ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ

EL PAÍS EN UNA PLAZA: LA NOVELA DEL MARZO PARAGUAYO, 2014 - Novela de ANDRÉS COLMÁN RODRÍGUEZ

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EL PAÍS EN UNA PLAZA: LA NOVELA DEL MARZO PARAGUAYO, 2014 - Novela de ANDRÉS COLMÁN RODRÍGUEZ

EL PAÍS EN UNA PLAZA: LA NOVELA DEL MARZO PARAGUAYO, 2014

Novela de ANDRÉS COLMÁN RODRÍGUEZ

Editorial SERVILIBRO

ISBN: 978-99953-0-617-5

N° de páginas: 227

 Asunción - Paraguay



En marzo de 1989, el vicepresidente Luis María Argaña es asesinado en las calles de Asunción, provocando una reacción popular sin precedentes, que desencadena la masacre de los jóvenes manifestantes en la plaza del Congreso y la caída del gobierno de Raúl Cubas y del general Lino Oviedo.

Este libro narra la historia de un amor desigual y conflictivo, que nace en medio del fragor de la batalla, entre un periodista veterano y escéptico, y una joven adolescente idealista y militante, mientras en el fondo se desarrolla otra historia de amor más antigua y crucial: la de un país y su gente, en busca de un mejor destino.

Esta es una nueva versión de la novela, reescrita a 15 años del Marzo Paraguayo, considerada la mayor gesta ciudadana en la historia contemporánea del país.



A la memoria de los mártires de la plaza:

Henry Díaz Bernal

Manfred Stark

Armando Espinoza

Víctor Hugo Molas

José Miguel Zarza

Cristóbal Espínola

Tomás Rojas

Arnaldo Paredes

Dedicado a la batichiquita Andrea Soledad.
 
 

-1-

La llamada telefónica parecía hecha desde la Luna, o desde algún otro lugar tanto o más lejano.
 
-Crack... wssshhh... ¿Hola...? ¿Rafa...? ¿Me... wssshh... crick... crick ...chando?
 
Desde el otro lado del auricular, la voz de Fulgencio Mendieta, director de la revista Ñangapiry News, sonaba como tul rayado disco de acetato en un viejo fonógrafo a cuerdas. Es como suena regularmente, pero esta vez muchísimo peor.
 
-¡Sí, Mendieta, te escucho...! Como la mierda, pero te escucho. ¿Qué carajo querés? ¿No habíamos quedado en que no me ibas a hinchar las pelotas durante mis vacaciones?
 
-Wssshhh... no te enojes, querido... Wssshhh.... cruck ...sito que regreses... crack ...mente ...crick ...mataron a... crick... wsshhh... aña.
 
Se me encendió una luz de alarma. Si Mendieta me llama «querido», es porque algo tan grave como el fin del mundo se ha desencadenado.
 
-¡No te entiendo, Mendieta! ¿A quién decís que mataron...?
 
-¡Al ...wssshhh ...gaña...! Wssshhh... crick... cruck... nir ahora mismo... cnick. ¡Asesinaron al vicepresidente...!
 
Quedé helado, con el tubo del teléfono petrificado en la mano.
 
La operadora de la pequeña y única central telefónica, que me había hecho buscar por todo el pueblo para pasarme la llamada, dejó de pintarse las uñas y me miró sorprendida por encima de sus gruesos anteojos.
 
-¿Qué pasa, señor Bastos? ¿Alguna mala noticia...?
En la calle principal, desolada y polvorienta de Yhú, el viento cálido de la mañana formaba remolinos amarillos que giraban y giraban sin parar, como un presagio de Apocalipsis.
 

-2-

Nunca me gustó que me interrumpan las vacaciones, pero esta vez no tuve más remedio que recorrer 231 kilómetros en poco más de dos horas. Si se considera que un tramo de 50 kilómetros fue a través de un olvidado y casi inexistente camino de tierra para salir al asfalto de la ruta II, en Caaguazú, se podría decir que fue un verdadero récord. Llegué a Asunción al mediodía de ese mismo martes 23 de marzo de 1999, luego de sortear tres barreras de control policial.
 
Durante el trayecto, la radio del auto se encargó de ponerme más o menos al tanto de lo sucedido. Cerca de las 8:36 de la mañana, en una calle de la capital, tres hombres armados interceptaron la camioneta del vicepresidente de la República, Luis María Argaña, y los mataron a tiros a él y a un guardaespaldas. El chofer se salvó milagrosamente, aunque estaba muy mal herido. Los asesinos habían desaparecido, luego de incendiar el auto utilizado en el atentado, un Fiat Tempra color verde oscuro, a pocas cuadras del lugar.
 
