PERSONA Y TIEMPO
Poemario de LUIS MARÍA MARTÍNEZ
Texto de AUGUSTO CASOLA
A veces pareciera que las cosas no cambian con el tiempo y, desde luego, no tienen por qué hacerlo, puesto que nuestra condición humana nos reduce a movernos entre paralelas de las cuales es imposible escapar.
Es preciso estar de nuevo en presente, otear el horizonte, buscar algo que compense lo ya desaparecido para que todo vuelva a adquirir la apariencia de una realidad extinguida.
¡Los recuerdos! ¡Seres sin sombra, seres asombrados! Asombrados de encontrarse en medio de una fosforescencia que no comprenden, pese a estar seguros de su presencia bajo la luz, sin proyectar sombra. Están, pero no existen. Son frágiles y fácilmente reemplazables porque el fragor de la vida, la presencia del acontecer de tantos hechos y acontecimientos apasionantes, no les permite sino resucitar en el breve resplandor de pavesas para mostrar que alguna vez fueron importantes y significaron algo.
Los recuerdos, sombras redimidas, son seres asombrados de sí mismos. Y ¿después? No sé. Más soledad, tal vez, el consuelo doloroso de buscar consuelo, el tímido intento de sobrevivir o volver a intentar de nuevo ¿qué? La misma parodia, el mismo juego, la satisfacción inmediata de una urgencia, la apremiante llamada del deseo, la insensata inspiración de un poema, la estúpida fe en que algo pudiera cambiar..., ¡como si pudiera cambiar algo!
Seres sin sombra, los recuerdos, asombrados de ser lo que son y no poder hacer nada para ser otra cosa, de no poder ser más que ese vano crepitar en el fuego fatuo del instante, para enseguida morir: nada.
Sin duda, volver al pasado es casi una obligación del poeta, por eso no asombra que el primer poema de esta colección, sea Yo (7) y en él se describa como "De materia y sonido,/ de canto proceloso,/ yo, en persona, el poeta,/ soñador de infinitos [...]":
Al avanzar en el poemario, ya sin los prejuicios que pudieran coartar la libertad de su expresión; el autor, antes de referirse a las personas que rodearon su infancia, asienta su credo y dice (9): "Creo en el hombre [...] /Creo en el pueblo [...] /Creo en la vida [...] /Creo en la ciencia [...] /Creo en la poesía. Creo en sus llamaradas,/ ¡En que han de arder con fuerza en las pasiones!/ Creo en mi trino. Creo en mis afanes,/En que al final se irán por su camino![...]...".
A continuación, armoniza el cuadro familiar envuelto en el recuerdo ya con los ojos del hombre maduro que transitó buena parte del camino y siente, como dije antes, la necesidad de volver a repasar los senderos recorridos y ya no son esos ornamentados corredores rococó, sino se presentan ahora envueltos en una niebla temblorosa y densa, pronta á desaparecer, como son los fantasmas a que se refiere. Dice en Madre (10):
Poco la conocí. Poco la tuve.
Siento que hay algo que se llama
soledad o silencio o desamparo,
y que hay una inexplicable lejanía
que la cuida y custodia
fuertemente:
Dice en Padre (11):
Austero y silencioso
Como un navío azul que va siguiendo
Por el río del tiempo su camino [...]
Como Mis abuelas (13) despierta reminiscencias de mi propia niñez, no resisto la tentación de transcribirlo completo:
MIS ABUELAS
De mi abuela paterna
sólo tengo el recuerdo
de un retrato sin marco.
De la materna en cambio
(doña Tomasa, digo)
recuerdo el velatorio diurno de sus restos
bajo el tupido asombro
de un tarumá en el patio.
Y aquella tapa escueta,
vidriada y ajustada del féretro del caso,
en cuyo oval penoso,
a poco de marchar al cementerio,
vi por última vez el rostro de mi abuela,
que a mi niñez de entonces
tenía en todo, en todo, sentido inexplicable...
