LOS CASOS DE PERU RIMA - LA OLLA DE LA VIRTUD
Teatro de ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE
Perú hace fuego en el que calentará una Olla de Barro.
Momento después aparece su hermano Vyro,
visiblemente lastimado en varias partes del cuerpo.
Vyro: Perú… Perú
Perú: ¡Vyro! (Se levanta para socorrerle.)
V: ¡No se me acerque!
P: ¡Pero hermano…!
V: Sí, "hermano". Es ésa mi desgracia.
P: ¿Pero qué te pasa?
V: Ay, no me toque… Ay, allí no… Ay, ahí tampoco.
P: ¿Pero vas a explicarme…?
V: ¡Soy yo el que necesita explicaciones!
P: Y un buen médico. Vamos a ver…
V: ¡No se me acerque!
P: Pero hermano...
V: Ya no soy su hermano… A usted no lo conozco… No puede ser hermano mío quien de esta manera me hizo golpear… Eran cuatro hombres fuertes, ocho brazos de hierro, que a una señal del patrón se me vinieron encima… Eran sordos a toda súplica… En balde grité, rogué, lloré…
P: ¡Hermano mío!
V: ¡No! Usted no pudo haber salido de las mismas entrañas que yo.
P: Pero estás hablando como si yo fuese quien así te dejó.
V: Fue por su culpa… Usted me empujó hacia ese castigo.
P: Todavía no entiendo.
V: El que tiene que estar así es usted y no yo… Fue usted el mentiroso, el estafador, el…
P: Bueno, bueno… entre hermanos.
V: ¿Quién le vendió a don Martín un cuervo?
P: Yo le vendí; porque él me pidió.
V: ¿Y quién le dijo que era un cuervo adivino?
P: Y es adivino… Don Martín mismo lo comprobó.
V: ¿Y cuánto pagó por ese animal?
P: El importe creo de dos vacas.
V: ¡No mienta!
P: Bueno, creo que de cuatro o cinco. Yo esas cosas no tengo en cuenta; para mí el dinero…
V: ¿Y por qué usted no me avisó cómo ha sido la venta? Usted me dijo que don Martín compraba cuervos, me mostró todo el dinero que pagó por uno solo…
P: Pero eso no es motivo…
V: A mí me entusiasmó el negocio; quise salir de pobre; comprar una gran extensión de tierra, tener capuera propia, con arado, bueyes, carreta…
P: ¿Y después?
V: Yo pensé que si por un cuervo don Martín pagaba tanto, por varios cuervos, por cientos de cuervos, pagaría mucho más y yo tendría suficiente dinero. Maté entonces mi única lechera, saqué al campo para descomponerse, y al tercer día me puse a cazar cuervos. Vinieron de todas partes, en bandadas interminables. Alquilé una carreta, la llené de cuervos, y me fui a casa de don Martín. Estaba de fiesta…
P: Sí, era el casamiento de su hija. Y a mí me compró el cuervo para lucirse ante sus invitados.
V: Cuando llegué esos invitados se estaban riendo de él, porque el cuervo que usted le había vendido como adivino no era tal, desde luego, y además le quitó un pedazo de oreja a don Martín. En esos momentos le ofrecí 82 robustos cuervos, y los cuatro peones me dieron 82 palizas, también muy robustas.
P: Lamento contigo hermano.
V: Con eso mi situación no se arregla. ¿Qué hago ahora sin mi lechera? ¿Cómo alimentaré a mi mujer y a mis hijos?
P: No te preocupes. Tienes la suerte de tenerme por hermano.
V: ¿Me comprará acaso una vaca con cría?
P: Yo no. El pa’í.
V: ¿Qué puede importarle mi desgracia?
P: A mí me importa, y eso es lo que cuenta.
V: ¿Le pedirá dinero?
P: No. El me va a ofrecer. Tiene que pasar por aquí. En ese arroyo suele dar de beber a su caballo y él aprovecha para descansar a la sombra de estos árboles.
