Y DAN UN PREMIO AL QUE LO ATRAPE VIVO, 1986 - Poesías de ESTER DE IZAGUIRRE
Y DAN UN PREMIO AL QUE LO ATRAPE VIVO (1986)
Poesías de ESTER DE IZAGUIRRE
PRÓLOGO
Un nuevo volumen de poemas de Ester de Izaguirre no puede pasar inadvertido. Ni la autora ni el público podrían caer en esto. La autora en Y dan un premio al que lo atrape vivo intenta (y logra) una totalidad, que es un camino ascendente desde la desesperanza del tiempo y lo cotidiano rutinario, hasta el reencuentro con lo que realmente importa.
Pero, por sobre todo, estamos frente a una poeta que trabaja su lenguaje literario y nos entrega su mensaje con la misma facilidad con que parecen esculpidas las estatuas y las joyas: como si no hubiera esfuerzo.
Frente a la «técnica» Ester de Izaguirre instaura un discurso poético sugerente, sin altibajos. Es una «voz» que entabla un doble diálogo: con sus obsesiones y con el virtual lector que se integre a estas páginas. Labor de poeta sin duda, pero también labor de un ser que ahonda en lo que la vida ofrece de reflexión, de constante introspección para llegar hasta el sentimiento más hondo y desde allí hablamos. «Vida vivida», frase que quizá ya haya escrito en otro artículo, pero que aquí significa, también, vida vivida y transmutada en poesía. En esa poesía que perdura como un recuerdo necesario (obstinado) y hace releer el texto más de una vez, como una melodía que nos llegara finamente al alma para quedar allí retenida.
El título de este nuevo libro hace alusión a versos de la propia autora.
«Ámense ahora que el milagro anda suelto por las plazas y dan un premio al que lo atrape vivo».
Está tomado de Qué importa si anochece, volumen de 1984. Este nuevo libro -que alude al milagro del amor- lleva solamente el último verso como título general del poemario: «Y dan un premio al que lo atrape vivo».
El volumen está dividido en varias «estaciones», diría, tal como un ascenso del «yo lírico» (en términos técnicos) o del «alma» en términos que mejor se avienen con la temática del mismo. «Juguetes y otros olvidos», «El tiempo y demás traiciones», que contiene la mayor cantidad de poemas y es ahí en donde quizá se genere el doble juego temático de oposiciones de este volumen: «ser inmerso en el tiempo» opuesto a «liberación por el conocimiento de lo trascendente»; la cuarta parte se refiere a «El amor y otros espejismos».
Se conjugan, pues, dos temáticas que recorren el libro: la del tiempo obcecado, que destruye la materia y la memoria, y el amor que se instaura también en el tiempo.
Por esto hablábamos al comienzo de «libro total», de «estaciones del alma», de una cosmovisión que la autora intenta dar con acertado y acabado lenguaje poético, pero que intenta trascender lo poético puro (como otros escritores desde los griegos para aquí) para que el poema sea el vehículo de ese mensaje o intención logrado.
Un libro totalizante, repetimos, como pocos que hemos leído en un panorama literario preocupado por lo efímero, que marca una trayectoria y una esperanza. La esperanza porque todavía la poesía hispánica mantiene un rumbo firme en una de sus máximas voces.
Al amplio registro temático hay que agregar la sólida lucidez con que Ester de Izaguirre maneja el lenguaje poético, que va desde el verso libre hasta el soneto, todos estos canales de expresión puestos en función del sentimiento a expresar.
Alberto Laguna
Del Diario La Capital de Rosario, 22 marzo de 1987
JUGUETES Y OTROS OLVIDOS
COMO SI NO ESTUVIERA
Cuando era chica
robé una muñeca de aquella estantería,
y de tanto quererla
pude acallar mi culpa.
Pero una tarde
al ver a mis amigas
con juguetes comprados
-la seguridad y la inocencia-
corrí a devolverla y ya era tarde.
No existía la casa ni la calle
ni aquel amor tan grande
que me impulsó a robarla.
Ahora sigue a mi lado.
Como si no estuviera.
DESTIEMPO
Llegué tarde a la fiesta.
Aun así aguardaba un globo,
una guirnalda ingenua
en la puerta de calle desolada.
El dueño de casa despedía
a los últimos huéspedes.
Usted ha llegado tarde,
quizás pueda regresar fuera del tiempo
cuando un día se distraiga
o se enloquezca un año.
