POEMAS DE FIN DE SIGLO
Poemario de LISANDRO CARDOZO
Ediciones TALLER
Colección CABICHU’I 2 – Serie POESÍA
Diseño de tapa: LISANDRO CARDOZO
Asunción – Paraguay
1992 (113 páginas)
PRÓLOGO
El siglo XX no se resistió a las transformaciones. Revoluciones, confrontaciones bélicas, evolución social-económica-tecnológica, crisis y notables cambios explican en cierta forma la vivencia histórica de la humanidad. De ese caudal abundante la poesía nutre su propio contexto enriquecedor.
Prácticamente a finales del Siglo XX aparecen los poemas de Lisandro Cardozo, con fragor mordaz de dilatada visión hacia la escalofriante concepción del hombre de hoy que camina hacia el peligro de su propia destrucción. Lisandro no expone una manifestación política ni mucho menos una escuela filosófica inspiradora. Desarrolla sin embargo, tentativas proféticas, alucinantes, testimoniales. Define en cierta forma un estado mental, y más allá de convencionalismos innecesarios postula con honda receptividad la problemática de nuestro tiempo. Sus poemas son de poros abiertos, brumosos, descarnados, respiran frustración, denuncia, búsquedas y canto de un hombre solo.
POEMAS DE FIN DE SIGLO, presenta un atormentado enfoque en diversas vertientes. En ellos la civilización devoradora y productora de guerras se hallan en un observatorio de férrea obsesión. Algunos poemas del libro alcanzan la formulación de Jack Kerouac "Pobres los que creen en la bomba atómica y que es preciso odiar al padre o a la madre".
En líneas generales Lisandro expone interrogantes y respuestas letales. Sin abusar de referencias personales tiene tono de intensión requisitoria. Se trata de una lírica trashumante y coloquial. De temática pesimista; la ironía, la incertidumbre, abren pasos desde el exilio interno, después del "ayuno de palabras" que el poeta expresa textualmente: "es grande la necesidad de canto que siento en el pecho". No hay sol, sino sombras y honduras.
El libro es un tránsito de soledad que se proyecta hacia lo apocalíptico en inserción óptica sin alternancias. Es el latir del hombre en su dimensión ancestral, paradigmática, construyendo ansias y recreando una retrospectiva histórica donde arden Babilonia y Nagasaki.
Hay retratos de vidas en Poemas de fin de siglo. San Juan con su Apocalipsis cobra espacio reflexivo tras la contemplación de la hambruna, la corrupción, las luchas armadas y las grandes diferencias sociales en un mundo cada vez más nervioso, violento y de ecología averiada. El autor es el reflejo de los años 80 de nuestro país, pertenece a esa promoción de poetas que divorciados de sus antecesores levantaron banderas de rebeldía y experiencia urbana. Del pedernal colectivo salta la fragua del poeta que nos lleva a esta realidad: "Nuestros cantaros ya no guardan la frescura del agua,/ ni la miel que juntamos antes del invierno/. Nuestra piel está envenenada de tanta piedra,/ tanta falsa mirada que se escurre como el aceite de tapir".
Victorio V. Suárez
18-X-92
POEMAS DE FIN DE SIGLO
(1984 - 1985)
(...el que estaba sentado sobre la nube metió
la hoz en la tierra, y la tierra
fue segada. Ap. XIV -16.)
REFLEXIÓN
Un respiro confortante
con las manos quietas
sobre el muslo
en gesto grave de sabio,
o el consuelo enfebrecido
como enormes alas
desplegadas,
como la ira enervante
que proviene de un mar callado.
Así, tras este preámbulo
cabalgaremos por sobre
los árboles
en procura de cimas tantas
veces negadas.
Nuestra sabiduría se aproximará
a la del colérico Dios
y una vez más sentiremos
la llameante espada,
el áspero barro del diluvio.
El espeso vino agrio
quemándonos la garganta
será apenas una letanía
que se expande.
Cuando cada uno de los
hombres
y todas las razas
descubran el camino;
la esencia primera,
verán el peligro cerrándose
sobre sus hombros,
latiéndoles en la sangre
como viento tormentoso.
MIRADAS AL CIELO
Antes,
recuerdo,
que el cielo era limpio,
las aves lo poblaban,
y estuve contento.
Luego,
el hombre,
intentó el vuelo
con cierto éxito,
y comenzaron mis preocupaciones.
Ahora,
él,
en su afán de cielo
y sus implicancias,
lo despobló de toda especie
de alas naturales.
En cambio desplegó ojos y zarpas
de silenciosas presencias;
que a su vista,
siento un ligero escozor en la espalda.
TODAS LAS FIERAS
Todas las fieras
serán liberadas a un tiempo,
y en loca carrera
abrazarán a los hombres
con sus cálidas fauces.
Todos los hombres
buscarán abrigo
y guarecerse a un tiempo,
mas no habrá puerta
suficientemente grande
por donde pasar
en loca carrera.
CANTO EN MEDIO DE CENIZAS
Una mariposa transparente
se reflejó en la pared
cuando el sol dejaba el mundo.
La roja escarapela, intacta,
manchó el arrugado boleto
de tren a las 5:30.
La vieja acera retuvo ecos,
lágrimas y baba de borracho
de sábado de gloria;
día que se repitió
casi dos milenios.
Los llantenes flotaron
nerviosamente en el crepúsculo,
mientras extendimos las manos
para alcanzar el brocal
de filosa piedra.
Sumergimos la cabeza
en el lago de inmoralidades,
pisoteamos las inmediaciones terrenales,
alabamos las imágenes
que de las guerras tenemos.
Y nada sabemos,
sino de asuntos vanos;
agotamos recursos de toda laya,
y no encontramos el momento venerado
ni el camino limpio de zarzas
ni la misión aliviada del hombre.
Sino su rostro contrahecho
de calamidades
y sus manos quemadas
de hurgar en las cenizas.
HOLOCAUSTO
Imagino un gran espiral
hacia las luces del universo.
Mi mano en la roca desnuda
quemándome las venas,
y dispongo pacientemente
la mesa de sacrificio
lustrosa de musgos.
Hurgo en los recuerdos
de borrosas imágenes
de donde traer almas,
y preguntarles,
y demostrarme
cuán ignorante soy
en las gestiones de apaciguar iras.
Busco la ruta cierta,
el punto justo de las invocaciones;
aprender la melodía secreta,
y satisfacer las emanaciones perpetuas,
que como naipes desplegadas
apuntan al horizonte,
al grave y profundo pozo
que mis ojos no ven,
que me niego tocar
y que está en mí mismo.
FIN DE LA SOLEDAD
I
Puerta del laberinto
Puedo dibujar intrincadas sendas
en la pared de roca viva,
detener el aroma que viene del norte,
sortear innumerables objetivos naturales
y marcar otras que signifiquen
almas vacías.
Puedo doblar el frío acero
en aristas y vértices tan resistentes,
como los naipes del vaticinio
que arrojo al fuego.
Puedo forzar los goznes tres veces,
los mismos, siete veces siete,
y cuando cansados los brazos,
la puerta cederá a mi pulgar
dándome paso a un paisaje
de mentiras calculadas,
a las conocidas vías que recorrí
tantas veces,
y miles de veces traté de olvidar.
II
Conflagraciones
Cada hombre busca la manera
más perfecta de socavar al hombre.
No sufrir con las consecuencias,
ni empaparse las manos de sangre.
Recurre a la infinita
potencia del universo,
renuncia a las insignificancias
y en arrebato de locura,
haciendo alarde de grandeza;
como un águila lanza al cordero en ofrenda
y cae a un acantilado y se pierde.
Después vendrán otros hombres,
y formarán ejércitos;
los últimos de los que tendremos noticias.
Y la historia tendrá un largo paréntesis:
obligado silencio de escombros.