V: ¿Y por qué tiene que ofrecerte dinero?
P: Me gusta que vuelvas a tutearme. Quiere decir que te pasó el enojo.
V: Pero no estos dolores… ¿Tenían que lastimarme así? ¡Y todo por culpa tuya!
P: No, Vyro. Fue tu ambición, lo cual no está mal, pero hay que tener prudencia.
V: O tu misma astucia.
P: Sí, la astucia de conocer la ambición de los demás; la vanidad de los demás. ¿Quieres quitarle provecho a una persona? Averigua cuáles son sus ambiciones, qué vanidades tiene, y éntrale por allí.
V: Voy a procurar.
P: Allí viene el pa’í (Se pone a sacar leña de debajo de la olla.)
V: ¿Por qué vienes a cocinar aquí?
P: Para comprarte una vaca lechera.
V: Todavía no está la comida, ¿por qué quitas la leña?
P: Ya vas a entender… ¿Cómo…? El pa’í viene acompañado… Pero no importa… Igual me ofrecerá dinero… Vamos a sentarnos alrededor de la olla, mirando cómo hierve la comida.
V: ¿Mirando solamente?
P: Por el momento sí.
V: (Intenta sentarse, pero no puede.) ¿Me quieres ayudar? (Perú le ayuda.) Ay, ay, ay… ¡Juro que esto me lo vas a pagar!
P: Silencio. Allí viene. (Aparece el cura seguido de una joven.)
Cura: ¿Ustedes por aquí?
V: (Se levanta.) ¿Qué tal pa’í? La bendición.
(El cura le bendice. Luego espera hacerlo también con Vyro.)
V: ¿No puede ser sentado? (Junta las manos pidiendo la bendición.)
C: Sería una falta de respeto a Dios.
V: Entonces otro día nomás.
P: ¿Y esta hermosa niña?
C: ¡No la mires!… Tus ojos pecadores pueden manchar este candor: Es una inocente criatura… Es un alma que gané para el reino de los cielos… La llevo a Asunción para dejarla en un convento.
P: ¿Y usted no tiene miedo, padre, que los ángeles se enamoren de ella?
C: ¡No digas disparates!… ¡Mira cómo la has puesto… Bañaste de rubor la castidad de su rostro. La pobrecita jamás escuchó malas palabras. Yo siempre digo: esta criatura tendría que haber sido gota de rocío, pétalo de rosa, ala de mariposa, perfume de jazmín. (La abraza.) ¡Inocente mía!
P: Y no le puedo decir algunas palabras pa’í, para después yo también… (Ademán de abrazarla apasionadamente.)
C: ¡Eres un sacrílego!… Vamos, niña…
P: Espere pa’í… Tiene todavía un largo viaje y quiero invitarles con un exquisito almuerzo. (La muchacha suspira hondamente.)
C: ¿Tienes apetito, ángel mío? (La joven asiente con la cabeza.) ¡Pobrecita!… Salimos muy temprano…
P: Vea la comida, pa’í… (Destapa la olla. Ante el aroma, la joven lanza otro hondo suspiro.)
C: La verdad que huele bien… (Se agacha ante la olla.) ¡Un aroma delicioso!… ¿Inocente mía, quieres comer? (La joven asiente con la cabeza.)
P: Cuando guste nomás, pa’í… Está a punto.
C: Pero muy caliente… ¿Por qué no quitas la olla del fuego?
P: No tiene fuego. (El cura se fija sorprendido.)
C: Pero… ¿Y cómo está hirviendo?
P: Esta olla no necesita de fuego.
C: No me harás creer…
P: Esta es una olla de la virtud.
C: ¿Olla de la virtud?
P: Así se llama porque no necesita de fuego para calentarse.
C: ¡Cómo es posible!… (Comienza a inspeccionar. Mira, alza la olla.) ¡Pero esto es increíble!… ¿De dónde la sacaste?
