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EMILIANO R. FERNÁNDEZ (+)
  QUERELLA DE AMOR - Letra de EMILIANO R. FERNÁNDEZ


QUERELLA DE AMOR - Letra de EMILIANO R. FERNÁNDEZ

QUERELLA DE AMOR


Letra de EMILIANO R. FERNÁNDEZ

 

QUERELLA DE AMOR

A ti flor querida dedico esta estrofa

con lagrimas y congojas nerendápe amoguajhë

reicuaa jhaguä ndeave que sufro en mi desdicha

por tu amor linda rubita rojheya guive cuejhe.

 

El mundo es ingrato desvía el pensamiento

con negro sufrimiento co'agä che ayecha

yaroviánte vaerä que existe en este mundo

aquel demonio inmundo oyejheróva Satanás.

 

Yo no digo ser humano una bestia venenosa

con palabra engañosa ombyai nemborayjhu

Lucifer oiméne ombou con su fuego tenebroso

quebrantando mi reposo jha ojhapy che cunu'ü.

 

 

Pero sepa bien querida no te dejo eternamente

porque soy un inocente rojhayjhúgui che yvoty

oñejhëva tesay de mis ojos adormecidos

esas gotas son testigos cuatia rejhe opyta.

 



Fuente:

CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y DE HOY - TOMO I

Recopilación:

MARIO HALLEY MORA

y

MELANIO ALVARENGA

Ediciones Compugraph,

Asunción-Paraguay 1991 (192 pág.)


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LECTURA RECOMENDADA:

MUJERES AL TELÉFONO Y OTROS CUENTOS

Autoras: AMANDA PEDROZO, MABEL PEDROZO
Edición digital:
Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay), El Lector, 1996.
 
 
MUJERES AL TELÉFONO Y OTROS CUENTOS
 
 
ÁNGELA PURA
Cuentos de AMANDA PEDROZO

 
 
 
EL RESUCITADO

* La única que se animó a vivir con el resucitado, además de su perro Aniceto, fue Ester. Vecinos, amigos y también parientes procuraban olvidar que lo conocían aunque sea de vista. Los que no podían borrarlo de su entendimiento dejaron de dormir y dejaron de comer porque no soportaban la responsabilidad del misterio. Decían que Nicolás Teodolito había muerto una vez y que desconsideradamente volvió a la vida cuando ya lo llevaban a darle cristiana sepultura. Uno contó haciendo en el nombre del Padre por si acaso que en noches de luna llena que es cuando se gestan las niñas y los empayenamientos hacen efecto, el resucitado arrastraba su maldición por las calles del pueblo con cuerpo de perro negro y cara de infelicidad.
* Matilde Asunción Resquín, la madre de Nicolás Teodolito, no pudo aguantar más tiempo sin abrir las piernas. El miedo no la dejaba respirar tranquila y aunque estuviera en el catre yacía como bien muerta, no sea que el propio hijo de sus entrañas le pasara por en medio y le trasmitiera la marca de la desgracia.
* Consecuentemente y considerando su tendencia natural que era contraria a tanta modosidad en el sentarse y pararse, llenó de pindo karai trenzado el nicho de San Miguel y como ya no tuvo tiempo para pedirle protección, dejó prendida una vela y fue a instalarse para toda la vida en la casa de su cuñado, con quien en vida de su marido se le había ido la rienda tres veces seguidas pero sólo por necesidad carnal y sin pecar verdaderamente, puesto que se arrepintió como es debido con la ayuda de la Virgencita, a quien regaló en agradecimiento sus zarcillos de filigrana.
* Cuando los vecinos, amigos y también parientes la vieron abandonar al hijo de sus entrañas, los que habían podido olvidar que conocían a Nicolás Teodolito recordaron de repente y los otros pudieron confirmar así el espanto. Entre lunes y miércoles y en la hora en que todo el pueblo tenía los ojos más abiertos y las piernas más cerradas se escuchaba por todas partes la preocupación de los perros y era en ese momento justo que Ester abrió el portón de tacuara para hacerle el favor al resucitado y de paso a sí misma puesto que ya había cumplido sobradamente su obligación de viuda con el que en vida fuera.
* Nadie supo nunca en qué momento Ester comenzó a parecerse a su compañero. De su palidez se dieron cuenta los vecinos repentinamente cuando la vieron arrancando hojas de ruda en el patio, y enseguida todos hablaban de premoniciones y sueños extraños. A los pocos días Matilde Asunción Resquín volvió por única vez a pisar la casa, para mirar a su nuera muerta y cumplir su sagrado deber de madre contándole a su hijo lo que se andaba diciendo.
* -Creen que le pasaste entre las piernas a Ester.
* -Dios me libre y guarde.
* -Y que le chupaste la respiración.
...
* Era lunes de luna llena cuando un perro negro con cara de infelicidad cruzó el cementerio. Era martes antes del cocido y la tortilla cuando los vecinos llegaron allí corriendo con el pálpito en el alma. Con esa mirada de los que ya sabían abarcaron por turno el cajón abierto, la tapa arrancada, los pedazos comidos de Ester, la que se animó a vivir con el muerto.
* Matilde Asunción Resquín procuró cruzarse con su hijo para contarle lo que se andaba diciendo.
* -Creen que fuiste vos.
* -Dios me libre y guarde.
* -Y tenga misericordia de la finada.
* Al día siguiente de eso, Nicolás Teodolito murió desangrado. Nadie supo nunca si se mató de vergüenza o de dolor. Los vecinos, amigos y también parientes que entraron al fin a la casa después de nombrar uno a uno los misterios, tuvieron tiempo de ver cómo el perro Aniceto todavía estaba desgarrando, revolviendo pedazos, seleccionando huesos, comiendo.
 

