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LAS TORRES
Fui invitada por mi hijo para viajar a Boston, Estados Unidos, y acepté, sin imaginar que iba a ser testigo de una tragedia singular.
Ocurrió en Nueva York, esa mañana fresca y soleada, anunciando el otoño: 11 de setiembre de 2001.
¿Quién podría haber pensado que esa jomada laboral se convertiría en un día funesto? No hay palabras para describir y narrar el sentir del pueblo norteamericano y especialmente de los habitantes de Manhattan.
Día aciago, comentaron los medios de comunicación.
Habíamos llegado la tarde antes desde Boston para tomar el vuelo del día siguiente, martes 11 a la medianoche. Al despertar ese día conecte la televisión. La vi confusa, llena de humo, y sin comentarios. Moví los canales y todos mostraban lo mismo, hasta que uno de ellos dio la pavorosa noticia: " Fuego en una de las Torres Gemelas".
Alerta general. Bomberos en acción, trabajaban aceleradamente. Luego de unos minutos, el periodista anunciaba con voz estremecida, que un avión de la línea Boston-Nueva York se había estrellado contra una de las torres.
Cuando todavía los americanos se hacían conjeturas y mas conjeturas, pasaron los 18 minutos perdidos (según los expertos comentaristas) y otro avión embestía la segunda Torre.
Esa Nueva York que había inspirado a García Lorca sus impresiones como poeta, tras visitar la fascinante y trepidante ciudad, había quedado herida de muerte.
El humo se tornaba más denso y el orgullo de esa ciudad se derrumbaba con sus torres. El invulnerable Estados Unidos tomaba conciencia que había sido atacado por enemigos.
Sonó el teléfono. Mi hijo me pidió que bajara lo antes posible por orden de la gerencia del Hotel. Con la explosión se había derrumbado también el más antiguo de los hoteles de la cadena Marriot, muy cerca del radio de las Torres Gemelas en donde estaban reunidas personas en una Convención, y como el nuestro era el más nuevo de esa cadena, tomaron sus precauciones.
Todos juntos en la planta baja decidimos ir hacia la Quinta Avenida en donde desfilaban los camiones del ejército, subiendo gente para regresarla a sus hogares. Los ómnibus habían parado, las cortinas de hierro de las grandes casas comerciales fueron bajadas con rapidez. Los bancos cerraron sus puertas y los subterráneos ya no funcionaban.
Nueva York se había paralizado y la gente asombrada en las calles miraba ese humo negro que llevaba restos carbonizados de personas muertas.
Hora: 11 y 30. Ya se tenía el informe completo de lo ocurrido.
El Pentágono, en Washington, había sido también atacado. El avión que iba directo a la Casa Blanca fue derribado gracias a la valentía de una joven madre, quien viajaba en ese vuelo y escucho una conversación de los presuntos terroristas suicidas. Se encerró en el baño y con el celular llamo al esposo, un marino en tierra y en acción de guerra en ese momento. Sus palabras fueron las siguientes: "Estamos secuestrados. Nos dirigimos a la Casa Blanca, vamos a morir". A los 15 minutos ese avión fue abatido por aviones caza.
Fallecieron todos. A ella (la heroína de ese vuelo), el esposo la pudo identificar con sus niños abrazados y el celular en la mano, porque fue despedida antes del incendio de la nave.
Algunas veces las desgracias dejan algo detonante como comentario.
Para esa tarde se convocó a las Iglesias de todos los credos a una procesión. Comenzaría veinte cuadras antes de la Catedral.
Nos dirigimos al lugar citado por los canales. Allí nos entregaban candelas encendidas. Caminamos dos horas cantando canciones conocidas en varios idiomas. Cada uno lo hacía en el suyo. La procesión se llevó a cabo lentamente y con una devoción sincera, hasta las puertas de San Patricio, donde esperaba una hilera de uniformados, que al llegar hasta la Catedral se quitaron el quepis y dieron la señal de stop. Se dispersó la procesión, y el resto de las candelas fue dejado en las puertas de los edificios. Allí había terminado el día más aciago de Nueva York.
Los siguientes fueron sin ningún movimiento en las calles. Sólo las grandes pantallas de televisión pasaban sus noticias. Las vidrieras de las tiendas amanecieron al día siguiente con grandes búcaros de flores blancas cruzadas con una cinta morada en señal de duelo.
El jueves 13 nos avisaron que saldrían los aviones del horario de medianoche y solicitaban a los pasajeros su presencia en el aeropuerto J. F. Kennedy a las 16.00.
Llegamos a la hora marcada. Nos acercamos al mostrador. La empleada con rostro apenado nos dijo que regresáramos lo antes posible a Nueva York. La gente, al conocer la noticia, no caminaba, corría con sus equipajes. ¡Aleluya!, exclamamos cuando vimos el enorme auto que nos había traído, estacionado en el mismo sitio en el cual nos dejó. ¿Entramos todos con los equipajes?", preguntamos. "No se preocupen, suban".
No sé si la mano de Dios acomodó las valijas y pudimos salir, justo cuando ya cerraban el aeropuerto.
El chofer que escuchaba las noticias por la radio nos comentó: "Han encontrado a dos terroristas árabes con identidad americana en los sótanos, y cierran todos los aeropuertos hasta nueva orden".
Se confirmaron los pasajes para el siguiente lunes. Ocho días "presos" sin poder salir a ningún lugar. Los celulares al rojo y los teléfonos siempre ocupados.
Con calma, organizamos nuestra forzada estadía. Ocupamos otro hotel de la misma cadena, pero pequeño y acogedor en la avenida Madison. Preguntamos que podríamos hacer y nos dieron una pequeña lista de los restaurantes abiertos. Estuvimos casi todo el tiempo en el Central Park y en el museo de Ciencias, que ahora ocupa una manzana más.
Los días pasaron lentos. Todo era tristeza y desolación. Sólo encontrábamos paz en la Catedral, ubicada muy cerca del hotel. Decidimos no hacer comentarios, nos mirábamos a los ojos y adivinábamos nuestros pensamientos.
Con temor nos llegó el lunes. Aun no confirmaban ningún pasaje. A duras penas los conseguimos: tres normales y uno en primera clase (si así podríamos llamar a los lugares de una maquina vieja y maltratada por los viajes).
Sentí mucho miedo, pero afronte la noche con valor y entereza.
Era imposible borrar lo ocurrido dentro de una nave de American, línea aérea que habían usado los terroristas para los ataques suicidas.
Llegamos a San Pablo, cambiamos de avión y en dos horas más aterrizamos en Asunción, donde me encontré rodeada de mis familiares a quienes en algún momento creí que no los vería mas.
Me hacían preguntas y casi no podía contestar. Era muy grande la congoja que había dentro de mí.
Ellos pensaron que habíamos tomado ese vuelo de Boston a Nueva York y se tranquilizaron cuando la compañía dio la lista de los que viajaban en el vuelo.
Sola en la habitación de mi casa, recordé que un año antes pensaba en el nuevo milenio que avanzaba y me parecía imposible. Sin embargo, se instaló en el calendario y comenzó a marcar los meses.
Recordaba mis premoniciones, que son mis compañeras desde que tengo uso de razón.
Cuando me preguntaban: ¿Ya te decidiste a viajar?", contestaba con algo que se me hizo común y fácil: "Siempre hay tiempo para decir un sí o un no".
¿Por que dudaba tanto? No lo sabía... Nunca me imagine que podía ser protagonista de un suceso de este milenio que pasaría a la historia.
Mi destino estuvo marcado, y puedo escribirlo ahora, porque estoy viva, Dios lo quiso así.
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