BREVE CUENTO DE ENAMORADOS

Por PEPA KOSTIANOVSKY

En estos últimos días de febrero, bien vale hacer una pausa en el fragor diario con sus miles de exigencias para dedicar espacio y palabras a honrar al amor. Y esta historia, deliciosa y romántica, nos reconcilia con la idea de que puede ser para siempre y mantenerse en el tiempo con la misma frescura.

Todos los años se repetía la escena. Llegaba el 14 de febrero y se imponía una velada especial. Como si ellos no estuvieran enamorados todos los días, incluso esos en que por H o por V afloraba el malhumor. En fin, los años ni los quebrantos habían hecho mella en los condimentos románticos de la pareja.

Pero las condiciones propias de la fecha hacían sus estropicios en aquel ilusionado proyecto de tener su cena de enamorados. Los restaurantes abarrotados, las reservas y las esperas fastidiosas, la cocina haciendo lo imposible, los mozos corriendo y olvidando uno que otro pedido. O poca o mucha luz, o mucho calor o el aire acondicionado exagerado, las mesas demasiado cercanas, el ruido que no permitía mantener una conversación, el olor a papas fritas o a bacalao que inundaba el ambiente, el fastidio de llamar diez veces al camarero para reclamar que el plato había llegado frío. Y como complemento, el desafío de conseguir un taxi, en esa noche y a esa hora.

Este año no me vuelvo a ensartar –se dijo, sin compartir la idea. Encargó los mejores langostinos a su proveedor habitual, batió la mayonesa casera. Y puso sus mejores artes de gourmand en preparar esa cena, que sería perfecta.

En la mesa de mármol del balcón, sobre los primorosos individuales, los cubiertos y los posaplatos relucientes dispuestos para alojar los cocktails de gambas que esperaban en la heladera. Las copas impecables, un delicado bouquet de violetas y una tableta de chocolate suizo. Una hielera manteniendo a temperatura ideal la botella de Sauvignon blanc. Y la radio, despacito, emitiendo una selección de boleros.

La llave en la cerradura y los ladridos alborozados de Manu anunciaron la llegada. Unos diez minutos más tarde que de costumbre. Ella, coqueta, volvió al tocador a revisar su maquillaje, su cabello, una gota más de perfume. Un toque de labial nunca está de más.

Salió al comedor y lo encontró inclinado frente al tocadiscos. En la mesa, sobre un mantel blanco, el ramo de rosas rojas, las copas, los platos. La botella de Malbec Reserva, una bandeja de la Confitería del Molino con un hojaldre de mascarpone y hongos negros. Y una cajita de bombones.

Se empezaba a escuchar la voz de Gardel diciendo: “Cuando no estás…”.

Para Myriam y Vickito.

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 26 de Febrero de 2023

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