DON CAYÉ
.
* Una de las tantas noches que Cleodolina se echó en el catre al lado de su hijo con ánimo de alzar en su aliento el mal que iba poniéndolo amarillo y como al borde de la muerte, sintió que le corría por el centro de la nuca la mirada extraña de don Cayé, su concubino.
* Don Cayé que andaba por la vida mateando. Sus noches las dividía en momentos para hurgarse la nariz, momentos para salir al patio oloroso a yuyos y escoger hierbas que llenaban de pavor a Cleodolina, momentos para dormirse y mirar mientras tanto con un ojo a la mujer y al niño, momentos para hacerle el amor a Cleodolina contra voluntad y natura, y momentos para matear otra vez interminablemente hasta que se dormía mirando con un ojo al pobre niño que cada día se iba entregando más a la debilidad.
* Cleodolina había apelado al santo rosario, había ofrecido cuatro días de ayuno a San La Muerte pidiéndole que se la llevara a ella y no a su hijo, había sacado la platita que tenía guardada en su corpiño para pagar los jarabes que le recetaron en el centro de salud, había aguantado un día entero de pie esperando que la payesera le hiciera el trabajo de sanación, y finalmente con esa desesperación que ya le estaba comiendo los sesos y le llenaba de bichos colorados la barriga, se resignó a pasar las horas protegiendo con su cuerpo el pedacito de su alma que se consumía de fiebre y frío en el catre.
* La mecha del mbopi temblaba su ardimiento en la carita ajustada del enfermo. Cleodolina se puso a espiar a través de él la mirada de don Cayé que le recordó enseguida la siesta en que naciera el pequeño bajo la resolana caliente de enero que entraba por la ventana. Bajo esa resolana el concubino llegó con su odio hasta la hamaca donde dormía el niño y con las manos duras de la ansiedad procuró estrangularlo hasta que ella le hizo ver con el cuchillo de su grito que esa criatura era su carne y su sangre para siempre. Bajo esa protección el niño tenía que haber ido creciendo sumido el cuerpito en la hamaca, pero el odio de don Cayé logró envenenar de reojo la leche de los senos de Cleodolina. El horror no la dejó un segundo desde ese momento, y ni dormida podía espantarlo porque la estaba esperando al comienzo del sueño para volverla de golpe a los ojos infelices de don Cayé.
* Nunca dejó que se acercase siquiera al niño, pero eso no impidió que la muerte fuera tumbando su cuerpito amarillo que entre arcadas y fiebre se iba hundiendo en un frío como de ladrillo mojado. Ese día el miedo fue menor que la desesperanza. Como en un velorio anticipado, Cleodolina se tendió al lado de su niño y procuró conformarse. Hasta que el espanto de la vida la rescató de ese otro espanto en el que uno podía al menos rezar para despertarse. La verdad que se le había estado resbalando todos los días estaba ante ella. Una sombra formaba una curva perfecta en la pared, de este lado del mbopi. Inclinada sobre la forma alargada de la hamaca. Donde hundía la boca en la boquita fría del niño, soplándole una hediondez insoportable.
* Cuando Cleodolina gritó por segunda vez en su vida don Cayé empezó a correr hacia la soledad y el sino, la cara transformada, los dientes afuera, con el odio prendiéndole los ojos. Esa misma noche, Cleodolina se fue para nunca más volver, llevándose al pequeño casi muerto de frío y lleno de olor de cementerio en la piel amarilla.
* Dicen que la criatura fue bautizada por si acaso en siete iglesias, dicen que sanó de a poco aunque tuvo que vivir todos los días con una cruz en el pecho, como un santo, porque si no enseguida le faltaba el aire y comenzaba a enfriarse. Dicen que jamás la gente del pueblo volvió a saber lo que se hizo de don Cayé, aunque extrañamente el perro que los vecinos mataron un miércoles de luna, hartos de tanto aullido y tanto miedo de las mujeres, corrió a morir lo que le quedaba de vida en la casa de don Cayé. Y que su sombra pintaba una curva perfecta sobre la hamaquita del niño.
 