Continúa con los abuelos, los tíos, los hermanos, en fin, ese entorno que en días pasados era un constante contertulio de gente que, por cotidiana, hasta podría pasar desapercibida, entonces, pero que adquieren una dimensión diferente en la perspectiva del tiempo, o, como tan bien lo dice José Asunción Silva en su poema "Muertos" (208), que aparece en el magnífico trabajo de compilación realizado por Amado Nervo:
En los antiguos cuartos hay armarios
que en el rincón más íntimo y discreto
de pasadas locuras y pasiones
guardan, con un aroma secreto,
viejas cartas de amor, ya desteñidas,
que obligan a evocar tiempos mejores,
y ramilletes negros y marchitos
que son como cadáveres de flores,
¡y tienen un olor triste
como el recuerdo borroso
de lo que fue y ya no existe!
Se lee en la contratapa de Persona y tiempo, que contiene una especie de biografía lirica, de individualidad poética erigida entre los avatares del tiempo que alimentó y dio vuelo a sus pensamientos y a sus sentimientos. Poesía de intimidad, de meditaciones, de deseos y ensoñaciones [...], y no es otra cosa cuando se refiere a su tío Julián, de quien manifiesta, no sin cierto aire jocoso, de cariñosa burla originada ya en su niñez y que ahora, de maduro, comprende mejor el sentido del vasito al lado, con otro poco enfrasco [...], cuando nos explica que [...] ya en los años de su decrepitud o decadencia,/ con la amargura al pecho, con la llovizna al ojo, / se fue por los caminos que rigen las nostalgias/ con un vasito al lado, con otro poco enfrasco.
No puedo negar que me detuve a disfrutar con fruición en estos poemas de Luis María Martínez, porque a mí me conmueve el que alguien abra el horcón de los recuerdos y deje fluir de él, en lugar del aliento espeso que adquieren las cosas por largo tiempo arrumbadas, el aroma fresco, reconfortante, salpicado del rocío de la infancia, como el recuerdo borroso/ de lo que fue y ya no existe y este paralelismo, que parecería imposible en cualquier otro punto del análisis que venimos desarrollando, va como tomado de la mano en Persona y tiempo.
A partir de la página 20, el autor establece consideraciones más generales, como los poemas escritos entre el 14 y el 31 de julio de 1992, en los cuales destaca dos conceptos bien definidos como son La materia (25) Increable, infinita. Eternamente en todo [...] ¡La materia es la dueña total del Universo! y El movimiento (26), El movimiento es el eterno mandato/ que entraña la materia, sin cesar y sin tiempo, así como la vida y la trascendencia.
No puedo esquivar el deseo de citar a Renán (24): Dos elementos, el tiempo y la tendencia al progreso, explican el universo. Mens agitat molem... Spirit intus alit... Sin ese fecundo germen del progreso, el tiempo es eternamente estéril. [...] Hay una conciencia obscura del universo que tiende a hacerse un secreto resorte que impulsa lo imposible a existir.
El poeta nos dice en Dependo (21):
Dependo de la estricta materia de la vida,
dependo de su química rigurosa y benigna,
de congeniar la sangre con el día y la noche,
de hacer que vibre el hombre como tea impaciente,
de arracimar la fiebre para andar y andar siempre.
Dependo de la tierra, del viento y su sonido,
de la historia que el pueblo promueve urgentemente,
de la gran poesía que avizora un galope,
cual caballo de fuego de insistente resuello,
que dice "habla, habla" y me saca hacia el tiempo.
Dependo de una vida que no pide una tregua,
del júbilo eminente del justo pensamiento,
de la energía oscura que yace en la epopeya,
de un país mutilado por yugos de tristezas,
que combate y combate por sacarse la herencia
de opresión y penuria, de cadalso y exilio.
Dependo de este tiempo de guerra intermitente,
de triunfos, derrotas, que sin cesar prosiguen
sabiendo ciertamente que algún día seremos
la victoria, un minuto de la eterna esperanza.
14-VII-1992
Tras el último poema de 31-VII-1992, y antes de los que van fechados entre el 4-X y 22-X-1992, sin fecha y como separando unas de otras a las partes, se encuentra La infancia (32), con el cual el autor nos transporta a aquellos días de pantalones cortos, de guardapolvos para ir a la escuela, del noticiero de las 8 de la noche, de juegos a la siesta o a la tarde, las épocas bien definidas de trompos, boleros, balita o pandorga ya ahora, hoy, confundidos en el borroso paisaje de tan largo viaje que como la hojarasca se desprende y pasa de largo al soplo de tanto viento Norte, de tantos partidos de fútbol, de tanto protagonismo en ese tiempo en el que entonces era siempre.