Vendrán después otras formas,
otras mentes a retomar las ideas,
las muchas teorías inconclusas;
la de los orígenes,
de las destrucciones,
que serán pretextos,
casi inmediatamente,
para otras conflagraciones.
POEMA DE FIN DE SIGLO
Cuando llegue el momento
de recoger la savia,
el rocío cotidiano,
la señal será clara.
Cuando el camino
se abra entre lomadas
con su canto verde
de hojas inquietas,
los signos serán reconocibles.
Así serán vistos
y distinguibles los colmillos,
las garras dispuestas
a zaherir nuestra carne.
La afilada espada
describirá círculos perfectos
en el sendero que recorremos,
y seremos tentados varias veces
antes de la aurora.
Seremos llamados
a claudicar al azar,
a dejar de lado los pretextos,
las redenciones.
En contrapunto
y fuera de toda costumbre,
las reclamaciones de justo
reparo al odio,
el sermón de domingo,
será la avenida que no se bifurca.
Vanas tantearán nuestra carne,
la fruta descolgada
o la amapola calcinada.
Tan solo el sol en su dominio
mantendrá la serenidad de siglos,
(Su cielo, quizás, disminuido)
ante la desordenada marcha
de la tierra a los confines.
BOLETIN DE NOTICIAS
Lánguidas notas
vendrán de algún rincón,
arrastrándose entre los libros regados
en el piso; abiertos, hojas sueltas.
La música traerá recuerdos de avenidas,
mesitas ordenadas de cafetín,
o quizás, las manos blancas
y frías del invierno.
Caminaré mentalmente
esas callecitas grabadas
en mi nostalgia de melodías,
alfombras gastadas de umbral
y agrias de tiempo.
El viejo colectivo me esperará en la esquina
que no doblaré nunca; esa cuadra de vidrieras
ciernas, sonrisas quietas,
y crespones polvorientos.
La música seguirá un rato más
desgranando inquietos segundos,
sinuosos matices, como timón de barco a la deriva.
En la lejana estación una mano nerviosa
retirará el disco,
lo reemplazará una voz,
que entre muchas cosas dirá...
...este fue, definitivamente, el último
boletín de noticias,
y los últimos fragmentos
de la Obertura 1812...
RETRATO DE DOS HOMBRES SONRIENTES
Un hombre sonriente
mira de soslayo;
el otro está
en idéntica actitud.
Por fin, juntos,
se dan la mano
fraternalmente.
Si no fuera por las dos banderas
al fondo del grabado,
se diría
que son amigos.
Presumo que luego
levantaron sus copas
de dulce y agradable licor
y brindaron por una paz duradera.
Ese gesto,
esa imagen,
es tan inquietante,
tanto,
como estar al borde
del abismo más profundo.
HUERFANO
Como una sombra,
tiritando en la misteriosa
soledad,
acurrucado en la clara visión
que se expande como abatido leño,
estaba él, mirando, extranjero
en estas tierras,
de estos fuegos solanos.
Así, como el lienzo, hijo de llanto
y rodante cristal; su raudo pecho
fue muro conteniendo sales,
flor nocturna en suelo estrecho
y filoso río.
Llegó arrojando
canto de piedra en la fina arena que baja;
oscuro aceite que se escurre fue su voz
en la pavorosa llama
que lo consume y lo ata,
que lo ciega y nos ciega;
artero paisaje que recorremos,
con sus manos que se aferran
a nuestra piel,
y esa mente culpada por los comienzos
del zarzal,
mente que no olvida,
y rememora fuegos.
ÚLTIMA LLUVIA
Así como en muchos círculos,
como en vastedades increíbles
buscamos un principio
a todas las cosas.
Desde Heráclito
las mismas preocupaciones
no han cesado todavía.
Ahora como un reloj de arena,
giramos sobre un eje invisible
y nos ubicamos mirando arriba;
socorridos por una ciencia,
a nuestro perfecto alcance,
buscando el omega,
que signifique, por demás,
o mucho antes
el fin del enigma.
La alternativa ineludible,
indescifrable,
un silencio atroz
o un recuerdo vacío en la arena.
DESCUBRIMIENTOS
Los cartógrafos facilitaron
nuestra tarea al seccionar
al mundo en meridianos y paralelos.
(Un ornitólogo identificó y clasificó
varias especies en el Amazona)
Los grados y segundos
son calculables
en infinitos decimales,
y por ello no fracasaron
las expediciones.
Ahora,
mientras miro el mapa,
las líneas que van de norte a sur,
de oriente a occidente;
puedo imaginar
un paisaje, un río
que se extiende largamente
entre rocas y pinos altos,
y confluye,
ahí donde las líneas se intersectan,
donde será, tal vez,
el comienzo de algo
que no veremos.
CAMINO DEL INFIERNO
Sábado
y rugiente, se abre una puerta
y un profundo silencio se desliza
en las rocas.
La humedad recorre gritos viejos
y la amapola dorada
es un canto de duras flores.
Una fuente al final
del corredor bajo
es la acechante sombra,
que cabalga edades indefinibles.
Ahora.
Un paso,
-Duro camino, casi impracticable-,
un segundo instante de soledad,
de cruel lección que no asimilo,
mientras ando vanamente.
¡Aúllo ahora!,
espanto moscardones
y traduzco el miedo en violentos sobresaltos.
¡Oh, sinceridad sin escrúpulos!
Senda vieja conocida, palpada,
azotada a mano abierta
como en rostro enfermizo de prostituta
en una esquina silente.
Y sostengo de sus extremos dos nudos:
Un mundo,
escamoso y rodante,
carne leprosa.
Un infierno,
hermoso,
y llameante juego final,
de consolaciones impensadas.
HIROSHIMA
Hubo un amanecer,
solo uno,
que tuvo sabor amargo,
hiel quemante,
sin reparos.
Mañana en que vibrantes,
los cuatro jinetes
no dejaron resquicios
al viento calmo.
Fue una flor violenta que surgió
con la celeridad
del pensamiento sorprendido.
Y fue el motivo rugiente
en gargantas,
piel quemada
y corazones detenidos.
Fue extrañamente silencioso,
como se callan las vergüenzas,
las cuestiones aborrecibles.
Y fue difícil reemplazar aquella flor
por una rosa en esos páramos.
-Lastimosa oquedad desde ese día-.
¡Hiroshima, Hiroshima!
HIROSHEMA 2º
Fue la voz en los aires.
La confluencia de interminables horas
de meditaciones y vigilias,
de aquellos que vieron en ese acto
el final de la guerra,
la lección de fuerza
en la intimidad del átomo.
Hiroshima en la mañana
fue un incontrolable mal,
desgarrarte viento.
Fue la huida vana,
la angustiante mirada
y el apretujamiento de cuerpos calcinados.
Fue un diluvio de fuego
que duró segundos
infinitamente multiplicados en el tiempo,
y que serán siglos de vergüenza,
de espantosas pesadillas.
ÚLTIMA SOLEDAD
(Elogio del páramo)
Ateridas las manos,
la sangre toda.
La voz calma
y dispersa
como la pena
que llama al viento.
Hiedra de silencio,
incontrolable voluntad
de fina arena que se escurre.
La curiosidad de cultivar
o de intentar siquiera
clavar el miedo en el suelo;
como arbusto,
como leño calcinado,
o el acanto en la columna
que sostuvo el cielo,
el fuego en Gomorra.
¡Oh, cumbres culpables de amortajar
el universo sin cautela!
¡Oh, inmensidad carmesí de seculares
sombras como selva sangrante!
A extramuro y silente,
un paisaje se va desdibujando.
UNA ILUSION (Israel)
Mientras la arena,
seca,
crugiente,
se queja entre los dedos de mis pies,
y la túnica sudorosa de sal,
cobija mi cuerpo viejo.
Mientras la rama de un laurel
se quiebra en la roca
y hay graznidos de aves,
porque hay muertos.