ATILANA
.
* Ramoní estuvo todos esos días pensativa. Miraba desde su sillón de mimbre a su nieta que cantaba perdida en un sueño repetido, donde se le aparecía el amante nocturno con su olor a monte y misterio destapándola despacito para ir hundiéndose después con fuerza en su cuerpo sin decir una sola palabra. La nieta, Atilana, había cambiado desde entonces. Ella, de tristeza larga, estaba loca de contento.
* -Viste cómo se le nota.
* -Se le nota a la legua, anda en amores.
* El tranco de cabrita nueva de la nieta, los pasos que no se oían al borde de la cama sino más lejos y como afuera bajo los mangos, el olor a sobaco húmedo que quedaba pegado hasta a las paredes de tacuara y barro colorado después de que el amado intruso hurgara bajo el camisón de bombasí rosado de Atilana sin que esta hiciera nada salvo exhalar su olor para juntarlo con el otro aroma desvanecedor, fueron haciendo el milagro de rejuvenecer a la anciana pero sin traerla de vuelta de su carne machucada sin pena ni gloria.
* De día no podía dormir: quería apropiarse con los ojos de todo lo que quedara sobre el cuerpo satisfecho de Atilana. A veces le dolían las arrugas cuando con su escasa vista percibía un arañazo en los hombros carnosos de la muchacha o un moretón azulado en el cuello. De noche tampoco podía, porque esperaba con los ojos prendidos en la oscuridad el andar extraño que no podía oír, pero que sentía de golpe en la punta de su ansiedad. Había llegado a comer un poco de tabaco que él, en su silenciosa puntualidad nocturna, dejó tirado al borde del catre.
* A Ramoní le sirvió la pequeña sustancia marrón para el día entero. Se la pasó mascando de a puchitos, hasta que tuvo que resignarse a tragarse con la saliva terrosa el último resto de sueño que le quedaba. Después se quedó pensativa en el sillón de mimbre, fraguando la felicidad, el colmo, el desespero amoroso.
* Esa noche iba a concretar la locura. Ni pudo tragarse el guiso de pájaros que Atilana preparó saltando: la muchacha venía haciendo de ese modo todas las cosas en los últimos días, desde que empezó a florecer en la humedad de la noche. Así que Ramoní enredó tanto las cosas, inventolas mil y una, y entre vuelta y vuelta de cuentos que iba soltando a la nieta, esta no tuvo voluntad para rechazar un vasito de guaripola. A un vasito siguió otro, y finalmente Atilana terminó durmiendo en la cama de su abuela, y esta se tumbó en el catre de la muchacha, envuelta en el camisón rosado de bombasí que olía a una flor y a un cielo cargado de lluvia.
* Llegada la medianoche, Ramoní tenía el espíritu dispuesto y el cuerpo venía detrás. Primero en la noche se sintió una alteración de gallinas desde la esquina del tatakua. Después, el viento pareció detenerse sobre la puerta y Ramoní sintió con el olfato que él, el amado silencioso, ya estaba allí, que ya la tocaba casi, que ya lo tenía encima, hurgándole el camisón rosado de bombasí con una violencia increíble que la arrojó sobre sí misma y la replegó en su sorpresa y su locura. En el centro mismo de un relámpago, tuvo todas las certezas en un solo instante.
