ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

DEL TE QUIERO MUCHO AL TQM

DEL TE QUIERO MUCHO AL TQM

DEL “TE QUIERO MUCHO” AL TQM


alcibiades@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Arcenio Acuña/Archivo.



En toda la historia de la literatura universal no hay más de diez temas recurrentes. Entre ellos el amor y sus matices. Millones de novelas, poesías, cuentos y ensayos tratan de un sentimiento que arrebata la voluntad, enciende la imaginación, alimenta sueños y suspiros, eleva el alma hasta el infinito o la incinera en el infierno.

Del “te quiero mucho” al TQMDel “te quiero mucho” al TQMARCENIO.ACUNHA

Vasija romana con motivos del amor en el Museo Británico de Londres.Vasija romana con motivos del amor en el Museo Británico de Londres.

“El rapto de Helena”, por el alemán Johann Wilhelm Beyer en Viena, Austria.“El rapto de Helena”, por el alemán Johann Wilhelm Beyer en Viena, Austria.

“Leda y el cisne” en el catálogo “D l'amor i la mort”, colección de la Biblioteca Nacional de España, 2001.“Leda y el cisne” en el catálogo “D l'amor i la mort”, colección de la Biblioteca Nacional de España, 2001.

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La vasta literatura en Occidente se inicia con La Ilíada, de Homero (siglo VIII a. de C.), un relato del asedio a Troya, el cual se origina en el amor de dos amantes: Helena y Paris. Ella griega y él troyano. Helena, esposa del rey Menelao, es raptada –al parecer sin resistencia– y llevada a Troya por su enamorado. El marido quedó sin esposa, pero con un ardiente deseo de venganza, la que fue posible al cabo de 10 años de guerra. Troya fue destruida, los griegos recuperaron a Helena y quedó para la inmortalidad un poema épico nunca igualado.

El tema del amor no es solamente una manifestación hacia el sexo opuesto. La poetisa griega Safo (Lesbos, 612-545 a. de C.) dedicó sus mejores sentimientos y talento poético a las niñas, alumnas suyas de la escuela literaria que había fundado. El nombre de la isla donde había nacido quedó pegado para siempre para calificar a las mujeres –lesbianas– inclinadas hacia su mismo sexo. Hoy Lesbos tiene fama universal por las miles de personas que llegan a la isla en procura de ganar un espacio en algunas ciudades europeas. Es posible que estas personas, deseosas de abandonar sus respectivos países, no sepan que el suelo donde pisan dio a la humanidad una gran poetisa que cantó al amor como ninguna otra.

Desde Homero hasta hoy, el amor domina las ficciones literarias y artísticas. También la vivencia de los enamorados que pasan por momentos de sublime deleite o indecibles tormentos. Hay historias reales que parecen inventadas por una fecunda imaginación. Una de las muchas conocidas es la de Abelardo y Eloísa, acontecida en el siglo XII. Él era filósofo y teólogo francés. Para no dañar su carrera eclesiástica se casó en secreto con la mujer que le tenía trastornado el corazón: Eloísa. No duró mucho el secreto. Fue condenado a llevar una vida solitaria y errante. En 1136 escribió Historia de mis desventuras, una dolorosa confesión. Su alma estuvo partida entre la mujer que amaba y su fe religiosa con la que finalmente se quedó.

¿Pero qué es el amor?

