RENÉE FERRER - POESÍAS 1985 - 1990
SOBREVIVIENTE (1985)
I
Acurrucado y solo.
Los brazos aferrados a las piernas
en un páramo de aves abrasadas.
Aterido y helado
el corazón. Transidas las arterias
por un dolor antiguo y sin embargo inédito.
Estrenando el horror,
a pesar del horror
de los siglos repitiéndose.
Sumido en una cóncava, interminable espera.
Fetal hasta los huesos
bajo el gris desconsuelo de la luna.
Torrenteras de sal en sus mejillas,
y un vidriado paisaje de rescoldo y ceniza
en el aposento de las órbitas.
Aferrado al espanto de vivir todavía
va dejando las aguas de su cuerpo
en brocal de silencio.
Ante sus ojos secos estertoran
ciudades derribadas,
humareda,
y sobre el aire tenso
un sabor incisivo
a metal retorcido, a polvo vegetal,
a pájaro sediento.
Hoy deambula entre ausencias desde su lecho inmóvil.
Ausencias que le hablaban tan sólo hace un momento
de ir a un bar por la noche
o confundir los cuerpos
bajo el blanco arrebato de las sábanas.
Desmesuradas cuencas
donde a beber no llegan ni siquiera los cuervos.
No hay cuervos ensañados sobre la muerte aislada.
Todo es muerte y silencio.
Sólo muerte y silencio.
En la vastedad desconsolada
del planeta
una queja gastada se ha quedado sin voz.
A lo lejos, errante, va un tumulto de sombras
que no le dicen nada,
o todo lo repiten;
y en el centro preciso de una distancia insomne,
acurrucado espera:
el reverso de la vida,
la consumación,
la caridad del olvido.
II
Un grito elemental empaña el aire;
estalla calumniando la médula del hombre
contra el rojo abismal del horizonte.
Un clamor desgarrado estruja el aire,
y desde ese vocerío
agujas de voz perforan
la turbia lejanía de las nubes.
Tan sólo voces y sombras
tras vómitos de luz impía.
Tan sólo voces girando
sin palabras, sin nombres.
Tan sólo un ronco gemido
de gargantas anónimas rodando.
Y sobre ese mar de voces
se alimentan las hogueras
del llanto inconsolable de la aurora.
No es necesario el sol.
Sin la pausa del cansancio
se vuelve añicos, la voz
en las rompientes de la nada.
III
De cuanto me importaba
nada queda.
Los que a veces me amaron
simplemente se han muerto.
Y las manos,
aquellas alfareras
sobre la arcilla abrasadora
de mi cuerpo,
murieron tiritando,
distantemente.
Lejos.
El eco de los pájaros
se ha vuelto ceniciento.
De los árboles cuelga la amargura del duelo;
y en la trémula línea del silencio,
calado de abandono,
asumo
la soledad sin término.
IV
En un surco doliente
derrama
su calcárea cerrazón
la nada.
En la margen del llanto se desnudan las sombras.
Todo está consumado
en el linde del sueño y la vigilia.
Nosotros lo quisimos,
tristemente nosotros.
Nosotros recubrimos con mortajas los campos.
El mundo está vacío.
El aire yerto.
Y los últimos pájaros
se quedaron sin voz.
V
El miedo permanece agazapado
en la rueda de un tiempo que se acaba.
Mejor hubiera sido
sentarse a contemplar las luciérnagas
girando a la luz de un farol callejero.
Retener la cadencia de una mujer
en las venas
sintiéndola horizontal y desvalida
bajo el propio peso.
Amar sin tregua y odiar con desacierto.
Llenarse los bolsillos, dilapidar el tiempo.
Cualquier cosa hubiera sido mejor
que esta densísima humareda
de cráteres abiertos.
NOCTURNOS (1987)
A los míos
Mi agradecimiento
A mi hermana Susana, por los discos y mucho mas
A Luzmaría Jiménez Faro, por una carta,
A Marta Geymayr, por sus manos.
TRÍPTICO DEL AMOR
REGRESO
Nocturno N° 15 de Chopin
a César
Soy
una isla de sombra que sucede.
Niebla en desvelo
y un deseo voraz
encendiendo mis orillas con sus labios
al despertar.
Eres
grito en la voz,
canto de fuego,
un tumulto de sangre desatada
viniendo a mí:
sorbo de agua confidente
para mi sed.
Fogata:
tu sexo enardecido.
Refugio:
mi oquedad de sombra y sal.
Vienes de un páramo
huérfano,
insomne.
Para mi fragua ígneo metal.
Vuelves,
desde una playa sin memoria.
Albergue desvelado para tus pájaros
es mi isla en brasas.
Remota cavidad donde acunar ocasos
y amamantar lirios.
Aurora:
cuando se tocan las ansias.
Congoja:
cuando agonizan los besos.
