ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

SEMANA SANTA A TRAVÉS DEL TIEMPO

SEMANA SANTA A TRAVÉS DEL TIEMPO

SEMANA SANTA A TRAVÉS DEL TIEMPO


Culminan hoy las celebraciones de la Semana Santa, con el repicar jubiloso de las campanas. Estos actos tienen en nuestro país cuatro siglos de tradición, cuyos inicios se encuentran en los primeros sacerdotes que acompañaron a los conquistadores españoles a mediados del siglo XVI.

Las órdenes religiosas

Desde la fundación misma de Asunción estuvieron con los conquistadores muchos religiosos en la tarea de cristianizar a los nativos. Posiblemente –a estar por los historiadores–, la Orden Mercedaria habría sido la primera congregación cuyos miembros estuvieron en el Río de la Plata y en el Paraguay. Luego llegaron los de la Orden de los Jerónimos. Estos abandonaron la Provincia después del alzamiento en contra de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, de quien se declararon simpatizantes.

En 1542, con Cabeza de Vaca llegaron dos religiosos de la Orden Franciscana, la que después tendría una enorme influencia en la Provincia. En 1575, con la expedición del adelantado Juan Ortiz de Zárate vinieron los primeros misioneros, a los que se agregaban otros. Esta orden ha dado a religiosos de la talla de fray Luis de Bolaños y fray Alonso de San Buenaventura. Los franciscanos fundaron varios pueblos, todos ellos con nombres autóctonos, como Caazapá, Ypané, Guarambaré, etc., etc. Después llegaron los de la Orden Dominica y los jesuitas. Estos últimos, fundaron las misiones, es decir, pueblos indígenas con un sistema de vida que dio mucho que hablar.

Entre epidemias y celebraciones

Moisés S. Bertoni, en su estupenda obra La civilización guaraní, nos dice que “hay que tener en cuenta que, para los guaraníes, abrazar el cristianismo y, por tanto, aceptar la vida de las misiones representaba un enorme sacrificio. No en vano a sus connacionales que continuaban en la selva su antigua vida llamaban tekokatu, o sea, “los que viven bien”; no sin razón varias veces intentaron sacudir el suave pero materialmente peligroso yugo de la religión, para volver a vivir como antes. El gran motivo permanente fueron las enfermedades y las pestes, y al final, las masacres y la esclavitud, calamidades, ambas, debidas a una misma causa, la concentración de poblaciones muy numerosas en pueblos de superficie necesariamente reducida”.

Para dar una idea de la frecuencia de las epidemias de peste, basta decir que el P. Techo enumera o alude a catorce, solo en los años de 1618 a 1628 y sin contar más que las desastrosas. La proporción o frecuencia es más o menos la misma en la época anterior y en la sucesiva. “Reunirse en grandes pueblos –afirma Bertoni– equivalía a enfrentar la probabilidad de una catástrofe muy próxima. No obstante, cientos de miles de guaraníes aceptaron esa situación por el deseo de abrazar el cristianismo”.

En este proceso, los pueblos administrados por jesuitas y franciscanos iban perfilando una creencia –y una costumbre– que se proyectarían a través de los siglos. Los actos celebratorios de la Semana Santa ocupaban el centro de esta nueva religión para los guaraníes. Al comienzo han sido actos sencillos. Se limitaban a los rezos y a algunas restricciones del quehacer cotidiano, como la alimentación, la vestimenta, la diversión. Posteriormente, cuando la religión iba vigorizándose en el pueblo y la economía estaba más desarrollada, las celebraciones adquirieron un aspecto más espectacular. Se hacían verdaderas representaciones de las escenas de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

