LADERA DE LA TARDE Y OTRAS RESURRECCIONES
Poesías de RUBÉN BAREIRO SAGUIER
Editorial Servilibro,
Dirección editorial: Vidalia Sánchez
www.servilibro.com.py
Asunción-Paraguay, 2007 (pp.99)
.
“Y digo: ¡Quién me diere alas
como a la paloma
para volar y luego reposar!”
Salmo 55
“…será mi nombre
el sonido desierto de unos pasos
en la alfombrada calle de otoño…”
Esther de Izaguirre
PRELUDIO:
Próxima ya la impresión de este libro, me doy cuenta que el amable lector tiene derecho a una explicación, aunque sea somera, de su trayectoria, desde el murmullo de las letras, de las sílabas y de las palabras en el cuenco de mis manos, hasta su concreción en las páginas a ser publicadas. Se diría que el deslizamiento hacia el poniente fuera imponiendo una especie de silencio o llamara a una forma de libertad de sugerencias. Lo cual no es evidente, por lo que trataré de dar algunas informaciones y pistas. Este volumen recoge poemas de diferentes épocas de mi vida, conservados en el fondo de mi memoria, en mis notas dispersas y recuperados por la escritura, con un cierto sentido de concreción inconscientemente lúcida. Ello a un corpus con una cierta unidad en su variedad, resultante de un hilo conductor que no siempre es reflexiva o premeditada. Ese aparente desequilibrio es el que le da unidad al conjunto, que va remontando los hechos y circunstancias de mi existencia. ¿Y qué es la vida sino una sucesión dispar de avatares …?. Esta recopilación es el resultado de esa caprichosa andadura entre las cuatro direcciones o aromas del viento. A esta circunstancia seguramente se debe que, contra mi costumbre, muchas piezas carezcan de título. Pero esto es un detalle, puesto que es el poema el centro de la composición, salvo situaciones especiales de muchos textos, sobre todo los muy breves, en las que el nombre hace parte del texto, lo completa. A los rigurosamente elaborados, compulsivamente, para este volumen, se toman otros que hacen parte de mi producción, también inéditos, que considero oportuno y necesario incorporar a la recopilación. Todos ellos tienen al pie la fecha que explica las circunstancias de su escritura (la caída del tirano, soñada un mes antes de que aconteciera; el regreso del exilio; la elegía a la muerte de Hérib Campos Cervera, cuya copia se me había extraviado…). Considero que las palabras precedentes salvan, de alguna manera, la curiosidad del lector, que es de caballero esclarecer.
INDICE: Ladera, Trayectoria, Hondón de la memoria, Flor del aire, Lecho de mar, Donde estuviere, Venganza, La rosa, Ostrakon, La piedra del reencuentro, El origen, Comprendiste que el fuego…, Frugífero, Senzo, En mis ojos flamea,…, Manera de la ausencia, La veleidosa…, La senda de mis pasos…, Y tu piel…, Autumnal, Cambio de horario, La manzana, T tarde… quizás… entenderás…, Jugarreta, Soledad, Larga es la noche, Si Adán… tan puri…, El fuego y la ceniza, Esta noche…, La adolescente, Trayecto, Aliento contra aliento…, Solsticio, Encuentro, El labrador acaricia la greda…, Reminiscencia, Marina, Amenazo, Del ojo al infinito…, Siempre, y El sitio.-
LADERA
I
Pero,
¿quién puso, entonces,
las alas de la quilla
en el canal incierto
de la tenue pendiente?
Timonel del acaso,
tu pulso atardecido
fue escorando la nave,
palmo a palmo,
en las aguas tranquilas
que reflejan, sin prisa,
las penúltimas luces.
O quizá esa costumbre
se va haciendo
de pequeños olvidos,
de incontables nostalgias,
de pausados dolores,
de turbios aguaceros,
de renuncias oscuras,
de escondidas tristezas,
de sueños apagados.
II
Esa urdimbre
no se mide en el tiempo,
no conoce razones,
ni causas, ni pretextos,
ni instancias, ni memoria.
Posee, sí,
la densidad transparente
del aire que se afina en los pulmones,
la lumbre del fanal
que languidece en la mirada,
la trama del insomnio
creciendo en las entrañas,
el rastro de los pies
en la tierra desnuda,
el gesto de las manos
que aprietan un trozo de vacío.
Como un río en desmadre
va buscando la orilla
donde posar
la sien atardecida
-el temporal nevado-
donde acostar, segura,
la herida irrestañable
de sus resurrecciones.
TRAYECTORIA
¿Recuerdas?
Un día como entonces
atravesaste la luna del espejo
para encontrarte a ti mismo.
Tantos seres topaste
que hasta, por fin,
creíste conocerte.
Jugador impenitente,
apostaste hasta el
último suspiro,
desafiando al esquivo destino.
Cuántas veces perdiste
hasta el sueño del
postrer centavo.
