
Mi brújula es un dédalo que encuentra el norte en ti,
cuando no quiero.
LA BARBA Y LA SONRISA
Barbado como yo, del mismo rostro,
espejo engañador de mi quimera,
he de morir para que vivas –otro-
en la precoz, llegada primavera.
Cristales rotos, manos transitadas,
tu rostro, ya no el mío, palpitante,
tu voz y la palabra en mis oídos
diciéndome tu forma en el instante.
Anacronismo puro, sugerencia,
la caricia escondida y en los ojos l
a voz eternamente regresante
que me viste y desnuda, a sus antojos,
¡Oh qué impasible así vuelve mi sino
a entregarme lo ajeno que era mío!
Madrugada de amor en plena noche
con avidez de boca y de rocío.
La edad me pesa como un cielo plúmbeo,
los años desentierran su verano
y en un espejo gris vuelve tu forma
para jurar tu santo nombre en vano.
Como un calor transido de deseo,
como un contacto helado, como un sueño,
como un sonido vegetal y humano,
como una voz que descifró mi ceño,
como tú, como siempre, como eras
mi antiguo ser de barba y de sonrisa,
Narciso en el morir y redivivo
junco de luz preñado por la brisa.
No vuelvas, no me dejes, no regreses,
apártate sin irte, sé mi olvido,
encallece el recuerdo, no transites
sino mi corazón estremecido.
Quisiera sonreír, quisiera abrirme
nuevas sendas cansadas de mi paso,
quisiera no saber lo que he sabido:
un rostro que soy tú, siendo mi ocaso.
DOLIENTE IMPERATIVO
Sé lo que yo no fui,
sé mi desvelo,
sé mis noches de estéril suplicante,
desparrama las ramas, sé mi olvido
entre las sombras duras del instante.
Regresa hacia ti mismo, sé mi imagen,
olvídate de ti, siendo constante,
sé tronco sin raíz,
sé flor sin fruto,
sé tú, siendo yo mismo al alcanzarte.
Defiéndete de ti, de tu soberbia,
repliégate hasta el fondo,
sé distante,
y desde allí regresa
y hazte siempre,
renuncia a la esperanza, y descreído,
vuela en tu laberinto
y hacia el fondo de tu propia verdad
sé palpitante
cadáver de paloma,
trigo, fuerza,
muerte fecunda tuya y tolerante.
Transmútate en el viento
y sé vigilia,
sé tú por dos, por todos,
sé flagrante mariposa de amor
que se enamora
en la llama que, ardiente, nos deshace.
Cuelga el cairel, espiga el tiempo frío,
acurrúcate, noche,
pare el día
y yérguete cual eres
y destina
al exilio el dolor de consolarte.
Noche y mi nube triste,
lluvia y el viento frío,
y en tu rostro
ese morir viviendo que es el modo
de saberte sin ser, siendo el amante
de todo lo que fue,
de lo que ha sido,
de ese preñado huevo que me incita
a morir, no de ti, sino del aire
que está siendo mi vida declinante.
Obedece a las sombras,
encuadra los recuerdos,
deshace tu memoria,
constríñanse tus dedos
y tú -mi-todo-yo
serás aquello que yo lo hubiera sido
por dejarte.
El silencio transita,
y tú no hablas,
la noche es alba
y en la madrugada
la sonrisa que muere
porque vuelva a ser
otra vez hoy, en la mañana
el todo del que soy sólo una parte.
INCURSIÓN
Se me han roto papeles, se llevaron mis libros,
entraron en mi acasa creyéndome despierto,
despojaron mis cuadros, ajaron mi sonrisa,
dejaron mi mirada perdida en el desierto.
Mis cosas, mi tesoro, mis letras, mis efigies,
la taza en que bebía los lentos desayunos,
mis zapatos gastados, mis camisas, mis miedos,
todo se lo llevaron.
Sin Atilas, sin hunos,
arrasaron la casa, comieron los retratos,
se sentaron en sillas de esterillas murientes,
supieron de mi pan, del agua de mis cielos,
de la dulce humedad de mis labios silentes.