Los que andan por arriba de los 60 años, van a sentir ese soplo fresco que brota de las páginas de este libro, pese a encerrar un tiempo fenecido y contar la historia de momentos que ya no existen; a aquellos lectores más jóvenes, los que andan por los 40, es probable que todavía comprendan lo esencial del poema; en tanto que quienes recorren la franja de los 20-30, es posible que les resulte totalmente extraño lo que se habla en él, simplemente porque la infancia de ellos, de la gente joven, fue en todos los aspectos, diferente a quienes la vivieron entonces. Y no es que sean días mejores o peores, estoy seguro que los recuerdos que poseen deben ser tan ricos y valiosos como los que describe Luis María Martínez en este poema, sólo que diferentes.
En los días de La infancia no existía la televisión, ni las radios portátiles y mucho menos los teléfonos celulares, los iPad o las computadoras. El mundo era entonces más de esta tierra y de este país, con sus siestas calurosas, combatidas en catres ubicados en lugares estratégicos del patio, donde a veces, circulaba algo de viento, donde reposaban los padres, cubiertos con la menor ropa posible y en la mano la pantalla Caacupé; el cántaro de agua fresca en algún rincón, el calentador "Primus", con el cual se preparaban las comidas, a falta de cocinas a querosén, porque no existían las de a gas y menos aún las eléctricas, la máquina de coser "Singer", a pedal, cuyo monótono ronroneo era compañía de las tardes y el deber de la escuela, los juegos en las esquinas, los tímidos flirteos y a veces, la Muerte, inesperada y desconocida, mostrando su rostro entonces incomprensible, pese a que ella podía apoderarse, no sólo de viejos tíos y abuelos, sino también bajaba su guadaña -como lo hace ahora- sobre sus elegidos, para arrasar con la estabilidad y dejar su trágica secuela.
Nos dice en La infancia:
Pienso y pienso en las cosas ya pasadas.
Pienso en la infancia, pienso en sus relieves,
cuando con leves pies, con leve intento,
trataba de enrumbar una pandorga,
"un cuarullé" de rústica factura
o trataba de darle fiesta y viento
a un trompo de madera sin lustrarse.
Pienso a veces en las mágicas balitas
de vidrios con amenos centelleos,
con estrías y manchas conocidas.
(Queríamos tener "cuartas" enormes
para medir las cosas de su juego:
de una balita acá a otra balita).
Después el gran "balero"
de hueso o de madera bien sonora,
con su top-top cual música en la infancia;
la "hondita" y la pelota en los baldíos:
el arco a arco o el feroz partido.
Pienso y pienso en las cosas de la infancia.
Recuerdo a los amigos de ese tiempo
que vienen y se van como destellos,
recorriendo las calles arenosas,
saliendo de los verdes matorrales,
hablando en las esquinas sin apuros,
cuyos rostros se ocultan ya en la niebla.
Recuerdo a las muchachas de aquel tiempo
que daban buen color a nuestros sueños
y que alteraban sin querer la sangre.
Recuerdo los antiguos almacenes
con sus estantes llenos de ilusiones,
sus alacenas con olor a dulces,
el aceite en tambor, las bolsas llenas...
Recuerdo a los vecinos más antiguos,
cuyos nombres no acuden ya a la mente.
Recuerdo al zapatero de la cuadra,
al albañil, al rudo carnicero,
al panadero que llegaba en carro,
a la lechera, al carbonero, al barrio
con sus casitas mustias y arenales...
Es que cuando de pronto se tropieza con el paisaje de recuerdos que es la infancia, pintado por alguien más o menos contemporáneo, se hace difícil resistir la tentación de volver a degustar esos sabores y olores, esas emociones, esos desencantos, alegría, juegos, sueños y pesadillas que en apariencia, entonces, parecían no tener fin.
Con qué admiración y envidia mirábamos a los 8 años a quienes tenían 18 y con qué estrujamiento en el pecho lo hacemos ahora y cómo su juventud nos conmueve con un sentimiento de tristeza por los días ignorados que aguardan a esta juventud de hoy.
