ESTUDIO SOBRE LA INDEPENDENCIA NACIONAL
Por FULGENCIO R. MORENO
3 edición
Carlos Schauman editor
Asunción – Paraguay
INDICE GENERAL
ESTUDIO SOBRE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY
PÁG. PREFACIO
CAPITULO - EL VIRREINATO Y LA METRÓPOLI — REVOLUCIÓN DE LA CAPITAL
CAPITULO - EL PARAGUAY COLONIAL Y LAS PROVINCIAS MERIDIONALES....
CAPITULO - EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES
CAPITULO - LA INVASIÓN PORTEÑA
CAPITULO - LA INDEPENDENCIA
APÉNDICE
PRÓLOGO
En 1911, cuando la República llegaba al centenario de su Revolución emancipadora en medio de una violenta anarquía, fueron sus intelectuales los que le rindieron el homenaje más bello; el de su talento, el de su capacidad creadora y el de su trabajo, por medio de tres obras destinadas a marcar hitos en las letras paraguayas; bajo la dirección de Arsenio López Decoud y con la colaboración de las brillantes plumas de su tiempo, se publicaba el Álbum Gráfico de la República del Paraguay; Eloy Fariña Núñez, desde Buenos Aires, evocaba en su Canto Secular, la geografía, la historia, los mitos y el espíritu de su pueblo, en un poema que ha sido calificado como “la máxima creación de la lírica paraguaya”, y Fulgencio R. Moreno daba a publicidad el tomo I de su “ESTUDIO SOBRE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY”.
Moreno, periodista, financista y hombre de Estado, ex Diputado y ex Ministro de Hacienda, había publicado ya para entonces sus primeros trabajos históricos: “DIPLOMACIA PARAGUAYO-BOLIVIANA” (1904), compilación de artículos periodísticos aparecidos en el diario LA DEMOCRACIA en 1898 sobre los antecedentes de los tratados de límites y la causa de su fracaso; y “PÁGINAS DE HISTORIA ECONÓMICA DEL PARAGUAY” en EL ECONOMISTA PARAGUAYO (Marzo de 1910). En 1911, el citado Álbum Gráfico traía dos opúsculos de su autoría: “RESUMEN DE HISTORIA ECONOMIZA DEL PARAGUAY” e “INMIGRACIÓN Y COLONIZACIÓN ANTES Y DESPUÉS DE LA GUERRA”.
Estos trabajos anunciaban el rigor científico que debía mostrarse con todo su vigor en su “ESTUDIO SOBRE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY”, su primera obra de envergadura, cuya tercera edición, tenemos el honor de prologar. A la recordada primera edición, siguió largo tiempo después, una segunda, auspiciada por el Instituto Colorado de Cultura en 1975, bajo la ilustrada dirección del Dr. H. Sánchez Quell.
En el prefacio de esta obra, Moreno expresa su propósito de estudiar “el origen y desenvolvimiento de los principales fenómenos que contribuyeron a la formación del Paraguay Colonial” para una mejor comprensión de las causas de nuestra independencia no sólo de España, sino principalmente de Buenos Aires. Al hacerlo, reivindicará a próceres “que llevan todavía sobre su memoria el peso de indignas imputaciones”, sobre quienes “se ha arrojado una gran sombra; la de que sus propósitos no fueron otros que el sometimiento del Paraguay a las pretensiones de Buenos Aires, para la formación de lo que ha sido después la República Argentina”.
A la luz de su interpretación, concluye: “Desde luego, no hemos podido identificar la independencia del Paraguay con la personalidad del Dr. Francia, ni menos atribuirle la formación de nuestra nacionalidad, porque tales afirmaciones, a más de ser contrarias al desarrollo normal de los pueblos, se pones a los documentos y pruebas de la época. Allí donde otros han creído ver la formación artificial de voluntad casi maravillosa, nosotros no hallamos sino el producto natural de numerosos factores, que trabajaban de tiempo atrás y adquirieron vigor extraordinario al alborear la independencia. Un modo de sentir y de pensar, formado en siglos de labor casi inconciente, no se modifica en un día por el esfuerzo de un solo hombre. La insistencia del Paraguay en no someterse a Buenos Aires no fue obra del Dr. Francia, ni puede siquiera sostenerse que el Dr. Francia tuviera en ella una gloriosa prioridad. Colaborador sí en el sostenimiento de la independencia, después del 14 de Mayo, pero en manera alguna la encarnación única, el númen solitario de la autonomía provincial”.
En esta obra fundamental, Moreno estudia el aislamiento y abandono en que fue sumido el Paraguay desde el momento en que se concretó la división de la Provincia Gigante, en 1621, y, de modo muy especial, la opresión sistemática a que le sometieron las provincias meridionales. Dedica enjundiosas páginas a analizar los efectos que sobre el Paraguay producían los desconsiderados impuestos que nuestros productos debían pagar en el Río de la Plata, tales como los arbitrios, destinados a costear 200 soldados para la defensa de Santa Fe; las sisas, para las fortificaciones de los puertos de Buenos Aires y Montevideo; el desembarco obligado en Santa Fe, convertido en nuestro “puerto preciso” y el monopolio
del transporte terrestre desde esa ciudad hasta Buenos Aires por los santafesinos, en carretas de fabricación paraguaya costosamente arrendadas. Todas estas cargas y exacciones son calificadas como “monstruoso tributo impuesto a una Provincia lejana y pobre, en beneficio de otras más favorecidas por si situación”, dando lugar a una crisis que se agravaba ante el crecimiento económico de las Misiones Jesuíticas, en razón de los privilegios que ellas tenían para la explotación y comercio de la yerba mate.
Analiza Moreno con agudeza de entendido financista que era, el régimen monetario vigente en esta Provincia, en la que prácticamente hasta mediados del siglo XVIII no circulaba la moneda metálica y en la que productos de la tierra, como lienzos, la cera y el caraguatá, y más tarde la yerba y el tabaco serían como signo monetario, cuyo valor estaba regulado por los importadores de Buenos Aires. Ya entonces era el humilde agricultor el que debía, en última instancia, soportar sobre sus hombros las arbitrariedades de los especuladores rioplatenses.
Agréguense a todo esto las cargas del servicio militar que debía ser cumplido con frecuencia fuera de nuestras fronteras, en beneficio de las provincias de abajo. Los varones de la Provincia Paraguaya, de 18 a 60 años, y como siempre los más pobres, estaban sobre las armas a su propia costa y con sus propios elementos, mientras sus familias y sus y sus campos quedaban abandonados, sus cultivos se perdían o pasaban infructuosamente las épocas de la siembra o de la cosecha.
Cuántas denuncias, quejas y reclamaciones fueron dirigidas a la corona de España por Gobernadores, Procuradores y Cabildos en demanda de un régimen más justo. Moreno las cita frecuentemente y al final de su libro, en un apéndice documental, transcribe íntegramente algunas de ellas. “La lectura de estos documentos revela la existencia de un fuerte sentimiento de solidaridad en el sufrimiento, solidaridad en la indignación sorda que produce el esplendor ajeno, considerado como causa de la miseria propia”.
Moreno fue el primer historiador paraguayo que dio marcada importancia al factor económico: “La raíz de este vínculo la encontramos desde el principio cimentada en el orden económico”. Algunos críticos, que no apreciaron posiblemente la complejidad de su obra, lo encasillaron en la corriente materialista de la historia. Nuestro autor escapa a tal clasificación. La interpretación materialista de la historia, basada en la filosofía marxista, considera que el modo de producción de la vida material determina, en general, el proceso de la vida social, política y moral, mientras el interés económico sirve de incitación a todos los movimientos de la historia.
Raúl Amaral, el más profundo conocedor e intérprete del novecentismo paraguayo, escribió a este respecto en un capítulo de sus “Escritos Paraguayos”, Primera Parte (Ediciones Mediterráneo, 1984), “como la mayoría de sus contemporáneos novecentistas, Moreno sintió el impacto del positivismo spenceriano y que si algún materialismo hubo de cobijar no habría de valerse del de intención dialéctica sino del llamado “vulgar” – dentro de una cerrada órbita cientificista –“que lideraron con pareja eficacia Büchner, Vögt y Moleschott, filósofos de menor cuantía entre los finales del siglo anterior y comienzos de éste. Pero una arraiga concepción idealista – luego de su polémica con el predicador evangélico Dr. Juan F. Thomson sobre “El mundo de los átomos” (1901) – lo conducirá, diez años más tarde, a trazar el elogio de Fichte y sus “Discursos a la Nación Alemana”.
Al referirse a este momento en el pensamiento de nuestro historiador, el ya citado Raúl Amaral concluye en un erudito estudio titulado “Formación filosófica de Fulgencio R. Moreno” (Revista del Ateneo Paraguayo, Mayo de 1963): ―Empieza ahora una distinta etapa en la tarea del escritor paraguayo: la que se relaciona con su paso del materialismo ingenuo al idealismo, si bien respetando paradojalmente, el trasfondo positivista que destaca su fisonomía generacional. En este plano incita Moreno al ideal contraponiéndolo al tiempo, que todo lo destruye, e invoca las energías del alma a las puertas mismas de su “Estudio sobre la Independencia del Paraguay”, obra metódica, severa, sin concesiones, a la vez que hallazgo de una posición intelectual más intensa, más cierta. Esto significará una nueva orientación, de diferentes proyecciones, aunque de idéntico destino, que era, y no podía ser otro, el destino de la generación del Novecientos”.
Moreno es un precursor en el análisis social de la realidad colonial paraguaya: “Imaginémonos esta Provincia tal como era entonces, abandonada en el corazón del continente, dentro de su circunscripción, con su pueblo homogéneo, su educación severa, su lengua expresiva y enérgica, sus intereses de un mismo orden, su vigorosa y persistente aspiración económica”. Trae en su apoyo opiniones de Taine, autor de “Los orígenes de la Francia Contemporánea”, y de Novicow, quien enseñó “sin duda el sentimiento nacional se experimenta siempre de una manera confusa, pero no comienza a llegar a una luz plena de la conciencia más que de una manera muy lenta. A veces estalla en los momentos de crisis, aliándose entonces con consideraciones de orden económico y político”.
El enfoque de Moreno aparece científico y avanzado. Los historiadores modernos dan un lugar eminente en la interpretación del hecho histórico a los factores económicos, que si bien no determinan el acaecer con ciego fatalismo, lo pueden condicionar fuertemente. Ello no excluye, ni mucho menos, la existencia de otros factores, tales como los políticos, religiosos, morales y raciales, que según las circunstancias, pueden ser, en un momento dado, lo más gravitantes. En la tesis de Moreno, “cuando ocurrió la gran crisis que nos llevó a la independencia, el sentimiento de nacionalidad apareció vigoroso, aliándose con consideraciones de orden económico”.
En sus últimos capítulos, el “Estudio sobre la Independencia del Paraguay” trata nuestras relaciones con Buenos Aires en vísperas de la independencia, nuestra participación en la defensa del Virreinato ante las invasiones inglesas, la Revolución del 25 de Mayo, la diplomacia de la Primera Junta porteña, la misión de Espínola y Peña. El Congreso del 24 de Julio de 1810, la expendición militar de Belgrano y finalmente la Revolución de Mayo de 1811.
Moreno es el historiador que analiza con mayor profundidad el proceso que nos condujo a independizarnos de España y Buenos Aires. En opinión de Efraín Cardozo, “el análisis sociológico de los antecedentes de la emancipación debido a Moreno es uno de los más penetrantes hechos hasta nuestros días”. La expedición de Belgrano aparece muy bien explicada, tanto en sus motivaciones como en su desarrollo y consecuencias. Donde sus conclusiones aparecen hoy discutibles es en su enfoque sobre la propia Revolución del 14 de Mayo, en cuya gestación considera que el Dr. Francia no ha tenido participación, habiéndosele llamado al Cuartel después de que el triunfo se hubiera consumado. Documentos conocidos con posterioridad a la muerte de Moreno han llevado a historiadores más recientes y altamente calificados como Julio César Chávez, Efraín Cardozo y Justo Pastor Benítez a atribuir al Dr.. Francia una posición rectora en la gesta de Mayo, ante el forzado alejamiento de Fulgencio Yegros, desplazado a Itapúa por alejamiento de Fulgencio Yegros, desplazado a Itapúa por Velazco y la extremada juventud de Pedro Juan Caballero y los demás oficiales conjurados.
El tomo II de esté libro nunca apareció. Sobre la etapa posterior a la Revolución, Moreno sólo escribió ensayos periodísticos en la prensa de Buenos Aires y en diarios de nuestra capital. Su talento, al igual que los de otros ilustres paraguayos, estará, en adelante, casi íntegramente absorbido por la defensa del Chaco la gran pasión de su vida.
Como científico de la historia, Moreno ocupa un lugar de preeminencia en una generación ilustre. Supero los esquemas del positivismo, nunca callo en exaltaciones líricas y llego a una madurez que Blas Garay, muerto en plena juventud, lamentablemente no pudo alcanzar.
Fulgencio R. Moreno aporto una nueva visión, un nuevo tipo de análisis y una nueva perspectiva a la historiografía paraguaya. Marca precisamente con su “Estudio sobre la Independencia del Paraguay”, un hito en ella, un punto de partida y referencia que ya no se podrá olvidar.
Adriano Irala Burgos escribió en un estudio sobre las “Corrientes de la historiografía paraguaya”, en la Revista Interamericana de bibliografía, Vol. XVIII, No. 2, esta apreciación: “la historia como tarea es afirmación de un núcleo que se llama pueblo paraguayos, y también lo es la historia como historiografía, roma la conciencia del pasado al estilo de Hegel, ubicación en la contemporaneidad tras una selección de lo que lo histórico puede aportar para el fortalecimiento del alma nacional. Así se concebía a la historia en su doble significado antes de Moreno. No practicábamos todavía, a excepción justamente de Fulgencio R. Moreno, El sabio aforismo de Gondra: que la historia hay que aceptarla como es, con sus luces y su sombra. Las miserias que sobrevivieron a la tragedia del 70 hicieron que buscásemos lo que considerábamos positiva para nuestro ser nacional. Era una patria que ansiaba su recuperación. No era afán de auto-engañarse, ni pretensión deliberada de falsear los acontecimiento, sino más bien exaltación y criba de lo útil hasta la exageración y, por consiguiente, arrinconamiento de lo que considerábamos negativo. Caso concreto de todo esto es el silencio en que se tenía a zona enteras de nuestro pasado histórico y los juicios simplistas y repetidos que querían explicar otras fases, de tal manera que no había interés de encontrar lo que no se quería encontrar porque era inútil para los finas de la historiografía romántica. Indudablemente, Moreno tenía mucha mayor conciencia que sus contemporáneos en el campo de la historiografía científica. Felizmente, no le traiciono la acumulación de adjetivos, ni el afán laudatorio. Felizmente, fue frío y objetivo, y de ahí su perennidad. Mucho se oirá aún hablar, en el futuro, del Fulgencio R. Moreno.
Este juicio, que es también un vaticinio, fue publicado en Washington en 1968 y tiene hoy una feliz confirmación. Esta tercera edición de su obra magna, que aparece en recuerdo del nacimiento de su autor, acaecido hace exactamente 113 años, quiere poner en manos de las nuevas generaciones paraguayas, un libro fundamental para la compresión de nuestro pasado porvenir. Es ésta, una clave valiosa para la interpretación de la nación paraguaya.
Asunción, 9 de Noviembre de 1985
JERONIMO IRALA BURGOS
P R E F A C I O
Cien años acaban de transcurrir desde la fecha inmortal en que el Paraguay dio el primer paso hacia su independencia. Y ¡caso extraño! El pueblo paraguayo sigue conmemorando este acontecimiento, cuando sus autores, víctimas en vida de su confianza patriotismo, perseguidos más allá de la tumba por su mismo inmolador, llevan todavía sobre su memoria el peso de indignas imputaciones.
Es cierto que ellas no han llegado a sobreponerse al buen sentido popular y a la justiciera apreciación histórica: el recuerdo de los Próceres de Mayo, evocado años ha al colocarse la piedra fundamental de su futura estatua, se ofrece hoy a la gratitud nacional en los nombres de varias calles y pueblos de la República.
Pero esto no basta. Las glorias legítimas necesitan intachable ejecutoria. Y hace ya mucho tiempo que sobre los autores y sostenedores de la independencia se ha arrojado una sombra: la de que sus propósitos no fueron otros que el sometimiento del Paraguay a las pretensiones de Buenos Aires, para la formación de lo que ha sido después la República Argentina.
Esas acusaciones, cuyo insidioso origen daremos a conocer, no se apoyan en ninguna prueba valedera; pero no por eso debemos seguir mirándolas con indiferencia. Al amparo de este silencio, tupida maraña ha inventado el campo abandonado, la visión de los hechos se ha vuelto incompleta y falsa, nuestra historia se ha obscurecido en uno de sus periódicos más brillantes, y las inducciones más antojadizas han usurpado su puesto a la verdad.
De esta manera, no solo se ha venido desfigurando a los hombres que intervinieron en aquellos acontecimientos, sino que se ha variado también el sentido de la historia.
Creemos que esto no debe de seguir así. Se impone el esclarecimiento de la verdad. Tal es nuestro propósito.
Infiérese de aquí que no tratamos de hacer panegíricos ni impugnaciones por el estilo corriente, sino estudiar una época de la vida del Paraguay en una de sus fases más interesantes: aquella que se relaciona con la independencia. En esta época surgirán los hombres, cada cual a su tiempo, con el lote que le corresponde, dentro del medio social. Este estudio tiene asimismo que abrazar forzosamente el origen y desenvolvimiento de los principales fenómenos, que contribuyen a la formación del Paraguay colonial.
Claro que es nuestro trabajo es incompleto: demasiado sintético, en parte, ofrece también vacíos, que notamos, desde luego, y que la premura del tiempo nos impide llenar. Pero debe tenerse en cuenta que se trata de un ensayo, cuyo único mérito será el de la iniciativa
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Nuestro trabajo comprenderá dos partes: la PRIMERA, desde los orígenes de la revolución de Buenos Aires hasta el 14 de Mayo de 1811; la SEGUNDA, desde la aparición del Dr. Francia hasta la extinción de la Junta Gubernativa. (1)
Dentro de este marco hemos emprendido el estudio mencionado, indagando el origen de los hechos y su evolución natural hacia nuestra completa independencia. Y debemos confesar que esta tarea, en la que no escatimamos paciencia ni labor, nos ha llevado a conclusiones completamente distintas de las que traen la generosidad de los autores.
Desde luego no hemos podido identificar la independencia del Paraguay con la personalidad del Dr. Francia, ni menos atribuirle la formación de nuestra nacionalidad; por que tales afirmaciones a más de ser contrarias al desarrollo normal de los pueblos, se oponen a los documentos y pruebas de la época.
Allí donde otros han creído ver la formación artificial de nuevos moldes e ideales sociales, bajo la presión de una voluntad casi maravillosa, nosotros no hallamos sino el producto natural de numerosos factores, que trabajan de tiempo atrás y adquirieron vigor extraordinario al alborear la independencia. Un modo de sentir y de pensar, formado en siglos de labor casi inconsciente, no se modifica en un día por el esfuerzo de un solo hombre: así lo prueban los hechos, como veremos.
La insistencia del Paraguay en no someterse a Buenos Aires no fue obra del Dr. Francia; ni puede siquiera sostenerse que el Dr. Francia tuviera en ella una gloriosa prioridad. Colaborador sí en el sostenimiento de la independencia, después del 14 de Mayo; pero en manera alguna la encarnación única, el numen solitario de la autonomía provincial.
En esa población conservadora que apoyaba al partido español en 1810, expulsaba de su suelo a las huestes porteñas con un entusiasmo que admiró el mismo Belgrano, y se apagaba al terruño natal, sin querer admitir adherencias peligrosas con Buenos Aires, hay algo más que la fugaz intervención de un hombre; malquerencias seculares, de orden económico, de carácter moral, que adquirieron la forma de una prevención invencible, de una aversión casi ingénita.
Y para poderlas explicar, tenemos que remontarnos al origen y sugerir el desenvolvimiento de cierto orden de fenómenos, que han sido decisivos en la formación del sentimiento nacional y obraron con vigor al producirse la independencia.
Esta manera de ver, de apreciar y de exponer esos acontecimientos, se ajusta al más riguroso método histórico. Lejos de pretender conformar los hechos a una hipótesis, con raciocinios más o menos habilidosos, hemos acudido directamente a las fuentes, en parte conocidas y muchas inéditas. Las hemos estudiado con toda buena fe, con la mayor imparcialidad. Su resultado ha sido el presente trabajo, en que tratamos de ser breves.
Y será para nosotros motivo de inmensa satisfacción si nuestro lenguaje se acerca si no a la majestad, por lo menos a la claridad del asunto.
CAPITULO I
EL VIRREINATO Y LA METRÓPOLI – REVOLUCIÓN DE LA CAPITAL.
Hechos precursores de la revolución – Situación política de España a principios del siglo XIX – Los tratados de Bayona – Levantamiento del pueblo español – Efectos de esos hechos en el Río de la Plata – El manifiesto de Doña Carlota – Trabajos monarquistas – Alzaga y los españoles: Liniers y los criollos – Importancia del factor económico en la génesis y formación de los Partidos – Buenos Aires dentro del sistema colonial – Opresores y oprimidos – Lucha contra el monopolio – La propaganda de los patriotas – Influencia de los ingleses en la difusión de las nuevas ideas económicas y políticas – La revolución del 25 de Mayo de 1810 – Carácter y tendencia de este movimiento –Resistencia del Paraguay contra la autoridad de Buenos Aires – Desconocimiento de sus causas por los historiadores argentinos – Cómo ha de orientarse el estudio de nuestra historia para conocer el origen y la persistencia de la oposición del Paraguay.
Desde el tratado de Basilea, que le valió a don Manuel Godoy, primer Ministro de Carlos IV, el título de Príncipe de la Paz, la política exterior de España se había inclinado constantemente a apoyar a Francia en las cuestiones internacionales que agitaban a Europa. Su consecuencia natural fue la ruptura con Inglaterra.
Esta política fue desastrosa para la madre patria. El tratado de San Ildefonso, que vinculaba su suerte con la de Francia, le costó ingentes sumas de dinero e importantes contingentes militares. En 1805 la escuadra española quedó deshecha en el célebre combate de Trafalgar y a mediados del año siguiente, una expedición inglesa, mandada por el Comodoro Popham, caía sobre el Río de la Plata y se apoderaba de Buenos Aires. La invasión, rechazada entonces, reiteróse poco después con el mismo resultado, gracias a los esfuerzos del Virreinato, en tanto que España vaciaba su tesoro y se privaba de sus mejores tropas para contribuir a las empresas imperiales.
La situación interna del Reino no ofrecía un aspecto más favorable.
La preponderancia del Príncipe de la Paz, considerada como el origen de los desastres y de las penurias financieras de España, había producido un profundo descontento, que avivaban las crónicas picantes de las vergüenzas palaciegas, divulgadas en todo el país. Y en posición al favorito omnipotente, odiado y maldecido por el pueblo, destacábase como una esperanza nacional, la figura del Príncipe de Asturias, que con el nombre de Fernando VII estaba destinado a aparecer como el móvil ocasional de la revolución en los en los primeros actos de la independencia americana.
Estos hechos no pasaron inadvertidos en el Río de la Plata, y llegaron a tener la mayor publicidad cuando los ingleses, posesionados de Montevideo, se empeñaban en atraer la atención de los pueblos del Virreinato sobre la desdichada situación de la Metrópoli. “Volved los ojos por un momento hacia el otro hemisferio, decía en 1807 LA ESTRELLA DEL SUR, órgano de los invasores, y mirad el estado de la monarquía española, degradada a una provincia del imperio francés y casi enteramente borrada del mapa de Europa. Este reino, tan célebre y antiguamente tan poderoso, y cuyos hechos famosísimos se iban extendiendo a las naciones más distantes del orbe, ahora está caduco, sin fuerzas y muriendo. Bajo el dominio absoluto de un ministro infame, instrumento y criatura de un tirano extraño y el traidor de su patria, España en el día ofrece una pintura de deshonra, infelicidad y humillación: teniendo una extensión vasta, aunque impotente y débil, su grandeza antigua está arruinada y casi olvidada, y no parece ahora más que el esqueleto de un gigante”.
Entre tanto, las campañas triunfales de Napoleón imposibilitaban a España para intentar siquiera sacudir su pesada alianza. El 27 de Octubre de 1807 ajustaba con Francia el nuevo tratado de Fontainebleau en que se estipulaba la desmembración de Portugal, dándose al Príncipe de la Paz la prosperidad y soberanía de la provincia de Alentejo y el Reino de los Algarbes. El emperador se comprometía a garantir la independencia e integridad a España, lo cual quedaba obligada a sostener con sus rentas los ejércitos franceses que pasaron por su territorio.
La excitación del pueblo español fue grande cuando, a consecuencia del nuevo tratado, empezaron las fuerzas imperiales a penetrar en la Península y a ocupar sus plazas fuertes.
Ante la amenaza de la invasión, la familia reinante en Portugal, protegida por la escuadra inglesa y seguida de millares de súbitos, se había embarcado para el Brasil, en Noviembre del mismo año; poco después corrió entre los españoles el rumor de que Carlos IV se disponía a seguir el ejemplo de los Braganza, huyendo al Virreinato de México. Esto llevó a su colmo la excitación pública; el 17 de Marzo de 1808 estalló el Motín de Aranjuez, donde se encontraba la corte, acometiendo el pueblo la residencia del Ministro Godoy y proclamando Rey de España al Príncipe de Asturias. Carlos IV abdicó en su hijo Fernando, y a pocos días hacía su entrada en Madrid el general Murat al frente de un ejército francés.
Napoleón, en el colmo de su gloria militar, aprovechó la situación de la familia real para la rápida realización de sus planes. Padre e hijo, reunidos en Bayona, acabaron por ceder a Napoleón sus derechos a la Monarquía española por dos tratados celebrados por el Emperador con Carlos IV y Fernando VII respectivamente. Pero aún no estaban éstos concluidos, cuando el pueblo de Madrid iniciaba con el alzamiento del 2 de Mayo la guerra de la independencia. La nación entera se levantó contra la conquista francesa. Para dirigir el movimiento se crearon Juntas Provinciales, que después se disolvieron, constituyéndose el 25 de Septiembre una Junta Central en Aranjuez, de donde se trasladó a Sevilla.
Las noticias de esos desgraciados sucesos llegaron al Río de la Plata al año de la gran campaña triunfal contra la segunda invasión inglesa, y cuando D. Santiago de Liniers, el caudillo popular de la victoria, ocupaba la alta dirección del Virreinato.
En los primeros momentos la explosión del sentimiento público se manifestó unánime a favor del pueblo español, en el sentido de rechazar la conquista napoleónica. Pero el problema que dejaban en pie la cautividad del rey y la incertidumbre de su destino, dividido los pareceres, surgiendo dos tendencias antagónicas en lo relativo del gobierno colonial: la que pretendía establecer Juntas Provinciales como las de España, subordinadas a las de la Metrópoli; y la que abogaba por la permanencia de Liniers, sostenida por la clase directora de los criollos.
En estas circunstancias, la actitud de la hija del rey destronado, que se encontraba en el Brasil, pareció dar una orientación definitiva a este último partido.
El mismo día que llegaba a Montevideo el brigadier don José de Goyeneche, emisario de la Junta de Sevilla, con la noticia del levantamiento del pueblo español, la princesa doña Carlota Joaquina de Bordón, hija de Carlos IV y esposa del Regente de Portugal, declaraba en un manifiesto sus derechos eventuales a la corona española, durante el cautiverio de su hermano.
“Este hecho, dice un historiador argentino, dio una luz en medio del caos a nuestros patriotas, que abrazaron con calor la idea de constituir un reino americano, bajo formas temperadas por la Constitución y las Cortes. Contucci, el fastuoso agente de la princesa, trabó relación con lo más culto e ilustrado de la sociedad y pronto consiguió reunir en un vastísimo complot a los patricios más entusiastas”.
El Conde de Linhares, Ministro portugués, que anhelaba la coronación de la princesa solo a base de la anexión del Virreinato a las posesiones portuguesas, y la actitud del embajador inglés, lord Stranaford, que aspiraba a la independencia de la Plata, entorpecieron estas negociaciones, que fracasaron al fin, por el espíritu absolutista de doña Carlota, contraria a una monarquía constitucional.
Entre tanto, la actitud un tanto indecisa de Liniers en los primeros momentos, la desconfianza que inspiraba su nacionalidad, agravada por la presencia de emisoras imperiales, había en su contra la animosidad del partido español en Buenos Aires, y provocado la sublevación de Montevideo. A la proclama del 15 de Agosto, en que aconsejaba el Virrey la expectativa y la abstención ante los hechos
ocurridos en la Península, contestó el Gobernador Elio que declararía la guerra a la misma España, si reconociese al “inicuo monstruo” de Bonaparte. Un mes después, el pueblo de Montevideo sancionaba su separación de la autoridad virreinal, estableciendo una Junta Gubernativa, “a estilo de las de España”, a los gritos de “abajo el traidor Liniers”.
El partido español, dentro de Buenos Aires, dirigido por el Alcalde Alzaga, trabajaba en el mismo sentido, preparando una revolución contra el Virrey.
El movimiento estalló el 1º de Enero de 1809, pero fue inmediatamente sofocado por el cuerpo de los Patricios al mando de don Cornelio Saavedra. Este fracaso fue un rudo golpe para el partido español: Alzaga y los miembros del Cabildo fueron desterrados a la Patagonia y desarmados los cuerpos europeos, conservando los americanos “el derecho casi exclusivo de llevar las armas”. La influencia de los Patricios quedó desde entonces definitivamente asentada.
El triunfo del Virrey fue no solamente efímero: sus enemigos reaccionaron a los pocos meses, apoyados por la Junta Central se Sevilla, que destituyó a Liniers, nombrando en su lugar a Don Baltasar Hidalgo de Cisneros. Liniers no hizo la menor resistencia, y el nuevo Virrey entró pacíficamente en Buenos Aires el 30 de Junio de 1809.
Otro factor mucho más importante, que trabajaba de tiempo atrás acentuó firmemente el antagonismo de los partidos que surgían con motivo de aquellos acontecimientos.
Es sabido que el descubrimiento de América ofreció a España un teatro inmenso, donde puso en práctica toda una teoría económica que ha pasado a la historia con el nombre de Sistema Colonial. Su base era el monopolio del comercio, consecuencia de las ideas dominantes en Europa sobre los fundamentos de la riqueza nacional. Las Indias debían tener por único mercado a la metrópoli; la metrópoli debía ser, a su vez, la única abastecedora de las indias. Pero este tráfico no se realizaba tampoco libremente: estaban determinados, tanto en España como en América, los puertos por donde única y exclusivamente se podía efectuar. Las colonias venían a ser de este modo, según la expresión de un historiador, como una gran hacienda acotada.
Merced e este sistema, el Río de la Plata, que tenía ante sí la anchurosa y recta vía del Atlántico, se veían obligado a cruzar su comercio por el lado del Pacífico, haciendo un larguísimo viaje por tierra y por agua que embarazaba su expansión y elevaba enormemente los precios.
Mientras Buenos Aires clamaba por el comercio directo con la metrópolis, los comerciantes de Lima, beneficiado con este sistema, se oponían con tesón a aflojar las ligaduras, “abriendo esta puerta, decía en 1774 el consulado de esa ciudad, y no sujetándose el reino a la estrecha garganta de Panamá y Portobello, se disipan y evaporan los más nobles espíritus del oro y de la plata”. (1)
Una legislación fiscal minuciosa, entorpecedora y opresiva, contribuía a abatir las energías que, bajo este régimen, le restaban al comercio, considerado “como un mal necesario”, cuyo vuelo debía vigilarse. El ejercito del comercio requería expresa licencia del Rey, previas largas informaciones “sobre conducta personal, posesión de bienes raíces y ciudadanía en ejercicio, y luego de concedida la licencia, quedaba el comerciante bajo la vigilancia continua de las autoridades de uno y otro hemisferio, viéndose expuesto a ser suspendido en su tráfico a la menor insinuación de que su negocio era perjudicial o lucrativo, en exceso”. (2) de manera que aún dentro del sistema del monopolio, el comercio esta monopolizado por unos pocos.
A todas estas trabas, agregabánse, en último término, el capricho o el interés de las autoridades.
“El Virrey Loreto, dice el Dr. García, arruino por capricho la fábrica de carne salada de un empresario paraguayo”. En 1795 un permiso real para comerciar con las colonias extranjeras, fue entorpecido u anulado por el tribunal de comercio de Buenos Aires (3).
A pesar de todo, esas vallas artificiales no podían sostenerse y se rompían en cien partes, beneficiando a una minoría en detrimento de la prosperidad general. El tráfico ilegal, el comercio clandestino se hizo permanente. Buenos Aires tenía su foco en sus mismas puertas: la colonia del Sacramento en poder de los portugueses “fue por el espacio de más de un siglo de la ciudadela del contrabando organizado”.
Así se labraron fortunas considerables, al amparo de la complicidad general, formándose esa clase adinerada de que nos ha dado una idea Mr. Azcarate de Biscay. “De todos los negociantes, escribía este viajero en 1658, los de más importancia son los que comercian en mercancías europeas, reputándose la fortuna de muchos de éstos en doscientas a trescientas mil coronas o sean sesenta y siete mil libras esterlinas. De modo que el mercader que no tiene más que de quince a veinte mil coronas, es considerado como mero de vendedor al menudeo. De estos últimos hay como doscientas familias en el pueblo”. Y está apreciación no es exagerada, dice el Dr. García, citando el hecho de que en 1717 el comerciante D, Juan Narbona, “distinguido contrabandista”, dio veinte mil pesos para la fundación de un convento.
Entre tanto el resto de la población, y en especial la labradora, sometida a la intervención permanente del Cabildo, vegetaba en la mayor pobreza, viendo con frecuencia sus trabajos coronados por la miseria, pues bajo este régimen monstruoso la abundancia de la cosecha, rebasando el estrecho círculo de la demanda local, producía inevitablemente la ruina. El criollo ganadero no lo pasaba mejor. “Para el negociante español, importador de mercaderías, las trabas del comercio eran una fuente de especulación, de opulentas ganancias. Para el criollo era la ruina, la depreciación de sus productos, sometidos a la conveniencia del
comprador que imponía su ley a la sombra de un régimen fiscal que tenía por objeto único impedir esas negociaciones. Todo el oro de la ciudad llena las arcas afortunadas de esos comerciantes bien relacionados en Europa, mientras el estanciero, descendiente de conquistadores, más o menos empobrecido, contempla esa riqueza perdida, hasta que un buen día, cansado de esperar vende sus campos y animales a vil precio. Y ráfagas de odio e indignación contenidas sacudirán su alma”. (1)
En este estado tuvo lugar la creación del Virreinato del Río de la Plata.
La expedición victoriosa de Cevallos contra los portugueses, efectuada poco después, rescató del poder lusitano la colonia del Sacramento, foco del contrabando ya señalado y motivo aparente de la oclusión del puerto de Buenos Aires. Su consecuencia inmediata más importante fue el mentado decreto sobre Comercio libre en que el Virrey, a instancia del Cabildo, admitía “la franqueza y la libertad de comercio activo y pasivo de unas con otras provincias y ciudades así de los efectos que producen como de los que internasen por este puerto de los de España en los navíos de permiso”.
Esta medida, aunque no modificaba los principios fundamentales del sistema colonial, dio un impulso relativamente vigoroso a las transacciones comerciales, cuya actividad creciente determinó a la Corte a crear en 1794 el Real Consulado y Junta de Gobierno, que a más de su jurisdicción mercantil comprendía el fomento de la agricultura, y de la industria. Simultáneamente llegaba de España donde acababa de terminar sus estudios, D. Manuel Belgrano nombrado por el Rey secretario perpetuo de la nueva institución.
Las aspiraciones económicas habían crecido en tanto paralelamente a su desenvolvimiento general; y el consulado, a pesar de los esfuerzos de su secretario, se convierto en valuarte de los viejos intereses conservadores.
Pero los espíritus se iban transformando. Aunque tan vigilado como el contrabando mercantil, era en América el contrabando del pensamiento. Buenos Aire, por su posición no podía escapar a la repercusión de las ideas que agitaban el mundo. Algunos como Belgrano, volvían de Europa, formados en el estudio de las nuevas doctrinas económicas y sociales. El ambiente indudablemente muy reducido, pero aquellos espíritus escogidos, que constituían la minoría del Consulado, levantaron con decisión la bandera de la reformas económicas.
Los dos partidos quedaban desellados: por un lado, la mayoría sostenedora del Monopolio, a cuya estaba D. Martín de Alzaga, reflejo económico de la tiranía peninsular; por el otro, la minoría liberal en cuyo número estaban Belgrano y Cerviño.
La aparición del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, dirigido por Vieytes, contribuyo a orientar aquellas crecientes aspiración de reforma, en el orden material de la vida, ahondando algunos problemas fundamentales y señalando el cultivo de la tierra “como correctivo del desastre producido por nuestro pastoreo semisalvaje”.
La lucha se empeño así, bajo la inspiración de las ideas civilizadoras de Europa, en el terreno de la discusión iniciándose un período fecundado para la evaluación des espíritu colonial. Las cuestiones económicas invadían el ambiente de las altas clases sociales. “En las tertulias y cenas amistosas de las familias de rango, dice Entrada, y en los paseos de las tardes al jardín de Altolaguirre, cuando se reunían en concordia los magnates y los negociantes, discutía Cerviño” La legislación de las tierras públicas y la organización de las rentas, se leían las poesías de Lavardén y los artículos de Frankin, maestramente traducidos en el Semanario de Vieytes y no parecía, señores, si no que una vida nueva animara la sociedad, ya conmovida por el eso de los debates económicos y políticos.
Estos acentos no llegaban, sin embargo, hasta el pueblo extinguiéndose sus ecos en el círculo de la aristocracia intelectual porteña. Pero un acontecimiento de importancia, la invasión inglesa, que ocurría poco después, conmovido a todo el Virreinato, hizo llegar hasta las últimas clases sociales, juntamente con la conciencia del valor nativo, la pintura de sus miserias y la posibilidad de su redención.
Se ha insistido con razón en la influencia que ejercieron en los destinos de esta parte de América las gloriosas campañas de la defensa y de la reconquista, que excitaron el espíritu bélico de la población criolla, despertaron la conciencia de sus fuerzas, originando las futuras milicias de la revolución; y a la par que abatían el prestigio de los veteranos españoles, hicieron sentir la voluntad popular al representante mismo del Monarca, cuya incapacidad y cobardía, manifestadas desde el primer momento, ocasionaron después la muerte de centenas de paraguayos a los pies de Montevideo.
Una influencia igual y acaso que aquellas acciones de guerra, debieron ejercer, a nuestro juicio, la defunción de las ideas económicas, ahogadas hasta entonces en los debates del Consulado y en algunas veladas íntimas de las clases superiores. Puede decirse que entonces ellas llegaron por primera vez el pueblo con alguna claridad.
Posesionados los ingleses de Montevideo, a principios de 1807, dieron a la publicidad el 23 de Mayo La Estrella del Sur, periódico semanal redactado en inglés y castellano, en el que expusieron las más avanzadas ideas sobre libertad de comercio, poniendo de relieve la academia española y los monstruosos errores de la política colonial.
LA ESTRELLA DEL SUR hacía descender asimismo hasta el corazón del pueblo la luz de la libertad. “Vienen los ingleses, decía en su primer número, no como conquistadores sino como defensores. Quieren
emanciparos de la servidumbre y entregaros vuestra justa libertad… En una monarquía absoluta como la española, la libertad, las posesiones y vida del vasallo dependen del capricho de un tirano… La libertad es el fundamento de la Constitución Inglesa. Sus leyes están establecidas sobre la justicia y la equidad. Ningún tirano puede sacrificar a su capricho las vidas de sus vasallos… Las riquezas no pueden trastornar la justicia de la ley, ni el poder ocultar el delito” (1).
El inglés, eminentemente práctico, predicaba también con el ejemplo. “Para hacer más tangible el irritante monopolio español, dice Bauzá, llenándose el Uruguay de mercaderías inglesas desembarcadas con profusión por los comerciantes y mercaderías que habían seguido a los barcos de Sterling y a los soldados de Auchmuty, por manera que aquellos objetos de que había carecido siempre el público, y otros que se vendían a gran precio, pusiéronse al alcance de todos, en abundancia y a costo relativamente ínfimo.
Con esto, la comparación entre el viejo sistema y las nuevas franquicias, fue del dominio de todos, concurriendo la satisfacción de las necesidades personales a hacer odiosas las restricciones de antaño”.
Grande fue el efecto que estos hechos produjeron en el pueblo de la Banda Oriental: “un activo sentimiento de displicencia hacia lo antiguo, dice aquel historiador, comenzó a trabajar todas las cabezas”.
En la margen opuesta del Río de la Plata, La Estrella del Sur esparcía igualmente las mismas simientes fecundas de regeneración a pesar de las penas con que se castigaba su circulación por el gobierno de Buenos Aires. “Los enemigos de nuestra santa religión, decía la Real Audiencia, refiriéndose a los ingleses, escogieron entre todas las armas, como la más fuerte para el logro de sus malvados designios la de una imprenta, por medio de lo cual les fuese fácil difundir entre los habitantes de esta América especies las más perniciosas y seductivas”.
Tales eran los hechos culminantes, y el estado general de los espíritus, cuando a consecuencia de los tratados de Bayona, ocurrieron en Buenos Aires los sucesos esbozados al comienzo de este capítulo. El factor económico, impulsor inicial de las vagas aspiraciones nacionales, obrando con vigorosa persistencia, aún en medio de los combates, y destacándose con energía creciente en el transcurso del tempo, imprimió un carácter marcadamente radical al antagonismo de los principales encabezados por Alzaga y los futuros pro hombres de la revolución.
La llegada del Virrey Cisneros en reemplazo de Liniers, a mediado de 1809, ocurría precisamente en el momento en que los partidarios del comercio libre, triunfantes de los monopolistas por el fracaso de la asonada del 1º de Enero, estaban a punto de conseguir la apertura de los puertos del Río de la Plata, al intercambio con la gran Bretaña. La perspectiva de un mejoramiento financiero en circunstancias va apremiantes, y el cambio de la política española con Inglaterra, convertida de enemiga en aliada, habían decidido a Liniers a favor de aquella medida, no realizada, sin embargo, a causa de su destitución.
La llegada de Cisneros volvía a presentar aliento al partido español. Alzaga y sus compañeros, cuya causa sobreseyera la Junta Central, tornaron de su destierro con pretensiones aun más radicales provocando naturalmente los enconos del adversario. “La antigua cordialidad social desaparecía y hasta en el seno del hogar filtraban las posesiones, señoras ya del terreno”.
El nuevo Virrey, marino distinguido, de actuación brillante en Trafalgar y adornado de excelentes cualidades personales, era no obstante incapaz de encauzar a favor de la metrópoli las fuerzas en pugna y a punto de desencadenarse.
La situación se complicaba: al recrudecimiento de los antagonismos partidistas agregábanse la mejor concepción de sus intereses por parte del pueblo, las aspiraciones más acentuadas de los patricios, el radicalismo inflexible de los monopolistas y una sublevación en las Provincias del Alto Perú. Cisneros decía con razón que su advenimiento al Virreinato había considerado con “dos temibles partidos en la capital…. Especies sediciosas, diversidad de opiniones, presentimientos de independencia y otros males que había originado el estado de España”.
No era el menor de sus males los apuros del tesoro. Los gastos, enormemente aumentados desde 1806, a consecuencia de un estado de guerra casi permanente, habían agotado los recursos. El déficit alcanzaba a 1.800.000 pesos. El expediente del empréstito a que Cisneros apeló, le resultó infructuoso y entonces consultó al Cabildo y al Consulado sobre la conveniencia de abrir el puerto de Buenos Aires al tráfico libre, como último recurso. Ambas corporaciones, de acuerdo con su tradición, se manifestaron decididamente en contra; pero los ganaderos del Plata, representados por don Mariano Moreno, elevaron su voz a favor de aquella reforma anhelada por tanto tiempo. La representación de los hacendados, escrita por el futuro Secretario de la Junta, es considerada con razón como de los documentos más notables de aquella época.
El Virrey se decidió por el comercio libre y su resultado puso en evidencia el funesto flujo del monopolio: las rentas del Virreinato, que apenas alcanzaban á 1.200.000 se elevaron a 5.400.000, produciéndose a la vez un mejoramiento sensible en las condiciones del pueblo.
A pesar de todo, la situación de Cisneros en nada había mejorado. La apertura del puerto de Buenos Aires le sustrajo, en parte, la buena voluntad del partido español, en tanto que los ejecuciones en el Alto Perú, realizados con su autorización, provocaron en su contra la antipatía popular.
El Virrey procuró atraerse al elemento intelectual porteño, auspiciando la aparición del Correo de Comercio, último periódico de la época colonial; pero las ideas políticas habían evolucionado
notablemente y estaban muy por encima de aquellas tibias contemporizaciones. Con el pretexto de la redacción del periódico, constituyose una sociedad literaria, que en realidad fue un club político, conocida con el nombre de Sociedad de los siete (1).
El pensamiento de la revolución dominaba a todos, a la vista de los sucesos que se desarrollaban en la madre patria. Don Cornelio Saavedra, Comandante del Regimiento de los Patricios, estaban en la conspiración, y había prometido ponerse al frente de sus fuerzas para apoyar el movimiento “cuando la Junta de Sevilla caiga vencida”.
El momento no se hizo esperar. A mediados de Mayo de 1810, llegaron a Buenos Aires las noticias de la ocupación de aquella cuidad por los franceses, y la fuga y disolución de la Junta Central. La impresión que produjeron fue hondísima. El Virrey lanzó un manifiesto con el propósito de serenar los espíritus, pero consiguió todo lo contrario: “no produjo el efecto deseado, decía el mismo, después; la obra estaba meditada y resuelta”. En efecto, ese mismo día el Comandante Saavedra, acompañado de Belgrano, se dirigía al Alcalde de primer voto, expresándole la voluntad del club revolucionario: celebración inmediata de un Cabildo abierto para constituir un gobierno que “mejorase la suerte de la patria”.
Después de alguna resistencia, el Cabildo abierto se celebró el 22 de mayo, con asistencia de 246 personas.
Grande fue la diferencia de pareceres dentro de esta asamblea, cuyas deliberaciones duraron desde las nueve de la mañana hasta las doce de la noche.
El escrutinio del Cabildo dio el siguiente resultado, sobre las principales cuestiones debatidas y votadas:
Por la deposición del Virrey………………….. 159 votos
Por la continuación……………………………. 67 id
Por la formación de una Junta Independiente…..125 id
Por la de una Junta independiente
de la autoridad peninsular ……………………..37 id.
Pero en cada una de estas proposiciones la opinión se subdividía sobre un punto capital: si se debía o no consultar antes la voluntad de las demás Provincias. La inmensa mayoría estuvo en todos los casos, por la instalación inmediata por la Junta, sin tenerse en cuenta el previo consentimiento de las demás Provincias. De esta manera, según dice Estrada, se “establecía la soberanía de la capital dentro de las antiguas formas coloniales. A excepción de cortísimo número, todos incurren en este último extravío, y resuelven la crisis del Virreinato, tomando por base la omnipotencia de la capital, a la cual traspasan un poder soberano, para disponer arbitrariamente de la suerte de sus hermanos… si al caducar el gobierno peninsular, quedaban los pueblos desligados y libres, según el raciocino en que estribaba la revolución ¿en virtud de qué procedimiento lógico, y cuando digo lógico, digo justo, tomaba la capital resoluciones definitivas que comprometían las Provincias, en las cuales era forzoso reconocer derechos inéditos a los que ella invocaba?”.
Resuelta la separación del Virrey, el Cabildo quedo encargada de constituir la nueva Junta de Gobierno. Desprendiese claramente de la resolución de aquella Asamblea, que el Virrey debía quedar definitivamente excluido del gobierno; pero el Cabildo, obedeciendo a las instigaciones de la reacción españolista, acordó formar una Junta cuyo Presidente fuese el mismo Cisneros “conservando su renta y las altas prerrogativas de su antiguo cargo”.
