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MARIA LUISA BOSIO (+)
  LA VOZ y VOLVER A NACER - Cuentos de MARIA LUISA BOSIO


LA VOZ y VOLVER A NACER - Cuentos de  MARIA LUISA BOSIO

LA VOZ y VOLVER A NACER

Cuentos de  MARIA LUISA BOSIO

 

 
 
 

LA VOZ
 

Sentado en el cómodo sillón de su escritorio, Gregorio Guzmán, sumido en recuerdos felices y fantasiosos, miraba a través del ventanal entreabierto, por el que se colaba el aroma salino del mar.
Las olas venían incesantemente, unas a romperse en espuma blanca sobre la playa, otras a cubrir las rocas del acantilado con abrazo cariñoso. Y en medio de la niebla que producía el oleaje, las gaviotas, afanosas, buscaban sus presas.
Hacía muchos años se había mudado a orillas del mar con su familia, su mujer y dos hijos. Era un hermoso lugar para vivir. Una ciudad balnearia tranquila por la que niños y adultos circulaban en bicicleta por las aceras sombreadas de altos plátanos.
Gregorio Guzmán era un hombre seductor, que se distinguía por su extremada elegancia. Estaba enamorado de la vida, su naturaleza, sus encantos y del dinero que sabía guardar.
A la mujer le gustaba jugar con sus amigas, y a él la vida retraída, dedicada a la lectura y a la música culta.
Después de una enfermedad grave que lo tuvo postrado mucho tiempo, su organismo se resintió y, como consecuencia, le quedó un insomnio rebelde. Hasta la madrugada estaba despierto, y cuando conseguía conciliar el sueño era apenas por una o dos horas.
Se había sometido a muchos tratamientos que no dieron resultado, lo que fue acostumbrándose a vivir con su insomnio sin quejarse. Leía todo lo que tenía a su alcance y escuchaba radio del mundo entero.
Una noche, cansado de audiciones internacionales, puso el dial en una emisora de su país, y fue entonces cuando escuchó "La voz", cálida y aterciopelada, de una locutora que decía:
"Amigos y amigas que aún permanecen despiertos, no se desesperen: no están solos. Esta voz los acompañará todas las noches. Hablaremos de cosas gratas, recuerdos inolvidables y pensaremos en el futuro con felicidad, del que nos tiene prometido nuestro Dios".
La locutora era sicóloga. Se decidió por el programa con mucha voluntad y poco conocimiento. Coleccionaba en carpetas toda clase de anécdotas interesantes, historias ligeras y cuentos graciosos que iba relatando con lentitud; en cambio ponía énfasis en lo romántico y lo humorístico. "La voz" se hizo popular y llegó a tener notable audiencia. La historia podría haber terminado ahí, como excelente terapia, pero tuvo una derivación inesperada en Gregorio.
Empezó escuchando con interés el programa, le gustó, le servía de relax para conciliar su corto sueño. Luego, el interés se hizo entusiasmo y, a poco tiempo, llegó a ser necesidad perentoria, que se transformó en un enamoramiento muy similar a los de su juventud. Tenía ya setenta y ocho años.
Procuró ser razonable, pero se vio envuelto por una pasión irresistible. Su vida estaba perdida; decía: "Me he enamorado". Comprendió que su estado emocional le produciría sufrimiento, pero lo aceptó resignado.
Durante el día "La Voz" le obsesionaba, dominando su cabeza y sus sentidos, hasta el punto de que no pasaba un segundo sin pensar en ella. Consiguió por un amigo el número del teléfono de la locutora. Todas las mañanas la despertaba con su llamado. Días de por medio le hacía llegar bombones ingleses y ramos de flores. Ella se sentía complacida con las atenciones de este caballero de otra época. Se dejaba querer. El vivía para su amor platónico.
Decidieron conocerse. Para ello, Gregorio pasaría por la casa para llevarla al trabajo.
Llegado el momento se acicaló mucho más de lo acostumbrado. La había imaginado hermosa, joven y elegante, pero se había quedado corto. Lo que tenía delante de sí era una diosa griega. Quedó embelesado unos minutos; luego reaccionó cuando ella en un tono cálido le dijo: "Hola, querido amigo".
Desde ese momento el hombre vivió sobre nubes y su mirada se tornó acariciadora, revelando la pasión que lo consumía.
La familia, que lo notaba extraño, se alarmó cuando se enteró, por una escribana amiga, que estaba tratando de donar una de sus estancias. Hicieron toda clase de averiguaciones sobre la encantadora joven de veinticuatro años. Cuando se encontraron con ella en una confitería les impresionó como una persona normal que aceptaba las galanterías de un caballero maduro con complacencia, así como sus delicados obsequios. "No sé nada de la loca idea de una donación y no la hubiera aceptado jamás", dijo. Les informó que estaba de novia con un marino y que se casarían al regreso del viaje que él estaba haciendo por mar. La familia se tranquilizó. No se trataba de una vividora, como lo habían pensado.
La última vez que fue a buscarla, ella le contó al amigo que en quince días más se casaba con su novio marino. El palideció y la miró profundamente.
Le dijo: "Felicidades". Luego preguntó si el programa de la madrugada se suspendería. "Dejaré grabaciones para cubrir un tiempo", contestó ella. "Si regreso retomaré mi audición".
Fue a una de las mejores joyerías de la ciudad y compró un anillo de brillantes. Se lo hizo llegar a "La Voz" con un ramillete de flores.
La noche del casamiento se acostó temprano, pero primero brindó por la felicidad de ella.
Su mujer lo vio con lágrimas en los ojos. Luego más tarde le llamó la atención que se hubiese dormido, tan pronto y tan plácidamente. Esta fue la última noche de su vida.
 