Quizás haya otra fiesta en que ataviado
con todos los que fueron desencuentros,
se convierta en el único invitado.
DESENCUENTRO
Madre,
me compraste un juguete. Lo escondiste
y lo busco por la casa
que está desordenada como siempre.
No hay puertas ni hay ventanas,
no hay vereda ni enfrente, no hay vecinos.
Ya no me hablas del río, las barrancas.
Qué pasó con el pueblo y las amigas
y por qué este silencio y esta nada.
Lo escondiste
y no puedo hallarlo, madre
y esa verdad tendría el color del verano.
Si no me lo hubieras prometido
habría jugado con cajitas de fósforos,
con los viejos botones de tu cómoda,
con los collares que nunca te ponías,
con pétalos de flores.
Me hubiera entretenido imaginándolo.
Madre, atardece
y ya me cansa el juego.
ROMANCE A UN CONSCRIPTO DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO
(Buenos Aires, 1982)
Marinero, marinero
hace muy poco bogabas
en barquitos de papel
sin cañones, ni mesanas
y sin nubes que cubrieran
el cielo de tu mañana.
Marinero de mi tierra
que navegabas el alba
y de golpe te pusieron
en el pecho una metralla.
¡Ah, cómo abrías los ojos
y no podías despertar,
cuando creías todavía
que llamaban a marchar!
Era a luchar que llamaban
y allá en el mundo del mar
te aguardó un columpio de algas,
un juego de arena y sal,
y una cuna de madrépora
para dormir sin cesar.
¡Ay pobre cuna de sombras!
¡Ay, sueño sin despertar
qué acantilado vacío
tu nombre recordará!
EL TIEMPO Y DEMÁS TRAICIONES
TEATRO
No me va el papel de anciana
y la escena me aguarda,
me golpean la puerta
y el público impaciente se agiganta.
Debo salir,
me empujan los relojes,
el escenario clama, los focos me previenen
y no creo en la máscara que llevo.
No me va el papel de anciana
y yo sé que es la última vez que caerán los telones.
Debo dejar que mi cansancio y mis arrugas
se convenzan a sí mismos,
como un mediocre actor, de que es Edipo,
de mi preñez de lágrimas,
de noches que no acaban,
de las mínimas urnas
en las que paseo las cenizas del amor.
Pero entro vacilante,
miro a cada rostro despiadado
y la cortesanía de violines
le va dejando paso a las palabras.
No me va este papel ni lo he querido.
Y al fin todos aplauden
como se aplaude al triunfo.
RÍO
Hoy vuelvo a estar como antes,
como cuando era chica
y veía detenerse las barcas
pero nadie bajaba al muelle de mi pueblo.
Ni un rostro diferente,
sola, con la oscura tristeza de aquel río.
Después llegué hasta el mar
y no podía creer
en la rielante senda hacia la espuma
que me impelía,
desde la sordidez de camalotes;
y no podía creer
en la magia raigal de las madréporas.
Ahora,
las arenas de ausencia me devuelven
al limo de la costas,
a las aguas taimadas,
a las barcas en las que nadie llega.
SI EL TIEMPO NO TRANSCURRIERA
La vejez al acecho, sin moverse
como un pastor que cuida las haciendas.
De pronto, la mirada sin los ojos
descubrirá una estrella.
AL HERMANO QUE NO TUVE
Ahora me doy cuenta
de la falta que me haces.
De haber crecido juntos
hubiéramos repartido aquel paisaje
de sauces junto al río,
y hoy tendría en los ojos
la mitad de la pena.
PADRE NAVEGANTE
A Ramón Ayrolo
No querías saber nada
de las fotografías de pájaros en vuelo.
No querías comprender la existencia necesaria
de los supermercados, las farmacias,
los quioscos de noticias.
Querías saber del mar
porque nunca pregunta...
Pero ayer te dejamos en un cuarto mezquino
y busqué por los rincones
para ver por dónde tu alma
podría salir al aire
de ese pueblito blanco
que también fue tu cuna,
y volver a los puertos
en los que anclaste con tu risa llana,
y a los pueblos que ahora busco en los mapas
y no existen.
Padre, duende, delfín,
qué hacer en esta jaula
con la herencia del vuelo.
Y sin tus alas.
VOS, EXILIADO
Existe el desterrado y existe la costumbre
que transforma el castigo en una espiga;
existe la costumbre de olvidarse
del nombre de la tierra
y formar otro nido, en otra orilla,
y vendarse la herida con restos de bandera.
