ÉRAMOS CINCO
GLADYS DÁVALOS
En coautoría, CHIRIFE - ETCHEVERRY - PRIETO
PRÓLOGO (RESUMEN)
La antología de cuentos llamada Éramos cinco, compuesta por mis alumnos: Chirife, Dávalos, Etcheverry y Prieto, quienes (me han pedido que escriba un prólogo de presentación a estos veintiséis cuentos cortos) fueron escritos durante el Taller de Literatura de la FADA, situado en la ciudad de San Lorenzo, donde nos reunimos todos los sábados. Los relatos son de distintas índole y abarcan géneros diversos como la ciencia ficción, la literatura fantástica, el policial, el de terror, y, en algunos casos un tipo de escritura lindante con lo metafísico.
En el caso de José Chirife que, por momentos, emula a su maestro Isaac Asimov: “el amor cibernético” y las relaciones de pareja entre humanos y robots crea un dramatismo, casi extraterrestre, entre los personajes que luchan a muerte por el poder sobre el planeta. La aparición de vampiros, seres diabólicos, sirenas y ángeles crea una atmósfera que requiere de los lectores sangre fría y genera alucinaciones fantasmales. Por otra parte, se observa, en su obra la eterna lucha entre el Bien y el Mal, una batalla ininterrumpida a nivel cósmico…
En cuanto a Gladys Dávalos en sus cuentos, tétricos y muy realistas, con estilo versátil, que fluye a través de las páginas con soltura, se refiere a mujeres vírgenes violadas, a secuestros, a algún amor no correspondido e inclusive apela a historias sobrenaturales donde un alma en pena y vagabunda pide auxilio a un extraño para lograr su salvación.
En lo que concierne a Sergio Echeverry, su prosa es notable porque se interna en los profundos recovecos del misterio como en el caso de “Los jabones menguantes” y en un mundo de pesadillas que enloquece a los que le rodean. Su relato Éramos cinco trata de la conspiración de los alumnos de un taller literario para obligar a un compañero de gran talento a que produzca cuentos en serie a nombre de ellos…
Los escritos de Violeta Prieto Granada como Canción de cuna son reminiscencias del poema” Alfonsina y el mar y fragmentos de una canción de cuna que lleva a la madre y a su bebé a otras dimensiones y a otros tiempos…
En su conjunto podemos decir que los miembros del taller literario FADA, han aprovechado al máximo las clases de los profesores del grupo y han plasmado con maestría los fantasmas de su inconsciente y la visión de un mundo cibernético futuro, atroz y de terror apocalíptico.
Osvaldo González Real
BENDITA LIBERTAD
Cuento de GLADYS DÁVALOS
Una mañana muy temprano, la vecina llegó apresurada, y con el rostro alterado dijo a mi madre que nos escondiera debajo de la cama, porque llegaron los secuestradores.
Mis hermanos Abel, de quince, Feliciano de catorce y yo, de trece años, corrimos; en ese instante, un grupo de hombres armados irrumpió en nuestra casa y un señor muy enojado gritó:
─Alto, ¿a dónde creen que van?
Feliciano le respondió prepotentemente.
Esta es nuestra casa y podemos estar donde queramos.
El hombre, le propinó una bofetada en el rostro, y nos llevaron hasta un vehículo. Entre gritos y llantos, logré oír que mi madre decía:
─Que Dios los acompañe hijos, ¡protección! Virgencita.
─No permitas esto madrecita, por favor, somos tus hijos. Papá… ¿qué haces ahí parado, por qué dejas que nos lleven; será que ustedes nos quieren, acaso nos trajeron al mundo para permitir este secuestro?
Fue lo último que dije, se movió el vehículo y me amordazaron, vi a mis padres abrazados, estaban llorando y mis pequeños hermanos frente a ellos sin entender lo que estaba sucediendo.
Tampoco nosotros comprendíamos, lloré durante el trayecto que duró como cuatro horas. Cuando al fin llegamos a un lugar aislado, pude ver una enorme y hermosa casa, igual a la de algunas películas, nos ordenaron bajarnos; quedé junto a mis hermanos y otros jóvenes, a dos los conocía, eran de mi pueblo, una era Adela, mi mejor amiga y vecina, al mirarnos seguimos llorando desconsoladamente. A empujones fui separada del grupo, me entregaron a una mujer muy seria, quien me saludó amablemente, pero inspiraba miedo, me llevó a una pequeña habitación, extendió sus manos pasándome algunas ropas e indicando la ducha, luego en la cocina me sirvió una taza de leche caliente con un trozo de pan. Apenas bebí unos tragos.
─Guillermina es mi nombre, así me podes llamar ─me dijo ella. En ese momento llegó una señora, quien me sacó las medidas del cuerpo, luego se marchó. Después de dos días trajo variadas ropas.