P: Disculpe pa’í, pero al que me dio le hice dos juramentos: no contar el origen de la olla ni tampoco dar a otra persona.
C: ¡Y está hirviendo! ¡Y sin fuego!… ¿Candorosa mía, no es esto maravilloso? ¿Cómo?… ¿Dices que te gusta?… ¿Que quieres la olla?… Perú…
P: Ni pensar pa’í… Hice un juramento…
C: Pero no llegará a saber.
P: Lo sabrá todo. Es un poderoso hechicero, ¡descendiente del gran Tamandaré! (La muchacha le habla al oído al cura.)
C: (Abrazándola.) ¡Angel mío!… La pobrecita piensa en todo… Claro que es cierto... Perú, esa olla tienes que vendérmela… Yo la necesito más que tú. Para servir mejor a Dios Nuestro Señor y a su Santa Iglesia, debo andar por estos caminos días enteros, la mayor de las veces sin probar bocado… Con una olla así, podré librarme de muchas ayudas involuntarias… Dios sabe que puedo pasar sin comer, pero el mate es mi vicio; por ahí se me entró el demonio, y no puedo una mañana o una tarde pasar sin mate. Me duele la cabeza, me mareo, pierdo la vista, se me llena el cuerpo de un sudor frío… Esta olla sería la gran solución.
P: No puedo pa’í… Y lo lamento de veras.
C: Vyro, háblale a tu hermano… Convéncele…
V: El hizo un juramento, padre.
C: (Quita una bolsita, de la que saca algunas monedas.) Mira… esto es para ti…
P: No es cuestión de dinero, pa’í. Es ese juramento…
C: Nos conocemos, Perú. Quebrantarías, como siempre lo has hecho, todos los juramentos ante una conveniencia mayor. Mira… más monedas... Tome...
P: Usté me compromete, padre. ¿Acaso no van al infierno quienes faltan a un juramento?
C: Descuida, Perú. Tampoco en el infierno te aceptarían… ¿Más dinero?… Es todo cuanto puedo darte… Toma, acepta y me quedo con la olla.
(La muchacha le habla al oído) ¿Cómo?… ¡Pero Angel mío!… ¡Tu bondadoso corazón me dejará sin un centavo!… Bueno, si lo quieres… (A Perú.) Toma todos mis ahorros… Es toda mi fortuna… La venía juntando de a centavos para una vejez tranquila.
P: Pa’í… yo no quiero…
C: (Le pasa la bolsita.) Por favor la olla.
P: Y bueno... (Acepta el monedero.)
C: (Le abraza.) Gracias, hijo mío. (La muchacha sonríe feliz. Perú la mira con picardía. Ella baja la cabeza, siempre sonriendo y con alguna coquetería.) Perú, eres un buen cristiano… Acabas de hacer una obra de bien para un humilde siervo de Nuestro Señor Jesucristo. (La escena entre Perú y la muchacha se repite. Esta vez la mirada de él y la sonrisa de ella son más picaras y coquetamente pronunciadas.) Que Dios te bendiga, hijo mío, y sigas haciendo obras de caridad. (Le deja de abrazar.)
P: Igualmente, pa’í… ¿Y a qué convento va esta señorita, padre?
C: ¡Esta niña!… Va al convento de la Merced. La hermana superiora es prima lejana mía, y cuya conducta, adornada de la más férrea moral cristiana, es suficiente garantía para que este ángel conserve inmaculada su alma aquí en la tierra, y goce después de la eterna bienaventuranza allá en el cielo.
P: Amén… Bueno pa’í…
C: ¿Cómo? ¿Vas a irte sin comer?
P: Me pasó las ganas.
C: ¿Y tu hermano?
P: El tampoco quiere comer.
C: La verdad que a mí también me pasó el apetito con la satisfacción de ser dueño de esta maravilla… de esta… ¿cómo era?
P: Olla de virtud.