Mientras el llano,
levanta polvo
hacia la noche,
el Sinaí, vigila en silencio,
un desierto,
un viejo anhelo
que se cumple
a duras penas.
9 DE AGOSTO DE 1945
(Nagasaki: Otra prueba de fuego)
Pasarán tantos años,
nuevas espigas se alzarán,
nuevas manos hurgarán en las honduras
del tiempo.
Volverán las estaciones,
tenues sombras,
vuelo de águila, tanto,
sinnúmero de voces calladas
y una vez más la promesa
de un extenso relato.
Seguirán los gemidos
tan agudos como el canto de aves,
voces de niños jugando;
y nos recordarán unos ojos
brillando como imponente fuego
en las arrastradas noches,
la vieja noche de ese día,
un lamento, apenas.
Un agrio recuerdo
en la espalda de ese niño-hombre
que cierra los ojos,
nada más escuchar esa fecha.
GRITOS
(Destrucción de Babilonia)
Nombre de mujer,
o imagen borrosa,
túnica gris que se pierde
a través de la pared de adobe;
roja arena y dura,
moldeada a mano.
La noche
sumó su manto
a la ceniza caliente
que invadió las calles.
Los vientos de los bosques cercanos
expandieron los primeros gritos,
que se tornaron incontrolables tormentas.
Los rostros de miedo ciudadano
se tiñeron de rojo y mora,
los labios sedientos
tantearon las ánforas
de vino agrio.
El tiempo se escapaba por las grietas.
¡Babilonia, Babilonia!
laberinto de techos rojos,
fortificación de piedra derruida
y filosa espada,
consumación eterna de recuerdos,
y abandonos.
APOCALÍPSIS
(…Y el cielo se desvaneció como
un pergamino que se enrolla,
y todo monte y toda isla se removió
de lugar. Ap. VI. 14)
Escuchar a Baeh
en un sillón de cuero auténtico,
o leer a D. H. Lawrence
con gesto grave y sorbiendo
un exquisito licor.
Y esperar,
esperar la señal
que llegará un día a mi umbral,
sabré, sólo entonces,
a pesar de las profecías,
que el tiempo ya no es mitad
del tiempo de los tiempos.
Dejaré por un momento
las tribulaciones,
las locuras de siglos
y sus consecuencias. (Sospecho
que el fuego arde aún lejos
de mi sombra. Y que el perfume
de rosas proviene de los confines
del mundo).
No sentiré angustias, mas luego,
no tendré miedo.
(Eso espero secretamente).
apoca II
Entonces, caminaré entre
los ángeles que miran
los cuatro puntos de mi cuerpo;
cada miércoles consultaré
los antiguos augurios;
beberé en honor de los hombres
y sus debilidades.
Rendiré tributos
con sangre de cordero
y desde la meseta más alta
arrojaré miles de flores;
aplacaré las iras de Apolión
y mi mano izquierda
no sabrá de la derecha.
DESOLACIÓN
Situado en lo alto de una pared
gastada por el tiempo,
los ladrillos colgaban
de hilos invisibles.
Los moscardones eran puntos
negros que zumbaban en mi nido;
"Son eludibles", -pienso
doy un manotazo
y el aire se densa extrañamente.
Sé que estoy solo,
nadie que me dé
tan siquiera un mendrugo.
Es obscura y profunda
la soledad en que estoy recluido
desde que tengo memoria.
"No desesperes", -Grito-
Pasarán los años, vendrán otros
a hacerme compañía,
más que las ratas.
En realidad,
siempre vengo haciéndome concesiones,
conforme pasa el tiempo,
y es el pedazo de pan que yo mismo me sirvo.
Encuentro extraño
que haya olvidado el color de las cosas,
el olor de los jacintos,
y no pueda imaginar el aroma
de un cuerpo limpio.
Aunque larga mi desolación,
tiene un frío encanto,
por sobre todas las cosas.
EMOCIONES
Siento los párpados como fuego,
-aletear ordinario en la brisa-
cerrados con la severidad del cancel.
Percibo el choque eterno de dos cuerpos
que encajan perfectamente,
reflejan luces particulares,
y sonidos como códigos.
Me zumban los oídos,
sé de ellos con el tacto, por el olor,
sé que están ahí, metidos
en la fresca corola brillante de rocío.
Oh, locuras, caminos amplios
rocas deshechas en minúsculas manos
que azotan mi rostro.
El desquite apenas empieza,
y una posible derrota es elemento
del tiempo, frío y cargado de herrumbres.
Intento cualquier soborno a la soledad,
al excelente y estrecho camino que conozco.
Una caricia, apenas,
la que dicta el odio,
-pequeño alimento de elogios vanos-,
y no soporto ya éste castigo de siglos,
la misma asimétrica humillación,
los desenfrenos corrientes,
los azotes y,
otra vez,
el desenfado obligatorio.
De mis manos se evaporan
los últimos momentos de vida,
los viejos gestos,
y arrastro conmigo una inmensidad
de antiguos ritos.
LA ÚLTIMA LLUVIA
Así como en muchos círculos,
como en vastedades increíbles,
buscamos un principio
a todas las cosas.
Desde Heráclito
las mismas preocupaciones
no han cesado todavía.
Ahora, como un viejo reloj de arena,
giramos sobre un eje invisible
y nos ubicamos exactamente
mirando arriba,
socorridos por una ciencia
a nuestro perfecto alcance,
buscando el Omega,
que signifique,
el fin del enigma.
La alternativa ineludible,
indescifrable;
un silencio atroz
o un recuerdo vivo.
PÉNDULO
Tanto he visto a cada paso
que siempre comienzo de nuevo;
en cada esquina,
en cada pared.
Quiero cerrar los ojos a veces
y lo resisto; casi gritando,
y sigo adelante.
Más hondamente,
en las profundidades del miedo,
donde la luz es como el pan,
endurecido y desapareciendo
bajo costra de piel leprosa
que se deshacen como pensamientos leves,
como este otoño que llega imponderable.
Así huye el largo día hacia el norte
y emigran las alas a un tiempo.
Sigue la pelea en el viento,
en la desesperanza cotidiana
de encontrarnos siempre alerta.
Recorro una espina dorsal,
tanteando como ciego las catacumbas.
Manoteo la erizada angustia
que se abalanza sobre mi cuerpo
y lo estruja en un movimiento armónico.
Arrimado a una fría pared
veo pasar un cortejo silencioso;
-Los pasos son tan frágiles en los laberintos-
de hombres, niños hambrientos,
mujeres-cuervo, enmascarados
rostros viejos apoyados
en collares de fino oro y diamante.
PÉNDULO II
Una y otra vez el río arrastra
y devuelve peces muertos a la orilla.
Más allá,
un poco más allá del polvo
que se levanta,
se acerca un rumor antiguo,
poderoso y sordo ante las súplicas.
Viene bajo diversas formas;
como una luz desprendida de su fuente,
como una sombra que se difunde
en el crepúsculo,
como una roca que describe
un ángulo eterno,
muy cerca de las fronteras
de mi conciencia.
SENTENCIAS DE FIN DE SIGLO
Cuando hayan acabado su testimonio,
la bestia que sube del abismo hará guerra
contra ellos y los vencerá y los matará.
Ap. XI 7
I
A fe mía,
las sombras de un árbol
y un hongo atómico
son parecidas.
Pero,
en esencia,
algo los hace diferentes.
II
Todo,
necesariamente todo,
tendrá que desaparecer
de la faz de la tierra,
para justificar
el trabajo de los sabios.
III
No sé qué aspecto tendrá la tierra
cuando todo termine.
No sé quién bajará
al rio por última vez,
ni escribirá el último verso.
Mas,
de lo que estoy seguro,
es que el fin no será
obra de dioses,
ni demonios,
sino de los débiles hombres.
