LA PROMESA
Elegía a mamá
Autora: SOFÍA ALVARENGA GIOSA
ISBN: 978-99967-20-83-3
Editor: ARANDURÃ EDITORIAL
Páginas: 62
Tamaño: 13,5 x 19,5 cm
Año: 2013
Literatura paraguaya
Libro paraguayo
Índice
Quince días sin ti………………………………………….…….13
El último adiós……………………………………………………23
Ayer
Dueños de nada..………………………………………………. 29
La fiesta de mis Quince años……………………………….... 31
Mi mamá…………..…………………………………………..…37
Lección de vida
Mi Ángel…………...………………………………………….... 43
Tiempo, circunstancias, amiga muerte……………………… 45
Percepción humana, paradoja de mi realidad…………..…..49
La vida eterna de mamá…………...………………………… 53
De las memorias, vivo…………...…………………………… 57
Sofía y su mamá, Ana, constituían un alma conformada por dos personas hasta que Ana Giosa murió de golpe, sin anuncio de su partida, poco después de que Sofía cumpliera los 15 años y quedó la hija, su media alma, amputada, con una herida abierta que sólo cicatrizará con el tiempo-que no es olvido- sino aceptación de ese vacío enorme que puede crear una madre cuando de manera tan traumática como involuntaria, deja sola en la vida a la hija que tanto amó. Sofía Alvarenga Giosa reacciona ante esa circunstancia con la fuerza que tiene dentro de sí, esa fuerza y madurez admirables que imponen, como consuelo, el escribir una elegía a su mamá, la que traduce en páginas desgarradoras, todo el amor y la tristeza que le embargan.
Pese a su juventud, SOFÍA ALVARENGA GIOSA, presenta su segundo libro LA PROMESA. ELEGÍA A MAMÁ. y con él demuestra que esa su casi obsesión por ser escritora puede tomarse en serio, porque demuestra en esta obra que pisa firme y que arrestos le sobran. Poco después de que Sofía cumpliera 15 años, Ana Giosa, fallece sorpresivamente, y queda la hija, a quién amaba con toda su alma, sin el abrazo protector de su madre, del que necesitamos todos, más aún una adolescente que empieza a otear la vida y se ve sumergida en el abismo de la desolación y la inesperada soledad de la cual difícilmente vuelva a recuperarse, está dividida en tres partes Hoy, Ayer y lección de vida, las cuales a su vez van conformadas por capítulos breves donde la autora se rasga el alma y permite penetrar a esa acongojada desnudez que conmueve por la lucha que desarrolla ante una adversidad tan grande.
Hoy
Fue tan silenciosa tu partida que no pude comprender que, hasta entonces, yo era una escogida de la felicidad y, desde ahora, será negro el color de cada día.
No es fácil comprender al despertar cada día, que no es un sueño pasajero y la persona que me amó tanto, esté ahora encerrada en un ataúd frío.
Miro tus fotos, observo tu traje perfectamente tendido en el rincón habitual y los recuerdos recorren mi mente.
Imagino tu silueta cruzando el umbral de la puerta, que alguna vez llamamos nuestro hogar.
Yo lo entiendo ahora no estás, aunque a gritos, tu voz silenciosa que resquebraja el alma, me dice entre sollozos: ¡aquí estoy!, ¡aquí estoy!
No te veo. No te escucho. Siento la distancia y como hoy ya no te tengo, me pesa cada abrazo que no te di, cada beso que me guarde, las oportunidades de estar contigo que perdí. Me pesa el haberte tenido sin percatarme de ello, que estabas viva, que eras mi madre, que te amaba.
Ahora me resta besar un recuerdo, porque ese cuerpo frio no, no sos vos, y quiero creer, a veces, que los muertos no mueren de todo, nacen de nuevo, aunque sea para volver a morir en nosotros.
Mamá no murió ni lo hará nunca, porque respira en cada poema mío, en el palpitar de cada trazo del lápiz sobre el papel, en cada recuerdo. Mientras palpite mi corazón, mamá seguirá viva.
Quince Días sin ti.
``Quiero que vuelva mamá porque la desesperanza me mata, me quita la vitalidad´´
Comprendí que necesitamos de los recuerdos para vivir, sin ellos, la vida pierde su esencia, se hace rutinaria y la rutina es no vivir.
Recorro las calles mientras quemo recuerdos. Sumida dentro de la misma rutina, deseo que algo nuevo suceda y, que por donde camine, la gente note algo diferente, algo así como una estrella que brille con mayor intensidad, que diga ella escribe acerca del recuerdo de su mamá.
Llego al mismo asiento donde juego con mis pensamientos, sostengo el lápiz y el papel y se acerca quien menos esperaba que lo hiciera: mamá.
- ¿Escribes? –me pregunta.
- Si, pero nadie se da cuenta- respondo.
- Hazlo porque lo amas, no para que otros lo entiendan.
