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LUIS MARÍA MARTÍNEZ (+)

  DÍA PRIMERO, 1955 - Poesías de LUIS MARÍA MARTÍNEZ


DÍA PRIMERO, 1955 - Poesías de LUIS MARÍA MARTÍNEZ

DÍA PRIMERO (1955)

Poesías de LUIS MARÍA MARTÍNEZ

Edición digital: Alicante :

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002

N. sobre edición original: 

Edición digital basada en la edición de Asunción (Paraguay),

Ediciones Intento, [1989].

 

 

Recuerdo, como un mal sueño, la edición abortada de este mi Día Primero, poemario acogedor de mis primeros latidos lírico-sociales, que la audaz inexperiencia me llevó a publicarlo, así como había nacido, con todos sus defectos, sin las premeditaciones de una posterior lectura compulsadora. Audacia ésta que se reprodujo para el que escribe, a pesar de todo, en enseñanzas de peso, que de no haber sido así, hubiera quedado en estéril ayuno.

Todo mi pretendido «esteticismo musical» se puso entonces a prueba, demostrándome que aquí y más allá, estaban ocultos o mimetizados por el sonido, versos derrengados o cojitrancos en inadmisible error de presentación. Enseñanza que se acopia, únicamente gracias a la temeridad que obliga a la difusión hacia afuera de los hijos de la mente.

Hoy me atrevo nuevamente a dar a la imprenta este desafortunado poemario -el cual por desafortunado resulta caro a mi corazón- ya remozado en las aguas de las exigencias, como en posición de crítico, pero sin sacrificarlo en lo que respecta a su contenido, a fin de no destruir, en lo más mínimo, su intención primigenia, que es en verdad lo que da dimensión a una obra.

Si algo vale la sinceridad, sea ésta la oportunidad en que se la reconozca

El autor



Enlace al ÍNDICE del poemario DÍA PRIMERO en la
BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES

* TIERRA ENCENDIDA: Soy/ Y el canto fue clavel.../ Madre/ Tiempo/ Aspiración/ Horas/ A Hérib Campos Cervera/ Cuerdas Populares/ Presente Ayer

* SIGNOS VENIDEROS : Alba/ Las alas/ Pan/ Alegría/ Herramienta

* NÚMEROS: La voz/ El Corazón/ El árbol viejo/ El combatiente/ Los papeles/ Los clamores/ La arcilla/ Maduración/ El Paraguay/ El alba/ El poeta ante sí mismo/ En los tejados/ En la noche/ Hechos

* CANTOS INTERNACIONALES: España vive/ A Gómez Goyoso y Antonio Seoane/ Guatemala: ¡tierra pisoteada!/ Elegía Guatemalteca/ Bolívar, timonel de otro tiempo.

 

 

TIERRA ENCENDIDA

 

 

Ah, dormidos, dormidos...

 

 

 

Carlos Augusto León

               



 

 

SOY

 

 

-Corriente abajo van, corriente abajo

   
 

y yo navego contra la corriente.

   
 

Yo soy un marinero empecinado

   
 

de acento vertical y sublevado.

   
 

 

 

-Escucha este latido, hermano mío,

 

 
 

esta sangre que quiere ser estruendo,

   
 

pólvora seca.

   
 

 

 

Llámame, compañero, a cualquier hora,

   
 

a cualquier hora del horario duro.

   
 

 

 

Tráeme una guitarra pueblerina

 

 
 

que tenga un metalúrgico sonido;

   
 

tráeme un trozo de tu vestidura;

   
 

tráeme un aire de manzana herida

   
 

para mi voz hermana de la tuya.

   
 

 

 

Y entonces me verás en noche y día,

 

 
 

navegando en el mar y sobre el río,

   
 

con levantada voz para la vida.

   
 
 


 

 

 

 

Y EL CANTO FUE CLAVEL...

 

 

      A grandes golpes me corrió la sangre,

   
 

a grandes golpes de la madrugada.

   
 

 

 

      Como explosivo pálido o neblina

   
 

era la vida en medio de la tierra.

   
 

 

 

      Sentí cómo las bocas iban pidiendo

 

 
 

panes y alegrías,

   
 

y el corazón se desencadenaba

   
 

hacia la dura luz de la tormenta.

   
 

 

 

      Y al verso le nacieron piedras,

   
 

clamor, gritos y granos.

 

 
 

 

 

      Y el canto fue clavel que se incendiaba...

   
 
 


 

 

 

MADRE

 

 

       Ven, madre, a tocar esta frente

   
 

de tropicales flores,

   
 

duro terrón fundido en verticales

   
 

aromas de jazmines,

   
 

madera de los bosques temblorosos.

 

 
 

 

 

      Toca esta mano,

   
 

recinto de cortezas prolongadas,

   
 

quebracho de los días,

   
 

número mil de sangre que se inflama.

   
 

Esta mano de siempre

 

 
 

poderosa de piedras y claveles,

   
 

en donde duermen altos

   
 

tus sueños y los míos.

   
 

 

 

      ¡Madre! no sientes el calor de estos alientos,

   
 

que son como pequeñas geografías de fuego?

 

 
 

 

 

      -Te quemarían sus desnudas arenas,

   
 

sus hojas de verano,

   
 

sus papeles de lámparas y héroes.

   
 

 

 

      Madre, no puedo dormir en esta noche,

   
 

¡no puedo!

 

 
 

cuando veo esos rostros

   
 

que los martirios queman.

   
 

 

 

      La voz me sale roja

   
 

como de sangre hirviendo

   
 

y estoy como bandera que no duerme...

 

 
 
 

 

 

 

 

TIEMPO

 

 

       Sobre el rostro del tiempo

   
 

la flor diseminada de la niebla,

   
 

el hierro y los caballos,

   
 

midiendo y presenciando

   
 

con su reloj de muerte, el sobresalto.

 

 
 

 

 

      Fiebre en cristal,

   
 

los pies junto al abismo de las calladas

   
 

voces,

   
 

ladridos,

   
 

aurora de claveles matada por un seco

 

 
 

golpe de bandidos.

   
 

 

 

      De números frenéticos, el pulso,

   
 

la esperanza cautiva,

   
 

el camino y la piedra

   
 

llorando sus heridas,

 

 
 

el llanto, la soledad, la rosa,

   
 

el pájaro, en la tierra.

   
 
 

 

 

 

 

ASPIRACIÓN

 

 

   Tengo que sumergirme como abnegado buzo

   
 

hasta los mismos lindes donde se engendra el canto.

   
 

Encontrar el venero por donde sangra el mismo

   
 

y asomarlo a los cauces transformado en bandera,

   
 

con cargazón de avisos y ardores tutelares.

 

 
 

 

 

   Los días de zozobras me salpican de gritos

   
 

que quieren darse en lumbres o en hondas llamaradas

   
 

de boreales imanes.

   
 

Quiero tener la yesca, para prenderla en muros,

   
 

para que todos tengan, claror en vez de noche.

 

 
 

 

 

   Enérgico y rotundo quiero tirar a veces

   
 

mi voz sobre el sendero -bermejo y estrellado-

   
 

en este tormentoso trajín de los anales.

   
 

 

 

   El folklore y la vida de los héroes sencillos

   
 

-que cada día elevan con su sudor ladrillos-

 

 
 

ofrecen para el canto, cantera inexplotada,

   
 

en donde pueden todas las guitarras preclaras,

   
 

picar para sus versos, singulares diademas.

