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JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN (+)
  MARISCAL LÓPEZ REORGANIZA SU EJÉRCITO - Por JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN


MARISCAL LÓPEZ REORGANIZA SU EJÉRCITO - Por JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN

MARISCAL LÓPEZ TERMINA LA REORGANIZACIÓN DE SU EJÉRCITO

Por JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN

 

 

El Mariscal López termina la reorganización de su ejército, y provoca a los aliados a un ataque . Yataity-Corá . Reflexiones.

 

Ya hemos visto que el Mariscal López ha empleado todo el tiempo que transcurrió desde el 24 de Mayo hasta principios de Julio en remontar, o más bien, en crear un nuevo ejército.

Hay que reconocer que en esta tarea ha desplegado el hombre actividad y energía, dando prueba de un indisputable talento organizador. El revés que sufrió el ejército paraguayo el 24, era capaz de conmover y abatir al más fuerte espíritu; pero él se mantuvo inalterable, conservando la más absoluta igualdad en su modo de ser habitual: la misma calma, la misma imperturbabilidad, la misma constancia y laboriosidad de siempre en todo el complicado manejo de la administración militar, sin descuidar el más mínimo detalle, e infundiendo ánimo y valor a sus subordinados que hacían a su vez los mayores esfuerzos por llevar a cabo sus órdenes.

Una vez organizados los nuevos cuerpos, comenzaron a hacer ejercicios doctrinales y de fuego, como medio de adiestrar a los reclutas para nuevos combates.

Sin embargo, hay que confesar que el nuevo ejército era muy inferior al que había sucumbido el 24; se componía, en su mayor parte, de niños, viejos y heridos convalecientes, y no podía esperar que tuviese la misma solidez, el mismo arrojo y empuje arrasador que tanto había distinguido al anterior. En cuanto a aguante en el fuego y bravura, era digno sucesor de los héroes del 2 y 24 de mayo.

Uno de los mayores inconvenientes con que ha tenido que luchar en la reorganización del ejército, fue la falta de caballos y el mal estado de los que había en el campamento. El soldado paraguayo manifiesta una grande desidia para cuidar su montado, a tal extremo que se ve uno inclinado a suponer que desconoce por completo la importancia del caballo como elemento de guerra.

Cuando la alianza con Corrientes contra el tirano Rosas en 1844, a la que contribuyó el Paraguay con 4.000 hombres, el general Paz que mandaba en jefe las fuerzas aliadas, observó que debido al descuido o negligencia de los paraguayos para cuidar sus montados, nunca habían podido prestar servicies de avanzada, y que todas las veces que se requería contingente para algún reconocimiento urgente a vanguardia, contestaba su jefe que no le era posible por el mal estado de los caballos.

Los que montaban los jefes y ayudantes de cuerpo eran verdaderos esqueletos ambulantes, y a poco andar se cansaban y se paraban en el camino por no poder moverse más. Los jinetes entonces se veían obligados a hacer el resto del trayecto a pie con más prontitud. Lo que hacía doblemente indispensable el caballo, era la naturaleza del terreno en esa región, compuesta en su mayor parte de lagunas y esteros profundos, que no era fácil atravesarlos a pie.

Los aliados, a pesar de haber llegado ya partes del importante refuerzo que conducía el Barón de Porto Alegre, continuaban en su inacción, sin dar señal alguna de prepararse para un ataque a nuestras posiciones.

El mariscal, impaciente por tanta demora, y deseoso de conseguir alguna ventaja que sostuviera la moral algo quebrantada de su ejército después del 24, tomó como siempre la iniciativa de provocar a los aliados, tratando de obligarlos a traerle un ataque.

Con este intento y el de guerrillar a los nuevos cuerpos, ordenó el 10 de Julio que las batallones 8 comandado par el mayor Cándido Mora y 30 al mando en jefe del capitán Casimiro Báez, llevasen un ataque falso o simulado sobre un batallón argentino que se encontraba de vanguardia al norte del Paso Leguizamón, cuyas avanzadas llegaban en sus corridas hasta el palmar conocido con el nombre de Yataity-Corá (círculo de palmas o palmar redondo).