Y hoy tienes todavía en las manos
el mazo de los naipes
en el que predomina
la dama de rojo corazón,
a veces bienamada
o esquiva
o rencorosa.
Pero, viejo tahur,
sigues haciendo pases,
intentando extraer
de la manga
el caballo de copas
o la aureolada cabeza
del rey de oros.
O eludiendo las siete
espadas del dolor,
o el garrote de basto,
que te acercan recuerdos
del tiempo de combates
para que la luz se haga
en la tierra teñida
de penumbra.
¿Y hoy, qué?
Te quedan fragmentos luminosos
o pedazos de escoria
al borde del camino
que sigues recorriendo
para templar mejor
las cuerdas de tu sino...
FLOR DEL AIRE
Dulce reguero de cristalinas aguas,
manantial de aromas
que del fondo de la tierra nace,
como jazmín del patio de mi infancia
a la puesta del sol,
embalsamas la tarde.
Cuando te he visto, nací
a la luz de nuevo.
Para hablarte limpié mi
voz de herrumbres
y allí escuché tu voz poblada de susurros.
Suave niña en flor de amanecida,
eres como el manto
interminable de la lluvia
otoñal.
¿Cómo acercarme a tanta transparencia
sin desgarrar la piel del ensueño
que te envuelve,
sin empañar la luz de tu sonrisa?
DONDE ESTUVIERE
Corno elegía a dos llantos,
en la muerte
de Hérib Campos Cervera.
I
Destino de ceniza redimido
en tanto alumbramiento luminoso
¡Qué antiguo tu destino de sollozo
de cielo a infierno ha tiempo retenido!.
Gaviota con el vuelo ensombrecido
¿a qué puerto de sueño silencioso
llegó tu rumbo herido y angustioso
en esta travesía del latido?
Tu muerte es sólo un trozo de vacío
nostalgia de la sombra que tenías
ventana donde aún vuelan las esquinas
Desde la tierra de tu siempre estío
tu rosa crecerá para los días,
tu rosa, que ha dormido sus espinas,
II
El trigo entre tus manos de simiente
florece el rojo vientre de tu suelo
haciendo de guitarra y luna el cielo
y huesos de gigantes el poniente.
Los tuyos se preguntan si no miente
-el sembrador, estampa de tu anhelo
y el mar ya sin nivel desde tu vuelo-
la muerte, con su bruma de serpiente.
Sobre el tiempo dormido ya en tu leño
que con tus manos despobladas sellas,
está tu voz, espiga de clarines.
Desde tu siempre primavera en sueño
tu noche crecerá por las estrellas,
tu noche, que ha encendido tus jazmines.
VENGANZA
No me senté a la puerta a esperar
que pase su cadáver.
Grité en las calles;
deletreé mi rabia y mi esperanza
en los muros sombríos de la noche;
golpeé las paredes de las cárceles,
los marqué con mis uñas, con mi sangre;
lancé piedras contra sus
altares de hojalata.
Expulso,
enarbolé la empecinada
voz de mi esqueleto
por la rosa del viento y la nostalgia.
Fui de los primeros en arrojar
puñados de salmuera
sobre sus despojos.
Ile de Re, 1º de enero, 1989
LA ROSA
Yo sé que era una rosa
la brisa de sus labios entreabiertos.
Un ventarrón de ausencia la apagó
y un gris de anochecer
cayó sobre el paisaje de mi pecho herido.
El vaso conservó su tallo enhiesto
y hoy guardo intacta en mis entrañas
la fragancia de su aroma sin término
y acaricio en el cuenco de mis sueños
la rosa roja de su boca,
la flor inmemorial de su sonrisa.
LA PIEDRA DEL REENCUENTRO
¿Quién se anima
a arrojas
la primera mirada
sobre el techo
empañado de recuerdos?
(25 de febrero de 1989)
MANERA DE LA AUSENCIA
Aún vengo desde ti
con tu pequeño nombre
carcomiendo mis labios
como una antigua llaga de dulzura.
Vengo aún desde ti
con el tajo de estrellas
flameando en mis ojos
como alta bandera
de frente golpeada.
Todavía tu risa
me sabe a caracola
donde se escucha el mar,
y tus besos
me llenan de amapolas
el aliento del sueño
y de higos maduros.
Con la misma tristeza
con que hiere la noche
el grito casi ciego
de una larga sirena,
tu inminencia de luna
cercada por la lluvia
hoy ahueca el capullo
del corazón que abriste,
que clausuraste al irte,
que sigue siempre abierto.
La veleidosa,
la arbitraria nervadura
de esta hoja de castaño
dibuja el itinerario
de un compartido otoño,
de punta a punta
iluminado de poblados silencios.
Noche a noche
impregnada del calor
de nuestras manos,
de los besos sin sombra,
de las caricias húmedas,
La senda de mis pasos
va estrechando sin tregua
la andadura.
Como si mis pies
supieran que buscan
la huella de los tuyos.
Y tu piel
toda tu piel
es tu aliento caliente
que sube del ardor de la playa
hasta las arenas revueltas
en el lecho de tu cuerpo
embalsamando el sueño de fuego
que nos consume.
SOLEDAD
Las palomas del atardecer
desgajan los árboles del cielo,
caen sobre mis pupilas
como goterones de ausencia
LA ADOLESCENTE
Aquel muchacho torpe
enredaba palabras,
te miraba a los ojos,
agitaba los brazos,
sentía tu perfume.
Habitabas sus sueños,
le dolías...
El recuerdo, hoy,
te la devuelve intacta,
recuperas su voz,
su sonrisa,
su aliento en primavera
con olor a naranja,
su tenue resplandor secreto,
el trigal de su piel.
Tus manos ondean su cintura,
tus labios liban la miel de sus palabras,
en tus ojos se refleja
el aura triunfal de sus cabellos.
Ella, la niña, sigue siendo tuya...
por siempre.
TRAYECTO
Después,
cuánta memoria táctil
de piel y de cabellos y de sedas,
de aromas y de risas,
de luces y penumbras,
de largas caminatas
a sol y a sombra,
de oscuras soledades...
Memoria y desmemoria
que deambulan
del banquete hedonista
al ígneo resplandor de las pasiones,
airoso o malherido,
triunfante o humillado,
victorioso o maltrecho,
abatido o feliz o desgraciado.
Aliento contra aliento
las aves migratorias del deseo
las que guardan la tibieza del nido
emigran
cuando asoma
el hastío de otoño.
REMINISCENCIA
I
El jardín del convento
en que amparo
mi tanto por cuanto aniversario
está hoy recoleto y soleado.
Paseando la sombra leve de mi soledumbre
alcanzo la fogata
en que se queman las hojas secas del invierno,
testimonios crepitantes
de las horas, de los días, y los hechos.
Me acerco lentamente,
en medio de los vientos helados
y escucho las voces que signaron mi existencia.
Descifro los momentos intensos,
el sordo respirar de los vacíos,
la euforia jubilosa de los lauros,
la torva decepción de los fracasos,
el vuelo y el derrumbe de esperanzas,
la dicha y la tristeza confundidas.
Asumo, en fin, mi vida plena,
envuelto en el olor de la humareda
que combina aromas tan diversos:
el resplandor intenso de la infancia,
la adolescencia azul,
aquella piel, corola de una rosa
y aquella embalsamada de jazmines,
aquel aliento espliego
que sigue respirando en mis entrañas,
el inefable fuego del amor,
su dulce combustión interminable.
II
Pero también me habita
la oscura soledad de las prisiones,
la nostalgia sin ojos de exilio,
ese llanto sin lágrimas.
Fui testigo y fui víctima de
tantas abyecciones....
Me volví iconoclasta
derribando los dioses de chatarra,
los templos de ignominia.
A los treinta años de mi vida
perdí la inmortalidad,
cuando murió mi padre,
dejándome en herencia
la dignidad,
que acrecenté al lado de mi pueblo
para intentar ser hombre de
fe, de fuego, de azahar...
Conocí el paraíso del bien
sin mirar a quién,
el del amor compartido
hasta los tuétanos,
el del amigo fiel y compañero,
el averno de la injusticia sin fondo
y sigo buscando la tierra sin
males de mis antepasados...
Así ha sido y así ha de ser,
hasta que el sueño apague
la luz en mis pupilas.
LA SOLEDAD
I
La soledad no me asusta,
no me espantan sus sombras,
no la temo.
Ha sido compañera
en mis penumbras, una y tantas veces.
Allí donde el hombre es tiempo sin espacio
mantuvimos mil diálogos
entre mis voces náufragas
y el eco de las palabras calladas,
esas que se modulan hacia adentro
frente a un vaso de vino,
cuando el viento retiene
en un rumbo tenaz
la rosa de los vientos.
Conversamos largamente
en los ratos poblados de quimeras,
de capullos dormidos,
de ramas espinadas,
de flores con fragancias ambiguas,
II
Y me ratifico:
la soledad,
la sola soledad,
la soledad sin tu voz,
sin tu aliento,
sin tu aroma,
sin tu lumbre,
sin tu piel,
sin tu sonrisa,
sin tus manos,
esa sola soledad herrumbrada
es sólo soledad
Tanto tiempo
abandonó la primavera
esta tierra tan tensa,
tan sedienta de luces,
hasta que, de pronto, el lapacho
encendió su ramazón de sueños.
En esa primavera
de tu sonrisa plena,
allí brotó la lumbre,
creció junto a tu nombre
y se arboló mi tiempo.
Y entonces me pregunto
si la voz es la existencia misma
o más simplemente
el labio fontanar de las ensoñaciones...
Déjame escuchar tu silencio aromado
abismal rosa azul.
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