MILIA GAYOSO MANZUR

MORIR DE AMOR y CRECER DE A DOS (Relatos de MILIA GAYOSO MANZUR)

situación
MORIR DE AMOR y CRECER DE A DOS (Relatos de MILIA GAYOSO MANZUR)

MORIR DE AMOR

Relato de MILIA GAYOSO MANZUR


Me he comido la almohada de tanto llorar. La he apretujado, estrujado, mojado, mordido, besado... en ese rectángulo blanco dejé mi desesperación, mi dolor, mi desamparo... dejé en mi almohada tu recuerdo que no me abandonó en toda la noche. Dejé en la almohada tu indiferencia.

Toda la noche me reclamaron mi cara larga, mi malhumor, mi desgano. En casa ignoran que la mitad de mi cuerpo está casi muerto, que ya no late mi corazón y que apenas respiro.

La madrugada me encontró despierta, con los ojos hinchados y enrojecidos, las manos frías de tanto apretar ese trozo de espuma que es mi confidente, el testigo de mi sufrimiento.

Y ya son las seis, el despertador vuelve a sonar porque lo he apagado mal, ahora recién tengo sueño y siento los ojos hinchados. Hace frío y no tengo ganas de levantarme, lavarme la cara... y mucho menos, ir al colegio. ¿Cómo haré para estar en clase a las siete?

Ella habla y yo ni siquiera entiendo lo que dice. Todos me miran, pienso que sospechan que algo me sucede, que he llorado, que estoy devastada. No lo quiero contar, ni siquiera a Rumilda que es mi mejor amiga. No quiero hablar, no quiero que nadie me pregunte nada, ni que traten de consolarme. Me voy a consolar sola. No hace falta que me tengan lástima, ni que traten de decirme que él va a volver. No me importa ya nada.

¿Un uno? póngalo, profesora, no me importa. No sé nada de historia, no estudié y no voy a estudiar. No se deje engañar por mi silencio, no es que me callo por respeto, me callo porque me da la gana, pero por dentro... la estoy insultando y me rebelo. No estudié y qué? ¿Y a usted, qué le importa?

Todas me rodean en el recreo, me preguntan qué me pasa, por qué he llorado tanto. Y yo pongo cara de espectro, porque ni siquiera quiero hablar. Me alejo, casi salgo corriendo cuando suena el timbre de la salida, no permito que Rumi ni nadie me acompañe. Camino cuadras y cuadras, como una autómata, cruzo las calles sin mirar, escucho los bocinazos, los insultos. Camino bajo la llovizna de setiembre, y pienso que es mejor que llueva, así nadie ve que estoy llorando.

¿Por qué nadie entiende que a los trece se puede también morir de amor?




CRECER DE A DOS


a mamá


Como si fuera una postal, recuerdo aquella tarde en que salimos las dos vestidas igual. Un conjunto de pantalón y chaqueta confeccionada en corderoy bordó, con cuello de piel de gatomontés, que te habían traído del Chaco.

Abuela dijo que parecíamos hermanas, mientras se sobaba la pollera de contenta. Nos fuimos al pueblo, creo que a visitar al dentista. Sentí las miradas de admiración de la gente y su satisfacción llevándome de la mano.

Niñas las dos, crecimos juntas.

Mamá fue mi hermanita mayor, pero también mi hija, con el tiempo. Tenía mucho de melancolía por las tardes, cuando la veía sentada cerca del río, pensando seguramente en aquel que ya no podría regresar jamás a su lado. Pero también se llenaba de alegría cuando ensayaba diseños con las ropas de mis muñecas y aprendió a cortar y coser, a crear, a recrear, hasta a hacer milagros con medio metro de poplín de colores o con un metro de corderoy grueso, como con el que me hizo un precioso abrigo, cuando vivíamos en Buenos Aires.

Recuerdo la cara de mis compañeras cuando aparecí con mi tapadito de estreno, en un color opuesto al uniforme, que era azul y gris. ¿Un abrigo rojo?, preguntaron en tono aporteñado. Sí, dije orgullosa. Me lo hizo mi mamá. Ese también tenía cuello de piel sintética. Ahora, pensándolo bien, creo que tiene la "culpa" de que me gusten tanto esos detalles en cuellos y puños.

Ella hacía magia con su tijera y su máquina de coser. También recuerdo mi capita azul: era una belleza. Para hacerla, descosió su pollera de lanilla e inventó la versión en azul del abrigo de Caperucita roja, con la que estaba obsesionada. Mis compañeras del pre-escolar de mi escuela de Villa Hayes se volvieron locas por aquella prenda y me daban parte de su merienda para probársela.

Yo creo que para no dejar de jugar, porque era tan niña cuando me tuvo, se inventó el juego de la modista y juntó sus muñecas con las mías, y yo era una más entre las mismas. Luego pasó a inventarme muñecas de trapo, como mi preciosa Ana Carolina, mi niñita negra inolvidable.