En la tarde del 24 diose a conocer por bando la constitución de dicha Junta. “El pueblo pareció satisfecho de esta elección, dice un testigo de aquellos acontecimientos, y los españoles se felicitaban de haber salvado del peligro de un trastorno fundamental, viendo triunfante la autoridad del Virrey. Muy diferente sensación produjo tan inesperado desenlace en el Club reunido a las ocho de la noche en la casa del Sr. Peña. Allí se analizó el carácter de los elegidos; se descubrió el origen de la candidatura Cisneros; se reconoció por unánime que de los miembros, de carácter ascético y tímido, se plegarían sin violencia a la política del Presidente, y hasta llegó a dudarse de la firmeza del Coronel Saavedra, bajo la presión y el influjo de un jefe superior. Contábase solamente con la persona del Dr. Castelli, pero ninguno de sus amigos, descubiertos como conspiradores, se reputó seguro continuando en el mando general Cisneros. Era, pues, necesario deshacer lo hecho, convocar nuevamente al pueblo, y obtener del Cabildo se prestase a reconsiderar ante otra reunión popular la sanción de la víspera” (1).
Los patriotas se pusieron inmediatamente en movimiento, de acuerdo con los jefes y oficiales de los cuerpos militares y resolvieron enviar al Cabildo una Representación, exigiendo el cumplimiento de las resoluciones de la Asamblea. Esa misma noche renunciaron los miembros de la Junta, en tanto que los agentes del Club revolucionario, French y Berutti, atraían prosélitos dentro de la ciudad, agrupándolos en las cercanías del Ayuntamiento.
Así amaneció el 25 de Mayo: el Cabildo quiso todavía resistir, creyendo contar con las fuerzas de la guarnición, pero cuando se convenció de que éstas no le respondían, cedió por completo, enviando una comisión ante el Virrey para requerirle a que hiciera demisión absoluta del gobierno “porque de lo contrario no respondía de su vida ni de la tranquilidad pública”. El pueblo, exaltado por los agentes revolucionarios, había en efecto cambiado de tono, asumiendo una actitud amenazante. Bajo la inspiración
de Berutti, proclámese por todos una lista de personas para la constitución del nuevo gobierno, que fue impuesta al Cabildo por medio de una diputación.
“Los diputados del pueblo, dice el general Mitre, comparecieron nuevamente a la barra del ayuntamiento, no como peticionantes, sino como embajadores del nuevo soberano. Declararon con entereza que el pueblo había reasumido la soberanía delegada en el Cabildo; que era su voluntad se nombrase una Junta compuesta de Saavedra, Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Alberti, Mateu, Larrea, Passo y Moreno, decretándose en el acto una expedición militar para las Provincias del interior para que fuese portadora de las órdenes de la nueva autoridad. Esta misma petición fue presentada por escrito”.
Así se formó la Junta Gubernamental de las Provincias del Río de la Plata, sobre la ruina del último representante directo del dominio español que ocupara la capital del Virreinato.
“Tal fue la primera constitución política que tuvo el pueblo argentino, agrega el general Mitre, hija de una revolución transcendental y votada por un solo municipio; fundada sobre la base del derecho colonial… y haciendo intervenir la fuerza para promulgarlo”.
El carácter y la tendencia de la revolución, expuestos por los primeros historiadores argentinos, quedan, pues, claramente definidos. De origen exclusivamente municipal, su bandera era el sometimiento violento de todo el Virreinato a la autoridad municipal de Buenos Aires.
Apenas instalado el nuevo gobierno, comenzó a llevar a la práctica el programa avasallador del pueblo porteño.
“Desde Mayo hasta Noviembre de 1810, dice Estrada, todo el Virreinato, desde el Plata hasta el Desaguadero, habíase puesto en pie siguiendo el movimiento emancipador, con solo dos excepciones”. Estas excepciones eran Montevideo y el Paraguay.
El Paraguay, en efecto, se resistió desde el primer momento a someterse a la autoridad de la capital del Virreinato. Su consecuencia fue la independencia del Paraguay, precedida de una lucha con Buenos Aires. ¿Y cuáles fueron las causas de esa resistencia, el origen de la lucha, el móvil poderoso de la segregación del Paraguay?.
El estudio de esas causas está todavía por emprenderse.
Los historiadores clásicos de la independencia argentina han tratado ciertamente de exponer los motivos determinantes de la actitud del Paraguay, frente al gobierno de Buenos Aires; pero sus apreciaciones y juicios, basados en la visión falsa o incompleta de los hechos, son tan erróneos, por lo general, como insuficientes para explicar un acontecimiento tan fundamental en la vida del Virreinato.
“Aunque el principio el Paraguay no se resistiese a reconocer a la Junta de Buenos Aires, dice el general Mitre, la elección del emisario, el coronel de Milicias D. José Espínola (paraguayo) había variado completamente las disposiciones de sus habitantes. Era Espínola universalmente odiado por sus paisanos, por haber sido el principal agente del bárbaro despotismo del gobernador don Lázaro de Rivera, antecesor de Velasco. La administración de éste era por el contrario suave y mansa, como lo era la índole de los hombres que gobernaba; y por su parte se inclinaba más bien a reconocer el nuevo orden de cosas que a ponerse en pugna con él pues estaba persuadido que España había sucumbido. Pero los principales jefes de las tropas nativas, tanto en odio a Espínola cuanto por espíritu de localismo, se declararon contra la Junta Gubernativa, y dominando al Cabildo hicieron que esta corporación se sobrepusiera a la autoridad del gobernador, exigiendo que ella tomase participación en el mando, a lo que Velasco accedió, quedando así rotas las relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay. Por consecuencia, aunque el partido de los nativos fuese preponderante, no era cierto que estuviese oprimido, ni que hubiera entusiasmo por la causa de la revolución”.
Estas aseveraciones, fundadas en los erróneos informes de un contemporáneo de la revolución, (1) adolecen naturalmente del mismo defecto. No se ofrecerá una prueba de la buena disposición inicial del Paraguay para someterse al nuevo gobierno de Buenos Aires; por lo contrario, la resistencia, de la Provincia fue tan espontánea y vigorosa como invariable, según ha de probarse en el curso de este trabajo. Y las causas de la relación contra la capital, limitadas al odio que inspiró Espínola y “al espíritu de localismo”, son de todo punto incompatibles con la magnitud del drama que iba a desarrollarse.
Otro historiador argentino se ha encargado, hace tiempo, de descartar esa explicación inconsciente. “Algunos contemporáneos, dice el Dr. López, han explicado esta animadversión por el odio con que era mirado allí un cierto comandante Espínola, que fue el primer emisario de que la Junta Gubernamental se sirvió para negociar la incorporación del Paraguay a las partes del Virreinato que se habían adherido a la revolución de Mayo. Que Espínola suscitase los pretextos del rechazo y de la oposición, pero puede ser; pero para consecuencias tan graves y fundamentales como las que se produjeron con un carácter incurable y permanente, es preciso buscar causas más profundas y más arraigadas en las condiciones internas y vitales de un pueblo, cualquiera que sea. Y para nosotros el declive que tomó el Paraguay hacia su aislamiento absoluto, fue una consecuencia forzosa e inevitable de su posición geográfica y de las condiciones morales de su población”.
El distinguido historiador limitose, desgraciadamente, a señalar el verdadero método de investigación, sin ponerlo en práctica. Acaso le faltaran los materiales indispensables; pero es lo cierto que su mirada no alcanza a traspasar la engañadora superficie de los héroes. Iniciase su juicio sobre una idea completamente falsa de la población paraguaya, que considera tan rala como degradada por el predominio del elemento indígena. “Si esto era un pueblo, dice, allí y entonces, es claro que era un pueblo con cuya acción no podía contar la Junta Gubernativa de Buenos Aires, para traerlo a obrar en nombre de sus principios”.
“En la Asunción, único centro urbano y culto del país, dominaba una reducidísima oligarquía de quince familias a lo más, imbuidas en la soberbia huraña y dominante que se fomenta con el aislamiento y con la falta de movimiento comercial. Esta oligarquía infatuada con el poder absoluto que ejercía en su pequeño recinto, tenía antecedentes prestigiosos y clásicos, por decirlo así, que arrancaban de la primitiva colonización del Río de la Plata. Tenía todos los accidentes de la nobleza de aldea y una infatuación poderosa de su dignidad”.
“La oligarquía municipal de la Asunción se pronunció en el acto contra la Revolución de Mayo. No tanto, a nuestro modo ver, porque prevaleciera en su seno una verdadera adhesión colonial, cuanto porque a eso le arrebataba su naturaleza local y refractaria, inclinada a resistir el predominio de la lejana capital del Virreinato, que miraba con celos y con aversión”.
Como se ve, queda siempre por averiguar la causa de esa aversión, de esa tenaz resistencia al predominio de Buenos Aires. ¿Sería acaso tan sólo “la naturaleza local y refractaria” de la oligarquía asuncena?. Hay sin duda mucho de verdad en la pintura de nuestra aristocracia criolla, infatuada y orgullosa de su prestigioso origen, con su apego al terruño local, con su repulsión ingénita por la capital del Virreinato; pero estos hechos eran precisamente efectos, en gran parte, de los poderosos factores que determinaron la oposición, la resistencia del Paraguay, no indagados por el distinguido historiados.
El brillante autor de las LECCIONES DE HISTORIA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA no va tampoco más allá de esas simples afirmaciones, en la exposición de los hechos relativos a la actitud del Paraguay.
“La Revolución, dice Estrada, imperaba desde el Plata hasta el Desaguadero. Pero no estaban solos para amenazarla los realistas de Montevideo y el ejército de Goyeneche en el Perú. Amenazábala a la vez la apatía del Paraguay, que la Junta creyó poder avivar por medios de otra expedición comandada por su vocal Belgrano, improvisado general por las necesidades del momento”.
“Los antecedentes históricos del Paraguay, las tradiciones comunales de la conquista y las formas de su autonomía provincial durante la colonia; el aislamiento, por sin, de aquel país mediterráneo, eran otros tantos elementos eversivos de toda solidaridad cordial, siempre que las pasiones públicas intervinieran en los sucesos. La invitación de la Junta de Buenos Aires le sometía un problema que no podía resolverse sino por la espontaneidad popular, puesto que tendía a derrocar las autoridades, y sea que éstas influenciaran la opinión, sea que la opinión misma obedecería a los antecedentes que dejamos enunciados, de todas maneras la solución sería probablemente desfavorable para la concordia de la nueva nacionalidad”.
La cuestión, pues, queda siempre en pie. ¿En qué consistían esos antecedentes históricos, que el autor enuncia tan sólo como posible impulsores de la opinión paraguaya?. A haberlos indagado y conocido, sus dudas no habrían podido existir, y se habrían destacado con claridad los poderosos móviles que pusieron de parte del gobierno provincial y en contra de Belgrano, “la cooperación unánime del pueblo”.
Para conocer esos antecedentes históricos, esos elementos eversivos, las causas, en fin, de la ruptura con Buenos Aires, es necesario penetrar más hondamente en el pasado, buscar sus raíces en los hechos que precedieron la formación del Paraguay colonial.
Tal es lo que nos ponemos, en muy reducidas proporciones, en los capítulos siguientes.
La escasa difusión (y a veces el desconocimiento) de los documentos de aquella época, agravada por las relaciones confusas, contradictorias e inexactas de algunos cronistas o comentadores de la revolución, inconscientes creadores de la leyenda del Dr. Francia, han velado por mucho tiempo ya el campo de la investigación histórica de los acontecimientos. A medida que los materiales se multipliquen, la crítica depura las fuentes, y los prejuicios, ya envejecidos, cedan su puesto al sereno criterio de la ciencia, la historia se irá renovando hasta fijar dentro de contornos definidos la vida real del pasado. Nuestras pretensiones no van más allá de una modesta contribución a esta tarea reparadora de la verdad.
CAPITULO II
EL PARAGUAY COLONIAL Y LAS PROVINCIAS MERIDIONALES
Formación económica del Paraguay – Las primeras luchas: acción civilizadora de la Asunción: fundación de nuevas ciudades – Aislamiento y abandono del Paraguay – Su opresión sistemática por las Provincias Meridionales – Sisas y Arbitrios y Puerto Preciso: monstruosidad de estas imposiciones en beneficio de Santa Fé y Buenos Aires – Falta de Moneda – Concurrencia comercial e industrial de los jesuitas – Servicio militar – Situación del campesino – Miserable condición de los productores – Antagonismo permanente con las Provincias del Sur – Cuestión de límites con Corrientes – El estanco del tabaco – Sus consecuencias – Solidaridad de los intereses y de los sentimientos del pueblo – El vinculo nacional – Origen y fundamento de la resistencia a Buenos Aires.
Cuando se examina el archivo del antiguo dominio español – rica cantera de explotación reciente – encuéntrase multitud de hechos, que duermen aún su viejo sueño secular, en esa inmóvil obscuridad que parece esperar resignada la tardía luz de la historia, la poesía, la sociología y el romance. Multitud de hechos, infinidad de matices, cuyo estudio podría darnos numerosos aspectos de la vida colonial y contribuir a un conocimiento más exacto, a una representación más real, de nuestro pasado.
Esta tarea, que ya se ha comenzado a aprender, requerirá, sin duda, por largo tiempo, la concentración paciente de muchas energías.
Pero si es posible, por el momento, tantear siquiera tan enorme labor, se puede, por lo menos, observar y distinguir, entre la gran variedad de los fenómenos, aquellos que presidieron la formación de nuestra nacionalidad: vigorosos desde que aparecen, persisten con un relieve tan marcado, que impresionan, desde luego, al observador menos perspicaz .
Veamos, por ejemplo, a vuelo de pájaro aquellos que más se destacaran en el origen y desarrollo de la ciudad de Asunción.
Movido por las noticias de Gabato, un viejo capitán de Carlos V se decide a emprender la conquista del Rey Blanco, dirigiéndose con grande armada, y aún más grande impresión, hacia el Río de Solís. Arriban a la margen oriental del Plata y fundaban Buenos Aires. Pero desde el primer momento el hombre les muerde con una tenacidad más terrible que la furia de los salvajes. Los guaraníes de Yurú mirí (1), allá lejos, sobre el Atlántico, constituyen su única esperanza, salvándoles en ocasiones. Exploran el Plata y sus afluentes, y por todas partes el espectro del hambre surge en sus inclementes playas ¡Por doquiera el indio bravío y la inmensa soledad! Mendoza, desesperado, se lanza al mar, con rumbo a España, muriendo en el camino. Y los miserables restos de la gran expedición quedaban bregando con los horrores del hambre.
Pero en esto llegan del Norte algunos de los exploradores que habían remontado el Paraguay anunciando el hallazgo de un oasis en medio de aquella inmensa desolación: los dominios guaraníes: a orillas de un extenso río, donde acaban de asentar la casa fuerte, origen de nuestra capital, en medio de indios tratables y de abundante agricultura. El gran obstáculo para la conquista quedaba así desvanecido.
Resuelto el problema de la alimentación – problema horrible, que había devorado centenares de hombres – destacábase con claridad el centro y nervio de las empresas futuras: la naciente ciudad de la Asunción. El abandono de Buenos Aires y la concentración de los españoles en la nueva población, no fueron obra de la imprevisión o del capricho. Un poderoso móvil económico, acaso el más poderoso, les empujaba a agruparse en aquellas ignotas lejanías, que les acercaban además a sus dorados sueños.
Pero al alejarse del mar, penetrando en las entrañas del continente, quedaban librados casi por completo a sus propias fuerzas. El núcleo colonial nacía e iba a desarrollarse en el aislamiento y el desamparo. Es de ver la lucha inicial de aquellos espíritus indomables. Si no es por un escaso, solo se comunican con el mundo a la llegada de una expedición. Y la posesión de la tierra rica – fantasma errante que atraía los descubrimientos – se prolongaba sin término (1).
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(1) Este hecho debió producir no sólo efectos de orden moral sino graves perturbaciones materiales, como ya lo hicimos notar en las PÁGINAS DE HISTORIA ECONÓMICA DEL PARAGUAY que publicamos en EL ECONOMISTA PARAGUAYO, en Marzo de 1910.
A la incomunicación y falta de moneda, decíamos en aquel trabajo, se unieron bien pronto las consecuencias inevitables de la Ilusión del oro. El futuro filón que los conquistadores contaban hallar enseguida, influyó de tal modo en los negocios, que hasta se modificó la forma ordinaria de los contratos, reemplazándose los plazos fijos por la fecha incierta del primer repartimiento de oro. Y puede calcularse lo que ocurrió esa fecha no llegaba nunca.
Todavía se conservaba la esperanza cuando “el muy magnífico señor Capitán Francisco López, Teniente de Gobernador de esta Provincia del Río de la Plata” se vio obligado a intervenir por los extraordinarios precios que alcanzaban las mercaderías vendidas por el oro futuro. Lo que valía en España un ducado, se vendía por ciento, dice la resolución de dicha autoridad. Las deudas se multiplicaron. En 1545 el Gobernador y el Cabildo de la Asunción comisionaron a Martín de Orué para trasladarse a España y solicitar del Rey la aplicación del quinto de los repartimientos en la amortización de las deudas de los conquistadores. Hasta el pago de los impuestos se hizo un problema.
Y era, sin embargo, tal la obsesión por el metal precioso que todavía en 1580 escribía al Rey el canónigo Segovia, noticiándole,
Un feroz egoísmo se apoderaba de aquellos corazones endurecidos por el sufrimiento y el desengaño: el factor económico aparecía casi omnipotente en la sociedad en formación, provocando malquerencias que degeneraban a veces en obscuras tragedias. (1)
Los oficiales reales – prolongación financiera del Monarca – que corren con los impuestos, acentúan los antagonismos y derrocan a Alvar Núñez, con el primer golpe de Estado que hubo en el Paraguay, siete años apenas después de fundada la Asunción.
Causas económicas – los impuestos eclesiásticos – ocasionan asimismo las primeras luchas con la autoridad episcopal, que apelaba a la excomunión para el cobro de sus diezmos. (2)
En medio de esos encantadores intereses, la colonia crecía, no obstante, asegurando su existencia. La unión con el elemento indígena aumentaba la población, Y un mundo nuevo surgía lentamente en rededor de los viejos leones de la conquista: los mestizos. Herederos de las energías y de los vicios de sus padres, estos mestizos altaneros y disolutos se mezclaban con pasión en las disensiones políticas. En una ocasión, indignados por las excesivas imposiciones del obispo Guerra, participaron de la asonada contra el prelado y de su violento extrañamiento. ―Esta es la verdadera Babilonia, escribía un viejo conquistador, bien puede llamarse esta tierra, tierra de confusión‖, pintando con colores más subidos el desenfreno de las costumbres. En 1570 ascendían a más de 3000 los mestizos ―de quince años arriba‖que pululaban en la Asunción u a quienes ―llaman mancebas de garrote, porque como no hay espadas traen unos varapalos terribles‖, escribía el comisario Ribadeneyra. ―Son todos muy buenos hombres de a caballo y de a pie… fuertes como unos robles, diestros de sus garrotes, lindos arcabuceros‖. Este enjambre levantisco y desenfrenado era objeto de constantes acusaciones; pero constituía asimismo la única fuerza capaz de llevar adelante la conquista, la expansión colonial. Y cuando los españoles, en su mayoría achacosos y viejos, resolvieron acercarse al mar, para librarse de la incomunicación casi permanente con la metrópoli, fueron los paraguayos ―fuertes como robles‖quienes realizaron el pensamiento.
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Que según los peritos, no había región de América tan rica en minas de oro y plata como el Paraguay (M. S. del Archivo de Indias).
(1) El amor tenía también mucha parte en esos odios; pero no debe olvidarse que, salvo rara excepción, las indias que compartían el lecho del conquistador eran asimismo agentes de producción (en la agricultura) u objetos de comercio. El clérigo Martín González refiere que la venta de indios era tan activa que ―se usaba de ellas como en estos reinos la moneda‖(carta de Martín González al Emperador D. Carlos en 1556. Apéndice de la historia de Schmidel – edición 1881)
(2) Este rápido bosquejo, que solo aspira a presentar el relieve de los principales hechos, no puede detenerse en los pormenores de esas luchas, en que descuella la figura del Oficial Real Felipe de Cáceres, alborotador perenne, tenorio, audaz y jugador desenfrenado, que en ocasiones perdió a los naipes hasta los versos de la artillería del Rey. Lo importante para nuestro propósito, es señalar el origen de esas desavenencias que en lo relacionado con la autoridad eclesiástica, los historiadores jesuitas (y los que le siguen), han atribuido simplemente a la inmoralidad social. Nuestras indagaciones han comprobado que esas causas tenían carácter marcadamente económico, y así lo demostraremos con detenimiento en otro trabajo que tenemos en preparación.
Aislados en la gran zona, circundada de misterios y leyendas, los conquistadores y sus descendientes se lanzaban con ansiedad a la exploración de los desiertos e iban dejando gérmenes de civilización, casi siempre a orillas de los grandes ríos, desde las regiones del Guapay hasta la boca del Paraná guazú. Así llegaron a fundarse Santa Cruz, Corrientes, Santa Fé y Buenos Aires. Trabajos de expansión, realizados a punta lanza, con labor cruenta y sin ningún provecho! Esas ciudades no mejoraron las condiciones de la Asunción.
La política colonial de España debilitaba sistemáticamente el vínculo entre las poblaciones y el de éstas con la madre patria. Transcurrían años sin que una nave de la península arribara al Río de la Plata. La noticia de la muerte de Felipe II se supo en Buenos Aires un año después y por la vía de charcas.(1) Con razón, pues, un gobernador escribía en este tiempo: “deseo irme a España, por que este es un destierro y soledad muy grande”. ¡ Calcúlese cómo sería el aislamiento del Paraguay!.
Pero mientras la posición de Buenos Aires hacía inútiles las barreras artificiales de la legislación colonial, la geografía conspiraba por la incomunicación permanente del primitivo centro de la conquista. Y ella se completó por el interés y el egoísmo de las ciudades que fueron en su origen segmentos desprendidos de la Asunción.
Desde luego los gobernadores comenzaron por fijar su residencia en la ciudad de Buenos Aires, alejando en perjuicio de las demás el centro administrativo y judicial de la provincia. A esta circunstancia uníase la ventaja inapreciable de su situación. Aunque incomunicada años enteros con la Metrópoli, no tardo en establecer comunicación comercial con el Brasil, Iniciada en 1586 por el Obispo Victoria. En 1597 el Comercio con el Brasil producía ya a la Aduana de Buenos Aires más de 20.000 reales plata por concepto de derechos. (2)
Estas débiles corrientes que se imponían a las artificiosas trabas legales, tenían forzosamente que crecer, con aprobación del Rey ante la imposibilidad de aprovechar las ferias de Portobelo por la vía terrestre hacia Potosí. Delineábase, pues, ya el predominio económico de la futura Capital del Virreinato, que lo ejerció desde el principio con un egoísmo cruel.
“Buenos Aires, dice el Dr. Juan Agustín García, fue comerciante desde su origen: nació con el instituto robusto y enérgico que se afirmó durante el siglo XVII, es una lucha curiosa, llena de incidentes, trágicas a veces, porque se llevaban las cosas a sus últimos extremos.
Así fue ciertamente. Al amparo de los errores económicos de la época y de una intervención fiscal (o municipal) opresiva y funesta, el egoísmo de las ciudades-reflejo del interés de unos pocos-trabajadores por aniquilar su reciproca expansión en el sentido del provecho inmediato a costo de la miseria ajena.
En esa lucha desigual, el Paraguay, por su posición, acabó por ser una víctima permanente. Los hechos se produjeron casi inmediatamente, y llegaron a su colmo desde que el Río de la Plata se segregó del Paraguay.
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(1)El Gobernador o el Cabildo intervenían no solo en la economía interna de la ciudad, fijando precios, evitando acaparamiento, etc, sino que regulaban el intercambio comercial con las otras ciudades, de acuerdo con lo que consideraban su interés. A veces prohibía la exportación en ocasiones la importación.
En 1597 los vecinos de Córdoba pidieron que las mercaderías del Paraguay no pudieran entrar en Buenos Aires sino después que hubiesen introducido las suyas los comerciantes de aquella ciudad (Cervera. Historia de la ciudad de Santa Fe).
En 1613 el Cabildo de Bueno Aires prohibió la introducción de harinas de Córdoba y Tucumán (Id jd). En otra ocasión prohibió la exportación del mismo producto a Santa Fe (Ciudad Indiana por García). Otras veces se determina, en provecho de una ciudad, las mercaderías que iban para otro destino, como lo hizo Santa Fe respecto de las embarcaciones que se dirigían al Paraguay, (Cervera, obra citada).
Era en verdad ―una lucha curiosa, llena de incidentes trágica a veces porque se llevaban las cosas a sus últimos extremos‖como dice el autor de la Ciudad Indiana.
En 1621 obtuvo el Paraguay permiso para exportar por el puerto de Buenos Aires hasta cien toneladas de sus productos con derecho a importar mercaderías por igual cantidad. Pero cuando la Provincia se dispuso a aprovecharlo, se levantaron en contra del Gobernador y el Cabildo de Buenos Aires, impidiendo el trasporte por la vía fluvial, que era la única posible (1). En 1629 continuaba todavía el Cabildo de la Asunción gestionando el cumplimiento de la Real Cédula. Dirigiose al Consejo de Indias, protestando de aquella interdicción, pero cuando los pliegos llegaron a Buenos Aires, se prohibió que fuesen remitidos a España. Después de seis meses de esfuerzos inútiles los pliegos volvieron a la Asunción y el Cabildo resolvió enviarlos por medio de dos comisionados por medio de dos comisionados por la vía del Brasil. Estos comisionados tenían que ir por tierra. Para el envío de una carta era necesaria renovar la odisea de Alvar Núñez!
Entre tanto esa clausura había reducido al Paraguay a la mayor miseria. Los descendientes de aquellos conquistadores que fundaron Santa Fé y Buenos Aires se vieron obligados a implorar la caridad de los indios para abastecer la cuidad. Y en ese mismo año, tratándose de amueblar la casa del Gobernado, no se encontró un vecino que pudiera proporcionar seis sillas y una mesa.
Cuando se lee en los Archivos esos papeles apolillados y borrosos, parece sentirse la honda inquietud que los dictó. Inmensa angustia palpita entre esas líneas ya descoloridas, donde nuestros pobres antepasados vaciaban sus impotentes ansias económicas, en medio del desorden, de la pobreza, de los afanes sin término de una lucha permanente y cruel.
Esas tendencias absorbentes que ahogaban el comercio paraguayo fueron afirmándose hasta adquirir carácter fijo y sistemático. En el vocabulario colonial se las conoce con los nombres de SISAS Y ARBITRIOS Y PUERTO PRECESO; nombres que por más de un siglo sonaron siniestramente para los habitantes del Paraguay. Su origen data del siglo XVII.
En 1664 el gobernador de Buenos Aires, Martínez Salazar, propuso al Rey un impuesto especial sobre la yerba paraguaya, con el fin de fortificar el puerto de esa ciudad. (1) Y su virtud expidiese en 1680 una real cédula estableciendo un impuesto de medio peso sobre cada arroba de yerba introducida en esas provincias, y el de un peso por igual cantidad de las conducidas al Perú y Tucumán.
Este impuesto estaba destinado al mantenimiento de 850 hombres en el Fuerte de Buenos Aires, y debía cobrarse en Santa Fe, donde forzosamente debían llegar los buques del Paraguay. (2)
En aquella época esta Provincia exportaba anualmente más o menos 60 mil arrobas de yerba, que antes de salir pagaban derecho de Alcabala y de Romana, calculándose el costo del flete en cuatro reales arroba. En Santa Fe volvía a pagar Alcabala y Romana, descontándose en las ventas de las taras del cuero y las averías. Y agregados a todos esto los nuevos impuestos, resultaban exorbitantes. El Paraguay protestó de ellos con insistencia, hasta que por fin consistió el Rey en levantarlos en 1717 (1). Pero de ello no se dio conocimiento al Paraguay, que siguió pagando los impuestos hasta 1722, en que se retiró aquella orden.
La liberación, si fue real, duro muy poco tiempo. En 1726 los impuestos fueron restablecidos y aumentados considerablemente. (2). Pueden clasificarse, para mayor claridad, en la siguiente forma:
IMPUESTOS COBRADOS EN SANTA FE A LOS PRODUCTORES PARAGUAYOS.
Arbitrios – Destinados a costear 200 soldados para la defensa de Santa Fe:
2 reales por entrada de cada tercio de yerba, 2 id por salida del mismo producto, no siendo para Buenos Aires
2 reales por entrada de cada arroba de tabaco y de azúcar.
1 1/ 2 real por el mismo concepto de cualquier carga de foráneo.
Sisas – Destinadas a las obras de fortificaciones de Buenos Aires y Montevideo.
6 reales por entrada de cada tercio de yerba.
6 reales por su salida, no siendo para Buenos Aires.
4 reales por entrada de cada arroba de tabaco.
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(1)Id id id – Real Cédula del 17 de Enero de 1717
(2)Id id id – Real Cédula del 18 de Agosto de 1726
De este modo por ambos derechos se cobraba seis reales por cada arroba de Tabaco para Santa Fe y Buenos Aires, cantidad entonces igual a su precio en el mercado de Asunción.
La yerba pagaba a su vez 16 reales por cada tercio destinado al Perú o a Tucumán. Un tercio contenía 7 arrobas, de las que cada una estaba avaluada en 4 reales en el Paraguay. De modo que la yerba se gravaba más o menos en un 60% sobre su valor.
Los productos del Paraguay no solo pagaban estos impuestos sino que tenían por único punto de exportación el puerto de Santa Fe. No podían seguir por agua hasta Buenos Aires. Santa Fe era el Puerto preciso. (1)
Para valorar la enormidad de este monstruoso tributo impuesto a una Provincia lejana y pobre, en beneficio de otras más favorecidas por su situación, conviene fijarse no solo en el porcentaje de los derechos aduaneros, sino en el itinerario inflexible, establecido para nuestra corriente comercial. Los negociantes que llevaban sus productos del Paraguay para Buenos Aires no podían seguir por el río hasta su destino; era obligación ineludible hacer también un viaje por tierra, desembarcando en Santa Fe, de donde partían las caravanas de comerciantes conduciendo en carretas los frutos del Paraguay. Esta operación no se efectuaba tampoco exenta de nuevas trabas. Desde el momento del desembarco caían sobre los productos nuevas imposiciones, independientes de las ya mencionadas y los seguían hasta Buenos Aires, donde les aguardaban asimismo los derechos de almacenaje y alcabala. Pero esto no era todo. La escasez de vehículos obligaba con frecuencia a los negociantes a liquidar sus mercaderías, malbaratándolos, en la misma Ciudad; pues una disposición real, conseguida por Santa Fe, establecía que la conducción no podía ser efectuada por los forasteros. Los santafecinos tenían el monopolio del transporte terrestre, con la particularidad de que las carretas eran importadas del Paraguay. De modo que esta Provincia no solo se veía obligada a sufrir el monopolio, sino a construir los instrumentos para el mismo; pues la escasez de vehículos le resultaba peor. Una autoridad de Buenos Aires, don Francisco P. Sanz, que tenía motivos para saber lo que decía, pintaba en estos términos la situación del producto paraguayo, aun sin intervención del comerciante asunceno: ―cualquier cosechero que condujese por su cuenta su tabaco a Buenos Aires se tendría por afortunado el lograr venderlo por 3 y ½ o 4 pesos en aquella ciudad, en cuyo concepto formada la cuenta de los costos de conducción a 2 o 3 reales arroba, los 6 de derecho Santa Fe, el desembarco y almacenamiento en dicho puerto, la remisión del género en carretas a 100 leguas de distancia hasta la capital… el almacenaje en Buenos Aires, el 4% de Alcabala, otro tanto de comisión, 20% de mermas, las cuentas del apoderado o la pérdida de una cosecha si el mismo lo conduce, porque invierte indispensablemente8 meses en la ida y su regreso; sin contar el riesgo de la navegación del género; puede tirar la suma y ver la ganancia que saca‖(1).
Simultáneamente con el paulatino afianzamiento de su operación económica por el Río de la Plata, el Paraguay vio nacer y arraigarse en su propio poder formidable, dedicado a disputarle con ventaja sus trabajosas y escasas fuentes de producción y de vida: la compañía de Jesús.
Poseedores de pobladas estancias y extensas zonas de tierras, de que se hicieron dueños con inquebrantable constancia, y que les producían grandes beneficios (1), los jesuitas eran asimismo los principales industriales y comerciantes de la Provincia.
Los paraguayos miraron desde principio esta concurrencia como una usurpación de sus derechos, tanto más odiosa cuanto que se efectuaba al amparo de irritantes privilegios. (2)
Organizada, disciplinaria, bajo hábil dirección, la Compañía de Jesús llevaba en sí misma una superioridad inmensa sobre las energías particulares no siempre bien orientadas: las exenciones que obtuvieron, la colocaron arriba de toda competencia en la labor industrial y las empresas comerciales. Desde comienzos del siglo XVII los jesuitas obtuvieron ventajas para la explotación de la yerba, industria que les reportaba beneficios considerables por su exiguo costo de producción y liberación de toda carga. Mientras los vecinos del Paraguay se veían embarazados por multitud de imposiciones y trabas, los Padres de la Compañía explotaban sosegadamente los yerbales por medio de los indios, exportando sus productos a Santa Fe y a Buenos Aires ―sin reconocimiento ni registro, ni licencia de ningún gobernador, ni pagar derecho alguno‖. Al mismo
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(1) He aquí lo que sobre el portador escribía en 1731 el Señor Anglés y Gortari y su informe al Virrey del Perú: "es de ponderar que aún las más de las tierras, que estos soldados Españoles ocupan, son también de los Padres de dicho Colegio, especialmente las del paraje de Tacumbú, las de San Lorenzo y otras, por las cuales pagan anualmente arrendamiento bien crecido, que cobran los dichos padres con notable rigor, y en los efectos que piden y que precisamente les han de entregar".
(2)Todo ello consta con profusión de detalles en las quejas vanamente elevadas por el Cabildo a la Real Audiencia de Buenos Aires y a otras autoridades – M. S. del Archivo Nacional.
Tiempo extendían sus redes comerciales en el interior del país, por medio de agentes que acopiaban los productos agrícolas, especialmente los de exportación, e intervenían en todo género de transformaciones.
"Los padres de dicho Colegio, dice un testigo ya citado, tienen abarcado todo o la mayor parte del Comercio de la Provincia y recogen la substancia de cuanto produce, a lo menos en mayor cantidad de lo que alcanzan todos los demás vecinos de ella, Eclesiástica y seculares y se han adelantado de tal suerte los dichos padres en el manejo de todo lo que puede producir utilidad y conveniencia y son tantas y tan opulentas las estancias que tienen, tan cuantiosas las ventas que hacen que casi penden todos los vecinos del arbitrio de sus Reverencias y pasan el amargor de ver que les disputan todo lo que es propiamente de los Españoles.
… … … … … … … … … … … … …
"De estas verdaderas causas, agrega el mismo, se originan el desagrado y notable aversión que tienen a los dichos padres de la Compañía, quienes aún en tiempo de paz y serenidad ciñen y sujetan la provincia; estrechándola por hambre al disimulo y haciéndose dueños de todas las vacadas, y atajando y comprando en los quantos pueblos inmediatos por donde precisamente han de pasar las tropas de este ganado, que conducen desde las Corrientes para el consumo y manutención de la Provincia, cerrando los caminos y extraviándoles todo el alivio y consuelo a aquellos infelices vasallos y procurando causarles todos cuantos atrasos pueden imaginar y cuantas calamidades saben fomentar los poderosos para afligir a los desvalido" (1)
Otro hecho capital, de marcado relieve y enorme influencia, fue el régimen monetario – si vale la frase – en medio del cual nació y creció la sociedad rural.
Las leyes españolas que prohibían la introducción de monedas metálicas en la circunscripción del Río de la Plata, no fueron en parte algunas tan efectivas como en el Paraguay.
Desde la Fundación de la Asunción, su naciente actividad económica fue embarazada por la dificultad de los cambios, a cauda de la imperfección-ausencia casi-de su principal instrumento: la moneda.
La falta de la moneda de oro y hasta de la moneda de vellón, tenía que conducir fatalmente al trueque primitivo de unos frutos por otros. Y para evitarlo se ideó una medida común. Con certero instinto, los conquistadores adoptaron el hierro, metal para ello precioso, porque les servía para defender sus vidas y ayudaba a conservarlas. (1)
Al principio, la monedas era una cuña de hierro equivalente a un real oro: para los cambios mensuales de dividían la cuña en pesazos, determinados su valor por su peso. Más tarde diósele al acero idénticas funciones. (2) Pero estas monedas tenían, a pesar de todo, un inconveniente capital: su consumo como mercadería y la dificultad de renovación. El hierro escaseaba por tiempo, ocasionando grades oscilación en el valor de la moneda. En 1599 resolvió el Cabildo desmonetizar el hierro y el acero, reemplazándolos por las ―siguientes especies”: lienzo, cera y caraguatá (planta cuya fibras se utilizaban para tejidos y piolas).
La Corte de Madrid dió carácter legal a estas monedas. La ordenanzas del 10 de Octubre de 1618 declaró que “las monedas de la tierra han de ser especies y lo que de ello de tasase por un peso valga a justa y común estimación seis reales de plata” (1)
Cuando se generalizó la exportación de la yerba, reemplazó este producto a las monedas antedichas. Más tarde adoptase también el tabaco.
El tabaco, mercancía de consumo general, era justamente con la yerba, moneda internacional y moneda corriente del país. Pero su valor no era fijo. Al amparo de la mala moneda y de las condiciones económicas del país, dictaban ley los que podían en esto que no sería impropio llamar problema monetario. Y el tabaco-moneda valía según sus conveniencias.
Nunca esas monedas tuvieron valor uniforme. La unidad monetaria era en cierto modo el peso hueco o provincial, moneda imaginaria, como el viejo marco de las naciones germánicas.
Este peso imaginario que servía de unidad, se dividía en 8 reales provinciales. La ordenanza de 1618, ya citada, le había fijado el valor de seis reales palta., Pero este valor nadie lo reconocía sino cuando se trataba de pagar los impuestos. En plaza de le dio tan solo el de dos reales de aquellas monedas: de modo que dos reales plata equivalían a ocho reales huecos.
La relación del tabaco con el peso provisional, en sus funciones monetarias, no era tampoco uniforme, lo que contribuía a aumentar la complicación de los negocios.
Pero éstas variaban a su vez de un modo notable. Ya sabemos que legalmente equivalían a ó reales plata. Entre los directores de la plaza de Asunción, un peso hueco o provincial calía solo dos reales de dicha moneda, sin faltar experiencias. Así una arroba de tabaco equivalía a 4 pesos provinciales, igualmente a 8 reales plata. Por último, en las compras de tabaco hechas al cultivador, el peso provisional, conservado la anterior relación con aquel producto, se despreciaba casi siempre con relación a la plata.
El comerciante, al recibir el producto de agricultor, le asignaba el valor de plaza, que a veces era el de 5 reales por arroba (cuando debería ser 8), alo que debe agregarse el subido precio de las mercaderías. No obstante, el tabaco moneda, según el comprador, valían siempre 4 pesos huecos. La variación era, pues, de éstos. Cunado un arroba de tabaco, por ejemplo, se computaba al agricultor en 6 reales plata, era porque el peso huerco valía reales y medio en vez de dos.
El peso provisorio, moneda imaginaria, representaba así por sus fluctuaciones el mismo papel que nuestro billete actual, si defensa alguna. Y en resumidas cuentas, su principal víctima era el productor.
Pero el verdadero regulador de las monedas especies (yerba o tabaco) eran los capitalistas de Buenas Aires, acreedores del comercio paraguayo. Este, a su vez, hacía pagar al productor gran parte de las cargas impuestas a sus negocios, auque a la larga la miseria del uno le llevara también al otro fatalmente a la ruina. (1)
La población paraguaya tenía también sobre sí una imposición ineludible y permanente, que debía cumplir con frecuencia fuera de sus fronteras, en beneficio de los Productores de abajo: el servicio militar.
Observémosla, para no extendernos mucho, tan sólo en el siglo XVIII. Todos los vecinos estaban obligados al servicio militar, de los 18 a los 60 años, a su propia costa y con sus propios elementos: cada uno debía de poseer caballos, armas y municiones, adquiridos y conservados a su expensas, y siempre listo para le primer llamado. Para el efecto dividiose el país en zonas militares correspondientes a determinadas Milicias o Regimientos.
Y con ellos se sostenía numerosos fuertes y destacamentos, ambos lados de Río Paraguay, y se emprendían lejanas expediciones al interior del Chaco. Fatiga interminable, que absorbía gran parte del año, y duro casi tres siglos.
Pero lo gravoso de esta faena no estaba tanto en su carácter gratuito y obligatorio como en su continuidad y falta de de período fijos. Oigamos en esta parte las palabras de un gobernador. “No hay un hombre en toda la provincia que este libre de la esclavitud militar y no hay uno que pueda contar con su trabajo…Todos sufren la dura ley de estar todo el año con las armas en manos, sirviendo en los cuartele s de guardias, en guarnecer los fuertes, en cubrir los pasos, en destacamento y en todas las fatigas militares. Y lo poco que adquieren lo disipan y consumen en este servicio, que como ya se ha dicho y con total abandono de su familias; lo hacen a su costa, viendo de más en más arruinadas su haciendas, ganados y labores cunado vuelven de alguna expedición. Si desempañadas estas funciones, se considera alguno libre por un corto tiempo y se dedica a su trabajo, no tarda el experimentar su engaño, porque al primer movimiento de los bárbaros le arrancan el arado de la mano, llevándolo por las fuerzas a la campaña… y vuelve cuando ya su trabajo esta perdido, cunado se pasa el momento de barbechar la tierra… “ (1)
Y el mismo gobernador agrega en otra parte: “La mayor parte de los alistados no tienen tierra propia, siendo arrendatarios de los que la tienen, que sobre todas sus desdichas, tienen que pagar sus cánones anuales”.
Habían ciertamente exonerados; pero estos eran los encomenderos, los yerbateros, que pagaban en cambio una contribución, los capataces en estancias y los empleados. Con lo cual el servicio caía exclusivamente sobre los más pobres. (2)
Puede calcularse la zozobra en que vivía el campesino. Y las consecuencias de este régimen militar inaudito.
Veamos con un ejemplo cómo estos hechos se enlazaban para imprimir es sus redes al campesino paraguayo.
El servicio militar, ineludible, requería armas, municiones y caballos. Sobre todo caballos. La continuidad y exceso del servicio inutilizaba los montados. Dentro de la providencia eran escasos y había que traerlos de otra parte. Pero cómo?
Cuando la escasez de caballos se hacía sentir en una campaña o en un valle, se reunían tres o cuatros campesinos haciendo caja común, para emprender el viaje; pero la moneda, pesada y voluminosa, requería medios de transporte, y como éstos escaseaban en la vía fluvial, había que construir ante la embarcación. Terminada ésta, transportaban a ella tabaco, previo pago de derechos, y se dirigían aguas abajo hacia la Provincia de Corrientes.
¡Calculad lo que costaba este viaje y sus preparativos! Pero aún es poco. Al llegar a su destino, desembarcaban sus mercaderías y alquilaban las carretas necesarias para transportarlas a la campaña, abandonando su pobre barco, fruto de tanto trabajo. Por falta de comprador. Y en la campaña se renovaba la lucha contra el natural egoísmo humano. Cundo al fin compraban los caballos, había que llevarlos hasta el Paraná, pagar en el paso de Itaty 10% de impuestos, y después de pasar el río, casi siempre con pérdidas, emprender por tierra un viaja de cien leguas a través de esteros y selvas cuya, soledad interrumpía sólo la emboscada inopinada del indio. (1)
Generalmente eran estos los más acomodados propietarios con algún ganado vacuno, pero aun así, nunca podían adelantar. La incomunicación, la mala moneda, el servicio militar, los impuestos, las trabas sin fin, le embarazaban, le oprimían durante toda la vida.
“Cuando el hombre es miserable, se irrita, dice Taine, refiriéndose al agricultor francés del siglo XVIII; pero cuando es a la ves propietario y miserables, se irrita más aún. Ha podido resignarse a la indigencia: no se resigna a la expoliación; y tal era la situación del campesino en 1789”. (2)
En medio y condiciones distintos el agricultor paraguayo vivía en el mismo estado de ánimo. “Este malogro de su trabajo les exaspera, escribía en 1777 el Gobernador Pinedo, y se abandonan generalmente entregándose a una total desidia y no es de extrañar; porque a la verdad con qué aplicación de han de dedicar al trabajo al considerar sobre las continuas experiencias el evidente riego de perder el usufructo. Quine quiere sin reflexionar la conducta de esta gente se persuadirá que en ella reside una natural desidia, pero no lo es, sino desesperación de lograr el fruto de un trabajo y la prueba de esto se halla en ellos mismos, tres objetos son, a los que por inclinación o necesidad se aplican todos los habitantes en esta Provincia: unos al beneficio de la Yerba en los Montes donde se crían; otros a su conducción por Río en las embarcaciones del tráfico a Buenos Aires, y otros al cultivo de la tierra. Los dos ejercicios primeros son penosísimos, de un trabajo continuo y violento con carencia de todo alivio y comodidad, y sin embarcar abrazan con gusto este género de trabajo, particularmente el del Remo, y por estipendio cortísimo manifestándose contantes en él por ver cierto y seguro su alegre usufructo, y lo mismo sucede con los Naturales de esta Provincia, que pasan a las vecinas donde son reputados por más constantes en el trabajo, que otros ningunos, y denominados por los Españoles por Gallegos de la América”.
Pero el trabajo, la lucha y el sufrimiento afirmaron otras energías. Y así se formó esa raza sobria y resistente, tan resistente como el urundey de sus bosques, según la feliz comparación del Dr. Domínguez.
En medio de esta opresiva situación, el Paraguay tenía que desenvolver muy penosamente y cuando a impulsos de sus constantes esfuerzos, parecía abrirse un pequeño horizonte a su progreso, surgían los obstáculos en rededor para embarazarlo. Pero nuestros antepasados no desmayaron jamás. Y para favorecer sus causas, recordaban a veces con inocentes candidez, los servicios de su vieja estirpe conquistador: abultando la tradición de una grandeza pasada que le fue ciertamente de ordena valor guerrero y energía moral- invocaban aquellos tiempos de antiguo esplendor es que los paraguayos, señores de la conquista, derramaban con su sangre y su hacienda la civilización en la desiertas márgenes del Paraná y del Plata ¡Inútil recordación! Ya hemos visto de qué modo se los interceptaba a veces hasta la comunicación postal. Tampoco podían esperar mayor apoyo en sus derechos, por ajenos que fueran a los intereses del Plata; pues la crónica pobreza de la Provincia des cerraba con frecuencia las puertas de la justicia “Este Cabildo, decía dicha corporación, a mediado del siglo XVIII, a las autoridades de Buenos Aires, pidiendo que nos amparase en el derecho y posesión de nuestro patrimonio y como no tuvimos dinero para pagar letrado y procurador, no fuimos escuchados”. “Esta es la cauda, agregaba, por qué ha sufrido siempre esta República tremendos daños”.
Esa diferencia se convertía en hostilidad cunado mediaban intereses propios, a punto de desobedecer las mismas órdenes del Rey. En 1717 la suspensión del puerto preciso no fue comunicada al Paraguay, quien siguió pagando los impuesto hasta su restablecimiento. En 1747 pidió el Cabildo que de los impuestos pagados por el Paraguay para mantener tropas y efectuar fortificaciones en Santa Fé y Buenos Aires, se le reserven 4000 pesos anuales para ayudar sus gastos de guerra contra los salvajes. “Desde la creación de esta Provincia, decía el Cabildo, no ha molestado este vecindario a la real Clemencia de S. M. pidiendo ninguna ayuda para la defensa de ella”, agregando que en esta ocasión “pedía solo una parte de lo era suyo, por no ser justo que las otras ciudades se mantengan y conserven a costa de Paraguay y que este parezca y se acabe al cuchillo de los mismo enemigos, sin que sea parte de los impuestos que fructifican sus propios frutos”. En su tosca lengua los cabildantes decían la verdad: el Rey accedió a su solicitud; pero medio siglo después seguía todavía el Paraguay gestionando el cumplimiento de la real Cédula. (1) Podíamos multiplicar los ejemplos.
