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BLAS BRÍTEZ

  VELOCIDAD Y POBREZA DE LA COMUNICACIÓN - Por BLAS BRÍTEZ - Viernes, 27 de Diciembre de 2019


VELOCIDAD Y POBREZA DE LA COMUNICACIÓN - Por BLAS BRÍTEZ - Viernes, 27 de Diciembre de 2019

VELOCIDAD Y POBREZA DE LA COMUNICACIÓN


Por BLAS BRÍTEZ

 

 

bbritez@uhora.com.py

Nuestra satisfacción, como especie, de las necesidades comunicativas básicas dio paso, a través del tiempo y de la cultura, a la creación de herramientas que nos comunicaran mejor y más rápido, sobre todo en los últimos doscientos años. Así, desde la invención de la escritura, la fabricación de barcos y aviones, de cohetes, de satélites, hasta la creación de internet, de teléfonos inteligentes, entre otras cosas, forman parte de nuestro afán por vincularnos con las personas, traspasando barreras geográficas, traficando información de un lado a otro del planeta. Hubo un tiempo largo en el que, para hacerlo, dependíamos exclusivamente de nuestros pies o de animales que nos ayudaran. Hoy no solo es posible trasladarse velozmente, en máquinas, de un lugar a otro, sino estar en un sitio sin estar en él.

La velocidad es, de hecho, una virtud teologal de las sociedades capitalistas: su modo de producción exige celeridad para maximizar ganancias. “Vivimos ya en lo absoluto porque ya hemos creado la eterna velocidad omnipresente”, escribió Filippo Tommaso Marinetti en elManifiesto Futurista, hace un siglo. Esa omnipresencia veloz, esa tentación de la ubicuidad, son en nuestros días la condición esencial no solo de la esfera de la producción, sino también de la del consumo. La experiencia comunicativa es entonces una experiencia esencialmente consumidora. En un contexto de exacerbación de la frecuencia de la comunicación, por exceso de medios, de herramientas.

Una cantidad ingente de datos son procesados hoy por los algoritmos de la inteligencia artificial, para uso cotidiano de nuestras necesidades comunicativas. Pero, ¿nos comunicamos mejor?

La amenaza a la riqueza semántica de nuestros mensajes sería que formemos parte, en el futuro, de una especie que se conforme con la más básica conmutación de datos a la hora de vincularse con otros, por eficaz y veloz. Por sintético. Uno imagina entonces un mundo hecho, por ejemplo, de emoticones, de iconos fácilmente decodificables, de un stock limitado de posibilidades y combinaciones.

En la Edad Media europea, el ícono era el núcleo de sentido público para una población eminentemente analfabeta. En los fascismos europeos, la iconografía romana o medieval entrañaba un mensaje simple y directo, una mística cohesionadora bajo las antorchas de la noche nazi: una guía en la oscuridad del miedo. Esta nueva Ilustración que vivimos —la de la inteligencia artificial que suplanta a la imaginación crítica que nos heredó aquella otra Ilustración, la de Diderot y Kant— amenaza con entregarnos un lenguaje empobrecido ante la riqueza de los medios para transmitirlo, en sociedades alfabetizadas. Esa es una de las paradojas de nuestro tiempo.

La otra sería que la prótesis —para usar un término médico de Jean Baudrillard— reemplace nuestro cerebro. (Sabemos que las prótesis tecnológicas, los injertos en el cuerpo, formarán parte del paisaje futuro). Que seamos una repetición del código lingüístico más empobrecido, una suma de lo mismo en lo mismo. Lo que podría llevarnos a un momento no ya previo a la crítica, sino a la escritura misma. Para ponernos catastróficos: a la desaparición del pensamiento abstracto, del arte.

Algo de ello imaginó George Orwell en la neolengua de 1984. No contaba el escritor inglés, sin embargo, con una civilización del comercio tendiente a la placentera economía del click. Aunque predijo la preponderancia de las pantallas. Lo hizo en un sentido erróneo, según el filósofo Byung-Chul Han, relector de Hegel: estas devienen benévolas en el capitalismo de la emoción. Para no ir más lejos, en ellas se puede leer 1984, sin la represión ni la censura que la distopía, esencialmente antisoviética, imaginó emanaría su reflejo.

El smartphone sería una deliciosa cámara de tortura de la época de la autoexplotación salvaje, de la transparencia y de la comunicación desvergonzada de la vida privada. La complacida extensión del yugo laboral. Un medio opulento para mensajes cada vez más indigentes.

 

 

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Viernes, 27 de Diciembre de 2019

www.ultimahora.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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