* Lo vio, más fuerza que cuerpo, más negro que el más oscuro de los pecados, más húmedo que la respiración del abuelo cuando el asma lo sumía en la demencia. Puro pelos y ojos encendidos, el amado sustraído por una noche, el apenas entrevisto, silbó una sola vez, y la estranguló. Dicen que el Señor de la Noche, aquel cuyo nombre en guaraní no debía jamás ser pronunciado, había estado en la casa y que había matado a Ramoní. Atilana, desde el segundo, extravió su pensamiento y corrió a buscarlo para siempre entre los frondosos mangos y la dudosa soledad del tatakua.
* -Esa chica delira, arde y tiene la piel fría.
* -Que Dios y la Virgen le den su divino amparo.
El gallinero
* Tenía diez años cuando se decidió a irrumpir en la vida de las gallinas, casi sin que ellas se dieran cuenta. Aprovechó una tarde olorosa a reciente aguacero y la fascinación de las gallinas por el arco iris. Los círculos amarillos de sus ojos estaban pegados al cartón azul de arriba cuando Benefrida comenzó a formar parte del gallinero, ya para siempre desde ese lado donde era posible bambolear el maíz entre los dientes hasta hacerlo puré con leche de saliva.
* Para eso las había observado por años, desde el mismo momento en que la dejaron salir del pozo de tierra apisonada que su abuela había cavado para que no se arriesgase demasiado en ese gateo que estaba cerca del desvarío. A aquel horizonte de tierra colorada le siguió en su vida ese otro límite de alambres cruzados y pronto sus ojos se hicieron tan baqueanos a esa única visión, que podían seguir repitiéndola hasta cuando no estaban abiertos.
* Su obsesión por el gallinero fue un alivio para la abuela, que ya decía que no había que encerrarla tanto. Nadie tenía tiempo para quebrantarse en esa casa. A un niño siguió otro y puchar por la vida les llevó tanto tiempo, que terminaron dejándola instalada en ese pequeño espacio entre la batea de los chanchos y la planta de pomelo.
* Entre todos pero sin decir una palabra concluyeron en que Benefrida salió tilinga como la tía Prudencia, y que igual que ella ya no tenía solución. También entre todos la olvidaron, ayudándose unos a otros en ese trance familiar vergonzoso.
* Cuando dejaron de fijarse en su presencia, la niña ingresó al gallinero, entre un aletear silencioso de las gallinas que miraban con fascinación un arco iris colocado en el medio del olor a aguacero reciente y la procesión que le pasaba por dentro justo en ese momento.
* Las gallinas se habían acostumbrado desde hacía años a verla, y para decir la verdad completa, ni se percataron de que alguna vez había estado del otro lado del alambre tejido. Esa misma noche la inquilina subió a la planta de pomelo con las gallinas, ahuecando los brazos y cediendo las ramas de privilegio alas más antiguas. La abuela fue la primera que la vio al día siguiente escarbando con las manos para elegir los granos de maíz e irlos aplastando despacito entre los dientes.
* Hubo una corrida familiar y nadie supo nunca quién entró primero al gallinero para tratar de sacarla. Apenas los vio, Benefrida se tumbó al suelo echando espuma por la boca. Nadie tenía tiempo en la casa para quebrantarse demasiado, así que la dejaron y se fueron a revolver cada uno sus cosas, sin falsos remordimientos. Al día siguiente la abuela entró al gallinero seguida por los chicos más grandes de la casa, para intentar nuevamente volver a Benefrida al ámbito familiar. Pero la niña aleteó salvajemente, se prendió por el alambre tejido y desde allí se defendió con las uñas. La abuela salió horrorizada.