Se trataba, pues, de una tendencia definida, exteriorizada constantemente en actos contrarios a los intereses económicos del Paraguay, que provocaba igualmente una resistencia tenaz, bien que infructuosa, durante toda la dominación española.
Y para que a los motivos de estos agotamientos nada faltase, suscítasele a la Provincia, sin fundamentos alguno, un pleito de fronteras, que halló apoyo en la autoridad de Buenos Aires y ocasionó la segregación provisoria de una importante zona territorial del sud.
Desde principios del siglo XVIII comenzaron los correntinos a pasar con alguna frecuencia el Paraná, atraídos principalmente por el incentivo de las ricas estancias jesuíticas de Santa María y San Ignacio. Los padres de la Compañía se quejaron al gobernador del Paraguay y de los grandes perjuicios que les ocasionaban estas entradas en ajenas jurisdicción, pues a más de los robos de hacienda denunciaban la apertura de senderos que facilitaban las irrupciones de los indios.
“El Gobernador, en vista de esta representación mandó despachar cartas de justicias a los de Corrientes. para que requiriesen a sus vecinos excusaran la entrada a dichos lugares, con apercibimiento de ser expelidos y despojados de sus caballos, como efectivamente se libró despacho con fecha 22 de Noviembre de 1720, que hizo publicar en Corrientes su Teniente Gobernador en 22 de Diciembre del mismo año” (1)
La eficacia de estas medidas fue, no obstante, de muy costa duración. Los correntinos reiteraron posteriormente sus entradas, dedicándose con especialidad a la explotación de los bosques, y aunque no fundaron ninguna población permanente, uno de ellos, llamado Pedro Gonzáles, llego a dar su nombre a una importante zona de este lado del Paraná. El Gobernador de Paraguay, urgió por otras atenciones se dio muy tardíamente cuenta de estos hechos, y al amparo de esta tolerancia forzosa, La provincia de Corriente planteó sus derechos a la margen superior del río Paraná, invocando como actos posesorios aquellas clandestinas usurpaciones.
Establecido el Virreinato del Río de la Plata u nombrando gobernadores del Paraguay Don Pedro Melo de Portugal, quedó éste encargado de dar un corte provisorio a dicha cuestión de fronteras interprovinciales; al efecto convínose poco después con el gobierno de Corriente que los paraguayos extenderían su población hasta Curupayty, quedando a los correntinos el terreno restantes hasta el Paraná, “sin perjuicio de los derechos del Paraguay que reconoce por suyo aquel terreno según instrumentos antiguos y solo a fin de evitar discusiones y poblar la costa”. (1).
Entre tanto, EL cabildo de Corriente había resultado ocupar y fortificar Curupayty, a cuyo fin fue comisionado con fuerza suficiente, el Maestre de Campo D. Juan Benítez Arriola, con orden de apoderarse de las haciendas existentes en esa comarca y mantener la posesión del terreno. Y así fue que cuando el Gobernador Melo, ajustándose al anterior convenio, despachó gente para poblar aquel lugar, halló que los correntinos, según el mismo refiere, “procuraban establecerse y aun amojonaron la tierra sin pasarse acuse, llevándose del camino animal perteneciente a este vecindario”.(1) Los paraguayos protestaron de esta usurpación y ocuparon con sus milicias el lugar mencionado; y entonces el Cabildo de Corrientes se dirigió al Virrey presentando los hechos como “un violento despojo que pretendía inferirle la Provincia del Paraguay” y reclamando como suya toda la región extendida desde el Paraná hasta el Tebicuary.
De esta extraña manera vino a entablarse al Paraguay un pleito de límites, que pretendía una considerable zona de sud, precisamente en los montes en que la Corte de España, a indicación del Virrey del Río de la Plata, consentía en un desmembración todavía mayor de nuestro territorio hacia el Norte, subrogando en la fijación de fronteras con Portugal, la línea Ygurey-Corrientes por la de Igatimí-Ypané.
A pesar de los incontestables derechos del Paraguay, esa reclamación prosperó en los estrados del Virreinato. Las milicias paraguayas fueron compelidas a abandonar sus posiciones, y la ciudad de Corrientes puestas en posición de la mitad de la zona litigada. La resolución del Virrey Vértiz iba mucho más allá de las verdaderas aspiraciones de la Provincia vecina, circunscritas en sus comienzos a Curupayty, y fue una razón considerable por ella misma como un favor señaladísimo. (1)
El Paraguay no abandonó por eso la defensa de sus derechos, el asunto pasó a la Corte de Madrid. Pero los correntinos continuaron en sus posesiones; y en 1810 ocupaban, mientras se fallara el pleito, desde el Arroyo Hondo hasta el Paraná.
Esta desmembración territorial sancionada por el Virrey, bien que con carácter provisorio, a más de lesionar ran injustamente los derechos del Paraguay, ocasionándole gastos y molestias internacionales, dio asimismo margen a los perjuicios más sensibles para el campesino paraguayo.
Adyacente al fortín de Curupayty estableció Corrientes una reducción de indios del Chaco, que se convirtió en una banda de salteadores. (2) Los indios bien armados y en gran número caían inopinadamente sobre las granjas y estancias de Ñeembucú, saqueando las propiedades, asesinando a los moradores y llevándose cuanta hacienda encontraban a su paso. En 1809 denunciaba el gobernador Velasco al Virrey que el año anterior habían robado como 1500 cabezas de ganado y gran cantidad de caballos y yeguas, y que al amparo de la impunidad “se consideraban autorizados para saquear impunemente a rodas aquellas infelices vecino, que no hallan auxiliado, ni recurso para evitar tan repentino daños”. (1)
En el último cuarto de siglo XVIII, una medida importante, el establecimiento del Estanco del tabaco, anunció al Paraguay la introducción de la moneda metálica.
El Director de la Renta, D. Francisco de Paula Sanz, se traslado a al Asunción, con el fin de organizar la administración del Estanco en la Provincia. Inteligente y activo, adoptó muy prontas y oportunas disposiciones, acentuando las ventajas que esta medida reportaría al Paraguay con la introducción de la moneda. Abrió en la Capital una matrícula para inscribir a los cosecheros que desearan controlar una cantidad determinada por año, prometiéndoles al pago en monedas sellada, precios fijos y hasta adelanto de dinero.
Obtener dinero y precios fijos tenía que ser el anhelo del productor.
Pero desde el primer momento despuntaron tres tendencias antagónicas: los intereses de la Renta, los intereses se estableció durante el Gobierno de Sanjust, bajo la dirección de competentes maestros portugueses. Los gastos de explotación corrían a cargo de las reales cajas de Buenos Aires. Todo asía esperar que esta industria daría buenos resultados. La primera partida de 950 (a) de tabaco remitido a España fue reputada, previo minucioso examen, superior al elaborado en el Brasil. La corte demostró el más vivo interés por el desarrollo de la industria, recomendando la extensión de los cultivos y la compra del tabaco a precios convenientes. Hasta los pueblos jesuíticos fueron comprendidos en esas disposiciones.
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(1) Para darse una idea de la profunda irritación que estos hechos produjeron, es necesario tener en cuenta lo que significaba para el campesino paraguayo su pequeña hacienda vacuna.
Si el maíz fue para el conquistador el oro de la tierra, cuyo seno fecundo le permitía florecer y frutificar dos veces al año, el ganado represento, no obstante, desde los primeros tiempos su aspiración económica más enérgica. Y así debía de ser: en medio de la inseguridad de aquella vida batalladora, era la única riqueza permanente y segura, “riqueza indisoluble, unida para siempre a la duración”.
Para el colono y sus descendientes, cuya situación, según hemos bosquejado, cambió muy poco, seguía siendo la misma cosa. Cuando Belgrano se retiro del Paraguay, después de su fracasada empresa militar, observo ese hecho con gran admiración, escribiendo a la Junta de Buenos Aires que los paraguayos eran “amantes a sus vacas y caballos aún grado que yo no puedo bien explicar”.
De los comerciantes y la desconfianza del campesino. El Director Sanz se enredó en discusiones con el Cabildo sobre el precio del Tabaco; y los campesinos, poco habituados a recibir favores, no se mostraron dispuestos a contratar.
Por fin todo pareció allanarse, dejándose al productor libertad en la extensión de sus cultivos y estimulándosele con la exoneración del servicio militar.
Poco tiempo después recibió el gobierno una real orden para el restablecimiento de la fábrica de tabaco negro, que se habían ensayado ya en años anteriores (Las ganancias que obtenía Portugal de está industria establecida en el Brasil, y cuyo producto tenía mucho producto en Sevilla, determinaron a la corte de España ensayarla en el Paraguay. La fábrica se estableció en san Lorenzo, antiguamente posesión de los Jesuitas cercana a la Capital, contratándose para su dirección 10 maestros portugueses. Los indios de los pueblos vecinos, principalmente los de Yaguarón, fueron utilizados allí, en gran número, como peones y operarios prácticos en la industria. A pesar de tanto apresto administrativo, el entusiasmo decayó muy pronto y a los poco años la fábrica se clausuró).
No había transcurrido, sin embargo, dos años cuando el Virrey ordenó al Paraguay el envío de mil soldados al Río de la Plata. (1) el excesivo número de este contingente, obligó al gobernador a echar mano de los mismos agricultores exonerados. Consecuencia: desavenencias del Gobernador con la Administración del Estanco; indignación general de los agricultores.
El cultivo del tabaco y la fábrica de San Lorenzo siguieron, no obstante, con el relativo éxito.
Casi todo el negocio de la Renta se sostenía con los productos del Paraguay, obteniéndose al principio beneficios considerables (2). “El estanco era, pues, una mina, dice el Dr. Quesada: aumentar el consumo era todo el secreto para acrecentar aquella renta, considerable entonces las del Virreinato”. Pero su mala Administración en la Capital produjo precisamente todo lo contrario: la demanda no respondió al gran stock que se había venido acumulando. Y para salvar el tabaco depositado en los Almacenes de la Dirección General, las autoridades consideraron el medio más seguro decretas la ruina de la producción paraguaya.
(1) Estas tropas fueron enviadas en 1781 al mando del Teniente Coronel D. José Antonio Yegros, padre de Fulgencio Yegros. Estando ya en el Río de la Plata, parte de ellas se rebeló en ausencia de su jefe y volvió al Paraguay, por haber sospechado que se le iba a hacer marchar al Perú. (M. del Archivo Nacional).
(2) En la Noticias sobre el gobierno del Virrey Arredondo publicada por el Dr. Vicente G. Quesada (Revista de Buenos Aires núm. 70) consta, según un estado oficial que todo tabaco, que todo tabaco en rama vendido durante el primer quinquenio fue de procedencia paraguaya. Casi todo el tabaco negro fue también del Paraguay. Los cigarros, cigarrillos y polvillos eran con toda seguridad confeccionadas en gran parte con tabaco paraguayo.
En cuanto al beneficio que obtenía la Renta, puede juzgarse por lo que sigue. El tabaco en rama, que por arroba le costaba término medio un peso cuatro reales, se vendía á 12 pesos y medio; descontados los ingentes gastos de la administración mal organizada, quedaba siempre una utilidad líquida de 5 pesos cuatro reales, la ganancia, que se obtenían del tabaco elaborado ascendía a 19 pesos y medio. Y estas ganancias crecieron en los primeros años.
El 13 de Febrero de 1789 ordenaba en consecuencias el Virrey al Gobernador de Paraguay que el cultivo del tabaco en toda la Provincia debías limita en lo sucesivo a 8.000 arrobas anuales! La elaboración del tabaco negro fue asimismo suspendida, cerrándose la fábrica de San Lorenzo. Fluyen naturalmente las consecuencias de esta disposición período colonial.
La introducción de la moneda metálica fue, por lo demás, muy limitadas: el tabaco y la yerba no perdieron su carácter monetario, que debió traer fatalmente el resultado que señala la conocida ley de Gresham. (1)
Vése, pues, cómo hasta la creación del estanco del tabaco, que en las especiales condiciones del Paraguay pudo haber sido un accidente favorable, resultó tan solo un nuevo elemento de perturbación económica, funesto para la producción. Parecía que una negra fatalidad empujaba cuanto venía del lado del Río de la Plata!
Tales son, resumidos en lo posible, los hechos que se destacan en el origen y desarrollo del Paraguay colonial.
Claro es que no pretendemos haber señalado todos sino aquellos que en nuestro sentir se manifestaron más vigorosos desde el principio, y ejercieron mayor influencia en los destinos del Paraguay y en el espíritu de sus habitantes.
(1) Veinte años después de establecido el Estanco del tabaco decía un gobernador: “El comercio, si es que merece este nombre unas limitadas transacciones que se hacen por permuta, por falta de moneda …” –M. S. del Archivo Nacional.
En las cuentas y balances de esta época se usaban siempre tres columnas: una para el tabaco, otra para la yerba y otra para la moneda metálica, estando esta última casi siempre en blanco.
Examinemos, en efecto, lo que nos ha quedado de aquella vieja sociedad –actas capitulares, etc.- y hallaremos entre multitud de hechos parciales, de interés fugaces, de antagonismos mezquinos o generosos aspiraciones muertas en flor, (1) una preocupación constante, tenaz, uniforme, invariable, expresada de un modo tan intenso y tan igual que parece formar una sola voz que vibra incesantemente durante tres siglos. Preocupación y ansiedad por su aislamiento, su desamparo, su odiosa organización militar y su opresión todavía más odiosa por las Provincias meridionales.
(1) Persistente anhelo del Paraguay colonial fue la difusión de la instrucción pública y corresponde al Cabildo de la Asunción la gloria de haber sido su principal agente.
Las condiciones generales del país, la guerra permanente, la mala y escasa vialidad, la pobreza crónica y la trabajosa vida campesina, tenían que ahogar fatalmente las mejores iniciativas. Pero los esfuerzos del Cabildo fueron tan tenaces como los obstáculos. Numerosos son los casos que podríamos citar. Y es digno de eterna memoria que esos esfuerzos seculares que la adversidad nunca abatió, se inspiraran en el gran principio de la instrucción gratuita y obligatoria. En 1715 acordaba el Cabildo sobre este particular, con motivo de algunas escuelas recién fundadas, nombrar autoridades encargadas de vigilar si los maestros cumplían su obligación y si los padres enviaban a sus hijos a las escuelas “conminándolos y apremiándolos a ello”. (Acta Capitular del 1º de Julio. – M. S. del Archivo Nacional).
Cuando vemos estas tentativas se enseñanza gratuita y obligatoria en tan remota fecha, en el Paraguay, confesamos la inmensa simpatía que nos inspira nuestro lejano pasado. Y con respetuosa admiración acogemos el recuerdo de nuestros obscuros antepasados, que en medio de la miseria, la incultura y el aislamiento se esta tierra, disponían en pro de la educación lo que más de un siglo después era todavía una aspiración de la Francia, rica y poderosa!
Para esas tendencias educativas no se limitaron a la instrucción primaria. Desde comienzo del siglo XVIII gestionó el Cabildo la instalación de estudios superiores, debiéndose a su iniciativa la fundación del Colegio Jesuitas, “erróneamente atribuida a Hernandarias” (como lo hemos probado en LA ENSEÑANZA EN EL PARAGUAY DURANTE LA DOMINACIÓN ESPAÑOLA-publicada en La Prensa). Desgraciadamente, dicho establecimiento no dio el resultado que se esperaba; después de numerosas tentativas, sin fruto alguno, para obtener la colaboración educacional de los jesuitas, resolvió el Cabildo, a principios del siglo XVIII, establecer un colegio superior por su propia cuenta, costeándolo con el producido del estanco de la yerba y solicitando del Rey que dicha casa de estudios pueda ser Universidad‖. Esto ocurría precisamente el mismo año en que el Cabildo disponía que la instrucción fuese obligatoria y gratuita.
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Todos estos hechos, y cuantos contribuyeron a la constitución económicas del Paraguay, regulando su vida en un período de tres siglos, tenían forzosamente que consolidar en los espíritus un cierto orden de sentimientos, cuya expresión, según ya señalamos, perdura vigorosa y uniforme en los documentos revela la existencia de un fuerte sentimiento de solidaridad: solidaridad en la indignación sorda que produce el esplendor ajeno considerado como causa de la miseria propia. Sentimiento que se extiende, además, a cuanto afecta al esfuerzo o al orgullo colectivo bajo la calificación de paraguayos. (1). Es frecuente asimismo escuchar la palabra patria expresada en un sentido marcadamente regional y propio (2)
Todo ello venía elaborando, en el transcurso del tiempo, el fuerte vínculo nacional.
(1) Glorioso año el de 1715! Año en que aparecen por primera vez en nuestra historia tan grande pensamiento, expresados por los mismos que poco después alentaron bajo el pendón de los comuneros, la ruidosa revolución que por más de un decenio puso a prueba la virilidad y el empuje del pueblo paraguayo.
Pueden verse en las actas capitulares la mención al mérito de los paraguayos, de las tropas paraguayas que fueron a defender a las Provincias vecinas, etc.
(2) Entre numerosos ejemplos podemos citar el de D. Pablo Talavera, Comandante del Tercio de Capiatá, quién informaba a su superior en 1811, a cerca de la batalla de Paraguarí, que todos sus oficiales habían luchado “con honra en la gloria de su Patria”. (M. S. del Archivo Nacional).
La raíz de este vínculo la encontramos desde el principio cimentada en el orden económico. Y así, cuando vemos al pueblo levantarse airado contra un obispo, contra los jesuitas o contra cualquiera autoridad, bajo banderas que proclamaban, a veces, avanzados principios, no nos engañemos creyendo encontrar en esos hechos móviles puramente políticos. El pueblo paraguayo tardó sin duda mucho tiempo en darse mediana cuenta de sus derechos; pero tuvo siempre una visión bastante clara de sus intereses.
Imaginémonos esta Provincia tal como era entonces, abandonada en el corazón del continente, dentro de su circunscripción, como su pueblo homogéneo, su educación severa (1), su lengua expresiva y enérgica, sus intereses de un mismo orden, su vigorosa y persistente aspiración económica. Imaginémosla, recordando los factores que presidieron su desenvolvimiento; y habremos por fuerza de reconocer que esta Provincia constituía una sociedad con carácter propio- sin semejanza con provincia alguna – dentro de la basta extensión del Virreinato. Y reconoceremos asimismo en la uniformidad, en la colección de sus elementos constitutivos, de sus caracteres sicológicos, en el especial procesos histórico de su propia vida, los sólidos fundamentos de la nacionalidad (2).
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(1) D. Matías Anglés y Gortari, Corregidor de Potosí, que visitó el Paraguay, comisionado por el Virrey del Perú con motivo de la revolución de los comuneros, encomiaba en su uniforme “la crianza que dan a sus hijos” los Paraguayos. “De esto nace, decía después, el ser tan sufridos y aguantadores en el trabajo, la hambre y demás calamidades, y al mismo tiempo tan firme por lo general, y tan resuelto para defender el País, y la razón de sus causas”
(2) Los naturalistas suizos Rengger y Lougchamp; que visitaron el Paraguay pocos años después de la Independencia pudieron observar las peculiaridades del carácter paraguayo y la cohección moral del pueblo. Hablando de las funestas consecuencias de las ejecuciones del año 20; dicen: ―los paraguayos hasta entonces se habían distinguido de los otros pueblos de la America del Sud por el espíritu de unión que de todos ellos asía por decirlo así una sola familia‖. Y más adelante, refiriéndose a los de la época colonial: “aislados así por la situación del país como por su idioma, se han distinguido siempre de los demás criollos por su espíritu nacional” (ENSAYO HISTÓRICO SOBRE LA REVOLUCIÓN DEL PARAGUAY).
“Sin duda el sentimiento nacional, dice Novicow, se experimenta siempre de una manera confusa pero no comienza a llegar a una luz plena de la conciencia más que de una manera muy lenta. A las veces estalla en los momentos de crisis, aliándose entonces con consideraciones de orden económicos o políticos”. Fue así precisamente como estalló en el Paraguay, cuando ocurrió la gran crisis que nos llevo a la independencia: el sentimiento de la nacionalidad apareció vigoroso, aliándose con consideraciones de orden económico.
Dentro de las condiciones generales del régimen colonial. El Paraguay vió surgir otro poder más inmediato, más directo, que le envolvía en un sistema de opresión permanente: Buenos Aires. Vivió sometido a dos influencias: España y el Virreinato. Pero de esta doble cadena, la de la madre patria resultaba muchísima más lejana, más floja y llevadera. Y así cuando el primer soplo huracanado llegó hasta aquí, anunciando las grandes agitaciones de la revolución americana, el Paraguay se irguió como un solo hombre, dirigiendo su atención, no hacia España, sino hacia Buenos Aires.
El primer voto del Paraguay aún colonial fue sacudir la influencia de Buenos Aires: la primera condición para mantener buena armonía con Buenos Aires, la liberación de sus garras aduaneras. El Paraguay se puso en pie, como un solo hombre, con una resolución inquebrantable, movido por un solo impulso, por una sola aspiración.
“Mostraremos lo que somos y debemos ser, decía el Cabildo abierto en 1810, para evitar ser subyugados por nadie que no sea nuestro legítimo soberano o su representantes, sin ir afuera de nuestro territorio a molestar a ninguno, ni permitir que nadie altere nuestra tranquilidad”. Este fue el programa del Paraguay ante los primeros sacudimientos del Virreinato; programa que cumplió al pie de la letra en Cerro Porteño y Tacuary, y que, en lo fundamental, dirigió su conducta después del 14 de Mayo de 1811.
El estudio de los factores predominantes en la formación del Paraguay colonial, nos ha conducido naturalmente al conocimiento de la naturaleza e intensidad de los móviles que animaban al pueblo al estallar la revolución.
Esta es, en nuestro sentir, la manera como debe estudiarse nuestra historia, según lo hemos indicado al fin del capítulo anterior. La omisión de este método ha originado numerosas inexactitudes y errores.
El desconocimiento y olvido de la formación histórica del pueblo paraguayo, ha llegado a presentarlo en el escenario de la independencia como un grupo social de volición indefinida, inconcientemente inclinada a anexarse a Buenos Aires, de lo que se libró mediante el caso milagroso del Dr. Francia, ser ideal de especie desconocida, que libertó a un pueblo contra su voluntad, para petrificarlo, después, en la estéril inmovilidad con que se petrificó él mismo en su antro lúgubre y solitario. Parece increíble que se pueda tener de los hechos una concepción tan contraria a su evolución natural.
Los escritores que tratan de la independencia de un país, buscan sus causas y fundamentos en el pasado. Brillantes plumas argentinas así lo ha hecho, reconociendo, por lo general, la primacía de los móviles económicos en los orígenes de la gran lucha.
Con el Paraguay sucedió cabalmente la misma cosa. Pero, según ya vimos, al estallar la revolución los intereses del Paraguay no coincidían con los de Buenos Aires; al contrario, eran antagónicos. Al estudiar sus causas, no podemos, pues, indagar una misma serie de fenómenos.
Orientar de otra manera el estudio de nuestra historia, es caminar por sendas extraviadas y llegar a conclusiones completamente falsa.
Un solo ejemplo demostrará concluyentemente esta verdad.
El 6 de Noviembre de 1777, el Virrey don Pedro de Cevallos dictó su muy citado auto de comercio libre, que abrió las puertas de Perú y Chile a las energías comerciales del Río de la Plata. ―Como un río detenido al que se rompen repentinamente los diques, dice el General Mitre, el comercio se precipitó como raudal que busca su nivel, derramando a su paso la riqueza y la abundancia. Sigue después exponiendo las grandes ventajas que proporcionó el Reglamento del comercio libre, iniciando “los grandes día del apogeo comercial para el Río de la Plata” de que participaron “emancipados de la servidumbre de Lima el Alto Perú, Chile, el Paraguay y las provincias del interior”.
Miradas así las cosas, resulta que el Paraguay inauguró con el Virrey Cevallos un período de gran prosperidad, lo que es completamente incierto, como ya hemos visto. Precisamente en esa época un gobernador, impresionado con la miseria de la Provincia, escribía al Rey: “Necesita, Señor, de redención
el Paraguay”. LA única ventaja que obtuvo fue la suspensión del puerto preciso: pero los impuestos no solo continuaron, sino que fueron aumentados: en 1779 se gravó en 2 reales ―”cada arroba del tabaco del estanco, derechos que pagaban los del Paraguay” (Cervera, Historia de la ciudad y Provincia de Santa Fé). Y se han referido ya las perturbaciones, funestas para nuestra producción, que ocasionaron la mala administración del Estanco del tabaco en Buenos Aires y los manejos de sus agentes en el Paraguay.
Para conocer la génesis y el afianzamiento de la independencia del Paraguay, necesitamos, pues, aclarar el pasado, no solo con relación a España, sino con relación a los Provincias del Sur y muy especialmente con relación a la Capital del Virreinato.
CAPITULO III
EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES
Agravación del servicio militar: sus desastrosas consecuencias económicas- Anhelos de reforma por parte del Paraguay: oposición de Buenos Aires- Los paraguayos en la defensa del Río de la Plata: efectos de esta imposición- Situación militar del Paraguay en 1810- La revolución de Buenos Aires y el sentimiento de la Provincia- Diplomacia de la Junta Gobernativa de los provincias del Río de la Plata- Misión de Espínola- Carácter de este jefe- Sus errores iniciales- Conmoción de la campaña Sur- Actividad de Velasco- Nuevas imprudencias del comisionado porteño: fuga y persecución de Espínola- El congreso del 24 de Julio, Expresión del espíritu público- Primer voto del Paraguay contra la autoridad de Buenos Aires.
En el capítulo anterior hemos señalado una de las imposiciones más pesadas para el pueblo: el servicio militar. Este servicio de tornaba odioso cuando se le imponía para ajena jurisdicción. Y el Paraguay lo sufrió con diverso intervalos, casi desde la fundación de Buenos Aires.
En las condiciones de vida del campesino y aún de las clases acomodadas, estas ausencias forzadas del hogar significaban para muchos las ruina y la miseria.
Los contingentes exigidos eran a veces considerables, dadas la población de la Provincias y las obligaciones del mismo género dentro de sus fronteras. Desde fines del siglo XVIII fueron asimismo más frecuentes e imperiosas.
Las cuestiones de límites con Portugal, tan desdichadamente orientadas por la madre patria, y las complicaciones de la política internacional española, pusieron en pie de guerra la gran parte del Virreinato, tocándole al Paraguay una participación considerable. No solo tenía que atender la extensa línea de su frontera con el Brasil y las fortificaciones del Chaco, sino también la defensa del Río de la Plata y de las Misiones del Uruguay. “Los recursos de la Provincias, decía en 1801 un gobernador, se han agotado con los considerables recursos que he remitido a aquellos pueblos (Misiones). Es efecto, pasan de 1000 hombres los que sucesivamente han marchado a ellos, y yo he quedado tan desprevenido de armas y gentes que no sé de qué recursos valerme para defender el País”. (1)
El tráfago militar, desordenado e incesante, llenaba toda la Provincia. Pudo haber sido soportable con la formación de tropas regulares a sueldo, bajo la dirección de militares de carrera. Perlo los esfuerzos del Paraguay fueron inútiles en ese sentido. Poderosas influencias entorpecían en Buenos Aires esas reformas, desfavorables a sus intereses, y la superioridad no las consintió.
El persistente silencio de las autoridades del Virreinato sobre el mejoramiento del servicio militar, producía una irritación profunda, pues en el Paraguay no se desconocía su causa. A fines del siglo XVIII escribía, a este propósito, el gobernador del Paraguay a D. Francisco de Saavedra: “El gobernador don Agustín Fernando de Pinedo dirigió a S. M. un difuso informe el 29 de Mayo de 1775 en donde explicó con bastante exactitud las aflicciones y tormentos del Paraguay, ofreciendo acordar con el Ministro Principal de Real Hacienda, Don Martín Joseph de Aramburu, los medios y arbitrios de ocurrir a la mantención de alguna tropa reglada para remediar los males. Este papel me puso en el empeño de examinar qué arbitrios fueron los propuestos a S. M., y no encontrando en el Archivo documento alguno que tratase del asunto, le pedí informe al citado Aramburu, quien lo desempeñó en los términos que V.E. verá en el papel nº 1. Las noticias comunicadas por este experto y celoso Ministro me hicieron inferir que Pinedo no encontró recursos para verificar sus buenas intenciones, y que esta ciudad, conociendo que los desórdenes iban tomando cada día más incrementos, suplicó ahora diez años se llevase la palabra de la verdad hasta los pies del Trono, proponiendo en el testimonios que tengo la honra de pasar a manos de V.E., los medios de organizar el país dando a la industria y al comercio el fomento que necesitan y a la frontera una fuerza respetable….. Ignoro si esta representación fue o no atendida, aunque hay motivos que persuaden que el influjo de cuatro o seis comerciantes de Buenos Aires, demasiado interesados en el giro de la yerba, pudo tal vez detener el curso del expedientes”. (1)
Posteriormente el gobernador don Bernardo de Velasco propuso a la superioridad la formación de un batallón de 600 hombres, para la defensa de Misiones, y la creación de un cuerpo permanente en sustitución del opresivo servicio militar vigente desde la conquista. “De la creación de este cuerpo, exponía el gobernador Velasco, resultaran incalculable ventajas a la Provincias, transcendentales al estado y real erario: sus vecinos cultivarían los campos, en la firme esperanza de recoger el fruto de sus tareas, vivirían tranquilos en sus poblaciones, sin abandonarlas huyendo de las fatigas de las fronteras, a que se les obliga sin prestar auxilio ni ración; y finalmente se podría contar con un cuerpo capaz de sostener el honor de las armas en toda ocurrencia.‖Las reformas propuestas en lo relativo al Paraguay ni siquiera fueron tomadas en consideración, aprobándose tan sólo la formación de tropa para la defensa de Misiones. Pero la real orden que contenía dicha aprobación no fue comunicada al gobernador del Paraguay, el cual continuó proveyendo a la defensa de aquella frontera a costa de enormes sacrificios. (1).
Ni el creciente peligro exterior fue suficiente estímulo para mover al Virreinato a favor de la Provincia. A propósito de un plan de reformas presentado por el Virrey sobre asuntos militares, manifestando la Junta de fortificaciones y defensa de India su extrañeza por la omisión que se hiciera del Paraguay. De esa Junta formaba parte D. Félix de Azara, uno de los españoles de su tiempo mejor informados de nuestra situación. “El Virrey, decía la Junta, es un nuevo arreglo de tropas no nombra al Paraguay, sin el cual no puede existir el Río de la Plata y es también el que más contribuye al aumento de arario con sus extracciones de yerbas y tabaco, etc. Esta Provincia está muy amenazada, no tanto de los muchos indios infieles cuanto de los portugueses que a toda prisa la vienen estrechando por el Norte. Su situación más inmediata lo precisa además a dar auxilio a la provincia de Misiones Guaraníes y Tapes siempre que haya guerra, y tal vez podrá hacer lo mismo con la indefensa provincia de Chiquitos. Necesita, pues, tener fuerza respetable, y es preciso no dejárselas de dar cuando las pida y conservarle las que tenga.” (1)
(1)Memoria de don Félix de Azara.- Madrid, 1847
(1) Cuando el Virrey D. Baltasar Hidalgo de Cisneros, justamente alarmado por la situación de estas, quiso poner en práctica aquella Real Orden, resultó que el plan de Velasco había desaparecido de la secretaría del Virreinato: escribió al gobernador pidiéndole una copia de su plan, para “dictar las providencias en el estado de defensa que conviene” Este oficio llego al Paraguay cuando ya Cisneros había sido depuesto por la revolución del 25 de Mayo.
El Gobernador Velasco, ignorante aún de este acontecimiento, escribía a Cisneros, el 16 de Junio:
“El Batallón de seiscientos hombres que propuse a S.M., y a esa superioridad para la defensa de las fronteras de Misiones…… en nada puede contribuir a poner en seguridad esta Provincia que necesita del cuerpo fijo que he propuesto a V.E.
“El borrador del plan que V.E. se sirve pedirme ha cabido la misma suerte en mi secretaria que en la de ese superior Gobierno.
“Tengo fundadas sospechas que el difunto Teniente Gobernador de departamento de Concepción,
don Gonzalo Doblás, sustrajo por segunda mano de entre mis papeles el plan……”
Velasco terminaba pidiendo que se le enviara una copia de la Real Orden de 14 de Febrero de 1806, que aprobó un plan y “no se me he comunicado”
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La Provincia siguió, no obstante, con sus viejas milicias: dos Regimientos de Caballería, compuestos de 2.400 hombres diseminados por todo el país y a tan grandes distancias, que imposibilitaban su rápida concentración. (2) Entre tanto la exigencia del servicio militar crecían de año en año. Azara y la Junta de Fortificaciones manifestaban que en el interés del virreinato, debían ayudar al Paraguay; por lo menos no disminuir sus fuerzas. Pero el centro virreinal era de otro parecer. En 1805 Sobremonte ordeno a la Provincia el envío de 1000 hombres. Y no había transcurrido un año, cuando el mismo virrey en su fuga para Córdoba, anunciaba desde la Cruz la invasión inglesa a Buenos Aires, y mandaba a que el coronel Espínola con 650 hombres se pusiera inmediatamente en marcha con dirección a la Cruz Alta. Era tanta la emoción de Sobremonte que no trepidó en dejar inerme al Paraguay ordenando que Espínola llevara ―cuantas armas de cualquiera clase pueda juntar, entre las de fuego, cuchillos, machetes y chuzos”.
El 4 de Agosto de 1806 partió esa fuerza del asunción en tres embarcaciones, al mando de “dos jefes” 6 capitanes y 12 oficiales subalternos”. Al mes, más o menos, anunciaba el virrey al Gobernador Velasco que había destinado 550 hombres de aquel contingente para Buenos Aires, mientras pasaba el con todas sus tropas a socorrer a Montevideo, previniéndole que tuviera pronta cuanta gente le fuese posible para el primer llamado. Este no se dejo esperar. El 5 de Noviembre escribía Sobremonte: “despacho a V.S. esta orden por extraordinario, ganando horas, a fin de que toda la gente de esa provincia que en virtud de lo que le previene en la del 31 de Setiembre último, considerando pronta para marchar en la posible brevedad y por el camino más corto”.
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(2) El 16 de Marzo de 1810 escribía sobre este particular el Gobernador Don Bernardo de Velasco:
“El basto territorio en que están situados los individuos de ambos regimientos, pues el del primero empiezan en la raya que divide está provincia de la Corriente, y la demarcación del segundo llega hasta el Río de Ypané, solo dista cinco leguas de Villa Rica; las costumbres de sus habitantes y la desorganización que trae su origen desde el momento que se crearon, los hacen enteramente inútiles: la fuerza es contingente y puramente negativa, que solo sirve para hacer responsables a los jefes en cualquier evento y que se crea a larga distancia que hay unas tropas que no hacen gastos al Erario; siendo en realidad imaginarios y que dejan tan expuestos los dominios del Rey como si no existieran. La distancia y dispersión en que viven los soldados hace impracticable su disciplina y reunión aun por lo respectivo a cada compañía que suele abrazar tres y cuatro valles o partidos: no hay cuarteles ni galpones en donde puedan situarse durante la instrucción ni arbitrarlos para proporcionarles las subsistencia: los capitanes y subalternos no tienen domicilios en los parajes donde están sus compañeros, de suerte que no conocen a sus soldados ni estos a ellos”
Oficio al rey Cisneros. M.S. Archivo Nacional publicado en la Revista del Instituto Paraguayo numero 17
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Casi todas estas fuerzas fueron, al fin, concentradas en las inmediaciones de Montevideo, donde centenares de Paraguayos cayeron acribillados por las balas inglesas, a causa de la inhábil dirección de Sobremonte” (1).
A principio de 1807 recibió Velasco orden de efectuar nuevos reclutamientos, llevando personalmente bajo su mando “toda la gente armada que pueda dar esta Provincia”.
Cuando estás disposiciones del Virreinato se divulgaron en la asunción, estallo francamente el descontento público.
Los contingentes anteriores habían llevado ya en cantidad considerable los mejores jefes, oficiales y soldados de las milicias paraguayas, con su armamento correspondiente; y la partida del gobernador con nuevas tropas, dejaba a la Provincia completamente inerme y en total ruina la agricultura, ya hondadamente quebrantada por el extraordinario servicio militar.
El Cabildo, el Obispo y los jefes de los Regimientos, se dirigieron a Velasco exponiéndole francamente la situación del país, para que desistiese de su viaje. “V.S. no extrañe que me atreva a hablar con esta libertad, le escribía el 12 de enero el comandante de las milicias del sud. El clamor y sensación general que oigo en el pueblo, el descontento en que se producen los oficiales y demás gentes, y más que todo el inminente peligro en que quedará toda la provincia, con sus fuertes y fronteras que son de la mayor consideración y merecen toda la atención y vigilancia de V.S., que fue destinado al efecto,
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(1)Un oficial paraguayo escribía desde las piedras a Don Juan Tomás Yegros, refiriéndole los combates librados. “Los paraguayos, decía al terminar, murieron siento y tantos, entre ellos un alférez y el hijo mayor de Don Agustín Recalde, que sacaron la cuenta de muertos y heridos. Fulgencio está con una herida de muerte, muy enfermo en el pueblos”. – M.S. de mi archivo.
Han dado impulso a éste reverente oficio, para quedar igualmente a cubierto de toda responsabilidad pues yo desde luego no respondo de los 15 fuertes que corren a mi cargo, si V.S. no las asegura……. Por que el regimiento no tiene fuerzas”.(1)
El Gobernador obro prudentemente, adoptando algunas disposiciones para calmar la excitación general, y el 6 de Febrero escribió al Virrey informándole del estado de la provincia, que le obligaba a postergar su partida hasta nueva orden, pues en esos momentos (al menor rumor de mi salida, agregaba, sobrevendrá una conmoción pública a que se halla dispuestos los ánimos de estos vecinos, y en este caso sufriré la vergüenza de ser destinado, o el desaire de salir de la provincia como un prófugo”. (2)
La real audiencia gobernadora de Buenos Aires reiteró al poco tiempo, en forma terminante, la orden para el gobernador “en el concepto de que por ninguna manera deberá embarazarse con las atenciones de la provincia”.
Más tranquilizada ya la población con sus prudentes medidas, Velasco partió el 13 de Marzo para Buenos Aires, en cuya defensa habían de distinguirse, dejando “la administración de justicia la Alcalde de primer voto y los asuntos militares al oficial de mayor graduación” . (3)
A la dispersión de gentes, seguía igualmente la de los escasos elementos de guerra. En los momentos de mayor peligro, por parte de Portugal, el gobernador informaba: “el coronel don José Espínola está ya en Misiones con la mejor tropa que yo tenía, a donde últimamente e remitido cuatro mil balas, para lo que ha sido preciso comprar platos y fuentes viejas de estaño, por que no tenemos plomo y para hacer cartuchos no hubo más recurso que echar manos de Bulas antiguas, en vista de la falta absoluta de papel”. (1) En 1808 el gobernador interino, escribía a Liniers que, para la defensa de la provincia y las misiones del Uruguay, solo contaba con 1807 armas de fuegos y tres mil pesos! (2).
En 1810 la situación seguía lo mismo. Todo el material de guerra de la Provincia del Paraguay se componía de 5 cañones y dos cureñas en estado de servicio, escasa cantidad de balas, 220 fusiles de ordenanza, 88 de variaos calibres, casi inútiles, 100 espadas, 188 sables, 172 bayonetas viejas y algunos quintales de pólvora (3). El gobernador Velasco informaba al Virrey que “todas las Milicias estaban indisciplinada y desarmadas”, no ocultándose en las medidas que se vio obligado a adoptar, el malestar profundo, la inquina tenaz, provocada por aquel decenio bélico, que agostó las fuerzas de la Provincia. (4)
(1) M.S. del Archivo Nacional
(2) M.S. del Archivo Nacional
(3) M.S. del Archivo Nacional
(1) M.S. del Archivo Nacional
(2) M.S. del Archivo Nacional
(3) Estado de defensa del Paraguay
(4) Ya en 1807 el gobernador Velasco se vio en la necesidad de expedir un bando, exhortando a todos los habitantes del Paraguay a volver a sus hogares y a tranquilizarse, con motivo que numerosos vecinos ―habían abandonado sus casas retirándose a los bosques y diversos partidos que hay en este vasto territorio, temerosos de ser nuevamente citado para las Provincias del Río de la Plata, según las voces y varios rumores que se han divulgado por toda la campaña‖. Bando publicado e la “Revista del Instituto Paraguayo”
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Una indignación sorda agitaba el alma popular contra el pesado yugo rioplatense: a los impuestos aduaneros, a las trabas comerciales, al monopolio, etc. agregábase esta contribución personal este tributo de sangre, que hería de muerte nuestras escasas industrias, entorpecía constantemente el comercio, arruinaba a los campesinos, y sembraba en los hogares el luto y las miserias.
Tal era el espíritu de la provincia del Paraguay, cuanto ocurrió el acto inicial de la independencia Argentina. Instalada en la Junta Provisional, pensose naturalmente en los medios de asegurar en los éxitos de la revolución, centralizada en Buenos Aires, orientada sobre una base falsa, llevaba el sí mismo el germen de la lucha. Y a la verdad, en esto era consecuente con su propio programa, que era la imposición violenta.
Al producirse el movimiento del 25 de Mayo, hallábase en Buenos Aires, gestionando su reposición en la comandancia de Villa real, el coronel Don José de Espínola, recientemente separado de su puesto por el gobernador Velasco, con el aplauso de todo el departamento. El coronel Espínola se plegó enseguida a la revolución, tratando de sacar el mejor partido a favor de sus particulares intereses juro obediencia a la nueva autoridad, y se ofreció a atraer a la provincia, allanando personalmente con su influencia cualquiera dificultad. Y la junta de Buenos Aires acogió este ofrecimiento como un valiosísimo apoyo, en que hizo estribar todo el éxito de la gestión sin tener en cuanta para nada las viejas prevenciones y animosidad del Paraguay, que recrudecían en esos momentos, ni la enemistad casi personal de Espínola con el gobernador. El comisionado partió, llevando los pliegos para el gobierno del Paraguay, en que se pedía el reconocimiento de la junta y la cooperación de la provincia. “Para empeñarle más, dice un contemporáneo, y acaso por que conociese su desmedida ambición, le confirió el grado de comandante general de armas del Paraguay, para que el gobernador Velasco no pudiera levantar y formar tropas ni hacer armamento alguno. El comandante Espínola no era hombre a quien se pudiese confiar el manejo de negocio tan grave; era un hombre ordinario, violento, arrogante, ambicioso e ignorante. Condecorado con el distinguido y alto empleo de comandante, salió de Buenos Aires por tierra, caminando a marcha acelerada; y no bien había llegado a la Villa del Pilar, convoco a los individuos de la Municipalidad y les obligo a jurar y reconocer la superioridad De la Junta Provisional de Buenos Aires”. (1)
Pero el más grave error que cometió Espínola en Villa de Pilar, fue el de anunciar aparatosamente el envió de un fuerte cuerpo de tropas en apoyo de la Junta provisional, a cuyo efecto empezó a hacer circular órdenes para el alistamiento de los vecinos. (2)
Aun no avía llegado a la asunción el comisionado de Buenos Aires, cuando ya parte de la campaña del sud se sublevaba contra tales disposiciones. (3)
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(1) Mariano Antonio Molas – DESCRIPCCIÓN HISTÓRICA DE LA ANTIGUA PROVINCIA DEL PARAGUAY
(2) M.S. del archivo Nacional – véase también Garay – La Revolución de la independencia del Paraguay.
(3) Noticioso Velasco de lo que ocurría en el departamento del Pilar se apresuro a publicar un bando desautorizando a Espínola. Si llega el caso, decía el gobernador, de que esta fiel provincia tenga que usar de las armas para hacer respetar los derechos de Nuestro Legítimo Monarca el Sr. Don Fernando Séptimo (que Dios guarde), su gobernador y los principales vecinos nos pondremos al frente y participaremos de la gloria que nos proporcionara el valor, Patriotismo y Fidelidad que en todo tiempo han manifestado estos provincianos, cuando se les ha puesto en la necesidad de defender sus hogares”
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El 20 de Junio arribó Espínola a la capital, y se presento inmediatamente a Velasco, entregándole los oficios que traían de parte de las autoridades de Buenos Aires.
“La junta provisional gubernativa de la provincia del Río de la Plata, decía la circular del nuevo gobierno, a nombre del Sr. Don Fernando VII acompañaba a V.S. los adjuntos impresos que manifiestan los motivos y fines se su instalación. Después de haber sido solemnemente reconocida por los jefes y corporaciones de esta Capital, no duda que el celo y el patriotismo de V.S. allanarán cualquier embarazo que pudiera entorpecer la uniformidad de operaciones en el distrito de su mando, pues no pudiendo ya sostenerse la unidad constitucional, sino por medio de una representación que recorre los votos de los pueblos, sino por medio de representantes elegidos por ellos mismos, atentaría contar el Estado cualquiera que resístese este medio producido por la triste situación de la península, y único para proveer legítimamente una autoridad que ejerza la representación del Señor Don Fernando VII y vele sobre la guarda de sus augustos derechos, por una inauguración que salve las incertidumbres en que está envuelta la verdadera representación de la soberanía. V.S. conoce muy bien los males que son consiguientes a una desunión, que abriendo la puerta a consideración dirigida por el interés momentáneo de cada pueblo, produzca al fin, una recíproca debilidad que haga inevitable la ruina de todos, y esta debería esperarse más de cerca si la potencia vecina que nos acecha, pudiese calcular sobre la disolución de la unidad de estas Provincias. Los derechos del Rey se contendrán firmes, si los pueblos en el arbitrio de la general convocación que se propone, entran de acuerdo en una discusión práctica, bajo la mira fundamental de la fidelidad y constante adhesión a nuestro augusto monarca; y la junta se lisonjea que se este modo se consolidará la suerte de estas Provincias, presentando una barrera a las ambiciosas empresas se sus enemigos y un teatro estable a la vigilancia y celo se sus antiguos magistrados”.
El Ayuntamiento de Buenos Aires enviaba asimismo un extenso oficio, en que refería la situación de España y los antecedentes del movimiento, que erigió aquella nueva autoridad en la Capital de Virreinato.
“Todas estas consideraciones, decía el Cabildo, y el que no se pudiese jamás dudar des respeto que este Ayuntamiento ha tributado siempre a las autoridades, le movieron a usar de las facultades que le había conferido el pueblo, instalado el 24 del corriente una Junta Superior de Gobierno, compuesto de cinco individuos, en la que nombro de vocal presidente al excelentísimo señor Don Baltasar Hidalgo de Cisnero, para que como depositario de la autoridad superior ejerciese sus funciones hasta la congregación de los diputados de la Provincias de este Virreinato. Pero este noble pueblo, que anteriormente había decretado la total extinción y absuelta remoción de aquel jefe, reclamó al siguiente día aquella determinación y pidió se procediese a nueva elección, verificándose ésta en los Señores don Cornelio Saavedra, presidente de dicha junta y comandante general de armas, el Señor don José Castilli, el doctor Don Manuel Belgrano, Don Miguel Azcuénaga, el doctor Don Manuel Alberti, Don Domingo Mateu y Don Juan Larrea; y secretario de ella, los doctores D. Juan José Paso y D. Mariano Moreno. El Ayuntamiento, después de haber meditando el punto con toda detención y madurez, que exige la materia, habiendo recibido anteriormente un oficio en que la junta establecía hacía devolución del mondo por no ser del agrado del pueblo, y cerciorado por todos los medios que dicta la prudencia, de ser aquella la voluntad general, considerando ya que no podía ni debía permanecer, acordó hacer la nueva elección que se le había pedido y verificada la instalación en el mismo día, de procedió en los subsiguientes a prestar en juramento de obediencia y sumisión, con la mayor solemnidad, por todos los magistrados, corporaciones, jefes militares y tropas de la guarnición.