IV
Obviamente
no habrá restaurador
capaz de remediar
las desastrosas consecuencias,
de esta última
obra maestra.
V
No habrá pañuelo blanco
al amigo, al hermano.
No habrá tiempo
para lágrimas y abrazos,
ni trenes partiendo en medio
de blanco vapor.
No caminaré de tu mano
por el malecón,
ni sentiré tu aliento
en la brisa de la tarde.
Todo será súbito
y definitivo.
VI
¿De qué sirvió inventar
tanta historia
y cronologías en consecuencia?
¿De qué sirvió inventar
el papel,
y la imprenta
y los satélites;
si las emisiones
que se entrecruzan,
son como las ebras,
como los hilos
de un apretado cedazo,
de voces después disueltas
en el espacio?
VII
Llamaré tu nombre
como en sueño,
y sentiré la brisa en la mejilla
que besarás en el regreso.
Tomaré tu brazo,
tu cintura y secaré tus lágrimas
con el lienzo blanco.
Esperaré en la puerta
mirando el camino como siempre,
el marino sueño,
y cuando llegue la noche
evitaré dormir;
miraré el techo, buscaré sus mariposas
y olvidaré tus ojos,
ese miedo en tus pupilas,
cuando ibas camino de la muerte.
VIII
Cuando el hombre dominó
la fuerza,
la ciencia;
su primer acto
fue reinventar el fuego,
y creó un arma.
Esta vez, el esfuerzo
fue doble,
con resultado infinito.
IX
La arena fue tiñéndose
de negro,
el cielo se fue oscureciendo
desde el poniente,
las aguas se fueron espesando
y toda vida animal fue imposible.
De ahí en más,
la última tormenta
fue de puro veneno.
Asisto como soñando
al destino final del universo,
a los últimos tramos
recorridos por el hombre.
Todos,
invariablemente,
miran arriba,
como buscando implorantes.
¡Un viejo gesto que ya conozco!
Fui caminando por la calcinada ciudad
de techos renegridos
y ninguna alimaña caminó
por sus albañales abiertos.
Fui hurgando en su fina arena,
roja de herrumbre,
donde encontré una inservible
y fría arma.
LO QUE VENDRÁ
(Y se le mandó que no dañase a
la hierba de la tierra, ni a cosa
verde alguna, ni a ningún árbol,
sino solamente a los hombres. Ap.9-13)
VOCES
Fui juntando una especie de coraje
que revistió mi piel
y me dio arma con que entender
la frase que reclama al hombre,
integridad y otros bagajes.
NATURALEZA MUERTA
Una mesa a manera de tabernáculo
hecha de escombros;
las junturas de ladrillos
miran al abismo.
(Manos anónimas la hizo)
Una hoja de parra,
una manzana
y jugosa naranja
fueron dispuestas
en composición perfecta,
en armonía eterna.
-El cuadro está en el vértice-
Afuera,
un automóvil tiene signos
de no enfrentar al viento hace tiempo,
y permanece a un costado de la ruta.
Así también el puente
conserva su pátina
intacta de huellas,
como el viejo árbol de iníciales
que cobija la angosta senda de ceniza,
poblada de largo silencio.
SOBRE LOS ESCOMBROS
Las nuevas generaciones
de arqueólogos
se regocijarán de sus descubrimientos.
Una mesa prefabricada de titanio,
una aspiradora (extrañamente no habrá polvo)
serán motivo de júbilo.
Encontrarán instrucciones codificadas;
"Cómo preservar la paz entre los hombres".
Legado nuestro,
que no lograrán interpretar
y poner en práctica.
HOMBRES - MAQUINAS
Escuché un leve siseo
al otro lado de la línea.
Era mi nuevo amigo
concertando cita
con una parte de mi cuerpo.
RUINAS
Los condensadores de sodio
guardarán energía suficiente,
que en algún lugar,
entre tanto silencio
se oirá un gracioso carraspeo.
SEGUNDA MISIÓN
Es difícil
concebir la idea del creador;
tener la responsabilidad cierta,
de modelar lo diseñado,
destruir,
y volver a empezar.
REGRESO
Yo sé que son otros tiempos,
otras angustias
las que juntan tus manos,
cuando te contemplas
en un lejano espejo.
Sé que piensas como yo,
que actúas como yo; con ese sabor ácido
en la lengua.
Y sé también que la agonía
te repta el asombro con su daga
y asoma en tus ojos con afilada uña.
Adivino por tus gestos
la necesidad de una tarde sencilla,
de calzarte y desandar
la vieja calle de ramas quebradas,
de escuchar tu nombre como antes;
meciéndose en el viento
sobre tu umbral silencioso.
Así guardo las muchas antorchas,
la poderosa luz en la colina,
y penetro en ese eco húmedo
de largos sueños,
en tu espera.
FOLLAJES QUIETOS
Sigue dando vuelta la paciente tierra
con el arado.
Observa cómo el cocotero
recorta el viento norte
y la lluvia carcome
la paja quebradiza del techo.
Recuesta una silla
al robusto horcón del corredor,
bebe agua fresca del cántaro
goteante en la esquina humedecida.
El rojo piso de ladrillo
es como el talón de tus pies gastados,
de tanta espina, tierra ardiente
y sendero viejo.
Así, tal vez,
haya olvidado que hay
otro mundo a su espalda,
otros hombres, otras angustias;
y retumba en su mente
la violenta sangre ante el ocaso.
Teme la noche, la muerte,
la ausencia del canto de grillos al atardecer
en amenazo de tormenta.
Así, en otras partes,
más allá de los mares
muchos hombres callan, muchos
ante otra tormenta que se cierne silenciosa;
a pesar de las semillas
que ya germinaron,
a pesar del lucero
y los follajes quietos.
SINFONÍA DEL NUEVO MUNDO
(Antón Duorak)
Fue alzándose pacientemente
cuando la luz dejaba trasuntar
la simple claridad de voces
y sus ondas.
El gajo del peligro ya brotando,
al cabo de un instante rememora,
y dispersándose fue hacia la aurora,
como en el camino
el rastro va dejando.
Cambió la vieja ruta del ocaso,
hacia el último instante,
de ligeras ausencias de rostros
y sombras quietas.
Vértice final de olvidados pasos,
esencial historia de juntar
las eternas,
estrechas,
grietas.
AZAR
El juego con su impronta de artimañas,
dará comienzo cierto,
en un certero cerrar sin transigir,
ceñero celo de emboscar la dañina hazaña.
Aun cuando amanezca
y la patraña de recrear el cierzo
sea grosero,
como alabar el sol puesto el sombrero,
en rodante música, extraña,
que sonará como canto desgarrado;
antiguo momento,
que de casualidad aún algo tiene.
El grito se ha borrado del cielo que destiñe,
deshizo la lujuria,
y el momento infinito que el azar retiene.
HOMBRE
Tú,
solo
en la contemplación
de un sueño.
Tú,
imagen
de algo,
palabra, senda
sencilla noche.
SEGUNDO DILUVIO
I
(Así como Noé)
Saliendo cada tanto
a otear el horizonte,
tentando capturar
a mano limpia,
el aire fresco,
el cielo claro.
Así como Noe
en tiempo del diluvio
enviaré una especie
de paloma cada tanto
en busca de la luz,
una leve esperanza.
II
(40 días y 40 siglos,
Esta lluvia será distinta
y tendrá visos de perpetuidad,
más que los días y las noches,
del primer diluvio,
que no acabará de repetirse.
III
(El Arca)
No habrá olor de estiércol,
ni rugirán tigres
en los pasillos del arca.
Ni habrá un patriarca
ordenando todo,
encabezando oraciones
al caer la tarde,
al caer el silencio.
ESA MUJER
Esa mujer caminando en la acera
va camino de la noche,
a ratos despacio, leve paso
en la gastada piedra que suena.