A eso de las tres de la tarde se presentó primero el batallón 8 frente al enemigo, y desplegando algunas compañías en guerrilla empezó una escaramuza, dando tiempo a que el batallón núm. 30, avanzase lo bastante para hacer un movimiento envolvente y tomar entre dos fuegos al adversario.

Pero antes de verificar esta maniobra, llegaron dos batallones a dar protección al que estaba lidiando con nuestra fuerza, el cual era el Catamarca.

Entonces, los paraguayos se retiraron en perfecto orden, escaramuzando hasta una corta distancia.

Las pérdidas de una y otra parte eran insignificantes; pero siempre fueron más las del enemigo por el terrible fuego que tuvo que soportar el Catamarca cuya posición llegó a ser crítica en los primeros momentos. El mayor Julián Godoy, que fue enviado por el Mariscal para dirigir la descubierta, como operación previa, salió levemente herido de una bala de fusil en la espalda.

El general Garmendia, con alguna de desestimar, y a veces ridiculizar, las operaciones militares de los paraguayos, apartándose a menudo de la seriedad que debe revestir el criterio de un historiador imparcial, dice hablando de este combate (Recuerdos de la Guerra del Paraguay . 1883 p.65. (N. del A.)), que las instrucciones que recibieron aquellos sería combatir, pues que nunca se les había visto hacer otra cosa salvo raras excepciones como aconteció ese día; pero que de lo que él estaba seguro que no estaban en las instrucciones, era la derrota! el desorden y la dispersión, perdiendo todas las ventajas que pudiesen haber cosechado en un combate bien ordenado.

Una fuerza que escaramuza y se retira en buen orden obedeciendo a sus instrucciones, no va huido ni derrotado.

El respeto a los vivos impone una restricción al historiador contemporáneo, y el que es debido al jefe al lado de quien uno se haya formado, debe imponer aun mayor restricción. Esto se nota en la indulgente apreciación que hace el ilustrado escritor argentino respecto al general Mitre a quien excusa de culpa y pena por no haber aprovechado la oportunidad de alcanzar esa ocasión un brillante triunfo, diciendo que sabía por experiencia que era muy fácil criticar las operaciones de la guerra y muy difícil llevar a cabo el más simple movimiento frente del enemigo.

Por esta misma razón, pudiera haber sido más indulgente respecto a los paraguayos que fueron a echarle el guante casi en su mismo campamento, procurando sacudirles ese marasmo inexplicable que se había apoderado de ellos, atento a que era la primera vez que se encontraban en una guerra regular, y que de consiguiente había motivo para suponer que no tuviesen tanta experiencia del arte de hacerla, como sus adversarios.

Es llegado el caso de preguntar, ¿por qué dejaron escapar a aquellos audaces paraguayos, tan reducidos en número, y que de yapa no sabían hacer otra cosa que combatir? ¿Por qué no lograron esa magnífica oportunidad de cosechar un ruidoso triunfo, castigando la audacia de aquel puñado de bárbaros atrevidos que osaron provocarlos en su mismo campo?

Queremos suponer que no habrá sido por un exceso de prudencia, ni tampoco por ignorancia de la topografía del terreno a dos pasos de sus trincheras después de dos meses de permanencia allí en medio de la ostentación de un formidable poder - ignorancia que con frecuencia se invoca para justificar unas veces los desaciertos y otras veces la inacción del ejército aliado; cuya inacción, según opinión muy general en la época, entraba por mucho en las conveniencias particulares de los jefes aliados.

