UNA PLAZA Y UNA SOMBRA
Cuento de MARÍA LUISA BOSIO
MARÍA LUISA BOSIO : Recibió educación e instrucción primaria en Asunción. Se, hallaba cursando estudios secundarios cuando su carrera estudiantil se interrumpió para contraer matrimonio.
Siendo muy joven y madre ya de cuatro hijos, hizo estudios completos de inglés, francés y portugués, idiomas que hoy practica con frecuencia. Paralelamente por vocación siempre se dedicó a la lectura de obras literarias e históricas.
Es miembro del Club del Libro N° 1 y desde hace ocho años concurre al Taller Cuento Breve. Ha publicado anteriormente en los libros de este taller y en diarios de la capital. Forma parte de la Sociedad de Escritores del Paraguay. En octubre de 1993 publicó su libro "IMÁGENES".
UNA PLAZA Y UNA SOMBRA
La plaza del Aloha Tower en Honolulú, mira hacia el mar a través de la banda de césped y cocoteros que la separan de la playa, donde terminan los jardines, que lucen exuberante variedad de flores exóticas y árboles añosos, en los cuales revolotean los pájaros multicolores y dan alegría con sus trinos diferentes.
En el centro de la misma, se sentaba siempre un hombre conocido como: "el personaje del mediodía".
Llamaba la atención por su rostro de facciones orientales, que traslucía una gran tristeza, e invariablemente estaba con la mirada perdida en lontananza.
Era un ser introvertido, que llevaba un mundo dentro de sí.
En la Oficina de la Aduana, donde trabajaba, lo respetaban como buen empleado.
Finalizada su tarea, se abstraía en ese mutismo en que vivía.
Cuando alguien conseguía sacarlo de su retraimiento, relataba la historia real y conmovedora de un amigo llamado Jimnu Sono, que aún vivía en la isla.
Lo hacía en inglés fluido, y comenzaba de esta manera.
"Es hijo de japoneses como yo. Su madre y la mía eran de origen árabe, razón por la cual mis facciones no son muy precisas. Estudiamos en un colegio de Tokio, donde la religión budista era obligatoria. Decidimos apartarnos de ella. En nuestros hogares siempre había discusiones sobre religión, lo que nos creó una confusión espiritual.
Luego mi amigó, ingresó en la escuela de aeronáutica militar. Allí creyó haber encontrado su estabilidad emocional, pues se sentía ateo y su agnosticismo lo llevaba a pensar que la vida no tenía sentido para él. Huía de sus compañeros y solo encontraba sosiego en las noches, cuando el sueño lo vencía.
Un día se enteró de la formación de un escuadrón denominado "Viento Divino". Consistía dicho escuadrón en ataques suicidas y lo formaban voluntarios llamados "Kamikazes".
Para ellos significaba una inmolación patriótica, con la esperanza de una justicia venidera. Jimnu Sono se incorporó a la legión sin pensarlo mucho.
La guerra mundial ya había comenzado y muy pronto le llegaría a mi amigo el turno para actuar, pues Japón planeaba atacar sorpresivamente por aire, la flota norteamericana fondeada en la Bahía de Pearl Harbor, cubierta ese día aciago por una bruma mañanera que ocultaba los barcos atracados en el puerto.
Quince días antes el comandante del portaaviones había elegido a tres "Kamikazes" para el reconocimiento del lugar. La orden era una sola. "Morir antes que entregarse".
Salieron una noche sin luna, con una oscuridad profunda. Sus dos compañeros fueron sorprendidos y murieron al estrellarse e incendiarse sus aviones.
Jimnu Sano quedó solo. Luego de una rápida inspección y, cuando se disponía a regresar al portaaviones, la luz potente del faro del Arizona (nave madre de la flota) lo localizó. Se lanzó con el avión al mar. El avión se hundió sin incendiarse, pero previamente el piloto fue violentamente despedido.
El instinto lo hizo nadar, hasta que una patrulla de "marines" americanos lo recogió. Aquí comienza la verdadera historia de mi amigo. Lo subieron al Arizona hasta la cabina del comandante Franklin Van Waldenburg, que lo esperaba.
Le pidió que tomara asiento frente a él y le ofreció un licor fuerte. Jimnu Sono no podía abrir los ojos ensangrentados. Escuchó cuando el comandante le decía: "Usted pasará a ser uno más entre los 'marines' de esta nave, recibirá órdenes mías y mi gente lo respetará como prisionero".