   
 

 

 

   -¿De dónde llega, hermanos, ese llamado recio

   
 

que tiene ese latido varonil y profundo,

 

 
 

dormido en las gargantas cargadas de luceros?

   
 

 

 

   -Del pueblo, del pueblo, mis hermanos.

   
 

 

 

   El pueblo nos contagia con su fiebre quemante

   
 

y hasta el aire se rinde de tanto ardor intenso.

   
 

 

 

   Para mi pueblo austero yo quiero el andamiaje

 

 
 

de los mejores versos, bruñidos como aceros;

   
 

y ser en su caliente camino sacrosanto;

   
 

¡minero corta-piedras de sus íntimas vetas!

   
 
 


 

 

HORAS

 

 

Cogida por calor, claves antiguas,

   
 

mi voz va repartiendo

   
 

desasosegada esencia de tierra.

   
 

 

 

Los cauces de los días insistentes,

   
 

con áridas riberas, litorales,

 

 
 

regresan con las horas desvividas,

   
 

que no son nuestras, ajenas, ensuciadas.

   
 

 

 

Encumbradas antorchas como estrellas

   
 

resumen lo que es mío, lo que es tuyo,

   
 

con ese pueblerino, quebrantante,

 

 
 

tatuaje de acentos.

   
 

 

 

Relieves de unas rejas tiznan rumbos,

   
 

transitorios aceros sin saludos,

   
 

sedimentan el piso donde piso.

   
 

 

 

He visto más allá de mi mirada

 

 
 

-cerca de veladores de ladrillos-

   
 

posarse una amiga, modeladora,

   
 

torcaz de nuestra tierra.

   
 

 

 

Propagantes pinceles de destellos

   
 

de próxima actitud de intenso rojo,

 

 
 

redoblan sus enseres, sensitivos.

   
 

 

 

Por esta travesía -frenética de sombras-

   
 

se suceden los nombres de sal y de salivas,

   
 

con soportal de verjas.

   
 

 

 

En plena primavera rumorosa,

 

 
 

sesgo a sesgo ultrajaron,

   
 

timoneles de yesos, solidarios.

   
 

 

   

 

 

Sin paramentos van, sí con papeles

   
 

entintados en manantial de insignias.

   
 

Leguas de ligaduras, de galerías funestas,

 

 
 

quieren romper con fósforos de estíos.

   
 

 

 

Al confinante instante silenciario

   
 

quieren ponerles bardas, arsenales,

   
 

y un asedio constante de enramadas.

   
 

 

 

Al lívido semblante del paisaje

 

 
 

-paupérrimo y antiguo-

   
 

quieren darle novena.

   
 

 

 

De pardos orificios,

   
 

de siniestros ramajes,

   
 

testimonian las ásperas vivencias

 

 
 

del sublevado brillo de las horas.

   
 

 

 

Dulces luminiscencias

   
 

me llaman con las manos...

   
 

-Voy a juntarme a ellas

   
 

con brazos de banderas-.

 

 
 
 

 

 

 

 

A HÉRIB CAMPOS CERVERA

 

 

- I -

 

 

   Hay un redoble de tambores indios enlutados

   
 

músicas desintegradas,

   
 

recientes voces rotas,

   
 

un llanto por el aire como un ave sin nido,

   
 

un vuelo de campanas como un grito que llama

 

 
 

para decirnos algo;

   
 

   ¡Ha muerto Hérib Campos Cervera!

   
 

 

 

   En las gargantas ata un nudo lo inesperado.

   
 

Nadie pensaba en viajes medidos de congojas,

   
 

ni en guarismos de lágrimas, accidentales en tiempo.

 

 
 
 

 

 

- II -

 

 

   Yo tengo este recuerdo expuesto y doloroso.

   
 

Su trino me llenaba el alma de bellezas

   
 

y pensé por momentos que la luz se apagaba,

   
 

dejando un intersticio profundo, desolado.

   
 

 

 

   ¿Quién cubriría el hueco dejado por su tránsito

 

 
 

o quién manejaría la artillería de gritos,

   
 

él que amasaba arcillas de luceros partidos?

   
 

 

 

   Pregunté si los signos resonantes y altivos

   
 

-Viento, Paloma y Fuego-

   
 

en qué mano estarían o dónde morarían.

 

 
 

Con estas duras equis

   
 

iba yo caminando reducido a preguntas.

   
 

 

 

   Sólo sé que podría decir que estos instantes

   
 

se duelen por su ausencia, por él, el Designado,

   
 

que nos brindó sus quejas de granito y de piedra,

 

 
 

cuando el lodo manchaba a un mar en oleajes,

   
 

en el tiempo en que todos llevaban brillos vivos

   
 

y el metal era idioma en bosques silenciosos.

   
 

 

   

 

 

   Heredamos su frente pensativa en el Alba,

   
 

su calcinante furia talando cerraduras

 

 
 

al igual que ese dulce sonido de su canto.

   
 

 

 

   Cuando hago memoria de su nombre bandera

   
 

recuerdo al alfarero que modela su barro

   
 

y lo asocia a su nombre.

   
 

 

 

   Y era el Alfarero del Tiempo y la medida

 

 
 

dando signos, consignas,

   
 

cuando aquí o en las esquinas, el relámpago andaba

   
 

para herir a las ramas de ramajes floridos.

   
 

 

 

   Y un adiós para ti -yo rendidas cenizas-.

   
 

¡Alfarero moreno de rojo «cante jondo»,

 

 
 

Hondero y Marinero!

   
 
 
 



 

 

CUERDAS POPULARES

 

 

Las cuerdas populares que tú pulsas, hermano,

   
 

jamás han de encontrar herrumbres, soledades:

   
 

¡todos han de escucharlas con sus oídos tensos,

   
 

por esperar qué dicen, qué mensajes sollozan!

   
 

 

 

Asomados a la misma fontana de esta tierra

 

 
 

se distienden morenas porque tienen colores

   
 

de verdes enramados, de musical naranjo,

   
 

cuando ven que sus hijos se sienten lastimados.

   
 

 

 

Hondamente se las admira. Se aprecian sus quejumbres

   
 

de gajo campesino, de cantos como fuegos,

 

 
 

cuando estallan sus sones de cálidos preanuncios

   
 

sobre el pecho sufriente de algún firme soldado.

   
 

 

 

De verbos milenarios se arman sus decires

   
 

porque asientan sus coplas el pueblo que las oye,

   
 

su espigada vehemencia, su luna cantarina,

 

 
 

de aromas forestales oliendo a madrugada.

   
 

 

 

Enjoyadas de pájaros se siente que su arpegio

   
 

no puede detenerse en ramas transitorias.

   
 

Deben buscar leyendas, historias por abajo,

   
 

queriendo verdaderas raíces populares.

 

 
 

 

 

Por eso es que triunfan aquí y en todas partes,

   
 

porque aquellos que escuchan su canto de esperanza

   
 

constatan que ellos mismos, lo mismo han exclamado.

   
 

 

 

ENVÍO:

   
 

¡Si quieres que te admiren, cincelador de versos

 

 
 

es preciso que tenga tu cálida guitarra

   
 

la olorosa costumbre de cuerdas populares!

   
 
 


 

 

 

 

 

PRESENTE AYER

 

A un héroe no vencido

 

 

 

 

Lo he visto allá donde el valor levanta

   
 

su brújula temprana y sus altos jazmines,

   
 

allá junto al torreón de un alba trabajada,

   
 

midiéndose en las manos de los hombres que cantan

   
 

su grave soledad de piedra sola.