La definición del amor es infinita. Va desde la filosófica al cinismo, de la sociología al sarcasmo, de la religiosa a la irreverencia. Un notable autor norteamericano, Ambrose Bierce (1842-1913), quien saltó a la fama con su Diccionario del diablo, dictaminó acerca del amor como “demencia temporal durable mediante el matrimonio o alejando al paciente de las influencias bajo las cuales ha contraído el mal. Esta enfermedad, como las caries y muchas otras, solo se expande entre las razas civilizadas que viven en condiciones artificiales; las naciones bárbaras, que respiran aire puro y comen alimentos sencillos, son inmunes a su devastación. A veces es fatal, aunque más frecuentemente para el médico que para el enfermo”. Aquí encontramos muchas de las palabras asociadas al amor: “demencia temporal”, “paciente”, “el mal”, “enfermedad”, “devastación”, “fatal”. Naturalmente, están las otras precisiones de acuerdo con la sensibilidad y experiencia de quienes lo experimentan: “plenitud”, “felicidad”, “ensoñación”, “alegría que desborda el corazón”, “tocar el cielo”, etc. En general, estas exaltaciones acaban dando la razón al diccionario de Bierce. Estas definiciones contradictorias encontramos en libros que se han hecho clásicos. Algunos de ellos, Dafnis y Cloe, escrito por el griego Longo en el año 250 de nuestra era. Son dos jóvenes enamorados, criados entre cabras y vacunos, hasta que sobrevino una separación forzosa que acaba con el reencuentro feliz.

La novela pastoril llegó exitosa hasta los tiempos de Cervantes, el cual, entusiasta del género, lo intercala con el relato de las aventuras del Quijote, como el episodio de Grisóstomo que muere de un amor no correspondido por la bella Marcela.

Cervantes (1547-1616) introdujo otra de las expresiones del amor: el soñado, ilusionado, delirante, que vive solo en la imaginación. Se enamora de la aldeana Aldonza Lorenzo, que pasa a ser en el delirio del Quijote Dulcinea del Toboso “dechado de toda hermosura y discreción y que reside en alcázares o palacios”. Hacia el final de su vida, en su lecho de enfermo, Don Quijote recupera el juicio, el sentido de la realidad.

“Señores –dijo Don Quijote– vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco, y ya soy cuerdo…”. De aquí que el dramaturgo español, Jacinto Benavente (1866-1954) dijera que “el amor es como el Quijote: cuando recupera la razón es porque está por morir”.

El romanticismo

Con la novela epistolar Tribulaciones del joven Werther, publicada en Alemania en 1774, Goethe (1749-1832) dio la señal de salida para el que sería pronto un movimiento universal: el romanticismo. Werther, con su pasión amorosa, influyó también en el comportamiento de muchos jóvenes que siguieron los pasos trágicos del personaje. Escribió, igualmente, Fausto, la leyenda del sabio que llega a viejo ignorante de los placeres de la vida. Para recuperar su juventud y sentir los latidos del corazón que ama, y es amado, vende su alma al diablo. El diálogo entre Fausto y Mefistófeles en la negociación es de una singular belleza conceptual. El negocio se cierra con la promesa del Diablo –luego cumplida– de que el Dr. Fausto gane el amor de Margarita y vivir con ella la exuberancia de la juventud.

La semilla del romanticismo echada por Goethe no tardó en prender con fuerza en Francia y luego en los otros países.

Víctor Hugo (1802-1885) dio a conocer en el prefacio de su obra teatral Cromwell, el manifiesto del romanticismo resumido en esta idea revolucionaria: la libertad en el arte. Fue una rebelión contra el clasicismo que vivía atado a las reglas de Horacio (65-19 a. de C.) cuyo Arte Poética dominó la escena del siglo XVIII y gran parte del XIX europeo. La idea de Horacio de las tres unidades: de tiempo, lugar y acción, limitaron hasta el extremo las creaciones teatrales. Shakespeare, que se había pasado por encima de estas reglas –salvo la unidad de acción–, se convirtió en la inspiración de los románticos, sobre todo en Romeo y Julieta, cumbre de la poesía amorosa. Hasta hoy miles de visitantes colman, en Verona, la casa donde ha vivido y amado la joven de 14 años. En su balcón, los enamorados se hicieron el juramento de amarse para siempre. Cuando Julieta le pregunta cómo ha llegado hasta ahí, Romeo le responde:

–Con las ligeras alas del amor sobrepasé estos muros, pues las lindes de piedra no pueden sujetar el amor; y lo que puede hacer el amor, se atreverá a intentarlo el amor: de modo que tus parientes no podrán detenerme.