C: Eso mismo. Olla de virtud… No derramaré la comida por si más tarde… Te bendigo hijo mío.
V: ¿Y a mí, pa’í?
C: Levántate.
V: No puedo.
C: Entonces, cuando puedas. (A la muchacha) Vamos, ángel mío, que nuestro camino todavía es largo. (Salen. La muchacha, al salir, le sonríe a Perú.)
P: Bueno, hermano querido, acabamos de hacer un buen negocio.
V: ¿Quieres levantarme? Ya no aguanto aquí sentado.
P: (Revisando el monedero) ¡Cuántas monedas! ¡Y qué hermosas! ¡Suenan a música! ¡Además bendecidas, bendecidas! ¡Monedas del cielo!… ¿Hermano, tuviste alguna vez monedas así?
V: Nunca. Recién ahora las voy a tener… ¿Son para mí, verdad? Para comprarme una vaca con cría. Hay suficiente dinero… ¿Quieres levantarme? (Procura y no puede.)
P: ¿Te fijaste cómo me miró la muchacha?
V: ¡Quiero levantarme!
P: ¿Viste sus ojos?
V: ¡Ya no aguanto más!
P: ¿Y su sonrisa?
V: ¡Levantame de aquí!
P: Detrás de su mirada he visto un fulgor extraño… algo que me atraía como una fuerza o un hechizo, o el simple, sencillo y suave encanto de una mujer hermosa.
V: ¡Ya no soporto estar aquí sentado!
P: ¿Crees que me enamoré de ella?… ¿Qué convento dijo?… ¡Ah, La Merced!... ¡Tiene muros que tocan las nubes… allí no entran ni el viento, ni el sol, ni siquiera un suspiro!
V: ¿Perdiste la razón?
P: Tiene razón el cura. Esa muchacha es un ángel… ¿o tal vez el demonio?
V: ¿Perú, hermano mío, quieres levantarme de aquí?
P: Claro, el dinero que te prometí… (Le pasa una moneda.) Toma. (Vyro espera otras más.)
V: Esta sola no me sirve.
P: Yo creo que sí.
V: Estás bromeando.
P: ¿Y cuánto quieres?
V: Lo suficiente para comprar una vaca.
P: ¿Quieres una vaca con cría?
V: Fue lo que me prometiste.
P: No quiero hacerte daño. Si te doy todo el dinero, a nada querrás esforzarte. En cambio este poco, te hará sentar cabeza, luego los brazos y las piernas. Y eso es lo que vale, hermano; sólo el esfuerzo pronto te hará comer siempre y nunca dependerás de nadie.
V: ¡Levántame siquiera!
P: El hombre que es hombre se levanta solo. (Le tira una moneda.) Hasta la vista hermano. (Sale.)
V: ¿Ahora me pasa esto?… ¡Y me dice hermano!… Por sus venas corre la sangre del diablo… ¿Cómo hago para levantarme?… ¿Quién me ayudará en esta selva?… (Aparece el cura con la olla.)
C: ¿Y tu hermano, Vyro?
V: ¡No es mi hermano!
C: Estoy preguntando por Perú Rimá.
V: ¡No pronuncie su nombre!
C: Entonces di donde está el que me vendió esta olla.
V: Está riéndose de usted y riéndose de mí.
C: ¿Qué dices?… ¿Reírse por qué?
V: ¿Se enfrió la olla, padre?
C: Está tibia aún.
V: ¿Quiere calentarla?
C: A eso vine. Me olvidé preguntarle cómo funciona.
V: Le voy a mostrar. Alcánceme. (Así lo hace el cura.) Usted pone así… Vaya y traiga leña seca…
C: No necesita de leñas.
V: ¿Sí?
C: Perú no utiliza.
V: ¿Que no?
C: Yo he visto hervir sin fuego.
V: Vaya allí en la orilla. Encontrará leña quemada… la leña que Perú utilizó para hacer hervir el agua… Como esta olla es de barro, conserva el calor por algún tiempo.
