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MARIO RAMOS REYES
  EL TRANSHUMANISMO: ¿UNA NUEVA CIVILIZACIÓN? - Por MARIO RAMOS-REYES - Domingo, 08 de Agosto de 2021


EL TRANSHUMANISMO: ¿UNA NUEVA CIVILIZACIÓN? - Por MARIO RAMOS-REYES - Domingo, 08 de Agosto de 2021

EL TRANSHUMANISMO: ¿UNA NUEVA CIVILIZACIÓN?


Por MARIO RAMOS-REYES

Filósofo político

Sinceramente, espero, si ese tiempo llega, estar muerto”. Palabras abruptas, irónicas, y sinceras, de Winston Churchill, en una visita al Instituto Tecnológico de Massachusetts al final de la Segunda Guerra Mundial. El estadista inglés, ante la insistencia del decano de la institución de que la era de la ciencia y tecnología sería de tal eficiencia, entreveía la posibilidad de un control de los afectos, del pensamiento. Han pasado más de setenta años. De ese triunfalismo liberal democrático de la posguerra, enfrascado en la confrontación de la Guerra Fría, no queda mucho, aunque algo permanece. Las viejas ideologías, lánguidas y casi sin vida, metamorfoseándose y sin identidad clara, han dado paso a un deseo irrefrenable de autonomía y confianza absoluta en la ciencia y la tecnología.

El anuncio temido por Churchill es claro: se viene la “nueva” humanidad. O mejor, una transhumanidad, mejorada, donde nuestras vidas, longevas y placenteras, dejarán de ser mera hipótesis científica para pasar a ser una realidad concreta. El transhumanismo vía inteligencia artificial (aunque existen otros medios) se está instalando, blanda y progresivamente, en nuestras sociedades. En todas, desarrolladas o no. Casi sin darnos cuenta. Su dogma es claro: la tecnociencia es la condición necesaria y suficiente de una sociedad feliz. ¿Pero qué tiene de malo ese mejoramiento de la humanidad?, protestarán algunos y tal vez con razón. Y bueno depende. Depende, como toda realidad práctica, del fin perseguido. Veamos.

MÁS ALLÁ DE LO HUMANO

Transhumanismo significa ir más allá de lo humano. Transcender sus posibilidades. Ese término es engañoso, y a la vez, revelador. Engaña pues, aparentemente, implica un humanismo tradicional –como sería el liberal, marxista, o cristiano que busca alguna conversión hacia algo mejor–. Pero aquí hay algo más. Aspira a que los seres humanos dejen de ser tales. Poshumanos. ¿Cómo se hará eso? Fragmentándolos, parcelándolos en funciones, pues estas deben ser “optimizadas o mejoradas” gracias a los medios apropiados. Aquí ingresa el mundo biológico transmutado y transfigurado por los medios digito-tecnológicos. Se “desarma” al individuo, se reemplazan sus piezas –vía genética u otras técnicas– y se lo arma de nuevo. Así, se supera lo que lo condiciona: sean enfermedades, lo que podría constituir una necesidad, pero también, su deseo de eternidad. Se trata de sortear su finitud, su vejez, su posibilidad de muerte. En una palabra: se lo mejora. El cuerpo humano funge como una máquina retocada, haciéndola eficiente para una vida sin interrupción.

¿Exageración? Tal vez no. Uno no tiene que fijarse en la modificación genética de los alimentos. O en la poco anticuada práctica de la clonación reproductiva. O en las tecnologías aplicadas para restaurar funciones fisiológicas del organismo humano, desde el brazo biónico hasta los dedos mecánicos. Pero la cuestión no queda ahí. La meta apunta a la funcionalidad del cíborg: ese ser humano, “ensamblado”, por tecnologías genéticas, y algoritmos digitales, mejorando sus facultades, inteligencia y voluntad. ¿Acaso esto no ayudará a vivir sin dolor, ni sufrimiento? Seguro. Será el tiempo en que, cualquiera, protegido por un Estado omnicomprensivo, reclame al médico para que le recete, vía algorítmica, un frasco de comprimidos contra el pesimismo, la falta de empatía o su carácter desamorado.