“Este es el gobierno que se ha erigido provisionalmeten hasta la reunión de los diputados de todas las Provincias. El pueblo de Buenos Aires no pretende usurpar los derechos de los demás Virreinato; pretende sí sostenerlo contra los usurpadores. Conoce que la unión recíproca de todas las provincias es el único medio de conservación; conoce que para cementar la confianza, deben oírse los votos de todos y establecer un gobierno que se derive de la voluntad general de los que han de obedecer. La remoción del excelentísimo señor Virrey no admitía espera y se consideró necesaria en obsequio de la salud pública. Era indispensable nombrar un depositario de la autoridad superior que obtuviese la confianza del pueblo para contener los males que nos amenazaban: y por que ésta debe ser a satisfacción de todos los que la han de reconocer, el mismo pueblo ha pedido que se provisional y que se convoque todos los hermanos para el nombramiento de diputados de las ciudades y villas, a fin de que reunidos en esta Capital establezcan el gobierno que haya de merecer toda su confianza y respeto y que sea la base de su prosperidad”.
No debió haber sonado muy bien al representante del absolutismo peninsular la constante invocación de la voluntad del pueblo, contenida en la nota del Cabildo, ni mucho menos el motivo de la absoluta remoción del Virrey, tan llanamente referida por aquella corporación.
“Este oficio y el antecedente manifiesto-circular, dice un contemporáneo, alarmaron al gobierno de don Bernardo de Velasco, presintiendo la cesación de su mando”. (1)
El pueblo no podía tampoco mirar sin desconfianza el cambio anunciado en el gobierno de la Capital.
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(1) Molas-Descripción citada.
Dice también Molas que Velasco tenía ya “orden secreta del puesto señor Virrey para oponerse a la convocatoria y reconocimiento de la Junta superior provisional”
No hemos podido encontrar rastro de esta comunicación aún cuando existiera, debió ser muy posterior a la actitud resulta y radical del gobierno y del pueblo del Paraguay.
Un hecho tan capital no podía hacerle pasado advertido al asesor, Dr. Samellera, quien guarda sobre el particular el más completo silencio y sólo reviéndose a los sucesos del año XI, dice: “Se había también aumentado en el Cabildo el depresión al movimiento de Buenos Aires, con la protesta del Virrey Cisneros contra lo hecho el 25 de Mayo. Todas las autoridades la recibimos en copia comunicada por el gobernador interino de Montevideo, Coronel D. N. Soria”. (Notas al Ensayo Histórico de Rengger).
Es posible, pues, que el autor de la Descripción se refiera a esa protesta, en la que ciertamente se le ordenaba a Soria que debía desconocer a la Junta Provisional y que así “lo haga entender a los gobernadores y jefes del interior”. Pero ese documento fue escrito el 21 de Junio, un día antes del destierro de Cisneros a las Canarias, con especial recomendación de que no la diera a publicar hasta que “su persona no pudiese ser reconvenida‖, razón por que el gobernador Soria la hizo circular a finas del mes de Agosto. De manera que en el Paraguay la protesta de Cisneros no puedo ser conocida antes del mes de Setiembre, cuando ya el Gobernador y el pueblo habían resuelto oponerse en todo terreno a las pretensiones de la autoridad de Buenos Aires.
La protesta de Cisneros puede leerse en la Biografía de Artigas por Antonio Días (hijo) y en la Historia de la dominación española en el Uruguay por Bauzá.
En cierto que la nueva autoridad erigida sobre las ruinas del poder virreinal, procuraba atenuar en sus comunicaciones el carácter impositivo y adsorbente con que se había constituido, pero no podía esta circunstancia pasar inadvertida a una provincia que tenía tantos motivos para mirar con repugnancia aquella influencia por tanto tiempo contraria a sus intereses.
Tan claramente preveía el Cabildo de Buenos Aires la oposición de los demás pueblo del Virreinato, que se anticipó a defenderse de una acusación que aún no se le había dirigido: “el pueblo de Buenos Aires, decía, no pretende ocupar el derecho de los demás”. Y sin embargo, había elegidos a los miembros de la Junta, precisamente bajo la expresa condición de que su voluntad había de ser impuesto, a punto de lanza, en las demás Provincias. (1)
El gobernador Velasco se abstuvo, no obstante, de adoptar por sí mismo ninguna resolución, y tuvo el buen tino de someter tan grave asunto a la deliberación del cuerpo capitular, con la que, mostrándose consecuencia con el alto respeto que demostró siempre por esa corporación, eligió espontáneamente, antes que las circunstancias le obligasen, el camino más seguro para acercarse al pueblo y contar con su apoyo.
El 26 de Junio celebró con este motivo al Cabildo una sesión extraordinaria con asistencia de Velasco. “La opinión de esta respetable corporación fue‖que tratándose de un asunto extraordinario de la mayo gravedad y en cuya resolución se interesaba toda la Provincia convenía proceder con toda madurez y circunspección, conociendo fielmente su voluntad, y que para ello se convocase una asamblea general del clero, oficiales militares, magistrados, corporaciones, hombres literatos y vecinos propietarios de toda la jurisdicción, para que decidiesen lo que fuese justo y conveniente”. (1)
Dos días después, el 28 de Junio, expedía Velasco un manifiesto, dando a conocer al pueblo la resolución adoptada con el Cabildo de Asunción; fijando el día de la convocatoria de la junta general, y estableciendo que “ninguno pueda excusarse de asistir a la mencionada junta, sin incurrir en la negra nota de indiferencia por el servicio del Rey Nro. Sor. Don Fernando Séptimo y felicidad de la patria”. (2)
Entre tanto, la torpe o imprudente conducta del coronel Espínola empezó a hacerse sentir, agravando las prevenciones con que había sido acogido por las autoridades del Paraguay. No hacía mucho tiempo que Velasco le había separado de la comandancia de Villa Real, movido por la incesante queja de los vecinos, y la presencia de Espínola en Buenos Aires había obedecido precisamente al propósito de obtener su
reposición, contra la cual acababa de representar el cabildo y el gobernador, poco antes de la deposición de Cisneros. La vuelta del coronel, investido en una misión tan importante, que revelaba la confianza del nuevo gobierno de Buenos Aires, no podía ser mirada con agrado por aquellas autoridades.
Espínola fue, no obstante, recibido sin aparente hostilidad. Pero a principio de Julio llegaron a conocimiento del gobierno las consecuencias de sus pasos por la Villa Ñeembucú; y para calmar los ánimos, expidió Velasco inmediatamente un bando que desautorizaba las arbitrarias disposiciones del comisionado de Buenos Aires (1)
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(1) El Paraguayo Independiente, pag. 2
(2) M.S. del archivo Nacional citado por Garay. – La reunión del congreso se fijo primeramente para el 4 de Julio, postergándose después para el 24 del mismo mes
(1) véase la nota de la pag 84
La actitud del gobierno éxito las pasiones del viejo jefe, quien creyendo neutralizar los efectos del bando gubernativo que haría su prestigio, cometió la imprudencia de dar a conocer la credencial secreta por la que la junta le constituía en jefe de todas las fuerzas de la provincia. Avisado Velasco, intimo a Espínola que inmediatamente abandone la capital y “se retirase a la Villa de Concepción hasta segunda orden”. (2)
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(2) Somellera en sus notas a Rengger afirma que Velasco estuvo dispuesto a reconocer a Buenos Aires; pero que se vio obligado a ceder a las exigencias del cabildo, ordenando la prisión de Espínola y la convocación de un congreso. Esto sería una demostración más de la firme voluntad de la Provincia contra la Junta Provisional. Pero nosotros no la podemos admitir; porque a más de estar la relación se Somellara entremezclada de conjeturas sin fundamento, se oponen en esta parte a lo que expresan los documentos de ese tiempo.
Bastará mencionar los que contienen una nota de la citada obra de Garay, para convencer que Velasco no necesitaría de incitaciones; ni menos importancias extrañas, para proceder contra Espínola: a lo más la decisión del Cabildo pudo haber alentado su firma resolución.
“Cesante Ribera, le sucedió Velasco, cuya honradez era incompatible con los hábitos de Espínola, y habiendo llegado a sus oídos “los tristes lamentos de los Pobladores de Villa Real hasta entonces oprimidos por el despótico manejo del expresado Coronel que tenía en comisión aquella comandancia… y estando bien convencido de las extorsiones que en todo tiempo ha causado a os infelices abusando de su poder” le reemplazó con don Carlos Genovés, cargo que acogieron con júbilo todos los moradores del departamento (M.S. del Archivo del Gobierno de Buenos Aires: oficio de Velasco al Virrey Cisnero en 20 de Agosto de 1809). Pero Espínola, gracias a sus intrigas, consiguió que se le restituyera en su puesto por el Virrey Marqués de Sobremonte en provincia de 15 de Diciembre de 1806 (M.S. Archivo de Buenos Aires: oficio de Velasco a Cisnero, fechado el 19 el 19 de Mayo de 1810) “de cuya resulta dice Velasco en su citada oficio de 20 de Agosto de 1809, se halla en el día aquella Villa en su antigua lastimosa situación como todo manifieste de expediente que pasó a manos de V.E. en nueve fojas útiles”. Posteriormente fue otra vez separado Espínola de aquel cargo y sustituido por D. Francisco María Rodríguez y entonces pasó a Buenos Aires a gestionar su reposición, lo que sabido por el Cabildo dio lugar a que en Marzo de 1810 representara al Virrey en contra “porque no conviene al servicio de ambos Magistrados, y bien de estos leales vasallos que el referido Jefe obtenga este ni algún otra político por sus procederes” y también por su carácter “nada adecuado a mandar” (M.S. S.S. del Archivo del Gobierno de Buenos Aires). Enterado de las pretensiones de Espínola, escribía también Velasco al Virrey que “su solicitud ocasionara un disgusto general a esta Provincia, si accediera a ella”.
Añádase a esto la credencial secreta que Espínola tenía para remover a Velasco, y de la que éste se enteró.
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Tan luego como el conocimiento de Buenos Aires recibió la intimación antedicha, se aprestó fingidamente a obedecerla: en la noche del 9 de Julio salió de la ciudad, pero en vez de dirigirse al Norte, se puso en precipitada marcha hacia el Sud, con dirección a la Villa Villeta. En este punto despachó un emisario para reunir gente, en tanto que él, arreando las caballadas que encontraba en su camino, se dirigía hacia Remolinos, en cuyos inmediaciones de hallaba un buque suyo venido de Buenos Aires; Espínola desembarcó a las personas que se hallaban en él, dejándolas abandonadas en la barranca, embarcó su gente, incluso 26 negros, un cañón y cuantas armas pudo haber, y se hizo a la vela aguas abajo.
Entretanto, el gobierno, enterado de la fufa del comisionado, despachó en su persecución una pequeña fuerza de doce hombres al mando del alférez Rafael Zavala Rodríguez Peña, la cual partió de la Asunción en la noche del 10 de Julio, en cuatro canoas tripuladas por indios payaguas. La expedición siguió rápidamente aguas abajo, informándose por el camino de los recursos y propósitos del fugitivo, cuyo barco alcanzaron cerca de Timbó rodeándole con las canoas con la imitación de darse por preso; “pero el Coronel y sus hijos, dice en su parte el alférez Peña, se dirigieron a mí con sus armas, los dragones, baqueano, timonel y negrada al costado… El coronel me improperó con palabras de la mayor injuria, obscenas y torpes, diciéndome con el trabuco acostado a mí que fuese a bordo… a cuyo tiempo oí un tiro y ví caer de cabeza del barco al agua al cabo artillero Tomás Sanz. Con la caída del artillero muerto observe que unos payaguaes se tiraron al agua y otros a tierra…. En vista de todo mandé retirar las canoas, a cuya voz el coronel que me tenía apuntado el trabuco, dio el rastrillazo y no prendió fuego y consecutivamente dio la voz que dieran vuelta el cañón y en le entretanto nos desviamos a distancia, tomando las aguas para Neembucú” (1)
El Sargento de artillería, Pedro Fernández, indignado para la conducta de Zavala, se ofreció a llevar adelante la empresa, y munido de la orden del gobernador se presentó en Neembucú, solicitando auxilios: equipó dos botes Con las cuales volvió a atacar a Espínola, siendo igualmente rechazada, con pérdidas de un soldado y varios heridos. El comisionado de la Junta, libre ya de toda hostilidad, siguió después tranquilamente a Buenos Aires.
La fuga de Espínola colocaba al Gobernador en situación delicadísima no había duda que el comisionado de Buenos Aires acumularía sus odios contra Velasco, en el sentido de una hostilidad cuya magnitud no podía prever. Y nada había resistir a una agresión
El representante de la Metrópoli veíase, pues, cogido por los primeras ráfagas revolucionarias, sin más fuerzas que el prestigio legal de su autoridad. “El Paraguay no había un solo soldado veterano”. Carecía de tropas regulares, de armamentos, y hasta las viejas Milicias de Caballería se hallaban desechas, a consecuencias de las expediciones enviadas para reforzar las guarniciones del Río de la Plata.
Estas circunstancias determinaron a Velasco a estrechar su unión con el Cabildo, a punto de darle participación en los asuntos de gobierno.
Pero esa armonía habría sido ineficaz sin el decidido apoyo del pueblo. Así lo habían comprendido desde el principio autoridades, resolviendo, en consecuencias de la Junta Provisional a la decisión de los hombres más influyentes por sus luces y su prestigio. Es indudable que el Gobernador y el Cabildo, conocedores del espíritu público, sabían de antemano el buen éxito de su determinación, y que sin ella, la Provincia se habría puesto de su lado. Más, al obrar así, dieron prueba de buen tacto político, pues no solo halagaban los sentimientos populares, sino que rodeaban su actitud de una solemnidad, que amenguaban, a haber existido, sus móviles personales.
El 17 de Julio el gobierno escribió con ese motivo a la Junta Provisional, expresándole que en vista de la “gravedad del asunto, y que su decisión no debe de ser obra de su particular discernimiento sino del voto meditado de toda la Provincia, representada en los diputados de sus Villas, Poblaciones y Principales vecinos, ha acordado celebrar un Congreso el 24 de corriente para resolver tan importante y delicada materia, de cuyo resultado daremos a V.E. oportuno aviso”.
El citado día reuniose el Congreso, compuesto de más de doscientos diputados, en el Colegio Seminario, bajo la presidencia del Gobernador. Inaugurase la sesión con la lectura de una arenga capitular, en que se daba a conocer los hechos ocurridos en Buenos Aires, y las últimas noticias de la madre patria contenida en el oficio del 28 de febrero, dirigido por el gobernador de Cádiz al Obispo del Paraguay, y las proclamas de la Junta Superior de aquella Ciudad, “documentos irrefutables que no deben dejar duda de la situación de la Metrópolis, de la legitimidad del gobierno soberano y del espíritu de nuestros hermanos, como lo evidencia su lectura”.
“Y si la junta de Buenos Aires, según se explica seguía diciendo el manifiesto del Cabildo,… ha expedido el acto de reconocimiento al Consejo de Regencia, por falta de aviso oficial, nosotros que en estos documentos tenemos los muy suficiente, no debemos demorarlo… y vosotros mismo debéis esperar que la expresada Junta haya tomado una resolución que se conforma con las circunstancias actuales y no con aquellas que equivocadamente impulsaron a aquel pueblo a alterar nuestra constitución. En esta virtud somos de parecer que ahora, con la nuevas noticias de nuestra Metrópolis, nada nos resta que hacer sino conformarnos con lo que han hecho la ciudad de Montevideo y los pueblos de España Jurar y reconocer al Consejo de Regencia, que la misma Junta de Buenos Aires, en su contestación a Montevideo, dice que no desconoce y ofrece reconocer cuando reciba documentos oficiales.
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“A la Junta de Buenos Aires daremos el correspondiente aviso de nuestra leal y generosa resolución, expresándola que será reconocida y obedecida sin dilación, luego que el soberano Consejo de Regencia lo ordene… pero como nos hallamos tan cerca de una potencia que nos observa los momentos de tragarse esta preciosa y codiciada provincia… si os parece, será bueno para precaver sus intentos, armar inmediatamente la numerosa juventud de la Provincia, no más por ahora hasta el número de cinco a seis mil hombres, del mejor modo que se pueda, con armas de fuego, hasta donde alcance las que hay; las demás con artillería, con lanzas y de otras maneras adecuadas a nuestra situación.
“Mostremos lo que somos y debemos ser para evitar ser subyugadas de nadie que no sea nuestro legítimo soberano o su representantes, ni ir a fuera de nuestra territorio a malestar a ninguno, ni permitir que nadie
altere nuestra tranquilidad. Para realizar estos dignos adjuntos, formará una junta de guerra, que ponga en ejercicio cuando sea preciso para nuestra defensa, presidida por nuestro gobernador, comandante general… Obedezcan a los magistrados, sin alterar el orden antiguo, temeroso del trastorno y otros males consiguientes a la novedad, y nuestro sistema será admirado de todos los buenos. No nos mezclemos en las alteraciones que puedan ocurrir en otras partes, poniendo nuestro cuidado en evitarlo… Esto es, amados ciudadanos, lo que el gobierno nuestro amantísimo ciudadanos, señor Obispo y otras personas muy respetables juzgan que debemos todos hacer para el bien general de la Provincia y en particular de cada uno. Ahora que estáis esterados de nuestros sentimientos, de nuestro voto u si no os conformáis con nuestra propuesta, decidid libremente lo que juzguéis mejor para nuestro bien, seguros, que lo que determinéis en esta Asamblea, será hecho y seguido por nuestra parte con el mayor celo y con el mayor empeño, como si vuestra determinación fuera la misma que os proponemos”.
En medio de grandes aclamaciones y de vivas al Consejo de Regencia, dice un contemporáneo, terminó la lectura del manifiesto capitular; y sin oposición de ningún diputado, fueron aprobadas las proposiciones del Cabildo, reducidas a cuatro artículos, en que se reconocía el Consejo de Regencia: se autorizaba a Velasco a adoptar inmediatamente las medidas par a la defensa; se ordenaba comunicar a las autoridades de la Metrópoli y de Buenos Aires todo lo obrado; y se fijaban las relaciones de la Provincia con la Junta Provisional en los siguiente términos:
“Que se guarde armonía correspondiente y fraternal amistad con la Junta Provisional de Buenos Aires, suspendiendo todo reconocimiento de superioridad en ella, hasta tanto que S.M. resuelva lo que sea de su soberano agrado, en vista de los pliegos que la expresa Junta Provisional dice haber enviado con un oficial al gobierno soberano legítimamente establecido en España, y del parte que se dará por esta Provincia”.
Este fue el primer voto del Paraguay contra la autoridad de Buenos Aires, expresado unánimemente por los Diputados y altos dignatarios de la Provincia.
D. Mariano Antonio Molas, contemporáneo cuyo testimonio nos merece el más alto respeto, dice que la resolución del Congreso fue adoptada con gran precipitación “sin dar lugar a que nadie diese su voto libremente‖.
Es posible que Velasco y el Cabildo hayan querido, al obrar así, evitar la más lejana disidencia, que amenguara el prestigio de una resolución emanada de su propia iniciativa: lo que no fue difícil obtener de gentes que desconocían por completo las prácticas de las asambleas. Por lo demás, discrepancias de pareceres, habría versado tal vez sobre el reconocimiento del Consejo de Regencia, a las amplias facultades otorgadas al gobernador; pero en lo que se refiere al desconocimiento de la autoridad de Buenos Aires, la opinión era uniforme: abrumadoras son las pruebas antes y después de Congreso del 24 de Julio.
El mismo Molas se expresa sobre este punto sin vacilación de ningún género; y a la vez hace a Velasco el cargo mencionado, manifiesta su más decidida oposición a las pretensiones absorbentes de la Junta Provisional y su celo por los derechos de la Provincia.
“Noticiosa aquella famosa e ínclita ciudad, dice refiriéndose a Buenos Aires, de la disolución de la Suprema Junta Central, instalada en Sevilla, y reconocida en las Américas, sin embargo de no haber concurrido a sus inauguración, y de que dispersos y acusados de perfidia los miembros que la componían, no había en España un poder soberano legítimamente constituido que dirigiese los destinos de América, creyó haber llegado el caso de caducar el mando superior Virreinato, que entonces ejercía el Señor Don Baltasar Hidalgo de Cisneros.
“Para alucinar a los pueblos y disfrazando los verdaderos designios de su insurrección, erigió de Junta Gubernativa con calidad de Superior Provisional inaugurándola sobre las bases de gobernar a nombre del Señor don Fernando VII, para conservar ilesos los augustos derechos a este Monarca, durante su cautiverio en Francia, con fidelidad y constante adhesión a su real persona. Al abrigo de este especioso pretextó, dirigió circulares a los pueblos interiores, manifestando los motivos y finas de la instalación de aquellas Junta de gobierno. Aquella Junta Gubernativa, que con calidad de Provisional, era creadora de solo el pueblo de Buenos Aires, que bien conocía que como Capital o residencia de los Virreinatos, no tenía el derecho exclusivo, preeminente o privilegiado, de arrogarse y resumir a sí sola al mando superior, sobre las demás provincias y pueblos que no le habían transmitido sus originales derechos… sin aguardar que las demás provincias le reconociesen y se cometiesen a su superioridad de que le revestía al
Ayuntamiento de Buenos Aires, empezó a ejercerla y extenderla sobre las demás provincias como derivada de la libre voluntad de ellas; y pretendía que también el Paraguay la reconociese”. (1)
Pero el Paraguay se resistió a doblegarse a la metrópolis virreinal.
¿Y cómo no había de levantarse la Provincia contra pretensiones de la Junta Provisional, cuando existían los antecedentes que ya hemos expuestos y, bajo la influencia de tan viejos hondos antagonismos, la percepción todavía confusa de los hechos, colocaba a la ciudad de Buenos Aires como el foco de una simple revuelta aislada?
La solidaridad de los sentimientos del pueblo paraguayo se manifestó desde luego más enérgico y resuelto. Antes que el gobernador adoptase ninguna actitud, ya los habitantes del Pilar y Tebicuary expresaban claramente su oposición al enviado de Buenos Aires.
La resolución del Congreso del 24 de Julio, en cuanto se refería a Buenos Aires, era la expresión de los sentimientos del pueblo; expresión velada de una honda malquerencia que en formas más atenuadas se había manifestado varias veces como una prevención, una desconfianza invencibles.
Tales sentimientos no eran el afecto de intereses ocasionales, transitorios, que aparecieron súbitamente: eran el producto de un largo proceso histórico, cuyo origen y desarrollo hemos ensayado rastrear.
Conviene no perder de vista este punto capital, si aspiramos a comprender nuestra historia.
El sectarismo político, la imaginación y una especie de sentimiento histórico, ejercitándose a sus anchas en el oscuro campo del pasado, han deformado la verdad, revistiendo de formas extrañas, inauditas, las cosas más sencillas. Esto constituye un gran obstáculo para la ciencia. Es un deber reconstruir la verdad, aunque no esté conforme con nuestros deseos. Presentar los hechos como fueron, no es tratar de perpetuarlos.
Para darse cuenta del espíritu de la Provincia en 1810, habría bastado, por otra parte, la lectura de los testimonios más conocidos. Nuestro historiador Molas al acumular cargos contra la conducta de Velasco dice que fomentaba, en provecho propio, las desavenencias y discordias que existían entre el Paraguay y Buenos Aires; desavenencias y discordias cuyas causas conocemos.
Somellera, otro contemporáneo, refiere las explicaciones de que eran víctimas los campesinos y la opresión del servicio militar. Los paraguayos, dice, “se resentían y murmuraban con bastante libertad y con demasiada razón por las cargas que les hacían sufrir y los vejámenes con que eran tratados” (1) Pero el antiguo asesor se equivocaba al suponer que la madre patria era el único blanco de estas protestas y resentimientos, cuando su causa originaria, en el concepto del paraguayo colonial, estaba en Buenos Aires.
El General Belgrano, según nos refiere su historiador, pudo igualmente notar esos mismos sentimientos, cuando después de Tacuarí se comunicó con los paraguayos. Les prometió de parte de Buenos Aires “franquicias comerciales, pues le constaba que los naturales estaban quejosos de la opresión y de la inmoralidad de los monopolios de que eran victimas” (1).
De este modo, aparece con evidencia que el Congreso del año X interpretaba fielmente el sentimiento público.
Los grandes acontecimientos que ocurrieron después, pusieron a prueba el vigor de ese sentimiento, la cohesión moral del pueblo.
CAPITULO IV
LA INVASIÓN PORTEÑA
Actitud del Paraguay después de la fuga de Espínola – Preparativos contra la agresión – Aparición de Fulgencio Yegros: su de defensa de la frontera Sur – Expedición contra Corrientes – Desalojo de los correntinos del territorio paraguayo; rápida y brillante campaña del teniente Yegros – La invasión porteña: desconocimiento de la psicología paraguaya – El ejército de la defensa: entusiasmo popular – Itinerario de Belgrano – Plan de Velasco – Condición del ejército paraguayo Batalla de Paraguari – Vergonzosa conducta del gobernador – Los jefes paraguayos – Retirada y persecución de los invasores – Batalla de Tacuarí – Cabañas, Gamarra, Yegros y Urdapilleta – El comandante Caballero – Heroica muerte del comandante Acosta – Otros oficiales que se distinguieron en la acción – Capitulación de Belgrano – Evolución operada en el espíritu de Belgrano durante la campaña: su convicción final sobre la imposibilidad de someter al Paraguay.
El manifiesto del Cabildo de la Asunción, que inauguró el Congreso del 24 de Julio, había significado a los diputados de las poblaciones, que los sucesos del 25 de Mayo se produjeron bajo el imperio de noticias completamente falsas acerca de la situación de España; y hasta había insinuado la posibilidad de que la Junta de Buenos Aires, mejor informada de los hechos, volviera sobre sus pasos, reconociendo al Consejo de Regencia. No era posible que el Cabildo ni el Congreso abrigaran con sinceridad tales creencias, cuando los incidentes que provocaron la fuga de Espínola, y los hechos subsiguientes, revelaban a las claras el alcance y la firmeza de los propósitos de la junta Provisional. Pero, tanto el gobierno como los Representantes del pueblo, coincidieron en presentar sus decisiones con las apariencias más conciliatorias y cordiales. Al suspenderse todo reconocimiento de superioridad en la Junta de Buenos Aires, se había diferido la solución del asunto a la voluntad del Rey, expresándose los más fraternales sentimientos hacia aquella autoridad; y al resolverse la inmediata organización de la Provincia, se tenían en cuenta las manifestaciones de la misma Junta sobre los peligros que entrañaban las asechanzas de Portugal.
La actitud del Paraguay aparecía así, en las correspondencias oficiales, exentas de toda hostilidad, como una consecuencia natural de la situación natural de la situación del Virreinato. Pero en el fondo era inspiradora por una profunda desconfianza de Buenos Aires: así es que los aprestos militares se iniciaron con las miradas fijas en los peligros del Sur y no en los que se invocaban, como provenientes de la “potencia vecina”.
El 27 de Julio publicó Velasco un manifiesto en que daba a conocer las determinaciones del congreso, con recomendación de que “se evite toda discusión y controversia sobre puntas ya decididas por el juicio general de la Provincia”. Y el 30 del mismo mes expidió Velasco una proclama; excitando el patriotismo
de los paraguayos, a cuyo frente prometía colocarse para defender el país, y anunciado, al mismo tiempo, el alistamiento de todos “los ciudadanos y habitantes sin distinción para cuando la Patria los necesitase”. Nombrase una Comisión para la reseña de los individuos de la ciudad y la toma de razón de todas las armas que tuvieran los particulares; y poco después se ordenó, bajo penas pecuniarias y corporales, que no se gastara ni vendiera pólvora en ninguna forma “por haberse de necesitarla toda la defensa de la Patria” (1).
En cumplimiento del artículo 3º de la Resolución del Congreso, Velasco constituyó asimismo una Junta de Guerra, la cual resolvió que el gobernador en persona se trasladarse a los pueblos de Misiones de la otra banda del Paraná, a fin de recoger todas las armas útiles que hubiese en ellos. “Antes de su partida mandó desocupar el Colegio Seminario para cuartel general” adoptando además otras disposiciones relativas a la tranquilidad pública. “Y habiendo puesto en movimiento todos los reportes que creyó propios para poner en un estado de mediana defensa a su Provincia inerme, marchó aceleradamente escoltado de cien hombres al Paraná, hasta el pueblo de Candelaria, dejando en su lugar en la Asunción al coronel de Milicias de Costa Arriba, don Pedro Gracia, Comandante político y militar de la Villa de Ycuamandiyú, para que en su ausencia activase el alistamiento y acuartelamiento de tropas, como lo verificó, creando y nombrando oficiales hasta el grado de capitán”. (1)
Mientras el gobernador se aprestaba a marchar para Misiones, recibiéronse de Buenos Aires nuevos oficios relativos al envió de Diputado para el Congreso General, a los que contestó el Cabildo reiterando sus manifestaciones anteriores y “participándole ahora para su satisfacción y consuelo, que habiéndose recibido la Real cédula original de la erección del Supremo Consejo de Regencia, fechado en la Real Isla de León a 24 de Febrero último, dirigida a este Istmo Prelado, se reconoció y publicó de nuevo este Gobierno soberano, a cuyas órdenes se halla sumisa y sujeta toda esta Provincia”.
La insistencia de Buenos Aires aviva los recelos de la Provincia sobre una posible agresión, que va Espínola, en su fuga, había anunciado claramente: y ellos se vinieron en cierto modo confirmados poco después, con la nota que la Junta Provisional dirigió el 18 de Agosto a las tres principales autoridades de la Provincia, el Gobernador, el Cabildo y el Obispo: increpábasele en ella en forma hiriente por el egoísmo con que miraban sus ejemplares y sus personas y se les requería “por última vez que se una a la Capital, que deje obrar al Pueblo libremente, que reconozca la dependencia establecida por sus leyes y que promueva a remisión del Diputado para la celebración del congreso, que debe tranquilizar a estas Provincias. “Si V.S. persiste, agregaba, en su pertinencia será responsable ante Dios y el Rey de los males que se preparan”. (1)
El gobierno seguía, entretanto, organizando activamente la defensa, y con el fin de dificultar las operaciones del enemigo, en el caso de una invasión, resolvió retirar de las márgenes del Paraná todos los elementos aprovechables. Esta misión fue encomendada el teniente de caballería D. Fulgencio Yegros, que se encontraba en esos momentos en su establecimiento de Quyquió.
A principios de Septiembre recibió Yegros la orden de trasladarse a la frontera Sud, con una pequeña escolta de hombres escogidos; “y con ellos reconocer las orillas del Norte del Paraná en la Jurisdicción de Ñeembucú hasta el paso de Itaty y mandar a todos los pobladores que tengan caballadas las retiren a parajes lejanos, en que ni por la fuerza ni de grado pueden se obligados a auxiliar con ninguna clase de cabalgadura a los que de otras partes puedan venir á hacer daño a esta Provincia”… Con este mismo fin debía disponer‖que los ganados no los mantengan sus dueños en disposición de que puedan aprovechar de ellos los enemigos”.
“Espero en el honor y Patriotismo de Vd., agregaba el gobernador, que esta comisión la desempeñará a satisfacción de este gobierno, supliendo con su prudencia lo que aquí puede faltar; hecho Vd. Cargo que mi fin solo es el de la seguridad de esta Provincia, que en cuanto sea compatible, debe conciliarse con el bien de sus individuos”. (1)
A pesar de los entorpecimientos ocasionados por la irregular conducta del sargento mayor Mora, jefe militar de la región, el teniente Yegros se puso a los pocos días en marcha para Ñeembucú, al frente de una pequeña fuerza de 25 hombres.
La misión del joven era, no obstante, imposible de ser llevada a cabo de acuerdo con sus instrucciones. A consecuencia de un pleito de límites, cuya solución se había venido postergando, a pesar de los indudables derechos del Paraguay (como ya vimos en el Capítulo 1) la Provincia de Corrientes ocupaba provisionalmente la región extendida desde el Arroyo Hondo hasta el Paraná. De manera que, no debiéndose intentar en la jurisdicción litigiosa, y limitarse a la de Ñeembucú, no había manera de “recorrer las costas del Paraná hasta el paso de Itaty” por el lado de la Villa del Pilar.
El 22 de Septiembre escribió Yegros al gobernador interino D. Pedro García, exponiéndole esas circunstancias, así como la ineficacia de su cometido sin la ocupación efectiva de los pasos del Paraná, verdadero límite de la Provincia.
“En estos tres pasos (los del Rey, de Añasco y de Itaty), decía Yegros en su oficio, están los correntinos frecuentando y pasando de esta parte del Norte caballos, víveres y aún el armamento que había en la guardia de Curupayty… Sírvase V. S. de tomar las providencias a que se tome esta guardia a la brevedad mayor, a fin de que quede toda esta costa por el Paraguay… y hacer que se ponga en cada uno de esos pasos un Destacamento lo menos de a cincuenta hombres; de lo contrario veo que la Provincia y especialmente esta Villa están muy a pique de recibir notable daño. El mismo día 21 pasó a esta parte del Norte un hermano del general de Corrientes con mucha aceleración con destino al Comandanta de Curupayty, D. Juan Manuel Pires, quien al siguiente día pasó a la otra parte, sin duda a tratar y disponer alguna mácula, para perjudicarnos. Según lo que estoy viendo, no tienen más idea que dañarnos y pueden conseguirlo con toda facilidad, no obstándoles los referidos Pasos” (1)
A pesar de la orden recibida del comandante de Ñeembucú, para volver atrás si lo creía necesario, a fin de no exponerse con su escasa fuerza a una emboscada, el teniente Yegros siguió su marcha hacia el arroyo Hondo, y pudo al día siguiente ver confirmadas sus sospechas con la captura de algunos espías. El 23 comunicó al gobernador que, según declaración de éstos, el comandante Pires había solicitado de Buenos Aires gente y armas para hostilizar a la Provincia, y que en la otra banda del Paraná era ya público que “Espínola venía por Santa Fe, arrebatando gente con miras de reunirse en Corrientes y pasar en Candelaria a guerrear con los paraguayos”. (2)
El comandante Ferrer informaba por este mismo tiempo a D. García de la arriesgada misión de Yegros y la apurada situación de algunos partidarios en la vecina Provincia, enviando su oficio por conducta de un “sargento de estas Milicias que acabo de llegar huyendo de Buenos Aires, quien dirá a V.E. lo que ocurre en el tránsito, como igualmente las tropas que hay en San Nicolás, Santa Fe, Bajada, etc.” (1)
Cuando estas comunicaciones, anunciadoras de la invasión, llegaron a la capital, hallábase ya en camino una expedición naval contra Corrientes, ordena desde Misiones por el gobernador Velasco. Esta operación, que variaba el plan primitivo del gobierno, respondía a la abierta hostilidad de aquella provincia, y tenía por principal objeto la defensa del comercio de Ñeembucú y el restablecimiento del tráfico fluvial, interrumpido con la detención de varios busques en las aguas del Paraná. (2)
La escuadrilla expedicionaria, compuesta de tres buques mercantes y una lancha cañonera, partió de la Asunción el 21 de Septiembre con treinta y ocho artilleros, cuarenta milicias de Curuguaty y diez pardos fusileros, al mando del Capitán D. José Antonio Zabala. Hechos sus últimos aprestos en Ñeembucú, la expedición siguió adelante, y tardó a los 19 días con 8 barcos detenidos más debajo de la ciudad de Corrientes. (3)
Entre tanto, el gobierno del Paraguay había resuelto poner en ejecución el mismo plan propuesto por D. Fulgencio Yegros en su oficio de 21 de Septiembre, y el cual fue, sin duda, el acto más importante de la defensa, en la frontera de Ñeembucú. En su consecuencia, el comandante Ferrer comunicó el 28 que la guardia de Curupayty había sido asaltada victoriosamente por D. Blas José Rojas, a las 10 de la mañana, tomándose prisioneros a un oficial y 10 soldados. “Acabo de tener noticias, decía en la misma nota, de haber tomado D. Fulgencio Yegros el paso de Itaty, haciendo prisioneros al Comandante Pires, tan perjudicial para nosotros que bastante daños nos estuvo haciendo… La Guardia de Curupayty está con 40 hombres y el Alcalde de 1er. Voto pasa este día a incorporarse con el comandante Yegros para que los dos juntos tomen los otros dos pasos que faltan… Se necesitan 100 hombres para guardar los tres pasos de él Paraná… y es necesario reforzar todos estos puntos de manera que cuando venga la expedición de Corrientes, me veré precisado a tomar los cañones que me parezcan ser necesarios y fusiles que se han de necesitar, que teniendo esto y alguna gente pondré toda esta costa en un estado de que ninguna fuerza tendré miedo y será derrotado si acaso lo intentase” (1)
El tino y actividad con que se llevó a cabo esta rápida campaña, de la que había sido pensamiento y brazo principal el teniente Fulgencio Yegros, no pasaron inadvertidos a la superioridad; y así fue que, con éste uno de los oficiales de menor graduación en las fuerzas del Sur, distinguiéndosele muy especialmente en un documento oficial, que le atribuía la parte principal de aquellas operaciones. “Estoy en conocimiento, escribía el gobernador al teniente Yegros, de la actividad y esmero con que ha procedido en asunto tan interesante y de la ventajosa empresa que ha concluido… … … … … … … …
Por lo que espera este gobierno con certeza de la lealtad y honor de Vd., procederá de aquí en adelante con la misma eficacia, y también en la inteligencia de que ha gravado Vd. en el gobierno con sus operaciones una satisfacción de su persona que le será recomendable para siempre”. (1)
Libre de enemigos o sospechosos el territorio del Ñeembucú, reforzáronse las posiciones tomadas a los correntinos, e previsión de una tentativa de reconquista, que hacían temer los movimientos notados allende el Paraná, (2) y si establecieron dos partidos de observación en la frontera de este río: una a la derecha, al mando del Dr. Fulgencio Yegros y otra en la zona de Misiones, bajo las ordenes del Dr. Pablo Thompson.
Las noticias recibidas del Sur justificaban esas precauciones y reflejaban ciertamente las miras de gobierno de Buenos Aires.
Cuando la junta provisional tuvo conocimiento con actitud del Paraguay comprendió la ineficacia de su gestión diplomática, y resolvió someter a la Provincia por medio de las armas, tal como se había decretado el mismo día de la revolución. D. Manuel Belgrano, uno de los vocales de la junta, fue el encargado de esta empresa. La campaña se iniciaba, como la misión de Espínola, sobre una base falsa. Los mismos errores y prejuicios que llevaron al fracaso aquella negociación, movían esta precipitada acción de guerra contra el Paraguay.
Dejemos, en esta parte, la apreciación de los hechos al historiador Molas, que por su severidad con Velasco, su comprobada veracidad y su devoción por la independencia americana, se encuentra a cubierto de toda exoneración
“Es muy natural que el coronel Don. José Espínola a su arribo a Buenos Aires, hubiese informado a la junta provisional, su comitente, del mal éxito de su comisión… como igualmente verosímil que el mismo Espínola, que había salido de la asunción gravemente ofendido, y deseoso de vengar su agravio, hubiese también persuadido a la junta que los paraguayos solo necesitaban de que se les auxiliase con alguna trapo armada para lanzar de supuesto al gobierno de Velasco y unirse con Buenos Aires. Aquella junta… sin considerar el natural bélico de los paraguayos, ni cerciorarse de si el deseo o necesidad de ser auxiliados para sustraerse de la dominación Española era positiva y general, dispuso que el vocal Don Manuel Belgrano no pasase a está provincia con la investidura de representante de la junta superior gubernativa de las Provincias de Río de las Plata y un cuerpo de tropas… persuadía Belgrano a sus oficiales que no venían a conquistar el Paraguay sino a auxiliar a sus habitantes, que a la vista de su fuerza se le unirían y depondrían a su gobernador Velasco, y deliberarían libremente sobre el envió de diputados pedidos por la junta de Buenos Aires. Estos anuncios eran aparentes: con ellos creyó paliar su verdadera misión.
Belgrano traía verdadera orden positiva de aquella junta que se había abrogado la superioridad sobre los demás pueblos que componían el Virreinato del Río de la Plata vencida la oposición de Belasco, se apoderase del mando de la provincia, la gobernase dependiente del arbitrio de aquella superioridad, como representante de ella y enviase 10000 hombre a la disposición de aquel gobierno. Estos eran los verdaderos designios a que se dirigía la expedición de Belgrano, directamente contrario a los principios adoptados al tiempo de la instalación de la junta superior gubernativa, que el pueblo de Buenos Aires había creado por sí solo, sin consultar la voluntad de los demás, sin embargo de haber manifestado en su capciosa proclama que no pretendía usurpar los derechos de los demás pueblos”
Las falsas informaciones del jefe paraguayo, que volvía enceguecido por el odio contra sus perseguidores, determinaron, como queda dicho, a la Junta de Buenos Aires, emprender inmediatamente la campaña contra el Paraguay. En realidad, esta empresa respondía por entero al programa de la revolución, que al creer el nuevo gobierno, decretó el sometimiento violento de todo el Virreinato a la autoridad municipal de Buenos Aires. Pero la deleznable base que le sirvió de apoyo inicial, revelada a las claras el más absoluto desconocimiento de la Provincia.
No debieron ciertamente ignorarse hechos tan sensibles como los antagonismos derivados de las relaciones económicas interprovincionales, cuyos ecos se extendían desde los estrados judiciales hasta la correspondencia privada, mas las clases directoras de la capital, a juzgar por lo que hasta hoy se ha escrito, no les atribuía ninguna importancia, viendo en ellas tan sólo el interés de una pequeña oligarquía desvinculada de la gran masa social. Las silenciosas pero hondas corrientes que trabajaban el alma popular, en medio de aquel largo período de lucha obscura y sin tregua, permanecían ocultas e invisibles. Las condiciones sociales del Paraguay, la estrecha solidaridad de los sentimientos del pueblo, sus vigorosos instintos nacionales, elaborados en siglos de aislamiento, desamparo y opresión, no eran sospechadas siquiera por los ardorosos paladines de la revolución porteña.
Por la parte del Paraguay, la cruzada centralizadora del gobierno de Buenos Aires apareció así llana y hacedera; pues a la situación inerme de la Provincia, bien conocida en la Capital del Virreinato, uníase ese poderoso elemento moral de que creían portador al viejo jefe de las milicias paraguayas. Así queda en parte explicada la irreflexiva precipitación de la Junta Provisional, bien que resulte siempre admirable la candidez de los que pusieron absoluta confianza en un comisionado, que acababa precisamente de sufrir un fracaso tan ruidoso como incompatible con sus informes. El mismo jefe de aquella campaña, aleccionado por un nuevo fracaso, recordaba después con cierta amargura estos errores tan fatales para su causa, “Se creía que allí, dice en su Memoria, refiriéndose al Paraguay, había un gran partido por la revolución, que estaba oprimida por el gobernador Velasco y unos cuantos mandones, y como es fácil persuadirse de lo que halaga se prestó crédito al Coronel Espínola‖regresó diciendo que con 200 hombres era suficiente para proteger el partido de la revolución, sin embargo de que fue perseguido por sus paisanos y tuvo que escaparse a uña de buen caballo, aun batiéndose no sé en qué punto para librarse. Esta expedición solo pudo caber en cabezas acaloradas que no veían sino su objeto y para las que nada era difícil, por que no reflexionaba ni tenían conocimientos”.
A fines de Septiembre salió Belgrano de Buenos Aires, con un centenar de hombres, oficiales en su mayor parte, (1) destinados a organizar las fuerzas que había de incorporársele en el tránsito y lo que se imaginaba levantar dentro de la provincia.
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(1) Seguimos en esta parte al historiador Molas, pues de la memoria de Belgrano, ni de la relación de Mitre, se saca en claro la cantidad de hombres con que aquel salió de Buenos Aires.
De la expedición formaron parte varios paraguayos, entre los que podemos citar: el sargento mayor D. José Ildefonso Machain, el intendente de guerra D. José Alberto Cálcena y Echeverría, el capitán de artillería D. Bonifacio Ramos y los tenientes José y Ramón Espínola, hijos del viejo coronel, Belgrano que fue tan severo con sus subordinados, a punto de calificarles a veces de “cobardes”, tuvo la más honrosa recordación de los tres últimos, especialmente de los hermanos Espínola.
Al capitán Ramos se le premió con un escudo que llevaba la inscripción siguiente: “valor a prueba en Tacuarí”; tuvo después honrosa actuación en la guerra de la independencia argentina, obteniendo, entre otras distinciones la de ser declarado benemérito de la patria en grado heroico. Ramos alcanzó el grado de coronel, y murió al servicio de Rosas, a los 57 años de edad.
Pueden leerse los rasgos sobresalientes de la vida de este militar en el resumen biográfico publicado por el Dr. Adolfo Pa. Carranza, en la revista Nacional nº 15 – año 1887
(1) M.S. del Archivo de Buenos Aires – Colección de Copias de D. Enrique S. López.
Para facilitar aun más la empresa, dispuso el gobierno, casi simultáneamente, enviar al Paraguay un nuevo comisionado, que adelantándose a Belgrano, trabájese directamente con el pueblo para desvincularle del gobierno e inclinarle decididamente a favor de Buenos Aires. Esta misión fue encomendada al paraguayo Don Juan Francisco Agüero, quien partió a los pocos días con dirección a la Asunción (1).
Entre tanto, la pequeña columna expedicionaria seguía su marcha, y el 28 de Septiembre llego a san Nicolás de los Arroyos, donde se le agregó el regimiento de Caballería de la Patria, compuesto de 357 hombres al mando del coronel Don Nicolás Olavarria, que tenía por segundo al sargento mayor Machain. Como las fuerzas que le destinaron de la guarnición de Buenos Aires, al mando de Don Juan Ramón Balcarce, había partido para la Bajada, dispuso Belgrano su marcha hacia ese punto, pasando por Santa Fé, donde se detuvo varios días, y recibió un nuevo contingente de 40 blandengues. Hallándose en esta ciudad, arribo Agüero, con la misión antedicha, rumbo al Paraguay; y entrevistado con Belgrano, entregole éste una carta para el Coronel Gracia y otra para el comandante Tadeo de la Cerda, en que les exhortaba a ponerse de su parte, entremezclado las promesas con las amenazas. “Sin con tinta y papel hemos de vencer, escribía con es motivo a la Junta, me parece que la victoria podemos contarla segura” (1) El optimismo del general se acrecentó con la incorporación de otro paraguayo, D. José Alberto Cálcena y Echeverría, a quien se le atribuía gran influencia en nuestro pueblo.
Ilusionado con el prestigio de este nuevo auxiliar, que debió ser muy grande a sus ojos, creyó el general reducida a muy escasas proporciones la importancia de su expedición, e insinuó a la Junta la conveniencia de ganar tiempo, operando desde luego con sus fuerzas en la Banda Oriental, mientras se libraba la conquista del Paraguay a medidas secundarias adoptadas con aquel imaginario caudillo. (2) Pero el gobierno se opuso a este peregrino pensamiento y escribió inmediatamente a Belgrano: “Sin embargo de la influencia que se supone justamente en este individuo respecto de la Provincia del Paraguay, no cree la Junta conveniente que se varíen los primeros planes, pues no debe empezarse a obrar contra las dependencias de Montevideo mientras toda la Provincia del Paraguay no se halle completamente reducida: ni debe fiarse su conformidad a otros medios que al respecto debido a la fuerza que está a las órdenes de V.E. Así quiere la Junta que V.E. convierta toda su atención en la Provincia del Paraguay”. (3) 42
El general manifestó su acatamiento a la disposición de la Junta, pero si ocultar la posibilidad de realizar su plan, una vez que asegurado el Paraguay por los medios que ideaba, “bastase remitir un Piquete con quien pudiera organizar todo, sin necesidad de mi presencia ni la del Ejército” (1)
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(1) M.S. del Archivo de Buenos Aires.- Colección de Copias de D. Enrique S. López.