Ese farol de la esquina parpadea
y la esconde a ratos;
va como huyendo
agazapada en su profundo horror.
Va como esquivando un relámpago,
escondiendo el brillo de sus ojos.
¡Un momento,
no estoy seguro de ver
a esa mujer en la acera,
de oír su paso arrastrándose
en la losa!
Ella va cruzando un paisaje desolado,
campo de ramas yescas,
y zanjas, y zonas oscuras
de filosa espina y filosa noche.
Pero aún tiene el rostro lavado
en perfumada lejía
el olor de sábana limpia.
y el sol brillándole en el aire.
Aún tiene la tristeza joven
de fin de vacaciones,
y las manos juntas
como hablando al camino.
Iba en la acera
que conduce a una playa
de liviana ola, espumante;
y yo seguía sus pasos en la arena,
en ese espejo que buscaba
para sosegar su imagen.
ESA MUJER II
No escuchaba mis gritos
ni sentía la violenta lluvia
en la mejilla, ni el calor
en su desnudo brazo.
Sus ojos eran
como el gris cabello de los años viejos
y el harapiento vestido
le colgaba en el hombro.
Ella no era de esta ciudad,
era la extraña manera
en que avanza el tiempo,
la inagotable imaginación
antes del sueño del viaje;
los largos trenes arrancando,
que llegan cuando las garzas levantan vuelo.
Llegué a tientas a ella
una tarde. Estaba sentada
a un lado del sendero.
Miré sus manos de piel enfermisa
y pegajosa, que seguían juntas,
como aves muertas.
Miré sus ojos
y algo hervía en sus cuencas;
algo que aún hoy recuerdo,
como latiendo,
como gemido de fiera acorralada,
como candil que se niega claudicar
en la tormenta.
PARÁBOLA DEL PESCADOR
Vuelve cuando quieras a estas tierras,
recoge el mismo polvo en tu calzado,
la misma brisa en tu vestido blanco.
Vuelve á pesar de la distancia,
que aquí yo, como siempre,
tendré dispuesto todo en orden.
No importarán las muchas tempestades
que azotaron estas playas, no importarán
las eternas noches
en que estuve solo,
sino las gaviotas
que cada tarde te recuerdan,
por encima de los techos
y de los árboles.
El manto que ahora cubre mi espalda,
cobijará nuevamente tu sombra;
los hombres que te son fieles,
y las mariposas,
vendrán a ti,
como antes, a tu antigua sonrisa.
Hay buen tiempo,
sin oleadas las aguas;
las redes listas, casi nuevas todavía,
están tensas en la arena,
tensas en las estacas,
esperando por ti, solamente.
ELEGÍA
Háblame como tantas veces,
como muchas noches.
No seas como el sol
que por mi cuarto pasa
y se aleja sin tocarme.
Escucha entonces
lo que voy a decirte.
He procurado tanto
que mires como antes,
sin miedos,
sin angustias
y sin embargo es imposible
toda forma de coexistencia,
y estoy harto de tus indiferencias
que quiero estrujar tus huesos,
macerar tu carne al sol.
Y luego,
solamente después,
tomarte en mis manos,
reconstruirte pieza a pieza,
lágrima a lágrima
y ofrecerte al horizonte,
ahí donde nacen la pureza
y la fecundidad.
Ahí donde termina todo tipo de infierno.
Hábilmente prepararé mi partida,
inhumaré tu cuerpo lastimado
con cada uno de tus pensamientos
y reflexionaré, sólo entonces,
sobre el significado
ultimo de tu mirada.
PREGONES
Estaba oculto desde tiempos inmemoriales,
sabía de su existencia,
mas era imposible verlo,
oírlo o peor aún tocarlo.
Estaba escrito en los libros,
en páginas perdidas en la profundidad
de alguna biblioteca.
Era asfixiante tener alguna relación
cercana con él, mas,
-cerré el libro de Lovecraft
y súbitamente me sentí mejor-.
¡Confieso que burlarme de usted
es lo último que haría!
Estoy transformada no alcanzo
a entender de donde vinieron
estas frías aves, tan coloridas
y muertas ahora a mis pies.
Las observo y parecen cristales,
escarbo con mis uñas el plumaje
y una leve pátina se eleva.
Presiento que fueron enviados
por el maldito Gog,
siento su mirada en estos ojos secos,
me sonríen y no los puedo apartar.
Acaricio el lustroso cuerpo de ave
hasta desaparecerlo de mi mano.
Un águila intenta levantarme del suelo
y sé que son las garras de mi hermano Gog
que grita. ¡Ven por un momento,
hay un asunto pendiente, vuelve!
¡Son los hombres, Magog y nos borrarán
de la faz de la tierra!
POEMAS
PARA NO OLVIDAR
PENELOPE
Deshojando nombres
llegué a Penélope.
Me gustó como siempre,
hermosa y serena
en su espera imperturbable.
Su nombre me sonó a estrellas,
a antiguas lecturas de constelaciones,
a mar en las rompientes.
Y la vi caminar por la playa
sobre guijarros calcáreos.
La brisa vino mansa a sus pies
como gaviotas,
como las noche en que deshizo sueños.
Siguió mirando lejos,
los laberintos de fuego
en cada crepúsculo.
Las olas le trajeron
fragmentos de recuerdos,
ecos de batallas lejanas,
y muchas voces conocidas.
Vio dioses en conceles
arremetiendo al horizonte.
Oyó clarines, fragor de metales
en los robustos trirremes
más allá de los arrecifes.
Y la vi eterna,
recortada en el cielo de Itaca,
escuchando al viento, a las aves
que traían mi voz
que llamaba su nombre.
I
Cambio la infinita luz
cuando todo declina
por las viejas palabras
humedecidas de tanto
vano aliento.
Giro sobre el mismo
eje del péndulo que aún marca
el ritmo de mi vida
que ya no me pertenece,
pero sin embargo
como barrilete juega conmigo
y a mansalva arroja sobre
mí la increíble luna-noche,
oscura oquedad que me envuelve.
Casi palpo la angustia
que sale de mi pecho
casi mastico el miedo
que exuda mí mano
y tanteo volver a la infinita luz;
la que representa
el instante de un soplo
donde atraviesa mi vista
y se pierde en un simple siseo.
II
Tanto ha pasado,
tanta lluvia, tanta soledad,
que ahora pido tregua.
Un instante para olvidar,
las malas noches
las infinitas pesadillas.
Buscaré redimir mis errores,
-Acepto mi culpa-
mas desviad el dedo
que me acusa
y la fija mirada
que me atosiga
III
Sólo sé que la palabra
es el arma que poseo,
y sé que para someterte
necesito más que las sílabas
articuladas perfectamente.
Eres, tal vez el mal hermano;
el bíblico Caín,
o el Abel incomprendido, no sé.
Siento la confusión que me
avasalla y me atormenta
y no encuentro paz ni sosiego.
Sólo sé que el vuelo
conseguirá aplacar tu ira
y logrará el objetivo
que en silencio nos propusimos.
Eres tal vez el Caín que me domina
o el Abel que busca salvarse
inquietando mis sentidos.
IV
Hay calles por donde
el dolor se cuela como relámpago.
Hay calles por donde nunca
transitaré, y sin embargo
ahí resuenan mis pasos.
Hay un callejón que encierra
todo el misterio que no develaré,
ese aroma rancio
que proviene de algún rincón
de mis años lejanos.
Busco reconocer el rostro
que se oculta en la bruma
de mi desesperado aliento.
En esas calles, ya desiertas
en mi memoria, suenan
aún las destempladas notas
de un instrumento.
Una voz también que me llama,
palpitante como leño
que se niega al fuego,
al olvido.
V
Riego tu cuerpo
con una espesa fragancia de sal
Interpreto tu mirada
y me conformo,
así como el girasol
cuando atardece.
Sueño a saltos
un despertar lejano y frío,
cuando el miedo retumba
en mis antiguas sombras.