En otro párrafo de la obra (núm. II p.70) entra el ilustrado autor en largas consideraciones sobre la educación del pueblo paraguayo, que, a nuestro humilde juicio, no vienen al caso tratándose de la descripción de un combate de avanzada de poca importancia, y entre otras cosas nos hace saber que el pueblo paraguayo era “un pueblo acampado pronto a formar a la primera orden, dispuesto con sus grandes cualidades de sobriedad, sumisión y valor, a la vida del soldado, pero del soldado ignorante que combate sin una idea y se sacrifica estérilmente sin la esperanza de una victoria!”

Este párrafo lleva una nota que dice: “como sucedió en el último tiempo de la guerra”.

¡Cómo! el soldado del 2 de Mayo, Sauce y Curupayty, ¿combatía sin esperanza de una victoria? Y aunque no haya esperanza de victoria ¿no era preferible mil veces la muerte a la deshonra?

Además, ¿puede racionalmente decir el que conozca la historia de esta parte de América, que la causa que defendía el Paraguay no envolvía una idea?

¿No era la causa americana, la causa de la libertad de los pueblos contra las aspiraciones absorbentes del Imperio del Brasil?

Siendo esto así, el soldado paraguayo no combatía sin una idea. ¿Y qué idea de civilización tenía el soldado argentino que, cuando vio por primera vez en su vida en el Paso de la Patria nuestros alambres telegráficos, exclamaba azorado, con su acento provincial, preguntando qué significaba aquel alambrado en el aire?...

Aquellos provincianos, conducidos a la guerra por la fuerza para luego llamarlos voluntarios, ¿eran los hijos de un pueblo acostumbrado a gozar de los beneficios de las instituciones de la libertad? ¿Y son dignos de la civilización de nuestro siglo, aquellos que distribuyeron los prisioneros paraguayos a las familias para servirles como esclavos, y que los obligaron a entrar en las filas aliadas para llevar la guerra a su patria, haciéndolos así traidores a la fuerza?

La primera condición que debe adornar el carácter del historiador es la imparcialidad, sin perder nunca de vista la circunstancia de que la guerra de parte de la alianza era poco hidalga: . ¡era tres contra uno!

Para que el criterio en las apreciaciones sobre la guerra, no adolezca de injusto, conviene no olvidar este hecho. . Y el que quiera evitar la aplicación del proverbio bíblico de ver la paja en el ojo ajeno, y no ver la viga que tiene en el suyo, debe salir de los estrechos límites de Buenos Aires (foco de la civilización argentina), ¡y extender la vista hacia los Andes! Por ahí hay aún muchos restos de barbarie como los hay en el Paraguay.

Las miserias que soportaron los paraguayas en defensa del sagrado suelo de la patria, lejos de merecer la sonrisa, son dignas del respeto de adversarios leales, y precisamente esa cualidad fue la que más ha llamado la admiración del mundo. Esas miserias no fueron suficientes para quebrantar su valor, su constancia y su lealtad en el cumplimiento de sus deberes; dando así un ejemplo, a propios y extraños, de la decisión y abnegación con que debe defenderse a la patria cuando ella sea atacada.

La crítica es útil y provechosa, cuando ella es hecha con moderación y mesura, sujetando el juicio a la razón y a la justicia; pero subleva e irrita, cuando ella es apasionada y sacrifica la verdad para reconocer mérito, allí donde no hay propiamente hablando, sino nulidad o mediocridad.

El criterio con que debe juzgar los sucesos de la guerra, no debe ser el mismo que prevalecía durante ésta, bajo la atmósfera candente que producía el choque de las armas y el predominio de las pasiones. Los apuntes hechos durante la campaña, a esta virtud, si bien son verídicos, llevan siempre la impresión del momento con sus ribetes de exageración en menoscabo de la verdad, de la razón y de la justicia. Hay necesidad de la calma, de la fría reflexión, para apreciar los hechos y los hombres con imparcialidad, colocando a cada uno en el lugar que le corresponde.

Pero retournons a notre mouton, y prosigamos.

