EPICINIOS
NATALICIO GONZÁLEZ
Talleres gráficos UNIVERSO
Asunción – Paraguay
1983 (75 páginas)

PRIMER EPICINIO
Tierra rotunda y dulce,
roca, agua y terciopelo,
verde de selvas, verde
de praderas, zebrada
de largas rayas rojas
de arcaicas carreteras.
Tierra cortada en dos
por los argentos filos
de la fluvial espada.
Mas, la ondulante aguja
de las aguas que pasan,
enhebrada de plata,
une, cose y recose
a la que fuera mar
y hoy aprende a ser tierra;
con la que fuera playa
y no recuerda, amnésica,
el beso de las olas.
Con la grave sonata
de la selva y la fina
balada que tus vientos
recitan a los trémulos
pastos de las colinas,
has celebrado el don
vital de los caminos
que en tu cuerpo moreno
es un pardo tatuaje
estilo Siglo Veinte.
Por esas rutas fluyen
en río de motores
las pomas de tus huertos,
tomates rojos como
la boca de tus ágiles
muchachas, las fragantes
maderas de tus bosques,
leches blancas que brotan
de bucólicas ubres,
y el maíz de potente
grano, gozo rural
de autóctonos gurmeses
en el chipá-guazú
o en la ascética sopa
paraguaya, opulencias
de la vigilia indígena.
También el mandi'ó
munífica raíz
que es fuente de hogareño
manjar en el nveyú
y en el cavuré esférico,
o corteza selecta
en el pastel indígena.
Y los pomposos globos
rosas de la aditiva
cebolla forastera
y en fin, toda la ofrenda
frutal de la floresta.
Cuanto gritas y cantas
en tus múltiples ríos
se apaga en las cañadas
y solo el campesino
lo recoge y concentra
en su docto silencio,
y luego lo derrama
en la música maga
de arpas y guitarras.
Nobles, claros varones,
los de los pies descalzos;
en ellos se elabora
tu incógnito destino
y nace la grandeza
por otros amenguada.
Con sus puños vacíos
erigen la potencia
y el esplendor futuro.
Qué quieren esos ríos
que lloran en baladas
tenues de cristal y oro,
espejos caminantes
en los que tiembla, lívida
la luna capturada
con su cielo y sus astros?.
Sus cauces que cerrara
el incauto abandono,
aguardan a las dragas,
la vuelta de los tiempos
en que llevaban barcas
opulentas de cargas,
a lomo de sus aguas,
rumbo a lejanos mares.
El Tebicuary brinda
a su feraz Guairá,
el de las rientes lomas
doradas por sus viñas,
la vieja ruta líquida
que es fuerza transitar
con impetuoso empeño
para asir un destino
de feliz opulencia.
El Manduvirá cede
su margen al arroz
fluvial y nutritivo
y un largo brazo tiende
en los campos y selva
que a San Joaquín circundan.
En qué remoto día
verán llegar gozosas
las paraguayas naves?
El río sueña, late,
surcado en su silencio
por la ligera barca
de los patos afónicos.
Y los fúlgidos héroes
en Cerro Corá increpan,
fatigados de ser
inaccesibles cumbres
que contemplan sus posteros
con el cuerpo empinado,
la faz vuelta hacia lo alto.
Con arte, ciencia y técnica
perforaron los ríos,
fecundaron las mentes,
alentaron el fértil
ingenio y la inventiva.
Destinados estaban
a morir bellamente,
unos con la sencilla
humanidad del santo,
otros con la arrogante
firmeza del soldado
y la desenvoltura
propia del hombre libre.
No quisieron ser cumbres.
Quisieron ser cimientos
de la grandeza autóctona,
y pedestal de jóvenes
alertas, que enriquezcan
con nuevas resonancias
la fama paraguaya.
Paraguay de luz y oro!
Tus ríos presos griten
su sed de renovarse.
Gima tu virgen tierra
por los surcos ausentes
y tu pueblo rechace
la fláccida pobreza.
Que crezca y que prospere
el campesino enjambre
de escuelas que decoran
con su tejado rojo
el rural panorama.
Que tu cósmica mente
hermética y demiurga
dé en mi verbo la clave
del sino que elabora.
Y que en remotos siglos
digan de mí las gentes:
fue la voz fiel y clara
de su Paraguay eterno.
SEGUNDO EPICINIO
Ellos están allí.
En mi sangre que pasa
y queda como un río.
En la tenaz memoria,
alterna y vigilante.
Están allí, envueltos
en mis melancolías.
A todos los recuerdo
cual se recuerda un brazo
mutilado, o el ver
juvenil, claro y nítido,
desde las ya menguadas
visiones del otoño.