El libro concluye el 17-III-1993, pero entre sus hojas quedan muchos versos ricos en esa reverberación que lo transforma en un catálogo de nostalgias, que muestra, con la comprensión provista por los años, que "pasamos como pasa el rumor de algún río/ Pasamos como pasa la ilusión y otro día", e invita a la reflexión, por lo que resulta interesante transcribir Pasamos (46):
PASAMOS
Pasamos como pasa el rumor de algún río,
nos vamos lentamente como pasan las olas
de un lugar conocido a otro sitio ignorado.
Nos vamos desafiando a lo desconocido
con la oculta ilusión de haber sido los únicos
en manejar la vieja madeja de los hechos,
que son siempre más nuevos que el temblor de algo extraño,
eternamente en todo como lo inesperado.
No entiendo, yo, no entiendo
por qué desesperarse,
si la vida no acaba en las desesperanzas,
si su rumor no cesa por más que ya no estemos
gesticulando como estrella o primavera,
en medio de algún valle de inmedible horizonte.
¡Pasamos como pasa la ilusión y otro día!
Enero 12, 1993
POETA URBANO
La primera parte abre un amplio abanico donde dibuja diversos sitios y costumbres infantiles de aquellos años en que la ciudad de Asunción era una presencia gentil, amable, llena de aliento y misterios que de niños, fuimos descubriendo en nuestras andanzas desaprensivas, como aquella pintura De la vieja ciudad, la del pasado (17), que se halla dentro del grupo de los poemas cargados de nostalgia, que acaparan la primera parte de este libro, el poeta nos dice:
De la vieja ciudad tengo recuerdos
que están ya solamente en la memoria.
Por ejemplo:
El mercado de amenos carreteros,
con burreras, con árganas, canastos.
Con bueyes, con borricos, vendedores.
Con cuadras con olor a las boñigas.
Con verduras en alfombras en el suelo.
Con matronas de pueblo con cigarros
y peinetones y cosas de corales.
Y rudos campesinos con polainas
tomando un mate amargo o contemplando
ese intenso abejeo de las gentes.
Y perros y sombrillas y braseros,
pailas, ollas, cacerolas,
y frituras y leche derramada.
Las calles eran pequeños naranjales
con perfumes de asombros y azahares,
con gente que ponían sus sillones
por la tarde o la noche en las aceras.
Andaba con su carro el panadero
a igual en ese empeño el carbonero.
Con gritos pertinaces iban burreras
anunciando las cosas de su esfera.
De puerta en puerta era el escobero
gritando: escoba, escoba, escoba.
Con tarros de latón eran lecheras
que volcaban la leche en cacerolas,
en casas con portones o zaguanes.
Estaban los largos corredores
donde ofrecían telas los tenderos,
carteras y zapatos, el zapatero,
cigarros, jarras, dulces, las mujeres,
y baúles, valijas y frazadas.
(En escueto español reiterativo
ofrecían sus telas los tenderos.
Y bajaban y bajaban como un gancho
para el cliente, el precio de sus cosas).
Y luego el almacén, los almacenes
con olores a queso y bacalao,
a vino de barril o en damajuanas,
a conservas y aceites,
a maderas de pinos, de embalajes...
Los ómnibus pequeños y el tranvía
que en horas ya avanzadas
ponían sus metálicos chirridos,
en el seno tranquilo
de la vieja ciudad semidormida.
Siguen las plazas, los parques Caballero y Carlos A. López, los cines de barrio (23): Aquellos cines eran la misma maravilla/ de nuestra infancia pobre, de escasas incidencias/ (El Fox, el Rex, España, Pettirossi...) / cuyos locales eran salones de la dicha, para seguir con los tranvías, los clubes, los ómnibus (35) conocidos por números/ el 2, el 6, el 8 como el 9,/ y el 14 cargado hasta el estribo,/ digo mejor en lengua ciudadana: / ¡la estribera!; continúa por los barrios hasta concluir en los días de Asunción del presente, la ciudad que tanto amamos (44), pese a que:
Ahora la ciudad tiene una nueva
presencia, perdón, digo existencia,
donde todo es urgente y sostenido
por un tiempo cruel o malherido.
Su segunda parte, "Ciudades e islas", conforma un libro de bitácora donde deja asentada la impresión que le causaron las diferentes ciudades que visitó, señalando de cada una, las características que más lo impresionaron: "Burgos, con sus acequias delicadas,/ sus pies de piedras, sus arenas mustias,/ y una rara nostalgia en sus tejados". (58); o París (6o) donde dice "Quiero tener valor de mariposa./ sujetarme al violín de alguna brisa/ y recoger palabras de laureles,/ para quedarme aquí,/ aquí en París, ahora y para siempre".
Pero ya se va cansando el poeta de tantas reminiscencias y su espíritu revoltoso y revolucionario, encuentra la oportunidad de cerrar el paréntesis que permitió vislumbrar, a través de sus propias palabras, un aspecto diferente del artista creador. Cuando está en Rusia, escribe, refiriéndose a Moscú (79): Aquí, la plaza roja,/con el empuje obrero amilanado,/ la campesina fe sin asideros/ y el socialismo escaso y agrega, pese que el poema está escrito el 5-VII-93, como consta al pie del mismo:
Ya pronto de Moscú oiremos cosas
que hablarán ciertamente
del ardor campesino y jornalero,
del verbo y las ideas renovados...
Y bueno, cada uno tiene derecho a renovar sus sueños. De cualquier manera, ha corrido mucha agua desde aquel Día Primero (40), en el que con la audacia de la juventud irrumpía en la dura carrera de la poesía, enamorado de su país, en el cual [...] el dolor que ahora exprimo/ florecerá mañana/ en altas municiones de combate,/ y en telegrama de tormenta y alba. Y me parece oportuna esta cita, porque desde aquella primera edición de la obra, en 1955 a Esperar la tormenta, presentada e128 de noviembre de 20l0 y pese a que media una distancia de 55 años, Luis María Martínez vuelve a arremeter, con inusitado vigor contra la injusticia que le muestra un presente de desengaño.
ESCALINATA ANTEQUERA (14)
Desde aquí nuestra ciudad trepa hacia el cielo
y trae su corona de laureles.
Otea la ansiedad de sus callejas
y da torreón o lumbre a este poblado.
...Se atrapa al mismo río;
si sienten sus rumores muy unidos
al sol, a sus antiguos
moradores de flechas y piraguas.
Aquí se tacta en algo
los mármoles distantes de la patria
y el fervor permanente o la vigencia
que tiene el país y en su memoria
la libertad que es sangre de su vida...
23-III-93
MERCADO CUATRO (15)
Mejora aquí la vida con las gentes,
que trajinan, trajinan, cada día.
Es decir,
se nota que el vivir es movimiento,
con pueblo, juventud y sentimientos,
con ventas que no anulan la pobreza,
con urgencias, mentiras y verdades,
con rudezas de aspectos populares,
con raptos de emergencias muy agrestes,
y voces y lenguajes como espadas
que hacen del aire su mejor camino,
y tienen en la pasión su llamarada.
Resulta aquí vivir un gran momento,
una ardiente jornada que no cesa,
que va de puesto en puesto constelando
y pone prisa de verano o vara.
Aquí la vida tiene un resultado
de exaltación, de asombro o de cuchillo
que taja como taja el carnicero,
la carne entre la urgencia de un pedido.
El pueblo vive aquí, vive y camina
y va de puesto en puesto compitiendo
contra la lenta calidez del vuelo,
que tiene una retórica muy fina
y poco palpitar de pueblo: ¡poco!
(De sesgo popular será el mañana)
23-X-93
PARÍS (60)
París, París, oh, vida,
sutilmente París como una estrella.
Con su revolución a toda marcha,
su oratoria encendida,
su poesía celeste,
su prosa delicada y primorosa,
por fin llegué a su casa.
Por fin aspiré su polvo victorioso,
recogí la hojarasca de sus calles,
me extasié con las cosas de su vida.
Quiero tener valor de mariposa,
sujetarme al violín de alguna brisa
y recoger palabras de laureles,
para quedarme aquí,
aquí en París, ahora y para siempre.
6-IV-93
Fuente: LUIS MARÍA MARTÍNEZ - OBRERO DE LA PALABRA. Por AUGUSTO CASOLA. Editorial ARANDURÃ, Asunción – Paraguay. Agosto del 2012 (244 páginas).
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