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BLAS BRÍTEZ

  LA INTIMIDAD DE UN RECIÉN CONVERSO - Por BLAS BRÍTEZ - Viernes, 26 de Julio de 2019


LA INTIMIDAD DE UN RECIÉN CONVERSO - Por BLAS BRÍTEZ - Viernes, 26 de Julio de 2019

LA INTIMIDAD DE UN RECIÉN CONVERSO

 

Por BLAS BRÍTEZ

 

bbritez@uhora.com.py

En la tarde del viernes 11 de enero de 1907, el periodista Juan E. O’Leary (1879-1969) concluyó su jornada de encuentros bilaterales con amigos visitando a un muy resfriado Juansilvano Godoi, en su casa de la vieja Calle del Sol (hoy, Presidente Franco). Por la mañana, se había citado en una peluquería con Ignacio A. Pane; luego almorzado con Hérib Campos Cervera (padre), en su propio cuchitril de la calle hoy, irónicamente, denominada Manuel Gondra, luego adversario político... y literario suyo: “Es incapaz de un chispazo”, dictaminará semanas después.

Godoi, quien había estado implicado en el asesinato de un presidente del Paraguay, y cuya biblioteca más tarde formaría la base de la hoy Nacional, podía estar lleno de mocos ese día, es cierto, pero no por ello sería menor su apetito por escribir sobre la espalda de alguien específico, en compañía de otro alguien específico: contra Rafael Barrett. Tres años después del arribo de este a Asunción, eran muchos ya quienes habían trocado la original estima intelectual por el madrileño culto, en tirria clasista contra el adolorido autor de El dolor paraguayo. O’Leary ni siquiera era uno de aquellos que cambiaron de parecer: lo odiaba desde siempre y más que Godoi. Por eso aquella tarde fue su interlocutor más óptimo. “Yo aproveché la ocasión para decirle cuánto había lamentado sus bombos a semejante granuja contándole una serie de hazañas de él”, escribió durante esa noche. Solo unos días antes se había mudado de San Lorenzo, “cansado de tratar con bárbaros”.

Desde las consecuencias inmediatas de la Revolución de 1904, en la que los colorados perderían el poder por las próximas tres décadas, O’Leary había abandonado Asunción en una especie de exilio interior, afincado en los campos de San Lorenzo. Tres años después estaba de vuelta en la capital. En los primeros días no se sentía a gusto allí, mientras trataba de concretar algún reticente proyecto periodístico: “No me hallo en esta casita”, anotó en un cuaderno en el que había comenzado a registrar su vida. Tenía 27 años.

ElDiario íntimo. 1907-1920 (Tiempo de Historia), de Juan E. O’Leary, es uno de los títulos más reveladores que se han publicado en este primer semestre del año. Por varios motivos: por el peso intelectual de su autor, por el género en el que está escrito y por el juicioso estudio crítico de la historiadora argentina Liliana Brezzo y las esclarecedoras notas de Martín Romano.

En un país en que se publica (¿se escribe?) poca literatura subjetiva como la vertida en diarios personales, en correspondencias y en cartas, Brezzo ya ha inferido dos veces una amonestación a esa falta, por lo menos en lo que a O’Leary respecta. En el 2017, con María Laura Reali, había editado parte de las cartas entre aquel y el uruguayo Luis Alberto de Herrera, con el trasfondo de la Guerra del Chaco vibrante en ambas plumas.

Diario íntimo revela el primero de los diecisiete cuadernos que entre el 1 de enero de 1907 y el 24 de agosto de 1960 llenó O’Leary de experiencias propias, de juicios sobre sus contemporáneos, de la pasión política e histórica (en él, las dos caras de un Jano bifronte) que desde temprano tomó posesión de él en el virulento siglo XX.

Sin embargo, se me antoja que a quienes más agradará este libro será a quienes no buscan al O’Leary previsible, sino al más cotidiano, al a todas luces contradictorio y, por momentos, mezquino y banal. Uno todavía recientemente converso al lopismo... y al coloradismo. Uno que putea (usa esta palabra) contra sus amigos. Uno que cada tanto se da un baño cerca de su casita, en el “chorro de Caballero”, en el tajamar de un Centauro que todavía está vivo, pero “muy avejentado” y “empieza a temblar”. Uno que habla de un plano perdido del tesoro que ha escondido Madame Lynch, acaso el mismo que su correligionario Enrique Riera, un siglo después, fue a buscar en el Parque Caballero, cuando fue intendente de Asunción: los colorados no dejan de sorprendernos. Uno que se plaguea, como cualquiera, aun en marzo: “Es tan aplastador el calor que no da lugar a nada”.

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Viernes, 26 de Julio de 2019

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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