C: ¿Cómo?… ¿Qué leña…?
V: Vaya y busque… tiró allí mismo al verle venir. (El cura busca enloquecido la leña. Encuentra. Escoge la más grande. Retiene en la mano como garrote.)
C: (Amenazador) ¿Dónde está Perú?
V: Desde luego que no se quedaría.
C: ¿Y mi dinero?… ¿Y todo mi ahorro? ¿Y toda mi fortuna?
V: Yo también…
C: ¡Aparte de hermano, su cómplice eres! (Por el garrote) Este palo gastaré por tus espaldas hasta la última astilla…
V: No padre, yo nada hice.
C: ¿Y mi dinero?… ¿Cuánto te tocó a ti?… ¿Se repartieron en partes iguales?
V: Sólo me tiró esa moneda.
C: Vyro, para que te acuerdes de mí siempre... (Comienza a pegarle.)
V: (Después de un rato y entre sollozos) Mire pa’í… mire pa’í… ¡Allá está Perú!
C: (Al escuchar el nombre se detiene.) ¿Cómo?… ¿Pero será posible, Dios mío?… ¿Estoy soñando, o estoy loco?… (Gritando) ¡¡Perú!!… ¡Perú Rimá!… ¡Deja por lo menos el caballo!… ¡Quédate con la muchacha… pero déjame el caballo! (Para sí mismo) Y se fue… (Entristecido se sienta junto a Vyro.) Y se fueron... Vyro…
V: Sí pa’í.
C: Somos dos vyros.
V: Sí pa’í. (Se levantan los dos, en actores, riéndose.)
ACTOR I: (Que hacía de Vyro.) ¡Ingenioso cuento!
ACTOR II: (Que hacía de Cura.) ¿Por qué siempre Perú Rimá tomaba a un cura para sus bromas?
AI: No sé muy bien, pero me parece que esos casos que pretenden, o pretendían ser anticlericales, vienen de la época de la colonia. Más concretamente, de la época de la revolución comunera cuando los jesuitas estaban abiertamente en contra de ese movimiento popular y libertario. Y como esos jesuitas tenían mucho poder, el pueblo, sobre todo el de Asunción, se vengaba de ellos a través de Perú Rimá. Era como un panfleto que corría de casa en casa, y en cuya redacción colaboraban todos. (Aparece el autor que hacía de Perú Rimá con la actriz que hacía de acompañante del cura.)
AI: Creímos que ya se escaparon en serio.
ACTRIZ: ¿Con éste... yo?
ACTOR III: Bueno…
ACTRIZ: Una broma. Escuchamos que hablaban de Perú Rimá.
AI: Tratábamos de encontrar un origen a los casos en los que siempre, o casi siempre, hay un cura.
AIII: Hay muchos casos en los que no aparece el cura.
ACTRIZ: Pero aparece una monja.
AI: O un hombre adinerado.
ACTRIZ: ¿Contamos el caso de la monja?
AI: A propósito… ¿qué pasó de la muchacha del cuento que acabamos de contar? ¿Llegó a entrar en el convento?
ACTRIZ: Perú la llevó al convento sin tocarle un cabello. El rapto de la joven y el robo del caballo eran parte de su jugada contra el cura.
AII: Vamos a creer que no la tocó…
ACTRIZ: Es que no la tocó…
AII: (Incrédulo) Está bien… No la tocó...
ACTRIZ: La llevó al convento. Hizo más. Habló con la Hermana Superiora a quien entregó la muchacha en nombre del cura.
AII: Pero un tiempo después Perú se fue a visitarla. (Se ríen todos.)
AIII: ¡Y de qué manera!
ACTRIZ: Bueno, ¿contamos ese caso?
Teatro Breve del Paraguay, 1981)
Fuente: ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA,
3ra. Edición. Autora: TERESA MENDEZ-FAITH.
Editorial y Librería EL LECTOR, Asunción-Paraguay, 2004.
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