Todo se lo llevaron,
se llevaron mi sombra,
hurtaron en resquicios,
lamieron los sobrantes
y me dejaron solo
-hechizo que me asombra-
sin hincar diente alguno,
sin herirme sus garras.
JUGAR AL AVENUEVA
¿Podrías tú, conmigo,
jugar al avenueva
mientras nutren el agua
con segundos de años?
Y dime, ¿cuántos años?
¿cuánta cantera informe
necesitó esta calle,
la calle de este barrio
y este inmundo no ser?
Tú no tienes idea, jugando al avenueva,
de las cifras que invierten los hombres al vivir.
Una casa -dos plantas-,
dos puertas junto al muro,
la mayor, que se fue.
Bajo a la balaustrada,
tres retratos de un tiempo,
una canilla-grifo,
una perra, ¿y después?
Me miran mis estatuas con su lógica absurda
de ser materia y tiempo y nunca comprender.
Antes, allí había un árbol,
duro y curvo guayabo.
Lo talaron un día.
No preguntes por qué.
La mesa está vacía,
la botella de vino
naturalmente muere
en un cuadro burgués.
Oigo pisadas, ladra la perra vigilante
y se alejan los pasos. El sapo del jardín
ha cazado un insecto y los grillos aplauden
con sus élitros rotos. Aroma de jazmín.
No pienses más, no existes,
el pensador lo dijo.
No pienses, te equivocas.
No invoques a Rodin.
Y ya no habrá más juegos.
El avenueva ha muerto.
El agua se ha acabado
cansada de beber.
ES QUE MAÑANA ES HOY
Puedo llorar contigo de cerebros,
de genios que quedaron en la nada,
de florones de acanto que envolvieron
un triste capitel resuelto en lava.
Me miras tú, triunfante de otros ecos,
ecos de voz consciente, de palabras,
ecos de juventud, ecos deshechos
de un entusiasmo que murió en su larva.
Me quedo con un pan, un "buen provecho",
un llegar hasta un rancho, una mirada,
un saber -sin saberlo- que lo hicieron:
lo natural, lo puro, desde el alba.
Pero ese conocer es el que temo,
ese conocimiento que no acaba,
es la verdad, ese dolor enfermo
de saberlo sin ser ni la esperanza.
Computadoras hay, habrá un extremo.
Habrá un hondo sentir que se nos abra
hacia el ser que no somos, que no fueron.
Es que mañana es hoy, de madrugada.
LA PREGUNTA ES DIFICIL
Si puedes, tú,
vivir sin heladera,
si puedes ser tú, hombre,
sin mujeres,
si puedes prescindir
del alimento,
de la televisión,
de radio, del momento.
Pero larga y estéril letanía
siguiera con los sí
condicionales,
y sin embargo insisto
y te pregunto
si yo quisiera hoy
¿a quién quisiera?
La pregunta es difícil porque entraña
alguna vocación,
algún pedazo
de mi propio sentir,
algún harapo
de ser como yo soy,
pero mintiendo.
¿Entiendes mi verdad,
manto sagrado,
recamado en los oros del silencio?
Mi verdad que la digo
y que me nombra
como un ser con la espina
que está ardiendo.
Yo ya no soy lo que ya fui,
una espina
libera mis palabras y las trata
como a una ropa vieja que resume
agua y jabón,
sin manos, uñas bastas.
Pero te quiero a ti,
no sé quién eres,
debo querer,
debo saber el verbo
de ser lo que no fui
y lo que quiero.
IMPRECACIÓN
Vengo sin ver.
He estado en los canales
de la putrefacción de la palabra.
He escuchado el destino
de los labios
que ignoran el presente
y sólo ladran.
Ver esos mismos rostros,
la mirada de reptiles ahitos
de su miedo,
verlos hablar,
artífices del odio,
repitiendo la fórmula y misterio
de ser la suma de lo no querido,
de ser autómatas de su propia muerte.
Cuánta premura repugnante llevan,
cuánta codicia,
cuánto desacierto
exprime su avaricia
y se transforman
en una larva
de constante asedio
y quieren más
y el tiempo les permita
serlos chacales
de su propio tedio.
