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MARCOS YBAÑEZ

  EXPLOTADOS EN NOMBRE DE LA PATRIA - Cuento de MARCOS YBAÑEZ


EXPLOTADOS EN NOMBRE DE LA PATRIA - Cuento de MARCOS YBAÑEZ

EXPLOTADOS EN NOMBRE DE LA PATRIA

 

Obra de MARCOS YBAÑEZ



José Luis Appleyard había destacado, seleccionado  y premiado esta obra literaria.  Sobre el Cuento "Explotados en Nombre de la Patria" del escritor  Marcos Ybáñez, dijo "Con un lenguaje claro, directo, que sin caer en el panfleto, mantiene con altura una protesta".

Con esta obra inédita el escritor incursiona en otro género literario con éxito, completando así su recorrido por el ensayo, la novela y ahora el cuento, ya que fue ganador de un concurso literario en la Facultad de Filosofía en su época de estudiante, alzándose con el primer premio. La obra es un testimonio crudo de un tiempo de terror vivido por los jóvenes arreados para cumplir con el "servicio al militar" como lo describe con realismo, algo que se mantiene hasta hoy como secreto de Estado, sobre los graves abusos de los derechos humanos cometidos por los militares en los cuarteles del Chaco.

 

 

EL INFIERNO VERDE

 

El abuelo Don Liborio en su chacra, rodeado de sus nietos en la hamaca, abajo de su choza con techo de paja y karanday  fumó el cigarro poguazú, escupió al suelo, se frunció el seño y miró fijo a cada uno de sus 20 nietos/as como pasando revista si ninguno faltara a la cita familiar.

El silencio de la noche era sepulcral, le dio ese aire de misterio de lo que les iba a contar aquel día, parecía que el aire se detuviera para escuchar, las luciérnagas y las estrellas del cielo  le dieron un poco de luz a tanta oscuridad, eran como las únicas velas o lámparas que les iluminaba en la campaña para verse los rostros.

Algo tenía atragantado en la garganta el abuelo por largos años que no se  animaba a contar, era como un mudo que de repente recuperaba la posibilidad de hablar. Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar, las heridas de su corazón eran tantas como las arrugas de su rostro. Su mirada se detuvo en una parte de la ronda familiar, el espacio estaba vacío, uno de sus nietos estaba ausente aquella noche, no le dejaron venir para escuchar sus cuentos, su nombre era Manuel. Era su historia la que estaba por contar.

¡Vamos abuelo! -cuéntanos ya, el cuento que nos has prometido contar.

El abuelo perdió el miedo y empezó a hablar, no sin antes hacerles prometer a todos sus nietos que la historia que les iba a relatar se las vuelvan a contar a sus hijos y éstos a su vez a los hijos de sus hijos para que no “muera la memoria”, así como él les enseñara. ”Podrá faltarnos el pan, pero nunca nos falte memoria y dignidad". En la ciudad de Mariscal Estigarribia, en pleno corazón del chaco, distante a 500 kilómetros de Asunción, existe un cementerio de soldados en el medio del monte. Las fosas comunes y las cruces sin nombres son un mudo testigo de los centenares de soldados muertos en tiempos de paz, de la paz de los sepulcros. La guerra del Chaco culminó hace años, pero  seguimos enterrando niños  soldados , donde alguna vez fue cuna de heroísmo de un verde olivo de glorias, hoy solo quedan comandantes que juegan a la guerra y cuerpos mutilados de un ejército de niños sepultados por la ambición de aquellos que hicieron de la patria su negocio.

Quién hablará por ellos, si casi todos murieron y sus voces yacen bajo la tierra herida de muerte, solo el viento norte chaqueño sopla tan  fuerte a veces que parece la danza triste de cientos de almas en pena que recorren por la ciudad, como queriendo gritar a los cuatro vientos que están ahí, que tenían nombres, padres, hermanos, sueños, ciudades, una patria, que preguntan donde están ?, donde están sus hijos -niños -soldados esclavos desaparecidos?.

El cementerio fantasmal tiene cientos de tumbas de niños arreados del campo, condenados a trabajos forzados, muertos de sed e insolación en la espesura del monte en la huida hacia la muerte como desertores. El campo santo está lleno de cruces de niños caídos en la peor de las batallas, la de los cuarteles, que en tiempos de paz están en guerra contra sus propios compatriotas. No tuvieron funerales, ni honores quienes les rindieran, eran solo  desechos humanos que el ejército depositaba bajo un puñado de tierra, apilonados y olvidados en tumbas NN.

