EL CARTERO DE LA CASA
Cuento de MARÍA LUISA BOSIO
- Zulma, por favor -ordenó la señora Pilar-, prepare una limonada, el recipiente con el agua salada y una toalla. Está por llegar el cartero con los pies cansados. Zulma, empleada nueva de la casa, quedó sorprendida y solo atinó a decir:
- Sí, señora.
En la cocina preguntó, curiosa, si verdaderamente el pedido era para un cartero.
- Así es -contestó la otra empleada-. Eulalio es el ahijado de la dueña de la casa, trabaja como cartero del correo central. Es muy joven, lleno de vida, pero tiene una deformación de los pies y sufre cuando camina en exceso.
La madrina lo hizo, examinar y el diagnóstico del médico fue muy alentador. "Después de una cirugía quedarían sus pies derechos y normales", afirmó el galeno.
Eulalio se esforzaba en sus trabajos para poder cooperar en el costo de la cirugía. Estudiaba el primer curso de Arquitectura y lo hacía por las noches; además, se ayudaba con clases particulares de matemáticas que daba en horas de la tarde.
Las ropas se las regalaba el hijo de la señora Pilar y siempre se lo veía pulcro y bien trajeado.
Los compañeros le preguntaban:
- Eulalio, ¿quién te compra toda esa ropa buena que usas?
Él contestaba:
- ¡Dios! ¿Cómo se consigue ese privilegio? La fe, hermano, la fe -repetía el cartero.
- ¿Y con quién vives?
- En una pensión de la tía de un amigo.
- ¿Y tus padres?
- Fallecieron en un accidente hace varios años -contestó.
El cartero de la casa se encargaba de anunciar de dónde llegaban las correspondencias. Hacía cinco años recorría ese barrio de gente amable a quienes consideraba como parientes.
Esa mañana calurosa, pulsó el timbre dos veces, inusual en él. Las dos hijas adolescentes de doña Pilar fueron a recibir las cartas que esperaban de los amigos que estudiaban en el Uruguay.
- Señoritas, les entrego las correspondencias que las ponen tan contentas -les dijo.
Pero, al ver el gesto de dolor que había en el rostro de las chicas al leer las cartas, anunciando que sus amigos habían muerto en un accidente de lancha paseando por el mar, quedó tan apenado, sin saber qué decir para consolarlas. Sin embargo, eran jóvenes y pronto lo olvidarían, pensó.
Después del acostumbrado baño de pies, continuó su camino con la dificultad con que lo hacía siempre.
Inesperadamente, la familia se trasladó al exterior, en donde el esposo debía cumplir una misión especial. La casa se cerró y todo quedó triste en el barrio. Eulalio extrañaba los cuidados de doña Pilar y sus atenciones.
Al poco tiempo, recibió una carta de la madrina en donde le informaba que había conseguido, en un hospital de traumatología, día para la intervención quirúrgica de sus pies, y agregaba: "Adjunto va un cheque y el boleto de embarque marcado, tienes tiempo para llegar. No olvides tus papeles, los que hicimos poner en orden, ¿recuerdas?; yo misma te los encarpeté. Te esperamos en la terminal, nos avisas por teléfono a este número...".
Eulalio preparó sus cosas y se embarcó ocho días después, previo aviso a doña Pilar. La familia lo esperaba en la terminal.
Al día siguiente lo internaron en la clínica, le hicieron los estudios previos y luego la cirugía al día subsiguiente, que duró dos horas. Todo salió sin complicaciones; seis días estuvo hospitalizado, bien atendido por las enfermeras y doña Pilar, que iba a verlo todas las mañanas. Antes de darle el alta, lo hicieron caminar con zapatos ortopédicos, que los usaría por meses, después de las consabidas sesiones de fisioterapia.
Lo llevaron a la casa de doña Pilar, lo acompañaba el hijo menor de su madrina en las caminatas que debía hacer y en las curaciones. Eulalio se dio cuenta de que sus pies habían quedado enderezados; ya no le molestaban.
Sintió una alegría inmensa y un agradecimiento sin límites hacia doña Pilar y la familia. En las caminatas diarias pasaban por una iglesia en la que él entraba para dar gracias al Santísimo por su recuperación.
Volvió a su país, pero ya no a su trabajo de cartero. En la Facultad le dieron un cargo en la biblioteca, además de las clases particulares. Se manejaba con soltura, se hospedó en la misma pensión de su amigo, y se encontraba contento.
Eulalio conoció a una joven vecina, muy bonita; Cupido se encargo de lo suyo. Se enamoró perdidamente, él creyó que ella también sentía lo mismo, pero no fue así. Pasaron unos meses y comenzaron a llegarle noticias sobre la conducta de la joven. Eulalio no le dio importancia, no podía imaginar que aquella persona en quien había puesto su confianza y todo su amor le traicionaría.
Los amigos de la Facultad notaron que Eulalio estaba cerrado a los comentarios; se pusieron de acuerdo para desilusionarlo y demostrarle de alguna manera su gran error al no dar crédito a la realidad.
Una noche lo invitaron a salir. Después de la cena lo llevaron a un lugar en donde se reunían para bailar y luego elegir pareja. Era un sitio nuevo y muy agradable. Entraron, se sentaron y pidieron una botella de whisky; el lugar muy pronto se oscureció y solamente se veía un juego de luces en el piso. Comenzó la música y aparecieron diez jóvenes bellísimas con ropas adecuadas a su condición de bailarinas. Eulalio miraba diferente.