Ratas de un albañal,
figuras pútreas
de una dolencia
que no tiene fin,
son los que gemirán
cuando el sol descubra
su ignorancia bestial.
IV
MI VOZ PARA LOS MÍOS
OBSÉQUIANOS TU VOZ
para Gloria Gavilán Cálcena de Bordenave,
maestra y señora de la palabra
para Kuke, la amiga de siempre,
con invariable afecto
Olvídate del aire sereno de Salinas,
unge tu voz y elévala hasta el cielo,
encuentra en la palabra el verbo cierto
y bríndale en sus alas la ligera elegancia
magnífica de serlo.
Tu voz grave, que envidia el terciopelo,
tu voz de musgo y miel,
tu voz que es vida,
tu voz, metal herido y resurrecto,
tu voz, creación, desdén, amor y fuego.
Tu voz es la palabra que nos dice
el alma que palpita en cada verso.
Pero es tu voz callada,
tu voz que se ha enclaustrado en el silencio,
tu voz que ha recogido la energía
de saberla guardar como un secreto.
Y han pasado los días y los años,
tu maestrazgo se ha vuelto un claro eco
que en la voz de tus voces sigue siendo
la palabra transida de milenios.
Vuelva tu voz a interpretar la vida
como tu propia vida que es poema,
como tu propio transitar humano,
señero y singular en su maestría.
Termine tu silencio y en las voces
que beben en la tuya, sensitiva,
podamos escuchar de los poetas
la voz eternamente rediviva.
Ha pasado ya el tiempo de la espera,
la vida ya ha marcado su sendero
y hoy, de nuevo, es octubre y primavera,
y hoy queremos, señora, si te place,
que nos brindes tu voz, la verdadera.
para Niccolo
Y me has hecho llorar con tus poemas
en ese hueco-escarnio en que yo vivo,
en ese nido de papel y letras
con las cuatro paredes por recibo.
Solo, así, con alfombras de diarios
sin que nadie se entere del secreto
tu voz y tus poemas me han herido
y abonado la esencia de mi afecto.
Yo no puedo decirlo, en esta casa,
cuando la noche cuelga su misterio,
yo no puedo decirlo y sé que sabes
descifrar la mudez de mi silencio.
Cuando quiero rendirme, cuando ansío
la pálida bandera de mi entrega
me llegan tus palabras y me amplían,
palomas de horizonte, mis fronteras.
¿Dónde estuvo tu voz cuando mi oído
fijó redes en busca de lo cierto?
¿Dónde estuvo tu voz en mis ayeres?
¿Dónde estuvo el sonido?
La mágica, agresiva epifanía
llega hasta mí,
no dogma sino viento,
oxigeno de luz que a mis palabras
les devuelve su esencia, que es el tiempo.
Y hoy es de noche, casi madrugada,
tus dos poemas están sobre la mesa.
Y he llorado con ellos porque tienen
el alarido insomne del poeta.
para Pablo Alberto, ahijado mío
Esta noche, mi ahijado,
por el hecho de ser yo tu padrino,
podría llenarte, niño, de pesebres,
del incienso, del oro y de la mirra.
Pero sólo te brindo mis palabras
-el oro de mi voz no cotizable-
y te digo que esperes.
Tienes hoy las columnas de tus padres:
él, austero, tenaz, casi infrenable
en su ambición dé darte lo que quieras.
Ella, sana, serena y joven,
mirando hacia un futuro impenetrable.
No me quieras, mi ahijado, con presentes.
Nunca he sido Rey Mago de Diciembre,
quiéreme por ser tú la mano nueva,
el tierno junco que habrá de ser mi báculo
cuando mi voz dibuje interrogantes
en todos los senderos de la tarde.
Esta noche sostuve con mi diestra
el cirio escueto que la luz describe,
y he jurado ante Dios, con mi voz propia,
porque a la tuya silenció tu llanto,
que tengo Fe por ti, por ti he jurado
entre el agua y la sal de tu bautismo.
En la iglesia los ángeles callaban
y el Sagrario sangraba en su agonía.