(1) M.S. del Archivo de Buenos Aires.- Colección de Copias de D. Enrique S. López.
(1) Oficio de Belgrano a la Junta- Colección citada.
(2) Id id id
(3) Id id id
Concentrados en la Bajada los contingentes que se le vinieron incorporando, Belgrano se hizo reconocer general en jefe de la expedición, nombrando como mayor general a D. José Ildefonso Mahcain.
Hallábase el general ocupado en la organización de su ejército, cuando recibió un nuevo oficio de la Junta Provisional, que debió un nuevo oficio de la Junta Provisional que debió amenguar bastante se candido optimismo: comunicabacéle noticias muy pocos tranquilizadoras sobre la actitud del Paraguay, anunciándosele, en consecuencia, el envió de un refuerzo de 200 hombre “pues la cosa era más seria de lo que se había pensado”
Con el nuevo contingente que llego en breve, al mando del teniente coronel D. Gregorio Perdriel, la fuerza expedicionaria alcanzaba a 950 hombres y seis piezas de artillería. Belgrano repartió su ejército en cuatro divisiones con su cañón correspondiente y en los últimos días de octubre se puso en marcha para Curuzu Cuatiá, desde donde ordeno al Coronel Rocamora, teniente Gobernador de Misiones, residente en Yapeyú su incorporación al ejercito con las fuerzas de su mando, fijándole un itinerario que terminaba en el paso del Río Corriente denominado “Capitá mini”. El movimiento retrógrado de esas fuerzas cuyos derroteros cuyo indicado era Canderia, obedecía al propósito de desorientar al enemigo a cerca del sitió elegido para la invasión. Con este mismo fin ordeno Belgrano al Teniente Gobernador de Corriente D. Elías Galván, la concentración de una parte de su Milicias en el paso del Rey.
Después de una permanencia bastante prolongada en Curuzu Cuatia, el ejército invasor se puso en marcha hacía el río Corriente, que vadeó por el paso de Caaguazú y torciendo luego hacia el Noreste, enderezo su ruta con dirección a San Gerónimo. Las lluvias continuas, que arreciaron aún más al llegar a este punto, determinaron a Belgrano a precipitar su marcha hacía el Paraná para pasar a San Cosme, Pero la falta de embarcaciones le obligo a retroceder hasta Santa María, donde resolvió hacer alto para construir los medios de transporte. “Desde este punto, dice el General en su Memoria, me pareció oportuno dirigir mis oficios al gobernador Velasco y Cabildo y al Obispo, invitándoles a una conciliación para evitar la efusión de sangre. D. Ignacio Warnes, mi secretario, se comedió a llevar los pliegos por el conocimiento y atención que había debido a su casa del expresado gobernador Velasco. Al mismo tiempo dirigí oficio, incluyendo copias de los expresados pliegos, a los comandantes de la costa, pidiéndole cesase toda hostilidad hasta la contestación de tal gobernador”.
Ocurría esto a principio de diciembre: el ejército expedicionario, que constaba ya de más 1000 hombres, sin incluir las fuerzas de Roca Mora (1), había tenido tiempo de organizarse en aquel largo trayecto; su orden era “admirable según las misma palabras de Belgrano, y el armisticio iniciado le permitía dar termino a los últimos preparativos, y reconocer, como lo hizo, el punto más apropósito para atravesar el Paraná”.
En el Paraguay proseguíanse, entre tanto, los preparativos de la defensa dentro de sus limitados recursos. Aunque el ejército que podía levantarse era relativamente numeroso, carecía de armas, instrucción y disciplina, inconveniente gravísimos y muy difíciles de atenuar con los hábitos ya inveterados en las milicias del país.
Velasco comprendió perfectamente la debilidad militar de estas fuerzas, aguerridas en verdad en la lucha sin tregua contra los indios y de excelente condiciones en orden al valor y resistencia personal de sus miembros; pero cuyos pésimo y muy escaso armamento y absoluta falta de organización y disciplina, la colocaban en situación sumamente inferior a cualquier cuerpo menos numerosos de tropas regulares. Sin embargo no consta haber tanteado la concentración de la milicia, para organizarla, instruirla y formar con ellas un ejército respetable, debido sin duda a la falta de profesionales competentes y a las apremiantes y numerosas atenciones de la defensa. Redújose pues, salvo muy pequeñas unidades, a seguir el viejo sistema de los aislamientos, con cuyos procedimientos formo varios escuadrones de Urbanos hasta el número de 4000 hombres más o menos, listo para acudir al primer llamado.
Con tales elementos y sus escaso medios de movilidad, creyó Velasco muy aventurado empeñar ninguna acción de importancia en la frontera, la que fue desguarnecida, con excepción de de la zona del Ñeembucú, donde operaba las pocas fuerzas que hemos requerido, y se estaciono la escuadrilla enviada anteriormente contra Corrientes. Manteniéndose de éste manera en el centro, y dejando abierto a la invasión el derrotero de Misiones, el gobernador pensaba neutralizar en gran parte la mala condición de su ejército con la fácil observación del movimiento del enemigo y la elección del punto más favorable para la resistencia. Con estos propósitos de establecieron algunas partidas volantes entre el Tebicuary y el Paraná, cuyas inmediaciones eran además recorridas por las dos pequeñas divisiones al mando de Yegros y de Thompson “con objeto de observar y entretener al enemigo”, sin oponer resistencia. Cundo Belgrano se acercaba al Paraná, todas las fuerzas apostadas alrededor de Itapúa se reducía a cincuenta y tres hombres: 40 que componía la división de Thompson (1) y 13 milicianos destacados en el Campichuelo, frente a Candelaria, a las órdenes del Capital Domingo Soriano del Monje.
El general porteño, acampado en Santa María, esperaba, mientras se aprestaba activamente para la invasión, el efecto de los oficios enviados a las autoridades paraguayas. Pero sus emisarios no tuvieron igual suerte Thompson se apresuro a hacer volver al conductor de los pliegos que fueron remitidos al gobernador, mientras el teniente Yegros, portada contestación apreso al comisionado Warnes y le hizo marchar a la Asunción por la vía de Neembucú.
En esta situación ya en Candelaria con el ejército y los medios de transporte, listo resolvió Belgrano el pasaje del Paraná, que efectuó el 19 de diciembre, a las tres y media de la mañana, sin ninguna posición: una vez en la margen opuesta, ordeno el avance sobre el Campichuelo que se efectuó sin dificultad, pues la partida de 13 hombres que se ocupaban se pudo en retirada después de una breve resistencia; el ejercito porteño marcho en seguida sobre Itapúa, para batir la pequeña división de Thompson, pero este había evacuado el pueblo con anterioridad, poniéndose fuera del alcance del enemigo.
Belgrano se dejó alucinar por el feliz comienzo de la invasión, atribuyendo al terror que inspiraban sus armas los movimientos de las partidas paraguayas, que obedecían enteramente al plan de Velasco. En pasaje del Paraná y la retirada de los 13 milicianos del Campichuelo adquirieron a sus ojos las proporciones de una gran victoria que se propuso aprovechar disponiendo, con la celebridad posible, su marcha triunfal al interior. “todo mi anhelo, dice él mismo, era perseguir a los paraguayos, aprovechándome de aquel primer terror”. El 25 de diciembre abandono Itapúa con rumbo al Tacuary, el cual vadeó dirigiéndose al Tebicuary, en medio de la más profunda soledad, pues todas las cosas del trayecto habían sido abandonadas por sus moradores. Antes de llegar al Tebicuary, y luego en las márgenes de este río, tuvieron lugar algunas escaramuzas con fuerzas que imaginaban muy respetables y eran solo partidas volantes que se desvanecían enseguida, dejando al enemigo en la ilusión de una nueva victoria. Pero aquel desierto continuaba en que no aparecían los esperados partidarios, comenzó a impresionar a Belgrano. “apenas se habían presentado, dice en su Memoria, dos vecinos de aquellos lugares: ya empecé a tener cuidado pero llevado del ardor y al mismo tiempo creído del terror de los que habían huido del Campichuelo, de Itapúa y de Tebicuary seguí mi marcha”. Para acentuar el terror. Según el programa de la Junta, habíase ya fusilado a un miñón perteneciente a una embarcación paraguaya y que había sedo apresado hallándose extraviado por la costa; “ejecución bárbara según dice Mitre que mancho aquella campaña”, y solo contribuyo a avivar la aversión contra los invasores.
Mientras el ejército expedicionario emprendía su marcha al interior las partidas mandadas por Yegros y Thompson les seguían por sus flancos, observando y comunicando al cuartel general paraguayo los movimientos del enemigo. De este manera pudo el gobernador con oportunidad adoptar sus disposiciones; y cuando creyó llegado el caso, ordeno de concentración de los escuadrones de urbanos, cuyos alistamiento había dispuesto.
El pueblo respondió a este llamado con un entusiasmo que asombro al gobierno. Jamás el sentimiento popular se había manifestado con tanta uniformidad y energía como en esa explosión inesperada, que agito hasta las capas más inertes de la vieja y tranquila sociedad colonial. Es necesario recordad todo nuestro pasado para explicar este echo, que no a sido aún suficientemente apreciado. A los hondos antagonismo seculares que ya conocemos, agregábance en aquellos momentos los propósitos de la invasión que reales o exagerados habían llevado la alarma y la indignación a todos los espíritus un testigo, el historiados Molas, a reflejado en algunas pocas páginas ya transcriptas la impresión que produjo en el Paraguay aquella expedición conquistadora, cuya primera consecuencia había de ser una nueva contribución de 10.000 hombres destinados al Río de la Plata, para secundar la revolución de Buenos Aires. Considerad la amenaza de este formidable contingente militar, arrancado del país, cuya noticia había corrido veloz hasta los últimos hogares; aquella mano inflexible y tenaz, que aparecía en forma de impuestos y monopolios, colocándose, como dominadora, en el mismo corazón de la Provincia! Cuando
Velasco ordenó la movilización de los escuadrones de urbanos, millares de paraguayos se presentaron espontáneamente. “Como si un rayo hubiese herido los corazones de estos incomparables provincianos, escribía el mismo gobernador, me hallé a los dos días de haber hecho circular los avisos, con más de 6000 hombres dispuestos a derrotar la última gota de sangre, antes que rendirse”.
Dos mil de ellos eran voluntarios. (1)
Un problema gravísimo planteábase, no obstante, en medio del entusiasmo público: la escasez desesperante de elementos de guerra. Todos los fusiles que pudieron reunirse apenas bastaban para armar 500 hombres, la artillería era igualmente escasa y mala; y para la gente montada no había, fuera de dos centenares de sables viejos, sino las lanzas criollas, chuzos, etc., cuyo número era a la vez insuficiente. (2)
Con tan insignificantes elementos, Velasco constituyó su ejército, de modo que la infantería, mejor armadas que los demás cuerpos, aunque muy reducida, se compusiera casi por completo de españoles; y la caballería de los milicianos criollos, desorganizados sin instrucciones ni disciplinas alguna, y con las malas y pocas armas blancas que pudiera hallar a mano. El ejército de la defensa constituido de este modo era, púes, a pesar de su número, inferior a las fuerzas invasoras, sometidas a rigorosa disciplina, bajo en mando de numerosa y experta oficialidad.
No se le escapo al gobierno esta circunstancia, ni la mala impresión que pudiera producir la preferencia a los peninsulares. Y para desvanecer cualquier descontento, alagar y animar a las tropas, anunció en una de sus proclamas que aunque no faltaban armas de fuego, el éxito de la jornada estribaba especialmente en el empuje de la caballería criolla – “Vuestras lanzas son todavía más terribles, decía el gobernador. Soy viejo en la guerra y conozco cuánto vale esta clase de armas manejadas oportunamente por manos como las vuestras”. (1)
Velasco empezó a mover sus fuerzas por secciones, con dirección al Tebicuary, en cuyas margen superior pensaba fortificarse, y el 29 de Diciembre se puso en marcha para el mismo punto acompañado de su estado mayor. Pero habiendo considerado, en el camino, inconveniente su primer plan, estableció su cuartel general en Yaguarón, donde llegó el 4 de Enero en 1811.
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(1) Para apreciar este hecho es necesario tener en cuenta el horror que inspiraba al campesino el servicio militar, odiosa contribución que le tenía reducido en perpetua miseria, y las dificultades que las condiciones del país oponían a la reunión de las Milicias, las cuales para un número muchísimo más reducido exigía casi siempre varias semanas. Por eso Velasco vio con asombra que a los dos días de su convocatoria estuvieran reunidos no loso todos sus escuadrones, sino 2000 personas no alistadas espontáneamente a ofrecer sus servicios.
(2) Estas afirmaciones discrepan de lo que suelen referir los historiadores de esta campaña, empeñados en acrecentar las fuerzas que vencieron al general porteño. Pero nuestras afirmaciones se apoyan en documentos y no en conjeturas inadmisibles, como lo vamos a probar.
El inventario general de la artillería, montas, municiones, pertrechos y demás útiles que había en la Provincia del Paraguay en el año 1810, (documento publicado en la Revista del Instituto Paraguayo da el siguiente número de armas:
Fusiles de ordenanza en buen estado………………..220
Fusiles de varios calibres medianos………………….88
Fusiles de varios calibres inútiles…………………….100
A estos fusiles hay que agregar los que Velasco trajo de Candelaria y que según un testigo fueron muy pocos (Molas descripción citada). En efecto si todos los que contaba el arsenal llegaban solo a 400, no es posible suponer que en aquellos pueblecillos insignificantes u desguarnecidos hubieran más de quince o veinte fusiles. El número de quinientos es, pues, hasta cierto punto exagerado. La artillería se componía de cuatro cañones en estado de servicio, 14 medianos y los demás inútiles. Además 6 pedreros, de los que solo uno en estado de servicio.
Para la oficialidad y la caballería solo había 21 pistolas, 169 espadas y 200 sables.
(1)Proclama de Velasco, del 18 de Diciembre de 1810.
El jefe de nuestro ejército pasó enseguida a reconocer el terreno y “entrenado de las ventajas que me ofrecía este punto, escribe en su parte oficial, así por hallarse resguardado del río Caañabé y sus pantanos como ser la entrada a los valles, formé inmediatamente tres divisiones del ejército, habiendo colocado una en el paraje llamado Apuaí al mando del coronel del 2º Regimiento de milicias regladas D. Pedro García; otro en el Paraguari al mando del teniente coronel del mismo Regimiento D. Manuel Atanasio Cabañas; y el tercero en la falda del Cerro Aruaí, a cargo del comandante de escuadrón don Juan Manuel Gamarra”.
Encontrábase ya Belgrano en Itaipá, cuando Velasco fue avisado de que el enemigo seguía la ruta de Ybycuí con dirección a Paraguarí, e inmediatamente ordenó a Cabañas que se aproximara a García para
protegerle; y habiéndose poco después enterado que el ejército invasor se acampaba en las faldas del Mbaé (Cerro Porteño) ordenó igualmente la concentración de Gamarra, cuya división cubría los pasos del Caañabé. Con este movimiento la división de García vino a ocupar el centro del ejército, entre Paraguarí y Yuquerí, donde se colocó igualmente la infantería española al mando de los capitanes Porga y Fornell, (1) para sostener la artillería asentada a orillas de aquel arroyo: las divisiones de Gamarra y Cabañas formadas a derecha e izquierda respectivamente, protegían los flancos, con un cañón y la caballería criolla (1).
En esa posición, se mantuvo Velasco inmóvil durante tres días, permitiendo a Belgrano observar a sus anchas las posiciones paraguayas y las condiciones de su ejército, cuya desorganización y desordenados movimientos, le inspiraron el mayor desprecio (2). Algunos encuentros aislados entre las partidas exploradoras de ambas partes, ocurridos en ese intervalo, confirmaron a Belgrano la superioridad militar de sus fuerzas; y de acuerdo con el parecer unánime de sus oficiales, convocados a Junta de guerra en la tarde del 18, dispuso el ataque para el día siguiente. El gobernador Velasco, movido por la impaciencia de las milicias paraguayas, había resuelto también esa noche el ataque de las posiciones enemigas en la madrugada del mismo día.
A las tres y media de la mañana se pusieron en marcha las tropas invasoras, destinadas al ataque, bajo el mando del mayor general don José Ildefonso Machaín. Componíalas dos divisiones de infantería con 460 hombres, 4 piezas de artillería, 130 soldados de caballería y una partida de exploración. El general Belgrano con el resto de su gente y dos piezas de artillería, permaneció en el campamento, “fortificado en las carretas del parque y del hospital”.
Al mismo tiempo que aquellas fuerzas se dirigían contra la línea del Yuquerí, movíanse también contra el campamento porteño las milicias paraguayas de dicha posición, sin la menor sospecha del avance del enemigo; a los pocos instantes chocó su vanguardia con la partida de exploración de los invasores, que inició un vivo fuego sobre el centro, produciendo esta sorpresa una gran confusión, en medio de las sombras aun no disipadas por las primeras claridades del alba.
“A pesar de la sorpresa que debió causar en nuestro ejército este movimiento inesperado de los enemigos, se le contestó con viva fuerza y valor por la infantería y artillería de dicha división; sostuvo media hora el fuego, y ella sola hubiera derrotado a los insurgentes, si el desmonte de un cañón, ocasionado de la actividad del fuego, que rompió las sobremuñoneras, y la primera impresión de la sorpresa, no hubieran dispersado la mayor parte de las tropas de que se componían” (1). La infantería española se desbandó y se puso en fuga con sus jefes a la cabeza, siguiéndolo después el mayor general Juan Cuesta y el mismo Velasco, quien desvistiéndose el uniforme y arrojándolo al suelo para no ser reconocido (2), huyo precipitadamente hacia la cordillera de los altos.
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(1) Parte de Velasco sobre esta batalla.
(2) Según cuenta Velasco en su parte, estuvo a punto de caer en manos de Espínola que con una partida de 50 hombres le perseguía de cerca. “Sin duda hubiera sido víctima de su bárbaro furor, agrega, a no haber echado pié a tierra granaderos de mi escolta que le hicieron retroceder”.
El Padre Juan José Arboleda, capellán del ejército porteño, refiere que un granadero que había encontrado las prendas arrojadas por Velasco, volvió al campamento “con uniforme de brigadier, su color blanco, vuelta verde y tres galoncitos de oro y escarchado de plata y en la faltriquera la boquilla de oro con que fuma y el lente”. Descripción citada Apéndice p. 71.
Al salir el sol las fuerzas porteñas habían traspasado ya la línea del Yuquerí, forzando la batería principal, que fue abandonada con pérdida de un cañón, y ocupando las posiciones de la división de gracia. Enardecido por este triunfo, la caballería enemiga y algunos infantes avanzaron hasta Paraguarí, en persecución de los fugitivos, y una vez allí se entregaron confiadamente al saqueo de las provisiones del cuartel general.
Desecha la infantería, único cuerpo regularmente dotado, (1) destruida la batería de Yuquerí, que era la posición más fuerte, fugitivos el general en jefe del ejército, su mayor general y los principales oficiales españoles, quedaban los paraguayas librados a sí mismo, en medio de la desmoralización originada por aquel avance triunfal, inesperado y rápido Pero la reacción de nuestras milicias, igualmente rápida, decidió. Cabañas y Gamarra al frente de sus divisiones cayeron impetuosamente sobre los flancos del enemigo, que con 4 piezas de artillería y el ataque, pero no pudiendo resistir desalojaron sus posiciones que fueron inmediatamente ocupadas por las milicias paraguayas. En medio de esta acción, cuyos nervio fue el bravo Gamarra, destacose por su arrojo, al frente de un de callaría, el joven oficial D. Fulgencio Yegros, cuyo nombre sonaba ya con prestigio en el ejército, desde su reciente campaña por la frontera Sur.
Desalojados los invasores de las posiciones que ocupaban, las fuerzas porteñas de Paraguarí quedaban completamente cortadas. Belgrano trató de reanimar a sus tropas, enviándoles un refuerzo de caballería
con un cañón y un carro de municiones; pero todo era ya inútil en el estado de ánimo de sus soldados, que ofuscados por su desmoralización, tomaron aquel refuerzo por una columna enemiga, y creyéndose envueltos huyeron precipitadamente hacia el campamento. Al observar Belgrano aquel movimiento retrogrado, dice el General Mitre, bajó del cerro a gran galope y a la mitad de su camino contuvo la retirada. En aquel momento oíanse a los lejos la descarga de los que atacaban y se defendía en Paraguarí. El general, dirigiéndose a las tropas le dijo que era preciso volver al ataque para librar a sus hermanos que iban a ser sacrificados y ordeno al mayor general que procurase retomar el paso del Yuquerí para abrirles”. Pero esta tentativa era ya imposible: los soldados porteños completamente desanimados “flaqueaban hasta perder sus formación, no había un solo oficial con espíritu” (1) y no atreviéndose a avanzar, retiráronse definitivamente bajo el fuego de las líneas paraguayas.
La involuntaria profecía de Velasco acababa de cumplirse: los paraguayos decidían la acción.
La victoria costó a nuestro ejército cerca de setenta bajas; y a los porteños a más de 10 muertos encontrados en campo y los heridos que pudieron salvar, 120 prisioneros, entre los que se hallaba el futuro gobernador de Santa Fé, D. Estanislao López. De los enemigos muertos, el principal fue el valiente oficial D. Ramón Espínola, cuya cabeza clavada en una pica fue paseada triunfalmente en Paraguarí: bárbara demostración del odio que inspiraba el compatriota puesto al servicio del invasor.
Cuando las fuerzas de Belgrano se retiraban precipitadamente hacia su campamento. El ejército paraguayo traccionado en desordenados grupos desde Paraguarí hasta la extensa línea del Yuquerí, carecía de un jefe superior que imprimiera orientación a sus movimientos. El general en jefe, el mayor general y los principales militares españoles habían huido hacía cuatro horas; y la falta de un dirección superior impidió que se aprovechara el triunfo, dejándose al enemigo tranquilo en su campamento: “nuestro ejército, aunque victoriosos, escribían después los mismos actores, estaba sin general y sin cabeza que tomara disposición alguna.” (1)
Si a raíz del triunfo, los paraguayos hubieran caído sobre enemigo, la campaña de Belgrano habría terminado en Paraguarí: el ejército porteño, completamente desmoralizado, era ya incapaz de resistir. El mismo general refiere que estando las tropas descansando, el comandante de artillería, Elorga, dio repetidamente la voz de que una columna paraguaya se ponía en movimiento. “Me vinieron con el parte, dice Belgrano, y le llamé: en su semblante vi el terror y no menos observe que lo había infundido en todos los oficiales, comenzando por el general; entonces junté a éste y aquéllos para que me dijesen su parecer: todos me dijeron que la gente estaba muy acobardada y que era preciso retirarnos”. Solo el capitán de arribeños, un tal Campo, me significó que su gente haría lo que se le mandara; conocido ya el estado de los oficiales más que la tropa… determinaré retirarme y dispuse que todo se aliste. En ese estado de ánimo, el ejército porteño inició su retirada a las tres y media de la tarde, dirigiéndose hacia el Tebicuary, donde le aguardaban varias carretas cargadas de pertrechos “y como 400 hombres entre las milicias de Yapeyú y algunas compañías del regimiento de caballería de la Patria”. (1) pocos días después llegaba a Santa Rosa, y allí recibió Belgrano el título de brigadier que le había conferido el gobierno de Buenos Aires, precisamente el mismo día en que era vencido en Paraguay. El jefe porteño recibió este ascenso con profunda amargura: “la sentí más, dice él mismo, que si me hubiesen dado una puñalada” (2).
Entretanto los fugitivos de Yuquerí, a cuyas cabezas iba el mayor general Juan Cuestas, llegados a la Asunción ese mismo día, esparcían por la ciudad la noticia del más completo desastre. La conmoción pública fue grande y puso de manifiesto nuevamente la decisión de los criollos y el poco ánimo de la aristocracia peninsular. Mientras los paraguayos invadían el cuartel en busca de armas y se aprestaban de cualquier modo a una defensa desesperada, (3) los capitulares y españoles aterrorizados, reunían precipitadamente sus caudales y aprestaban una escuadrilla para huir a Montevideo. “Apenas se divulgó, dice el mismo Velasco, al principio de la batalla la momentánea ventaja del enemigo, y se puso en la capital, todo fue transtorno, sobresalto y confusión. Diez y siete buques se cargaron de familias y propiedades”. (4)
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(1)Memoria de Belgrano
(2)Id. Id. Id.
(3)M.S. del Archivo Nacional – B. Garay, obra citada
(4)Parte de Velasco sobre la batalla de Paraguarí
El gobernador y general en jefe del ejército paraguayo, que como vimos ya, había huido también de Paraguarí, permaneció en la cordillera, donde se había ocultado, hasta que recibió aviso de la victoria y fue llamado a reasumir el mando de las tropas. Aunque el prestigio militar de Velasco decayera bastante con su inesperada conducta, los paraguayos comprendían la necesidad de un jefe superior experimentado, para orientar las operaciones de una guerra cuyas proposiciones no se podían prever, dada la posibilidad de que
Belgrano recibiera grandes refuerzos en el camino. Ni el estado de los espíritus, ni las circunstancias de la lucha, hacían aun posible la evolución radical de las ideas conservadoras, que había de precipitarse en breve sobre las ruinas del prestigio gubernativo, al afirmarse en los caudillos de la victoria la clara conciencia de sus fuerzas y las vigorosas aspiraciones de la autonomía provincial.
Velasco se dirigió enseguida a Yaguarón, donde restableció su cuartel general, y desde allí destacó un cuerpo de ejército en persecución del enemigo, poniendo la vanguardia bajo las órdenes de D. Fulgencio Yegros, ascendido a capitán después de Paraguarí; la división de Cabañas seguía después con el mismo objeto. A pesar de su rápida marcha, la caballería paraguaya no pudo alcanzar a las fuerzas porteñas, y las avistó cuando ya habían atravesado el Tebicuary; Yegros observó aquí que el enemigo se había reforzado considerablemente, y no queriendo exponer su mal armado escuadrón a fuerzas tan superiores en armamento como el número, resolvió esperar la incorporación de Cabañas, (1). Efectuada ésta, acordóse dar descanso a las tropas todavía “fatigadas de la acción de Paraguarí”, refrescar la caballería y hacer algunas composturas en el material de artillería, aprovechándose este intervalo, para ordenar que la pequeña escuadrilla del Paraná subiese “a cortar los pasos de Itapúa y Candelaria, lo que efectuó con actividad el comandante de ella, don Ignacio Aguirre”.
La columna paraguaya se puso después en marcha siguiendo las huellas del enemigo, que entretanto había cruzado ya el Tacuary, y a poco pudo Cabañas observar a la distancia la posición en que había fortificado el ejército de Buenos Aires. El río Tacuary “profundo, rápido, montuoso y sin vados” se extendía a su frente.
Las fuerzas de Belgrano “colocadas sobre la margen izquierda del Tacuary, dice Mitre, apoyaban su derecha en un bosque impenetrable y extenso. Al frente de su línea y sobre el paso, colocó el general dos piezas de artillería en batería y dos reserva, barriendo en su prolongación el camino de la margen opuesta que conducía al paso, el cual limitado por bosques espesísimos hacía imposible todo despliegue de fuerzas enemigas. A la izquierda, se extendía un bosquecillo de arbustos y renovales, en cuya espesura situó dos piezas de artillería emboscadas con el objeto de hacer frente a la fuerza naval enemiga que ya cerraba con sus bates armados la línea del Tacuary. A la espalda se desenvolvía una horizontal, matizada de verdes isletas de árboles enmarañados, que eran otros tantos puntos de apoyo en una defensa; y cerca del paso se elevaba un montículo, que podía servir de castillo y que desde entonces tomó el nombre de “Cerrito de los porteños”, lo mismo que el de Paraguarí”. (1)
En esa posición, el general Belgrano creyó poder esperar tranquilamente los refuerzos que había pedido a Buenos Aires, para reanudar la campaña; y a la verdad, habíase fortificado en un punto excelente, utilizando, como dice su biógrafo, hasta los menores accidentes del terreno. Tan bien defendido como estaba, no había de parecerle posible el éxito de un ataque de aquellas desorganizadoras milicias, que si bien acordaban de triunfar, no supieron sacar partido del triunfo. La empresa tenía que ofrecer, en efecto, un inmenso riego, pues a las ventajas de su posición, inexpugnable por el frente y con barreras enormes por los flancos, había que agregar el estado de su ejército, que acababa de recibir un refuerzo considerable de hombres, municiones y otros elementos. Al pasar el Tebicuary se le habían incorporado al ejército de Belgrano 400 hombres de caballería, y su impedimento y demás elementos ascendían a 40 carretas, un carro de municiones, 3000 cabezas de ganado vacuno, numerosas boyada y 1500 caballos. Tan segura se creía en tales condiciones, que prescindió de las fuerzas de Rocamora, situados en Itapúa, y aun más se desprendió de una compañía de 100 hombres, que al mando del capitán Perdriel, marchó a ocupar el puesto de la Candelaria, al otro lado del Paraná.
Con el resto de sus fuerzas – 900 hombres más o menos – (1) se estableció Belgrano en aquella fuerte posición, tras la barrera al parecer infranqueable del Tacuary.
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(1)Dice el general Mitre que estas fuerzas sólo alcanzaban a 400 hombres, lo que es incierto. El ilustre historiador de Belgrano tiene una inclinación muy marcada a disminuir el número de las fuerzas invasoras: pero valiéndose de sus propios datos, fácil es demostrar que nuestro cómputo es el verdadero. Según el general Mitre (Hist. De Belgrano T. I Capítulo XII) el ejército de Belgrano en Paraguarí era de 700 hombres (lo que damos por cierto, aunque podríamos probar que era más numeroso). Ahora bien, el mismo historiador refiere después, que las pérdidas de Belgrano en aquella acción fueron las siguientes:
Prisioneros…………….120
Muertos………………...10
Heridos…………………15
Total…………………...145
Los cuales deducidos de los 700 expresados, dan el número de 555 a que quedó reducido el ejército porteño después de Paraguarí. Cuando Belgrano inició su retirada, le aguardaban al sur dos destacamentos importantes, uno en Tebicuary y otro en Tacuary. El general Paz comentando la Memoria del jefe porteño, dice a este propósito: “Cuando la acción de Paraguarí se hallaban en Tebicuary 400 hombres con los que se reunió en Tacuary estaba el cuartel maestre General Rocamora con sus Milicias de Misiones a las que no se reunió el ejército, por que se le mandó volver a situarse en Itapúa”. Así fue, en efecto, según refiere Belgrano en su Memoria: llegados los 555 hombres (sin contar los 15 heridos) del ejército porteño a Tebicuary, se le incorporaron, 400 hombres que le esperaban (Descrip. Apéndice pag. 94) con lo cual la fuerza de Belgrano llegó a sumar 955 hombres. De ese punto se puso en marcha hacia Tacuary, ordenando a Rocamora que volviese con fuerzas a Itapúa, y fue a acamparse en la margen inferior del mencionado río. Estando en Tacuary, creyó necesario guarnecer Candelaria y despachó a ese pueblo 100 hombres al mando de Perdriel. Con este fraccionamiento que fue el único que sufrieron los 955 hombres, éstos quedaron reducidos a 855, con los cuales Belgrano se fortificó en Tacuary y fue atacado y vencido por los paraguayos en número de 1000 hombres más o menos, armados en su gran mayoría de lanzas y chuzos.
Tal era el número de las fuerzas porteñas según los datos combinados de su jefe, del general Mitre y del general Paz. Mas, si nos atendemos tan sólo a lo que el mismo Belgrano dejó escrito, ese número resulta mayor. En ejército, dice el general citado en su Memoria, que, cuando llegó a Tebicuary le esperaban allí “el resto de las carretas y como 400 hombres entre las milicias de Yapepý y algunas compañías de caballería de la Patria”. Reincorporadas estas fuerzas, prosigue su marcha al sur y desde Santa Rosa escribe a la Junta pidiendo refuerzos y expone a este propósito que el número de sus infantes armados de fusiles, inclusos los de Yapeyú (que son las milicias de Rocamora) alcanzaba a 500 y su caballería a 400, “de los que ciento ochenta y tres con carabinas” (oficio de 31 de Enero de 1811). La infantería y caballería solamente sumaban, según Belgrano, 950: incluyendo los artilleros de la batería de 6 piezas, es de suponer que pasaran de 1000. Prestando 100 hombres que despachó a Candelaria resulta que Belgrano contaba en Tacuarí con más de 900 hombres.
El jefe paraguayo abarcó en seguida las proporciones de la empresa, y considerando justamente inútil emprender el ataque aisladamente por el paso, barrido por la batería y los fusileros de la opuesta orilla, meditó un movimiento envolvente, que, al cortar las comunicaciones de Belgrano con el Paraná, le permitiera encontrar un terreno accesible para iniciar la acción sobre su retaguardia. A este efecto, hizo reconocer la margen superior de Tacuary, cubierta de espeso bosque virgen franqueado de pantanos, y determinó la construcción de un puente a una legua más o menos arriba del punto que ocupaba. La naturaleza del terreno ofrecía, como vemos, obstáculos enormes a esta obra, en cuya celebridad estribada el éxito del plan, que debía ser sospechado por el enemigo. La dirección del trabajo fue encomendada al comandante D. Luis Caballero, padre del futuro prócer de la independencia nacional, y el anciano jefe paraguayo respondió a esta elección con tan abnegación esfuerzo, que murió después de terminar el puente, a consecuencia de las fatigas sufridas, bajo un sol ardiente, en la fragosa margen del Tacuary.
Entre tanto, el coronel Cabañas había hecho pedir refuerzos al Gobernador, pues no contaba en ese momento, sino con 1000 hombres y 7 piezas de artillería. Velasco, que se encontraba en la Capital, se puso inmediatamente en camino para Yaguarón, de donde despachó el refuerzo pedido, compuesto de 400 hombres y 3 piezas de artillería, al mando de los comandantes don Juan Manuel Gamarra y D. Pascual Urdapilleta, quienes llegaron a Tacuary el 7 de Marzo, a las diez de la mañana.
Cabañas reunió a los jefes y oficiales y les expuso su plan, manifestando, en consecuencia, el propósito de efectuar el movimiento con una batería de 4 cañones, protegida por 112 fusileros y la caballería paraguaya armada de lanzas y solo 80 carabinas y trabucos. (1).
El comandante Gamarra fue de opinión que estas fuerzas eran insuficientes y arriesgarían la acción “por que los enemigos estaban muy fortificados y con cuadruplicado número de armas de fuego”. (2) a cuyo parecer se ajustaron, al fin, todos resolviéndose emprender la marcha ese mismo día (8 de Marzo) con el grueso de las fuerzas, dejando en el Paso, para entretener al enemigo desde el amanecer del día siguiente, 4 piezas de artillería, 77 fusileros y tres compañías de caballería, bajo las órdenes del comandante don Juan Antonio Caballero.
Los jefes del ejército, más experimentados ya en el curso de esta campaña, se ocuparon durante la tarde en revisar a las tropas e imprimirles el mayor orden posible, animándolas, en nombre de la patria, con los sencillos pero enérgicos acentos del viejo idioma nacional, tan intensamente conmovedor para el alma paraguaya. Ya fin de evitar la desordenada confusión ocurrida anteriormente en Paraguarí, resolvieron que todos los soldados llevaran por distintivos, en el sombrero un ramito de laurel y una cruz de palma en la chaqueta. (1)
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(1) Relación de uno de los actores escrita en el mismo día de la batalla y publicada en El Semanario en 10 de Mayo de 1866. los hechos fundamentales, y aún casi todos los detalles, expuestos en esta Relación. Están confirmados con precisión admirable por parte de Velasco y otros documentos, lo que acrecienta el valor de este testimonio imprescindible para darse una idea exacta de aquella brillante acción de guerra.
(2) Relación antedicha, que confirma nuestro cómputo del número de hombres que tenía a sus órdenes Belgrano
(1) Estos distintivos fueron después motivo de extrañas interpretaciones, que adulteraron su verdadero objeto. En un artículo apreciado en el Despertador del Padre Castañeda, en 1820, se escribe que, cuando Belgrano invadió el Paraguay ―persuadieron a los habitantes que aquella era guerra de religión y les hicieron poner cruces en los sombreros; pero cuando se avistaron ambos ejércitos, como ellos no tenían capellán, se veían obligados a oír la misa del ejército, de la Junta, situado a su frente en el cerro
de Mbaé”.es posible que el paraguayo colonial, generalmente muy religioso mezclara su fé con la santidad de su causa y la esperanza de la victoria; pero tales cosas nada tiene que ver con aquellos distintivos, cuyo objeto queda explicado y que, por otra parte, no se usaron en la primera batalla en Tacuary. Sin necesidad de apelar a los documentos de la época, bastará leer con alguna atención lo transcripto para notar las inverosímiles afirmaciones que contiene. Es desde luego, muy extraño que tan furiosos católicos, se aviniesen a oír la misa de los herejes desde una distancia de legua y media. Nada diremos de un ejército semejante, que careciese de capellán: afortunadamente para el honor religioso de nuestros antepasados, la acción de Tacuary recuerda, entre sus héroes, al valiente capellán del ejército paraguayo don José Agustín Molas.
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Todo dispuesto ya a las 11 de la noche, púsose en marcha, a esa hora, la columna compuesta de 1000 hombres y ó piezas de artillería. Bajo el mando superior de cabañas, y dividida en secciones que comandaban Gamarra, Yegros y Urdapilleta. (1) Esta marcha, emprendida en medio de las sombras de la noche, sobre un terreno entrecortado de pantanos y malezales jamás transitados, era la primera prueba a que se sometía la valiente columna que iba a decidir de la suerte del Paraguay. La distancia hasta el puente fue salvada a las pocas horas, y a las dos y media de la mañana las fuerzas paraguayas estaban ya en la opuesta orilla del Tacuary. Pero aquí comenzaba otra etapa todavía más trabajosa, ante la barrera natural de la margen del río, empleándose cerca de tres horas de rudo trabajo para abrir un sendero a machete y sable, entre la enmarañada espesura del bosque. Al amanecer los paraguayos habían traspuesto ya el monte y se dirigían hacia el campo enemigo, atravesando antes nuevamente “un inmenso pajonal y pantanos, que fue preciso romper con sables, pues era tan elevado que montado un hombre a caballo no se distinguía por ningún costado”. En ese momento, empezaron a oírse los primeros tiros de la artillería, que al mando del sargento Pedro Fernández, había quedado en el Paso para distraer con sus fuegos la atención del enemigo.
Salvado el pajonal, el comandante Gamarra despachó a algunos espías para reconocer el camino de Itapúa y observar si no había señales de movimiento de las fuerzas de Rocamora. La columna paraguaya siguió entretanto, dirigiéndose hacia la Capilla de Tupá-ray, donde se encontraba una partida de observación de los porteños, que inmediatamente se replegó a su campamento, anunciando el avance de los paraguayos.
Cabañas situó sus fuerzas debajo de la Capilla mencionada y de acuerdo con Gamarra, Yegros y Urdapilleta, las distribuyó en la siguiente forma: en el centro una fracción de la artillería al mando del capitán don Antonio Zavala protegida por la 3º Compañía al mando de García y su teniente Juan Bautista Acosta; a la izquierda el teniente coronel de artillería don Miguel Feliú con otra fracción, protegida por la 1º Compañía al mando del capitán D. Pedro Juan Caballero y la 4º Compañía a las órdenes de D. José Mariano Recalde; y a la derecha el resto de la artillería mandada por el alférez D. Francisco Guerreros, defendida por la 2º compañía del capitán D. Antonio Tomás Yegros y por la infantería de don Blas José Rojas. Los lenceros de la vanguardia, colocados convenientemente, quedaban siempre bajo el mando del capitán don Fulgencio Yegros y el resto de la caballería a las órdenes de Gamarra.
Al tiempo que estas fuerzas se colocaban en dicha posición, arreciaba el fuego de la artillería de Fernández sobre el campo de Belgrano y los botes cañoneros, al mando de D. Ignacio Aguirre, subían por el río Tacuary, amenazando su blanco izquierdo. Los paraguayos habían ejecutado el plan de ataque con admirable precisión.
El general porteño comprendió en el acto que todo el peligro estaba en el flanco derecho, puesto que el frente era inexpugnable y la amenaza de los botes fácil de ser neutralizada, como lo fue, sin mayor trabajo, por algunas fuerzas al mando del comandante Vidal. Así fue que, apenas le anunciaron los fugitivos de Tupá-ray el avance de la columna de Cabañas, envió para detenerla al mayor general Machaín con un cuerpo de ejército compuesto de dos compañías de infantería, dos cañones, treinta granaderos y la caballería de la Patria. (1)
Los porteños, protegidos por las isletas diseminadas en la llanura, avanzaron cómodamente hasta donde quisieron, y distribuyéndose en tres islas cercanas, bien parapetados y sin ser vistos, iniciaron un vigoroso fuego sobre la línea paraguaya (2). Esta respondió en seguida con igual vigor, pero sin ningún provecho “pues ellos estaban ocultos, dice uno de los actores, y nosotros a pecho descubierto”. Los tiros de cañón y de mosquetería seguían cruzándose con actividad, sin permitir a Cabañas apreciar la situación del enemigo, cuyas fuerzas se habían desplegado en una posición inaccesible a la vista. No obstante, la artillería de Zavala había destrozado bastante el frente de las islas, permitiendo ver a intervalos las piezas enemigas que variaban de lugar. Los porteños, en efecto, habían tenido algunos contratiempos con el desmonte reiterado de un cañón, que sin ser visto por el enemigo, había sido reparado y al fin reemplazado por una nueva pieza. El combate se prolongaba así infructuosamente. Gamarra y Yegros, que recorrían la línea a caballo, observaron de pronto que las municiones empezaban a escasear, y de común acuerdo, resolvieron precipitar la solución del combate, asaltando a arma blanca las posiciones enemigas.
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(1)Este era el número de hombres de la columna paraguaya, según la Relación citada, que confirma plenamente el parte oficial de Velasco. Todavía bajo la impresión del desastre. Belgrano escribió a la Junta que fue atacado por 3400 hombres! Pero el general Mitre, esta vez más moderado, redujo las cifras de Belgrano a menos de la mitad, diciendo que los atacantes llegaban a 1.600. La verdad es que eran 1.000.
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(1) Parte de Belgrano sobre la batalla de Tacuary.
(2)Así lo dice la Relación citada y lo comprueba el mismo Belgrano, que el 15 de Marzo escribía a la Junta de Buenos Aires… “seguramente hubiera sido rechazado (Cabañas con sus fuerzas) si el mayor general a quien mandé contenerle no se hubiera emboscado del modo más ridículo”.
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Dada la orden, las fuerzas paraguayas, haciendo fuego a intervalos empezaron a avanzar, a la vista del enemigo, que no sospechaba el final del movimiento; y el momento oportuno, la caballería desplegada en los flancos, se lanzó a toda carrera sobre las islas, en medio de la estruendosa algarada de los jinetes. Treinta bravos cayeron antes de llegar; pero a poco la artillería porteña había apagado sus fuegos; al pie de uno de los cañones, rodeado por las milicias de Caazapá, era recogido el cadáver de su comandante D. Gervasio Acosta, despedazado por una metralla al lanzarse, sable en mano, sobre la pieza enemiga. En ese mismo momento, el jinete Juan Bautista Agüero enlazaba otro cañón y arrastrándolo por el campo, lo presentaba a Gamarra, como el primer trofeo de la próxima victoria.
La lucha se generalizó entonces cuerpo a cuerpo, pero no duró mucho tiempo. Acosados con furioso empuje, los porteños no pudieron resistir. Las compañías de fusileros al mando de Zaraza y la caballería de la patria, empezaron a desbandarse, y la dispersión tomó enseguida grandes proporciones. El capitán de Artillería Bonifacio Ramos, los capitanes Vázquez, Cabrera y oros oficiales porteños, seguidos de soldados de todas las armas, fugaron precipitadamente hacia su campamento.
Y poco después el mayor general Machaín se rendía a discreción con el resto de sus fuerzas, entregando 130 prisioneros, en cuyo número se incluían 6 oficiales, y todas sus armas y municiones.
Cuando Belgrano tuvo conocimiento de este gran descalabro, concentró rápidamente todo su ejército, y dejando en el Paso un cañón con una pequeña infantería, preparó su línea de defensa. A poco se le comunicó que los oficiales del Paso habían fugado y envió al sargento de artillería Raigada, para encargarse de aquel destacamento. Quedábanse todavía, para defender su retaguardia, según sus informes, 235 hombres, 2 piezas de a 4, y numerosa oficialidad, entre los que se distinguían los comandantes Vidal y García, su edecán Pedro Ibáñez, el capitán Ereñú y los oficiales de campos, Vázquez, Aldao, Sosa, Villegas alazana, Tiribé, Santa María, Sotomayor, Rambla, Núñez y Conejo.
Hallábase Belgrano tomando sus últimas disposiciones en su nueva línea, cuando llegó allí enviado por Cabañas, el capitán don Antonio Zavala con orden de intimarle rendición. El jefe porteño respondió con altivez y dignidad, que “las armas del Rey Fernando no se rendían, ni se entregaban”.
Tan pronto como Cabañas recibió la contestación de Belgrano, hizo mover sus fuerzas con intención de acordonar la línea enemiga y cuando se pusieron a tiro de la batería porteña, rompió ésta sus fuegos, iniciando un vivo cañoneo. Pero el avance continuaba con serenidad. Y viéndose Belgrano irremisiblemente perdido (1) tanteó un último esfuerzo, y después de encargar a su secretario que quemara sus papeles para no caer en poder del enemigo, movió sobre los paraguayos toda su infantería y caballería con ánimo de detenerlos.
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(1)He aquí sus propias palabras: “La pérdida de la división del mayor general, y la fuga vergonzosa de unos con la ocultación de otros cobardes, me pusieron en el triste estado de tropas, que ya he dicho a V.E. en mi expresado parte, reduciéndome a la decisión de perecer antes que caer prisionero, y entre una de las disposiciones que tomé, fue mandar quemar todos mis papeles con el mayor sigilo posible, por si acaso llegaba aquel caso, que ya lo veía sin remedio; y del que salí por una gracia de la provincia, que nos dio un esfuerzo extraordinario a los pocos que quedamos…” Oficio de Belgrano a la Junta Gubernativa, del 14 de Marzo de 1811.
En el acto la artillería de Zavala hizo vacilar con algunos tiros el centro del capitán D. Pedro José Genes, se dirigía al encuentro de la caballería porteña, que a los pocos minutos de tiroteo se puso en retirada, replegándose con la infantería al montículo cercano al paso del Tacuary, donde se levanto en seguida bandera de parlamento.
A su vista, el jefe paraguayo ordenó la suspensión del ataque. Era ya más de medio día: un sol de fuego llameaba sobre la vasta planicie, abrasando, en medio de la atmósfera tranquila y sofocante, a la heroica columna paraguaya, que hacía más de 12 horas permanecía de pié, bregando sin descanso. Nadie había dormido ni reposado un solo instante: a seis horas de marcha entre pantanos y bosques vírgenes abiertos a filo de sable, habían sucedido otras siete horas de encarnizada lucha. Y una sed ardiente aquejaba a todos, en aquel ambiente caldeado por el sol. Pero la columna, firma a la voz de sus jefes, permanecía, dice un testigo, calurosa y enfurecida”. ¿De esta estirpe había de ser aquella generación que pasmó al mundo, durante el lustro épico extinguido en Cerro Corá!