Riego tu cuerpo
con un temblor quieto,
una profanación de tu imagen,
un hechizo en consecuencia.
Cambio mi voz por un eco
que se difunde, por la implacable
crueldad del tiempo
que me arrastra imperturbadamente.
VI
En algún lugar
de la tierra hay un fragmento
de suelo que me niegan.
A voz en cuello
y derritiendo cadenas
en mi violenta fragua, clamo.
En alguna parte
del universo están mis deseos
acumulados de echar raíces.
En cada mito, en cada historia
perezco buscando un lugar
que definitivamente no existe.
Y se que los tormentos y las horcas
fueron inventadas en mi honor
y procuro desde entonces merecerlos.
Una luz diviso desde
el fondo del barranco y cierta vez
traté de alcanzarlo.
Me convencí del frustrado
intento y ahora reposo,
solo, como todos los hombres.
VII
Estoy encallado como viejo barco
y tus ramas me crecen,
entibian mi quilla.
Me mezo con el viento,
flor abajo, en un sueño interminable.
Y hoy es martes
en que todas las almas emigran
a la superficie en níveo fuego.
También pacen los hombres
en las manos abiertas
de la vida, como en la parábola.
Y en mi torpeza me dirijo
al páramo donde espero
encontrar el espejo -antigua ilusión-
y recogerte
con gestos parvos y delicados.
Al fin, como en un soplo
casi somnoliento de sumisión
dejaré mi cuerpo en la arena
donde un cangrejo buscará refugio
pese al malecón y las olas.
VIII
Se deslizó de mí
como arena ardiente
y él ramaje del bosque,
hirió mi piel y mi alma.
Mi anhelo y fuerzas decrecieron
como flama en la alcuza,
pero el viento calmo devolvió
el grito a mi ser
y clamé por la libertad
que sabía perdida desde siempre.
Esbocé una sonrisa de esperanza
que se tiñó de moho,
y se diluyó en una mueca.
Tuve conciencia de mi hipocresía,
y fui al encuentro
de los fariseos y demonios encumbrados.
No perdonaré mi inopinada ignorancia
ante los artificios y ardides
de los malignos que gobiernan.
De los malignos hechizos
de los magistrados que hacen
fracasar todo intento
de rebelión y locura colectiva.
La ardiente arena
ahora quema mi sombra,
mis pasos cansados
y vencidos.
IX
Se me quiebra la voz
cuando quiero remedar
tu canto alado.
Se me agolpan los recuerdos
traídos por un vendaval,
el mismo que se arrastrara
lejos, retumbante e inalcanzable.
X
Siglos de caminar;
siglos de eterna angustia
miedo, desolación
y esta coraza que se desintegra.
XI
Soy como el ave
que se deja llevar, dominado,
sin intentar siquiera
el rebelde aleteo.
Soy consciente
del desvarío que me sostiene
y sangro y me desvivo
por alcanzar alguna cima
y sé que hay un río
un mar profundo
como mi soledad;
donde no caben
las perezosas barcas
que intentan recoger
la insignificante sabia,
que quedará flotando,
sola, en las infestadas aguas.
Y soy como el veneno,
una ecuación incompleta
o un circulo abierto
como la eternidad.
XII
Tomo del mundo
el mejor de los colores,
del viento el sonido
que llena mi ser,
y sin embargo no estoy conforme.
Percibo la existencia de un vacío,
visceral y profundo como el universo.
Creo estar en el centro de un conflicto
conmigo mismo,
pero finjo no encontrarme,
y me deslizo en un susurro
en una idea fugaz,
desdeñando lo finito.
En contraposición me pregunto,
qué fue de mi natural apatía,
y me desintegro en mi esencia primera.
Disperso estoy con mis átomos
en la luz que se disipa,
me entreviero con los follajes
dispersos ante mis ojos,
con el monte que arranca a mis pies
que como yo se multiplica.
XIII
Seguimos la vieja costumbre
de escuchar solamente
los intermitentes tonos,
abigarrados, en silencio.
Decimos saber de qué se trata,
esto o aquello y no nos importunamos.
Pero hay ocasiones en que buscamos
despojarnos del miedo
y una espesa polvareda cae
a nuestros pies, sin detenerse
en los pliegues de nuestro vestido.
Pero una vieja historia
de manos cerradas y látigos flexibles
se abre camino como fiera
ante la espesura,
ante nuestros pechos palpitantes.
Y el grito sale potente
y se hace canto, pese a todo.
Pese a las antiguas cofradías
de traidores, caínes y fariseos,
y el canto se alza como forallón
ante el mar embravecido
ante las olas que arrastran
los cantos de sirena,
las eternas mentiras,
que ya no endulzan
nuestras conciencias enardecidas.
Y el canto por la vida y la libertad
es el grito en todas las latitudes.
XIV
Sigilosamente el ave
cargada de espinas
se acerca y el graznido es fuego.
Desde arriba, envolvente
y pertinaz se lanza
sobre nosotros con todas las armas.
Jugamos a esquivarla
y el intento es imperfecto,
como el argumento
que a duras penas sostenemos,
como la fugaz rebelión
que con poderoso aleteo
aplaca y desentraña
en sus mínimos elementos.
Sé que alguna vez lograremos
retener, quizás por un instante,
su vuelo portentoso.
Y ese momento bastará
para que nuestra redención
sea perfecta y duradera.
XV
Siento como una vieja piel
esta calle vacía, rodando y casi limpia.
Brillantes cantos de basalto,
el raudal marrón y latas de cerveza
oxidándose en la acera.
Esta estrecha calle de barrio,
es donde se nace cada día
e invariablemente nuestras voces
llegan al río.
Hay niños descalzos jugando
en un viejo camión recostado
desde hace años en su vereda,
creciéndole musgos, solamente.
Tal vez esta noche haya un perro ladrando
un hombre y una mujer en horcajadas,
un tres por tres de festejo deportivo;
y tal vez, también, algunos hombres,
anónimos, sigilosos,
en connivencia con el vigía
saltarán la borda de algún barco
surto en la sucia playa, con bultos;
brillantes sus ojos en la oscuridad,
con pesadas cargas,
que no llegarán al puerto.
Una vez más, esta vieja calle,
de historias esparcidas
de carnavales y llantos,
será un ciego
y silencioso testigo.
XVI
En lo alto hay nubes pintonas,
alguna que otra golondrina,
una brisa y el aroma a cal.
Hay también sonrisa de piedra
a lo lejos y tanta quietud.
Un dejo de angustia flota
cabalgando un espíritu triste
de presente no soñado
y morimos tantas veces
antes del definitivo viaje.
Socavamos nuestra vida
en los vanos intentos
por sobrevivir
en la ácida intemperie.
Y soy simple esencia,
el primitivo don de un dominio
nunca conseguido.
Y soy arena, tal vez viento,
o un gastado círculo,
que se expande.
Fatigado de esperar en el mismo sitio,
mudo de piel o de color y me desconozco.
Me adecúo a las tempestades.
Sigo el cauce del rio
que no se bifurca,
contrariamente a mi sueño,
y me desvelo creyendo
oír los aullidos de toda la ciudad.
Todo esto es mortalmente fatigoso
que no me ínsita más que a permanecer callado
callado, callad...
CANTO POR LA VIDA
LEVEDAD
Sangra aún el viento
con tu prolongada ausencia.
Vanos sonidos se enroscan
en el eterno laberinto
donde pierdo el sol
y me atormento.
Regresaron las garzas
el polen, la llovizna
pertinaz que moja el camino;
el mismo que te llevara hacia
algún lugar que ignoro.
Una música sincopada me acompaña
en las noches, me transporta a través
de los resquicios donde espero
ver la ansiada luz,
y tocar la levedad de tu piel.