Ungido estás, la voz de tu padrino
hoy se ha velado para ser más clara
cuando tenga que hablarte, cuando escuches
el único presente de mi mismo.
CICLO
a los poetas del Manuel Ortiz Guerrero
Los nombres no navegan, se van yendo
llevados por el agua que no cesa,
se van, pierden su forma, se diluyen,
se transmutan en hojas, en malezas.
Desde la orilla ya, somos testigos
incapaces de dar su testimonio,
barro prensil y lodo, tierra ahogada,
vegetal que revive en sus retoños.
Y en ese revivir no resurrecto
al fango vamos, que del fango somos.
Y aparezca el nenúfar y el desierto
germine su verdad con nuestro abono.
Nada más, porque el ciclo se ha cumplido,
la antorcha es un recuerdo y en las manos
ajenas a nosotros vibra el fuego,
aquél que hizo cenizas lo que amamos.
V
NO EL TIEMPO DE COHELET
PRIMERA INSTANCIA
Y me dijo Cohelet, el hijo de David,
que el tiempo era la forma de vivir cada instante,
que el tiempo nos decía,
inapelable y simple,
la máxima constante de ajustarnos a él.
Así el Eclesiastés fijaba los momentos,
fijaba las etapas de la vida.
Un tiempo, siempre, un tiempo calendario
de amar y de no amar, un tiempo duro,
etapa irrenunciable de la vida,
un tiempo para todo, un tiempo en que la presa
era el hombre cargado de problemas,
un tiempo de vivir, un tiempo de morir.
Y, sin embargo, sabes que no es cierto:
la edad es sólo un muro hecho de adobes,
y cuando puedes, el final se advierte
por la continuación brutal del ciclo andado.
Sentados en columpios nos movemos
desde el vivir absurdo hasta la muerte,
y el ritmo-movimiento nos impide
ver el final, el horizonte, el cielo.
El hijo de David se ha equivocado.
El tiempo es un minuto que devora
el tiempo del no ser, de la sonrisa,
de la mano en los labios, del encuentro.
El tiempo que no fue y que dura tanto
como el eterno instante de los besos.
SEGUNDA INSTANCIA
Recuerdo, por ejemplo, que la tarde
era un momento azul, iluminado.
Yo, sin ser niño, la admiraba mudo
y me dejaba ir en el crepúsculo.
Cuando la noche, densa, me cubría
y el sonar de los grillos me llenaba,
buscaba en las estrellas el momento
de diferir, por siempre, la mañana.
Y luego el sueño me vestía los ojos
de topacios de luz y enredaderas
y entraba en otro tiempo,
el más vedado,
el tiempo de no ser, el tiempo frío
de escalar las montañas de mi mismo:
el tiempo, Eclesiastés, de tu quimera.
Y cuando el sol doraba mi sonrisa
-rejas de un ventanal duro e insomne-
despertaba al ayer y recordaba
mi propia soledad,
el olor tenue
de una cocina rústica con leche y con café,
con una vida, con voces y ruidos,
con las risas de alguna tía madrina
cuyas manos
modelaban mi forma de ser hombre.
TERCERA INSTANCIA
Tardes las de mis siestas presurosas,
lagartijas en todos mis senderos
y un yasy yateré, siempre mi amigo,
rompiendo bastoncitos de oro y tierra.
Los pájaros cantaban, simplemente,
y los berros hurtaban los arroyos.
Todo era así de elemental y puro.
Los pies, el agua y el primer secreto
que ocultaban las piedras verdecidas
por la ignota presencia de los musgos.
Tener que regresar. La ley infame.
De nuevo, Eclesiastés, fijas tu tiempo.
Y en la casa esperaba la merienda;
café con leche, boquerones turbios
de miel, de campo, de cañaverales,
dándonos el sabor oscuro y puro
que impregnaba alacenas y manteles.
Luego, la noche cerraba las cortinas,
la luz del querosén era la forma
de decirnos al niño y al hermano
que el tiempo –Eclesiastés-
era ese tiempo
de dormir fatigados y distantes.