 
De: IMÁGENES
(Asunción: Ñandutí Vive Ediciones e
Intercontinental Editora, 1993)
 
 
 
 

VOLVER A NACER
 
 
Pedro Durán creyó oír que alguien, de lejos, le decía:
-No tema, Sr. Durán. Ud. está bien, todo pasó con éxito, trate de descansar, ahora lo necesita.
Volvió a sumergirse en esa vorágine de ausencias; sentía el latir suave de su nuevo corazón y siguió durmiendo muchos días con sus noches, hasta que sintió unas palmadas en el rostro y que le hablaban en voz alta.
-Despierte, don Pedro, despierte. Ya no existe el peligro del rechazo y su vida será la de un hombre normal.
Abrió lentamente los ojos y vio a través de una nebulosa a su médico de siempre y se sintió tranquilo.
Musitó: "¡Gracias, Dr., muchas gracias!", mientras los latidos suaves y rítmicos seguían su curso normal, pues antes sentía fuertes latidos, seguidos de una aguda arritmia. Estos nuevos latidos le hicieron pensar: "He nacido de nuevo y en paz...", y se hundió en sus recuerdos.
//

Hacía diez años que había sufrido un leve ataque cardíaco practicando ejercicios al aire libre; entonces el médico le recomendó una vida tranquila y hacer breves caminatas. Le prohibió, en cambio, hacer trabajos agotadores precisamente cuando su mujer, Genoveva, y sus dos hijos lo necesitaban más.
Esperaría un poco para dejar el trabajo, pensó entonces. Tal vez su arritmia no fuese grave, como el médico decía.
Al año siguiente le repitió el ataque y le hicieron un "by-pass". Pedro creyó que con ese procedimiento ya estaba a salvo. Sin embargo, seis meses después tuvieron que hacerle otros «by-pass» y entonces fue cuando el médico le dijo: "Sr. Durán, ahora sólo le resta esperar un donante para una intervención quirúrgica".
No quería recordar la profunda impresión que le causó la palabra "donante", pues le pareció espantoso vivir con un corazón ajeno.
Se resistiría hasta el final. Su padre había muerto a los cincuenta y dos años.
 