Cuando Jimnu Sono pudo mirar, vio delante de él a un hombre de una altura impresionante, delgado, bien formado y de pelo castaño. Quedó asombrado de ese hombre cuyas palabras eran reposadas y suaves. Hablaba con un tono solemne y a la vez había dulzura en su mirada.
Sigue relatando Jimnu Sono que después de haber conversado cerca de una hora, sintió que se iba transformando en algo nuevo. Ese algo que él esperaba después de la muerte.
Esa noche dormí con placidez, añadió, y tuve sueños felices, hasta me pareció ver en el comandante al Dios que todos nombraban con respeto divino.
Al día siguiente me di cuenta de que había nacido otro hombre y que aquel que fui, había muerto en las aguas del Pacífico.
No me acordaba mi nombre, no tenía documentos ni armas. No había nada que me identificara, sólo mis rasgos orientales. El inglés lo hablaba correctamente y no tendría problemas de comunicación.
Por orden del comandante me vistieron con uniforme de "marines" y luego me llevaron a compartir el desayuno con él. Fue mi primer desayuno americano que lo saboreé con gusto.
El comandante me observaba atentamente y luego me dijo: "Quisiera que me visite todas las mañanas para conversar".
De esas conversaciones nació en mí esa fe que me faltaba.
Mi vida había cambiado en el Arizona. Esos dos meses que viví con ellos fueron mágicos. Me acostumbré a los trabajos y a los "marines" que me trataban con respeto.
Mi admiración por el comandante Franklin iba en aumento, hasta llegué a convencerme de que si debía sacrificar mi vida por él, lo haría gustoso.
La noche anterior al 7 de diciembre de 1941, no se prendieron luces en la base. Se sabía o se presentía que algo grande sucedería.
Esa mañana del 7, estaba desayunando con el comandante, cuando comenzaron a tronar los aviones en vuelos rasantes y a estallar los barcos uno a uno. Se levantó en el acto, me tomó de los hombros y me dijo con firmeza: "Huye muchacho y sálvate. Yo debo quedar en mi nave''", luego agregó: "No olvides que eres un hombre nuevo". Me empujó con fuerza hacia la planchada, mientras yo musitaba emocionado: ¡Gracias, gracias! Alcancé el muelle, y seguí corriendo hasta llegar a un bar en donde me refugié todo el día y la noche, viendo con horror cómo los barcos se torcían, primero y luego se hundían. El majestuoso Arizona, orgullo naval, desapareció en el agua, partido en dos, después de una tremenda explosión. El aceite, en muchas partes del casco siguió quemándose por horas como un holocausto, mientras desafiante la nave seguía desplegando su bandera, la cual fue izada al comenzar el ataque en Pearl Harbor. Mil cien hombres se encuentran dentro de ese casco enmohecido incluyendo mi gran amigo Franklin Van Waldenburg".
Jimnu Sono va cada año al monumento (levantado sobre el casco hundido) para rendirle un homenaje y llorar con la diana de los "marines" en ese altar, donde están los nombres inscriptos de aquellos que allí perecieron.
Mi amigo, el hombre nuevo, se puso a trabajar después de un tiempo que vivió en estado etílico. Un día recordó las palabras de su benefactor y tomó carta de ciudadanía americana, se unió a una "rnauri" y tuvo un hijo que lleva el nombre y apellido de aquel hombre inolvidable para él.
Entre el grupo de personas que lo estaba escuchando ese día, se encontraba un joven, cuyo alzacuello sobresalía de la camisa y lo identificaba como clérigo. Le preguntó: ¿Vive aún Jimnu Sono en la isla? Si es así, me gustaría conocerlo y saber más sobre el cambio operado en su vida. Como clérigo, me interesa la parte espiritual de mis semejantes.
El hombre oriental de mirada triste se levantó lentamente, caminó unos pasos con dificultad y luego volviéndose le contestó: "Lo tiene usted muy cerca, reverendo. Jimnu Sono es la sombra que me sigue...".
Los pasos lentísimos de las dos sombras abrazadas se alejaron por los vericuetos de los jardines de la plaza, mientras la campana del Aloha Tower prolongaba su sonido matinal.
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