Caen destronados los reyes de la infancia,
se buscan los paisajes
de la ciudad amada
y el hombre antiguo se desangra y calla.
Nace y muere cien veces una noche
por hallar la Cruz del Sur sobre su frente,
pero ve que la cruz está en su espalda
y en sus pies la simiente
que dejará sus frutos en una tierra extraña.
Del otro, del que era, ni acordarse.
Pero a vos, Buenos Aires te duele en el costado
y la llevás a cuestas por el mundo
como una escarapela del destierro.
Hubiera sido cómodo
dejarla en el estuario
y jugar a olvidarla poco a poco.
Pero elegiste fundarla adonde fueres,
como una medalla, lucirla en la solapa,
y celebrar con versos a tu tierra nativa
con la lealtad y el fuego
de una lágrima.
EL ACTOR
Soy dos hombres.
Después, ni yo ni Hamlet.
Tan sólo una pregunta
en el gran escenario
frente al salón vacío:
Quién soy.
En cuál de las dos cárceles
quedó encerrada el alma.
AGENDA
Cuando muera esta mano
que puede anotar fechas,
una libreta opaca
persistirá asombrada en mi escritorio.
Como un perro extraviado
sin el amo del tiempo,
como el inútil canto de victoria
desde un pueblo sitiado.
LA PELÍCULA ANTIGUA
El tema es una casa
a la que invaden los aniversarios
y también perseverantes filodendros.
En verdad la memoria es una cárcel
de la que no pueden escapar los procesados.
Las figuraciones de la vista
tienen más realidad
que la pluma y la página
que deja de ser blanca;
más que el escritorio que me soporta cada día
como si yo estuviera entera;
más que todo lo que conseguí
creyendo que lo estaba buscando.
Además creía en otras cosas,
en la sacra vitalidad del poema
que no vive en la casa de los aniversarios.
Observo el espectáculo de nuevo.
Esa mujer ha vuelto, parece que es feliz,
ama a sus hijos, reza,
festeja todos los aniversarios,
riega los minuciosos filodendros.
De tanto proyectarla en algún cine
se ve deteriorada.
Y silenciosa
como el escorzo
patético de un templo,
está la casa.
AMARRAS
Casa,
ni la muerte se atrevía
a la custodia ardiente de tus puertas.
Patio de los murmullos y los juegos,
de la salud en los ojos y en el gesto;
de las plantas abiertas al milagro
de florecer sin tregua.
Todavía te defiendo.
Las veces que fui feliz bajo tu amparo,
casa, la de mis hijos, mis raíces, mi tiempo.
El dolor verdadero fue el tenerlos enfermos.
Lo demás
fue el engaño de un verbo que inventaba el exceso.
Aunque todo termine,
aunque el Apocalipsis sea cierto,
con el verdor postrero subsistirá la casa
que yo habré preservado
con uñas y con dientes,
de la usura y la nada
de mi propio desierto.
PUEBLO
Desde entonces
cuánta semilla en el secano,
cuánto desperdiciado brote.
No ver cuándo amanece
es seguir en la noche.
Y me fui,
abandoné la tierra
y las siestas de hoguera.
Desde entonces
quiero saber quién es la desertora.
Quién soy,
que ahora nadie deletrea mi nombre.
Quién soy que la casa está cerrada
y ajenas, reticentes, las paredes.
Que el perro ya no sale a recibirme,
que al entrar en la escuela
ya no hay olor a tinta
y a sosegado otoño.
Que en el recreo, a las hamacas
las columpia el aire.
Que no quiero ser Tarzán ni Jean Harlow.
Apenas la que soy, pero saberlo,
y no dudar ante el recuerdo
de aquellos cementerios deslunados,
en los que yazgo,
unitaria y plural
como la vida.
OBJETO INÚTIL
Nada de lo que sirve, a mí me sirve.
Quiero lo que no sirve a nadie,
las cosas sin destino, cosas libres,
un saco que no cubra los andrajos,
un amor gratuito como el sol,
que no cueste arrojarlo a la vereda
y se pueda malherirlo sin escándalo.
Y yo
no quiero servir más,
me quitaré el tatuaje de la feria
y si alguien me encuentra
que no se llame a engaño:
soy un objeto inútil.
Que no me busquen dueño
y no pongan avisos en los diarios.