─Pero ¿cuándo voy a ponerme todo esto, a dónde tengo que ir, qué voy a hacer? Quiero ir a mi casa, tengo que estudiar, quiero ser profesora; por favor, díganme ¿para qué estoy aquí? ─ambas señoras, sumidas en el silencio, se miraron compasivas. Como yo solo lloraba Guillermina me dijo:
─Es inútil que llores hija, tu vida cambiará para siempre, mañana o en cualquier momento viene el jefe, estarás con él todo el tiempo que decida y debes hacer lo que te dice, porque si no lo obedeces los guardias van a maltratarte. Esto ya sucedió con otras, y fueron castigadas hasta que finalmente supieron comportarse.
Al día siguiente, amanecí llorando, con dolor de cabeza, pensaba en mis padres y mis hermanos ¿qué hacían en la casa sin nosotros? Con seguridad ya habrían hecho el parte policial denunciando nuestra desaparición.
─Guillermina ¿dónde están mis hermanos Abel y Feliciano? quiero verlos.
─Ellos no están aquí, creo que ya los habrán ubicado en… con el tiempo vas a saber.
Aterrorizada corrí hacia el patio, buscando el portón de salida, cuando al fin lo hallé, sentí en mis hombros unos brazos muy fuertes que me sujetaron. Fue en ese instante que perdí las esperanzas de escapar, sin embargo rogaba que llegara alguien a rescatarme.
Desde la ventana podía ver el portón, siempre con dos guardias alrededor. No hallaba consuelo, encerrada en la habitación lloré despavorida; Guillermina me avisó que vendría el jefe y arreglándome el pelo, me dijo que era bonita. Luego me abrazó muy fuerte y me dio un beso. De repente, mi corazón empezó a latir desesperadamente, había visto que en la casa ingresaba un auto de lujo, negro y muy brillante; empapada en llanto llamaba a mi madre.
En el gran salón, frente a un piano estaba el jefe, yo solo temblaba, él dio una vuelta y se acercó sonriendo.
─Hola, linda ¿cuál es tu nombre? ─me dijo.
─ Nadia. ─respondí en un susurro.
─Pero… sos más linda de lo que me informaron, además una niña blanquita.
Yo estaba inmóvil, solo quería desaparecer. Fueron momentos funestos, lo peor que experimenté en mi vida. Fui ultrajada, ese hombre me aniquiló hasta convertirme en un objeto, me hizo sentir una basura, la impotencia me carcomía, su violencia me asfixiaba. Sentí mi cuerpo adormecido de tanto dolor, algunas partes con marcas rojizas y moradas, mi zona intima la sentía como perforada, apenas conseguí caminar. Guillermina me encontró ensangrentada, tirada en el piso de la sala, ya ni podía llorar. Me llevó hasta el baño y me colocó en un gran recipiente dentro de una infusión. Cuando desperté era el medio día, no pude aceptar lo que estaba viviendo ya que no logré entender por qué estaba en esa situación.
Luego de casi dos años de vivir prisionera y menoscabada, en constantes vejaciones, soportando palabras y acciones obscenas, fui liberada del yugo del atroz individuo, quien dio por terminado mi secuestro porque según él otras vírgenes lo aguardaban y mi cuerpo ya no era novedad.
Al día siguiente, al despertarme, pensé en mi vuelta a casa, no podía imaginar qué iba decir a mi familia. Guillermina me entregó dos maletas, deseándome suerte.
Luego de quizás unos quince minutos se detuvo el auto.
─Esa es la casa donde vas a vivir ─me dijo el chófer.
─Por favor, señor, dígame dónde me trae, ¿quiénes son esas personas?
En ese instante, se acercó un joven, como de veinticuatro años, muy lindo, de estatura mediana, con el pelo oscuro y muy corto, quien luego de presentarse me llevó dentro de la casa pidiéndome que lo tuteara, y me instaló en un confortable dormitorio.
Me sorprendí cuando este hombre me informó que íbamos a casarnos, y viviríamos en esa casa. No aceptó que le pida explicación alguna, yo no entendía nada. Luego de quince días estábamos casados, e inmediatamente viajó al interior durante un año. Cuando se instaló en la capital se consumó nuestro matrimonio. Con la bebida aplacaba su amargura, al poco tiempo, falleció a causa de una fatal enfermedad.
Regresé a mi casa, hacía unos meses que me comunicaba con mi familia, no volví a verlos desde el día del secuestro. Pregunté por Adela, me enteré de que la habían enviado a Buenos Aires, y un mes después apareció asesinada. Sentí un desgarro en el corazón.
Con el peso de tanta angustia recordé lo que fue mi afligida vida, sellada por tristes recuerdos desde mis escasos trece años, cuando aún me sentía una niña. Aunque me llevó tiempo comprender, ahora entiendo claramente aquel episodio en el que odié a mis padres porque no hicieron nada para defenderme. También, a pesar del hostigamiento al que fui sometida, me siento iluminada por la libertad, y la luz de los ojos de quien me regaló nueva vida, procurando que el dorado de sus cabellos y el topacio de su iris no me trasladen a ese episodio ensombrecido.
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