ENRIQUE SOLANO LOPEZ
Creación esquiliana
del hombre, calcinada
la piel por la tragedia,
esbelto el cuerpo y fino
como blandida espada,
asomaba en la flor
roja de la solapa
la otra flor de su espíritu.
El belicoso heroísmo
incorporó a la vida
cotidiana. Vivió
el difícil heroísmo
de los hombres libres
que alzan voces eternas
allí donde decirlas
merrecían grillos,
la fosca desventura,
la implacable miseria.
Pero aún las cadenas
prendidas al tobillo,
chirriaban sus metálicos
rezongos misteriosos,
sus rudos cantos de hierro.
El rebelde rompía
con la voz de los grillos
el impuesto silencio.
ARSENIO LOPEZ DECOUD
El viejo señorío
emergía en el vástago
de nuestra antigua estirpe.
Tomó los elementos
selectos de la vida
y creó el hombre estético.
Las bellezas morenas
o blancas que palpara,
los fugaces amores,
engendraron el gusto
de una ternura gélida,
la elegancia del gesto
y el madrigan riente.
El intelecto asceta
unció el viril concepto
con la palabra alada,
pulida como joya.
Y la suma de todo
se centró extrañamente
en un ígneo espíritu,
para crear de pronto
un Alcibíades másculo,
amador sin efebos,
complicado y sencillo..

ANTOLIN IRALA
Fue la idea que ordena
el caos de la vida,
luz clara y cordial
entre clamantes cóleras,
la elocuencia docta,
modelo de mesura.
Tuvo la fortaleza
de ser ilustre y bueno
frente a broncos sectarios
y torvos resentidos.
Al invasor foráneo
que guiara facciosos
para abatir hermanos
opuso el pensamiento
justo, que ya asomaba
en la mente de América
como lumbre y coraza.
No le detuvo el riesgo
ni le inmutó la ofensa
al salvar el derecho
ancestral de su pueblo
a regir su destino.
Y aquel varón cortés,
conciliador y humano,
se irguió corno granito
en cuya hosca dureza
se mellaron aceros
y se quebraron balas.
Nunca tembló su puño
ni el brazo erguido en asta
cuando izó su bandera.

IGNACIO A. PANE
Abstracción hecha hombre,
se sumergió en los tétricos
abismos de la mente.
Bajo la frente cóncava
la tortura del dulce
indagar metafísico.
Los ojos miopes, fijos
en mundos invisibles.
Cantó con rudo acento.
Más allá del poema
vio la belleza tácita,
primordial, el eterno
secreto pitagórico.

JUAN LEÓN MALLORQUIN
Fue la suave bondad.
Fue la afelpada piel
de la energía indómita.
Sus pensamientos eran
cual las furtivas llamas
de los nocturnos campos.
Surgían de la tierra,
modesta chispa errante,
para tornarse estrellas.
Su voz isocromática
con lenta persistencia
disolvía los duros
prejuicios, las rocas
del odio y la avaricia,
las broncas injusticias.
Se encendió su bondad
en irritadas teas
en la noche más negra
del destino, y tendió
una rosada aurora
sobre las soledades
y las desesperanzas.
Oh, mi San Juan León,
mi amigo de ya antiguos
días!. En tu memoria
quemo salvaje cera
en la penumbra mística
junto a un rojo ramo
de rosas y claveles.

JUAN MANUEL FRUTOS ESCURRA
Semejante a los árboles
que en su copa recogen
campesinos murmullos,
captaba los impulsos,
las angustias y sueños
de las gentes del agro.
Percibió en los anónimos
mil añejos saberes,
la inteligencia cáustica,
la potencia, el ímpetu
genésico del genio
que se nutre de pueblo.
Duro, implacable frente
al que manda y oprime,
fue amparo del humilde.
Su culto de los grandes
valores del espíritu
dio esplendor a su vida.
Varón de las tormentas
guió imperioso y dulce.

MARTIN CUEVAS
Entre todos nosotros
fue el cauto y el audaz,
el que premeditaba
en cálculos precisos
el destino, el de gélida
alma donde en crispado
espanto resonaba
el oscuro dolor
paraguayo y fraterno.
La sensibilidad
plantaba sus ideas
avante, más allá
de los vislumbres lógicos
de la meditación.
El corazón primó
sobre el pensar prudente.
Contra el afán estático,
la gran pasión dinámica
impuso el don del cambio
en la incierta búsqueda
del bien y la ventura.
Le abatió el brusco rayo
de la artera fatiga.
Y cayó bellamente,
esculpiendo sus sueños
en tierra, muerte y vida.