A UNA AMIGA DE LA INFANCIA
Quiero que me recuerdes cosas
que a mí se me olvidaron,
aquello en que deseaba convertirme,
el detenido enero,
el sol iridiscente junto al ceibal dormido.
Recuérdamelo amiga.
Investigo la prehistoria de mis manos
y no descubro nada.
Sé que tu voz,
una venda de estrellas quitará de mis ojos
y volverá aquel patio, nuestro fugaz reinado
donde hacíamos coronas con los sauces
en aquellas domesticables primaveras.
Convócame a aquel tiempo que se fue.
Si lo entendieras como yo
no cabrían en el mundo tu miedo y mi dolor.
Las cartas se extraviaron,
en todos los correos hay fogatas de letras,
los teléfonos se ahogan con sus propios cordones,
los libros permanecen en rancias bibliotecas
bautizados con ojos que ahora leen la tierra.
Los partidos de fútbol señalarán domingos
y una máquina sorda partirá en dos la siesta.
Entonces, esta culpa de haber nacido a medias,
de vivir olvidando tanta infancia de veras,
sabrá que ya no hay tiempo
bajo el cielo que espera.
EL GOL DEL DOMINGO EN EL POTRERO
Fue una caricia el sol. Es primavera.
No importa que mañana
repte otra vez el aire amenazado,
las órdenes y el gesto de cualquiera,
del padre que no sabe ni presiente.
Con la cara feliz, los ojos menos,
y zapatos que se niegan al regreso.
Pero allí está la casa con el rincón sabido,
con el olor a sombras,
con el ácido ruido de los días venideros.
No importa,
el otro sol, la pelota de fútbol,
pregonará su gol por siete días.
Y así se lo enseñaron en la escuela,
ni San Martín en Chile,
ni Belgrano allá en Salta,
ni Napoleón en Austerlitz
se gloriaron como él, aquel domingo.
Mañana habrá un reloj despertador
más allá de las proezas y los sueños.
AMA DE CASA
Sentada en la vereda del verano
nunca tuve la idea
de que hubiera otras calles
más allá de mi calle.
Pero ayer me distraje con el vuelo
de un pájaro.
Se me fueron los ojos por el aire
y se perdieron lejos.
Desde lo alto pude contemplarme:
parecía un barquito de papel,
como esos que fabrica nuestro hijo
y que a poco de andar
quedan varados
en un traidor escollo de hojas secas.
Mis ojos se quedaron allá arriba,
libres entre la luz de las estrellas.
Ahora, ciega, sentada en la vereda del verano,
veo pasar la vida de mi pueblo
con la mirada ajena.
A UN GATO
Quiero domesticarte y para eso
acerco tu comida a la ventana.
No te animas hasta que no me alejo.
Tiembla en tu lomo terso la sospecha
del ancestral engaño de la selva.
Te verberan los genes
y la especie te advierte en el oído.
Yo quiero demostrarte lo que siento
y te hablo,
que no me tengas miedo.
Podría trocar en nido la intemperie
y en calor el tejado.
Hay algo de temer en las palabras,
me miras a hurtadillas
y escapas a tu choza de lluvia y desamparo.
Sabes que soy un hombre
y tu mirada antigua
no me cree.
NIEVE SOBRE EL ÁRBOL SECO
(Vaduz, Liechtenstein 1980)
Es un candelabro
en la fiesta fugaz de la montaña.
Me duele el blanco sobre el árbol muerto,
sus mentidos diamantes,
la ajena investidura del amor.
La prestada belleza que mañana
será murmullo de agua,
corazón del torrente,
otra vez tronco herido
y apenas pura rama vulnerada.
Mañana
sólo árbol crucificado
sobre el Gólgota inútil del paisaje.
Me duele tanto resplandor de nieve
y esta pobre limosna del instante.
NO TE HE LLORADO
A la memoria de Clelia Costa Lima
(Buenos Aires, junio de 1978)
En tu rostro detenido
contemplé todas las máscaras
que alguna vez se detendrán conmigo.
No te he llorado, amiga,
porque quiero alcanzar con silencios
la hondura del no estás.
Quiero que alguien me ayude
a conversar tu ausencia
de café y librerías,
de música y poemas.
Dónde hay un Cireneo que me ayude
esta mañana sin tus buenos días.
Ya no me está gustando
resolver crucigramas
y acariciar los hábitos.
Buenos Aires mira
desde alguna bandera desganada.
CUANDO DIJE ADIÓS
A Juan Cicco
Sorprendí a las barrancas
en su primera cita con el río.
Vi los soles terribles que nunca se ponían.
Vi el rostro de la madre solitaria
a través de la fiebre.
Y vi la tarde en que me despedía
de eso ambiguo y hadado
que flotaba en el aire.
Todo lo encontré
al oír una música de entonces.
Todo lo encontré menos a ésta,
que está escribiendo sus memorias rotas.
EL ESPEJO
Porque es él la mitad de lo que he sido
entre tanta perdida arquitectura,
porque es el rostro que dejó el olvido
y un testimonio de mi desmesura.
Porque me veo en él desfigurada
como si en el azogue quebradizo
acechara la infancia constelada
que la tiniebla del ayer deshizo.
Persigo aquella imagen y aquel juego
pero todo verdor es amarillo
y el ojo que miraba es ojo ciego.
Es inútil buscar en los espejos
y demandar vestigios a su brillo,
de aquellos sueños que se fueron lejos.
LA OTRA
La extravié,
y después el recuerdo enmarcó
con su madera carcomida
-ebria todavía de su bosque-
aquella imagen.
Y llevé sin agobio
el crimen de olvidarla.
Hoy la volví a encontrar
y le observé la carne y la mirada.
El aire, a su contacto, se volvía traslúcido
y cantaba, cantaba.
Le reclamé mi parte de pasado,
las perdidas señales
de haber nacido juntas,
y no me respondí.
Fui perfecta extranjera en el espejo.
La otra, la olvidada.
COLECCIONISTA DE MONEDAS
Porque es la cara y ceca de la vida
y porque tiene un rostro casi humano,
se me va de los dedos, desasida,
y retorna, doméstica, a mis manos.
Yo te retengo, mía, mercenaria,
me quedo con tu cifra y tu hidalguía,
cerceno tu carrera rutinaria
con mi cárcel de pana y lanería.
Yo colecciono tiempo enmudecido.
Yo doy a Dios lo que es de Dios, y al César
un museo de níquel y de olvido.
AUSENTES
Crecer es irse lejos,
crucificar a la rayuela,
sorprender a la galera
con un bigote adentro.
Matar como a una hormiga los recuerdos
de la infancia.
No sea que devoren los jardines
del nuevo continente.
Crecer
es acallar preguntas,
romper en dos la hoja de la vida
para escribir de nuevo.
EL QUE NO FUE
De todos los Sperma Zoidion
sólo uno fecunda el óvulo:
los demás mueren.
(De un texto elemental de Biología)
Corriste como un loco. Era la vida,
toda la vida la que te jugabas.
Al llegar a la esquina tu tranvía
diez cuadras más allá se te escapaba.
Había que regresar ¿a qué países?,
¿a qué verano insulso, a qué embeleso?
¿A la primera cita, a las raíces?,
¿a la luz de bengala de aquel beso?
¿Volver a aquel deseo milagroso
que te escandió hecho néctar en su cuerpo
como un raro poema silencioso?
Predicador, profeta o guerrillero,
pequeño dios que no llegaste a ser
porque el tiempo otra vez llegó primero.
ÁRBOL DE LA CIUDAD
Buscabas un lugar para nacer.
Te equivocaste
y estás sobre la acera de una ciudad indigente,
fiesta de logaritmos y de pistas,
de ventanas selladas,
de cielos sojuzgados.
Tallo sediento que no sé cómo creces
de puro estar, nomás,
allí plantado.
DEL AMOR Y OTROS ESPEJISMOS
CEGUERA
Corazón,
ya conoces la casa,
pero cambian los muebles de lugar
y tropiezas, lloras, te desangras;
caes.
Sé que nunca verás y me da pena.
No existen los paisajes
que buscas hacia adentro
ni tampoco los dioses que inventaste.
Sin embargo yo cubro los resquicios
por donde pueda entrar una luz salvadora.
Yo cuido tu ceguera
porque no sé, mi pobre corazón,
qué pasaría,
si alguna vez, por un milagro,
vieras.
SÍMBOLO
Cuando te nombro
enciendo una candela
en la noche del páramo.
Cuando puedas nombrarme
sabré cómo me llamo
y seré un crucigrama
resuelto por milagro.
LA DISTANCIA
Hoy descubro esta piel límite;
límite de tu cuerpo y del mío.
Muralla indeseable,
largo cerco de ausencias.
Hasta el aire me devuelve lejanías sitiadas
y el cielo me revela sus fronteras.