Los buitres revolotean en círculo en los montes del Chaco, mientras los animales de carroña se pelean por devorar los cuerpos calcinados por el sol, son cuerpos de niños soldados esclavos que ante los abusos de poder en los cuarteles emprenden el camino sin rumbo  de la huida  convirtiéndose  en “ desertores”. La mayoría murieron en las picadas mordidos por víboras, atacados y despedazados por yaguaretés, de sed e insolación por el calor que oscila permanentemente los 40ºC  para arriba. Las tunas, karaguatás, el yukerí y la enmarañada vegetación es un muro imposible de atravesar. Son muy pocos los desertores que lograron ver el río Paraguay que divide las dos regiones occidental y oriental, el infierno y el paraíso, la muerte o la vida.

Las carrocerías de los vetustos camiones militares regresaban al pueblo llenas de cuerpos calcinados, una escena que se repetía cada vez que el yruvu (buitre) volaba en círculo en las picadas polvorientas, era la señal de muerte más precisa para el vaqueano. Quien se perdió alguna vez en una picada del Chaco sabe que es un camino sin retorno, todas las picadas son iguales, es un caminar por horas sobre el mismo punto, sin norte ni sur, siempre en dirección segura hacia la muerte. En la carpintería del pueblo se fabricaban los ataúdes de maderas para desertores, eran cajones deformados, que hacía difícil pensar que servirían para enterrar dentro  a algún ser humano.

 

 

 

El "infierno verde", el Chaco, se convirtió al amparo de la dictadura en una cárcel de niños y jóvenes, un alcatraz al servicio de generales que más parecían aves de rapiña, sepultureros de un cementerio de ilusiones infantiles y juveniles. Los señores feudales cada año arreaban de cada pueblito lejano niños apenas, a la fuerza eran secuestrados de sus padres en nombre del servicio a la patria, los camiones militares con guardias armados irrumpían cada año en las compañías y la chacras dejaban vacías de quienes las trabaje, no importaba la edad, si eran hijo sostén, si estaban enfermos, en edad escolar, si estaban con 13, 14, 15 o 16 años, lo que importaba era llenar los cuarteles de manos de obras baratas, a punta de fusil les alzaban en los camiones militares para convertirlos en niños soldados, en niños esclavos. Uno de ellos fue Manuel.

 

UN NIÑO SOLDADO/ ESCLAVO LLAMADO MANUEL

Tú fuiste "arreado" a cumplir con la patria allá lejos, al Chaco, dejando atrás tu pueblito, la chacra, manos de amigos que se levantaban a despedirte, el último abrazo, el último beso del amor que no olvida y espera, el adiós del viejo al que roban, el único cariño del hijo que le queda. ¡Adiós Papá!, te quedas solo, cuida la casa y la chacra, no te olvides viejo de luchar que para eso nacimos, en vez de la botella el arado en la mano que eso da de comer y no lo otro que alimenta solo a los que se aprovechan de nuestra cosecha y nuestra ignorancia.

Por los senderos polvorientos de su querido San Juan, vio alejarse de sus ojos de niño su pueblo, su tierra, se marchaba como tantos otros sueños juveniles en esa vía crucis interminable de los que salen del campo para emprender el viaje quizás sin retorno, quizás eterno. Su rostro curtido por el sol y la piel llena de surcos por los trabajos forzados que desde pequeño realizó en el campo hacían difícil evidenciar su edad, 16 años, porque su realidad era muy diferente a aquellos niños que tuvieron el derecho a la infancia, él pertenecía a esos miles de niños/as que en largas jornadas de sol a sol en las chacras, de niños ya se hacían hombres y de jóvenes ya se hacían viejos.

 Con el verde olivo sucio y remendado, el birrete, el zapatón viejo y el fusil en la mano, aquel niño disfrazaban de hombre, para sufrir por una patria que no existía, allí en los cuarteles del chaco comenzará a comprender aquel engaño, miles de jóvenes reclutados para ser explotados en nombre de la patria, en las estancias de los generales, en los obrajes infernales o como pokyrá en las lujosas casas de los patrones de esta patria.

Las cartas de Manuel a su padre quedan como únicos testimonios de las historias secretas de los cuarteles del Chaco, de los relatos prohibidos, de aquello que se cuenta solo en voz baja  por el miedo en la campaña de generación a generación, como un pacto del silencio de los sobrevivientes del infierno verde: El Chaco, son historias que corren  como radio so’o,  de boca en boca, en rueda de amigos, de familias enlutadas, son como lamentos de los sin voces por sus seres queridos que se fueron y ya nunca volvieron.



1° Carta: 5 de enero de 1980

 Mariscal Estigarribia, Chaco paraguayo.

Desde los obrajes.

 Por qué Papá?

Mis manos me sangran de tanto trabajar. Soy un niño que con golpes en hombre quieren transformar, porque papá?.

Cuando cansado, enfermo, el hacha ya no puedo levantar, de mi dolor  ríe  el dueño del garrote que no sabe perdonar, por qué papá?.  Soy un peón con uniforme, soy un soldado de esta era de paz, que por una patria falsa tiene que la vida dar, por qué papá. O es que solo el pobre tiene "patria" o impuestos que pagar, y el hijo del Ministro? Y el Hijo de mi General?.

O es que la Ley tiene precio para ellos y se compraron hasta la  Constitución Nacional?.

 

 

2° Carta: 10 de marzo de 1980

 Por qué Papá?.

El cuartel hace hombre al hombre?.

Mienten quienes dicen que el cuartel hace hombre al hombre, acaso es cosa de hombres aprender a matar?.

Acaso es más hombre aquel que al otro en seña a disparar, que  solo sabe garrotear?

 Acaso no es más  hombre aquel que sabe amar?, la vida dar?.

Acaso es más hombre el hombre que más sabe odiar, pelear, las armas tomar?

 El cuartel hace hombre al hombre, nos dice el General, pero lo único que nos enseñan es ser un asesino profesional.

La patria necesita más escuelas y menos cuarteles, menos soldados y más hospitales, menos armas y más universidades.

 

 

3° Carta: 13 de mayo de 1980

 Por qué Papá?

Nos enseñan a disparar, matar y a estar en guerra contra enemigos imaginarios, y nosotros tenemos nuestra propia guerra, la de la supervivencia, contra el hambre, la miseria, la falta de tierras y  educación de nuestro pueblo, nuestra guerra es contra enemigos reales, son batallas que no se ganan con fusiles, ni con balas, es la guerra más digna porque en ella no se mata, se da vida.

Nos enseñan a dar órdenes y una obediencia ciega, está prohibido pensar y también hablar, aprendemos que la fuerza es la única razón, y  la violencia es el único lenguaje, la lección que golpear, torturar nos hace hombres, porque se hace en defensa de la patria, que da lo mismo matar o morir, porque la vida no vale nada.

 

 

Cuartel no es Hotel

Soldado firme!, grita el Coronel. Apunte... fuego!.

 Soldado a discreción, un paso al frente,  pecho saliente.

 Soldado firme directo al cuartel. Vista a la daré, marchen uno, dos, tres,  en fila siempre cumpliendo el deber.

 ¡Manos a la visera recluta, carrera mar!..., garrotepupe nos enseñan a respetar a la autoridad. ¡Batallón de frente!, vista al cielo, por desobediente, recluta agacharse para probar el remedio al ñensyvó (revelarse), el tukumbó. Verrenque vevepe  ore mopé. ¡Soldados o putos?, dice el sargento, que el cuartel es sólo para machos, acá no hay lugar para el Kuñai. Mamita, mamita, oi la osapukáiva, ipuma tukumbó poi, Ko'á la nde sy, ko'á la nde ru, he'i"Sargento pochy ha garrotepupe orembo'e a ser kuimba'e.

Fue la última carta  enviada por Manuel a su padre. Un día gris, de esos que presagian  malos augurios,  que solo te traen los  pájaros de mal agüero.  En frío papel,  un telegrama del ejército le comunicaba la trágica noticia de su muerte.

 

 

10 de noviembre de 1980

Comandancia del 3° Cuerpo de Ejército - Chaco paraguayo - Cuartel General

Comunícanosle el fallecimiento de su hijo Manuel González en cumplimiento del deber.

General de División Rosendo Diarte

La  pequeña choza  perdida en el campo se vistió de luto. Se echó al suelo revolcándose en la tierra que vio a su hijo nacer y crecer, rompió el papel y su llanto lastimero era el dolor más desgarrador de un padre por el hijo que le han robado, sus gemidos y lagrimas de rabia e impotencia se habrá escuchado en el mismo cielo buscando un por qué.

Al atardecer de ese mismo día un camión militar se abrió paso hacia su chacra, traía dos cajones sellados, transportaba dos pequeños pedazos de patria muertos para sepultarlos en el cementerio del olvido. El pueblo miró resignado la tragedia mientras el cortejo fúnebre de un chofer y dos niños soldados custodiaban los cuerpos para entregarlos a sus familiares, la tradición se repetía de generación en generación, cuántos cajones herméticamente sellados han sido enviados al campo por los militares?, cuántos más seguirán enviando y hasta cuándo?. Los pobladores se agolparon para mirar el dolor ajeno, el dolor solo  se siente cuando es propio, cuando de uno es el hijo, además quien podría culparlos de esa desgracia, siempre fue un pueblo que miró kora árigui, aquel triste espectáculo público de la tragedia de los desposeídos.

Los picudos verdes (como les llamaban los campesinos a los militares) cumplían una vez más con su ceremonia solemne al entregarle al padre su hijo muerto en cajón sellado y la bandera paraguaya encima del féretro como queriendo dar al crimen un ropaje de honor y patriotismo en el cumplimiento del deber y no a consecuencia de un abuso de poder.