CUARTA INSTANCIA
Y viene el caminar por otros mundos,
por patios de colegios, por las aulas
con pizarrones verdes y una tiza
de latines y sombra de ecuaciones
Los nuevos rostros señalaban flechas
de naciente amistad, de nombres nuevos,
horizontes abiertos a la nada
de nuestra voz, cambiante ya en sus ecos,
que daban coordenadas diferentes
a nuestra edad, senderos y horizontes.
Entonces fue el momento
en que entendí, por fin, el alfabeto
y supe que las letras no hacían la palabra;
entonces entendí que en mi memoria
el verbo era decir, pero escribiendo.
¡Oh que dulzura inmensa me transmite
el recuerdo de ser mago inocente
y enhebrar en las "sílabas contadas"
la labor de Berceo, el Arcipreste,
don Juan Manuel y el canciller Ayala
jugando con Alberti y García Lorca,
subiendo hasta las ramas con Boscán
para entregarme, pleno, a Garcilaso!
Góngora, mi señor; Lope de Vega
y el secreto del tiempo en un pequeño
verso brutal, no Calderón ni Tirso,
sino tú mi San Juan, mi fraile inmenso.
Transito en esta instancia los caminos
de Neruda, mi dios crepusculario,
y el abrojo del tiempo se me hizo
constante compañero inevitable
en Hérib y sus Campos de Cervera.
Una tan fuerte carga de emociones
quiso aplastarme y me aplastó, confieso,
y mi voz se perdió, se hizo silencio
porque estaba ya en tiempo de la espera.
Aquí, mi corazón se ramifica,
adolescente envuelto de palabras.
Aquí me hace desde el mismo vientre
el verso que buscaba y era mío,
como ese tiempo, Eclesiastés, que tuvo
esa virtud de enmudecer mis ojos,
de abrirme la compuerta que fijaba
un tiempo de silencio preterido.
QUINTA INSTANCIA
Era la juventud, era el momento,
era el instante pleno de la vida,
mi voz fijaba sombras que no había
ante el sol estupendo que alumbraba
los cálices de amor, la cornucopia
ardiente y tentadora del deseo.
Como un Adán crispado por la Eva
mordí el fruto doliente del olvido
y tú, Cohelet, no puedes desmentirme.
No fue un tiempo de amar, sólo el intento
de abandonarme al tiempo esperanzado
y aferrarme con furia a mi palabra
para decir que la esperanza es miedo,
que Narciso es un dios descolocado,
sin espejos, sin agua y sin rocío.
No hay un tiempo de amar,
amar es tiempo,
amar es ser, amar es el recuerdo
de un futuro perenne que me llena
jugando con no ser nunca presente.
Y surge la esperanza engañadora,
cascabel coruscante, vil señuelo,
eterna forma del eterno cambio,
dulce en invitación y amargo cetro
si es que llegamos a ensuciar las sienes
con el dolido yugo del deseo.
Bástenme la experiencia y la constante
búsqueda sin igual del labio puro
y bástenme la piel y su contacto
y básteme el sudor envuelto en ruego.
Ya lo sé, Eclesiastés, pero tú callas.
Me hablas del Sol que nunca alumbra un nuevo
paisaje, ni un amor, ni una caricia
y a pesar de lo dicho no mencionas
que la edad del amor es diferente
y en la simple presión de cada mano,
en el labio creador de todo beso
hay un sabor distinto en cada caso
y el Sol alumbra en cada mediodía
diez mil formas distintas del silencio.
SEXTA INSTANCIA
La madurez del hombre no se advierte
en la historiada arruga de sus dedos
ni en la nieve incipiente que pudiera
dar mayor gravedad a sus intentos.
La madurez del hombre como el otoño llega
imperceptible, acaso,
en una siesta, en un no ya querer
ajena mano,
en un sueño inocente y recurrente
de olvidarse del ciclo y en invierno
saber la realidad salaz del frío
sin piernas dulces que en función de abrigo
preñaron el momento y el recuerdo.
Los ojos buscan la mudez del tiempo
mudable e inmutable por su esencia;
las manos buscan y se tornan sábanas
que ocultan el cadáver de uno mismo.