 

 
 

 

 

Paso a paso subió hacia las estrellas

   
 

gestando una volcánica exaltación de naves,

   
 

multiplicándose de proa a proa

   
 

y cabo a cabo desangrando nieve.

   
 

 

 

¿Qué macizo temblor le fue dejando

 

 
 

tierra martirizada por pólvoras y máuseres?

   
 

¿Cómo fue desprendiéndose de nieblas

   
 

para volver con llamarada y lumbre?

   
 

 

 

Mano a mano ganó de pronto al barro,

   
 

dejó de ser él mismo por la tierra,

 

 
 

resucitó de nuevo y peregrino

   
 

cantó en trabajadores corazones.

   
 

 

 

Presente ayer lo he visto

   
 

con máuseres y lino...

   
 
 




 

 

SIGNOS VENIDEROS

 

 

 

 

Dulce, mañana, que se está en la puerta:

   
 

¡entra y liberta nuestras yertas vidas!

   
 

 

 



 

 

 

 

ALBA

 

 

      Llega el alba de honor y artillería.

   
 

Huye el dolor del tiempo de la vida.

   
 

Sube a terrón al hombre, la alegría,

   
 

crece, vuela, total se consolida.

   
 

 

 

      Canta el obrero y en una mano tiene

 

 
 

oro, jazmín, y espiga verdadera.

   
 

El pulso se apresura y no detiene

   
 

tanta luz que le asalta y se acelera.

   
 

 

 

      Cándidamente el día se adelanta

   
 

con claveles y espada marinera,

 

 
 

acero y pan y aligera armadura;

   
 

 

 

y va el sol de la raíz a la garganta

   
 

-calor en medio y voz de tempranera-

   
 

con latitud de pólvora segura.

   
 
 


 

 

 

 

LAS ALAS

 

 

Las alas limpian, suenan por el cielo,

   
 

guarania, latitud, laurel y balas,

   
 

mesa, patria, luciérnagas en vuelo,

   
 

brigada azul y mástiles y escalas.

   
 

 

 

Las alas son las manos trabajando

 

 
 

con música, con sol y recipiente,

   
 

en tanto vanse al alba desgranando

   
 

estrellas de laurel sobre la frente.

   
 

 

 

Arenas que se pierden, humo y piedra,

   
 

por verídica lumbre de semilla

 

 
 

que asedia un pabellón claro y de acero;

   
 

 

 

mientras sólido rifle, ya sin yedra,

   
 

alza escarcha de luz a la mejilla

   
 

y pulso de metal y azucarero.

   
 
 


 

 

 

 

PAN

 

 

Harina dulce y cúpula del canto

   
 

por la tierra de Juan y por mi tierra.

   
 

Luna blanda, floral y sin quebranto

   
 

que la alegría a golpes desentierra.

   
 

 

 

Serás orilla, niño y no vendido

 

 
 

como preciso número de fecha.

   
 

El hombre en sombra y ya desvanecido

   
 

con toda su neblina y su cosecha.

   
 

 

 

De anunciamiento matinal su lluvia

   
 

que en orillero máuser perfumado

 

 
 

hunde filo, ceniza, incertidumbre.

   
 

 

 

En fronteras de granos se diluvia

   
 

la tierra que es nivel y río usado

   
 

para el ala del pan en mansedumbre.

   
 
 


 

 

 

 

ALEGRÍA

 

 

Abeja, vibración, corcel blindado

   
 

por remanso de próceres y alertas.

   
 

Cencerro de invasión e inesperado,

   
 

creciendo como un sol junto a las puertas.

   
 

 

 

Terrón yendo por cauces a las venas,

 

 
 

desenterrando verde, alfarería,

   
 

y dando hervor que es ráfaga y verbenas

   
 

por cielo de una clara geografía.

   
 

 

 

Batalla, vence, canta embravecida,

   
 

equilibrada, antigua, paralela,

 

 
 

sostén, paloma y rosa repartida.

   
 

 

 

Aura y nombre, un pan de centinela,

   
 

el yunque quieto, el hierro se suicida

   
 

por tanta luz que es llama y carabela.

   
 
 


 

 

 

 

HERRAMIENTA

 

 

Fuego puro, metal alipartido,

   
 

azada vertical fuerte y segura,

   
 

que en violento clamor indefinido

   
 

nos da cartas de miel y arquitectura.

   
 

 

 

Oro pone en la lengua y su apellido

 

 
 

de arcilla popular y arboladura,

   
 

que en fósforo central, estremecido,

   
 

clavel es de soldados y herradura.

   
 

 

 

De vegetal diadema estará hecha,

   
 

su amor toda la forma de la tierra

 

 
 

con un cuchillo desgranando amores.

   
 

 

 

Dura guerrera. Una ventana estrecha

   
 

a tan antiguo sol llovido hay que encierra

   
 

más que maizal, paloma y labradores.

   
 
 




 

 

NÚMEROS

 

 

 

 

Todos de nuestro patrio y dulce nido

   
 

andamos alanzados...

Virgilio

   
 

 

 

 

 

               



 

 

 

 

LA VOZ

 

 

      Tu voz, obrero mío,

   
 

en réplica a lo oscuro.

   
 

(Quena quemante. Larga).

   
 

Voz novenaria, intensa,

   
 

no tienes líneas, ¡no!,

 

 
 

sí, gesta, estrellerías.

   
 

 

 

-¿Por qué tanta energía?

   
 

-dice tu amigo, el tiempo.

   
 

 

 

Sirenas, energías.

   
 
 


 

 

 

 

EL CORAZÓN

 

 

      Por la región de espadas caminando,

   
 

haciéndose invencible y milagrero

   
 

el corazón renace, amaneciendo.

   
 

 

 

      Y el corazón se bate con petróleos.

   
 

Aquí papelerías de jornadas,

 

 
 

allá caballerías.

   
 

 

 

      El militante empuje fundamenta

   
 

sus gritos, con guitarras llameantes.

   
 

Y navajeros, de navaja y filo,

   
 

en trance de morir y resistiendo.

 

 
 

 

 

      Y en el estero un pájaro humedece

   
 

su trino azul: reguero.

   
 
 


 

 

 

 

EL ÁRBOL VIEJO

 

 

       Y la agonía para este árbol viejo

   
 

que a tumbos va alzando polvaredas.

   
 

Y desde Wall recibe monedas amarillas

   
 

y bayonetas para atajar empuje

   
 

de pueblo despertado.

 

 
 

 

 

      Y el árbol va a caer.

   
 

 

 

      Cataratas de voces le rodean.

   
 
 


 

 

 

 

EL COMBATIENTE

 

A Mariano Roque Alonso

 

 

 

 

   Batías alas por el cielo del pueblo.

   
 

Tu armadura llevaba todo el ancho coraje

   
 

de aquellos que persiguen la alborada.

   
 

Siempre octubre florecerá en tu nombre,

   
 

su primavera, su estío matinal de rica lumbre.

 

 
 

 

 

    Como de las páginas de un libro

   
 

sacarán tus hermanos, de tu ejemplo solemne,

   
 

toda la necesaria fibra combatiente.

   
 

 

 

   Frente a los enemigos eras látigo y campana

   
 

que andaban en vigilias.

 

 
 

 

 

   Frente a los camaradas: ¡claro rocío!