UNA EUGENESIA “MALA” Y OTRA “BUENA”

Todo esto, parecería, un avance. El progreso. Algo bueno. ¿Pero cuál sería ese “otro lado”, malo? Sería la eugenesia, aquel movimiento de fines del siglo diecinueve y las primeras décadas del siglo veinte que buscaba la mejora de las generaciones, con la eliminación de los “imbéciles”. Así mismo. Esto lo dice un fallo del juez Oliver W. Holmes, de la Corte Suprema Americana, en 1927: Buck vs Bell. Fue la esterilización de una mujer para evitar que sus descendientes “imbéciles” se perpetúen. El darwinismo social en su plenitud. Por supuesto, este movimiento eugenésico no se redujo al mundo anglosajón. Se expandió por la Europa “aria y superior” del delirio nazi. Esta era la eugenesia. La mala.

La pretensión del transhumanismo es más sutil. Sería otro tipo de eugenesia. Una buena y progresista. No sería el Estado o el líder iluminado quien decida la optimización de la sociedad, sino uno mismo. Es la libertad, la autonomía absoluta que todos tenemos de “arreglamos”, e intercambiar nuestras piezas descompuestas, con mira a la felicidad permanente. Ya no más sermones o educación disciplinaria, o exhortaciones parentales. Se podrá elegir, también, y por supuesto, el tipo de hijos que uno desearía tener. En un catálogo. Ningún esfuerzo ético o político para cambiar la sociedad. La ética tirada al desván de la historia. El transhumanismo, como eugenesia buena, traerá la nueva tierra prometida.

LA NUEVA CIVILIZACIÓN

Si el humanismo es la idea que el ser humano se hace de sí mismo, y de su condición, y la cultura es el enriquecimiento que va logrando en su vida –con destrezas de orden técnico pero también de orden ético– el transhumanismo es una civilización antihumana. Lisa y llanamente. ¿Por qué digo esto? Pues aquí ya no estamos frente a lo propiamente humano, sino a partes, fracciones. Ya ni siquiera estamos frente a una gran colección llena de artefactos construidos por el ser humano, sino que somos un artefacto más. Es la degradación de lo humano a manos de la razón instrumental. Es la violación más flagrante de aquel principio de Kant, piedra angular de los derechos humanos y la democracia republicana: nunca obres en tu persona o en otros como un medio, siempre como un fin. Ya no viviremos como personas, sino, potencialmente, como piezas intercambiables de una sociedad objetivada y planificada, manipuladas por las cifras anónimas de algoritmos de algunas corporaciones perfectas que controlarán el espacio público.

Estamos en el advenimiento de esta cuarta revolución industrial. Las nuevas tecnologías se están apoderando de todo nuestro cuerpo, el cerebro, la misma génesis del ser humano. Y están exiliando presurosamente, con la inteligencia artificial, la smartfonización, y la googlización de la información, lo mejor de nosotros, la dignidad. Léase con atención. No quiero negar la calidad de medio de la tecnociencia, pero sí la de ser un fin en sí misma. Lo transhumano no es un humanismo. Todo auténtico humanismo señala a una felicidad finita, limitada, contingente. Hay un poder de hacer y transformar en nosotros, pero también de poder contemplar la belleza, el bien, reconociendo nuestros límites. Aceptándolos. Somos seres empíricos, es cierto, sujetos capaces de organizar, planificar, explotar, pero también espirituales que sienten culpa, alegría, dolor, empatía, compasión. Una sociedad transhumana niega la condición de razón solidaria. Anuncia un sistema determinista tecnológico que manipulara la experiencia humana con un cálculo instantáneo de algún algoritmo con fines de control totalitario. El sistema comunista-capitalista-tecnológico de China nos está ejemplificando con los primeros estertores. ¿Tenía razón Churchill?



 


 

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 08 de Agosto de 2021



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