LA ORALIDAD EN LA LITERATURA PARAGUAYA
Ensayo de OSVALDO GONZÁLEZ REAL
Nos ha preocupado mucho, últimamente, el rescate de la oralidad de nuestros pueblos; la valoración de ese receptáculo del imaginario colectivo, que Mark Münzel ha dado en llamar “oratura” en contraposición al concepto occidental de “literatura”. Los que no han contado con la palabra escrita, hasta que llegaron los colonizadores, fueron considerados como seres sin historia ya que no estaban comprendidos dentro de la marcha lineal de la historia oficial de Europa. La tradición oral, sin embargo, ha salvado para nosotros, la rica y deslumbrante memoria colectiva, que ha resistido los ataques de la dominación lingüística refugiándose en los mitos, los cuentos, las leyendas populares.
La “oratura” -dice el antropólogo ya citado- está sometida a leyes de estructuración distintas de las usadas en la literatura, pero se trata de algo más que la mera diferencia entre expresión escrita y expresión oral (por ejemplo, la diferencia entre una copla popular transmitida de generación en generación y un poema escrito), se trata de todo un estilo de expresión cultural, cuya característica distintiva es la “oralidad”. Ahora bien, no debemos olvidar que la misma literatura está fundada en la palabra. Se ha citado como ejemplo clásico el hecho de que los poemas homéricos han sido primero cantados por los rapsodas antes de ser puestos en letras de molde. La creación poética es eminentemente verbal y surge, generalmente, de una matriz mítica (muy bien estudiada por antropólogos como Lévy-Strauss y el mismo Meliá). Meliá nos habla de una característica de la oralidad cuando señala que “más que creación individual importa un concepto de ser la voz de la comunidad, del saber que constituye el origen y la legitimidad de esa cultura". El cosmos, la comunidad, el alma del hombre está fundado sobre la palabra. Desde el nacimiento -en la cultura guaraní- ya aparece, como “nombre”, como dadora de sentido, la “palabra-alma”. Este concepto primigenio de creación por la palabra, es crucial para la comprensión de estas culturas ágrafas. Aquí, hay que tener en consideración los valores síquicos y simbólicos que se atribuyen a la voz humana y la importancia que esta tiene dentro del mito, el rito y la tradición. Hay un proceso de génesis-estructura- función, entre estos términos. El mito, otorga el sentido; el rito, lo celebra y el símbolo lo expresa en un corpus de “precomprensión” establecido por la tradición. El experto venezolano Esteban Monsonyi asevera que “la oralidad constituye un sistema de códigos y mensajes analíticamente separables de su contexto y dotados de una autonomía relativa; dicha oralidad, a pesar de su amplio margen de independencia, se inserta de manera directa o indirecta en la totalidad o casi totalidad de los hechos humanos, con los cuales interactúa constantemente, dando origen a una influencia mutua y creativa Es interesante hacer notar que incluso entre los Aztecas y los Mayas -que poseían cierto tipo de escritura- era obligatorio el entrenamiento en la oratoria y en la memorización de rezos, cantos, etc. Lo escrito se utilizaba solo como ayuda-memoria, o para cuentas y contratos, según Perla Petrich lo afirma en su estudio sobre la oralidad latinoamericana. La oralidad es, según dicha especialista, “un procedimiento sumamente eficaz para la conservación y transmisión del patrimonio cultural de los pueblos”.
En el caso de nuestro país, el Paraguay, tenemos una tradición oral que se manifiesta como una forma peculiar de mestizaje. La lucha por el poder entre los colonizadores y los nativos se vio signada por la competencia y la lucha implacable entre la lengua del dominador y la del conquistado. Según Bartomeu Meliá, el etnólogo lingüista, lo que hicieron los españoles fue expoliar al pueblo de su palabra, convertir a las parcialidades indígenas en colectividades “despalabradas”. El guaraní fue prácticamente obliterado, negado, rechazado por los colonizadores; tuvo -como lo he dicho en otra oportunidad- que mimetizarse y disfrazarse para sobrevivir a la invasión. Esta resistencia a la desaparición del idioma autóctono se vio amparado en el hecho siguiente: el idioma materno era el guaraní, y el paterno el castellano. Era una lucha sorda entre el elemento femenino, gestador, y el masculino, opresor. A raíz de las circunstancias históricas, por todos conocidos, se produjo un desarrollo “asimétrico”, un desarrollo desigual entre las dos lenguas. Se produjo la hispanización del guaraní y la guaranización del castellano. En este enfrentamiento,
salió disminuido el guaraní, por su condición de inferior. Es sabido que los paraguayos menosprecian la letra escrita. Tienen una desconfianza natural hacia lo que se ha llamado “folklóricamente” letra-í. Esto se refiere a los contratos y leyes españolas que figuraban en los libros y que eran utilizadas para expoliar a los paraguayos iletrados. De ahí la sospecha de que todo libro es tramposo.
Esta idiosincrasia del paraguayo ha sido utilizada por escritores nacionales, como Juan Bautista Rivarola Matto. Para los europeos, la palabra escrita es la norma, la razón, el “logos”. Por lo que está en letras de molde -por ejemplo, la Biblia o el código de Hammurabi- se mata, se quema, se tortura. El que interpreta la letra -el hermeneuta- tiene las riendas del poder; ya sea que esté en juego una Constitución o un libro sagrado. La oralidad, por el contrario es tolerante, elástica, en continua transformación y metamorfosis. Es creada y recreada alrededor de los fogones, junto a ese lugar donde se gestan los mitos, las cosmogonías. Lo que sucedió en nuestra historia es que el castellano se volvió normativo con respecto al guaraní. Se pretendió crear una amnesia colectiva en relación a la historia local.