LA CÁBALA
No quieras descifrarme;
soy tuya porque el tiempo
detuvo a nuestro lado su rojo desenfreno,
para hundir sus raíces fugitivas
en un poco de piel y otro de suelo.
RAYOS LÁSER
Te busco como si estuvieras en la tierra,
rastreo un olor a pintura fresca,
a casa sin estrenar -y la casa es el alma-,
un perfume a jazmines -a un austral el ramo-,
un silencio de bar ahogado de suburbio,
algún boleto de ómnibus hecho tiempo
en un bolso distraído,
algún poema sin pie ni cabeza
que escribo o que me leen,
algún paisaje (la juventud es pavor),
alguna calle de pueblo
en la que resucita
el ladrido de un perro,
la plaza, que siempre espera una distracción
para florecerme adentro,
el recuerdo de mis rodillas nuevas,
bajo unas medias caladas
ya pasadas de moda,
mis primeros rubores
con sabor a malvado latrocinio.
El mundo se va confabulando
para hacerme creer
que a la vuelta de la esquina
me espera tu impaciencia.
Doblo el recodo. Estás, pero sigo caminando
y atravieso tu imagen.
¿Por qué si estás, no estás?
¿Cuál es el juego?
Siento con el aire de esta tarde de enero
la extraviada cantidad de tu piel
que no me germinó más que en palabras.
¡Tu palabra!
Dónde el tono y la voz, dónde el silencio.
Nadie sabe lo que es buscar a nadie,
obstinarse revolviendo las sombras
en un cuarto vacío
una y otra vez, sin convencerse
de que ya no hay milagros
más a mano
para robar alguno.
El aire desorientado
hace un ruido discreto
en mi ventana.
RÉQUIEM AL AMOR
Dónde estaba la gente distraída
que no se oyó el tañer de una campana,
que ninguna palabra lo ha llorado,
que los parques están como si nada.
Empecinado tiempo que desgasta
la estatua y el diamante y el poema.
En mi pecho hay un mínimo sepulcro
y una paloma sepultada a medias.
Hay una parte exánime que hiende
las sombras y el orgullo destronado;
la otra todavía se estremece;
el ala viva del amor que ha muerto
esta hoja otoñal, este fantasma
ya no podrá volar ni en el recuerdo.
DE DIOS Y OTRAS ESPERANZAS
A UNA MARIPOSA EN LA CIUDAD
Allí estás sobre el muro de cemento,
destronada de un ciego paraíso
de alguna aldea parecida al viento,
de un jardín devastado de improviso.
Qué distancia enarbola tu extravío,
qué vandálica lluvia, qué exorcismo
te arrancó al corazón del labrantío
y señaló a tu vuelo el ostracismo.
Entre tanta ciudad, tanto hundimiento,
tus alas replegadas se parecen
a desquiciada brújula de tiempo;
señalas derrumbada el pavimento
pero recuerdas que hay un Mar de Césped
más allá del naufragio y el tormento.
RIEGO DE VERANO
Se detiene extrañado el universo
donde un fuego se apaga, donde el ansia
de conjugar la muerte con el beso
se convierte en un caos de fragancia.
Río de amor sobre la tierra oscura,
ávida sed en labios mortecinos,
la heredad te agradece la frescura
con el húmedo silbo de los pinos.
Maná aguardado. Bienaventuranza,
un perdón olvidado en el infierno
que llegó desde el tiempo y la esperanza.
Y en el mudo lenguaje de su vuelo
después dirá la flor lo que no dijo
en su entregado asombro, el pobre suelo.
EL MILAGRO
Tal vez pasó, tal vez no pasó nada
en esa calle que hasta ayer dormía,
lugar de Buenos Aires donde abría
su fatiga de luz, la madrugada.
Frente a la plaza oscura y destronada
la iglesia sin altar languidecía.
Musitaba el rosario de los días
alguna sombra oculta y rezagada.
Se le llenó la savia de suspensos
cuando una casa se pobló de duendes,
cuando la iglesia se impregnó de inciensos.
Porque ha nacido el hijo de mis hijos,
la calle innominada, el barrio entero
milagrearon de nombres y bautizos.
A MI CUERPO
Miras la tierra empecinadamente,
miras y te detienes frente a un árbol
ajeno a toda explicación sensata.
Mi cuerpo,
hoy eres tuyo.
Mientras voy despidiéndome
aguardo aquí, en la puerta de la casa,
al que me prestó la túnica de tu piel y tus huesos,