* -Esa niña salió tilinga.
* -Igualito que tía Prudencia.
* -No, más todavía, yo me acuerdo bien.
* Al otro día los despertó un cloqueo como de gallina enferma. Todos supieron que era Benefrida, así que se taparon mejor y volvieron a dormirse pensando vagamente que las cosas estaban saliendo en su hora. Todos evitaron mirar hacia el gallinero ese día y el otro y el que venía después, hasta que resultó inevitable dar de comer a las gallinas. Así fueron descubriendo uno a uno que a Benefrida le gustaba más que nada el afrecho mojado, que odiaba los restos de comida de la casa y que prefería el agua de lluvia que quedaba preso en un pedazo de teja vieja.
* Un día, hizo su aparición por la casa pa'i Setrini. Nadie tenía tiempo para quebrantarse, así que enseguida le dieron la razón: había que sacar de allí a Benefrida. Tampoco tenían tiempo para esperar, por lo que entraron seguidamente al gallinero, dispuestos a hacer lo necesario. Un largo lamento marcó el comienzo de ese primer acto de la vida inerte de la niña.
* El segundo acto puede ser resumido así: Benefrida sentada en el sitio exacto entre la batea de los chanchos y la planta de pomelo. Benefrida mirando las gallinas cuando comen, las gallinas cuando cacarean, cuando ponen huevos, cuando cuidan a sus pollitos que dicen pío pío, cuando pelean por una lombriz. Benefrida controlando minuciosamente el rectángulo de sol sobre el horcón del gallinero. Benefrida viendo llegar la noche presa de feroces ataques y desvarío.
* El doctor dijo al instante que era epilepsia, la abuela calculó que se trataba de calentura natural, el pa'i dijo que era pecado. Ningún medicamento, ningún rosario, pudo evitar ni uno solo de los ataques: llegaban puntales apenas las gallinas subían a la planta de pomelo. De eso hace cuarenta años, y todavía hoy Benefrida sigue mirando el gallinero, done ya no hay gallinas sino sólo la pobre planta de pomelo vieja y carcomida por los horribles gusanos que se trajo una vez el viento del norte y que terminaron comiéndole el caracú hace cinco años.
* Pero en la casa, donde nadie tiene tiempo para quebrantarse y tampoco está para aguantar los golpes de la vida además de las enfermedades propias de la vejez, sólo cuentan de vez en cuando -si se les pregunta- que es demasiado trabajo puchar por la vida, y encima tener que estar sacándole a la tilinga las dos o tres plumitas que le salen en la espalda, fenómeno que se le repite cada vez que alguien, por compasión, asco o descuido, procura moverla de su sitio.

 

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ÁNGELA PURA:  EL RESUCITADO/ DON CAYÉ/ ATILANA/ EL GALLINERO/ VECINA LA MERCÉ/ LOS CHANCHOS/ EL APEPÚ/ KARAI SIMÓ/ EL PELO COLORADO/ ÁNGELA PURA/CHINGOLÍ

MUJERES AL TELÉFONO : SILVINA/ UN CAJÓN PARA MAMÁ/ SÍNDROME/ BARRILETE/ MUJERES AL TELÉFONO/ INFIDELIDAD/ PÁGINA 22 (PARA SOLEDAD)/ HARÉN/ MUERTE PARA DOS/ DISGUSTO/ CITA EN EL CASINO/ PRINCESA/ EXTREMOS/ ESPEJO (HISTORIA DE UN VAMPIRO).

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