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PEPA KOSTIANOVSKY

  LAS ALEGRÍAS DEL SILENCIO - Por PEPA KOSTIANOVSKY - Domingo, 08 de Mayo de 2022


LAS ALEGRÍAS DEL SILENCIO - Por PEPA KOSTIANOVSKY - Domingo, 08 de Mayo de 2022

LAS ALEGRÍAS DEL SILENCIO

 

Por PEPA KOSTIANOVSKY

Los años de la dictadura, con sus censuras a los medios y la persecución a los que ejercían el periodismo, el cierre de medios y las transferencias a las transmisiones radiales, son recordados bajo el tamiz de la alegría que también estuvo presente a través de los gestos de solidaridad de los amigos que ayudaron a atravesar esa oscuridad, sobreviviendo y soportando el exilio interno.

Los cinco años de silen­cio fueron particu­larmente dolorosos. Algunos llegaron a llamarlo “el exilio interno”. Yo no me atrevo siquiera a compa­rarlo con el amargo castigo del destierro, pero aseguro que el no poder trabajar es una condena despiadada­mente cruel.

Por aquello de que “Dios aprieta pero no ahorca” sobreviví económicamente gracias a las corresponsa­lías para Radio Nacional de Suecia, Página 12, el dia­rio de Jorge Lanata que por ese entonces apareció en Buenos Aires, y el ABC de Madrid, changa esta que me consiguió Augusto Roa Bas­tos, quien se trasladó desde Tolouse, coincidiendo con mi escala de un viaje a Israel, para presentarme al direc­tor del periódico.

Fue una tarde pintoresca, ya que caminamos desde el hotel de Roa, que quedaba a un par de cuadras del edifi­cio del diario. Y como buenos pajueranos no prestábamos atención al cruzar las boca­calles. Los automóviles nos pasaban zumbando de uno y otro lado. Y un conductor nos gritó –con toda razón– “burros”. Nunca sabrá aquel impaciente madrileño que ese mismo caballero estaría pocos años después reci­biendo el Premio Cervantes, de manos de Su Majestad.

Llegar con Roa a la redac­ción del ABC fue fantástico, lo reverenciaron desde el portero al director, pasando por el staff en pleno. Los jefes de áreas se acercaban a saludarlo con entusiasmo. Y cada uno hizo notar su admiración. La charla se prolongó más de lo que habíamos presupuestado y, cuando nuestro anfitrión supo que yo tenía prisa por llegar al aeropuerto, puso a nuestra disposición su vehí­culo particular.

Llamé por teléfono a Milda Rivarola, en cuyo departa­mento había dejado la valija, pidiéndole que me esperara en la puerta con el equipaje. En efecto, ella cargó los cua­tro pisos de escaleras con mi maleta y una canastita con quesos, que como tal olía. Ya pueden ustedes imaginarse la sorpresa que se llevó al verme llegar en la limusina.

La suerte no nos acompañó en todo. A pesar de que le llegábamos para abordar el vuelo de LAP, no había en la puerta un sólo para­guayo que viera al chofer de librea abrir la puerta de aquel imponente Rolls para que bajáramos con nuestros modestos empilches.

Para colmo, al entrar en la sala de embarques me encontré con una buena cantidad de conocidos que ya se disponían en fila. Entre ellos, dos robustas damas, esposa e hija de uno de los generales del entorno de Stroessner. Me coloqué justo detrás de la joven, quien intercambió conmigo un saludo y una breve con­versación. La madre sólo atinó a mirarme de reojo al reconocer mi “acento nativo”. Y, sin darme mayor importancia, preguntó des­pectivamente:

–¿Trabajás con paraguaya?

–Si –respondí divertida, al advertir que se refería al servicio doméstico.

–¿Con quién? –insistió en saber.

–Con la señora Gloria Rubin –le dije en el mismo momento en que la hija le daba un notorio codazo.

La mujer dio vuelta la cabeza y, al reconocerme, no sabía qué decir. Intentó una dis­culpa, mientras yo hacía como que no entendía nada.

Afortunadamente la cola avanzó y con ello se disten­dió la situación. Supongo que la generala de marras habría recibido su lección de urba­nidad. Por mi parte, sigo subiendo a los aviones con canasta con quesos y jamón serrano. Cuando puedo.

Con Felino Amarilla, hoy exitoso abogado y padre de familia, solemos año­rar algunos momentos de aquel maldito tiempo, en que nos divertíamos irres­ponsablemente imaginando aventuras para molestarlos a Stroessner y Montanaro, nuestros enemigos predi­lectos.

Mi casa era una suerte de madriguera en la que se ocultaban compañeros perseguidos y se deliraban conspiraciones estériles, alternando con peñas rega­das con lo que había a mano.

Mis hijos ya estaban más que acostumbrados a lle­var los colchones hasta mi dormitorio para dar asilo en sus cuartos a algún caído en desgracia.

Esa actividad, clandestina y temeraria, generaba sus buenas dosis de endorfi­nas. Y estoy convencida de que era mucho más entre­tenido y gratificante que frecuentar las festicholas de la corte estronista. Por supuesto, siempre que uno lograra eludir el brazo de la gestapo criolla, cuya cruel­dad con sus víctimas no conoció límites.

Recuerdo particularmente los meses que precedieron a la clausura de Radio Ñanduti.

Ernesto García, Juan Ernesto Villamayor y Ricardo Caballero Aquino conducían un programa nocturno llamado “Mesa de Análisis”, al que me convida­ron a integrarme. El cierre de la radio fue antecedido de un largo período de interfe­rencias que se superponían a las emisiones y cuya dura­ción era imprevisible.

Muchas eran las noches en las que no podíamos comu­nicar una sola palabra. Pero nos manteníamos allí, empecinados hasta que cul­minaba el horario.

No faltaban las visitas, como Alcibiades González Delva­lle, que aparecía a menudo con el pretexto de buscar voluntarios para compar­tir una cerveza. Nadie nece­sitaba siquiera mencionar que lo traía la solidaridad.

O la religiosa hospitalidad de Patricia Espínola, que cuando más despiadadas eran las interferencias, lla­maba a invitarnos a cenar en su casa. Propuesta que no nos permitía –ni inten­tábamos– rechazar. Allí íbamos para encontrarla angustiada por nuestro des­graciado silencio, mientras nosotros optábamos por disfrutar de la buena mesa y la mejor compañía.

El humor era nuestro mecanismo espontáneo de defensa. Patricia lo sabía, pero insistía en que recorrer aquel infierno cotidiano y superarlo con bromas y car­cajadas sólo era posible con una buena dosis de locura.

Puede haber tenido algo de razón. Pero fue esa alegría, a la que esos amigos tanto aportaron, la que impidió que nos quebráramos.

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 08 de Mayo de 2022

 

 

 

 

 

 

 

 

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