Los dos niños soldados, camaradas de Manuel en el cuartel, antes de subir al camión militar que los llevaría a otro pueblo como mensajeros de la muerte transportando el otro  cajón, a otros padres que esperan por su niño muerto en algún rincón lejano  de otro pueblito olvidado, se abrazaron al padre de Manuel como despedida,  lloraron junto a él como los niños que son, ante la atenta mirada del superior que les reprochaba la sensible humanidad que no es propio del que viste un uniforme militar. Llorar es de niños, de mujeres, de maricas, de débiles, que avergüenzan la imagen de un ejército de “hombres”.

Los niños soldados hicieron entrega al padre del mayor tesoro que puede recibir de un hijo ante la pérdida: sus últimas poesías escritas a escondidas y una carta de sus compañeros para que la verdad viva y no muera, pese a la “orden superior”.

 

 

Y mi patria donde está?

En el cuartel no hay patria que encontrar, ni un lugar para soñar. Ahora sé papá porque con el infierno al Chaco han de comparar, como esclavos nos hacen trabajar haciéndonos la cabeza rapar, quieren acabar con un pueblo que pueda pensar. En las estancias del General las vacas hacen engordar, las protegen para no enfermar, en los cuarteles del General no sobra ni galleta ata para ranchear, a los niños soldados nos hacen hambrear.

En las estancias del General a los animales hacen cuidar, tienen siempre algo que pastar, un veterinario que de la salud se pueda encargar, en los cuarteles del general no hay médicos ni medicina a la hora de enfermar para curar, menos comida para alimentar.

 Donde está papá?, la patria amada que tú me enseñaste a amar, que no es solo el himno cantar, la bandera  izar, a los héroes honrar, donde está papá que no lo pude encontrar, esa patria que tú me enseñaste a amar, que se llama libertad.

 

 

CARTA DE LOS NIÑOS -SOLDADOS

Manuel, no murió cumpliendo el deber, sino por sus derechos defender, una orden superior injusta tuvo que desobedecer y por eso la vida perder, nunca pudo aprender a callar el abuso de poder, murió en los obrajes, cuando el látigo logró su cuerpo vencer. Dirán que fue un accidente, como cada vez que un niño soldado muere en el cuartel, dirán que fue un suicidio y no un homicidio, dirán que se le escapó una bala en su guardia, que su fusil osoró eséve. Pero la verdad no se mata con balas, ni se la entierra en un cajón sellado.

Camaradas de Manuel en el cuartel.



 

EL ADIÓS

"AQUÍ YACE LA PATRIA"

Frente a su tumba de rodillas en el cementerio del pueblo aquel padre a su niño muerto dijo un adiós. Hay heridas que el corazón nunca podrán sanar, es cuando un padre al hijo debe enterrar, es la despedida que más duele al alma, es el más triste adiós  que nunca se deja de llorar.

Roban nuestros hijos, roban nuestros campos y...  las chacras quedan vacías de jóvenes que las puedan trabajar, ya no quedan frutos para cosechar.

 Quién podrá los campos arar, con qué manos la tierra se ha de sembrar, acaso habrá más sueños por cultivar?. El algodón y el maíz en la chacra se van a marchitar, de tanto esperar al hijo ausente que ya nunca va a regresar, Adiós mi niño, adiós... Te arrancaron de mi lado para ser soldado, te llevaron sano y te devuelven en un cajón sellado.

El padre puso una flor sobre la tumba de su hijo amado, mientras leía el epitafio escrito por su puño y letra que decía "Aquí yace la patria".

 

 

EL ABUELO CUENTACUENTOS

El abuelo cuenta cuentos para no olvidar, cuenta cuentos para recordar, para que nunca la memoria a sus nietos pueda fallar,  de historias que no se han de borrar. Ustedes a sus hijos deben volver a contar, para que por una verdadera patria puedan la vida dar, podrán con balas una vida matar, pero cada vez que cuenten cuentos volverán a resucitar, las palabras siempre vivirán mientras haya cuentos por contar, sus voces no podrán censurar, que de boca en boca puedan por los campos andar mil historias al contar, de rancho en rancho, de chacra en chacra, de padres a hijos, de abuelos a nietos, un cuentacuentos tendrá por misión mantener viva la llama de la memoria, para que nadie nunca la pueda apagar, la palabra encarcelar, la verdad enterrar. Cuando la voz pierda por la edad y ya cuentos no pueda contar, cuando la memoria por los años me haga las historias olvidar, ustedes serán mis pequeños cuentacuentos para recordar.

Marcos Ybañez

 

 

 

 

 

 

 

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