Eres marea
de espuma ardiente.
Llamado y eco
dentro de mí.
Llegas,
labio con voz de mi voz.
Tendido en un lecho
de trémulas lunas
aromadas.
Con los ojos de la noche
anidando en nuestras bocas
y el firmamento pariendo luz.
Cuando te alejas,
amor,
y no llega a mi arena tu oleaje
y hay enigmas sin rostro:
qué desgarro de alboradas y de sol.
Solos
en un frío y triste arrecife.
Furtivos fantasmas de silencio
entierran madrugadas con sus sombras.
En el brocal del alma llora el rocío.
Deshaciendo las huellas
de noche y día;
los sonidos radiantes
de la aurora
las sombras
caen
donde aún hay fogatas encendidas,
torrentes de ansiedades,
aguaceros de amor.
Vuelves
a esta isla de sombra que sucede.
Irisando mis abismos
con tu regreso.
Consolando con besos
los tajos de la ausencia,
mis recodos de niebla
con pulso enardecido.
Sollozan en tus cauces
mis glaciares disueltos
derramando su frío
en tus moldes de fuego.
Ascua oculta latiendo
en parajes insomnes.
Búsqueda apasionada
de abrazo interminable.
Miradas torrenciales
en remanso sin tiempo.
Somos
agua quieta buscando
entre guijas pequeñas
los roces exquisitos del encuentro.
DESEO
Nocturno N° 20 de Chopin
Soledad, espera
Mojada en silencio.
Tras un brocal de piel tirita un ansia,
un candente temblor,
un deleite voraz se va escurriendo
hacia un volcán remotamente abierto.
Se pierden los contornos de la noche
bajo el tórrido galope de la sangre,
y un recuerdo de entrega desfallece
junto a la quietud brevemente alucinada.
Ladean mis tendidas azucenas
sus rosadas cimas expectantes,
en tanto ahuyentan las caricias
un contagio de ausencia.
Cálido manantial el que me habita
en la horizontal selva de la entrega;
delirio demencial de no ser mía,
y esa pasión atroz de ser contigo.
Mis huecos hormiguean con tus roces;
con tus caricias nuevas mis portales,
y se enciende en mi ser una arboleda
torrencial y nocturna.
Dialoga la sombra
un oleaje audaz que nos anega;
un continuo aguacero de palabras desnudas.
Nocturnales acentos van y llegan.
Después...
Ese dulce después de disolverse
en la humedad dolida de los huesos cansados.
Corredor entreabierto donde yacen los cuerpos
prisioneros de una sed desbarrancada.
Cálido desvarío el de las venas
rizando prende tu aliento
en un rincón de mi alma.
FECUNDACIÓN
Nocturno N° 2 de Chopin
Partes,
minúsculo barco.
Partes,
remontando mis cauces.
Tuyo el viaje;
mía la espera.
Solo,
hacia los golfos del mañana.
Bogas,
recorriendo mis costas.
Pequeña arboladura de vastas ideas meridianas.
Crisálida diminuta
errando
con tu carga de enigmas.
Mis mareas interiores
acunan serenos aleteos.
Se reclina en sus bordes
el signo
de todas las preguntas.
Estuario
donde viertes tus silencios;
oleaje que despierta
los poemas de mis playas.
Vienes,
pulso de paloma hacia mi arena;
tibias orillas
que esperan tu velamen.
Vas buscando
un recodo donde cante
anegada de sombra,
la infinita pequeñez del germen,
el bosquejo de un alma.
Estuario
desplegado hacia la espera.
Oleaje
donde mecen su destino las promesas.
Eres
trémulo capullo entre mis dunas,
buscando un sitio
donde anclar,
definitivo.
Tus amarras
arriban a mi puerto.
Escondida ribera solitaria
donde se abren los silencios
y palpita
en entrega
la arena empapada de la vida.
Beso
de nave y puerto.
Explosión germinal de nuestro aliento.
Conjunción apretada del encuentro
en las lindes del alba.
Ya no somos nosotros.
Ofrendamos las alas
en las costas del ayer
para crear
juntos
la vida.
TRÍPTICO DE LA MATERNIDAD
MATERNIDAD
Nocturno N° 21 de Chopin
a Alicia, una tarde
Cántaro donde anida
el pulso de la espera;
deambula lentamente,
abultada y erguida,
tu oquedad.
En tu recinto oscuro
hay un tenue rumor
de oleaje inasible:
sueño de algún pájaro errante.
Dentro de tu silencio
una canción sin voz
golpea mansamente
el linde de la caricia.
Cántaro de andar quedo
eres posada azul
para una lumbre incierta,
peregrina del mañana.
¿Cuánto cielo iluminado
tu huésped recorrerá,
llevando a un rincón ignoto
el soplo de su aleteo?