El cuerpo de Argaña fue llevado al Sanatorio Americano, donde los médicos confirmaron su fallecimiento. En pocos minutos, centenares de personas se congregaron frente al centro sanitario, acusando a gritos al presidente Raúl Cubas y al general Lino Oviedo de ser los responsables directos del crimen. Un reducido grupo de seguidores del vicepresidente asesinado inició una marcha de protesta desde el sanatorio hasta la esquina del Palacio de Gobierno, exigiendo la renuncia de Cubas y el encarcelamiento de Oviedo. Cuando llegué a la capital, los manifestantes seguían allí, contenidos por una numerosa dotación de policías antimotines, con una creciente adhesión de ciudadanos indignados, al borde de un estallido de mayor violencia.
 
Tal como estaban las cosas, era lógico esperar que un magnicidio como ése incendiara el país. Luis María Argaña era el último gran caudillo del Partido Colorado, organización política que gobernaba el Paraguay desde más de medio siglo, la mayor parte bajo el signo de férreas dictaduras. Además, Argaña mantenía una encarnizada rivalidad con el presidente Cubas, y sobre todo con su sombra detrás del trono, el general Lino Oviedo. Este había sido condenado a diez años de cárcel por un controvertido Tribunal Militar, acusado de dirigir un intento de golpe de Estado contra el anterior presidente, Juan Carlos Wasmosy, en abril de 1996. A tres días de asumir la presidencia, en agosto de 1998, Cubas le había conmutado la pena y había ordenado su salida de prisión, a través de un arbitrario decreto que luego fue desautorizado por la Corte Suprema de Justicia.
 
Ni Cubas ni Oviedo se dieron por enterados de que estaban violando la Constitución y siguieron con su festival de locuras, en un creciente clima de hostilidad y violencia, que tenía su epicentro en un pedido de juicio político presentado contra el mandatario en la Cámara de Diputados, y que debía ser tratado el 7 de abril. Así estaban las cosas cuando se produjo el asesinato de Argaña.
 
En realidad, esta era mi visión superficial de los hechos. No soy un experto en temas políticos, ni mucho menos; por eso me extrañaba que Mendieta se tomara el trabajo de interrumpir mis vacaciones y convocarme con tanta urgencia. Ñangapiry News era un influyente magazine de actualidad, y si bien publicaba estupendos análisis de coyuntura política, a mí nunca me habían incluido en el equipo que los realizaba. Mi especialidad eran los reportajes de investigación, las crónicas de viajes, las notas de color, alguna que otra entrevista a famosos y mucho material considerado liviano, light o hasta frívolo por los autodesignados «intelectuales progresistas» del gremio periodístico.
 
Cuando llegué a la redacción, después de devorar un sándwich de lomito en un bar cercano, encontré a la plana mayor de la revista en la sala de reuniones, con caras de generales de ejército en combate.
 
-¡Miren... llegó el periodista estrella! -fue el saludo de Gloria Rodríguez, jefa de la sección política.
 
-¡A buena hora! -disparó José María Riveros, el antipático analista económico-. Sólo a un despistado se le ocurre salir de vacaciones en momentos en que el país está al borde del abismo.
 
-Y sólo a unos despistados se les ocurre matar al vice-presidente justo cuando yo estoy de vacaciones -contesté, pero ninguno sonrió siquiera ante el pésimo chiste.
 
-Rafa, sentate por favor... -ordenó Mendieta-. Gracias por haber venido tan rápido. Realmente necesitamos la máxima ayuda de todos. Estamos preparando una edición especial que debe salir a la calle esta misma noche. Además, nos llueven pedidos de las más grandes revistas del mundo. Time, Nesweek, Paris Match, Veja, Noticias, Veintiuno, Proceso, Cambio... todos quieren que les preparemos reportajes exclusivos. ¡Así que... a trabajar!
 
-¿Y qué le vas a pedir a tu super reportero recién llegado de las elegantes playas de... cómo se llama ese famoso lugar... Yhú? -preguntó Riveros, con su inaguantable fanfarronería-. ¿Que haga una serie de entrevistas a los famosos? ¿Algo así como «Dónde estaba usted cuando mataron al vicepresidente»?
Ya me preparaba para saltarle encima, cuando Mendieta me contuvo con tul gesto.
 
-Por favor, chicos... al menos por esta vez mantengan la argelería de lado. Rafa, casi todos los campos de información ya están cubiertos, pero quiero que vos te metas entre los manifestantes y mantengas tus sentidos de sabueso en alerta. Tengo versiones de que algunos podrían ser manipulados para asumir actitudes extremistas, que sólo agravarían aún más la situación. Quiero que uses toda tu experiencia de investigador, que te pegues a los talones de los más sospechosos. Ganate su confianza. Seguilos a sol y a sombra. Registrá todo lo que hacen. Me temo que van a ocurrir cosas mucho más graves y quiero que uno de mis mejores reporteros esté allí adentro para contarlo.
 
-¿Tus versiones mencionan a alguien en particular? - le pregunté.
 