Años después me ayudó a cuidar a mi primera muñeca de carne y hueso, con ojos de canela en rama y piel de seda. Y a veces sigue cortando y cosiendo, con la misma alegría e imaginación, como si fuera la jovencita de dieciséis que se adelantó al tiempo.



Fuente:

LAS ALAS SON PARA VOLAR

13 RELATOS PARA ADOLESCENTES

Por MILIA GAYOSO MANZUR

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay 2008 (2ª Edición)



PRESENTACIÓN

LAS ALAS SON PARA VOLAR


Te miro mientras te peinás ante el espejo.

 El gel ha logrado doblegar a esos pequeños rulos que luchan por sobresalir de tu frente y veo tus dedos que tuercen los tirabuzones que te hacés en la "cola de caballo". Esos mismos dedos, dentro de algunas horas van a sostener tu viola y lograrán unas melodías que llenarán el aire junto a las notas de los violines, los contrabajos, las flautas, los chelos y los demás instrumentos de tus compañeros de orquesta, jóvenes y rozagantes, como vos.

 Esos mismos dedos, hace algunos años, se perdían entre mis manos, cuando íbamos caminando por el empedrado del barrio para tomar el colectivo y los vecinos decían: "parece una muñequita", y yo me tropezaba del orgullo... Unos dedos agarraban mi mano y otros estironeaban al osito dormilón que te acompañaba a todas partes.

Te miro mientras te arreglás, con tu pantalón ultra moderno, tu blusa blanca con voladones, tus aros, mi cadena, tu reloj, mis pulseras, tus-mis-nuestros anillos en casi todos los dedos... Me detengo un segundo en tu figura completa que ya me ha pasado en estatura, y aún no cumplís quince años. E imagino la cara del chico que te gusta, -y seguramente se gusta de vos-, cuando te vea, tan fresca, tan bonita, con el cutis lozano, sin gota de nada, con tus cejas unidas sobre la nariz, tus granitos adolescentes, tu sonrisa tan dulce... él pensará: allá viene la princesa... y me muero de celos.

Te apuro para salir, porque ya es tarde. Nos vamos para que cumplas tu compromiso puntualmente, para que te encuentres con tus amigos, para que toques tu música hermosa que me fascina, para que vueles alto y feliz, porque las alas que Dios te ha puesto son para volar, aunque yo quisiera atarte a mi lado para siempre.



PRÓLOGO

SI. LAS ALAS, PARA VOLAR


Después del texto de presentación de este volumen de cuentos con palabras de la propia autora, éstas pueden resultar -por decirlo con tolerancia- una total obviedad, resultado del convite de Milla Gayoso, que no eludiré, porque su afán de enhebrar letras encaminadas a lograr el propósito que parece asistirla desde sus inicios, lo merece:

Pintar la realidad mediante historias breves muy cercanas o incrustadas en la cotidianeidad de una gran mayoría sin voz ni posibilidades de protesta o de denuncia, es tarea de Milla.

Debo admitir, que "LAS ALAS SON PARA VOLAR", título tan poético como la dedicatoria, me indujo al error de aguardar textos como "Ningún lugar está lejos", por ejemplo, destinados a ese ser tan amado a quien la autora se dirige tanto en la dedicatoria como en la presentación, y a quien, en lo personal, cito y recuerdo como "una de las maripositas de Milla". Pero no. A medida que avanzaba en la lectura, se me reveló con claridad que Milla ha optado por mostrar, a su dedicada y a nosotros, cuáles sendas disponibles nos circundan en tierra firme, o casi, y que unas y no otras al menos nos prometen un tránsito, o un vuelo, con o sin alas, con final feliz.

 A varios lustros de la aparición periodística de sus "Historias diminutas", a las que la autora ha sumado varios volúmenes de cuentos, tanto para niños como para adultos, Milla Gayoso sigue en la brecha, machacando con tenacidad en aquello que a estas alturas se nos presenta como el acatamiento de una vocación escritora que no cede a la tentación de eludir lo "inconveniente", para ofrecernos sólo aquello grato a nuestro espíritu. Es cierto que ella enarbola la bandera de la esperanza al decirnos en la voz del protagonista del primer relato: "Cada vez que suenan las campanas, y las palomas salen volando hacia el cielo, me repito su frase de que todo irá mejorando, alguna vez.". Y... si: Alguna vez. Pero cuándo?

Un canto de esperanza, bello, el mismo que sostiene a tantos hermanos nuestros carentes de lo mínimo imprescindible, de cuyo trajinar Milla se ocupa en varios de estos trece relatos breves, en los que viven personajes -ninguno mayor de dieciocho años-, permeables al temor, y a la posibilidad de equivocarse: La sordidez de algunas situaciones tampoco logra escapar de la pluma de Milla, aquella sordidez en la que se debaten esos seres hermosos que llamamos niños, a quienes decimos amar, sin atinar a darles lo que, mínimamente, su edad requiere.

Sí: "LAS ALAS SON PARA VOLAR". Es cierto, Milla. Y el vuelo, a esa edad, necesita quien lo impulse".


GLADYS CARMAGNOLA.

14 de agosto de 2004.



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