Sonrío. Ella sabe que anhelo el reconocimiento de mis obras.
Entonces, vuelvo a caminar, sonrío al sol, el viento acaricia mis cabellos. Yo lo sé, soy una escritora.
La mañana avanza con su dudoso transcurrir, mientras mi memoria, recuerda los abrazos, la sonrisa, las palabras de mamá.
Pero el tiempo parece estar dormido, el ambiente se vuelve tenso, como advirtiéndome que algo pasará, como una profecía.
Se despide con un beso a la altura de la frente, recordándome que soy su pequeña, la misma que hace unos años atrás corría desnuda por el patio de la casa con la manguera en mano, aquella que jugaba con su cartera de maquillajes, tratando parecerse a ella, su heroína, su mamá.
-Quiero verte pronto en casa, mami – escucho mi voz.
-Yo volveré, mi hija - su voz queda pasmada en el aire. Me sostiene la mirada, penetra mis ojos, la miro, sonrío, recojo mi bolso y lentamente subo los escalones mientras la observo de reojo retomar su camino, y yo sigo el mío.
Me puse en marcha hasta mi hogar, ése mismo hogar impregnado de los recuerdos de mamá.
Por mi mente pasa como en una película aquella mi niñez; aquellos besos en la rodilla por cada herida que dejaban las caídas. Allí están todas las tormentas y los abrazos de mamá y recuerdo también las tantas veces que rechacé un abrazo o un beso de mamá.
Me llevo las manos a mi pecho, al sentir una contracción tan fuerte como de agujas clavadas en el corazón.
Mamá se acerca a la puerta. Mis oídos captan el ruido producido por el choque de sus tacones contra el piso, fieles alarmas que me avisan: ya está aquí a quien esperabas.
La abrazo, pero su abrazo parece vacío. La noto distante, callada, como agotada. La acompañe a que descansara.
Su voz urgente me despierta del sueño en que me encontraba, un anuncio de que tanto dolor, hacía que ese instante sea mortal.
La subieron a una camilla, con rapidez, pero el tiempo no estaba a nuestro favor, esta vez recorrían las manijas rápidamente, el reloj de arena se estaba volcando.
Un instante, sólo un segundo perdido y ya no logré decirte cuánto te amo.
Acá estoy mami, acá estoy. Mamá no reacciona, inútilmente le sostengo la mano, mientras siento a las mías temblorosas y cómo el miedo llena todo mi cuerpo.
Pasé la noche en el hospital. Las enfermeras me decían que pronto estaría allí el médico, pero recién solo cuando fue a las ocho horas del segundo día, el médico, con un aire desalentador, mata todas mis esperanzas. Me observaba y siento lastima en su mirada. Saca el bolígrafo que lleva en el bolsillo y en una hoja donde le queda un poco de espacio blanco, escribe: tu mamá padece- se detiene y escribe algo: hemorragia cerebral.
Podía musitar, con un choque de su lengua contra sus labios y a modo de un grotesco trabalenguas, aunque fuese con lentitud, mi nombre, lo cual me reconfortaba, pero la observaba y cada vez me sentía con menos posibilidades de volver a verla.
El pensar perderla, me dejaba perdida en una isla, quizás de mis memorias, el comprender que la muerte por primera vez reclamaría la vida de quien yo amaba, me hizo caer de rodillas frente a la desolación.
Y fue así que, a escondidas de mamá, lloraba en silencio, enredaba mis dedos entre mis cabellos, me arrullaba con los brazos y, en esos momentos me entregaba a la muerte.
Cuando fui a casa, lejos del hospital, recorrí como espectro las habitaciones, ahora llenas de momentos, que nunca más se volverían a repetir.
Miro las fotografías, me detengo, ¿es real?, aquellas sonrisas, esos abrazos, ¿y ahora, a donde irán tantos recuerdos?
Su uniforme de la oficina colgado en un rincón, tal como ella lo había dejado, sus zapatillas en el piso, las almohadas aún con su olor.
Y fue solo ayer, que en esa misma cama, me protegía, en ese mismo lugar cargado de memorias, sofocado de llantos y sonrisas de los que ahora, ya no queda nada.
Acostada en aquella cama, me dejo morir, porque morir era mejor que perderla, quería ir con ella, donde fuese que vaya, porque sólo al sentir perderla comprendí, que mi madre, era mi alma gemela.
Tanta gente como yo recorrían los pasillos del hospital, cual espectros, inexpresivos y mudos, mutilados por la desesperanza, la muerte o el miedo a la soledad.
Me abruma el recuerdo de nuestras discusiones, las tantas veces que le pedí, que no se metiese en mi vida, que me dejara vivir, sin comprender que era yo quien entró en su vida, que era yo quien necesitaba de ella en la mía.
Yo no creía en el ``sólo cuando pierdes, valoras lo que tienes´´, hasta que al perder a mamá, me di cuenta, del tiempo perdido lejos de sus abrazos.
