PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
JUAN NATALICIO GONZÁLEZ PAREDES (+)

  EL TARTAMUDO - Cuento de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ - Año 1999


EL TARTAMUDO - Cuento de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ - Año 1999
EL TARTAMUDO
 
Cuento de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ

 
 
 
EL TARTAMUDO
 
 
La fogata encendida frente a la choza, doraba con reflejo tembloroso el rostro de los jóvenes, y el aire mismo semejaba sutil velo ondulante de luminosas reverberaciones gualdas. Los mozos, enseñando el pecho en la abertura de la camisa, como tallado en moreno mármol, alimentaban el fuego arrojando en él grandes haces de leña recogida en el vecino bosque. Las móviles llamas, elevándose a las estrellas, pasaban el techo de las casas, ascendían hasta la copa de los lapachos centenarios, y ya muy alto, se disipaban en un vago y sutilísimo nimbo de luz. A la distancia, aquello parecía una enorme rosa ígnea abierta en el seno de la noche.

Con haces encendidos de paja seca, que portaban a la manera de antorchas, niños, hombres y mujeres corrían por la ondulante llanura, agitando en lo alto las llamas o bajándolas a ras de la tierra para acercarlas a las desnudas piernas de las mozas.

- ¡Viva San Juan! ¡Viva el señor San Juan!

De todos los pechos brotaban alegres y unánimes las mismas palabras. Había algo de rudo y de extraño en el acento de aquella gente bulliciosa.

- ¡Viva San Juan! ¡Viva el señor San Juan!
 
Las voces tenían la viveza de las llamas, y ondulaban en el aire como banderas desplegadas. Y de las bocas, rebosantes de palabras y de risas, borboteaba una alegre algarabía como de urna agitada y llena de cascabeles.
 
La fogata se consumía, cubriendo el suelo con su alfombra de ascuas. La esparcida muchedumbre acudió en torno al círculo de fuego, y los niños comenzaron a correr sobre los carbones ardientes: sentían suave calor en la planta de los pies entumecidos por el frío de la noche.
 
Un gallo entonó su primer canto. Otro le respondió de lejos. Y otros y otros. Y sus marciales alardes se entrecruzaron en el espacio, durante varios minutos, semejantes a no sé qué vagas músicas guerreras.

Un arpista ejecutaba aires nacionales. Algunas parejas, alejándose de la fogata semiapagada, bailaron bajo el pajizo techo del rancho, mientras la voz cadenciosa de un cantor modulaba palabras guaraníes, suaves como la queja romántica de un viejo nocturnal.

Florencio danzaba con María Rosario. Casi apoyando la barba en los torneados hombros de ella, hablábale en voz baja.
 
Rodeaba a Florencio una leyenda donjuanesca. Cazador de jaguares y seductor de ariosas hembras, músico a ratos, daba a su acento un tono áspero en las riñas, y lánguido y persuasivo en las justas galantes. Sus palabras penetraban como un filtro en el corazón de María Rosario, despertando en ella los dormidos ardores de la carne. El rostro le resplandecía, embellecido por las amapolas del sonrojo, la sangre galopaba por sus venas, encendiendo a su paso las sensuales llamas de la vida.
 
La música había cesado. Las mujeres se sentaban en rústicos asientos de madera, junto a las paredes.

En la boca de María Rosario brillaba una bella sonrisa, una sonrisa muy ardiente, con la gracia y el color de una rosa púrpura, apenas entreabierta. Sentía una como renovación de su ser psíquico. ¿Qué fuerza íntima, fascinante y sugestionadora, animaba las palabras de aquel adorable burlador de mujeres? Bajo el imperio de su encanto, María Rosario miraba palidecer sus más firmes sentimientos, dando lugar al nacimiento de otros nuevos. Seguía sonriendo, con cierta pena, pensando en Mauricio, aquel buen gigante de torpes palabras. ¿Cómo pudo amarle? Le bastó conocer a Florencio para sentir por él otra intensa compasión, ese sentimiento que nace en el corazón de las mujeres sobre la tumba de un antiguo amor, como hiedras que brotan entre las piedras de ruinosos castillos.