Cántaro recubierto
de trémula suavidad;
albergue para un ave
que emigró del infinito.
Tu penumbra es regazo
donde vino a pernoctar,
ávido de inmensidad,
el misterio de la espera.
Y cuando parta rompiendo
tus paredes de silencio
qué colmada quedará,
la veta de tus anhelos.
¿Qué follaje retendrá
ese vaivén de tus sueños?
¿En qué onda vibrará
su canción o su lamento?
Cántaro ya vacío,
cuna de tanto aliento,
cuánto silencio
en tu hueco abandonado.
En tus colinas dormidas
retornarán a beber
sorbos de vida
otros pájaros sedientos.
NOCTURNO A LA NIÑA DORMIDA
Nocturno N° 4 de Chopin
a mi hija Eva María
Duerme,
tibio pétalo en arrullo,
tu distanciado sueño.
Duerme que trae la noche
ráfagas de silencio,
caricias de mi voz.
Duerme,
mientras vela el arcángel
y ciñe tu abandono
una cinta de luna.
Descansa,
pequeña y breve flor,
sobre el regazo
donde todos
los deseos cantan.
Vuela
hacia donde los pájaros
tienen alas de agua,
estrella
y luz.
Silente acantilado
cara al tiempo bravío.
Marea de olas breves
sobre el perfil del llanto,
arropando tu aurora
con su manta de besos;
con palabras pequeñas,
su oleaje de amor.
Rumor de tantas ansias
su oleaje de amor.
Vigilante arrecife
de los pozos de sombra
que guardan los desvelos.
Marea avariciosa
de los despeñaderos
donde mueren los sueños.
Su oleaje
no te dejará partir.
Su oleaje
cobija tu latir.
Con amarras de espuma
te anudará los pasos
demorando tu viaje
hacia el enigma.
Duerme,
hilito de savia nueva,
mientras canta el arcángel
y siembra en tu silencio
finas hebras de estrella.
Descansa,
lánguida y breve flor,
que en tus labios se posa una paloma
preñada de rocío.
No despiertes,
aún.
Velamen de aguas mansas,
aleteo,
temblor,
Porque vela en silencio,
junto al manantial,
el corazón del infinito.
VIAJE A DESTIEMPO (1989)
A los torturados
Y desaparecidos
I
Me sumerjo en las aguas verdinegras de un lago
en busca de la tierra sin mal.
Se desnudan las luces en la otra orilla de mis ojos.
Luces en las lomadas
donde se apaciguan los naranjos.
Alguien borda un tapiz de candiles del otro lado
de la noche mientras crece la luna.
Mientras crece la luna los pasos de la tarde chapotean
sobre un surco que horada la memoria.
Y en las piernas,
el abrazo de los camalotes como mordaza empecinada.
El agua me sube desde los tobillos hacia adentro,
hacia el conocimiento total de lo intuido,
hacia las imágenes que derrumba la tarde.
Negras ramas abiertas como ávidas manos estiran
su desolación
más allá de la lámina espejada del agua.
Una sábana de plata arropa el sueño de la tierra,
y detrás,
un parpadeo de vigilias distantes por todas partes.
Me demoro en las aguas verdinegras de un lago
bordeando el malezal,
la leve hinchazón de la espuma,
el péndulo entre lo incierto y la certeza,
en busca de la tierra sin mal.
II
Negra noche
alta negrura
negra alta muda larga noche sin alba.
Todo lo envuelves,
lo envolviste,
lo has cubierto con tu luto implacable.
Sobre giros dispersos
buitres negros.
La aurora,
olvidada de clarear
se ahorca en sus giros lentos.
Olor a herrumbre,
a coágulo,
olor a grito con herrumbre coagulado.
Voz desmigájada de la voz
flotando,
retorciéndose
hundiéndose en el agua,
yéndose
hacia el horizonte llamarada
donde mis ojos se sientan frente al crepúsculo.
Se agranda el agua en mi ser.
Se agranda dentro de su larva de silencio.
Me rodea,
me asedia.
Continúo.
Algas-ataduras en los pies
me recuerdan
la grieta de un adiós detrás de un muro.
La aberración de mi andar
abre y cierra pozos en el agua.
Se recluye el cansancio en su cáliz de barro.
Peces yertos,
légamo,
ojos abiertos, boquiquietos.
No se pueden cerrar.
Están muertos.
Ya no hay estrellas.
Sólo los ojos de la intemperie nos asombran
desde el telón constelado.
¿Dónde están las estrellas viejas como los versos?
¿Nuevas como la rajadura de la noche?
Esperanza, esperanza
en la hendidura.
Me duele el agua en la piel,
el frío que tirita en mi cuerpo,
el temor-viaje-absurdo
de que nunca amanezca.
III
El espectro de mi obstinación
deambula
por el fondo del lago.