En su Memoria sobre la Provincia de Misiones de indios guaraníes Gonzalo de Doblas nos habla de la Semana Santa en los pueblos de las Misiones, después de la expulsión de los jesuitas: “Las funciones de Semana Santa se hacen con bastante solemnidad y devoción, aunque con poca decencia las procesiones, por lo imperfecto de las imágenes, y ningún adorno de todo cuanto en ellas sirve. En algunos pueblos comienzan las procesiones desde el Lunes Santo, pero lo más común es desde el miércoles: este día a la tarde se cantan en la iglesia las tinieblas con toda la música, con tanta solemnidad como pudieran en una colegiata: en donde es de admirar el oír cantar las lamentaciones y demás lecciones a muchachos de ocho a diez años de edad, aunque no con propiedad latina, porque no entienden lo que leen ni pueden pronunciar bien el latín, ni el castellano, porque carecen en su idioma de las letras L, F y R, ásperas, pero muy corridas y ajustadas a la música. Duran las tinieblas hasta las oraciones, a cuya hora, al tiempo del Miserere mei Deus cerradas las puertas y apagadas las luces, se azotan rigurosamente los indios, poco después se hace plática de pasión en el idioma guaraní”.

Nos imaginamos con qué devoción, con qué íntima alegría los nativos harían esa “plática de pasión” en su propio idioma, luego del inentendible, para ellos el rezo o el canto en latín y en español. Rezar en guaraní habrá sido, para los indígenas, un reencuentro consigo mismo y con Dios. Habrían de pasar cuatro siglos –con el Concilio Vaticano II– para que en los templos se escuchasen de nuevo el guaraní, en el canto y en el rezo (...).

En la época del doctor Francia

De la Semana Santa en época del dictador Francia nos hablan dos calificados testigos: los hermanos Juan y Guillermo Robertson, quienes nos dicen que “La gente pasaba en ayunas las mañanas y las noches, y se abstenía devotamente de comer carne en los días prohibidos: las pocas diversiones se suspendieron, las mujeres abandonaron afeites y adornos y vestían rígidamente de bayetilla negra de lana. Todas las clases sociales iban a misa cada mañana y muchos se encerraban por días dándose latigazos y ayunando hasta el extremo. Los sermones que durante el resto del año nunca formaban parte de la misa, se predicaban dos veces por semana y detallaban minuciosamente las obligaciones morales de la vida.

El Jueves Santo –continúan los hermanos Robertson– toda la población de la ciudad estaba en movimiento rezando las estaciones o recorriendo distintas iglesias y repitiendo en cada una de ellas un cierto número de plegarias. Todas las clases respetables vestían de luto riguroso, y, en vez de los usuales toques y repiques ruidosos de las campanas, un muchacho llevaba por las calles una matraca de madera y la tocaba a medida que caminaba. No estaba permitida la circulación de ningún vehículo o caballo u otros animales. Se veía solamente una densa muchedumbre que iba a la iglesia, moviéndose en todas las direcciones en profundo silencio, y la escena en conjunto era impresionante.

Pero el Viernes Santo –agregan los hermanos Robertson– que es un día de gran solemnidad en todos los países cristianos, excepción hecha de los presbiterianos y de algunos protestantes discortes, era en Asunción un día de extraordinaria excitación; y para una persona que no estuviese imbuida de los sentimientos que brotan de la observancia material de la Iglesia Católica Romana, el Viernes Santo en la reclusa capital de los jesuitas ofrecía un espectáculo de desusado interés.

Más adelante, los hermanos Robertson al hablar de la muerte de Jesús, nos dicen: “...cuando empezaron las instrucciones del sacerdote para descender el cuerpo de la cruz, la impaciencia del dolor comenzó a manifestarse por todos lados ‘Subid —gritaba él— sagrados ministros, subid y preparaos para el triste deber que tenéis que cumplir’. En este punto seis u ocho personas de entre los legos, cubiertas de la cabeza a los pies con amplios mantos negros, subían al calvario. Ahora los sollozos de la gente se volvían más impetuosos y cuando por fin se dieron las instrucciones para sacar el primer clavo, empezó la escena de confusión que hemos descrito recientemente y todo el resto de la oratoria del predicador se convirtió en mera pantomima muda. Por fin se colocó el cuerpo en el féretro y los sollozos y chillidos de la muchedumbre cesaron. Tuvo lugar una solemne ceremonia fúnebre: todas las personas respetables recibieron un gran cirio de cera para llevar en la procesión y el féretro, luego de haber hecho el circuito alrededor del campo, fue depositado en la iglesia. La gente se dispersó y el gran día de semana de la Pasión había concluido”.

(Extracto de una compilación del autor para el Suplemento Cultural de ABC Color del 11 de abril de 1982)





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