//

Lo que Pedro ignoraba era que su esposa e hijos lo habían anotado en una lista de "Receptores" en el hospital, con autorización del médico que lo atendía. Su mujer, Genoveva, consiguió trabajo como secretaria y sus hijos se habían acomodado en la universidad donde estudiaban. Aprendió las tareas livianas de la casa, cocinaba bien, cosa que había heredado de su padre.
En medio de su invalidez, Pedro se sentía afortunado, pues María, su hija, se estaba especializando en Cardiología y lo cuidaba con cariño, aparte de que conocía todo lo referente a su enfermedad.
//
 
Un día María no volvió a casa a la hora acostumbrada. Al comienzo no le llamó la atención. Sabía que a veces reemplazaba a algún colega en la guardia del hospital. A los tres días preguntó insistentemente a su mujer sobre la ausencia de la hija. Sobre todo porque la veía muy triste últimamente y al averiguar qué pasaba con María, ella le contó que había sido trasladada a otro centro médico, por un tiempo. No quedó conforme con la contestación, pero ¿por qué María no le había dicho nada, a él, que era su padre y paciente?
Como no podía hacer averiguaciones, puesto que no salía de la casa, optó por aceptar y preguntar a Genoveva el motivo de su abatimiento. Le contestó que había recibido noticias del fallecimiento de su madre. Juan, el hijo, también estaba triste y hablaba poco. Se conformó, pero quedó desde ese momento muy deprimido, hasta la mañana aquella en que el médico, en presencia de su familia, le dijo escuetamente: "Don Pedro, mañana lo internaremos. Hemos encontrado un donante y debemos hacerle importantes y rápidos análisis". Lo llevaron medio dopado y se encontró en una de esas salas especiales para el caso.
Todos los estudios habían salido bien, porque recordaba que a la madrugada lo habían derivado hacia la sala de operaciones. Sólo le quedaba el recuerdo del letrero grande que decía "Quirófano". Ahí había caído el telón negro.
//

La operación había durado nueve horas interminables para los familiares de Pedro, quienes a pesar de todo no perdieron en ningún momento la esperanza. La incógnita era la siguiente: ¿Cómo le darían la noticia de la muerte de María? Hasta ese momento le habían ocultado el accidente fatal de la hija. La imprudencia de no llevar puesto el cinturón de seguridad fue la causa de su muerte.
Después de dos días, los médicos pidieron autorización para desconectarla, porque estaba cerebralmente muerta. La triste decisión fue aceptada por la madre y el hermano, pero a condición de que se cumpliera su deseo: el de donar los ojos, los riñones, el hígado, la médula ósea y los tejidos para dar vida a otros seres. El corazón de María, agregó el cardiólogo, será para su padre.

//
Pedro Durán dormía apaciblemente, soñando con su hija, quien conversó largamente con él, según solía contar: "Papá -le había dicho-, debes cuidar tu nuevo corazón, es joven y tenía muchas ganas de vivir, estoy muy feliz de que lo tengas tú, cuídalo y vivirás plenamente lo que te reste de vida".
Al despertarse, Pedro llamó a su mujer y a su hijo y les contó el sueño maravilloso que había tenido. Al final agregó: "¡Cómo hubiera querido que fuese el corazón de mi hija el que ahora llevo adentro!".
-Papá -le dijo Juan-, el corazón que te implantaron es el de María. La donante fue ella, que falleció en un accidente.
Pedro Durán enmudeció y se puso a llorar, como no lo había hecho nunca. No lo podía creer, a pesar de que María se lo había dicho en forma no muy clara, en sueños. Su hija vivía, latía en él, gracias a un milagro de Dios y a los avances de la medicina. ¡Era el modo exacto como ella hubiera querido que sucedieran las cosas!
Pero... ¡qué precio tan alto había pagado!
Luego de tranquilizarse, puso la mano derecha sobre el pecho y dijo bajito, para sí y para su nuevo corazón: "¡Ahora no sólo me estoy cuidando a mí mismo, también estoy cuidando a mi hija! ¡Gracias, María, gracias!".
 
 
De: LO QUE DEJA LA VIDA
(Asunción: Intercontinental Editora, 1998)
 
 
 

(Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY - TOMO I (A-L). Autora: TERESA MÉNDEZ-FAITH. Intercontinental Editora, Asunción-Paraguay 1999. 433 páginas)
 
 
 
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