   
 

 

 

   Ahora que los fascistas están de momentánea fiesta

   
 

-con caballos y cárceles-

   
 

es tu nombre una granada luminosa

   
 

que muestra a los sembradores su invariable ruta.

 

 
 

 

 

   El pueblo te conoce como un hijo

   
 

nacido de su pólvora y su tierra.

   
 

Entonces... te conviertes en bandera

   
 

en ese limpio mástil del combate

   
 

que cruza el temporal como una estrella

 

 
 

abriendo un claro rojo en las fronteras

   
 

del corazón sencillo y proletario.

   
 
 


 

 

 

 

LOS PAPELES

 

 

Estos papeles del temporal abierto

   
 

acumulan las voces

   
 

pulsadas en la guitarra clandestina.

   
 

 

 

Jinetes del espacio

   
 

con el ligero pie del viento

 

 
 

llevan

   
 

estrellas meridianas

   
 

de dulces claridades.

   
 

 

 

Fervores y palabras,

   
 

fogatas e instrumentos,

 

 
 

con sus mensajes de auras

   
 

en manos del mensú, del campesino,

   
 

del sublevado obrero.

   
 

 

 

Yunques de las imprentas,

   
 

en donde van las ráfagas del tiempo

 

 
 

y la ola del alba.

   
 
 


 

 

 

 

LOS CLAMORES

 

 

       Suenan los batallones de amapolas

   
 

haciendo un cataclismo de señales.

   
 

Robaron luz al sol y a los faroles,

   
 

y al gallo vaciaron

   
 

en su insistente horario de clarines.

 

 
 

 

 

      Espadas especiales y clamores,

   
 

trigos serenos, espejos y proa guías

   
 

en forcejeos viriles

   
 

hacia la altura,

   
 

que con palabras breves

 

 
 

-condecoradas de clavel ganado-

   
 

forjaron el coraje

   
 

del corazón del pueblo arrebatado.

   
 

 

 

      Los puños granaderos

   
 

se embanderan de duelos gestionados,

 

 
 

en el crisol astral de las tormentas.

   
 

 

 

      -Mirad la cal del aguacero,

   
 

el pajonal sonoro

   
 

del batallón armado de amapolas.

   
 

 

 

      -Escuchad sus clamores de combate

 

 
 

en el habitual idioma de la pólvora,

   
 

encandilando de sabor amigo.

   
 
 


 

 

 

 

LA ARCILLA

 

 

       Arcilla musical de los senderos,

   
 

niña desnuda,

   
 

de músculos de arenas,

   
 

abierta a la intemperie de los vientos

   
 

y al quebradizo filo de las lluvias.

 

 
 

 

 

      De su determinado y simple

   
 

recipiente de estíos,

   
 

saldrán los centinelas

   
 

empecinados en alzar semillas

   
 

y riachuelo matinal de rayos.

 

 
 

 

 

      De su sal impasible

   
 

saldrá el hacinamiento de las claves

   
 

como una antena guía en la tormenta.

   
 

 

 

      Su sable y su tambor antiguo duermen

   
 

en el advenimiento de los mástiles.

 

 
 

Y la leyenda agrícola y obrera

   
 

espera en sus entrañas,

   
 

la embarcación armada de los truenos.

   
 
 


 

 

 

 

MADURACIÓN

 

 

   Aún no venían para mí los telegramas del combate

   
 

la repentina fiebre de cantar con mi pueblo,

   
 

sofocándome de norte y resplandores.

   
 

 

 

   Era el tiempo en que introducía mis manos

   
 

en el agua o en la entraña de un pájaro,

 

 
 

dorando una canción desvanecida.

   
 

Hablaba de la arena sin remedios;

   
 

de la elástica lluvia

   
 

caída en el regazo de la noche,

   
 

del final de un arroyo acorazado

 

 
 

por piedras torrenciales.

   
 

 

 

   Después, sentí sobre mis hombros

   
 

la pesada mano de mi pueblo,

   
 

llamándome al reencuentro del camino

   
 

vital de las hazañas,

 

 
 

a ver los sedimentos de la pólvora,

   
 

los rastros del tambor asesinado,

   
 

el grito de las velas,

   
 

la sal tumultuosa de los hombres:

   
 

¡todo aquello que tenga olor y viento

 

 
 

de tormenta o de sol en nacimiento!

   
 

 

 

   Fui, entonces, aureolándome de cuerdas populares,

   
 

de gritos que perforan las nostalgias,

   
 

de un meteoro de pueblo

   
 

que encontró en el combate

 

 
 

su más alto arrebato

   
 

de corazón o mástil.

   
 

Y desde aquel total sacudimiento

   
 

he visto los martirios,

   
 

los cominos del pan llenos de llantos,

 

 
   
 

la lucha en la hondonada

   
 

de los mejores hombres venideros,

   
 

la vida en las orillas de mi Patria,

   
 

a flor de tierra, golpeada.

   
 

 

 

¡Cómo no ser ahora

 

 
 

campana desvelado entre sus ramos!

   
 

 

 

¡Cómo no ser

   
 

Patria y Pueblo en combate!

   
 

 

 

Por eso busqué piedras musicantes

   
 

y traté de ser rudo,

 

 
 

taciturno y ardiente,

   
 

para mostrar la herida y el canto de esos hombres

   
 

 

 

... Y desperté

   
 

al aleteo viril de la guitarra,

   
 

de lumbre y reverbero,

 

 
 

que mi tierra forjara en sus crisoles

   
 

de surcos y semillas

   
 
 


 

 

 

 

EL PARAGUAY

 

 

- I -

 

 

      Y el Paraguay me llama

   
 

vestido de paloma y rosicleres,

   
 

a hermanarme con él,

   
 

y a llevarlo en el ancho corazón que poseo

   
 

cual un río rebelde de azul cabalgadura.

 

 
 

 

 

      Mi Patria de raíces palpitantes,

   
 

de palpitantes aguas que recibe,

   
 

es una estrella tropical y fuerte

   
 

que amamanta a sus hijos

   
 

con el calor y guerra de su aliento.

 

 
 

 

 

      Sus heridas feroces,

   
 

de cuchillos y máuseres,

   
 

me duelen sobre el hombro, permanentes.

   
 

 

 

      Parecieran sonar en mis costados

   
 

todos los huesos enterrados

 

 
 

en su regazo mineral de tierra.

   
 

 

 

      Por eso aquí el maíz, el agua, la madera,

   
 

se fueron coronando

   
 

de rápidas y silvestres

   
 

vestiduras de rayos.

 

 
 
 

 

 

- II -

 

 

      Bajaron lentamente

   
 

hasta llegar al hondo granero silencioso;

   
 

crucifijos quebrados,

   
 

héroes,

   
 

sencillos comandantes

 

 
 

de una hora de sangre,

   
 

para escogerse un molde

   
 

a sus definitivas permanencias.

   
 
     

 

 

      Y el viento fue mordido

   
 

dentro de un duro aire de fusiles.

 

 
 

Dentro de un duro aire

   
 

de semillas heridas y Paraguay echado

   
 

entre mazmorras,

   
 

 

 

      ¡Oh pájaros de acero

   
 

de cuyas alas brotan jazmineros!

 

 
 

 

 

      Esa su sal sagrada,

   
 

edificada entre sol y luna,

   
 

hace un largo viaje

   
 

hasta la calle Wall, llena de sangres.

   
 

 

 

      En tanto que sus hijos que laboran

 

 
 

entre pájaros y árboles.

   
 

entre un rigor de chispas de martillos

   
 

y ráfagas de arado y arena ensangrentada

   
 

acuestan su pobreza entre salmueras.

   
 

 

 

      Yo sé que este dolor que ahora exprimo

 

 
 

florecerá mañana

   
 

en altas municiones de combate,

   
 

y en telegramas de tormenta y alba.

   
 

 

 

      Yo sé que de estas rejas,

   
 

del canto reprimido y la agonía,

 

 
 

saldrá la lumbrarada

   
 

de un Paraguay profundo,

   
 

luminoso y entero.

   
 
 
 



 

 

EL ALBA

 

 

      Rojo color del alba:

   
 

¡diapasón que despierta

   
 

manos trabajadoras!

   
 

 

 

      Nace el tiempo en las ramas

   
 

y la esperanza sube entre latidos

 

 
 

de martillo y arado.

   
 

 

 

      El hombre piensa en su trabajo

   
 

en su pan de cada día.

   
 

 

 

      Altas alas le da su propia hambre,

   
 

altas alas.

 

 
 

 

 

      Los esfuerzos florecen

   
 

en gotas de sudores.

   
 

 

 

      (En estas duras manos

   
 

duermen las fibras

   
 

de un sol para otro tiempo).

 

 
 

 

 

      ¡El Alba, el Alba!

   
 

Entre las venas canta

   
 

haciéndose una rosa

   
 

blindada y combatiente.

   
 
 

 

 

 

 

EL POETA ANTE SÍ MISMO

 

 

(El poeta se habla a sí mismo

   
 

en esta noche que se palpa y examina):

   
 

 

 

      -Debes tener fe en la fuerza

   
 

de tu pueblo,

   
 

de tus hombres sencillos,

   
 

de tus obreros tan altos y sonoros de consignas

   
 

que les dan los sufrimientos,

 

 
 

de tus campesinos decididos y rudos

   
 

como el empuje de sus herramientas,

   
 

de tus estudiantes de libros y estallidos,

   
 

de tus mujeres tan abnegados en todo tiempo,

   
 

de todos tus hombres trabajadores,

 

 
 

teniendo como divisa

   
 

las palabras de Maiacovski...

   
 

 

 

      «Yo te entrego

   
 

toda mi sonoridad de poeta

   
 

clase que atacas...».

 

 
 

 

 

      Que toda tu sangre vacilante

   
 

caiga,

   
 

por una ola de guitarras claras,

   
 

por una lumbre que golpee

   
 

como el sol,

 

 
 

que pueda echar el viento

   
 

las cenizas

   
 

de las vacilaciones,

   
 

de aquello que no nazca de tu pueblo.

   
 

 

 

      -Mira a esos poetas que lloran al atardecer

 

 
 

por no saber que la noche oculta

   
 

los signos poderosos de algo nuevo.

   
 

      -Mira cómo se llenan de elegías

   
 

porque no han tocado

   

 

 
 

la frenética tierra de los trabajadores

 

 
 

porque no han tocado

   
 

las paredes del día.

   
 

 

 

      Sigue tu camino

   
 

y ¡qué de cosas te esperan

   
 

en cada página, hermano!

 

 
 

 

 

      Alza tu frente

   
 

y respira el aire vivificante

   
 

que nos rodea.

   
 

 

 

      Y afirma el paso

   
 

optimista y renovado.

 

 
 

 

 

      Ahora puedes marchar

   
 

cantando victorioso.

   
 
 

 

 

 

 

EN LOS TEJADO

 

 

   De pronto en los tejados se encienden nuevas rosas

   
 

voces de latifundios, hervor de proletarios,

   
 

pulsos de los obrajes de presencias verdosas,

   
 

todo un jirón de tierra con sus vocabularios.

   
 

 

 

   Ante tantos escritos: ¡calor de funciones!,

 

 
 

los mazorqueros pardos retornan a sus sables,

   
 

al látigo y tortura, a un sol de municiones,

   
 

a su cobarde traílla de perros miserables.

   
 
 


 

 

 

 

EN LA NOCHE

 

 

    Pólvoras y palabras

     
 

vibran en el aire,

     
 

un alerta de júbilo,

     
 

una campana

     
 

queman

 

   
 

los pelos de la noche

     
 


 

 

 

 

HECHOS

 

 

   Chispas para el incendio.

     
 

Águilas de la lucha,

     
 

un vuelo de bandera primera.

     
 




 

CANTOS INTERNACIONALES

 

 

 

 

Mi corazón no tiene fronteras...

   
 

Si lo tuviera no cantaría.

   
 

 



 

 

 

 

ESPAÑA VIVE

 

 

      Sólo conozco a España por los libros;

   
 

pero siento como si allí estuviera,

   
 

y palpitara en mí,

   
 

la vida, la gran muerte española,

   
 

peninsular, reciente.

 

 
 

 

 

      (Pero no fue una muerte total,

   
 

sino una crítica, notoria...

   
 

más bien, herida abierta.)

   
 

 

 

      Yo sé que la esperanza

   
 

-ese sonoro empuje de la vida-

 

 
 

crece con voz de pino fresco

   
 

y recorre los valles,

   
 

las montañas, las áridas llanuras,

   
 

los ríos con vocación de mar...,

   
 

y su color es vino y olivo,

 

 
 

entremezclados.

   
 

 

 

      Ni aún la cárcel,

   
 

la bala que asesina

   
 

ese terror color de plomo oscuro,

   
 

pueden contra su sol republicano

 

 
 

vestido de guerrilla.

   
 

 

 

      Sufre España, grandemente sufre,

   
 

por valladar y mares...

   
 

 

 

      La España, sí, la España,

   
 

de pastores y obreros,

 

 
 

de campesinos pobres y mineros,

   
 

la España de los altos trovadores.

   
 

 

 

      Las garras de ultramar -las de las 13 bandas-

   
 

traen frías neblinas,

   
   
 

barro mortal

 

 
 

y espadas asesinas.

   
 

 

 

      (Ay, del toro español

   
 

sin banderilla y solo;

   
 

toro y torero en sombras...)

   
 

 

 

      España no se ha muerto:

 

 
 

jadea de dolor pero no muere.

   
 

 

 

      El clavel se prepara para una largo lucha;

   
 

el olivar se exalta;

   
 

trepida el naranjal que se colora en rojo;

   
 

el Quijote de lanza y armadura

 

 
 

no tan sólo español, sino del mundo:

   
 

las voces apagadas

   
 

por los oscurecidos fusileros

   
 

(la verde y clara voz de Federico,

   
 

la dura de Miguel desde la cárcel,

 

 
 

la dulce de Machado desde el Duero,

   
 

la de Seoane y Gómez

   
 

sin miedo frente al muro

   
 

(¡hay tantos por nombrar

   
 

como una larga historia, inacabable!):

 

 
 

las pobres gentes todas,

   
 

desde el minero al límpido marino gaditano:

   
 

¡vena y raíz de España,

   
 

guitarra y romancero!

   
 

 

 

      Ella vive, no muere,

 

 
 

caminando en la sombra.

   
 

 

 

      Ya pronto se dirá: «España vive

   
 

definitivamente junto al cielo...».

   
 
 

 

 

 

 

A GÓMEZ GOYOSO Y ANTONIO SEOANE

 

 

   Largos aniversarios de artillería celeste

   
 

se enciendan y señalen

   
 

el sitio de la sangre fusilada

   
 

de esos dos hijos puros de Galicia.

   
 

 

 

   Laureles guerrilleros, piedra, nieve,

 

 
 

se dominen de furia, de victoria,

   
 

ante la digna convicción ganada

   
 

por Gómez y Seoane,

   
 

verdes guerreros de la Pasionaria.

   
 

 

 

   Eran mástiles, sol, en la jornada.

 

 
 

Hondos metales, dirección de espada,

   
 

sonoras escaleras de la lucha

   
 

eran.

   
 

 

 

   Iban vestidos de petróleo en llamas,

   
 

llevaban los zapatos de diamantes,

 

 
 

y en los ojos la viva luz de España.

   
 

 

 

   España era el teatro de sus brújulas,

   
 

de sus fusiles y sus barcos,

   
 

con el rumor heroico de Galicia.

   
 

 

 

   Cincuenta días, cada día un año,

 

 
 

un año de tortura y duro trueno,

   
 

de picadas de perros enemigos,

   
 

cayeron sobre ellos, diariamente.

   
 

 

 

   (La tortura era un agua

   
 

subiendo a la raíz de la firmeza).

 

 
 

 

   

 

 

   La muerte no les preocupaba.

   
 

Pensaban en la lucha, en el combate,

   
 

del pueblo obrero y campesino,

   
 

en la victoria popular

   
 

alto de vida.

 

 
 

 

 

   ¡Hermano, qué grandes corazones poseían,

   
 

qué de estrellas, qué de jazmines duros,

   
 

de cordillera de luz, ellos tenían!

   
 

 

 

   ¡Oh, Gómez Goyoso, Antonio Seoane,

   
 

-vivas granadas, fibras de resistencias-

 

 
 

que el pájaro, el viento y las raíces,

   
 

difundan vuestros nombres de banderas

   
 

por toda España, vertical y fuerte!

   
 
 


 

 

 

 

GUATEMALA: ¡TIERRA PISOTEADA!

 

 

    Y desde Wall bajaron los fétidos chacales

   
 

a eliminar su estrella

   
 

que silenciosamente se elevaba

   
 

por su gobernación de bananales.

   
 

 

 

   Hasta sus fronteras llegaron y cruzaron

 

 
 

una estadística de explosiones y bombas,

   
 

una pequeña selva de verdugos

   
 

con olorosos dólares,

   
 

para ultrajar su vuelo,

   
 

su residencia tropical de surcos,

 

 
 

y rociar su mástil con petróleo,

   
 

y llenar sus dominios

   
 

con noches de terrores desbocados,

   
 

con un diluvio de cárceles y asaltos.

   
 

 

 

   -Haz que tu oído escale

 

 
 

hasta los desapacibles muros de Guatemala

   
 

y escucharéis

   
 

todo un multiplicado lenguaje de navajas,

   
 

ramalazos de bolas de lejanas tierras,

   
 

o veréis

 

 
 

a los rehenes conducidos hasta el muro de los
fusilamientos,

   
 

en los tejados: ¡yanquis!

   
 

recompensando por los asesinatos

   
 

de los patriotas con expansión de pólvora:

   
 

¡una historia de patria pisoteada

 

 
 

por todo un eslabón de monopolios!

   
 

 

 

   Y Pellecer se irguió con su mensaje

   
 

de cálidos fusiles,

   
 

con sus láminas de coraje en los caminos,

   
 

con sus vocablos de victorias y embestidas.

 

 
 
     

 

 

   Llegó Castillo Armas con su retrato

   
 

de pequeño nazi.

   
 

Detrás de él: látigos de feudales,

   
 

el escalofrío hábil del hambre,

   
 

arañas extranjeras,

 

 
 

la lumbre triturada

   
 

de la Reforma Agraria:

   
 

¡un brusco cáliz vuelto al revés

   
 

del deseado polen de la vida!

   
 

 

 

   (Y Peurifoy, embajador de las conspiraciones

 

 
 

y la muerte,

   
 

festejó la victoria del pelotón fascista

   
 

de las caricaturas de patriotas).

   
 

 

 

   Guatemala no morirá entre las tumultuosas,

   
 

áspera red de Wall Street.

 

 
 

de ese raído enjambre de fascistas

   
 

predestinados a morir mañana.

   
 

 

 

   Desde los pabellones azotados,

   
 

desde el estrangulado sitio

   
 

de las desvencijadas sangres fusiladas,

 

 
 

nacerá un nuevo canto

   
 

y el súbito color de los soldados

   
 

de cal y pergaminos.

   
 

 

 

   -Oíd el arsenal de los soldados

   
 

sublevado en el final de las gargantas,

 

 
 

zarpando con el afán de la victoria

   
 

sobre el pequeño pelotón fascista:

   
 

¡ola negra de Wall, verdugos pasajeros!

   
 
 


 

 

 

 

ELEGÍA GUATEMALTECA

 

 

- I -

 

 

      Entonces todos vieron

   
 

cómo bajaba dolorosamente

   
 

apretando su pecho centroamericano,

   
 

como una estrella herida

   
 

por el aire.

 

 
 

 

 

      Por un aire de balas que silba y asesina,

   
 

por un vaho metálico y de fuego,

   
 

gestados en el lejano

   
 

mar de los rascacielos.

   
 

 

 

      Y entre el rumor ciego de los cuchillos,

 

 
 

de luz difícil,

   
 

venían nuevamente los que hasta ayer estaban

   
 

sacando la banana, el café caluroso,

   
 

entre el áspero grito de los explotadores.

   
 

 

 

      La United Fruit,

 

 
 

con su traje de dólar y su perfume

   
 

de sangre calcinada.

   
 

volvió con sus vocablos de látigo y silencio

   
 

amarrando la estrella de la Reforma Agraria.

   
 

 

 

      Olas de furias fueron sobre la tierra,

 

 
 

olas de hambre,

   
 

alas de pájaro... y herido.

   
 

 

 

      Y en cada puerta,

   
 

en cada puerto de clamor y peces,

   
 

dejó Castillo Armas un alto crimen,

 

 
 

un crimen que en el tiempo ha le subir sonoro,

   
 

día a día forjándose en espada

   
 

que buscará el corazón de los traidores.

   
 
     

 

 

      Frente a sus muros

   
 

cayeron como lluvias sus espigas.

 

 
 

De su tierra salían

   
 

no una procesión de ramas verdes

   
 

sino una lenta procesión de cruces

   
 

y un trino intervenido de patriota.

   
 

 

 

      Y las altas semillas, capitanes del día,

 

 
 

bajaron a otras tierras

   
 

mordiendo una guitarra entre los dientes

   
 

y un pedazo de sol gritando entre las manos.

   
 
 

 

 

- II -

 

 

      Chiquimula, Tiquisate, ¡campos de concentración!

   
 

Cuando pronuncio vuestros nombres

 

 
 

mi garganta se llena de campana y combate,

   
 

de ronca pólvora iracunda.

   
 

(A veces no es posible cantar sino estallando

   
 

por tantas carabinas que duermen en las venas).

   
 

 

 

      Antaño

 

 
 

los jóvenes veían

   
 

al vigilante sol libre en el aire,

   
 

sentían altamente el sabor de la tierra humedecida,

   
 

el canto en los caminos como una piedra roja,

   
 

la alegría en el pecho, igual a una palmera.

 

 
 

 

 

      Y la niebla, tambor negro,

   
 

árbol frío,

   
 

era un trueno de fábula en los días.

   
 

 

 

       Ahora mis hermanos del Saker-Tiki,

   
 

de jóvenes artistas,

 

 
 

son arrojados a las cárceles

   
 

o a los campos de concentración

   
 

de tipo nazi.

   
 
     

 

 

- III -

 

 

      Yo sé que al alba vuelve

   
 

después de una tormenta de estampidos,

   
 

porque la luz no duerme,

   
 

porque la luz palpita como una fragua viva

   
 

dentro de cada corazón amigo,

   
 

obrero y campesino.

   
 

 

 

      ¡Ay, mi dura elegía, Guatemala,

 

 
 

tierra de sol, tierra de las bananas,

   
 

de mar a mar, tu cuerpo ensangrentado!

   
 
 
 
 


 

 

 

 

BOLÍVAR, TIMONEL DE OTRO TIEMPO

 

 

Tu viva espada, Capitán Bolívar,

   
 

era un firme relámpago cortando

   
 

toda la férrea y sinuosa sombra

   
 

por la que atravesaba el pecho combatiente

   
 

de América en zozobra y vigilante.

 

 
 

Todo el rumor resuelto que zumbaba

   
 

sobre los caramillos de los indios,

   
 

sobre las espadas al acecho,

   
 

sobre las longitudes de la arcilla,

   
 

el hábil filo de los agricultores,

 

 
 

el nativo cairel de los ponchos

   
 

de los enfáticos jinetes,

   
 

el barquero avisado ante las tempestades:

   
 

llegaron con Bolívar,

   
 

con rasgos legendarios como los leñadores despertados.

 

 
 

 

 

Las patrias levantaban sus cabezas

   
 

para ver quiénes llegaban

   
 

llenos de pedernales combatientes.

   
 

Los ríos, como las cuerdas tensas de las guitarras,

   
 

daban vocabularios sublevados

 

 
 

a aquellos taladrantes

   
 

soldados gestionados improvisadamente

   
 

para que dieran paso al alba solidaria que se alzaba

   
 

para una nueva luz americana.

   
 

 

 

El íntegro dominio de los vientos australes

 

 
 

enseñaba la indígena arboladura roja

   
 

de espadas y claveles guerrilleros.

   
 

Y un huracán de hojarascas verdes

   
 

estampaba sus gestas fecundantes

   
 

con las definitivas herrerías.

 

 
 
     

 

 

El prolongado olivo de aquellos labradores

   
 

aún mantiene su maternidad libertadora

   
 

plasmado en las monedas de los pequeños truenos

   
 

que sensitivos marchan taladrantes.

   
 

 

 

Sobre su torbellino de caballo,

 

 
 

sobre el sepulturero signo de su espada,

   
 

sobre la ruda tinta de sus proclamas

   
 

Bolívar recogía toda la suma de sucesos nuevos,

   
 

al miliciano pasajero,

   
 

a la cal de las marinerías

 

 
 

a las brigadas de aldeanos bruscos,

   
 

para hacer de ellas

   
 

un ámbito de chispas

   
 

o un cataclismo de metales altos.

   
 

 

 

¡Madrugador clarín,

 

 
 

granadero inflamado,

   
 

fermentación de América pasada!

   
 

Veo que aún convocan tu presencia,

   
 

tu púrpura volcánica,

   
 

tu sangre ribereña

 

 
 

tu rayo de utensilios orgullosos

   
 

para innovadas perspectivas.

   
 

 

 

¡Oh, Capital de fósforo y bandera

   
 

de una diferente contextura!

   
 

Nuestras memorias buscan

 

 
 

el calendario que dejaste

   
 

de apasionados alabastros.

   
 

 

 

Vibramos ante el recorrido de tu nombre

   
 

de rebeldes tatuajes,

   
 

para los manuscritos difundidos.

 

 
 

Despedimos entero

   
 

a los que han arrinconado tu inventario

   
 

intérprete de los desordenados reverberos,

   
 

a los que echan lluvias sobre su bastimento

   
 

de lentejuelas dulces.

 

 
 
     

 

 

Hoy escuché romance que te nombraba,

   
 

vendimiadoras que queman sus vendimias

   
 

triturándolas hasta hacerlas sangre,

   
 

remeros como veletas zumbadoras,

   
 

reciedumbres de guitarras

 

 
 

cantando tus salmueras,

   
 

lámparas para tu nomenclatura de quebracho,

   
 

pueblerinos insistentes

   
 

todos y cada uno ofreciéndote un pedazo

   
 

de sus embanderados sentimientos

 

 
 

para diseminarte como polen

   
 

sobre las colecciones de países

   
 

zurcidos a la piel latinoamericana.

   
 

 

 

Yo me despido

   
 

después de este telegrama de palabras.

 

 
 

 

 

Tu nombre como un arpegio ciego

   
 

sobre las páginas de América

   
 

en el libro de los novenarios

   
 

quedará definitivamente escrito

   
 

 

 

Bolívar. Capitán:

 

 
 

un viento de banderas

   
 

corre al cielo

   
 

de tu recuerdo y nombre merecidos...

   
 
 

 

 

 

DIA PRIMERO - POEMARIO DE LUIS MARÍA MARTÍNEZ

(Texto de AUGUSTO CASOLA)

 

            Se puede leer en el pie de imprenta de la primera edición de Día primero - Poemas (1955), que fue impresa en Artes Gráficas Zamphirópolos, durante la segunda quincena del mes de julio de 1956; el autor firma Luis Armatize y se abre con un prólogo Mi hermano que paso a transcribir:

 

            Prólogo

            Mi hermano

 

Mi hermano, un claro poeta,

quiere publicar sus versos y no puede,

quiere hacerlo con imprenta y con dibujos blancos

y no lo puede.

 

Aquí no van a las palabras naciéndoles racimos,

no puede echar raíces porque la tierra quema.

¡No! Las palabras no tienen agua,

las palabras no tienen sol,

no tienen minerales de la fierra.

 

Su voz, mi voz, van encerradas

como pájaros locos,

como agua en un dique,

¡sí!, como agua en un dique.

Y las imprentas balan en las praderas ciegas,

cada letra es un niño martirizado y flaco,

cada sonido un grave sufrimiento.

 

Y Pedro el imprentero vaga por la humedad del cielo,

comiendo su silencio como un pan,

electrizadamente solitario.

 

Toco una mano. En ella unas palabras

sueltas y calientes

que tratan de estallar como explosivos,

buscando pisos y moradas,

desentrañando azufre airado.

 

Mi hermano el poeta

patea y canta sollozando,

y saltan de su pecho, fusiles y granadas,

pueblo huérfano y huérfano,

astrales sacudidas y miradas,

un dominio del sol

áspero y fuerte.

 

 

            En la edición fechada 2 de marzo de 1989, las palabras con que el autor abre el tomo dicen, entre otras cosas y a modo de excusa y auto reproche: Todo mi pretendido ‘esteticismo musical’ se puso entonces a prueba demostrándome que aquí y más allá estaban ocultos o mimetizados por el sonido versos derrengados o cojitrancos en inadmisible error de presentación, y supongo que ellas se pueden aplicar a todos los autores primerizos que con la audacia propia de la juventud se lanzan a publicar sin las premeditaciones de una posterior lectura compulsadora porque entonces, sin la experiencia que da el paso del tiempo, ese gran maestro de todas las actividades de la vida, sean ellas artísticas, políticas, profesionales o el simple transitar de la gran mayoría de esa masa densa y perpleja que constituye cada generación, el joven suele querer considerar como resultado de la iluminación del genio lo que no pasa de ser generación espontánea de su ingenuidad y se resiste con tozudez -que resulta hasta risible por lo patético-, a escuchar los consejos de "la experiencia", como les gusta decir a los viejos cuando se refieren a esa maestra que no se amilana ante el alud de necedades que de a poco envuelve a lo racional y adecuado en esa niebla que últimamente parece una obligación de las autoridades mundiales y nacionales, arrojar sobre la nueva generación, empecinadas como están, al parecer, en asentar ciertas normas que faciliten sus malignos designios encaminados a conducir a los jóvenes, que ingenuamente se prestan a ello, hacia la deshumanización de una nueva época de oscurantismo e ignorancia de la cual no escapa el ámbito de la cultura.

            Por eso, resulta aplaudible y hasta honrosa esa prueba de honestidad intelectual que Luis María Martínez realiza en el prólogo de esta edición, pues entre 1955 y 1989, median 34 años que el autor llenó con trabajo arduo y tesonero.

            Con cierta reticencia me alcanzó, hace unos días, la edición príncipe, cargada con ese contenido literario que fue la semilla y creció después, transformada en el frondoso árbol de sólido tronco que constituye la obra de este autor, tal vez porque entonces era el día primero en aquella Asunción desaparecida hoy y a la cual se refiere el escritor W. Jaime Molins (30,32).

 

            Ahí tiene usted unos ejemplares que han dado excelentes resultados.

            Efectivamente, la hovenia se adapta como planta urbanizable a una difusión ventajosa siempre que se cultive con cierto esmero. Se antepone a este vegetal, el plátano, consagrado como planta excepcional para avenidas en las grandes ciudades. Por lo menos, sobre su plantación se lleva la experiencia ganada en el ejemplo de sus calidades como ejemplar "boulevardier". Es elegante, es dócil, es rápido, es pródigo en ramas y en hojas, y sobre todo propio de este clima subtropical. Desechemos con tiempo el carolino y ciertos ejemplares de la familia de las acacias, que si son atrayentes por su tonalidad y por su grata umbría, son indisciplinados, demasiado vigorosos y reacios a toda cultura estética.

            Pero a nuestro ver, nada más apropiado, más típico y de mayor utilidad pública, que el naranjo, planta peculiar, llena de sombra, de perfume y de amor. Ella debe ser la preferida para la alameda urbana; ella debe, a manera de perdurable dosel, anticipar en la ciudad más que un producto nacional, un símbolo providencial que da idea de exuberancia y de probidad, en el tono firme de sus hojas, en el amor de sus azahares, en la generosidad de sus dulces frutos... Y si fueron naranjas el alimento frugal de los combatientes póstumos, cuando el último cartucho, ninguna consagración más llena de patriotismo y de poesía, para venerar el árbol generoso, en el culto de las calles, como el amigo fiel que rindió su tributo en el día de la prueba...

            Y aún sin esta idealidad de noble romanticismo ¿qué árbol puede en la Asunción, suplantar al naranjo? Su follaje es seguro, su figura, comúnmente esférica, es propia de un sencillo alineamiento; sus propiedades como depurador de la atmósfera son insuperables; perfuma y alimenta. Y si el exceso -hoy por hoy- de la producción naranjera, no importa un incentivo usufructuario, destínese la cosecha de ese huerto popular a las sociedades de beneficencia en la seguridad de un apreciable rendimiento. Para arborizar con naranjos todas las calles de la ciudad comprendidas en el perímetro de Benjamín Constant, Asunción, Estados Unidos, Ygatimí y Hernandarias, se necesitarían 14.000 plantas, haciendo un cálculo de buen cubero sobre la base de una planta cada cinco metros.

            Y no os riáis ante este lirismo de arraigar como planta de ornato el árbol protector -ya que este sistema novísimo, a base de una cosa tan nuestra, tan americana, pudiera su plantar la fórmula consagrada de los árboles exóticos que nos trae el espíritu snob de Europa- que nada más práctico que unir pedagógicamente lo útil a lo agradable, máxime cuando esta dualidad importa la planta nacional por excelencia.

 

            Aquella Asunción donde se podía aspirar el aroma de las flores del naranjo y del jazmín que en las casas o en las veredas, se encendían en la blanca pureza de sus flores. Las calles empedradas del centro, resultaban propicias para que los niños jugaran a la bolita, a firraca o a culturales, los que guardaban en una especie de estuche mágico que, con un simple doblado, colocaba el valioso papelito ilustrado en su lugar.

            Entonces la vida de la niñez transcurría con un ritmo diferente al actual, dividido en temporadas estrictas, cada una de ellas sujetas a la liturgia del juego correspondiente, conocida y respetada por instinto, ya que a nadie se le ocurriría jugar bolita en tiempos de trompo o hacer volar pandorgas cuando correspondía jugar al libertado o tambo por las noches y para lo cual servían las columnas en diagonal de las esquinas, de cuyos cables pendían restos de pandorgas que hicieron kali-u en ellos. El foco bajo la pantalla enlozada oscila con el viento y ensancha en algo su escaso cono de iluminación.

            En Maduración, nos dice:

 

Hablaba de la arena sin remedios,

de la elástica lluvia

caída en el regazo de la noche,

del final de un arroyo acorazado

por piedras torrenciales.

 

            Esta estrofa lírica, la extraje de un poema que enseguida pasa al tema que va a ser casi la constante dentro de la obra poética de Luis María Martínez: el pueblo, las desventuras del campesino, el anuncio de la lucha y la esperanza de sacudir al país de la mano férrea de la dictadura que entonces ya definía las diferencias entre privilegiados y parias.

            Antes de cerrar este Día primero, me permito transcribir las dos versiones del poema Soy, con que se abre la edición de 1989, y que está después del prólogo en la edición príncipe.

 

 

 

            SOY (1955, 11)

 

Yo soy un marinero empecinado

de acento vertical y sublevado.

 

- Escucha este latido, hermano mío,

esta sangre que quiere ser estruendo,

pólvora seca.

 

Llámame, compañero, a cualquier hora

a cualquier hora del horario duro.

 

Tráeme una guitarra pueblerina

que tenga un metalúrgico sonido;

tráeme un trozo de tu vestidura;

tráeme un aire de manzana herida

para mi voz hermana de la tuya.

 

Y entonces me verás en noche y día

navegando en el mar y sobre el río

con levantada voz para la vida.

 

 

            SOY (1989, 9)

 

- Corriente abajo van, corriente abajo

y yo navego contra la corriente-.

Yo soy un marinero empecinado

de acento vertical y sublevado.

 

- Escucha este latido, hermano mío,

esta sangre que quiere ser estruendo,

pólvora seca.

 

Llámame, compañero, a cualquier hora,

a cualquier hora del horario duro.

 

Tráeme una guitarra pueblerina

que tenga un metalúrgico sonido;

tráeme un trozo de tu vestidura;

tráeme un aire de manzana herida

para mi voz hermana de la tuya.

 

Y entonces me verás en noche y día,

navegando en el mar y sobre el río,

con levantada voz para la vida.

 

Fuente: LUIS MARÍA MARTÍNEZ - OBRERO DE LA PALABRA. Por AUGUSTO CASOLA. Editorial ARANDURÃ, Asunción – Paraguay. Agosto del 2012 (244 páginas)

 

 

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