Desde este momento se presenta la situación peculiar que marca nuestra cultura nacional: el bilingüismo. Este universo mestizo, esta dicotomía básica que divide nuestra alma en dos mitades aparentemente irreconciliables, se manifiesta como una maldición a través de nuestra historia. Como dice
Bareiro Saguier, este enfrentamiento dialéctico aparece como una lucha en el interior mismo del sistema “matriarcado”-”patriarcado”, que exige al individuo una elección que lo condicionará para toda la vida: ser guarango o ser “bien nacido”.
El guaraní, para sobrevivir se refugia en ese “otro mundo” de la marginalidad. Al discurso autoritario se contrapone el contradiscurso” mítico; hay texto y contratexto; poder y contrapoder, como diría Roa Bastos, refiriéndose al binarismo esencial que se puede apreciar en la concepción de su novela Yo El Supremo. Roa ha tratado de apoderarse, de apropiarse de la cultura iletrada y, por medio de una transubstanciación lingüística, convertirla en escritura.
Esa contaminación de la literatura por medio de la oralidad guaranítica, ha sido una de las intenciones estéticas de la obra roabastiana. Él ha dicho: “he tratado de hacer pasar a la escritura, naturalmente, sin forcejeos artificiales y retóricos la entonación natural de la oralidad”. La idea original, creo, procede de Lacan, quien hablaba de la posibilidad de que la voz sea salvada dentro de un texto que está condenado a cristalizarse y a convertirse, con el tiempo, en letra muerta.
Rescatar del olvido el aliento -la voz- del pueblo, confrontar lo “dicho” a lo “escrito” es lo que aquí se pretende. El guaraní, la lengua madre, será siempre el inconciente reprimido de nuestra conciencia hispánica. Lo popular, aparentemente, va a ser siempre lo oral. La voz de la madre que sobrevivió a través de siglos de ignominia y persecución, oculta en las sentinas de la historia, vuelve, como vuelve todo lo reprimido. ¿Será que desde ahora tendremos un diálogo de igual a igual?
El Fiscal del Pueblo
En el libro de Rubén Bareiro Saguier sobre Roa Bastos leemos que la novela El Fiscal se refiere a la dictadura stronista que pretendió “fiscalizar” la sociedad paraguaya. El rol de fiscal implica -para Roa- la presunción de una “culpa” de la cual participaría toda la comunidad. El inquisidor juzga a los demás desde su peculiar punto de vista -dogmático- y, seguidamente, aplica el castigo merecido. Esta idea peregrina -casi kafkiana- de que todos somos culpables de algo que ignoramos, quizás sea digna de ser analizada dentro del contexto que nos toca vivir.
Ya se ha vuelto famoso el Dr. Pedro Abilio Rolón, bautizado por el común con el título de Fiscal del Pueblo. La gente lo ve como el reivindicador de los derechos de los perseguidos; los torturados y, en fin, del campesino expoliado por los esbirros del régimen anterior. La labor de este abogado se basa en hechos concretos y pruebas fehacientes.
En el caso de El Fiscal asistimos al enjuiciamiento histórico de todo un pueblo a través de sus héroes, mitos, guerras y revoluciones. No es nada fácil juzgar, por ejemplo, las causales y los resultados de la Guerra del 70. Tampoco es tarea liviana sopesar las motivaciones y la “culpabilidad” de los protagonistas de las distintas asonadas, golpes de Estado o conspiraciones que signan la azarosa historia patria. Sin embargo, se puede intentar -por medio de documentos, cartas, proclamas, etc.- deducir la proporción de responsabilidad que les pueda tocar a los autores de nuestra evolución política.
Quizá la culpa que todos compartimos sea la de haber actuado como cómplices del poder.
Como pasivos receptores del despotismo. Hemos pecado, tal vez, por omisión, callándonos cuando debíamos hablar; no atreviéndonos a la desobediencia civil.
En el caso de Kafka -“que nació postumo”-, la culpa es por el mero hecho de haber nacido, de existir. Ahora bien, nuestra falta original es quizá la de haber venido al mundo en este rincón subdesarrollado de América. ¿Qué extraño destino -”karma”, dirían los orientales- hizo que tuviéramos que soportar este exilio terrenal?
Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos después de leer capítulos sueltos de El Fiscal, tratando de deducir el resto en base a reportajes y declaraciones periodísticas de nuestro gran escritor. Se ha dicho que “un pueblo tiene el Gobierno que se merece”. ¿Es esto verdad? El gobernante podría, a su vez, decir: ¿Tengo acaso el pueblo que me merezco? Cualquiera de las dos posiciones puede ser defendida con pasión y convencimiento. Sin embargo, ambas olvidan la historia; el proceso dinámico que surge del choque antagónico de intereses y de facciones. Los hombres providenciales no existen.
Creemos que el pueblo es responsable de su propio destino y debe luchar para obtener su propia libertad, su propia democracia. El pueblo debe ser su propio fiscal preguntándose en qué falló, dónde se desvió del camino verdadero, para no volver a cometer los mismos errores. No podemos responsabilizar de nuestros males solo a los dictadores. Ellos viven de la “conciencia de culpa” que ataca a los pusilánimes.
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ESCRITOS SOBRE LITERATURA PARAGUAYA Y OTROS ENSAYOS
Por OSVALDO GONZÁLEZ REAL
Colección ACADEMIA PARAGUAYA DE LA LENGUA ESPAÑOLA - TOMO VIII
Editorial SERVILIBRO
Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ
Tapa: CAROLINA FALCONE
Asunción – Paraguay,
Octubre 2013 (196 páginas)
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