De ida hacia el recuento
el horizonte
nos mira de espaldas.
Mis plantas suenan en la orilla
como las alas de un ave
que alguien revienta.
Troncos de sonido,
en hilera,
a lo lejos.
Árboles de una selva que solloza.
Desenvainada de las gargantas
la voz
penetra en las sienes
para plantar la herida.
¿Dónde gimen los muertos,
dónde, dónde?
Cuartos anónimos,
cerrojo,
picalátigo,
puño sangre,
o alguna picada donde el estampido recto da
en el blanco.
La vida desangrándose
en el semicírculo de la mirada.
Un sordo destemplado
bajo alto
casi mudo lamento
resuena en el semicírculo de la mirada.
El susurro del monte se interrumpe
desmenuzado
bajo dentro sobre el agua.
Está aquí,
rodeándome,
sobre el atardecer,
bajo el reposo.
Todo está perfilado por el reposo de la noche.
Bajo la túnica de la luna
se levantan
los cilíndricos salmos de la desdicha.
Una hogaza de gritos
aumenta y retrocede,
disminuye y avanza
con su remembranza de cicatriz sobre la lengua.
Late un bosque de quejas al descender la noche.
Se ha echado a crecer
como un pan liberado.
Un clamor a destiempo en sus ramas afónicas.
IV
Cuando el hacha raja el arco sonoro de la canción;
Cuando sazona la pólvora los suntuosos sabores de
la promesa;
Cuando el candado es capaz de estrangular
la respiración del ramaje;
Cuando se lapida el perfume
y se abandonan los cuerpos a merced de las lluvias;
Entonces,
el alma
se recoge en un cántaro
a beber su destierro.
V
¡Oh, treintenaria noche,
no acabas de amanecer!
El duelo de tus estrellas
imparte aún
su maldición postrera.
Luz negra y ciega mente vaciada.
Ni derribada
la sombra
se liberan las mortajas.
Un pájaro de ácido sobrevuela los años.
Ruego y ácido
sus alas de quebranto.
En la primera plana de los periódicos
la putrefacción con pestañas.
Y a pesar de
y no obstante
y desde luego,
una porfiada esperanza
asomando sus nervaduras incipientes.
Rojas gotas en el centro de las pupilas.
Densas como plomo rojo
caen
desde el vértice puñal de las pupilas
sobre las cuantiosas palabras.
¡Oh, treintenaria noche,
cómo pesa
tu bóveda de navajas al filo de la aurora!
Todo es opaco en los trascuartos del inventario:
dolo,
herida,
cicatriz,
recuerdo.
DE LUGARES, MOMENTOS E IMPLICANCIA VARIAS (1990)
-Mamá, ¿con quién hablas?
-Con mi duende.
ÁNGULO
para César
Hoy me puse a pensar
en las ciencias exactas;
las líneas, las figuras,
los teoremas.
Y entre todos los ángulos
escogí
para mis horas de naufragio
el secreto refugio
de tu axila.
EXILIO
¿De dónde me han echado
que me duele,
en algún lugar,
mi propia ausencia?
CULPAS
Libera de su cárcel las culpas
recónditas del alma.
Palomas siniestras que se
evaden
dejando un claro en la umbría
vastedad de los desvelos.
Desátales las alas y arrójalas
a la elipse desnuda
de sedientos anhelos
para que cante al alba
la sangre amanecida
con un rumor de agua
y aroma a junco manso.
Que sus picos deshagan
en viejo camposanto
las cruces solitarias
de antiguas mezquindades
hasta olvidar sus siglas,
su desolada parición de angustias
y rescaten del baldío
atormentado de las horas
mi rostro enjuagado de rocío.
PUEDES
Puedes galopar conmigo
que yo muy lejos, lejana,
me iré a un paraje desierto
lindante con las estrellas.
Puedes dejar en mi cuerpo
tibieza cíe tu trigal
que yo sintiéndome hollada
en la llama que se apaga
me reclinaré a llorar.
Y puedes estar conmigo
cuando desgarre la carne
ese grito de los dos,
que yo mordiendo el
silencio estaré lejos, lejana,
montada sobre mi voz.
SUPONIENDO
Suponiendo como dijo alguien
que todo el mundo se burle de mi sonrisa
y mi optimismo sea una estafa;
que en la tarde sólo reste el cinismo
de simular cariños;
y detrás del dintel de la existencia
-anfitriona perfecta- me reciba la nada.
Sí, suponiendo...
Entonces,
¿cuándo me suicido?
Fuente:
RENÉE FERRER - POESÍA COMPLETA HASTA EL AÑO 2000
Con Estudio Crítico de THOMAS R. FRANZ
Colección Letras paraguayas
Arandurã Editorial, Asunción – Paraguay
2000 (576 páginas)
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
(Hacer click sobre la imagen)