“Se han hecho espectables por su valor, intrepidez y prudencia, escribía sobre el mismo campo de batalla uno de los actores, el general de división don Juan Manuel Gamarra, y asimismo se ha distinguido el comandante de vanguardia don Fulgencio Yegros, el intrépido comandante de caballería don Gervasio Acosta y su segundo don Carlos Santos; el comandante de caballería don Fortunato Acosta, el valeroso capitán don Amancio Insaurralde, el comandante de caballería don Sebastián Taboada, el capitán de caballería don Francisco Barrios, el capitán de caballería don Juan Bautista Rivarola y su teniente don José Antonio Sosa; también se distinguieron en esta acción los tenientes de Urbanos don Fernando Gavilán y don Manuel Ferreira con su alférez don José Mariano Mancuello; los capitanes don Antonio Tomás Yegros, don Pedro Juan Caballero, el intrepidísimo teniente don José Mariano Recalde y los famosos ayudantes don Vicente Iturbe y don Mariano Malladas, como también el teniente de cazadores don José Antonio Yegros, y el teniente coronel don Miguel Feliú. Igualmente el capitán don Antonio Zavala, el alférez don Francisco Guerrero y el Machones don Santiago Feliú… el capitán retirado de caballería don Pedro José Genes y el gallardo soldado de la 4º compañía de Villa Real, don José Mancuello, que entre los dos tomaron dos prisioneros en el avance. Con especial mención, refiriendo interesantes episodios, citada asimismo a los oficiales don Juan Bautista Agüero y don Martín Fleytas, y al valeroso capellán del ejército, don José Agustín Molas, que en lo más recio de la pelea acudía a ejercer su ministerio y a socorrer a los heridos, “hasta llegar a auxiliar a los mismos enemigos”.
El parlamentario de Belgrano, D. Alberto Cálcena y Echeverría, llegó poco después al campo paraguayo prorrumpiendo en ardientes vivas a la patria y al Paraguay; y entrevistando con Cabañas solicitó una capitulación, bajo la promesa de desocupar enseguida el territorio de la Provincia y no volver a hacer armas contra ella.
A pesar de la opinión contraria de Gamarra y Yegros, Urdapilleta y toda la oficialidad, la capitulación fue concedida por el jefe paraguayo, en los términos pedidos por Belgrano, (1) dándosele el plazo de un día para emprender la marcha.
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(1) En la Relación a que nos hemos venido refiriendo, se dice que, habiendo sido consultado gamarra sobre la capitulación pedida, manifestó que, en consideración a los enormes perjuicios ocasionados por los invasores, dicha proposición solo podía aceptarse, bajo la condición de que el enemigo entregase todas sus armas, municiones y bagajes, salvo lo indispensable para la escolta de Belgrano. “Oído por Cabañas esta propuesta, continúa la Relación, dijo a Gamarra que viese a los demás oficiales y les oyese sobre lo mismo, a ver el dictamen de ellos. En efecto se le propuso lo mismo al mayor Ramón Pío de Peña, al comandante de vanguardia don Fulgencio Yegros, al comandante de artillería don Pascual Urdapilleta, al capitán don Antonio Zavala y otros oficiales, quienes unánimes la adoptaron y la aprobaron, de que el mismo Gamarra paso aviso a Cabañas, y cuando se esperaba que así se hubiese verificado, desentendiéndose éste del dictamen de Gamarra y los demás, firmó la capitulación concediendo al general Belgrano se retirase con el resto de su Ejército, con todos los honores de la guerra. Ignoramos los motivos de esta última determinación del general Cabañas”.
El general porteño aprovechó hábilmente la generosa benevolencia de Cabañas, para ampliar las negociaciones en el sentido de una explicación más amplia sobre los propósitos de la expedición; lo que dio pié a una comunicación activa y franca entre los adversarios.
Entre tanto, Belgrano dispuso su retirada, de acuerdo con la capitulación, y a las tres y media de la tarde del siguiente día, las fuerzas invasoras se pusieron en marcha, desfilando en columnas de honor ante el ejército paraguayo, que les tributó asimismo los honores que merecían, con el mismo respeto y serenidad con que 28 horas antes aguardaban la orden de sus jefes para aniquilarlas.
“Al pasar por el campamento de nuestros hermanos del Paraguay, escribió Belgrano a su gobierno, precediendo el recado de atención, hicieron todos los honores debidos a la alta representación que me reviste: salió el general don Manuel Cabañas, su segundo don Juan Manuel Gamarra a recibirme, y acompañarme con toda su oficialidad hasta cerca de una legua, donde nos despedimos con la mayor cordialidad, y merecí los respetos de todos en general y particular, a la par que los oficiales y tropas de la patria de los de su ejército”.
Acampado momentáneamente en Itapúa y después en Candelaria, prosiguió Belgrano con actividad los trabajos iniciados a raíz de la capitulación, en el sentido de la concordia y la unión del Paraguay con las demás Provincias, bajo la dirección superior de la Capital del Virreinato (1).
La campaña terminaba así poniendo nuevamente en pie las mismas gestiones, cuyo fracaso había sido la causa de la invasión. A la verdad, las cosas habían vuelto a su primitivo estado; pero la experiencia y la
comunicación personal, desvaneciendo prejuicios e infundadas ilusiones, permitían ya orientar las negociaciones hacia la única solución posible: la alianza sobre la base de la autonomía del Paraguay.
El general Belgrano era un hombre sincero, un íntegro patriota argentino y su correspondencia marca con gradación acentuada la evolución que se operaba en su propio espíritu, en cada etapa de la expedición.
Hemos visto ya al principio de este capítulo el optimismo con que partió de Buenos Aires. La incorporación de Cálcena y Echeverría antojósele decisiva para el éxito, atribuyendo a este improvisado caudillo un prestigio fabuloso, cuyo fundamento no hemos podido averiguar. Aunque atenuada después esta ciega confianza, su entusiasmo y su fé no decaen al pisar territorio paraguayo. El pasaje del Paraná, que imaginó bien defendido, y se realizó con tanta facilidad, fue a sus ojos la revelación del menguado espíritu y de la debilidad material de la resistencia. Y la precipitada retirada de las partidas volantes que encontraba en el camino, acentuó esta creencia, que se convirtió en la más profunda convicción, cuando a mediados de Enero se puso a la vista del ejército paraguayo. Refiere a este propósito el general Mitre, que una noche, antes de la batalla de Paraguari, hallándose Belgrano en su tienda “a solas con su secretario don José Milá de la Roca, español que le había acompañado en calidad de amigo, el general patriota le confió sus impresiones y propósitos”. Ambos consideraban la disposición y el número de sus soldados y la lejanía de su base de operaciones; pero el general Belgrano le dijo con gran convicción acerca de los paraguayos. “Esos que hemos visto esta tarde no son mayor parte sino bultos; los más no han oído el silbido de una bala y así es que yo cuento con la fuerza moral que está a nuestro favor”.
El general porteño había llegado también a percibir, a pesar de su incomunicación casi completa con los paraguayos, los ecos del intenso descontento público, y antes de iniciar la acción, creyó emplearlo hábilmente a favor de su causa, anunciando en una proclama que hizo distribuir con profusión en el campamento de Velasco, el programa de la campaña expedicionaria. “El ejército de Buenos Aires, decía Belgrano, no ha tenido objeto que libertaros de la opresión… quitaros el servicio inicuo de las milicias y poner un comercio franco de vuestras producciones”. La opresión económica y el servicio militar precisamente las dos grandes causas de aversión contra Buenos Aires que su representante creía cándidamente poder desvanecer con una proclama lanzada en vísperas del combate, en medio de un pueblo escarmentado durante siglos de lucha obscura y estéril protestas.
Mientras de este modo creía Belgrano aumentar el número de sus imaginarios adeptos, seguía mirando con desprecio el movimiento de las milicias paraguayas: “siempre observaba, dice en su Memoria, el mismo desorden en sus formaciones y en sus fuegos, y no me causaron el más leve daño. Esto me hizo resolver el atacarlas”.
El ataque se efectuó, según ya hemos referido. Y a partir de esa acción, las ideas del general sufrieron un cambio, que siguió en sentido inverso la misma gradación de su reciente optimismo. “Estoy convencido, escribió a la Junta de Buenos Aires, que este país no quiere perder los grillos. Todos los individuos de la sociedad paraguaya son enemigos de nuestra causa”, agregando que no habían producido el más insignificante efecto cuantas gacetas y proclamas había hecho circular. Al efectuar su retirada, el 19 de Enero, anunciaba, no obstante, que su plan era concretar sus fuerzas en el Tebicuary, para reanudar el ataque. “Volveré sobre el enemigo, decía, y procuraré aprovechar la disposición y ardor con que las tropas han jurado exterminar al enemigo”. Pero 12 días después, a pesar de que la concentración anunciaba le permitía disponer de un ejército superior al que operó en Paraguarí, había cambiado de parecer, optando por la defensiva. La caballería de Yegros picábale ya la retaguardia, cuando Belgrano fue a fortificarse tras la abrupta del Tebicuary, escribiendo, antes, a la Junta de Buenos Aires: “Cuando menos necesito1500 infantes y 500 de caballería para la empresa de la conquista del Paraguay… y aun ese número sería insuficiente si así como hay hombres para espantarlos e incomodar fueran guerreros”. Después de su descalabro en Tacuary, Belgrano se convenció definitivamente que sus enemigos no eran bultos sino guerreros, manifestando que había optado por las gestiones pacíficas” ya que ni con mis fuerzas ni con las que he pedido á V.E. podía vencérseles en el estado de entusiasmo en que digo se hallan.
El general porteño sintetizaba, al mismo tiempo, sus impresiones sobre aquella memorable acción, en las siguientes líneas que por venir del propio enemigo, constituyen el más imparcial y elevado juicio sobre el patriotismo, el valor y la paciente abnegación del pueblo paraguayo: “V.E. no puede formar una idea bastante del estado de ceguedad en que se halla la Provincia… y a qué grado de entusiasmo han llegado, bajo el concepto que oponiéndose a las miras de V.E., defienden la patria, la religión y lo que hay de más sagrado.
“Así es que trabajando para venir a atacarme de un modo increíble, venciendo imposibles que sólo viéndolos pueden creerse: pantanos formidables, el arroyo a nado, bosque inmenso e impenetrable, todo lo
ha allanado. Qué mucho! Si las mujeres, niños, viejos, clérigos y cuantos se dicen hijos del Paraguay, están entusiasmados por su patria‖ (1)
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(1)Oficio de Belgrano a la Junta, del 14 de Marzo de 1811.
CAPITULO V
LA INDEPENDENCIA
Celebración de la batalla de Tacuary: - Alborozo público – Perjuicios materiales ocasionados por la invasión porteña – Importancia de su efecto moral – Hechos precursores de la independencia – Ojeada retrospectiva – El pueblo y sus caudillos durante el período colonial – Influencia de los jefes militares – Orientación de la defensa, peligrosa para el gobierno – Desprestigio de Velasco: hechos que lo acentúan. Los vencedores de Tacuary . El caudillo don Fulgencio Yegros – Diplomacia de Belgrano – Evolución de las ideas conservadoras – Temores de Velasco: medidas que los revelan. Plan de Velasco – Expedición contra Corrientes – Agravación del descontento público – Manifestaciones subversivas – La gran conspiración: sus jefes y promotores – El 14 y 15 de Mayo de 1811
El triunfo de nuestras armas en Tacuary fue conocido en la Asunción cuatro días después de la batalla.
El triunvirato capitular que ejercía el gobierno, en ausencia de Velasco, recibió la noticia cuando más empeñado se hallaba en aumentar los recursos de la defensa, (1) e inmediatamente anunció al pueblo el éxito de la memorable jornada, invitándole a asociarse al júbilo del gobierno, con iluminaciones y fiestas religiosas. Grande fue el alborozo popular. La iluminación de las cosas duró tres días; el 14 celebrándose en la catedral solemnes oficios en acción por la victoria; y el 18 tributáronse, con la posible pompa, las honras fúnebres de los “Libertadores de la Patria” que cayeron en Tacuary.
Por su parte el gobernador Velasco, que se encontraba en Yaguarón, tan pronto como se enteró del triunfo, se puso en camino para el campamento paraguayo, celebrando el feliz suceso con una marcha triunfal por los desolados pueblos de Misiones.
Pero todas esas alegrías tenían su contrapeso en las naturales consecuencias de la guerra.
La campaña, aunque relativamente corta, había puesto en conmoción a toda la Provincia, desviando del cauce normal sus más vitales energías. Los escasos medios de movilidad con que contaba el gobierno, la carencia de una impedimenta regular, que tenía que formarse con acopios parciales, a grandes distancias, y todas las secuelas, en fin, de la desorganización militar, exigieron el empleo incesante de un considerable número de brazos independientemente los que componían las Milicias. Y la exigüidad del erario tuvo que suplicarse con las requisas y apropiaciones violentas de los bienes particulares, que jamás tuvieron compensación. De manera que a los perjuicios de la invasión, agregábanse, en proporciones mayores, los que originaban las exigencias apremiantes de la defensa.
“Esta guerra, decía después el gobierno paraguayo al embajador español en el brasil, fue tan dispendiosa por el aparato de su preparación, que sería difícil hacer a V.E. el cuadro de los males, ruinas y perjuicios que ha ocasionado. Se gastaron sobre cien mil pesos de la Real Hacienda, se puso en movimiento y se hizo marchar a más de diez mil hombres, todas a costa de ellos mismos, y con total abandono de sus particulares ocupaciones y atenciones; pues aunque se formaron algunos cuerpos a sueldo, nunca se les efectuó la paga. El transporte y mantenimiento de tanta gente y de los aprestos de guerra se hicieron también a expensas de los demás vecinos. Ganados, caballos y carruajes, todo se tomaba y quitaba por fuerza o de grado, y todo se consumía o se perdía sin paga, sin compensación y sin arbitrio. Se a todo esto se agregan los daños inevitables, que forzosamente debía causar el Exército contrario, y al mismo tiempo la falta de todo comercio con los muchos frutos del país estancados, sin giro ni esperanza o medio de tenerlo, puede V.E. figurarse a qué apuro y desolación llegaría la Provincia. (1)
Los perjuicios materiales ocasionados por la invasión de Belgrano fueron, no obstante, insignificantes ante la magnitud de su efecto moral.
Aquellas dos Provincias, partes de un organismo que se dislocaba, pudieron al fin conocerse mejor en una lucha franca, que teñía de sangre la aurora de una nueva vida.
Al mismo tiempo, el Paraguay se dio cabal cuenta de sus fuerzas y de su situación.
Profundas corrientes agitaban el espíritu de la Provincia, en medio de los afanes de la defensa: despertaban energías dormidas; se orientaba, afianzándose, el viejo vínculo nacional.
Y así que del campo victorioso de Tacuary, donde creyó Velasco haber sepultado la revolución, surgió el Paraguay revolucionario.
Examinemos brevemente el fatal encadenamiento de los hechos.
Ante la actitud veladamente imperativa de la Junta Provisional, el fracaso de la misión de Espínola significaba la ruptura de las hostilidades.
El Gobernador abarcó en seguida las proporciones del peligro. Actor en la reciente guerra contra los ingleses, conocía la audacia y el valor de los criollos bonaerenses; y en su calidad de jefe superior de la Provincia, estaba más que nadie informado de la exigüidad de sus elementos bélicos y de la debilidad de sus milicias: ni armas ni tropas (1).
Pero Velasco no hesitó. Militar pundonoroso, de honrosa foja de servicios, creyó que su deber estaba en la resistencia, y optó por ella sin vacilación (2). Acaso influyera también en su ánimo la firme decisión del Cabildo, que sabía lo que en Buenos Aires se ignoraba: el estado de la opinión. Existía, en efecto, un factor superior a todas las dificultades: el pueblo sufrido, paciente, infatigable, unido en una sola alma en su celoso localismo. Y aunque Velasco, como militar confiara muy poco en sus condiciones guerreras, no tenía más remedio que apoyarse en él. Más, para poder contar con ese factor, en su integridad, sacar de él todo el provecho posible, sin tropiezos, con la rapidez que exigían las circunstancias, necesitaba atraerse el apoyo decidido de sus directores. Y fue cabalmente lo que hizo.
Para apreciar la actitud del gobernador, es necesario conocer la fuerza que representaban esos directores. En medio de su aislamiento y general incultura, de su desordenado sistema económico, administrativo y militar, la Provincia tenía su centro y sus jefes, supervivencias degeneradas de los fieros caudillos de la conquista: no eran ya bandos con miras políticas, sino agrupaciones formadas por las mismas condiciones del país en rededor de los más fuertes. Era un caudillismo sui géneris, pero de un poder inmenso.
En 1778 escribía el gobernador Pinedo, refiriéndose a las convulsiones del Paraguay, desde comienzos del siglo XVIII:
“Todas estas alteraciones tuvieron su origen en los más poderosos del país, como son los Encomenderos, y los gobernadores no hallaron fuerzas con que oponerse a ellos, porque la Milicia que debía estar sujeta a sus órdenes, lejos de obedecer, seguía la facción contraria, y esto por dos motivos que disminuyen su culpa, aunque del todo no lo absuelva.
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(1)La noticia se recibió en la Asunción el 13 de Marzo, y precisamente el día anterior los Sres. Haedo, Carísimo y Bedoya, que ejercían el gobierno interino, habían resuelto activar la instalación de una fábrica de pólvora, bajo la dirección de don Agustín María Antúnez, ordenando que prestaran su cooperación, en la forma que fueran solicitados, todos los jefes militares “corregidores, cabildos; administradores de los pueblos de indios, jueces comisionados y demás autoridades de los pueblos de campaña” (M.S. del Archivo Nacional – Garay , obras citada).
(1)M,S. del Archivo Nacional – Garay. Obra citada
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(1) Velasco no se imaginó el partido que podía sacar de esas milicias: las consideraba casi inservibles contra tropas regulares, en una lucha campal. Véase más adelante.
(2)El Dr. D. Pedro Somellera, ex asesor de Velasco, dice no obstante en sus ―Notas a la obra de Rengger, que la resistencia del Gobernador y de toda la Provincia fue debida Exclusivamente a la misión de Espínola. He aquí sus palabras: “Si Buenos Aires se hubiera valido de un correo que trajera los pliegos, quizá todo se hubiera logrado sin estrépito. El gobernador Velasco hubiera entrado por el aro. El estaba persuadido que la dinastía de los Borbones había concluido en España. Desde que él supo que sus amigos Azama y Ofarril (de quien Velasco había sido ayudante en el Rosellón) seguían el partido de los franceses, dio por perdido todo para Fernando VII, y creía inoficiosas todos los esfuerzos de las juntas instaladas en España. El Cabildo compuesto de españoles, en su mayoría, no se oponía al cambio y habría reconocido la Junta de Buenos Aires tragando la píldora envuelta en oropel a nombre de Fernando VII. Del Ilustrísimo Obispo D. Fray García Panés, no hay que decir: él acababa de llegar al Paraguay de la corte del Rey José Napoleón a quien había besado la mano al despedirse, según nos lo contó “La Gaceta de Madrid”. Todo era dispuesto y hacía esperar un reconocimiento sin discusión, pero del 20 al 22 llegó Espínola a la Asunción conduciendo los pliegos de Buenos Aires y todo se trastornó con este solo hecho”.
Algunos escritores, cuya única fuente era Somellera, han afirmado más o menos lo mismo, creyendo en inevitables contradicciones.
Es cierto y así ya lo hicimos notar que la elección de Espínola fue un gran error de la Junta, pues su carácter turbulento y las enemistades que tenía en el Paraguay, le hacían impropio para una misión tan delicada; pero de ahí a afirmar que todo era favorable a las ideas de Buenos Aires y que la presencia del comisionado bastó para hacer contramarchar todos los acontecimientos, es renovar el caso milagroso del Dr. Francia en un orden parecido. Desde luego conviene tener presente que Somellera se limita e expresar una conjetura. “Si Buenos Aires se hubiera valido de un correo, dice, quizá todo se hubiera arreglado sin estrépito. Todo hacía esperar un reconocimiento sin discusión”. Esta conjetura, que ha pasado a categoría de dato histórico, está basada en una impresión personal de todo punto falsa. El Dr. Somellera se dio muy escasa cuenta del medio en que se encontraba, como ya vimos en páginas anteriores y es natural que sus apreciaciones adolezcan de ello.
No conocemos una prueba de la buena disposición del Paraguay para someterse a la Junta Provisional, antes de aquella misión. Y en cambio son numerosas las que hemos presentado en contra de su posibilidad. Si alguna consideración de orden personal pudo mover a Velasco contra Buenos Aires no sería exclusivamente la persona del coronel Espínola, cuya intervención podía suprimirse sino la certidumbre de que éste venía autorizado a reemplazarle, esto es la intención de la Junta. El comandante de Villa Real fue, pues, un admirable instrumento para avivar la resistencia, pero de ningún modo su causa dadas las bases de las negociaciones de la Junta, en aquella ocasión la oposición del Paraguay se habría manifestado con cualquier intermediario. Prueba irrefutable de esta verdad es que cuando en Agosto recibió el Cabildo por correo algunos oficios de la Junta
Provisional, le contestó que sólo obedecería las órdenes del Rey representado por la Junta de Regencia de España, “a cuyas órdenes se halla sujeta y sumisa toda esta Provincia”. Prueba de la firme resolución de Velasco, de no reconocer la autoridad de la Junta, ni la de ninguna otra americana, es que aun después del 14 de Mayo siguió conspirando con el cabildo contra el gobierno surgido de la revolución. Y prueba de la firme decisión del Paraguay por su autonomía, es la historia de su independencia.
“Las Gentes Milicianas, que eran todas las del País, eran y son Pobrísimos; necesitaron y necesitan del auxilio de los Poderosos, y por esto se rendían fácilmente a sus influjos.
“Lo segundo, que en toda esta Provincia usan los naturales el idioma Guaraní y tiene particular empeño para la persuasión el idioma nacional, al mismo tiempo que infunde recelo y sospecha la explicación de diverso lenguaje cuando no se comprenden ni medianamente la Española, que es la única que han usado los gobernadores citados, y todos los demás que han tenido el mando de esta Provincia, fuera de tal cual del País que le a gobernado interinamente.
“Ninguna de estas revoluciones, ni la nota de infiel y revelde que tiene esta provincia, hubiese padecido si los Gobernadores hubieran tenido Tropa a sueldo a su disposición con que hacerse respetar y atajar las viciosas cavilaciones de los más poderosos, a cuyas sugestiones se acudían por necesidad los demás habitantes pobres, pues generalmente reconozco en todos una gran sumisión y obediencia, lo cual solo lo ha alterado algún poderoso por sus intereses, venganzas y pasiones particulares, conmoviendo a los pobres, que le necesitaban, y pintando y persuadiendo su Justicia, con el idioma nacional que tiene tanto imperio para persuadir y dispones los ánimos contra quien lo ignora”. (1)
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(1) Muchos reniegan del guaraní, que hemos comenzado a hablar en nuestra infancia, a la par del castellano. Tienen sin duda sus razones, que respetamos. Es indudable que el guaraní, idioma inferior, incapaz de traducir las elevadas concepciones del espíritu, irá reduciéndose naturalmente hasta desaparecer con el tiempo, pero no podemos mirarle con ese desprecio superficial y adquirirlo con que otros le miran. Ultima reliquia, que nos queda, de una gran raza desaparecida, ha tenido una misión y la ha cumplido. Fue no hay duda, un gran elemento de cohesión en la trabajosa formación de nuestra nacionalidad. ¡Idioma nacional! Le llamaba ya en 1777 el gobernado Pinedo, señalando su poderosa influencia en las muchedumbres paraguayas. Este vigoroso medio de expresión ha sido, en efecto, por más de tres siglos el cauce por donde corrieron los más hondos sentimientos populares; en ese idioma saludaron nuestras milicias la alborada del día de Mayo; y sus enérgicos acentos acompañaron, después, el sonido del clarín, en nuestras epopeyas guerreras.
(1) M.S. del Archivo Nacional. Correspondencia de D. Lázaro de Rivera
Casi todos estos Poderosos eran miembros del Cabildo y jefes de las Milicias. Estos últimos eran los verdaderos caudillos, cuyo influjo molestaba y entorpecía al mismo gobierno.
“Lo que abulta la lista espantosa de las calamidades del Paraguay, decía en cierta ocasión, muy indignado, el gobernador español Lázaro de rivera, se manifiesta en el abuso intolerable que hacen de su autoridad los que aquí llaman Jefes Militares, los cuales se avanzan a todo, favorecidos del desorden que por todas partes reina”. (1) Y en efecto, tenían tal conciencia de su poder que a veces se permitían discutir y desobedecer las órdenes superiores.
En 1805 el gobernador ordenó al comandante D. Pedro Gracia que para completar un contingente de 1000 hombres pedido por el Virrey, procediera con la mayor brevedad a empadronar y filiar la gente necesaria. Gracia no estuvo conforme con el empadronamiento y el contestó: “El empadronar y filiar que V.S. me previene, ahora no hay necesidad, ni debe hacer, juzgado excusada esa operación y por tanto determino que no se verifique”. No se trata de una indicación, sino de una orden; pero el jefe paraguayo no quiso cumplir y no la cumplió. El gobernador se dirigió al Virrey, denunciándole la insubordinación de su comandante; pero su denuncia no tuvo afecto alguno.
No se le podía ocultar a Velasco el peligro que corría su autoridad, apoyándose en tales elementos. Pero no tenía otro camino, y acaso se lisonjeara de salir airoso de las primeras dificultades, avivando en provecho de su causa la animosidad de la Provincia contra la capital del Virreinato. El Congreso del 24 de Julio pudo colmar sus esperanzas. Además contaba con la absoluta adhesión de sus actuales jefes de milicias, que le fueron en efecto fieles, aunque inútiles, en el momento más necesario.
Pero al organizar la defensa de un modo invencible, tuvo que poner en juego un cúmulo de energías, cuya dirección no alcanzó a prever. El mismo no conoció, sino muy tardíamente, el poder de las fuerzas que entraban en acción.
Los acontecimientos se precipitaron bien pronto por su declive natural, favorecidos por la conducta de Velasco. El advenimiento de un nuevo régimen se iniciaba de un modo inconsciente, en medio de las entusiastas adhesiones a la causa española.
El gobernador comenzó por compartir su autoridad con los miembros del Cabildo, cuyo dictamen decidía en los asuntos de gobierno: a este efecto se le adjuntaron dos miembros para el despacho de los negocios. Y cuando las exigencias de la defensa obligaron a Velasco a ausentarse de la capital, ejerció el gobierno de la Provincia un comandante de Milicias y los miembros del Cabildo, sucesivamente.
Estos cambios de gobierno accidentales, en momentos de ansiedad y alarma, trajeron una gran confusión en los asuntos administrativos, y afirmaron en la conciencia pública la debilidad de Velasco para resistir y sostenerse con el sólo de su autoridad. Esta debilidad se convirtió bien pronto en impotencia cuando la cobardía de Velasco se exhibió de un modo inesperado a los ojos atónitos de la Provincia.
Dejemos aquí que los mismos actores nos revelen sus impresiones.
“Se asombrará V.E. al oír lo que sucedió, escribía la Junta del Paraguay al Marqués de Casa Irujo. En los campos de Paraguarí mandaba don Bernardo de Velasco en el centro de nuestro ejército, donde se tenía la mayor fuerza; pero apenas divisó en la madrugada del 19 de Enero que el enemigo avanzaba rompiendo el fuego, abandonó su puesto, huyó ignominiosamente y fue por parajes extraviados a ocultarse en la cordillera llamada de los Naranjos, de donde no volvió hasta que los nuestros habían ganado la acción. A su ejemplo se deja comprender lo que ejecutarían otros, especialmente sus más adheridos, fatalidad que pudo ocasionar nuestra derrota, si felizmente estimulados de su propio pundonor los Patricios que quedaron en el mismo centro y las que componían las dos divisiones apostadas a los lados, no hubiesen sostenido el fuego y rechazado con ventaja al enemigo. Este tuvo ocasión y tiempo de retirarse y retroceder sin oposición ninguna hasta Misiones, porque nuestro ejército aunque victorioso estaba sin general y sin cabeza que tomase disposición alguna. Al fin se dispuso seguir y atacar al enemigo acompañado en Tacuary; pero don Bernardo de Velasco, lejos de marchar a esta empresa, se retiró al pueblo de Yaguarón, donde se mantuvo entretenido en diversiones. Se echaba, no obstante, la voz de que iría a mandar el ataque en Misiones; pero los más cuerdos y prudentes ya no daban crédito alguno; y así fue que no se movió de Yaguarón hasta que volvió a tener aviso de que nuestro ejército de Patricios había triunfado otra vez en Tacuary. Entonces voló a Misiones, no a pelear, porque ya no había con quién”.
Durante su residencia en Yaguarón, el gobernador no permaneció sin embargo inactivo; y a la vez que observaba el curso de la campaña, empezó a desarrollar un nuevo plan de defensa con el auxilio de las fuerzas portuguesas, poniéndose en inteligencia con don Diego de Sousa, capitán general de Río Grande. Es posible que Velasco obrara en previsión del peligro giro que podía tomar la guerra, si nuevos contingentes vigoraran las desalentadas fuerzas invasoras. Pero es lo cierto que las comunicaciones con Sousa prosiguieron después de la retirada de Belgrano y no pudieron pasar completamente inadvertidas. No podía haber imaginado el gobernador un expediente más a propósito para atraerse la desconfianza y la antipatía general.
Mientras la cobardía y la sospechosa conducta del gobernador minaban profundamente su prestigio, la flor de la aristocracia paraguaya se había colocado a la cabeza de las Milicias, conduciéndolas por dos veces al triunfo: oficialidad improvisada en su gran mayoría, bajo la dirección de jefes inexpertos, y al frente de soldados bisoños.
“A las armas, valerosos habitantes” había dicho Velasco en su última proclama. “Soy viejo en la guerra. Moriré con gusto en medio de vosotros”. Y a la primera carga del enemigo, el viejo guerrero y su mayor general abandonaron el campo precipitada fuga, dejando la suerte de la Provincia en manos de los criollos. “De este modo decían después sus propios oficiales, se atrajo don Bernardo de Velasco el común desprecio”.
Es natural que al apagarse tan infelizmente el prestigioso renombre del veterano del Rosellón, habríanse despertado en aquella juventud ardorosa la conciencia de su propio valer. Ella se atribuía con justicia exclusivamente la victoria. En medio del desordenado paisanaje, improvisado en fuerza militar, pululaba una multitud de energías nuevas, envanecidas por el triunfo. Se esforzaban los futuros caudillos de la revolución, y entre ellos se destacó, desde el principio, por su arrojo y su generoso corazón, el jefe de la vanguardia, don Fulgencio Yegros.
El futuro prócer tenía también de su parte su noble abolengo: pertenecía a una antigua y acaudalada familia, que había dado a la Provincia hombres de primera fila, casi todos militares.
Sin remontarnos muy atrás – pues el apellido Yegros lo encontramos desde el siglo XVII, vinculado a importantes acontecimientos – bastará citar entre los antepasados del nuevo caudillo al maestre de campo, justicia mayor y capitán de guerra de la Provincia don Fulgencio Yegros y Ledesma, que ejerció el
gobierno del Paraguay en 1767. El hijo de éste y padre de Fulgencio Yegros, fue el teniente coronel don José Antonio Yegros, uno de los paraguayos más distinguidos de su tiempo, y por la naturaleza de sus cargos militares y civiles, ejerció una gran influencia en la campaña del Sud. (1)
Fulgencio Yegros heredó esa triple fortuna tan apreciada y valiosa entonces: la noble cuna, la riqueza material y el prestigio de un nombre influyente y respetado. Oriundo de Quyquió, donde el viejo comandante Yegros solía residir largas temporadas, fue educado en la Asunción, haciendo sus estudios en la misma escuela donde Francia se había preparado antes de su ingreso en la Universidad de Córdoba.
Bien pronto fue llamado a pagar el tributo que la provincia exigía de sus hijos: el servicio militar. En aquellos momentos recrudecían las viejas cuestiones con Portugal, y Yegros inició su duro aprendizaje en la defensa de la frontera norte, donde a principios del siglo XIX le encontramos con el grado de Alférez (1).
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Don José Antonio Yegros “sujeto de la primera nobleza de esta Provincia” según reza un testimonio del Cabildo, comenzó a figuraren el ataque contra el fuerte de Igatimí, tomando a los portugueses, y en donde según una información de sus méritos “fue Yegros el oficial que más se expuso, debiéndose a su celo, en mucha parte, la gloria de que disfrutaron en esa expedición las armas de nuestro legítimo abandono”.
En 1779 aparece con el grado de sargento mayor. El mismo año el gobernador Melo le comisionó a Buenos Aires, para una importante gestión relacionada con el gobierno y el Cabildo de la Asunción le dio su representación para seguir en la capital del Virreinato el litigio de límites con la provincia de Corrientes.
Cuando en 1781 el Virrey ordenó el envió de 1000 soldados paraguayos el Río de la Plata, el Comandante Yegros fue designado jefe de dicha fuerza, que partió a mediados del mes de Junio. Don José Antonio Yegros desempeñó muchas otras comisiones y empleos de carácter civil y militar gozando del más alto concepto por su pericia, capacidad y honradez. Las inclemencias del Chaco no le fueron desconocidas, habiendo sido, en ocasiones, compañero del célebre catequista, el padre Amancio González y Escobar.
Fue comandante de las tropas encargadas de fundar Curupayty y Humaitá, interviniendo en la ubicación estratégica de estos fuertes.
En 1780 era comandante general de las Milicias y Nuevas poblaciones del Sud. El gobernador Alós le nombró posteriormente primer comandante de Milicias con el grado de teniente coronel y Sud delegado intendente de las Misiones.
(1)En 1807, el Teniente Fulgencio Yegros se hirió gravemente en Montevideo, durante la defensa del Río de la Plata contra las Invasiones Inglesas (Carta del Cadete Antonio Tomás Yegros, fechada en Capilla de Piedras el 22 de Enero de ese año, dirigida a su pariente don Juan Tomás). (Nota de los Editores).
Al estallar la revolución de Buenos Aires, se encontraba Yegros en toda la fuerza de su juventud.
Ascendido al grado de teniente, habíase retirado temporalmente a su establecimiento de Quyquió, cuando ocurrieron los acontecimientos precursores de la invasión porteña. Iniciada la organización de la defensa, el gobernador Velasco fijó en él su mirada para una misión importante, en la que, según vimos en el capítulo anterior, empezó a revelar sus aptitudes, realizando su cometido con tanto tino, inteligencia y valor, que mereció una distinción especial departe del gobierno.
Cuando Belgrano se acercaba al Paraná, el teniente Yegros hallábase en la frontera de Ñeembucú al mando de una pequeña fuerza de caballería, y su nombre comenzaba a sonar con honra en las filas del ejército: en su proclama del 18 de diciembre, el gobernador Velasco señalaba ya a la consideración pública “a los valerosos comandantes de las partidas del Paraná, don Fulgencio Yegros, y don Pablo Thompson”.
Cúpole así la suerte de haber sido, entre los revolucionarios de Mayo, el primero en poner a prueba su decisión mereciendo mención tan honrosa a un documento destinado a excitar el sentimiento popular, y cuyo eco repercutió en toda la provincia. El prestigió naciente del valiente oficial reafianzó después de la victoria de Paraguarí: fue una verdadera exaltación, que colocaba a un simple teniente de caballería, en primer término, entre los vencedores de las fuerzas porteñas. Y su forma que corría ya por el ejército, se extendió a todo el país, consagrada por la voz más autorizada del clero paraguayo: el padre Amancio González y Escobar. En la oración patriótica que pronunció en la Catedral, celebrando aquella acción de guerra, el reputado sacerdote señalaba y Yegros y a Gamarra como a los únicos héroes de la victoria. “El mismo Dios, decía el orador, que destinó a aquellos famosos caudillos Moisés y Josué para liberar a su pueblo de la opresión en que vivía, eligió asimismo a los dos insignes y valientes héroes Yegros y Gamarra, a que movidos de un mismo espíritu y celo defendieran la Provincia del Paraguay del General Belgrano, que quería subyugarla a la sinagoga de buenos Aires… Vos, Señor, nos habéis librado del lazo de los traidores eligiendo por defensores de la provincia, a los dos valientes guerreros Yegros y Gamarra, por cuyo medio habéis vencido a nuestros contrarios” (1).
Cuando se considera la edad y baja graduación del militar, elevado súbitamente a tan grande altura, forzoso es convenir no solo en que su acción en la batalla debió haber sido decisiva, sino en que poseía cualidades superiores al nivel general de las medianías.
Ascendiendo a capitán, don Fulgencio Yegros fue colocado al frente de la vanguardia. Y en la batalla de Tacuary figuraba ya como comandante al lado de Gamarra y Urdapilleta, participando de uno de los ataques más impetuosos que decidieron la victoria. Cuando se retiró el ejército invasor, Velasco “condecoró” a don Fulgencio Yegros con el grado de teniente coronel, nombrándole teniente-gobernador de Misiones.
Así surgió y se fue agrandando en medio de esta corta campaña la figura del nuevo caudillo. Es lástima que los documentos sean tan lacónicos. Hubiéramos deseado presentar los hechos y los actos en mayor-relieve. Los antecedentes que damos bastan, sin embargo, para explicar la influencia de Fulgencio Yegros, que descolló sobre todas las influencias de su tiempo, como nos prueba su actuación preponderante desde el 14 de mayo.
La brillante aparición del joven militar, la rápida resonancia de su nombre y la rapidez todavía mayor de sus ascensos, llaman desde luego la atención, pero se explican con los testimonios expresivos de la época. Si el gobernador Velasco, extremadamente mezquino en sus recompensas, las otorgó tan grandes al modesto oficial de 1810, con riesgo de despertar emulaciones peligrosas, es porque una gran fuerza le movía a ello. Y en esa fuerza – su mérito propio y la opinión pública- se cimentó el prestigio del futuro Presidente de la Junta Gubernativa. (1)
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(1) “Sermón en acción de gracias por la célebre victoria que obtuvo nuestro ejército el día 19 de Enero de 1811”, por el Presbítero Amancio González y Escobar.
(1)Parece increíble cómo los prejuicios sobre los hechos y los hombres llegan a velar la vista del historiador, a punto de no ver la luz que fluye de los documentos que consulta. La obsesión de Francia ha producido el raro fenómeno de no poderse ver nada relativo a la independencia, sino al través de su persona: y sobre todo nada que redunde a favor de quien fue la principal víctima de sus maquinaciones políticas primero, y de su larga tiranía, después.
Uno de los talentos más claros y profundos que hemos conocido, el doctor Garay, trató de inquirir si Yegros obtuvo el grado de comandante inmediatamente después del de capitán o si pasó por el grado indicado en el escalafón. Y se inclinaba a este último, porque “no perece creíble, decía, que Velasco, que escatimó las recompensas al extremo de no premier los servicios del jefe que la que dirigió, ni de otros meritorios oficiales, se mostrara con Yegros tan injustificadamente pródigo (por muy fervoroso realista que fuese) a trueque de suscitar descontentos más peligrosos entonces que nunca”. El doctor Garay trataba así de despejar una incógnita relativamente sin importancia, y no veía el hecho capital citado por él mismo: el que entre jefes y oficiales, algunos de la mayor confianza del gobierno, que le permanecieron fieles hasta después de la revolución, pertenecientes a las primeras y más influyentes familias de la Provincia, Fulgencio Yegros fue el único en sus ascensos y rápida carrera. Tan extraordinaria excepción hecha a favor de un joven oficial, en los momentos más delicados para el gobierno, no revela acaso por sí sola la existencia de poderosos motivos determinantes? Y esos motivos son los que hemos expresado arriba, a la luz de pruebas irrefutables.
El origen y afianzamiento del prestigió de Fulgencio Yegros surge así con claridad de los documentos de aquel tiempo. Si no fueron su valor y excepcionales méritos los que le impusieron a la consideración pública ¿cómo explicarse la ardiente apología del más reputado orador sagrado de su tiempo, el íntegro y abnegado sacerdote don Amancio González y Escobar?
Si su españolismo fue la única causa de su encubrimiento ¿qué explicación tendría la postergación de otros que lo fueron en mayor grado, y sobre todo, la influencia que ejerció en la clase militar y en el pueblo paraguayo, después de la caída del poder español? .
¿En virtud de qué causa maravillosa, que sea la que nos, dan los mismos documentos, habría llegado a ser don Fulgencio Yegros, el jefe de los Patriotas, ocupando el primer puesto en el gobierno nacional?
Desgraciadamente, este gran corazón llevaba en sí mismo la causa de su ruina, en el período que le cupo actuar. Su sincero y elevado patriotismo, que se impuso más de una vez en el campo de batalla y en el camino del deber, era incapaz de desistir las tortuosas cábalas de las intrigas políticas.
Abarcando en una rápida ojeada el giro de los acontecimientos y el estado de la opinión, al finalizar la guerra con Buenos Aires, resulta la influencia que ella ejerció en los destinos del Paraguay.
Este gran sacudimiento fue para la Provincia el glorioso despertar de sus dormidas energías. Puede decirse que todos los factores de la lucha entraron ciegos en la acción: ni el pueblo tenía clara conciencia de sus fuerzas, ni Buenos Aires conocía los sentimientos del pueblo, ni Velasco había pretendido la intensidad de su explosión. Al finalizar la campaña todos se conocieron mejor: el general porteño pudo comprender la inutilidad de su empresa; el gobernador, alarmado por el sordo oleaje popular, trataba ansioso de restablecerlo en su viejo cauce; y los oficiales vencedores en Tacuary, envanecidos por el triunfo, consientes de su poder, y en contacto directo con el pueblo, empezaron a mirar con creciente disgusto el despreciable núcleo burocrático del gobierno.
Estos hechos anunciaban un cambio inevitable, dentro del vetusto régimen colonial. Pero la completa incomunicación en que Velasco procuraba tener entonces a la Provincia y las incesantes atenciones de la guerra, impidieron la visión de los hechos generales, concentrándola a la defensa, cuya importancia real era llevada a los mayores extremos por las autoridades españolas, empeñadas en avivar contra Buenos Aires las viejas prevenciones, desconfianzas y animosidades del Paraguay.
En ese estado, la comunicación hábilmente iniciada por los enemigos con los vencedores, contribuyó a precipitar los acontecimientos, cuya gestión hemos señalado. Esta comunicación fue originada por las negociaciones que entabló Belgrano con el Comandante Cabañas, al encontrarse perdido en Tacuary.
Es indudable que el general porteño procedió en esta ocasión con gran habilidad.. la fracasada expedición no solo constituía un sensible golpe al prestigio de la revolución porteña, sino un poderoso motivo de hostilidad por parte del Paraguay; y el general Belgrano abarcó en seguida toda la gravedad de sus posibles consecuencias, tanteando sobre el mismo campo de batalla un avenimiento con el vencedor. La propaganda de las ideas sucedía así a la imposición violenta, tan inútil como estéril, planteándose las negociaciones desde el punto de vista interesante para el Paraguay.
Era el primer golpe certero del representante de la Junta, que demostraba haber vislumbrado, aunque tarde, algo del alma paraguaya. La correspondencia entre ambos jefes son en este sentido de gran interés.
Cuando el comandante cabañas recibió por medio de un parlamentario de Belgrano, le contestó con el siguiente oficio:
“Campo de batalla de Tacuary, Marzo 9 de 1811.
Habiéndose presentado el parlamentario don José Alberto Echeverría, proponiendo de parte del señor general del ejército de Buenos Aires, que respecto a que solo había venido, no a hostilizar la provincia del Paraguay, si no a auxiliarla, de que han resultado varias hostilidades, se reiteraría al otro lado del Paraná con su ejército y dejaría la provincia evacuada de toda invasión; he resuelto yo el comandante en jefe de las tropas del Paraguay, convenir en que, siempre y cuando se convenga no haber más hostilidades de armas, conceder la proposición hecha por el parlamentario; bajo de dicho seguro principiará a marchar desde mañana 10 del corriente. Dios guarde al señor general muchos años- Manuel Atanasio Cabañas”.
El general Belgrano se conformó con los términos del anterior oficio, anunciando su partida al día siguiente; “pero si usted gusta, le agregaba, que adelantemos más la negociación para que la provincia se persuada de que mi objeto no ha sido conquistarla, sino facilitarle medios para sus adelantamientos, felicidad y comunicación con la Capital, sírvase decírmelo y le haré mis proposiciones”. Y habiendo accedido Cabañas a escucharlas, recibió el siguiente pliego:
“Ya que usted gusta imponerse de las proposiciones que he meditado hacerle, en virtud de las altas facultades de que estoy revestido, como representante de la Excma Junta de la Provincia de Buenos Aires, para que se convenza la del Paraguay, de que el objeto de mi venida no ha sido a conquistarla sino auxiliarla, para que valiéndose los hijos de ella de las fuerzas de mi mando, recobrasen sus derechos, que por todos títulos les corresponden; que nombrasen sus diputados al Congreso general, a fin de resolver el modo de conservar la monarquía española en estos dominios de S.M. el Señor don Fernando VII, si la España
Se pierde enteramente; hallándose hoy reducida al triste recinto de Cádiz y la isla de León; e igualmente concederle la franquicia de un comercio liberal de sus producciones, incluso la del tabaco, y otras gracias para sus mayores adelantamientos y ventajas; y deseoso además de evitar para siempre la efusión de sangre entre hermanos, parientes y paisanos, que tan infelizmente hemos experimentado, hago las siguientes proposiciones:
“1º Habrá desde hoy paz, unión, entera confianza, franco y liberal comercio de todos los frutos de la Plata y cia, incluso con las demás del Río de la Plata y particularmente con la capital de Buenos Aires.
“2º Respecto a que la falta de unión que ha habido hasta ahora, consiste en que la provincia ignora del deplorable estado de la España, como el que las antedichas provincias del Río de la Plata están ya unidas en obediencia a la capital, y que solo ella falta con su diputado, y la ciudad de Montevideo; podrán ir tres o cuatro individuos que ella misma nombre a la capital, a cerciorarse por sí mismo, para que instruidos de
la casi pérdida de la España, elija el diputado que le corresponde, se una y guarde el orden de dependencia determinado por la voluntad soberana
“3º Elegido el diputado, deberá la ciudad de la Asunción formar su junta de gobierno, según previene el reglamento de 10 de Febrero último, que acompaño en la Gaceta de Buenos Aires del 14, siendo su presidente el gobernador don Bernardo de Velasco.
“4º Para que se cerciore más la Provincia del Paraguay, de que no he venido a conquistarla sino a auxiliarla, sin embargo de que nada se me dice de los ganados que he consumido, pertenecientes a aquellos vecinos y de las caballadas que acaso se habrán perdido por mi ejército, también correspondiente a los mismos, me ofrezco a volver las mismas especies a su equivalente en dinero, según convenio que celebremos.
“5º Pido que no se siga perjuicio alguno a las familias de esta Provincia, que siendo de la sagrada de la patria y del amado Fernando VII, se han constituido a vivir con el ejército auxiliador de mi mando, ni se les tenga en menos.
“6º Respecto a que los prisioneros hechos por usted en Paraguarí, así oficiales como soldados, son verdaderos hijos de la patria, y sus defensores, lo que tanto interesa a la provincia del Paraguay, siendo la puerta Buenos Aires, por donde puede ser invadida por los franceses, pido que se les dé libertad para que vayan a sus regimientos, y se me entreguen las armas con el mismo fin.
“7º En atención a que cesan ya todas las hostilidades, pido a Ud. se ponga en libertad a mi oficial parlamentario don Ignacio Warnes.
“8º Que igual favor merezcan todos los prisioneros que se hallan en Bordón, y demás presidios, por haber sido de la causa de la excelentísima Junta de las provincias del Río de la Plata”.
El jefe paraguayo contestó asegurando que estos últimos pedidos podían tener éxito, una vez que cesare la invasión, “cuyo proceder no dudo suavizará la justicia que algunos merecen”. Pero acerca de los demás puntos se abstuvo de comprometer nada. Mi autoridad, decía, es limitada y por lo mismo no puedo resolverle a punto fijo ninguna de las proporciones que en él se contienen; y sólo digo que mi patria merece se le dé satisfacción por tantos males que ha sufrido en sus hijos, habiendo dado la leche a los ajenos y a cuantos la gustan. También ha dado auxilio de armas y tropas al Río de la Plata, las repetidas veces que le ha pedido; pero no ha tenido las resultas favorables a su mérito; y lejos de algún respeto, se le compensa con un ejército auxiliador que jamás ha pedido, y aún dado caso así fuera, sería con la intención de algún favor, y no como el que ha resultado. Por dichas razones, soy de sentir que el gobierno de Buenos Aires diera una satisfacción arreglada, de manera que prevalezcan las leyes y costumbres que han guardado nuestros mayores”.