Los románticos, libres de las ataduras del clasicismo, se dieron a la tarea entusiasta de expresar todo cuanto decían sentir y pensar de una vida desbordada por la imaginación. Es así que dieron a la posteridad, sin pensar en ella, obras que hasta hoy se leen con deleite. Algunos pocos ejemplos: La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (h); las obras poéticas y novelas de Lamartine. Una de estas, Graciela, fue traducida al español por el poeta paraguayo Natalicio Talavera; las poesías, las novelas, el teatro de Víctor Hugo, incluso sus cartas escritas a Adela con la pasión del romántico; los poemas de Vigny; las poesías de lord Byron, y muchos otros escritores a los que deben sumarse la música y la pintura.

Obviamos el romanticismo paraguayo. Raúl Amaral tiene un acabado estudio sobre el tema. Nos limitamos a transcribir este párrafo de Amaral: “Si el estilo de vida de un pueblo tiene algo que ver con su expresión escrita y con los factores de cultura correlativos, y todos ellos: estilo, expresión y factores pueden mostrarlo en una de sus etapas ni más arriba ni más abajo que otros, sino en su propio nivel, no a impropios niveles ajenos, entonces habría que convenir que ese romanticismo existió de verdad, porque un pueblo no puede inventar nada que de alguna manera no esté latente en sus entrañas”.

El amor no se da en los corazones jóvenes solamente. Gabriel García Márquez escribió El amor en los tiempos del cólera. En el Paraguay, Mario Halley Mora dio a conocer Amor de invierno. En ambas obras ya no es el fuego que abrasa ni el vendaval que sacude. Es un calor tibio que recorre las entrañas. Es la serena belleza del otoño.

El seductor sin escrúpulos

La mucha literatura teatral, más un lejano mito, crean a Don Juan como el personaje de la seducción audaz que busca satisfacer su apetito carnal. No hay amor, hay desafío, un empeño por vencer la resistencia de la mujer, aunque fuese monja. El filósofo español Ortega y Gasset escribió: “Y es que, con pocas excepciones, los hombres pueden dividirse en tres clases: los que creen ser Don Juanes, los que creen haberlo sido y los que creen haberlo podido ser, pero no quisieron”.

Tirso de Molina (1581-1648) dio a conocer en 1630 El burlador de Sevilla y convidado de piedra, obra fundacional del mito de Don Juan e inspirador de las que vinieron después como No hay plazo que no se cumpla, de Antonio Zamora (1664-1736), y Don Juan Tenorio, de José Zorrilla (1817-1893). Esta obra se representa anualmente en España en el Día de Todos los Santos. Es la pieza que más gusta al español porque –como observó alguien– después de sus andanzas pecaminosas fue perdonado por Dios.

Cinco rostros del amor

El escritor francés André Maurois (1885-1967) escribió Cinco rostros del amor. Es un estudio sobre las distintas facetas del amor de acuerdo con el espacio y el tiempo. Si hoy tuviera que hacerlo, posiblemente ya serían siete u ocho rostros. El último se referiría al amor en los tiempos digitales. Con seguridad, le llamaría la atención que el dulce “te quiero mucho” se convirtiera en TQM.

La contribución del guaraní

Nuestro idioma nativo ha contribuido enormemente a difundir los sentimientos del corazón. Hay algunas poesías, musicalizadas, que son clásicas para recordar al amor. Tenemos, por caso, Ne rendape aju, de Manuel Ortiz Guerrero; Ange pyhare, de Aparicio de los Ríos; Che kuairû resa, de Francisco Martín Barrios; Nde ratypykua, de Félix Fernández; Jasy morotî, de Darío Gómez Serrato; Nendivénte, de Teodoro S. Mongelós; y Nde juru mbyte, de Emiliano R. Fernández, entre otras muchas.


 



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