Los músicos ejecutaron una lánguida habanera. Alto y recio de planta, apareció Maurico entre la concurrencia. Su mirada tímida vagó por todas partes, hasta encontrarse con la de María Rosario. Tenía fama de hombre fuerte. En los rodeos, abatía a los toros, asiéndose de las astas, v él solo cargaba en hombros los grandes tigres cazados en las selvas lejanas. Se acercó a la amada. Desde fuera, embozado en la sombra, la había mirado con tristeza bailar con su rival y había visto florecer en su carne todas las rosas del amor, como florecen los limoneros y los lapachos bajo los soles de la primavera. ¿Cómo vencer al enemigo con sus palabras, pronunciadas a pedazos, con inaudito esfuerzo?

Iba a ensayar la lucha. Pasándole la mano, le dijo:

-Ma... ma... ma... ría Rosario, ¿ha... bai... lamos es... esta pie...pieza?

Ella se levantó. Al son de la música un cantor relataba en monótonos versos guaraníes episodios de las últimas guerras civiles. Mauricio prosiguió:
 
-E... e... e... eres...

Sin completar la frase, volvió a sumirse en el silencio. En sus tímidas pupilas se asomaron dos lágrimas. Advertía su ridiculez. En su cabeza se agolpaban las ideas, construía interiormente frases bellas como jamás labios humanos llegaron a pronunciar. Y todo ¿para qué? No podía utilizarlas. Su torpe lengua se resistía a traducirlas en la música del lenguaje humano, dándoles esas inflexiones delicadas y sutiles que realzan la magnificencia de un pensamiento. La comicidad de su situación nacía del contraste entre la adorable hermosura de sus frases y el grosero y dificultoso modo de pronunciarlas. Una oscura desesperación oprimía su ser. La violencia de su respiración levantábale el pecho en movimientos rítmicos y fatigantes. Sus manos se crispaban de impotencia. Ya sin conciencia de sus actos, hundió las uñas en la mano de la amada.

- ¡Ay!

Aquel grito contenido le devolvió el sentimiento de su ser. Abandonó a María Rosario, estupefacta, y se perdió en el misterio de la noche. Un aire frío azotaba su frente y le revolvía los cabellos. Anduvo con pasos de ebrio, resbalándose en los caminos, y tras de mucho caminar, salía otra vez en los mismos sitios recorridos.

¿Cuánto tiempo estuvo así? Lloraba, lloraba, echado al suelo, al pie de un cedro gigante. Salían de su pecho roncos gemidos, gritos ásperos, más parecidos a bramidos de una fiera que a exteriorizaciones del sufrimiento humano. ¡Cuán mal lloran los hombres! Tal vez por eso procuran no llorar nunca, al revés de las mujeres maravillosas artistas del llanto, divinas comediantas del dolor. ¿No habéis sentido nunca cierto placer estético al escuchar los bellos y musicales lloros femeninos? En cambio, los del hombre son horribles e infunden no sé qué vago pavor en el espíritu.

Mauricio seguía preso del llanto. Pero ahora lo ahogaba entre sus labios. Se le adivinaba por ese peculiar estremecimiento de cuerpo de los que sollozan en silencio.

De pronto se incorporó, al llegar hasta él un acento conocido. ¡Era la voz de ella, la que protestaba airada!

-¡No! ¡No ...! ¡Miserable...! ¡Pretender abusar así de una mujer...! ¡Traerme hasta aquí bajo engaño para esto!
 
Y se sentía el forcejeo de una lucha sorda.

Saltó, como aligerado, devorando de un salto la distancia que de ella le separaba.

Apareció con la furia de un macho en celo, que defiende a la hembra de un rival. Se encontró con Florencio. Lo alzó con su manaza de gigante, y lo arrojó lejos. Levantó en sus brazos a María Rosario, y corrió en dirección a la casa. Ella sintió renacer su viejo amor. La reconquistaba su admiración por la fuerza del buen gigante, a quien acarició, felina. Cerrando los ojos, le pasó los brazos por el cuello y le puso un largo beso en su boca tartamuda. Y sintió humedecérsele los rizos, desparramados sobre la frente, con las lágrimas de Mauricio.

- ¿Lloras?

-No. Es el ro... ro... ro... ro... cío que cae.
 
 

De: Textos escogidos

(Asunción: Editorial El Lector, 1996.

Prólogo de Francisco Pérez-Maricevich)



 
 Fuente:



Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI

Intercontinental Editora,

Asunción-Paraguay 1999. 433 páginas.

 
 
 
 
 
 
 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)






Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
Solo en exposición en la web
Colección privada o del Artista
Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
Venta directa
Obra Robada




Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA