HANNAH ARENDT Y EL PODER DEL DINERO
Por MARIO RAMOS-REYES
Filósofo político
Hannah Arendt tiene razón. Tal vez el lector, si lo hubiere de un breve artículo como este, notará el tiempo del verbo: digo que Arendt tiene razón. Tiempo presente. Hoy. No digo que la filósofa, o teórica de la política, alemana, tenía razón, ayer, hace unos años. Es que, la filosofía, sobre todo en política, es una conversación siempre presente. Nada está –una vez para siempre– cerrado. A menos que se invoque algún dogmatismo ideológico. Prosigo. ¿En qué tiene razón? En que hoy, en la realidad, social y política, el dinero manda. La sociedad está dominada por la economía. ¿Quién decide elecciones o la política? Grandes contribuyentes a las campañas, dinero sucio a veces, a veces no, corporaciones, bloques de grupos informativos. ¿Dónde? En todos lados. ¿Dudas? Piénsese quién solventa lo que se dice o no debe decirse públicamente. En el panorama democrático-liberal actual, un puñado de compañías decide quién habla o no. Hay un globalismo del dinero que, de hecho, indica lo que se debe o puede hacer.
Arendt advierte sobre ello: el peligro que acarrea este economicismo en la modernidad. No me refiero aquí al totalitarismo de “Los orígenes del totalitarismo” (1951) o de la banalidad del mal, en “Eichmann en Jerusalén” (1963), temas cruciales en Arendt, sino a algo, a mi juicio, que los precede: la pérdida del valor de la política, especialmente, en “La condición humana” (1958). Veamos. Hanna Arendt (1906-1975) fue una filósofa, aunque ella rechazaba eso de filosofía. Formada en el existencialismo, discípula de Heidegger, y, sobre todo, del psiquiatra-filosofo Karl Jaspers, dedica su vida a dilucidar la condición humana concreta, casi en clave fenomenológica. Insisto. Arendt se consideraba solo teórica, y no filósofa de la política. La política como punta de toque de la realidad concreta. Es que los filósofos, muy a menudo, están atrapados en ideas sin realidad, fantasmas mentales, ficciones del pensamiento. Aquí Arendt se acerca a su compatriota Leo Strauss (1899-1973), exiliado en Chicago, quien también recelaba de ese maridaje filosofía-política. Todo esto se nota en el análisis de la modernidad tardía actual, según Arendt, si mi consideración es correcta.
LA POLÍTICA COMO SIERVA
Las prioridades de la modernidad, la primera y ahora también la tardía, se han establecido, lamentablemente según Arendt, al revés. Se subordina la política a la economía. La política se hace sierva. Arendt lo entrevió en su estudio del liberalismo, el capitalismo liberal, nacido al inicio de la revolución científica. Había entronizado a la economía, como presupuesto fundamental de desarrollo político. Es el economicismo típico. Pero la crítica no queda ahí. También el marxismo había caído en el mismo pecado: son los presupuestos, infraestructura económica, lo que se debe priorizar. El resto es mera consecuencia, epifenómeno de lo anterior. El iluminismo de la modernidad, con su énfasis exclusivo en una razón instrumental, había minimizado contenidos de sentido, la realidad de lo humano, el valor del trabajo. Y así surge la figura o valor no solamente del éxito, sino del tantas veces mencionado, “hombre económico”.
¿Consecuencias? Lo social es devorado por el deseo de bienestar material de los ciudadanos, lo familiar y comunitario, es deglutido por la eficiencia. Es el reino del experto. Hay un rechazo explícito del valor de la política. Se la considera una sierva, sirvienta de la economía. ¿Por qué? Porque la política no mueve al progreso, lo enreda, dirige los pasos sociales al conflicto, contradice la marcha de la historia. De ahí que, la misma, debe ser subordinada a la economía: sea en el marxismo o marxismos, sea en la miríada de liberalismos. Esta crítica, por supuesto, no saldrá indemne.
¿POLÍTICA COMO AMOR?
Sigamos. La preocupación de Arendt es el descontrol social. Quién controla a quién. Sería el poder al poder. ¿Pero de dónde este genera autoridad? Para ver esa génesis, Arendt no puede sino remontarse a los orígenes: Aristóteles. ¿Cómo se organiza la sociedad? El filósofo griego, fiel a las cosas como son, parte del hecho concreto: la autoridad viene del ciudadano, político por naturaleza. No puede no serlo. Lo económico no es lo primero. Es sí, parte de la organización social. La economía es el modo de ordenación del hogar o de la comunidad básica, Aristóteles sostenía, nunca de la sociedad en conjunto. Debía ser restringida a las necesidades materiales. Lo “público”, entonces, se debe reservar a la política. Política como actividad de la palabra, la argumentación, la persuasión, en suma, como lugar de la libertad. La política será por eso, política económica, no es economía subordinada a la política.
A oídos actuales, esto es una apostasía. Es, creo, precisamente, la advertencia de Arendt. No obstante, su pretensión no deja de ser una provocación filosófica: la política es la más alta activad humana. Es la manera de construir una comunidad. Para ella, esa comunidad, tenía nombre: es el republicanismo cívico. Un lugar donde el poder esté fundado en una autoridad que dé sentido. La política en sí es valiosa. A mí siempre me ha llamado la atención cómo, la valoración de la política de Arendt, coincide con otros pensadores, tan distintos en otros aspectos, como el francés Jacques Maritain(1883-1973), para quien la política tiene también primacía, pues es caridad, amor.
LA POLÍTICA Y SU MALA REPUTACIÓN
Aparece obvio a la mirada atenta que, en nuestro mundo actual, la política no es lo primero. Ni lo valioso. Ni lo importante. Ni lo moral. Real o mera percepción, es lo que se muestra. Por el contrario, el control de las cosas o de la historia, está en manos de cosas –más allá, o detrás– de la política. Se ha prostituido. Se la deja de lado, incluso, educativamente. Por ejemplo, las humanidades, de la filosofía a la política, hoy, se las sofoca, pues, se dice, no son eficientes y no sirven. Docenas de departamentos de filosofía se han ido suprimiendo en universidades de Estados Unidos los últimos cinco años ante el avance de STEM, la trilogía de ciencia, tecnología e ingeniería. Y peor, países emergentes, mandan a sus ciudadanos jóvenes becados a estudiar esa misma trilogía que, Arendt diría, es importante, pero secundaria.
¿Resultado? Vacíos ideológicos y orfandad de ideas, ignorancia generalizada de las cosas cívicas, ruina de la ética pública y privada, ausencia de ideales y sentido, nihilismo generalizado en sociedades emergentes o desarrolladas que, en su desesperación, apelan a populismos semiautoritarios para satisfacer su carencia de contenido político. Y esa pérdida del valor de la política no es gratuita. Afecta la igualdad en la democracia. No me refiero solo a la crisis de los partidos políticos, sino a la de la sociedad civil. Después de todo, la dignidad de la política, es la dignidad de lo humano. Hanna Arendt tiene razón: una república cívica nace y se nutre, no solamente del dinero, sino de ideas y ellas vienen de la política cuyo fin, al decir de Aristóteles, es la felicidad.
Fuente: www.lanacion.com.py
Jueves, 11 de Marzo de 2021
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