El viejo dormitorio sigue igual:
los roperos, llamados guardarropas
contienen nuestros trajes inocentes
y ahorcados de sus perchas como reses.
El tiempo, Eclesiastés, deja sus huellas,
paraliza un entorno de presente
pero el hombre que soy no se doblega
y se yergue y discute y es el mismo
aquél que en la estación sombría
no suplicó e impuso su docencia.
Los años no son todo, amigo mío,
son cifras de una edad, no un calendario,
son los pasos que damos, sin destino,
que nos llevan de nuevo a la aventura
de mirar otros ojos y otros labios
con la pura mirada del relente.
Son pasos que nos llevan a otros brazos
que ya estériles bajaron su bandera
y en esos brazos encontramos, simple,
el calor que nos calla y nos desea.
Cohelet:
no tiemblo desde el tiempo
de tu presunta, vana, profecía.
La madurez nos brinda el juego limpio
de repetir lo nuestro y cotidiano
sin que un tiempo se atreva a darnos normas,
se atreva a confundirlo que ya somos,
sin que un tiempo de vida ni de muerte,
pero tiempo, eso sí, de conocernos
y de hallar nuevamente en otras páginas
el momento de ser, de ser-en-mi,
de romper para siempre el falso axioma
de que el tiempo de amar muere en distancia.
SÉPTIMA INSTANCIA
Me pregunto, Cohelet, este mi tiempo,
el tiempo que me encubre las mañanas,
mi tiempo de vivir, mi tiempo mío,
¿está también encasillado siempre
en tu código duro de ceñirnos
a un momento crucial de cada vida?
El medio siglo me ofreció el consejo
-ajeno al que tú has dado,compañero-
y me dijo que soy como "el de siempre"
y decir siempre es vieja brujería
que empalidece tu severa frase
de dar a cada etapa un tiempo cierto.
Yo recuerdo, en función de mi futuro;
yo soporto, cariátide, mi tiempo
y sé que el paso de los treinta años
abruma mi cabeza, pero ésta
se yergue y avizora amaneceres,
puesta en su sitio, descansando siempre
en la dura columna de mi cuello.
Vuelvo a domar el tiempo a latigazos,
oscuras cicatrices de mi cuerpo
señalan la palabra retenida,
no dicha cuando dijo que era miedo.
Desde el presente tiempo en que yo vivo,
abrumado, cargado de ceguera,
hasta el tiempo feliz que me ilusiona,
se advierte la distancia y un deseo:
sin ti, ya, Eclesiastés, yo me construyo
el futuro de un tiempo que no sea
el tiempo que yo vivo y que se abre
al tiempo que es el tuyo, el de mi hermano:
el tiempo no de cárcel ni de muerte,
el tiempo de vivir decentemente
con una luz nutrida para siempre
con el aceite eterno de lo humano.
COLOFÓN
Escúchame, Cohelet, el hijo de David,
o Salomón el Sabio o quien pudiere ser
el autor de los tiempos y tristezas:
tú, pesimista y rico de verdades,
tú, autor de la palabra llamada Eclesiastés,
no puedo comprenderte.
El tiempo de morir está en mi vida
y el tiempo de vivir hace ya tiempo
que tiene los caireles de tu muerte.
I N D I C E
I ME HAN DADO LA PALABRA
Me basta un escritorio
En mayo yo he nacido
La voz me ha sido dada
Me han dado la palabra
No es primavera agosto
II SOLAMENTE LOS AÑOS
Este camino trajinado siempre
Otórgame el silencio
Solamente los años
Creyente de los mitos
III LA BARBA Y LA SONRISA
Abramos la tranquera
Triste fracción de la demora
La barba y la sonrisa
Doliente imperativo
Incursión
Jugar al avenueva
Es que mañana es hoy
La pregunta es difícil
Imprecación
IV MI VOZ PARA LOS MIOS
Obséquianos tu voz
Y me has hecho llorar
Esta noche
Ciclo
V NO EL TIEMPO DE COHELET
Primera instancia
Segunda instancia
Tercera instancia
Cuarta instancia
Quinta instancia
Sexta instancia
Séptima instancia
Colofón
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