Hay una lomada gris que se alza
en la distancia,
una tierra que se transparenta
como el furtivo recuerdo;
que se vuelve viento
y clama en mis labios.
Hay un monte inexpugnable
donde arden las almas,
y se hunden mis manos
para buscar tu soledad sideral.
Descubro un manantial
donde el cristal devuelve tu imagen,
ese lejano golpe
que resuena en los confines,
tembloroso y precipitado.
13-agosto-91
INCIERTO
Como viento trepidante
es tu voz llamándome,
hincándome los dientes
en el débil vapor de mi vida.
Como un caudaloso sueño
de espirales interminables
son tus labios que veo a lo lejos
articulando mi nombre,
golpeando insistente a mi puerta.
Arrimo al sol los brillantes
ojos, buscando las viejas incógnitas;
seguir creyendo en las sombras
o esquivar la imagen que se proyecta
ante mi, invirtiendo las horas,
o arrasando mis pensamientos.
Y estás en ellos,
vives en ellos,
los transitas
y no puedo evitarlo,
a pesar de las huellas
que aún queman mis manos,
a pesar del espejo en que se refleja
la plenitud de esa lejanía,
en la inexacta distancia
que no alcanzo.
ESOS NIÑOS
Eran como niños,
como mariposas en el aire;
pasos en la arena
o una rosa quieta en verano.
Eran como niños,
esos pequeños hombres,
ojos multiplicados
en las vidrieras del hambre.
Sucias manos, ateridas,
hurgando en las pertenencias de los ricos.
Eran burbujas que se disipan
en las lágrimas, sal deslizándose
mar adentro.
Eran como pájaros
sorteando las tormentas.
Eran como flechas
apuntando al cielo,
hojas que el viento
lleva muy arriba.
Eran esos niños
como espinas clavadas
en el corazón de la ciudad
Eran esos niños, -ojos blancos;
el cansancio prematuro
de no saber donde amanecen.
Ellos eran todos los caminos,
las frescas hierbas
que se calcinan en verano;
y hay un acero amenazante
en medio de la calle,
una piedra que se desprende
de la filosa ladera;
rueda con el tiempo,
con la potente lluvia
que nos sorprende
en la vieja costumbre
de enterrar hombres...
Esta vez un niño.
3-10-91
VACIEDAD
Cuando el último bosque se asfixie
cuando muera el último carpincho,
cuando los últimos montes
sean quemados
y las aguadas que quedan
se vayan secando,
el viento peinará los llanos.
Los que tenemos el corazón
muerto de siglos
compartimos este retazo
de olvidos;
leño apagado,
seca espiga
y frutos sin madurar.
-Nuestros cantaros ya no guardan la frescura del agua
ni la miel que juntamos antes del invierno.
Nuestra
piel está envenenada de tanta piedra, tanta falsa
mirada que se escurre como el aceite del tapir-
Nosotros,
los despreciados
hermanos de los blancos,
aunque caminemos por la misma ciudad
no pisamos las mismas sombras,
ni comemos del mismo plato.
Y nos dicen
que dejemos las antiguas sendas,
que nada nos pertenece.
Para nosotros, la aurora
ha sido un silencioso nubarrón
donde no existe Dios
-Yo sentí el azote en el rostro antes de abrir los ojos,
sentí el crepitar de ramas cuando el árbol de mi infancia
caía al borde del arroyo y el cuatí perdía su hogar,
para siempre... -
Nuestras tavas fueron arrasadas,
nuestros caminos arados
nuestras aves callaron para siempre,
como nosotros;
y vamos quedando mudos
como el riacho que ya no canta.
(Así mis mayores
recostaron en el suelo
ajeno sus cabezas mustias).
- Como lo que me dejan en la trastienda de los bares,
"qué no te vea el patrón", me dicen las mujeres de violeta
y naranja. Me dan un grasiento paquete que reparto con
mis hijos; y tienen los ojos desorbitados de alegría!.
Nosotros que crecimos
con el olor a hierba fresca en el otoño
con el profundo sonido de la selva;
ahora vemos, (extrañamente no lloramos)
que todo va terminando,
como nuestro antiguo orgullo,
aplacado por los arcabuceros,
ahora tirado con el mendrugo en la vereda.
Julio de 1992
JUAN CANCIO
Juan Cancio, indio joven,
nombre prestado,
ropa sudada,
y vida arrastrada.
Va caminando la senda
que lleva su existencia
de olvidos
y pan duro.
Juan Cancio guarayo,
indio huérfano,
voz de ave
y mirada profunda.
Sabe que estorba
procura pisar despacio,
no raspar la arena
ni levantar polvo.
Se le murió la madre
cuando le sobrevino el mundo
creció como bicho en los montes.
-Piel de caraguatá,
mano de yuquerí quemado-.
Fue una sombra en los días
en que sus hermanos
se desangraban luchando
por un pedazo de tierra
y olvidó curarse las heridas,
buscó vivir a cada instante,
y lo que le sobró
a Juan Cancio,
fue morir.
VIEJO OTOÑO
Intangible,
puro instinto,
suficiente para saber de perdones
y seguir como antes,
igual que el viejo Eclesiastés,
en que todo tiene su hora.
Un ciclo
antiguo tiempo
y su consecuente historia
de esperas y pérdidas.
Llamo secretamente al viento,
pequeña península apuntando
directamente a mis ojos.
Haciendo gala de mi más refinado egoísmo
pido una luz eficaz
y pisoteo dulcemente las ramas crujientes
de un cuerpo que yace,
indemne en la oquedad del páramo.
Y sé de las embarcaciones,
del apurado graznido del ave
que remonta vuelo hacia el norte,
y sé del elegante canto que se apaga
en ese antiguo otoño,
que se empeña volver
tantas veces como el viento sur,
que por fin lo mitiga.
EN MEDIO DE LA MULTITUD
En medio de la multitud,
estabas tú,
vi tu rostro
tus cabellos sueltos.
En medio de la multitud,
entre tantos rostros
me atropellaron,
me estrujaron.
En medio de la multitud
me miraste también,
lloraron tus ojos
y te arrastraron.
En medio de la multitud,
nos obligaron a la distancia,
a proferir los mismos gritos,
y a sentir la misma angustia.
PÁJAROS MUERTOS
Alas pardas,
alas como olas
de un mar eterno.
Alas que como yo
fueron perdiendo fuerzas
y cada aleteo
cada movimiento
es un poco de vida
en el esfuerzo.
Alas azules,
desplegadas
ciñendo luz
a las plumas gastadas:
Abriéndolas con vaga esperanza,
ciega de veras.
Cerrándolas cuando la fuerza
cede al viento las súplicas,
los llantos.
Alas por el cielo
erizada de infinitas flamas,
que las amenazan,
las tocan
y caen heridas
una y otra vez;
intactas primero,
luego,
se empapan de arena.
MUJER
Las manos crispadas
sobre las negras espinas.
Una sonrisa,
un gesto de brazo abierto
en el final de un acto.
La sorpresa
en el mas impensable
rito de abrir puerta
o colmar la jarra de vino.
Mujer
tú que vienes cruzando
las generaciones;
espesa malla de verdades.
Eres la apasionante cuerda
que se tañe en los follajes.
Mujer de los cabellos sueltos,
de cintura breve
y tibio regazo.
Mujer
de las sandalias
como viento.
Mujer
que en el portón
con las manos juntas
cada tarde espera.
CANTO
¿Adónde habrá ido su voz
reverberando en el viento?
Quizás muy lejos
grabado en un muro de piedra.
Tal vez permanece
en éste espacio,
que como apretado anillo
nos circunda.
De su garganta ha brotado
una inmensa cascada,
modulándose en tiempos
como cordillera.
Sus palabras fueron
la fuerza del viento
en el desierto,
incansable.
No hubo necesidad
de nuevo método
para apagar su clara voz.
Todo estaba inventado
y funcionando perfectamente.