Aquel te amo, las tardes que lloramos juntas, todas las mañanas el recorrido hasta el colegio, me hicieron comprender ahora que, sin mamá, mi vida, perdía su sentido.
Lo sabía, todo cambiaría, ya no existo, ya no vivo, ya he muerto, no estoy aquí, no estoy allá, no estoy en ningún lado, porque estoy con el alma donde ella está.
Sólo quince días te dieron de vida, sólo quince días, ni una sola vez pude decirte cuánto te amo.
La vi por última vez con su vida inducida por las máquinas, los ojos cerrados y con un tubo atravesándole la garganta, el escuchar el sonido del latido de su corazón, el mío se acelera al comprender que aún está viva.
Entrelace su mano con la mía. Le dije que fuera fuerte, que yo seguiría luchando, que no me abandone, que comprendí que la necesito que ya no quiero más llanto, que extraño sus abrazos, por sobre todo le dije; Mamá la verdad es que, no quiero verte partir, pero comprendo que estas cansada y si quieres descansar, descansa mami. Y a pesar del sufrimiento de mi alma, la deje partir.
Sálvame de este dolor, mujer, sálvame de esta pérdida, no quiero morir, no ahora, si mueres ahora yo muero ¿o ya no recuerdas nuestra promesa?
El reconocido enredo en la garganta y esas filosas agujas clavadas en mi pecho, los ríos que recorrían mis mejillas llenándolas de ese amargo sabor de una lágrima.
Los rumores me dijeron aquel nueve de marzo, a las diez de la mañana, su alma, se iba y yo no lo podía creer. Mi alma no comprende y grita su agonía, pero en silencio, porque ya nadie la escucha, todo se ha cumplido, todo terminó:
Nudo en la garganta, y el ácido sabor a lágrimas en el llanto acumulado.
Quebrantado corazón, alma hecha pedazos. Mi fe destruida con el destierro de mi madre.
Destierro de mi propia vida.
Quería que, como antes, mamá se acercara para darme la fortaleza que nacía de sus palabras.
Ya no sucederá. Ya no estaba. Ya nunca la volveré a ver, nunca la abrazaré de nuevo, no la volveré a escuchar. Ya no queda nada por hacer. Se acabó el tiempo.
Tiemblan mi mano, mi cuerpo con un llanto insoportable.
El abrazo de papá trata de calmar mi llanto, advirtiéndome sutilmente que ella ya no aguantaría, mientras todos observaban aquel fatal escenario donde una niña se queda sin quien le había dado la vida.
Salió un primer cuerpo, cubierto de sábanas blancas, quedando descubiertos sólo los pies, quejumbrosa realidad el de la muerte.
-Dios, ¿por qué me abandonaste Señor?–exclamé en voz alta. Ni pude decirle: te amo.
Más que madre e hija, fuimos cómplices en esta vida.
Salió una segunda camilla, el cuerpo cubierto en sábanas blancas, los pies descubiertos pude reconocer que era mamá.
Y de pronto recordé, esa melodía, la canción de cuna que me cantabas al oído cuando temía de la tormenta, esa canción de cuna que ahora ya no volveré a escuchar.
Ése olor, adherido a mi cuerpo, a mi ropa, a mi vida. Absorbía, la oscuridad el rincón, su cuerpo, frío, inerte, tendido en esa camilla de olvidados.
¿Ocurrió de verdad? ¿Por qué a mí?
Las lágrimas se deslizan sobre mis mejillas, son alaridos desesperados y silenciosos, de un dolor extremo que me envuelve en la melancolía.
Jamás nadie comprenderá lo que siente el alma ante aquella escena; jamás comprenderán porque ni yo lo comprendo: ¿por qué la muerte fue tan cruel?
Aún está tibia, con las manos entreabiertas y endurecidas; la cabeza vendada de donde salen los cables por donde enviaban la sangre, un cuerpo totalmente lastimado, mamá cansada, me pidió descansar.
Sofía, muere.
A solas, en silencio, con aquel cuerpo, yo también muero y me absorbe por la oscuridad. Ya nada queda de mí. Todo acabó aquel 9 de marzo, frente al cuerpo yerto de mamá.
La perdí. Lloro sobre su cuerpo del que ya no resta nada de ella. Descanso la cabeza sobre aquella forma que dibuja la silueta y las facciones de mamá, aunque ya me es difícil reconocer que es ella.
Mi desesperanza no me permite distinguir, en la paz de su rostro, que un nuevo ángel había nacido. Sólo me queda dar un grito desesperado y volver a andar.
Para compra del libro debe contactar:
www.arandura.pyglobal.com
Asunción - Paraguay
Telefax: 595 - 21 - 214.295
e-mail: arandura@telesurf.com.py
Enlace al espacio de la ARANDURÃ EDITORIAL
en PORTALGUARANI.COM
(Hacer click sobre la imagen)
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
(Hacer click sobre la imagen)
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
(Hacer click sobre la imagen)