- ¿No quieres bailar? -preguntaron los amigos.
- Gracias, hace tiempo que no lo hago y debería ensayar de nuevo, aunque no tengo nada que me recuerde la cirugía.
- Mejor baila con una de ellas -dijeron-. Nosotros siempre venimos por la buena música y sus excelentes bailarinas, pasamos un rato agradable.
- ¡Me convencieron! -dijo Eulalio-. De ese modo pongo a prueba mis pies.
Se acercaron tres de ellas a invitarlos. En una, Eulalio vio algo conocido en el rostro, y no se equivocó ¡era su novia! Con la oscuridad reinante, la joven no se dio cuenta de la presencia de su novio, quien, al reconocerla, palideció de ira. La miró fijamente y, con un desprecio furioso, le espetó:
- ¡Muchas gracias, mujer infame y traicionera!
La empujó y salió con la rapidez de un rayo, sin despedirse de los amigos. Éstos quedaron mudos y tristes con la escena, aunque también libres por haber cumplido con lo convenido.
Eulalio se alejó un tiempo de ellos y se dedicó al estudio. Era compañero en la Facultad de un hijo de franceses; comenzó a leer libros que él le prestaba, fue aprendiendo sin dificultad el francés, que practicaba con el amigo.
- Te puedo conseguir una beca por un año en mi país -le dijo el muchacho un día, inesperadamente-. Ayer me enteré de una beca en la Embajada francesa y pensé en ti; te sentirás mucho mejor alejándote de este ambiente que te agobia. Aprovecha esta buena oportunidad.
Lo pensó y aceptó. Regresaría al año y, de ese modo, terminaría su carrera de Arquitectura, le faltaba poco. Consultó por carta a doña Pilar, quien lo alentó y le ofreció ayuda en caso de que necesitara dinero.
El francés lo ayudó con los papeles necesarios y el pasaporte, inclusive le consiguió un alojamiento para estudiantes cerca de la universidad donde estudiaría. También le dio la dirección y el teléfono de un tío médico en caso de que necesitara dinero.
Partió una mañana luminosa, dejando atrás sus malos recuerdos y prometiéndose que volvería convertido en otra persona.
Llegó a Francia, se instaló perfectamente y comenzó sus estudios. Lo primero que compró fue un diccionario funcional y otro técnico, ambos necesarios para entenderse con la gente y con sus libros de textos.
Se adaptó muy pronto y salió adelante en sus primeros exámenes, sentía que su vida había cambiado. Los domingos tomaba excursiones cortas para conocer la ciudad con sus maravillosos museos y lugares para visitar. Se sentía muy solo. Un día fue a visitar al tío del amigo francés; Eulalio lo esperó hasta que terminaran las consultas, después de una hora lo recibió cordialmente; había recibido la carta de su sobrino anunciando su venida.
- Si necesita algo, me telefonea -dijo y luego agregó-: Los domingos nos reunimos en una quinta cerca de aquí, le daré la dirección. Tengo hijos y ellos tienen amigos de tu edad.
De ahí en más se hizo presente casi todos los domingos y tanto la esposa como los demás lo aceptaron sin reparo alguno. Él había recibido buena educación y buenos modales que había cultivado siempre y ponía en práctica.
Observaba a las personas cómo se comportaban en la mesa, los términos que usaban al hablar, hasta que se lanzó a conversar como uno de ellos.
¡Qué lejos habían quedado aquel cartero de correo y la novia infiel!; hasta su nombre pensaba cambiar. No regresó al año. Terminó la carrera que seguía, luego se casó con una sobrina del médico con quien había congeniado desde el primer día que lo conoció en la quinta.
Doña Pilar asistió especialmente invitada como madrina de boda. Verlo a su ahijado todo un hombre, buen mozo, con una carrera terminada, fue para ella el premio de lo que en su vida había procurado para Eulalio, hoy convertido en "mesieur Piere Dure".
Cambió su nombre. La razón; el suyo no existía en Francia.
MARÍA LUISA BOSIO
Después de asistir durante siete años al Taller Cuento Breve, en 1993 selecciona y publica veinticuatro de sus textos que integran la colección Imágenes.
Es miembro del Club del Libro N° 1 y forma parte de la Sociedad de Escritores del Paraguay y la Asociación de Escritoras Paraguayas (EPA).
La escritora norteamericana Susan Smith Nash ha elegido dos de sus cuentos, titulados La Biblia y La pesadilla blanca, que fueron publicados en la antología First Light.
En julio de 1998 presentó su libro Imágenes en el Club Inglés, en Buenos Aires, en el Circle of Friends of English Language.
El 12 de marzo de 1999 presenta en el Salón Centenario del Rectorado Nacional su segundo libro de narrativa titulado Lo que deja la vida.
En setiembre de 2004 se presentan veinte nuevos relatos en un volumen titulado Cuentos de gardenia y aparece El cartero de la casa.
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Y SIGUEN LOS CUENTOS, 2012
HOMENAJE A SU FUNDADOR
Profesor Dr. HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
TALLER CUENTO BREVE
Coordinación: DIRMA PARDO CARUGATI y STELLA BLANCO DE SAGUIER
Editorial Arandurã
Asunción – Paraguay. Noviembre 2012 (132 páginas)