La contestación de Cabañas puede considerarse como la voz de la Provincia; y es raro que ni entonces ni después haya sido comprendida. El comandante paraguayo expresa con claridad su resentimiento, no sólo por la invasión reciente, sino por los viejos motivos de carácter económico y militar, recordando a más de los auxilios “de armas y tropas” enviados al Río de la Plata, todos los males sufridos al dar “la leche a los ajenos y a cuantos la gustan”, tropo de escasa elegancia con que significaba la perpetua servidumbre tributario del Paraguay, a favor de las provincias meridionales.
El general Belgrano, esquivando los puntos escabrosos, trato de disipar las prevenciones de nuestro compatriota, asegurando que su objeto no había sido la conquista del Paraguay.
Los jefes continuaron todavía su correspondencia, en que el paraguayo se mostraba a veces susceptibles, provocando los más ardientes protestas de amistad y buena fé de parte del general porteño.
Hallábase éste en Candelaria, y allí recibió los últimos oficios de Cabañas y asimismo a dos comisionados de éste, el capitán don Antonio Tomás Yegros y el capellán del ejército don José Agustín Molas, quienes tuvieron ocasión de partir largamente con Belgrano y sus oficiales sobre los graves sucesos que ocurrían en la Metrópoli y agitaban el mundo americano.
Si recordamos cómo venía produciéndose la reacción en el espíritu de los criollos contra los representantes de la autoridad peninsular, dentro de la provincia, podremos medir la importancia de esas comunicaciones y conferencias.
Desvanecidos el prestigio del guerrero español, por su desdicha conducta militar y sospechosas relaciones con los portugueses; deslustrada la tradicional aureola del Cabildo, por la torpeza, incapacidad y cobarde altanería de sus miembros; fortalecida en los nativos la conciencia del valor propio con dos victorias, obtenidas exclusivamente por ellos; era natural la reacción contra el absorbente núcleo gubernativo, en cuyo rededor se conglomeraban los empecinados representantes del orgullo peninsular. Y era igualmente natural que ella se tradujese en marcado antagonismo, resuelto a la acción, cuando terminada la lucha y rotas, aunque accidentalmente, las barreras del aislamiento provincial, se percibiera con más claridad la situación general de España y de América.
La comunicación de los paraguayos con los vencidos se realizó, pues, en el momento oportuno, y debemos reconocer la inteligencia y el tino con que la orientó el jefe de las fuerzas invasoras.
Quedan en pie, para ser juzgadas, las correspondencias oficiales de que hicimos mención. Documentos posteriores contribuyen a aclarar sus puntos fundamentales.
Hemos dicho ya que Belgrano había vislumbrado algo del alma paraguaya; conoció las enormes prevenciones y la ingénita desconfianza existente contra Buenos Aires.
“Aquí todos son enemigos”, escribía, “la desconfianza es el distintivo especial de su carácter”. Prevención y desconfianza, cuyo origen y fundamento hemos rastreado desde fines del siglo XVI, y que acababan de manifestarse en la explosión popular de la defensa.
Belgrano comprendió la necesidad de desvanecerlas, siquiera en parte, con el fin de neutralizar, a favor de su causa, los efectos de su desgraciada campaña militar; y antes de ponerse en marcha, solicitó dar una satisfacción a los vencedores, de modo que su retirada apareciese, no como la de un enemigo expulsado, sino la de un auxiliar no comprendido.
Iniciada así la comunicación, el general porteño hizo girar las negociaciones sobre bases económicas que, al favorecer a la Provincia, demostrasen las nuevas tendencias liberales del gobierno de Buenos Aires, el respeto por los derechos del Paraguay y el interés puramente americano de la invasión, si bien que incidentalmente se insinuaba la necesidad de que las Provincias permanecieran unidas y “en obediencia a la capital”.
El jefe paraguayo correspondió con creces a la caballeresca actitud del vencido; pero sin abandonar el amargo acento del reproche, por lo inmotivado de la invasión. Belgrano agotó sus recursos conciliatorios; y en este sentido la comunicación personal de los contenientes obró con una eficacia muy superior a las correspondencias oficiales.
“He procurado, escribía Belgrano a la Junta, mezclar con el convencimiento la energía correspondiente; pues si no nos queda el arbitrio de interceptarles la entrada de ganados y caballos, privándoles todo comercio con Montevideo, y hacerles sentir la falta de unión con la capital, careciendo del aumento de sus intereses”.
Estas consideraciones tenían un gran peso en aquellos momentos.
Todas las circunstancias conspiraban de ese modo por la evolución radical de las ideas conservadoras. A los factores de orden interno, ya señalados, agregábanse el peligro portugués y los azares de un aislamiento absoluto, con la hostilidad del Sud; mientras que por otra parte se halagaban los más caros sentimientos nacionales, desterrándose de la invasión toda idea de conquista, reconociéndose a la Provincia el derecho de cobrar la dirección de su propio destino, y ofreciéndose sellar la paz y la fraternidad de los pueblos con la extinción de las trabas comerciales que embarazaban el desenvolvimiento del Paraguay.
La reacción contra el régimen interno evolucionó así a favor de la gran causa de la unión americana, de la que la unión de Buenos Aires era solo un caso particular, y en la que permanecía en todo su vigor el sentimiento y de la autonomía provincial.
El afán separatista del gobernador y del Cabildo quedó así considerado como un empecinamiento monstruoso. “La provincia, escribía poco después el gobierno de que formaba parte el Dr. Francia, habría quedado reducido a la última calamidad, si siguiendo el sistema incomprensible de don Bernardo de Velasco, se hubiera conservado y continuado como aislado, sin comercio y sin relación con las demás provincias confederadas”. (1)
Tales eran los sentimientos que agitaban a la juventud militar del Paraguay, a raíz de la victoria de Tacuary.
El comandante Yegros, único jefe surgiendo de la campaña, era el caudillo a levantar la bandera de las nuevas ideas, con el prestigio de su brillante actuación guerrera, su ardoroso entusiasmo, su juventud y su fortuna.
Otros campeones de inquebrantable decisión iban a surgir bien pronto hasta colocarse al frente del primer acto transcendental de la independencia paraguaya: Pedro Juan Caballero, Vicente Ignacio Iturbe, Mauricio José Troche, Juan Bautista Rivarola…
Estas poderosas corrientes de opinión, que obraban con energía en las almas juveniles, conmovieron también por un momento la inflexible mentalidad de los viejos caudillos. Y el mismo Cabañas, a pesar de su adhesión al gobierno, parece que tuvo al principio sus momentos de vacilación. El 15 de Marzo escribía Belgrano a la Junta de Buenos Aires “la amistad va echando raíces que procuro cultivar: según me dice Aldao, Cabañas está esperando que Velasco y los suyos reprueben la conducta que ha tenido: otro tanto me ha asegurado uno de los jefes que está conmigo; pero están resueltos a abandonar su partido si así sucediese”.
Belgrano recibió, en este mismo tiempo una comunicación del mayor general don José Ildefonso Machain, prisionero en el campamento de que el triunfo moral de sus propagandas compensaba, al fin, con creces los efectos de su desastrosa empresa militar. “No tengo expresiones, le escribía aquel jefe, con qué poder manifestar a V.E. el buen trato, agasajo y cariño con que estos señores nos tratan y particularmente este señor general, a quien no hay género de atención que no debamos, en términos que no creo podremos nunca corresponder: este ha llegado a tal punto que esta mañana nos ha abrazado a todos en señal de unión y fraternidad, que reinará entre las dos provincias”.
Mientras tenían lugar aquellas comunicaciones, el gobernador Velasco no descuidaba sus medidas de defensa y policía, que prosiguió con gran actividad después que los invasores se alejaron de las márgenes del Paraná.
Hemos dicho que una de las consecuencias de esta guerra había sido un conocimiento mejor del Paraguay, que permitió desvanecer muchos prejuicios y falsos conceptos acerca de sus habitantes. En cierto sentido los juicios del representante español.
Vinimos ya con anterioridad las erradas creencias de Belgrano acerca de las fuerzas paraguayas acampadas en Paraguarí, a las cuales consideraba compuestas de meros bultos, incapaces de resistir su acción.
Los juicios de Velasco acerca del soldado paraguayo habían sido exactamente iguales a los de Belgrano, antes de Paraguarí. En Marzo de 1810 escribía al Virrey, a propósito de la pésima situación militar de la Provincia: “La artillería que aquí hace mucha falta son cuatro piezas de a cuatro, un par de abuses… Sin este auxilio, el de 500 o 600 plazas con su correspondiente armamento, sueldo, vestuario y acuartelamiento, no sería posible sostener el honor de las armas del Rey, si llega a ser insultado en esta Provincia. Los individuos de los Regimientos y los de las demás Milicias Urbanas son bultos que sólo sirven para descrédito y confusión. Esto es lo que puedo decir a V.E. en realidad, repitiendo lo que de palabra y por escrito más de una vez a esa Superioridad”.
Esta convicción explica la vergonzosa fuga de Velasco en Paraguarí. Acaso buen militar, pero muy mal psicólogo, no tenía fé alguna en sus milicias, casi desarmadas; perdió completamente la cabeza al primer ataque de las fuerzas porteñas, cuyo impetuoso valor había conocido personalmente durante la invasión inglesa. La reacción que se produjo en el ánimo de Velasco, al tener conocimiento de la victoria, puede medirse por el oficio el 28 de Enero a Vigodet: “La batalla de los campos de Paraguarí, decía es la más memorable que se ha dado en los dominios de América… No tengo voces para explicar el mérito de los jefes…el valor y serenidad de la infantería, el acierto de nuestros artilleros… y la intrepidez de la Caballería que con el estrago de sus lanzas completó la victoria”.
Las ideas del gobernador sufrieron todavía una modificación más radical, después de la acción de Tacuary. Pero a la vez que miraba con sorpresa aquellas energías que no había sospechado, comprendía claramente cuán incontrastables serían desencadenándose contra la causa que no había sido capaz de prestigiar personalmente.
Ya con anterioridad, algunos subversivos habían sido sorprendidos y ahogados rápidamente por el gobierno. Y poco después de la batalla de Paraguarí, había decretado el desarme general de los paisanos, con el pretexto de aumentar los elementos de guerra; ordenando a la vez todas las autoridades de la Provincia la más estricta vigilancia para evitar la introducción y ocultación “de personas sospechosas y papeles seductivos”. Estas disposiciones, tan aparatosas en el papel como ineficaces en la práctica, solo consiguieron avivar las corrientes antigubernistas que provocó el mismo Velasco con su desairada conducta militar y su relación con los portugueses. Y la naciente inquietud del gobierno subió de punto, destacándose claramente el peligro, cuando con la noticia de la nueva victoria llegó la de las comunicaciones de los paraguayos con los invasores, a raíz de las proposiciones de Belgrano. Y así fue que, tan pronto como Velasco tuvo conocimiento de la capitulación, se puso en precipitada marcha hacia el campamento paraguayo, con el aparente objeto de “poner en orden la frontera”.
Llegado a Tacuary, licenció inmediatamente todo el ejército sin abandonar a los soldados sus haberes; remitió todo el material de guerra a la Asunción donde ejercía el gobierno un triunvirato capitular, fanático sostenedor del Consejo de Regencia; recorrió enseguida las Misiones tratando de impresionar a los pueblos con fiestas y honores, que se hacía tributar como triunfador; y por último a la capital, después de dejar el gobierno de esa región don Fulgencio Yegros, con una fuerza de caballería, pensando neutralizar así cualquier descontento, al apoyarse en el principal caudillo surgido de la reciente campaña.
Tales medidas, que revelaban claramente los crecientes temores del gobierno fueron en breve, completados por otros, que respondían, en sus aparentes fundamentos, a las necesidades siempre urgentes de la defensa. El peligro porteñista, desvanecido recientemente en la sangrienta jornada de Tacuary, se exhibía de nuevo como un poderoso motivo de unión, de vigilancia y de preventivos aprestos bélicos “Las calamidades que amenazaban a la patria, decía Velasco en uno de los bandos, se han alejado algún tanto, no han desaparecido del todo; mientras el desgraciado pueblo de Buenos Aires permanezca en insurrección, debemos estar vigilantes y conservar nuestras fuerzas. ¿Sería una buena política que después de haber arrojado a los enemigos de nuestro territorio, con la mayor nobleza y valor, los convidásemos a una nueva tentativa con nuestro abandono?. No ciudadanos las glorias adquiridas a costa de vuestra sangre no han de malograrse por una confianza reprensible. Cuando dudábamos que el sistema del monstruoso gobierno de Buenos Aires encerrase el bárbaro plan de atacar la Provincia y encender una guerra civil, nos aprontamos para la defensa: en un momento nos vimos con un numeroso ejército lleno de valor y patriotismo, con un tren formidable de artillería y con una escuadra de busques que resguardaba nuestra frontera ¿y teniendo experiencia de sus pérfidos y sanguinarios proyectos, nos hemos de entregar al descuido? No heroicos Provincianos. El erario ha quedado exhausto, pero tiene crédito, y los habitantes de la capital se desprenderán gustosos de una parte de sus caudales, que conservan por los esfuerzos de nuestros soldados, para proveer a su subsistencia y remediar su desnudez. Es un deber de todo ciudadano socorrer a la patria cuando se halla en riesgo”.
El gobernador, que no sospechaba las proporciones de la relación contra las ideas conservadoras, creyó así, al apoyarse en los viejos sentimientos populares, poder neutralizar las proposiciones amistosas de los vecinos, y postergar la acción de los factores subversivos, que empezaban a manifestarse en su alrededor. Esto le permitía ganar tiempo y desenvolver su plan.
Las últimas noticias de Montevideo favorecían grandemente los proyectos del gobierno. Casi simultáneamente con el aviso de la victoria en Tacuary, había recibido Velasco, hallándose en su cuartel general de Yaguarón, la comunicación oficial de la llegada del Virrey Elío a aquella ciudad y el anuncio de un oportuno contingente destinado al Paraguay, que consistía en cinco oficiales, algunos fusiles y municiones que conducen a la bajada del Paraná un bergantín y dos faluchos armados en guerra.
Velasco se apresuró a aprovechar estas circunstancias, tan pronto como volvió a la capital. Una de sus primeras medidas fue la traslación a Montevideo de los prisioneros tomados en la reciente campaña y cuya libertad había solicitado Belgrano, con lo que demostraba su firme resolución de rechazar todo avenimiento, simultáneamente, envió para el mismo destino al sargento mayor don Carlos Genovés, con una misión reservada ante el Virrey. Y a los pocos días despachó contra corrientes una expedición naval, compuesta de 10 buques armados de guerra y cuatro mercantes, con numerosa tripulación, al mando del comandante de Ñeembucú, don Jaime Ferrer.
De ese modo, el gobernador después de haber desarmado a todos los paisanos, alejaba de su seno a los elementos que juzgaba más peligrosos; facilitaba las comunicaciones con Elío, asegurando el paso del Paraná e interponía una barrera casi infranqueable entre el Paraguay y las revoluciones del Sur.
A mediados de Abril las fuerzas paraguayas llegaron frente a Corrientes y desde allí dirigió Ferrer una intimación a las autoridades de la Ciudad, para que en el término de dos horas respondiesen si se avenían a aliarse y unirse a la Provincia del Paraguay, reconociendo al Consejo de Regencia y al nuevo Virrey del Río de la Plata, don Francisco Javier de Elío, en cuyo caso serían apoyados por sus armas contra la autoridad de Buenos Aires, “en el concepto que si dan lugar con su obstinación a que use mis fuerzas para reducirlos a su deber y no se aprovechan de este último requerimiento… experimentarán al más severo castigo y serán tratados como rebeldes”. (1)
A la llegada de la expedición, el gobernador don Elías Galván había huido precipitadamente de la ciudad, manteniéndose oculto en sus cercanías; y cuando habiendo resultado inútiles todas las tentativas para encontrarle, viose el Cabildo de Corrientes en la precisión de avocarse tan espinoso asunto. Reunido en sesión el ayuntamiento, el día 17 de Abril, resolvió someterse incondicionalmente al jefe paraguayo, en razón de no tener fuerzas para oponer resistencia alguna, ni ser ella necesaria, desde que los fines del requerimiento eran “el principal objeto de ambos gobiernos”.
En su consecuencia, el mismo día 17 las fuerzas de Ferrer desembarcaron y ocuparon la ciudad de Corrientes, apoderándose de una pequeña batería de los cañones emplazada en el puerto. Y a los tres días, convocados en el local del Cabildo, los miembros de dicha corporación y todas las autoridades y principales vecinos, se procedió con el ceremonial de estilo al reconocimiento y juramento del Consejo de Regencia del Reino de España, con asistencia del jefe de la escuadrilla don Jaime Ferrer, el cual denunció en ese mismo acto la existencia de dos libros sospechosos en el nuevo archivo del Ayuntamiento. Traídos y examinados dichos libros, descubriose que eran dos ejemplares del Contrato Social de Rousseau, remitidos el año anterior por la Junta de Buenos Aires; y declarados ser ellos Heréticos y seductivos, fueron incontinenti sometidos a un solemne auto de fe, a moción del cura y vicario de Corrientes, Dr. Don Francisco Castro y Careaga (1).
Entre tanto el gobernador Galván, que había conseguido reunir gente y disciplinar, la concentró en el Riachuelo, con ánimo de citar a Corrientes; y desde allí despachó un parlamentario ante Ferrer. Consternado el Cabildo al conocimiento de este hecho, envió una diputación para calmar al fugitivo, que había sido declarado cesante por abandono del cargo; y por toda contestación le comunicó Galván que a la primera oportunidad iba a entrar en la cuidad y dar muerte a los Regidores. (1)
Mientras las fuerzas paraguayas ocupaban Corrientes y ocurrían los hechos referidos, el gobernador Velasco seguía en la Asunción adoptando disposiciones para crear recursos al erario, apagar toda oposición y aumentar el prestigió de las autoridades españolas.
El 19 de Abril el gobierno publicó un bando, ordenando que, a la vista de los numerosos documentos relativos a la situación de España y de su gobierno, enviados “desde la Plaza de Montevideo por el excelentísimo Señor Virrey D. Francisco Xavier de Elío… para su publicación y obedecimiento… se proceda a reconocer, proclamar y jurar de nuevo por único y legítimo Rey de España e Indios al Señor don Fernando Séptimo de Borbón, y por el y a su real nombre a la Soberanía de la Nación representadas por los Diputados de las cortes mencionadas, cuyo acto solamente y augusta ceremonia, se practicará en la Sala de Gobierno el veinte y siete del corriente por la mañana, con asistencia del Reverendo Prelado diocesano y de todas las autoridades civiles y eclesiásticas y militares, comparaciones y dignidades de la Provincia”. Ordenábase asimismo que se iluminaron las plazas y calles por tres desde la víspera, se empavesaran los barcos surtos en el puerto y se hicieron las salvas de ordenanza, anunciándose para el 28 misa y Tedeums, procesión y rogativas públicas en los días inmediatos “para implorar el divino auxilio y su continuación en triunfar de los enemigos…”.
El mismo día 19 Velasco expió otro bando en que encarecía el peligro de una nueva agresión de parte de Buenos Aires, invocando el patriotismo de los paraguayos para suplir las estrecheces del erario. “Me hallo con el grave peso del mundo en una época calamitosa, decía el gobernador; en este estado sería responsable a Dios, al Rey y a esta virtuosa Provincia, si no tomara en tiempo todas las Providencias necesarias para cumplir con la primera de mis obligaciones. Lo que voy a proponeros concilia nuestro interés particular con el público. Desde este día se abre en Caxas un Empréstito Patriótico, bajo la hipoteca de las fincas y ramos de Real Hacienda que elijan los Prestamistas, así para la seguridad de los capitales como para el pago del seis por ciento que se les abonará religiosamente, quedando a su arbitrio sacar los capitales luego que tranquilizadas las causas, tenga esta Tesorería fondos bastantes, o bien continuar percibiendo los esperados fondos, cuya satisfacción se dará a los interesados en las Reales Caxas donde presenten los documentos o cartas de crédito que se dará a los capitalistas por los Ministros de Real Hacienda”.
Los esfuerzos de Velasco en el sentido que acostumbramos de exponer, eran no obstante incapaces ya de contrarrestar el creciente descontento público. El desprestigio del gobierno era completo, la oposición muy arraigada. Ráfagas de hostilidad agitaban el ambiente de tiempo atrás aunque al principio no pasaran de meras propagandas.
Desde mediados del año X comenzaron, en efecto, a manifestarse algunos síntomas subversivos, que se inclinaban a la resolución de Buenos Aires. El más importante y atrevido habíase descubierto en Yaguarón, residencia del cuartel general de Velasco, pocos días antes de la batalla de Paraguarí, apareciendo como el principal autor el Administrador del pueblo, don Manuel Grance: “De las informaciones practicadas por el capitán don José Teodoro Fernández, ayudante de órdenes, resultó Grance culpable de haber predicado la necesidad de rendirse sin resistencia a Belgrano “que viene a sacarnos del cautiverio y opresión en que nos tienen los europeos”, con lo cual se mejoraría el estado de la provincia y podrían tener mando los paraguayos. Grance fue preso y remitido a la Asunción a mediados del mismo mes de Enero (1).
Después de la capitulación de Belgrano, la oposición al gobierno manifestóse con mayor actividad. A principios de Abril se descubrió una conspiración encabezada por don Manuel Pedro Domeque, don Manuel Hidalgo y don Marcelino Rodríguez , cuyo objeto era ―atropellar al Guardia del Cuartel, matando a los que se resistieran y apoderándose de todos los presos que hay el él, habiéndose dueños asimismo de las armas y municiones que existen en el parque de Artillería existente en dicho Cuartel y con ellos y su gente apoderarse a viva fuerza del Barco en que se hallan los prisioneros… y reunidos todos pasar a la casa de los señores jueces y después a la del señor Obispo a sacarlos a todos, sin decir con qué objeto” (2).
Simultáneamente con el descubrimiento de esta conspiración, el Cabildo aviso de “un atentado que se proyectaba contra el gobierno”, en que aparecía mezclado el nombre del Alférez don Vicente Ignacio Iturbe. Y a fines del mismo mes de Abril, se denunciaron a Velasco las propagandas abiertamente revolucionarias que hacían en Villa Real don José de María, el cura don Fermín Sarmiento y el Doctor D. José Mariano Báez, quienes sostenían la necesidad de reconocer a la Junta de Buenos Aires, “cuyo fin era levantar de la esclavitud a los americanos”, pronosticando la inminente ruina del gobernador” y de cuatro pícaros que se le habían asociado para sostener sus empleos (1).
El gobierno se apresuró a ahogar esas manifestaciones aisladas de hostilidad, procurando al mismo tiempo satisfacer la expectativa pública que ellos habían provocado. Los sucesos humanos, decía con este motivo en una de sus bandos, por más favorables que sean nunca satisfacen al corazón del hombre… De este natural sentimiento resulta que habiendo conseguido esta fidelísima Provincia reintegrarse en su antigua tranquilidad y hacer respetables sus derechos con los heroicos de sus nobles habitantes en las gloriosas batallas de Paraguarí y Tacuary, los ánimos, agitados todavía de los males han estado a riesgo de experimentar, y oprimidos de los trabajos inevitables de la campaña, no habían logrado el contento, que corresponde a nuestros triunfos y actual situación. A esto han contribuido las indiscretas producciones de algunos egoístas insaciables que desde el reposo de sus casas han proyectado ataques y batallas y quisieran haber visto aniquilados a cualquier costa los que amenazaban sus caudales y comodidades al paso que se hacen sordos cuando la patria los necesita. Así esta clase de hombres indignados de los derechos de ciudadanos, como unos pocos malévolos por que otros fines criminales deprimen vuestros inestimables méritos, son acreedores al severo castigo que les tengo decretado. Despreciad altamente a unos y otros; estad ciertos nobles ciudadanos, que la capital y todo el vasto distrito de esta Provincia se halla justamente reconocidos a vuestros distinguidos servicios, que han librado a sus moradores del mayor mal que puede sufrir un país. Habéis defendido vuestra libertad civil, los derechos del Rey y la Constitución” (1).
Entre tanto una conspiración muchísimo más seria se efectuaba con siglo por los criollos bajo los auspiciados directos de la clase militar. Su cuna había sido el campo victorioso de Tacuary, donde el gobernador acababa de acudir presuroso a disolver el ejército, presintiendo claramente el peligro. Mas esta medida llevaba a cabo con tanta precipitación e irritante injusticia, no hizo más que vigorar los gérmenes de la reacción contra el régimen interno, cuyo nacimiento y progreso hemos señalado.
Los patriotas, ya convencidos, tornaron a sus hogares dispuestos a la acción, cuya iniciativa quedaba a cargo del caudillo Fulgencio Yegros, nombrado precisamente en esos momentos teniente gobernador de Misiones y jefe de una fuerza de Caballería.
En la Capital dirigía los preparativos de la revolución el capitán don Pedro Juan Caballero, a quien secundaban activamente otros oficiales, que como los capitanes don Juan Bautista Rivarola y don Vicente
Ignacio Iturbe habían tenido una brillante participación en la última victoria. El Dr. Pedro Somellera, asesor del Gobernador Velasco, estaba también en el secreto de la conjuración.
Los patriotas tenían su centro de reunión en la casa de don Juan Francisco Recalde (1), donde asistía con frecuencia un modesto miliciano de Curuguaty, de servicio en el cuartel de la Plaza: el capitán don Mauricio José Troche, destinado a salvar en el momento de mayor peligro la causa de la independencia. El clérigo don José Agustín Molas y el fraile Fernando Caballero, tío del futuro dictador, y uno de los hombres más respetados por su saber y rectitud, eran fuera del gremio militar los más ardorosos propagandistas de la revolución (2).
El entusiasmo y creciente número de los conjurados se avenían, sin embargo, muy poco con la discreción indispensable para el éxito de la empresa. Recuerdo que oía decir a mi padre, escribe don Manuel Pedro de Peña, refiriéndose a esta época, que en vano había sido querer privar a los verdaderos patriotas del pensamiento y voluntad que expresaron; que hicieron traslucir sus proyectos, que buscaron en la voluntad pública; que fue mucho lo que bullía en aquellos espíritus la idea de la soberanía del pueblo: que simpatizaron enteramente con los propósitos de Buenos Aires; que les abrumaba el centralismo; que su aspecto no les asustaba, ni tenían la cólera y el aborrecimiento de los absolutistas cabildantes”.
No podía en esa forma quedar por mucho tiempo en secreto la conspiración.
Afirma también el publicista Peña que de ella estuvo informado Velasco con bastante anticipación; pero que “el gobernador se consideraba impotente notando el fermento de los patriotas” (1).
Es increíble que Velasco sospechara de tiempo atrás el posible estallido de la opinión, cuyas tendencias conocía y no podía menos que temer desde que se le revelaron las dormidas energías del pueblo. Sus medidas de precaución reflejaban su inquietud y su desconfianza. Pero no hay pruebas de que mirara imposible el desarrollo de los sucesos; muy por el contrario, en esos mismos momentos Velasco convocaba a las autoridades para el juramento de fidelidad a Fernando VII; abría un empréstito patriótico, destinado a la defensa, “baxo la Hipoteca de los frutos y ramos de la Real Hacienda”, enviaba una escuadrilla contra Corrientes y no descuidaba sus comunicaciones con Elío y los portugueses. En esos momentos el gobierno acababa asimismo de ahogar con celeridad la conjuración de Domeque y los trabajos subversivos de don José M. Báez en V. Real. ¿Cómo explicarse entonces su indiferencia ante un hecho de mayor gravedad?
Parece, más bien, que aquellas abortadas tentativas que entrecruzaban, la gran conspiración, comprometiendo lejanamente a algunos de los patriotas, trajeron una momentánea confusión, favorable a sus proyectos, cuyo verdadero alcance no sospechó el gobierno.
Pero esa situación no podía durar. La imprudencia y la delación hicieron llegar bien pronto al conocimiento del gobernador los verdaderos móviles de los conjurados; y éstos, a su vez, fueron avivados en la mañana del 14 de Mayo por un pariente de Iturbe, el síndico procurador de la Ciudad don Juan Antonio Fernández, del descubrimiento de la conspiración.
Otros motivos, no menos graves, determinaban asimismo en tan peligroso momento la natural inquietud de los patriotas.
Hemos visto ya que el gobernador Velasco, cuando se encontraba en Yaguarón, antes de la batalla de Tacuary, había resuelto, en previsión de futuras contingencias, ponerse en comunicación con los portugueses, que espontáneamente le ofrecieron el apoyo de sus fuerzas.
Velasco aprovechó el ofrecimiento, para solicitar un contingente de 200 hombres del jefe de Río Grande del Sub; y el capitán general don Diego de Sousa respondió a este pedido haciendo marchar a San Borja una división de 1.000 hombres, que reforzó después con 500 plazas y un poderoso tren de artillería. El jefe portugués se apresuró a comunicar a Velasco el movimiento de esas fuerzas, expresándole de un modo preciso, y sin referirse para nada a la invasión porteña, que sus determinaciones tendían a auxiliar, de orden superior “a las Autoridades constituidas por el Sr. Don Fernando Séptimo, que reconociesen los derechos de la Dra. Princesa doña Carlota Joaquina a falta de sus Augustos Hermanos”.
A pesar del giro que tomaban las negociaciones de auxilio Velasco continuó sus inteligencias con Sousa aun después de la capitulación de Tacuary, y en su consecuencia, comenzaron a moverse hacia nuestro territorio las fuerzas portuguesas de Matto-Groso, a la par de los que se concentraban en las fronteras de las Misiones. Y poco después, seguramente para acordar un plan definitivo, propuso Sousa al gobernador
una entrevista personal por intermedio del capitán don Sebastián Barreto, quien estaba asimismo encargado de exponerle verbalmente interesantes comunicaciones.
Por muy discretas que fueron esas correspondencias, no dejaron de trascender al público, ocasionando, al amparo de su propia reserva, los más extremosos comentarios. La entrevista de los mencionados jefes, según parece, no se llevó a efecto; pero a principios de Mayo llegaron a la Asunción dos nuevos emisarios de Sousa, los señores Abreu Núñez, cuya presencia, avivando las versiones corrientes sobre la sospechosa conducta del gobernador, acentuó los recelos y el descontento de la clase militar. He aquí, en efecto, lo que ella misma ha dejado consignado sobre el particular, en un importante documento: “La aproximación de tropas portuguesas hacia los inminentes de esta provincia, a saber: al norte en los establecimientos de Coimbra, y al este en el pueblo de San Borja, al mando del capitán general San Pedro. La venida del teniente de dragones don José de Abreu, enviado por dicho general a esta ciudad; la misteriosa reserva con que se disfrazaba el verdadero objeto de su comisión. La determinación de mandar de aquí un oficial hacia dichos establecimientos del norte, asegurada por la voz pública con el pretexto totalmente inverosímil de pasar hasta Matto Groso, buscando auxilio de dinero, daban no poco valor a aquel juicio y sobrado fundamento a los temores”.
Y esos temores subieron de punta cuando se supo que Velasco, concluidas las conferencias, tenía ya lista su contestación al jefe lusitano. Precisamente el mismo día en que se descubría la conspiración era el designado para la partida de los comisarios de Sousa, cuyo ofrecimiento de tropas acababa de aceptar el gobierno, admitiéndose el concurso de 500 saldados portugueses, en calidad de auxiliadores.
Esas circunstancias, unidas al fanático españolismo del Cabildo, sostenido por los viejos caudillos militares, colocaban a los conjurados en situación desesperante.
En efecto, el gobernador, aunque huérfano de todo prestigio popular, contaba con poderosos elementos de fuerza y decididos partidarios, que habían cobrado aliento y se consideraban inconmovibles después de la derrota de Belgrano. La conspiración dirigida en la Asunción por simples oficiales no tenía de su parte a ninguno de los jefes que se distinguieron en Tacuary. Cabañas y Gamarra estaban decididamente en contra; Fulgencio Yegros, que debía ser el nervio de la revolución, hallábase ausente a 70 leguas de la Capital.
La conspiración corría, pues, el más inminente peligro: una medida enérgica del gobierno podía ahogarla, o diferirla, por lo menos, con grave riesgo de una lucha sangrienta e insegura. Así lo comprendieron Caballero e Iturbe y resolvieron precipitar el movimiento; para ello contaban con un factor decisivo en esos momentos.
Entre los militares comprometidos en la conjuración figuraba un joven, que asistía con frecuencia, según ya vimos, a las reuniones de los patriotas: el capitán Mauricio José Troche. Este oficial pertenecía a las Milicias de Curuguaty, y hallábase entonces al frente de un destacamento de 34 hombres que hacía la guardia en el Cuartel de la Plaza. Los patriotas habían comprendido desde el primer momento que, cualquiera fuese el plan de la revolución, su base principal debía ser la toma de ese cuartel, que constituía el más importante punto de apoyo del gobierno, por haberse concretado allí, a raíz de la última campaña, casi todas las fuerzas y el material de guerra de la Provincia. Con estas miras los conjurados habían convenido en prolongar todo lo posible el servicio del destacamento de Troche; precisamente el 14 de Mayo hacía más de 15 días que debía ser revelado, y seguía no obstante con el propósito antedicho, discretamente en su puesto. En la grave situación en que se encontraban, los patriotas vieron claramente que su única salvación podía ser ese pequeño cuerpo de guardia, que respondía por completo al capitán Troche. Y el joven oficial, tan animoso modesto, se ofreció sin vacilación a conjurar personalmente el peligro, comprometiéndose a neutralizar con sus escasas fuerzas las que pudiera oponer el gobierno y entregar el porque esa misma noche al jefe de la conspiración. Trazando el plan, los conjurados se aprestaron con el mayor sigilo para el movimiento, y a la hora convenida (las 10 de la noche, según la información más probable) se adelantó Caballero con algunos partidarios hacia el cuartel, y entregaron en el tranquilamente; el capitán Troche, al frente de sus 30 curuguateños, era ya el dueño de de la situación, la que fue entregada a los patriotas, proclamándose en el acto a Caballero jefe de las fuerzas. Una ola de entusiasmo rompió inesperadamente, en ese momento, la rigidez de la disciplina, en medio del solemne silencio de aquella noche memorable fue la aclaración general de los soldados, espontánea explosión del alma nacional, que saludaban el advenimiento de la independencia con frenéticos mueras al viejo régimen moribundo! Pero los gritos casaron en seguida por orden expresa de Caballero.
Estos hechos no debieron pasar mucho tiempo inadvertidos por el gobernador; pero la celebridad y orden con que se efectuaron, mediante la hábil y enérgica actitud de Troche, no permitieron siquiera la
posibilidad de la resistencia. La posesión del cuartel aseguraba por completo el éxito de la revolución, porque si bien el gobierno podía todavía contra con algunos cuerpos, toda la artillería y el material de guerra estaban ya en poder de los patriotas.
Un testigo que se encontraba en ese momento con Velasco, nos ha dejado una ligera impresión de la que pasó entonces en el palacio gubernativo. “La cosa de gobierno, dice en que estaba Velasco no dista cien pasos del Cuartel pero nada se sintió hasta después de logrado el intento de los patriotas. Algunos Regidores y vecinos asistieron a casa de Velasco; pero a nada se resolvían hubo atolondrado que pensó en hacer oposición, y lo creía hecho todo con traer no se de que depósito, un poco de pólvora a granel y algunas balas para hacer cartuchos; pero no había armas quien propuso que se mandase tocar a arrebato en todas las iglesias. Todo era allí confusión, el gobernador Velasco no hablaba ni palabra, mientras que los demás concurrentes disputaban; yo no hacía más que oír y mirar a Velasco, quien a la vez me miraba como preguntando ¿qué es esto? Al fin uno propuso que se tocasen las vías pacíficas y que se llamase al Ilustrísimo Obispo para que se entendiese con los del cuartel. Así se hizo; sería media noche cuando llegó el Obispo, le impuso Velasco de lo que había y pasó al Cuartel, acompañándolo ya y ningún otro seglar. Habló su Ilustrísima con Caballero, que le manifestó lo que querían y la resolución de no retroceder”.
Nuestro compatriota don Manuel Pedro de Peña refiere asimismo que “el general Gamarra, don Pío Ramón Peña y otros españoles se ofrecieron a retomar el cuartel de que se había operado las revolucionarios”, pero que “el Asesor de gobierno doctor Somellera, el gobernador Velasco y el Obispo les disuadieron y colmaron, dejando triunfar tranquilamente la revolución, sin obligarla a hacerla cruenta”.
El gobernador Velasco se negó, no obstante, a ceder a la intimación de los patriotas, cuyo diputado fue el Capitán Iturbe, el cual le exigía en nombre de la revolución, que dimitiera el poder y dejar a la voluntad popular la constitución de un nuevo gobierno. Ante la tenaz resistencia del gobernador, y en el deseo de evitar los procedimientos violentos, los revolucionarios consistieron en disminuir sus exigencias, proponiendo otra vez a Velasco que siguiendo él en su carácter se le adjuntaron dos personas para ejercer interinamente el gobierno hasta la celebración el gobierno hasta la celebración de un Congreso general, que había de resolver sobre la autoridad definitiva. Pero esta proporción tampoco fue aceptada.
Mientras se tramitaban esas negociaciones, los conjurados se preparaban activamente a organizar sus elementos, adoptando las disposiciones para imponerse por la fuerza en caso necesario. Diose aviso de lo ocurrido a los partidarios que aún lo ignoraban, y con los voluntarios que se le incorporaron, armáronse tres compañías de artilleros y tres de infantería, que fueron distribuidos convenientemente.
Todo dispuesto así para asegurar el éxito material de la revolución, quedaba en píe un punto fundamental: la orientación del nuevo gobierno, la dirección de los negocios públicos, que requerían la intervención de un hombre civil, de capacidad notaria y alto prestigio moral. Fue con ese motivo que hizo su aparición en el escenario de la independencia el hombre que había de encadenarla más tarde a la fúnebre inmovilidad de su hogar dictadura: el Dr. José Gaspar de Francia.
Los antecedentes de este personaje predisponían ciertamente a su favor. Graduado de doctor en teología en la Universidad de Córdoba, en 1785, había vuelto a su patria muy joven todavía, dando ventajosas pruebas de su capacidad en el ejército de varias cátedras en el Real Seminario de la Asunción. Años después renunció a ellas espontáneamente y se dedicó al foro; desempeño los cargos de Defensor de Capellanías y Obras Pías y de Promotor fiscal de Real Hacienda, en los cuales, según un informe del Cabildo “se condujo siempre con honor y rectitud”. En 1808 el Cabildo eligió Alcalde Ordinario de Primer voto de la ciudad, “cargo que desempeñó cumplidamente”. Fue asimismo Diputado interino del Real Consulado, Síndico Procurador general, y en 1809 Diputado electo para representar al Paraguay en las Cortes españolas. En 1811 el doctor Francia tenía ya más de 45 años y gozaba de muy buen concepto por su talento y su conducta.
Los patriotas fijaron naturalmente su mirada en este hombre austero, de notarias luces, que había trasportado ya los lindes de la juventud; y le hicieron llamar del silencio retiro en que se encontraba entonces.
Entre tanto la noche transcurría sin que el gobernador se aviniese a ningún temperamento conciliatorio. Resolviéronse entonces los conjurados a imponerse por la fuerza, ocupando con su artillería los puntos estratégicos de la plaza. Para impresionar al gobierno habían asimismo echado la voz entre los centinelas del Palacio que la caballería de Fulgencio Yegros se encontraba ya dentro del cuartel y que gran número de revolucionarios se reunían en el Campo Grande.
La resistencia de Velasco, sin apoyo alguno efectivo, era a la verdad tan sólo una protesta inútil que, por propio decoro, hacía su autoridad expirante. Y así fue que cuando en la mañana del 15 pudo medir con claridad las proporciones del movimiento y vio a las tropas que se disponían a la acción para derrocarle, el gobernador cedió, conformándose a la última proposición de los conjurados.
En consecuencia, Velasco consistió en compartir el gobierno con dos adjuntos nombrados por la revolución, dirigiéndose provisoriamente un triunvirato hasta que un próximo congreso-expresión de la voluntad popular – decidiese de los destinos de la patria.
Ese triunvirato lo constituyeron don Bernardo de Velasco, el Dr. Gaspar de Francia y el capitán don Juan Valeriano Zeballos.
APÉNDICE
DOCUMENTOS DE PRUEBA
ESCRUTINIO ANALÍTICO DEL CABILDO ABIERTO DEL 22 DE MAYO DE 1810
Suma 226 votos. Consta por el acta que se retiraron 20 sin votar, con los cuales se completa el numero de 246 presentes. De 226 votantes, solo 67 divididos votan por la continuación del Virrey. Los partidarios de la revolución tenían una mayoría de 159 votos. Los revolucionarios puros tenían la mayoría absoluta, pues aunque no contamos a los que votaron con el general Huidobro, como Chiclana, Vieytes, etc. Les quedarían 125 votos sobre 226. El sufragio popular no tenía el 22 de Mayo más que 5 partidarios.
(José M. Estrada – Lecciones de H. de la R. Argentina – T. 1 p. 370)
RECLAMACIÓN DE LA CIUDAD DE LA ASUNCIÓN CONTRA LAS DISPOSICIONES DEL GOBIERNO DE BUENOS AIRES QUE IMPOSIBILITAN EL COMERCIO DEL PARAGUAY.
Martín de Orué Zarate procurador general de la ciudad de la Asunción y su jurisdicción parezco ante Vm y Digo: que por ser esta tierra tan remota y apartada de todo comercio y particularmente de poder aver Ropa para vestirse los españoles y naturales Della y hierro y acero y herramientas para cultivar la tierra, armas y municiones para su defensa sino es entrando por el puerto de Buenos Aires las dos cosas venidas del brasil o/ España: Habiendose representado esto a su Magd. Y como por alli se han proveido estas Provincias de las dos cosas se sirvio en años para dos no embargarte que tenia cerrado y prohibido aquel puerto, concerde licencia y permision para que que por el se pudiera navegar al Brasil cierta cantidad de frutos de la tierra y traer la proc. (roto) do en la necess y ultimte habiendose suplicado por parte de estas Provincias se sirviese de prorrogar la dha permision y ampliarla en mas cantidad y tiempo y que pudiesen navegar dos navios de acien toneladas despachados del puerto de buenos aires con los frutos de la gobernación del Rio de la plata y desta del Paraguay y llevarlos al Brasil y alli trocar los quequissiesen a acusar palo y otras cosas y con ellos passar asta la ciudad de Sevilla, donde todo lo vendiesen y viniesen en derechura con su procedido al dho puerto de buenos Aires y habiendo llegado al dho puerto el año de 1621. Vm q, como Procurador general destas Provincias fue a España y gano la dha md y permission y pedido al Gobernador que a la Seaton era de dho puerto la execusion y cumplimiento de la dha Real Cedula de permision y que la mando publicar y Hase el Repartimiento y que los vecinos de dho puerto y demas ciudades diessen carga de los dho frutos al (roto) q, Vm.traxo de permission con licencia de su Magd. Se contra dixo lo susso dicho y la dho permission por parte del cavildo y Regimiento de aquel puerto suplicando Della y poniendo otras maliciosas causas y dificultades en gran daño de la Provincia con lo qual y con los estorbos que el dho governador pusso por dho dos autos que proveyo en que no se dises aviamiento de indios a los barcos ni balssan que desta Ciudad y provincia bajasen en las ciudades de su gobierno ni dexasen passar de la primera los indios desta Provincia bajasen (roto) las otras balsas y barcos y qe de la Ciudad de Santa fee en manera alguna se dexase passar al dho puerto de Buenos Aires (que es cien leguas adelante della). La (roto) q, desta ciudad y Provincia se llevase y q, alli se detuviese asta q, sele fuese apedir Licencia particular para ello al dicho governador y q, la que de otra manera pasase fuesse perdida y tomada por descaminada de los quales dhos dos autos consta con evidencia seguirse notables agravios a esta Provincia y vecinos dellay ser proveydos con tal animos como son el quedar por este medio imposibilitados de poder gozar dela dha merced y permission y cargar delo necesario impedido y quitado el comercio a esta tierra pues no lo puede aver faltando el aviamiento de indios q. boguen balssas y barcas, porq, en ellas por el Rio se traxina lo que se lleva delas Provincias y se trae a ellas por no aver caminos por tierra y en el detenimiento de la corambre en Santa Fé, fue evidente el agravio porque habiendose de detener alli, la embarcaciones y corambre, en tanto que se le hubiese de ir a pedir Licencia en esta demora seperderia la ocasión de la embarcación asi para España como para hasta el los puertos demas de los gastos grandes de ir a pedir la dha Licencia y otros inconvenientes que de ello resultan y dan resultado con que se ha dejado de gosar de la dha merced y permision porque en el rigor de los dhos dos autos y las demas contradicciones echas y estorbos puestos por el dho Gobernador y Cavildo se acorbardaron justa razon los vecinos y moradores de esta ciudad y Provincia, y no osaron aventurar sus haciendas ni enviarlas al dho puerto de buenos aires porque, no se perdiesen las dhas Hazª con la falta y desaviamiento de indios para balsas y barcos y detenimiento de la dha corambre y demas inconvenientes referidos que asi han carecido del bien y recurso que les podia rsultar de la dha permision y dejado de embarcar su corambre y otros frutos para España y de tener la ropa y demas cosas necesarias que se pudieran haber traido en retorno de sus frutos por lo cual (roto) esta ciudad y provincia muy falta de ropa y todo lo necesario para poder pasar y vivir los venicos y moradores de ella, y tanto que lo poco que ha habido y ahí vale y ha valido atan subidos y exorbitantes precios, que es destrucción de la tierra y asi se ven los vecinos de ella en grandes extremos y necesidades y adeudados por no alcanzar sus cosechas asi poder probar, de ropa y lo nece, por la gran carestia y subidos precios, porque una mano de papel que suele valer un peso, vale hoy a seis pesos, y las demas cosas muy forzosas al propio respecto y aun no se hallan y porque si aquí adelante no hiciese buena correspondencia en la ciudades de la gobernación del Rio de la Plata y puerto de buenos aires y en su govº, y justicia y faltase el recurso de la dha permision seria la total ruina de esta tierra y mas en la ocasión presente en que su Mag. Ha mandado que inviolable se guarde la prohibición del puerto de buenos aires de cuyo efecto ha mandado assis a personalmente como lo hace el señor Don Alonso Perez de Salazar oidor de la Real Audencia de la Plata, siendo verdad que del dho puerto se Proveia de Ropa esta Provincia que estando como ahora esta tan apretada y rigurosa la dha Prohibicion si faltase este Recurso de la dha permision de navegar los frutos, quedaria esta tierra tan imposibilitada que obligaria a los españoles que la habitan adespoblarla e irse adonde pudiesen alcanzar lo necesario para vestirse y poder pasar la vida, de que resultaria muy grande de servicio a Dios nuestro señor y a su Magd. Pues faltanto los españoles o algun poco numero de los que ahora hay (siendo necesario que hubiere muchos mas (roto) el grande fruto que se ha hecho y hace en tan gran numero de reducciones que se han convertido y van conviertiendo, y cada dia vienen al conocimiento de nuestra Santa Fé Católica y a la obedencia de (roto) lo cual no pudieran hacer los ministros del Santo Evangelio sin el resguardo defensa y amparo que tienen en los dhos españoles de todo lo cual es cosa justa sea informado su Magd. Para que (roto) … tan) cristianismo, proveyendo de Remedio necesario para que se continue el bien de las almas de los indios que se atraen al conocimiento de la fe y la conversación de sus vasallos asi españoles como indios de estas Provincias, se sirva prorrogar La dha (roto) y permision de llevar los frutos de esta tierra a Sevilla y traer lo necesario y ampliarla en mas calidad de navios pues no habiendo como no ya en esta tierra plata ni oro que pueda pasar en ellos a los Reinos de España y con la excepcion de la dicha provisión de que no la puedan embarcar no sera de perjuicio el ser el numero de los dhos navios mayor Antes resultara de ello gran servicio a su Magd. Y aunmento de su Real Hacienda y mucho mas de aquí adelante por haberse descubierto en esta ciudad y Provincia algunos frutos y cosas y considerables y de valor para los Reinos de España como son el (roto) cuyo beneficio se ha comenzado y sea muy bien y en gran abundancia como tambien el tabaco y el (roto) se va beneficiando y principalmente tres generos de palos de diferentes colores de mucha estimacion que son el uno taxiba – otro catigua y el otro tatayiba que dan color rojo amarillo y lunado y otras diversas mezclas que se entiende ser mejores y demas bondad que el palo del Brasil de cuyos derechos resultara mucho aumento a la raza y de su valor mucho bien a esta Provincia y Vecinos de ella, sirviendose su Magestad de conceder competentes navios en que poder los navegar porque de los dhos palos hay mucha abundancia de arboles en esta tierra atento a lo cual.-
A V. Merd Pido y suppco mende recibir la información que ofrezca de lo contenido en este mi pedimiento y fecho se me de un traslado (amas) de la para ocurrir ante su Magestad asuplecar que por tan justas y convenientes causas prorrogue y amplie la dha permision dando V. M. sobre todo suparecer como el que lo tiene presente y que con tanto cuidado ha deseado y procura el aumento de la Real Hacienda con las diligencias que ha hecho y hace para que se descubran en la tierra frutos de aprovechamiento y se ponga en excesion el beneficio y plantio de ellos como se va haciendo en cumplimiento de lo que su Magestad tiene mandado y encargado por una su Rlcedula que V Merd después que aquí llego mando pregonar y prometiendo en nombre de su Magd. Favorecer a los que se mostrasen mas cuidadasos en los dhos plantios y beneficios como su Magd. Por ella lo manda) En que esta Ciudad y Provincia Recibira bien y md. Con justicia que pido etc.