-Los sospechosos de siempre: parlamentarios, políticos, sindicalistas, dirigentes campesinos, sendos-revolucionarios de izquierda. No olvides que en este momento hay unos diez mil manifestantes que vinieron para la marcha campesina y se están juntando en las plazas frente al Congreso. Si se unen con los que están ahora armando quilombo en la esquina del Palacio, puede ocurrir cualquier cosa.
 
-Okey, jefe. Ya entendí. ¿Llevo algún fotógrafo?
 
-Hay como una docena trabajando en el lugar. Si querés que tomen alguna foto en especial, le pedís a cualquiera. Pero prefiero que trabajes solo, inadvertido, como es tu estilo. Y ahora, andate. Me avisás cualquier novedad.
 
Es lo que me gusta de Fulgencio Mendieta: con él nunca se pierde tiempo. Hice un inexpresivo gesto de saludo a todos y abandoné la sala. Pasé por mi oficina y recogí una mochila, en la cual guardé un micrograbador, pilas y casetes de repuesto, un block de notas y varios bolígrafos, además de una pequeña radio a transistor portátil con audífono. Desconecté el cargador del teléfono celular, que nuevamente estaba con la batería al tope. Me calcé un quepis del Club Guaraní en la cabeza. Del cajón del escritorio saqué el revólver Taurus calibre 38, le puse balas, lo envolví con un paño y lo metí en el doble fondo de la mochila.
 
Por las dudas.
 

-3-

Debo ser sincero: nunca me gustaron las movilizaciones políticas, aun por la mejor causa que fueran. Siempre sostuve que, por más buenas intenciones que tengan los manifestantes, al final son otros los que se benefician y uno siempre acaba haciendo de idiota útil, carne de cañón ante las represiones, todo para que unos cuantos oportunistas obtengan cargos o compensaciones. Por sostener cosas así, en el ambiente periodístico me consideraban cínico, frívolo, descomprometido, reportero ligth, derechoso, etc.; todo lo cual siempre me importó tres carajos.
 
Pero esa tarde del martes 23 de marzo, cuando me acerqué a la esquina de las calles El Paraguayo Independiente y Juan E. O'Leary, junto al Palacio de Gobierno, donde aproximadamente un centenar de personas gritaban improperios contra el presidente Cubas y el general Oviedo; ante una muralla de policías erizados de armas, hubo algo que me conmovió.
 
Ella estaba allí, sentada en la vereda, a un costado de los manifestantes, construyendo afanosamente pequeñas flechas con papel reciclado de oficina. Era morocha, flaquita, adolescente aún, 16 ó 17 años de edad a lo sumo. Vestía unos pantalones jeans desteñidos y una remera blanca, con letras toscas en el pecho que decían: «Dictadura nunca más». Tenía pintura en las dos mejillas, los colores rojo, blanco y azul de la bandera nacional, que bailaban cada vez que ella sonreía y dejaba ver sus encantadores hoyuelos. Además llevaba una bandera de tela atada al cuello, sobre la espalda, a manera de capa.
 
No pude resistir la curiosidad y me acerqué, al ver que escribía algo con un grueso marcador rojo en las flechas de papel.
 
-¿Qué hacés...? -le pregunté.
 
Me miró, divertida, y me regaló una sonrisa. Los hoyuelos color bandera iluminaron la tarde.
 
-Escribo consignas. «Juicio político a Cubas». «Cárcel a Oviedo». «Dictadura nunca más». Después voy a arrojar las flechas sobre las cabezas de los policías. Ya que nosotros no podemos pasar, al menos las flechas pasarán. Alguien las va a leer del otro lado y seguramente se pondrá a pensar...
 
-«Dictadura, nunca más». ¿Qué sabés vos...? ¡Sos una pendejita! No tenés idea de todo lo que pasó en esa época.
 
-Por eso... No quiero sufrir lo mismo que sufrieron ustedes, los lekas. Y ahora, ¿me permitís? Tengo que ir a tirar mis flechas.
 
-¿Sabés qué...? Con esa bandera atada a modo de capa te parecés a Batman.
 
-¿A Batman...? ¡Andá a cagar! ¡Que machista de mierda que sos! En todo caso, a Batichica...
 
-Sí, tenés razón. A Batichica. A una Batichica tricolor.
 
-Está mejor. Y ahora, disculpame. Es tul privilegio conversar con un periodista famoso, pero me tengo que ir a tirar mis flechas...
 
-¡Ey..! Esperá. ¿Como supiste que soy..?.
 
-Te reconocí enseguida, señor Rafael Bastos. En el cole me tocó hacer un trabajo práctico sobre tu último libro. Me gusta cómo escribís, aunque no estoy para nada de acuerdo con tu forma de pensar. Además... si vos no crees en nada de estas cosas, ¿qué mierda estás haciendo aquí? Disculpame, me tengo que ir...
 
-¡Ey..!
Quise detenerla, pero fue imposible. Me regaló otra fugaz sonrisa de hoyuelos color bandera y se perdió en medio de la multitud, con sus flechas de papel.
 


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