Al día siguiente de la primera refriega, es decir, el 11 de Julio, el Mariscal envió al mismo paraje del Paso Leguizamón 4 batallones de infantería (el 8, el 30, el 13 y el 20), un regimiento de caballería, el 10, al mando del mayor Mendoza, y dos coheteras a la dirección del alférez Amarilla.

Toda esta fuerza iba al mando en jefe inmediato del coronel Elizardo Aquino, llevando como segundo al mayor Juan Fernández. Representaba dicha columna más o menos 2.500 hombres, y el General Díaz fue el que corrió con la dirección en jefe de toda la columna.

Esta, si mal no recuerdo, se puso en marcha por la madrugada, a fin de llegar con tiempo y descansar sobre la línea de nuestra avanzada en la proximidad de Yataity-Corá, y prepararse para el avance; tomando las precauciones que creían necesarias para que el enemigo no se apercibiese tan pronto de sus movimientos.

Toda idea de sorpresa era una locura, pues se comprende que después de la escaramuza del día anterior, el enemigo estaría sobre aviso, y no se dejaría sorprender tan fácilmente. En efecto; éste notó desde las primeras horas de la mañana el movimiento de nuestra gente en la avanzada cubierta de un palmar de forma irregular, y distinguieron perfectamente desde sus mangrullos cuando se pusieron en marcha de ese punto a Yataity-Corá, salvando un espacio abierto bastante ancho que media entre los dos palmares.

Más o menos a la misma hora del día anterior, (las 3 p. m.) se presentó el batallón núm. 13 frente al Correntino que era el que en esos momentos hacía el servicio de avanzada al Norte del Paso Leguizamón, llevando por delante una guerrilla, y a sus flancos formando alas una pequeña fuerza de caballería y las coheteras bajo la dirección del valiente y jovial alférez Hilario Amarilla. Más atrás iba el batallón núm. 20. El 13 avanzó a pasos rápidos sobre la fuerza argentina que se vio obligada a repasar el Paso Leguizamón precipitadamente, acosado por el 13 que bayoneteaba a los que alcanzaba en los pasos del estero.

Unido el 13 con el 20, el primero a las órdenes del Teniente Matías Villalba y el último a las del Capitán José Elizalde, y desplegados en batalla, continuaron persiguiendo al Correntino lentamente, sin que el fuego de éste consiguiera detenerlos. Habiendo penetrado en la línea exterior del campo enemigo, calculaban que aquella retirada haciendo fuego, pudiese envolver la intención siniestra de hacerlos caer en una celada.

El Correntino que se había reorganizado después de pasar el paso Leguizamón, gracias a la energía de su jefe, el Comandante Sosa, continuó su retirada en bastante buen orden hasta que llegaron en su protección algunos gruesos batallones; entonces hizo alto, y se inició de una y otra parte un fuego vivísimo, que cada vez iba en aumento a medida que tomaban parte en el combate los cuerpos enemigos que venían llegando de refuerzo, y los batallones 8 y 30 que también habían conseguido incorporarse ya con los otros dos. De esta manera quedaban más o menos igualadas las fuerzas combatientes de una y otra parte, porque la caballería sólo hizo acto de presencia, pero sin tomar parte en la lucha: era un espectro para imponer, nada más.

El fuego de fusilería de los paraguayos era terrible, y las coheteras que esa vez funcionaron con una actividad espantosa, causaban estragos en las filas enemigas. La tremenda cola de palo que llevaba cada cohete, con el movimiento peculiar que hacía, pegando de un lado a otro, desorganizaba a las tropas formadas, produciendo entre ellas el espanto y el terror, porque a las que alcanzaba las tendía en el suelo contusas, heridas o muertas.

Los pajonales que mediaban entre los combatientes fueron incendiados por los cohetes a la congrève, y vinieron a dar un colorido especial a aquel cuadro de sangre.