LEANDRO PRIETO
Alto como una torre
cuyas campanas lanzan
alertas al espíritu.
Tuvo la fealdad
henchida de belleza
de la carne en que un alma
enciende las antorchas
que guían y conducen.
Crecía en estatura
en el tumulto humano
y de la mente insomne
saltaban las ideas
en explosión de bólidos
o enjambres de cocuyos.
Levantaba en sus hombros
esperanzas y sueños.
Vencióle un alba triste
el dolor de la vida.
MARIO FERRARIO
Era el más joven; y era
el limpio deportista
de la guerra. Sembró
sus gestas en el Chaco
con la sencillez rítmica
de un triunfador olímpico.
Era el más audaz. Y era
el limpio deportista
de la vida. Buscaba
el peligro que conduce
rumbo a una edad nueva,
más feliz y más libre.
Le veo adelantarse
con el andar elástico,
efebo sonriente
de alma blanca y adversa
a la lívida envidia,
al funesto rencor
y al odio negro y duro.
Dejó el recuerdo de una
perdida primavera.
Venid, sombras amigas!
Ayudadme a fijar
vuestras vagas siluetas
en la tela del verso.
Hay en todos vosotros
una fuerza que emana
de la materna tierra,
un estilo que es modo
de ser de nuestro pueblo,
y que vivirán más
que la carne que pasa.
También el astro muerto
sobrevive en el rayo
de la luz que nos transmite
su póstumo mensaje.
TERCER EPICINIO
Guairá, rítmica matriz
de una concepción estética
del callado vivir. Lomas
azules que presuponen
cúpulas; verdes praderas
donde los arroyos dicen
madrigales y baladas
que luego el aeda indígena
en el arpa rememora;
la luz que el espacio llena
como un denso pensamiento
que en la atmósfera estallara;
garza que una raya blanca
cose en vuelo vespertino
a la seda azul del cielo;
la demiurga cordillera
que de oriente arroja pájaros,
un gran sol, lunas, estrellas,
signos de un lenguaje cósmico
que descifran tus poetas.
Tu nombre suena, Guairá,
como sonos de campana
y hueles a tierra caliente
y seca recién mojada.
Eras unas cuantas casas
en un pedazo de selva,
entre corpulentos árboles
y arroyuelos de sol líquido.
Pero allí echaron sus plantas
hombres densos y vibrantes
que trajeron el recuerdo
de tus recios fundadores:
de aquel Melgarejo de ojos
azules, blanco y áureo,
a la vez manso y terrible
como los ríos autóctonos;
o aquel varón que llamaron
Ruy Díaz de Guzmán,
tosco Herodoto, de lengua
de miel y hazañosa espada.
Les vieron tus dulces lomas
desbrozar la áspera selva
con el hacha y con el fuego,
y hacer madurar la espiga
en el aire que bebían
como si bebieren luz.
Se impregnaron lentamente
de tus paisajes que tienen
el ritmo de los hexámetros.
Fuiste la ciudad errante,
la tierra de la aventura.
Ignoras que tu destino
es errar eternamente
Por los mundos del espíritu?
Acunar varones doctos
que se lancen a las arduas
aventuras de la mente
para asir la ley estética
o crear nuevas provincias
de la ciencia? Que algún día
tus labradores alcancen
a dominar la genética
y den el maíz inédito,
paradigma de su especie;
y den el magno tubérculo,
intemporal y prolífico;
y den el maní, la fruta,
cuanto nutre y cuanto viste,
en un milagro opulento
de la tierra humanizada.
De tu origen trashumante
aún guardas la nostalgia
de incógnitas lejanías,
el sentido universal
de la vida y de los hombres.
Firmemente ata tu tierra
con dulzor inolvidable.
Seduce con su equilibrio.
Luego invitas a los viajes.
Tu luz desprende y aleja
tras el vuelo de las aves,
hace que los hombres sueñen
en la comprensión del todo
y que el pensamiento abarque
la totalidad del mundo.
Has dado a todos tus hijos
la libertad y el ensueño.
Ellos siguen una causa,
defienden una quimera,
sin dejar de ser fraternos.
A todos tus hijos diste
la libertad y el ensueño.
Alúmbralos, maternal,
por los caminos del mundo.
No toleres la incultura,
el torvo rencor, ni el odio.
Y que seas un vivero
de claros y doctos jóvenes,
que en precisas ecuaciones
revolucionen la física,
y de químicos que truequen
el mineral y la planta
en tela, color, medicina
o alimentos, en valores
útiles perennizados
por un toque de belleza.
Y que mantengas tu brillo
recatado y vacilante,
dulce fulgor, llama blanca
de la cultura autóctona,
que alimentan tus mujeres
y guía la poderosa
vocación de tus varones.
Guairá... Guairá... Guairá... Suenan
las campanas de tu nombré.
Llegan a lejanas tierras
en un enjambre de abejas
que el corazón aguijonan.
Es la hora de los ensueños.
Es la hora en que uno recuerda
que el hombre es libre o no es hombre.
Somos tu forja en pureza
que vuelve a morder tu llama.
Y te vemos en tu lumbre.
Garza que una raya blanca
cose en vuelo vespertino
a la seda azul del cielo;
la demiurga cordillera
que de oriente arroja pájaros,
un gran sol, lunas, estrellas,
signos de un lenguaje cósmico
que descifran tus poetas.
INDICE
Primer Epinicio
Segundo Epinicio
Enrique Solano López
Arsenio López Decoud
Antolín Irala
Ignacio A. Pane
Juan León Mallorquín
Juan Manuel Frutos
Martín Cuevas
Leandro Prieto
Mario Ferrario
Tercer Epinicio
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