Su canto ahora
es ulular de sirena
en la distancia;
una mansa ola en la escollera,
espuma apenas
que se mece entre camalotes.
NOCHE DE LUNA
Cada señal,
cada canto,
el más leve quejido
en la noche,
es como cuando cae
un árbol en el bosque.
Estás dormida
con el rocío brillándote
en el cabello.
Estás acurrucada
como un ave,
un suspiro,
apenas,
y tengo miedo,
aunque,
la noche sea como tu piel,
pálida bajo la luna;
que ya no despiertes
y como tenue sombra
te diluyas.
DESDE EL FONDO DEL RIO
Surgido del fondo del río,
marrón,
verde,
aún latiendo en tantos años.
Los cimientos resistieron
las ausencias.
El canal se alejó
una vez más
a su antiguo rumbo.
Volvieron las puertas
de sus quietas cegueras
con el pequeño patio
de mis juegos,
y cada mañana
miro largamente el río
y sé que nos acecha
en su plenitud
de infinitas manos;
más que mis brazos,
mas que mis hombros
ya cansados de rehacer muros.
TU VOZ DESDE LEJOS
Cada acorde,
cada cristal roto,
cada gota de lluvia
en el viejo patio,
trajo tu voz
alada y sentida,
como el sauce,
como el hacha que da
en un árbol mustio.
Oí tu voz
clavada en la rosa.
Busqué tus viejas palabras
en el viento.
Busqué tu voz
en las cuerdas
de la vieja guitarra,
en los parpadeos
de un candil
casi apagado.
Oí tu voz arañar
la antigua puerta
de mazmorra.
Oí tu voz,
que ya cansada de sílabas muertas
ahora sueña.
VIAJE I
Por encima de las nubes
todos los días son iguales,
y nada cambia tanto como nosotros;
-pequeños lugares del tiempo-.
Y me asusto pensando que lejos
quedaron los días de fiesta,
de música sincopada.
Veo desde lejos banderas
desplegadas en las ventanas,
interminables procesiones
de cualquier santo en mi barrio,
-los niños ríen con cualquier pretexto-.
Hoy,
después de enterrar
a un amigo de antes,
sin muchas flores,
el epitafio quedó en el viento.
Hoy,
encuentro que ya no son
las mismas palomas
las que duermen en mi cornisa;
que las baldosas ya no son blancas
como los zócalos eternos.
Ahora cierro la puerta
y por la cerradura escapa
una desbandada de mariposas azules.
VIAJE II
Una campera,
una vieja bandera
y una botella de vino,
son mis pocas pertenencias.
Me anticipo a cualquier contratiempo,
a los problemas de las grandes posesiones.
Como el borde de flamante bandera
en una rama de pino alto,
aguardo el momento preciso
para retomar el camino
venerado en el viento.
Siempre espero volver
y contemplar el mar
espumando en la salada roca,
el salto breve de gaviota en la playa.
Al volver la cabeza
encuentro la mesita de bar
donde bebí mi primer vaso de vino
y descansé el codo para escribir
tal vez un poema.
Y veo en el espejo
que hemos crecido tanto,
que los muchos soles no fueron vanos,
que las profundidades en la piel
son presagios de que la ruta
ya no se bifurca.
PRIMAVERA
Una niña despierta
más allá de la última escarcha
y las rosas de sus manos
son labios de la transparente aurora.
Los pájaros de papel
renacen las casas blancas,
forman pequeñas escenas
en la pared pintada.
El vaivén de olas
trae un canto de campanas
y la niña recoge flores
en un cesto de paja verde.
Las gaviotas son alas blancas
en el cielo,
sueños de viento
en la fina arena.
La niña casi desnuda
está en el fresco rio,
ensaya su risa
en un torrente de cantos.
Y la brisa torna esquiva
su leve imagen,
que escapa,
dejándome una
distancia de besos.
ENCUENTRO POSTERGADO
A Augusto Roa Bastos
(...y el padre de los vientos
te guie… “El Vieje dee Vir
gilio”: Horacio 65-8 a. C)
Aún escucho tus palabras
por los corredores de angustia.
Aún suenan en los campos
el adiós nunca dicho.
Una geografía de yerbales
y frescos caminos de rocío
te miran ir
como una mariposa herida.
Y me niego a entender
que el destierro es el precio
por extender tinta sobre el mundo.
Se de cierto que no bastan los decretos
para silenciar tu pecho aullante.
Y cargaste el azote de hombres
que no comprendieron tus palabras.
Hombres que no saben
cuanto cuesta un verso,
y te atropellaron mostrándote
el camino que no esperabas ya ver,
ese laberinto de hojas yescas
ABECEDARIO DEL SILENCIO
Abrí la
Boca y me
Cerraron los ojos
De un golpe.
Entonces,
Fui a esconder las
Ganas de llorar y mi rabia.
Hice lo que muchos;
Inicié un ayuno de palabras
Jamás olvidadas.
Lamí el sonido de cada sílaba,
Llaveé el abecedario y
Maldije mi impotencia.
Nunca sabré hasta donde a
Ñoré las palabras que
Oprimen mi vacío pecho.
Podré romper mi silencio
Que quizás en otra parte
Resuene y viva, cuando estas
Sílabas muertas en
Tinta invisible y
Ubicadas de a una,
Vivan con el viento
Y se desprendan del papel
Zanjando quejas y silencios.
CANCIÓN A MANERA DE LIBERTAD
Como hojas dispersas de un libro en el piso
es la promesa tardía del beso.
El abrazo tierno se vuelve
garra y estruja mi ropa.
La ceniza aún tibia en el aire
es la ingratitud del leño,
y el sueño vivo como fuego
envuelve el canto viejo de mi cuerpo.
Sé del llanto cotidiano de las aves
como trinos metálicos en la mañana suenan.
Sé de las maletas siempre listas
como alas heridas, arrastrantes.
Y sé de las promesas como cordilleras,
la voz retumbante en la avenida.
Reconozco la agonía de la historia,
el tiempo que en el camino sangra.
Es grande la necesidad de canto
que siento en el pecho,
grande como la sed que tengo en la garganta
de repetirte, libertad, vanamente.
HACIA EL FINAL DEL CAMINO
Ahora que miro estas nubes
alejarse hacia el oriente,
hacia dónde puedo apenas
imaginar un paisaje.
Ahora que el cielo
arrastra mis ojos
como tantas veces
al horizonte,
encuentro tu rostro reflejado
en los mosaicos
de corredores antiguos.
Ahora que un pétalo
cae en silencio al abismo,
la memoria es lo único
que nos salva del exterminio
o de morir cada viernes.
Ahora que aún estás aquí;
¿A quién amas, viajero?
- No me sorprenderá
que sea a ti mismo-.
Entonces,
puedo decirte
que estás condenado
¿QUIEN...?
¿Quién ha tirado las flores
si el jardín permanece cubierto de espinas?
Y ni hay sol en la distancia,
sólo sombras
sólo honduras.
¿Quién ha traído las fieras,
quién acompaña este viento
que arrastra hojas?
¿De quién es el rostro
y lo esconde?
Me da la espalda
y sé que no podré herir su rostro.
¿Quién ha tirado las piedras
y ha cerrado los ojos
en mi presencia?
Busco su voz
que me llame en los arrecifes,
que me cante en una gaviota
o al abrir una puerta.
¡Quién ha pisado las flores
y pudo esquivar las espinas,
salvó su cuerpo gris del veneno
aunque esa flor haya muerto!
Y silenciosamente irá a los confines
al volcán que representa
esa negra ceniza de esperas.
Es increíble como el águila,
como la simple hormiga;
sólo un soplo,
un movimiento
de lengua aterida.
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NOCHE DE PESCA Y OTROS CUENTOS, 2008
Cuentos de LISANDRO CARDOZO
Editorial SERVILIBRO
Asunción - Paraguay