En efecto, el relampagueo de la fusilería de una y otra parte, al son de los cohetes que describían en su trayectoria curvas ígneas, atronaban la atmósfera con sus ruidosos estrépitos, las llamas que se levantaban envueltas en un humazo amarillo-verdoso que giraban de un lado a otro a impulso del movimiento del viento que arremolinaba levantando polvos y hojas carbonizadas que cubrían a los combatientes, formaban un cuadro espantosamente lúgubre como para impresionar y conmover al corazón más indiferente que lo contemplase. Había música, pero infernal, para el oído; colorido y movimiento para la vista; horror y muerte para el sentimiento; y materia a contemplar para el filósofo.

La caballería que no se despegaba de los costados de nuestra infantería, al empezar el combate, hizo un movimiento de amago sobre el 1º de línea argentino, hasta encontrar un paso del estero a la derecha, donde se detuvo.

Fue bastante este movimiento para que el mencionado batallón, a precaución, se pusiese a la defensa, formando cuadro. En esta posición continuó haciendo fuego, y soportando la mosquetería de toda nuestra infantería y los tiros de las coheteras que hacían estragos en sus filas. Era una especie de panteón formado de seres humanos, dentro del cual iban apilándose los cadáveres de muertos en defensa de su bandera.

Tal era el respeto que nuestra caballería impuso al enemigo el 2 y 24 de Mayo, que desde entonces, donde quiera que hacía su aparición, su vista sola ejercía una influencia moral tan grande, que en seguida, sin esperar su avance o carga, ya se ponía en guardia, recordando la audacia y el coraje de aquellos bravos jinetes.

Como se ve, esa ocasión, el brillo desde la distancia de sus afilados sables, obligó a sus adversarios a ponerse a la defensa, y cuando el Comandante 1º de línea, Coronel Roseti, uno de los más valientes jefes argentinos, recibió orden de retirarse del General Rivas (entonces Coronel) que mandaba en jefe las fuerzas argentinas bajo la dirección inmediata del Generalísimo que honraba el combate con su esencia, no quiso obedecer manifestando el temor que tenía de que en cuanto su cuerpo iniciase la retirada, le cayese encima la caballería paraguaya que se conservaba inmóvil pero amenazante al flanco de su batallón. - Fue necesario que la orden fuese reiterada; recién entonces fue puesta en ejecución, dejando abandonados sus heridos en aquel campo de fuego.

Los paraguayos, lanzando vivas de entusiasmo, se precipitaron sobre aquel cuadro en retirada, cuya cuarta cara hostigada, dando media vuelta, hizo frente a las nuestras a la bayoneta, empeñándose entre ambos una lucha terrible, hasta que se separaron a la voz de mando de sus respectivos jefes. La carnicería fue grande de una y otra parte; pero mayor el estrago entre los nuestros porque los argentinos después de haber estado recibiendo tan continuados golpes, cargaron con rabia destrozando a los que encontraban por delante.

Las columnas paraguayas habían avanzado demasiado lejos, poniéndose al alcance de las baterías enemigas, que hacían llover sobre ellas una lluvia de bombas y metrallas, que aunque a la verdad no les causaban mucho daño porque eran tirados por elevación, y en lugar de caer entre las tropas, iban a explotar lejos de ellas.

Entonces los paraguayos encontraron prudente nacer retirada, que la ejecutaron con rapidez, pero en buen orden. La hacían con rapidez, porque observaron que todo el ejército argentino se ponía en movimiento, saliendo de su campo nuevos gruesos batallones de la división Arredondo para reforzar a los que estaban combatiendo, con los cuales se iba a alterar enormemente y de una manera muy desventajosa el equilibrio de las fuerzas. Cuando llegaron al sitio del combate, ya todo había terminado; el silencio había reemplazado al ruido estridente de las armas de fuego. Eran las 7 p. m.

Si los argentinos hubiesen emprendido la persecución de los paraguayos, hubieran logrado la oportunidad de cerrar aquella jornada con un brillante triunfo, tomando prisionera toda una columna nuestra que tenía que recorrer dos millas antes de llegar a su línea de avanzada.

El General Mitre, como he dicho, presenció aquel combate de avanzada, y es indudable que los jefes que dirigían la operación, obraban de acuerdo con las instrucciones dadas por aquél, siendo de extrañar que no haya tomado las disposiciones necesarias para cortar la retirada a aquel puñado de paraguayos, castigando así la osadía de su avance a las barbas del campamento aliado (Era fama de que el General Mitre, estando presente en las batallas, no tomaba disposiciones durante

su desarrollo. (N. del A.)).

Se alega, sin embargo, a su favor, que la operación había sido llevada a cabo sin cumplir sus instrucciones debidamente, sin decirnos en qué consistían estas, y que viendo la necesidad de mantener la influencia moral de su superioridad (de las tropas argentinas se entiende) sobre la paraguaya, y que su tenacidad no iba en zaga a la del audaz enemigo, había ordenado, después que terminó todo, la nueva ocupación de Yataity-Corá con dos batallones (el 3 de línea y la Legión Militar).

Efectivamente, la orden fue cumplida, y en cuanto los nuestros vieron eso, a pesar de las bajas que han tenido y del cansancio de tanto pelear, cargaron de nuevo. Entonces el valiente General Rivas, con ese ardor e ímpetu que le distinguían, avanzó al sitio de acción a la cabeza de los batallones 6 y 4 de línea, el 1º de línea, el San Nicolás, el Correntino, el Riojano, el 5 de línea, 2 de voluntarios y el Santafecino. Todos formaron en columnas y algunos en batalla sobre la línea. Esta vez se prolongó el combate con un fuego horroroso hasta las 9 de la noche, hora en que se retiraron los paraguayos, en la imposibilidad de poder continuar la lucha por la oscuridad que sólo era interrumpida de vez en cuando por la luz intermitente del incendio que se apagaba; pero que todavía lanzaba llamaradas aquí y allá, y por la inmensa superioridad numérica de los adversarios: 11 batallones contra 4 batallones reclutas y mal armados!

En presencia de este hecho notorio consignado en los partes oficiales de los generales argentinos, ¿podrá afirmarse, en menoscabo de la verdad histórica, que las tropas argentinas, esa ocasión, se batieron gallardamente contra fuerzas superiores?

No hay que exagerar las cosas; porque todo lo que sale de los límites de la moderación, peca de apasionado. Las tropas argentinas, ¿quién lo duda? valen mucho; su intrepidez y valentía, las tienen acreditadas en mil combates; pero en justicia, y equilibradas las circunstancias, no valen más que las paraguayas. Cámbiense los papeles, y póngase al soldado argentino en lugar del paraguayo, con fusil de chispa, descalzo, desnudo y hambriento, peleando siempre en razón de 1 contra 3 y en ocasiones en mayor desproporción, y recién entonces podrá juzgarse, sobre base segura, de su superioridad o inferioridad.

Los aliados, según Thompson, tuvieran esa vez fuera de combate 500 hombres inclusive 3 oficiales superiores, y los paraguayos 400, incluyendo entre los muertos al Capitán Casimiro Báez, comandante del batallón Nº 8. Yataity Corá, como bien observa Thompson, es otro de tantos pequeños combates en que el Mariscal López ha debilitado sus fuerzas, sin ninguna ventaja. La idea era provocar al enemigo para traerle un ataque; pero semejante idea era ridícula, porque bien se comprende que si aquél no estaba dispuesto a atacar, no habría medios que lo obliguen a realizar empresa tan aventurada. Pero si censurable fue la conducta de López, no lo fue menos la del General Mitre, que incurrió en la misma falta, pudiendo haberla evitado.

Esa censura se la hicieron los mismos jefes aliados, y en prueba de la verdad de mi aserto, voy a citar las palabras del Coronel Palleja al hacer referencia en una de sus cartas del combate de que se trata (63):

“Perdóneme la indiscreción el Presidente Mitre, según mi corto entender, no debíamos exponer a nuestras tropas a combates serios fuera de nuestras líneas, sino el gran día de la batalla, que todos anhelarnos y para el cual deberíamos conservar nuestras tropas; se presenta el enemigo a guerrillar, replegar nuestros cazadores adentro de líneas, y que vengan a atacarnos a ellas, donde probarán una vez más el efecto de nuestros cañones y fusiles. ¿A qué conquistar un pedazo de terreno a rigor de sangre y vidas preciosas para abandonarlo por la noche? ¿Duda alguien acaso del brío y valor de las bizarras tropas argentinas? No, nadie se atreve a dudarlo, por consiguiente dejemos al enemigo que venga a foguear sus soldados al alcance de nuestros cañones y ahorremos las víctimas, máxime cuando parece cosa acordada en no mandar reemplazos a los cuerpos orientales y argentinos”. (64).

Mientras tenían lugar los combates que quedan mencionados, el centro de nuestra posición hacía un nutrido bombardeo contra la posición enemiga ocupada por los orientales y brasileros, y éstos se la contestaban con igual vivacidad.

El General Flores hubo de ser víctima esa vez de una bomba de a 68, que bandeó la zapa a media vara de distancia donde se encontraba aquél, dejándolo cubierto de tierra durante algunos segundos. Otra del mismo calibre cayó también muy cerca de él y de un grupo de los que le acompañaban; la bomba estuvo algunos segundos con la mecha ardiendo, hasta que hizo explosión, haciendo pedazos a un sirviente del General.

Cuando nuestros artilleros llegaban a saber los efectos de sus tiros, redoblaban su empeño en afinar sus punterías con la esperanza de lograr la desaparición tan siquiera de uno de los magnates aliados, sobre todo la de

Flores, a quien se consideraba como el causante de la guerra, y como el más dócil instrumento del Brasil.

No hubo vez en que nuestras bombas no causasen algún daño a los aliados, no así las tiradas por éstos porque muy rara vez alcanzaban nuestras posiciones; la mayor parte explotaban en el aire antes de llegar a ellas.

El Mariscal López, contrariado por el resultado de la batalla de Yataity-Corá, trató de buscar otro medio para obligar a los aliados a llevar un ataque anuestras trincheras, como se verá en el Capítulo siguiente (65).

 

NOTAS:

63.- Los ataques no obedecían, como cree Centurión, al simple afán del Mariscal de lanzar a sus soldados a pequeños combates sin ventaja, sino a uno de los siguientes objetivos: a) reconocimientos en fuerza, b) provocaciones buscando un combate en condiciones desventajosas para el enemigo; c) aferramiento en beneficio de una operación ofensiva a ejecutar en otro sector; d) entrenamiento de tropas bisoñas; e) golpes de mano en escala mediana y grande. Nosotros creemos que los objetivos del Mariscal eran estos tres últimos, simultáneamente.

64.- Diario de la Campaña de las fuerzas aliadas contra el Paraguay. (N. del A.)

65.- La suposición de que el Mariscal se sintiese contrariado por los resultados de Yata´itihcorá es gratuita, y aún más la de que en vista de ello buscase otro medio para provocar una batalla desventajosa al enemigo. Yata´itihcorá es simplemente una acción local de objetivos limitados, dentro de cualquiera de los móviles a que respondía su ejecución: sus resultados, al llamar la atención del enemigo hacia su flanco Norte, no podían contrariar al Mariscal: por el contrario, sirvieron admirablemente para preparar la sorpresa sobre el flanco Oeste (brasileño) en los días posteriores.

 

Fuente (Enlace interno rcomendado) :
 
 
 
Editorial El Lector,
 
Colección Histórica Nº 20,
 
NOTAS DEL MAYOR ANTONIO E. GONZÁLEZ
 
 
Asunción – Paraguay
 
1987 (296 páginas)
 
 
Edición digital basada en la
 
Edición Guarania, 1944. 229 pp.




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