Martin de Orue de Zarate
(M .S. del Archivo Nacional)
RECLAMACIÓN DE LA CIUDAD DE LA ASUNCIÓN CONTRA LAS DISPOSICIONES DEL GOBIERNO DE BUENOS AIRES QUE IMPOSIBILITAN EL COMERCIO DEL PARAGUAY.
Martín de Orué Zarate procurador general de la ciudad de la Asunción y su jurisdicción parezco ante Vm y Digo: que por ser esta tierra tan remota y apartada de todo comercio y particularmente de poder aver Ropa para vestirse los españoles y naturales Della y hierro y acero y herramientas para cultivar la tierra, armas y municiones para su defensa sino es entrando por el puerto de Buenos Aires las dos cosas venidas del brasil o/ España: Habiendose representado esto a su Magd. Y como por alli se han proveido estas Provincias de las dos cosas se sirvio en años para dos no embargarte que tenia cerrado y prohibido aquel puerto, concerde licencia y permision para que que por el se pudiera navegar al Brasil cierta cantidad de frutos de la tierra y traer la proc. (roto) do en la necess y ultimte habiendose suplicado por parte de estas Provincias se sirviese de prorrogar la dha permision y ampliarla en mas cantidad y tiempo y que pudiesen navegar dos navios de acien toneladas despachados del puerto de buenos aires con los frutos de la gobernación del Rio de la plata y desta del paraguay y llevarlos al Brasil y alli trocar los quequissiesen a acusar palo y otras cosas y con ellos passar asta la ciudad de Sevilla, donde todo lo vendiesen y viniesen en derechura con su procedido al dho puerto de buenos Aires y habiendo llegado al dho puerto el año de 1621. Vm q, como Procurador general destas Provincias fue a España y gano la dha md y permission y pedido al Gobernador que a la Seaton era de dho puerto la execusion y cumplimiento de la dha Real Cedula de permision y que la mando publicar y Hase el Repartimiento y que los vecinos de dho puerto y demas ciudades diessen carga de los dho frutos al (roto) q, Vm.traxo de permission con licencia de su Magd. Se contra dixo lo susso dicho y la dho permission por parte del cavildo y Regimiento de aquel puerto suplicando Della y poniendo otras maliciosas causas y dificultades en gran daño de la Provincia con lo qual y con los estorbos que el dho governador pusso por dho dos autos que proveyo en que no se dises aviamiento de indios a los barcos ni balssan que desta Ciudad y provincia bajasen en las ciudades de su gobierno ni dexasen passar de la primera los indios desta Provincia bajasen (roto) las otras balsas y barcos y qe de la Ciudad de Santa fee en manera alguna se dexase passar al dho puerto de Buenos Aires (que es cien leguas adelante della). La (roto) q, desta ciudad y Provincia se llevase y q, alli se detuviese asta q, sele fuese apedir Licencia particular para ello al dicho governador y q, la que de otra manera pasase fuesse perdida y tomada por descaminada de los quales dhos dos autos consta con evidencia seguirse notables agravios a esta Provincia y vecinos dellay ser proveydos con tal animos como son el quedar por este medio imposibilitados de poder gozar dela dha merced y permission y cargar delo necesario impedido y quitado el comercio a esta tierra pues no lo puede aver faltando el aviamiento de indios q. boguen balssas y barcas, porq, en ellas por el Rio se traxina lo que se lleva delas Provincias y se trae a ellas por no aver caminos por tierra y en el detenimiento de la corambre en Santa Fé, fue evidente el agravio porque habiendose de detener alli, la embarcaciones y corambre, en tanto que se le hubiese de ir a pedir Licencia en esta demora seperderia la ocasión de la embarcación asi para España como para hasta el los puertos demas de los gastos grandes de ir a pedir la dha Licencia y otros inconvenientes que de ello resultan y dan resultado con que se ha dejado de gosar de la dha merced y permision porque en el rigor de los dhos dos autos y las demas contradicciones echas y estorbos puestos por el dho Gobernador y Cavildo se acorbardaron justa razon los vecinos y moradores de esta ciudad y Provincia, y no osaron aventurar sus haciendas ni enviarlas al dho puerto de buenos aires porque, no se perdiesen las dhas Hazª con la falta y desaviamiento de indios para balsas y barcos y detenimiento de la dha corambre y demas inconvenientes referidos que asi han carecido del bien y recurso que les podia rsultar de la dha permision y dejado de embarcar su corambre y otros frutos para España y de tener la ropa y demas cosas necesarias que se pudieran haber traido en retorno de sus frutos por lo cual (roto) esta ciudad y provincia muy falta de ropa y todo lo necesario para poder pasar y vivir los venicos y moradores de ella, y tanto que lo poco que ha habido y ahí vale y ha valido atan subidos y exorbitantes precios, que es destrucción de la tierra y asi se ven los vecinos de ella en grandes extremos y necesidades y adeudados por no alcanzar sus cosechas asi poder probar, de ropa y lo nece, por la gran carestia y subidos precios, porque una mano de papel que suele valer un peso, vale hoy a seis pesos, y las demas cosas muy forzosas al propio respecto y aun no se hallan y porque si aquí adelante no hiciese buena correspondencia en la ciudades de la gobernación del Rio de la Plata y puerto de buenos aires y en su govº, y justicia y faltase el recurso de la dha permision seria la total ruina de esta tierra y mas en la ocasión presente en que su Mag. Ha mandado que inviolable se guarde la prohibición del puerto de buenos aires de cuyo efecto ha mandado assis a personalmente como lo hace el señor Don Alonso Perez de Salazar oidor de la Real Audencia de la Plata, siendo verdad que del dho puerto se Proveia de Ropa esta Provincia que estando como ahora esta tan apretada y rigurosa la dha Prohibicion si faltase este Recurso de la dha permision de navegar los frutos, quedaria esta tierra tan imposibilitada que obligaria a los españoles que la habitan adespoblarla e irse adonde pudiesen alcanzar lo necesario para vestirse y poder pasar la vida, de que resultaria muy grande de servicio a Dios nuestro señor y a su Magd. Pues faltanto los españoles o algun poco numero de los que ahora hay (siendo necesario que hubiere muchos mas (roto) el grande fruto que se ha hecho y hace en tan gran numero de reducciones que se han convertido y van conviertiendo, y cada dia vienen al conocimiento de nuestra Santa Fé Católica y a la obedencia de (roto) lo cual no pudieran hacer los ministros del Santo Evangelio sin el resguardo defensa y amparo que tienen en los dhos españoles de todo lo cual es cosa justa sea informado su Magd. Para que (roto) … tan) cristianismo, proveyendo de Remedio necesario para que se continue el bien de las almas de los indios que se atraen al conocimiento de la fe y la conversación de sus vasallos asi españoles como indios de estas Provincias, se sirva prorrogar La dha (roto) y permision de llevar los frutos de esta tierra a Sevilla y traer lo necesario y ampliarla en mas calidad de navios pues no habiendo como no ya en esta tierra plata ni oro que pueda pasar en ellos a los Reinos de España y con la excepcion de la dicha provisión de que no la puedan embarcar no sera de perjuicio el ser el numero de los dhos navios mayor Antes resultara de ello gran servicio a su Magd. Y aunmento de su Real Hacienda y mucho mas de aquí adelante por haberse descubierto en esta ciudad y Provincia algunos frutos y cosas y considerables y de valor para los Reinos de España como son el (roto) cuyo beneficio se ha comenzado y sea muy bien y en gran abundancia como tambien el tabaco y el (roto) se va beneficiando y principalmente tres generos de palos de diferentes colores de mucha estimacion que son el uno taxiba – otro catigua y el otro tatayiba que dan color rojo amarillo y lunado y otras diversas mezclas que se entiende ser mejores y demas bondad que el palo del Brasil de cuyos derechos resultara mucho aumento a la raza y de su valor mucho bien a esta Provincia y Vecinos de ella, sirviendose su Magestad de conceder competentes navios en que poder los navegar porque de los dhos palos hay mucha abundancia de arboles en esta tierra atento a lo cual.-
A V. Merd Pido y suppco mende recibir la información que ofrezca de lo contenido en este mi pedimiento y fecho se me de un traslado (amas) de la para ocurrir ante su Magestad asuplecar que por tan justas y convenientes causas prorrogue y amplie la dha permision dando V. M. sobre todo suparecer como el que lo tiene presente y que con tanto cuidado ha deseado y procura el aumento de la Real Hacienda con las diligencias que ha hecho y hace para que se descubran en la tierra frutos de aprovechamiento y se ponga en excesion el beneficio y plantio de ellos como se va haciendo en cumplimiento de lo que su Magestad tiene mandado y encargado por una su Rlcedula que V Merd después que aquí llego mando pregonar y prometiendo en nombre de su Magd. Favorecer a los que se mostrasen mas cuidadasos en los dhos plantios y beneficios como su Magd. Por ella lo manda) En que esta Ciudad y Provincia Recibira bien y md. Con justicia que pido etc.
Martin de Orue de Zarate
(M .S. del Archivo Nacional)
REAL CEDULA CREANDO IMPUESTO A LAYERBA DEL PARAGUAY PARA SOSTENIMIENTO DE LA FORTIFICACIÓN DE BUENOS AIRES
El Rey – Mi Gobernador y Capita Gral. De la Provincia del Paraguay, atendiendo a lo que conviene la seguridad y defensa de la ciudad y puerto de buenos aires, por ser el principal de las provincias de Rio de la Plata e resuelto en consulta de los de mi Junta de Guerra de Indias, se fortifiquen en la forma que se ha tenido por mas conveniente y que el Presidio se componga de ocho cientos y cincuenta hombre sin oficiales, y con los cabos y compañias que por otros despachos de la fecha de este se ordena, y porque entre otros puntos e resuelto juntamente que para ayuda de su manutención se ponga en practica los medios de arbitro que propuso Don Joseph Martinez de Salazar, ejerciendo el cargo de Gobernador y Capital Grral de aquellas provincias en carta de diez y seis de Junio del año pasado de mil seiscientos y sesenta y cuatro y uno de ellos es, que la yerba que bajare del Paraguay, o de otras partes a la ciudad de Santa Fé de Veracruz y a la de la trinidad de buenos aires, para vender en el consumo de las dos ciudades pague por cada arroba, medio peso y la que compraren o llevaren mercaderes de dicha ciudad de Santa Fé para las provincias del Perú y Tucuman, donde se doblan su valor, tres y cuatro veces, según la distancia, paguen un peso por arroba, puso la moneda corriente del Paraguay, es la yerba, que se reputa a dos pesos la arroba, os mando deis la orden conveniente, en virtud de esta mi cedula para que todos los vecinos y moradores de esas Provincias, registren ante los oficiales de mi Hacienda que sirven en ellas, las cantidades de yerba que sacaren para presentarse con el registro ante el corregidor y oficinal Real que asiste en la dicha ciudad de Santa Fe, que es puerto y escala a donde forzosamente han de llegar los Barcos y Balsas y que alli sea la aduana donde se cobre este derecho para remitirlos a mis Cajas Reales de dicha Ciudad y Puerto de Buenos Aires y areis que el oficial Real que residiere en la dicha ciudad de Santa Fe recoja todos los Registros que de las partidas de yerba bajaren de esa Provincia, y testimonios de los que comprasen los mercaderes para llevar a las del Peru y Tucuman o de otras personas que la truxeren para su cuenta para este efecto, para que haya la claridad y buena cuenta que conviene, y velareis (como os lo encargo) en que no se abuse del medio referido y que en su imposición no haya ningun fraude que lo mismo ordeno por otro despacho de este dia a los oficiales de mi hacienda de dicha ciudad de la trinidad y puerto de buenos aires, hecho en Madrid a viente y seis de febrero de mil y seiscientos y ochenta año – Yo El Rey – Por mandado del Rey Nuestro Señor Don Francisco Fernandez de Madrigal.
En la ciudad de la Asuncion en tres dias del mes de Junio de mil y seiscientos ochenta y un años. Yo el Sargento Mayor Don Felipe Rexe Corvalan Gobernador y Capitan Gral. de esta Provincia del Paraguay por su Magd. Que dios guarde, Recibi entre otras esta Real Cedula y habiendola Visto la ese y puse sobre mi cabeza y obedeci en forma como carta de mi Rey y Señor natural a quien la divina magd. Guarde y prospere en mayores Reinos y Señorios como la cristiandad a menester, y para su cumplimiento, mando se publique el dia cinco de este en las partes de la plaza publica de esta ciudad, et. D Felipe Rese Corvalan – Testigo Rodrigo Davalo – tgo Luis Diaz Britos.
(M. S. del Archivo Nacional)
ACUERDOS DEL CABILDO SOBRE EL IMPUESTO A LA YERBA
En la ciudad de Asuncion en Veinte y cinco dias del mes de Junio de mil seiscientos y ochenta y un años, el Cabildo Justicia y Regimiento de ella, conviene a saber el maestro de campo Rodrigo de Roxas Aranda Alferez Real propietario y el alférez Agustin de Insaurralde d. Alcalde ordinario, los Capitanes Antonio Gonzalez frente Martin Ibañez de Insaurraga Rexidores perpetuos, nos juntamos en la sala diputada de nuestros acuerdos, a tratar conferir materias del servicio de su Magd. y utilidad de esta Republica, precidiendonos a el le maestre de Campo Francisco de Avalos y Mendoza, teniente Gral. de Gobernador Justicia Mayor y Capitan a Guerra de esta Provincia por su Magd. que Dios guarde – Decimos que por cuanto el dicho señor Gobernador y capita Gral. recibio una real cedula que mando publicar en la plaza publica y otros lugares de esta ciudad, su fecha en Madrid a Veinte y seis de febrero del año pasado de mil seiscientos y ochenta en la cual manda su Magd. que de la yerba que baxasso de esta provincia, o de otras partes, a la ciudad de Santa Fe de la Veracruz y a la de la Trinidad puerto de buenos aires para vender en el Consumo de las dichas ciudades, se paguen a su Magd. por cada arroba medio peso y a la que comprasen o llevaren mercaderes, de la dicha ciudad de Santa Fe para las provincias registrasen ante los oficiales de su Real Hacienda, las cantidades de yerba que sacaren, para presentarse con el Registro: ante el Corregidor y oficial Real, que asiste en la dicha ciudad de Santa Fe, donde se ha de cobrar el dicho derecho, según que consta de la dicha Real Cedula la cual obedecemos por lo que puede tocar a este Cabildo, con la solemnidad acostumbrada como carta de nuestro Rey y Señor Natural, que Dios guarde con acrecentamiento de Señorios, como la cristiandad a menester y en cuanto a su cumplimiento, respecto a que su Magd. no esta informado del tiempo presente, en que ocrre en la dicha ciudad de Santa Fe la moneda de la yerba, que baja de esta provincia a ella donde no se halla quien la compre a dos pesos la plata la arroba y solo se permite por Ropa, algunas veces a veinte reales y otros diez y ocho, y tal vez surtiendo con la dicha Ropa alguna plata, en el mismo precio, subiendo el de la Ropa, la cual traida a esta ciudad, se vende en excesivo precio por la poca ganancia que en otra manera tuvieron los mercaderes, hallandose obligados a dejar el trato, en gravisimo perjuicio de esta Provincia, como efecto se seguira, con la ejecución de la dicha Real Cedula, lo cual es evidente, porque en esta ciudad, pagan los mercaderes Vecinos y Forasteros, la alcabala de la Ropa y Generos que venden, y al tiempo del embarque de la yerba, pagan asi mismo, el derecho de la Romana a los propios de esta ciudad, a que se añade, cuatro reales que pagan por cada una arroba, de fletes y conducidas a Santa Fe pagan de ella alcabalas y Romana, y en las ventas se escalsan las taras del cuero, y otra aberias que resultan de la navegación, con que pagandose por la nueva orden, cuatro reales por cada arroba a su Magd., llegaran a estado los caudales de los mercaderes, que no solo tendran ningun logro, en sus haciendas, sino que no daran salidas y sesara totalmente el trato con esta provincia, privandola del socorro de todos los generos que vienen a ella, de fuera, de que se seguira perjuicio a la Real Hacienda por defectos de alcabalas, y aun en riesgo de que totalmente cesen los beneficios de la dicha yerba, supuesto que faltando el trato de ella cesara la causa de su beneficio, y con ella, las rentas eclesiásticas, y Reales, que son causas muy para considerar; supuestas las cuales y que el motivo de la disposición de la dicha Real Cedula, resulto del informe que el Señor Don Joseph Martinez de Salazar, Gobernador que fue de la Provincia del Rio de la Plata, y Presidente de la Real Audencia, que residio en ella, hizo a su Magd. el año pasado de mil y seiscientos y sesenta y cuatro, proponiendo medios para lamanutension del presidio del puerto de buenos aires, y en aquel tiempo, valia en Santa Fe, a seis y siete pesos, la yerba, y en esta ciudad se vendia la Ropa, la mitad menos de lo que hoy corre, y es isn duda que informado su Magd. de la grande rebaja, y menos precio de la dicha moneda, asi en la dicha ciudad de Santa Fe como en las demas partes del Tucuman, y el Peru, se servira de mandar sobre seer, en la ejecución de la dicha Real Cedula; en cuya atención, por mayor servicio de su Magd. suplicamos de ella, para ante el Rey Nuestro Señor en su Real Consejo de Indias, para que mejor informado se sirva de ordenar, y mandar lo que fuese servido, y para que esta suplica se presente ordenamos a nuestro procurador general, la interponga en forma, en nombre de este Cabildo y del Comun de esta Provincia ante el Señor Gobernador y Capitan General de ella conforme a los motivos de este decreto, haciendo otros cuales quiera diligencias que convengan en la materia y para que conste de la dicha Real Cedula, se pida al dicho Señor Gobernador y se ponga un tanto de ella este libro Capitular, y lo firmamos antes nos a falta de escribano, Francisco de Avalos y Mendoza – Rodrigo de Roxas Aranda – Agustin de Insaurralde – Antonio Gonzalez Freire – Martin Ibañez de Insaurraga.
Concuerda este traslado con el acuerdo Capitular original, que esta a hojas setenta y ocho del libro de los acuerdos del Cabildo de esta ciudad, con el cual lo correji y conserte, va cierto y verdadero a que me refiero; y en cumplimiento del decreto de hoy dia de la fecha proveida por el Sr. Gobernador etc. – Francisco de Avalos y Mendoza – testigo: Juan Duarte - testigo: Nicolas Corvalan y Castilla.
(M . S. del Archivo Nacional)
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CORRESPONDENCIA DE BELGRANO CON LA JUNTA DE BUENOS AIRES AL INICIARSE LA EXPEDICIÓN CONTRA EL PARAGUAY.
Exmo. Sor.—El Viernes por la mañana llegó Agüero, y al anochecer Don. José Alberto Calcena; á aquel despaché el Sábado á la mañana, dándole cartas para el Coronel Gracia, y el Tente Coronel Cerda, en que persuado, .ofrezco premios, y también amenazo; y si con tinta y papel hornos de vencer, me parece que la victoria podemos contarla segura: si hubiera tiempo mandaría á V. E. copia de la carta á Gracia; pero estoy apurado—Calcena está conmigo, y me ayuda mucho: me parece que me ha de ser utilísimo; ir lo pronto he adoptado el camino que me ha indicado, con preferencia al que se me habla insinuado: es muy doloroso que un general no tenga el conocimiento del territorio y mucho mas que ni los planes que tiene se lo manifiesten, como me sucede con el que he traído sin duda por que los demarcadores de límites no reconocieron el que dio á andar—muchos vecinos, y aun Religiosos se me han venido á ofrecer para auxiliar la Expedición en la otra Banda: he admitido á Don. Franco Anto Candioti, que me acompaña hasta su Estancia, ó más si me pareciera, y á Don Franco Andréu y Culebran, dignísimo catalán patricio por adopción, dispuesto á ejecutan todo servicio por la Santa causa de la patria y del Rey que sostenemos. A Da Félix Aldao, natural de esta Ciudad le he comisionado para recoger los donativos de caballos en la otra Banda del Paraná, y también lo llevo conmigo por el conocimiento práctico del territorio del que estoy en ayunas—Mis deseos son grandes por el acierto, Exmo. Señores, sino 1) consigo será porque no alcance mas: ilústreme V. E., dígame algo, y déme sus noticias mas a menudo: pues sabe cuanto me intereso en su prosperidad y gloria.—Dios guarde á V. E. tris as—Santa Fé 3 de Octubre de 1810—Exmo. Señor—DM Belgrano—Exmo. Sor. Preste y Vocls de la Exma. Junta Provl Guva de las Provincias del Río de la Plata.
Exmo. Sor—Conceptúo de la mayor importancia que V. E. tenga á bien disponer que Don. José Alberto Calcena y Echevarria venga á mis ordenes, respecto á que conozco sus sentimientos de verdadero patriotismo y á lo que se me ha echo saber por el Sargento Mayor de Vívanos Candioti, conocedor de la Provincia del Paraguay, la influencia grande que tiene en aquellas gentes: acaso por el medio que se pueda adaptar, de acuerdo con el expresado Calcena, evitaríamos perder tiempo para nuestro segundo objeto, y atraeríamos á la dependencia á la nominada Provincia: V. E. resolverá lo que mejor le parezca; pero yo no me puedo excusar, porque son vivos mis deseos de contener las intrigas de los Marinos, y castigar á sus secuaces, de proponerle esta idea que me parece útil á nuestra causa.— Dios guíe á V. E. ms as Sta. Fé 4 de Octubre de 1810—Exmo Señor—Ml. Belgrano (rubrica) —E. S. P. y V. de la Exma. J. P. G. de las Probas del Río de la Plata.
Cuando se recibió el oficio de V. E. de 4 del corriente habría quizá llegado á su compañía Don. José Alberto Echeverria, á quien anticipadamente dirigió la Junta, por estar en el mismo concepto que ha influido en la petición quo hace V. E. de su persona. Sin embargo de la influencia, que se supone justamente en este individuo respecto de la Provincia del Paraguay, no cree la Junta conveniente, que se varíen los primeros planes, pues ni debe empezarse á obrar contra las dependencias de Montevideo, mientras toda la Provincia del Paraguay no se halle completamente reducida; ni debe fiarse su conformidad á otros medios, que á el respecto debido á la fuerza que está á las ordenes de V. E. Así quiere la Junta, que V. E. convierta toda su atención á la Provincia del Paraguay; pues reducida (borrado) esta, y arreglado perfectamente su gobierno, obrará contra Montevideo toda su fuerza aumentado con el grado de opinión que debe darle la agregación de una Provincia—Octubre 9 de 1810—Exmo Sor De. Manuel Belgrano.
Exmo. Sr. Nunca ha sido mi idea distraerme de los Planes de reducir, primero á la Provincia del Paraguay, para obrar después contra los insurgentes de Montevideo y solo me separaría, guando adhiriendo toda ella á las miras de V. E. y apoderándome de los autores de la desunión, me bastase remitir un Piquete con quien pudiera organizarlo todo, sin necesidad de mi presencia, ni la del Ejercito; que, en tal caso, podría volver sus tiros contra los insurgentes mencionados; V. E. puede estar cierto de que sus instrucciones me gobiernan, y que no me separaré de ellas, como de cuales otra disposición que fuese servido comunicarme: con lo que contesto á su oficio de 9 del corriente. Dios guíe á V. E. ms as.—Bajado del Paraná 16 de Octubre de 1810 Exmo. Señor--Ml. Belgrano— (rúbrica)—E. S. P. y V. de la Exmo. Junta Provl. G.ª de las Provincias del Río de la Plata.
(M. S. del Archivo de Buenos Aires. Colección copias de Solano López).
RELACIÓN Á CERCA DE LA BATALLA DE TACUARÍ
(Publicada en "El Semanario" el 10 de Marzo de 1866)
El día jueves 7 de Marzo como las 10 de la mañana llegó con su división el Comandante General D. Juan Manuel Gamarra, é inspeccionando la situación del enemigo y la de nuestra fuerzas, propuso el plan de ataque de dirigirse todo nuestro ejército á pasar la otra banda del Tacuarí por la puente que con tanto esfuerzo había construido el Con - mandante de Caballería D. Luis Caballero como una legua arriba del paso de dicho arroyo, quedando á esta banda tres 6 cuatro cañones con trescientos 6 cuatrocientos hombres con el objeto de divertir y entretener á los enemigos, mientras que nuestros Ejército pasaba al otro lado por la puente con dirección á tomarlos por las espaldas.
El General Cabañas fue de parecer que Gamarra pasase con compañías de cuarteleros con el total de 112 fusileros, y la gente de caballería con lanzas y como 80 carabinas y trabucos, todos ellos á cubrir tres 6 cuatro cañones que intentaban pasasen al ataque; á lo que el Comandante Gamarra expuso que no respondería por aquellas tropas y armamentos por conceptuar que los enemigos estaban muy for-talecidos y con cuadriplicado número' de armas de fuego, y que por eso el que pasase á este ataque era preciso que llevara siquiera fuerzas dobles de las señalada.
El General Cabañas resolvió y dispuso pasar el viernes 8 después de entrar el sol, y aunque de sus conferencias con los Comandantes y oficiales no se resolvió nada por el momento, después se convino en dirigirse con todas las fuerzas al ataque como había propuesto Gamarra, y se empezó la marcha como á la 11 de la noche para llegar al enemigo á la madrugada, quedando á esta banda cuatro piezas de artillería al mando del Sargento veterano Pedro Fernández y 77 fusileros con tres compañías de lanceros á cargo del Teniente Don Pedro Pablo Miers, y todos á las órdenes del Comandante de caballería D. Juan Antonio Caballero; así se verificó quedando 1. Esta parte el capellán Fray Pedro Abalos, y acompañando al Ejército principal el capellán Castren-ce D. José Agustín de Molas.
Llegado el Ejército á la puente, como á las dos de la mañana con 6 piezas de artillería, y como mil hombres mas 6 menos, venciendo inmensas fragosidades; aquí se suspendió el ejército en medio de unos pajonales terribles porque aun no se había abierto el monte al otro lado, á cuyo efecto rompiere y abrieron un varadero con machetes, sable y cuchillos para los trenes y carros de municiones, empleándose en esto como dos horas. El puente era de treinta varas de longitud y cuatro de latitud.
Al amanecer empezó á pasar el Ejército, yendo por delante las cuatro compañías cuarteleras con sus respectivos oficiales, y en seguida la artillería: en este intervalo se oyeron los tiros de cañón del Sargento Fernández encargado de divertir al enemigo, corno también el Comandante de los botes Don Ignacio Aguirre, para cuyo efecto entró á la boca del Tacuarí con tres botes y después hasta el mismo arroyo.
Logrose de esta manera pasar con la mayor facilidad todo nuestro Ejército, no habiendo tenido los enemigos el menor indicio de nuestra situación; pero atropellando de nuevo un inmenso pajonal y pantanos, fue preciso romper aquel con sables para transitar, pues era tan elevado que montado un hombre á caballo no distinguía por ningún costado.
En la capilla de Tuparaí, situada en la cercanía del Tacuarí, había una guardia enemiga, y los paraguayos deseosos de dar con los enemigos iban con tal furia que ni la vista de ellos, ni la muerte, ni nada los contenía ni podía contener: al momento el General Gamarra mandó al Comandante D. Blas José Rojas echara dos espías para el camino de Itapúa (precaución tomada para un caso de dirigirse Ro-camera á este lugar que se hallaba en el nominado pueblo) y juntamente avanzase con algunos soldados á. la referida capilla; con lo que desampararon este punto precipitadamente como 20 enemigos.
Los Generales mandaron entonces que todos los individuos trajesen en el sombrero un ramo de laurel y una cruz de palma en la chaqueta 6 en el pecho, para distinguirse de los enemigos, y no experimentar aquella confusión ocurrida en la batalla de Paraguari.
Serían las 7 de la mañana cuando de una isleta en las inmediaciones de la referida capilla salieron precipitadamente los enemigos, á quienes los paraguayos dirigieron un cañonazo seguido de una grita formidable y entusiasta de las tropas. 102
Los enemigos se hallaban á muy corta distancia apoderados de tres islas.
El mayor General D. José Ildefonso Machain se hallaba emboscado con la gente de su mando, teniendo tres piezas de artillería, y solamente algunos poco artilleros se dejaban ver, ejecutando un vivo fuego.
Los nuestros ganaron abajo de la Capilla donde se vio un corral, en cuya tranquera el Capitán D. Antonio Zavala colocó su artillería que la cubrió la 3ª compañía del Dr. García y su Teniente D. Juan Bautista Acosta. La izquierda ocupó el Teniente Coronel graduado de artillería D. Miguel Feliú sostenida por la 4.a compañía de D. José Mariano Recalde, y la I.' del Capitán D. Pedro Juan Caballero. A la derecha se colocó el Alférez de artilleros D. Francisco Guerreros, y D. Santiago Feliú Mahones de Pirayú, que por inteligencia y destreza para disparar con acierto un canon como se experimentó ya en Paraguari le confió el Comandante artillero D. Pascual Urdapilleta, siendo defendidas por la 2. ° Compañía del Capitán D. Antonio Tomas Yegros, por la infantería del Comandante Don Blas José Rojas:
En este estado pues hallaba nuestro ejército sosteniendo un fuego el mas vivo y terrible que los enemigos despedían bajo el amparo de las referidas islas; y por mas que nuestras tropas les correspondían con la mayor viveza, cc, podemos inferir el destrozo efecto que hubiesen hecho nuestros fuegos á los enemigos, pues ellos estaban ocultos, y nosotros á pecho descubierto, permitiendo el Dios de los Ejércitos que en este choque tuviésemos una pérdida muy pequeña.
El General Gamarra viendo el poco fruto que resultaba de hacer fuego á las islas y que se iban disminuyendo nuestras municiones, de acuerdo con el Comandante de vanguardia D. Fulgencio Yegros ordenó que la artillería y caballería avanzasen las mencionadas islas. Así se verificó, dan-CD) este avance llevado can el mayor arrojo y decisión, e; brillante resultado de apoderarnos del punto ocupado por los enemigos, dos cañones de bronce con un carro capuchino y una carretilla con las mismas que les quitó el Capitán Insaurralde, ciento veinte y tantos prisioneros entre ellos el Mayor General Machain y seis oficiales mas, con otros tantos fusiles, habiendo quedado en el campo de batalla un número considerable de muertos y heridos.
Se ha hecho espectable por su valor, intrepidez y prudencia el General de División 'D. Juan Manuel Gamarra, y así mismo se ha distinguido el Comandante de vanguardia D. Fulgencio, Yegros, el intrépido Comandante de caballería 238D. Gervasio Acosta y su 2.° D. Carlos Santos; el Comandante de caballería D. Fortunato Acosta, el valeroso Capitán D. Amancio Insaurralde, el Comandante de caballería D. Sebastian Taboada, el capitán de caballería, D. Francisco Barrios, el Capitán de caballería D. Juan Bautista Rivarola y su Teniente D. José Antonio Sosa: también se distinguieron en esta acción los Tenientes urbanos Don Fernando Gavilán, y D. Manuel Ferreira con su Alférez D. José Mariano Mancuello: los capitanes D. Antonio Tomas Yegros, y D. Pedro Juan Caballero, el intrepidisimo Teniente Don José Mariano Recalde, y los famosos Ayudantes D. Vicente Iturbe, y D. Mariano Vallada, como también el Teniente de cazadores D. José Antonio Yegros. Así mismo se portó con valentía el Teniente Coronel D. Miguel Feliú; siendo uno de los que pidieron el avance.
Igualmente el Capitán D. Antonio Zavala, el Alférez-4D. Francisco Guerreros: y el Mahones D. Santiago Feliú.
También mostraron un valor ejemplar el Capitán retirado de la caballería D. Pedro José Genes, y el gallardo soldado de la 4a compañía de Villa Real D. José Mancuello, que entre los dos tomaron tres prisioneros en el avance. Los Sargentos Francisco de Paula Ortiz, y Carlos Arguello se especializaron también en esta famosa acción.
No podemos menos que elogiar la bizarra acción del célebre Don Juan Bautista Agüero, pues habiéndose metido entre los fuegos logró enlazar un canon á los enemigos, y lo presentó al Comandante General de División Gamarra, pero en este acto una bala de fusil 6 metralla le llevó el cuello de la chaqueta y parte del pelo; como también el arrojo temerario del Teniente D. José Mariano Recalde á una de la islas donde suponiéndose que los enemigos estuviesen ya rendidos, le hicieron un fuego terrible, pero felizmente no le acertaron, en cuya empresa lo acompañó el Teniente I). Martín Fleitas.
Quisiéramos tener expresiones para poder pintar el terrible avance de los nuestros á los enemigos cuya acción mas pareció temeridad que valor, y los enemigos hicieron un fuego tau vivo como también los nuestros que toda comparación es pequeña, y por mas que un talento elevado quisiera demostrarlo desmayaría, y faltaría expresiones para poderlo significar como es en sí, pues llegaron á término que hiciesen uso de las lanzas, bayoneta, y armas blancas.
Nuestro Comandante de caballería D. Gervasio Acosta el primero que avanzó con los nobles pobladores del fiel y generoso pueblo de Caazapá, fue herido gravemente de una metralla de que murió, pero al momento nuestro capellán D. José Agustín Molas, en medio de una multitud de balas corría á aquel puesto á auxiliarlo: es increíble el valor, y celo de este ministro corriendo de un lado á otro en el campo de batalla hasta llegar á auxiliar á los mismos enemigos, cumpliendo de este modo la promesa que hizo á nuestro Ejército de no abandonarlo un instante.
No contento con esto se despojó (le una camisa que llevaba en la bolsa de los lomillos, de una sábana, para vendar las heridas, ejerciendo oficio de medico espiritual y temporal pues como no había pasado en el ejército el cirujano, nuestro capellán personalmente curaba á los heridos, y auxiliaba á los enfermos y agonizantes.
Después que ganarnos los tres puntos, y dueños del campo de batalla, los Generales mandaron al Capitán D. Antonio Zavala para intimar al General Belgrano que se rindiese sino quería perder enteramente las tristes reliquias de su Ejército, á lo que contestó que las armas del Rey D. Fernando no se rendían, ni se entregaban. Ya en este tiempo el Sargento Fernández y el Comandante de los botes lo s incomodaban bastante por la frente á esta banda del arroyo, cuyos fuegos hicieron varias muertes.
El General Belgrano se mantenía aun tenaz de no rendirse, aparentando un valor sin igual, pero nuestro Ejército había pasado ya á encordonar el resto de los enemigos, cuando Belgrano mandó á sus tropas que hiciesen el último esfuerzo; para lo cual un grupo de hombres de infantería con cañones nos iban avanzando precipitadamente, al mismo tiempo que una caballería de bastante número se desfilaba á la izquierda del arroyo Paraná con el mismo objeto. Viendo la osadía y temeridad de nuestros enemigos, el Capilar' D. Antonio Zavala y D. Santiago Feliú dispararon unos tiros de cañón que los suspendieron, al mismo tiempo que la caballería del Capitán D. Pedro José Genes, junto con el soldado José Mancuello les salieron al encuentro, é hicieron un tiroteo á los enemigos de que quedaron muchos muertos en el campo, sin que los nuestros hubiesen experimentado daño alguno; con lo cual desistieron los enemigos de su temeraria empresa.
En medio del fuego tan vivo que hacían los enemigos avanzando hacia nosotros, salió despavorido (le las islas un venado dirigiéndose á la izquierda del arroyo, y unos cuantos paraguayos cayeron sobre él, haciendo el menor caso de los enemigos, cuyas punterías iban quien sabe donde, y tal era el espíritu de los nuestros que aun mismo tiempo mataban porteños y venados.
Viendo el General Gamarra frustrada la temeraria empresa de los enemigos, y reducidos estos al triste recinto de la casa de Anzoátegui, sin retirada, y sin recurso alguno, determinó con el Mayor D. Ramón Pío de la Peña mandar al Alférez urbano D. José Mariano Mancuello con dos soldados á avisar al Sargento Fernández que á la primera seña que le dieran de otra banda por ./1194i0 de cañonazos, avanzase junto con los boteros; pero habiendo empezado el cañoneo á breve rato levantó Belgrano bandera parlamentaria.
Se hallaba Belgrano en la mayor consternación, empleándose ya únicamente en quemar sus papeles, según pública declaración de D. Bautista Anzoátegui en cuya casa se hallaba, añadiendo, que para aligerarlo mandó encender una hoguera en el horno. También el supuesto Intendente Echeverria, corno furioso salió de la casa y dirigiéndose hacia un barco que estaba en obra en las márgenes del Tacuarí, puesto de rodillas junto á él en camisa y calzoncillo, con las manos elevadas al Cielo clamaba y pedía misericordia, cuyo funesto y célebre acontecimiento lo testifica D. Félix Molas, individuo del ejército enemigo, quien añade que habiéndolo encontrado en este acto le dijo que ya no era tiempo de pedir misericordia, que se levantase y , fuese á entregarle el dinero que tenía que darle, que á causa de su demora andaba todavía él por el Campamento. 104
A vista de la bandera parlamentaria mandaron los Generales cesase el fuego, manteniéndose nuestro Ejército formado-pero caloroso y enfurecido: el Sol era fortísimo, y además estaban sedientos todos, pero con una paciencia y tolerancia, que las tropas mas aguerridas admirarán en todo el valor de los nobles é invictos paraguayos, cuyas hazañas ocuparán en los fastos de la historia un lugar superior.
A poco rato se dejó ver D. José Alberto Echeverria, y á las propuestas que se les hizo, volvió á su Campamento; pero luego vino segunda vez diciendo que venia á hacer unas capitulaciones honrosas para nosotros, y á condescender con todo cuanto quisiésemos, gritando al mismo tiempo.
¡VIVA LA PATRIA—VIVA EL PARAGUAY!
Después que habló el General D. Manuel Cabañas el Comandante General de División D. Juan Manuel Gamarra q' se halló presente, propuso en consideración de los graves, é incalculables perjuicios y atrasos ocasionados á la Provincia del Paraguay por los porteños, tanto que ni el Rey podría en ningún tiempo indemnizarlos, se podía acceder á las capitulaciones con la condición de que nos entregasen ellos todas las armas y carros en recompensa de los indicados perjuicios, é innumerables gastos, dejándolos ocho ó doce fusileros con cananas proveídas para custodia del General: oída por Cabañas esta propuesta, dijo á Gamarra, que viese á los denlas oficiales, y los oyese sobre la misma, á ver el dictamen de ellos. En efecto se les propuso lo mismo al Mayor D. Ramón Pío de Peña, al Comandante de vanguardia D. Fulgencio Yegros, al Comandante de artillería D. Pascual Urdapilleta, al Capitán D. Antonio Zavala, y otros oficiales, quienes unánimes la adoptaron y la aprobaron, de que el mismo Gamarra pasó aviso á Cabañas; y cuando se esperaba que así se hubiese verificado, desentendiéndose éste del dictamen de Gamarra y los demás, firmó las capitulaciones concediendo al General Belgrano se retirase con el resto de su Ejército con todos los honores de la guerra. Ignoramos los motivos de esta Última determinación del General Cabañas.
No podemos dejar de mencionar el valor y conducta del Sargento de artillería D. Pedro Fernández, como también la constancia y fidelidad del subteniente D. Pedro Pablo Miers, fueron desempeñadas cumplidamente los puestos que se les confiaron.
En esta famosa acción todos á porfía • manifestaron su valor, y patriotismo, habiéndose particularizado las cuatro compañías de cuarteleros con sus respectivos oficiales.
BANDOS DEL GOBERNADOR VELASCO
El Govor del Paraguay á sus Habitantes.
Los sucesos humanos por más favorables que sean nunca satisfacen al corazón del hombre creado para dichas inefables. De este natural sentimiento resulta que habiendo conseguid, esta fidelísima Provincia reintegrarse en su antigua tranquilidad y hacer respetables sus Derechos con los heroico; esfuerzos de sus nobles habitantes en las gloriosas Batallas Paraguari y Tacuari; los asimos agitados todavía de los males que han estado á riesgo de experimentar, y oprimidos de los trabajos inevitables de la Campaña, no bajan logrado el contento que corresponde á nros triunfos, y actual situación, A esto han contribuido las indiscretas producciones de algunos Egoístas insociables que desde el reposo de sus casas han proyectado ataques y Batallas, y quisieran haber visto ani4uilados a cualquier costa los que amenazaban sus caudales y comodidades, al paso que se hacen sordos guando la Patria los necesita. Así esta clase de hombres indignos de los derechos de Ciudadanos, como unos pocos Malévolos que por otros fintes criminales deprimen vro inestimable merito son acreedores al severo castigo que les tengo decretado. Despreciad altamente á unos y otros, y estad ciertos nobles ciudadanos que la Capital y todo el vasto distrito de esta Provincia, se halla justamente reconocido á oros distinguidos servicios, que han librado á sus moradores del mayor mal que puede sufrir un País. Habéis defendido vra libertad civil, los otros del Rey y la constitución. Vivid contentos: reposad en el seno de vras familias, y no temáis padecer la suerte de Vuestros vecinos les Correntinos que arrastrados de los insurgentes, han ido á ser victimas en la campaña del Uruguay; á la sazón que su capital abandonada la tiene á discreción el Comandante de nra Escuadra Don Jaime Ferrer que ce halla fondeado en el Puerto de aquella Ciudad. Esta Provincia es ilustrada y fuerte y la divina Providencia que vela sobre su conservación, cada día nos depara medios que la hacen inaccesible. No penséis que vro merito hade quedar en el olvido; todos mis esfuerzos desde este momento se reducen á elevarle al Govno Soberano de las Cortes que en nombre de vro Monarca el Señor Don Fernando 7.° rige España y sus Indias. Todos serán dignamente recompensados: dedicaos entre tanto al cultivo y cuidado de las haciendas. Ocurrid a mi si alguno os oprime, y hallareis la justicia de un Padre que os ama, y que no quiere mas premio que acabar sus días de simple particular entre vosotros, cojio valor, docilidad, y amable carácter, me ha proporcionado el mayor galardón y gloria que pueden dar las naciones mas poderosas del Mundo. No sois mis esclavos como dicen los infames -Libelos de Buenos Aires; sois mis hijos Compañeros y amigos. Ellos son verdaderamente los Esclavos de un Gobierno arbitrario, tiránico, y Despótico. Asunción del Paraguay y 18 de Abril de 1811.
Fernando de Velasco.
Don Bernardo de Velasco y Huidobro Brigadier de los Reales Ejércitos, Gobernador Militar y Político é Intendente y Capitán General de la Provincia del Paraguay y treinta Pueblos de Misiones de Indios Guaranies y Tapes del Uruguay y Paraná Campañas adyacentes etcétera. Las calamidades que amenazaban á la Patria se han alejado algún tanto, no han desaparecido del todo: mientras el desgraciado Pueblo de Buenos Aires permanezca en insurrección debemos estar vigilantes y conservar nuestras fuerzas; ¿Sería una buena política que despees de haber arrojado los Enemigos de nuestro territorio con la mayor nobleza y valor, los convidásemos á una nueva tentativa con nuestro abandono? No, Ciudadanos, las glorias adquiridas á costa de vuestra sangre no ande malograrse por una confianza reprehensible. Cuando dudábamos que el sistema del monstruoso Gobierno de Buenos Aires encerrase el barbare Plan de atacar las Provincias y encender una guerra civil, nos aprontamos para la defensa: en un momento nos vimos con numeroso Ejercito lleno de valor y Patriotismo, con un tren formidable de Artillería, y con una Escuadra cíe Buques que resguardaba nuestras costas: y teniendo experiencia de sus pérfidos y sanguinarios proyectos ¿nos hemos de entregar al descuido? No, heroicos Provincianos. El Iterado ha quedado exhausto, pero tiene medito y los habitantes de la Capital se desprenderán gustosos de una parte de sus caudales que conservan por los esfuerzos de nuestros Soldados, para proveer á su subsistencia y remediar su desnudez. Es un deber de todo Ciudadano socorrer la Patria guando se halla en riesgo. El que se aprovecha tic sus ventajas, y no la sirve es una sanguxa que la consume, y el que corresponde ingrato á sus beneficios es una víbora que despedaza el seno que la mantiene. Me hallo con el grave peso del mando en una Época calamitosa á la verdad, pero que prepara otra llena de felicidad; en este estado sería responsable á Dios, al Rey y á esta virtuosa Provincia, sino tomara en tiempo todas las providencias necesarias para cumplir con la primera de mis obligaciones. La que voy á proponeros concilia nuestro interés particular con el Publico. Desde este día se abre en Caxas un Empréstito Patriótico, baxo la hipoteca de las fincas y Ramos de Real Hacienda que elijan los Prestamistas, así para la seguridad de sus Capitales como para el pago del seis por ciento que se les abonará religiosamente, quedando á su arbitrio sacar los principales luego que tranquilizadas las cosas, tenga esta Tesorería fondos bastantes, o bien continuar percibiendo el expresado premio, cuya satisfacción se hará á los Interesados en las Reales Caxas, donde presenten los Documentos 6 Cartas de crédito que se darán á los Capitalistas por los Ministros de Real Hacienda con arreglo á lo resuelto por su Majestad en Real Orden de doce de Marzo del año pasado de mil ochocientos nueve Por este medio al mimo tiempo que se provee á las urgentes necesidades del día, se ponen en circulación los Caudales estancados, y sus Dueños á denlas de contraer un merito particular, logran el interés de unos fondos, que la interrupción del Comercio, no permite poner en giro. Este es (1 arbitrio que os propongo, y que no dudo admitiréis fundado en las pruebas que tengo de vuestra generosa liberalidad en otras ocasiones no tan criticas: A lo menos no quiero tener el pesar de no haberes presentado este suave medio, antes de tomar otras medidas necesarias. Fuera de esto se admitirán todos los Donativos voluntarios que los buenos Patriotas, y servidores del R E I quieran ofrecer, haciéndose Acreedores al reconocimiento de la Patria y beneficencia de su Majestad á quien elevaré particular merito. Desprendeos momentáneamente de una parte de vuestros caudales para conservar el todo. Y para que nadie alegue ignorancia se hará manifiesto al Público por Bando y fijará en los Parajes acostumbrados, tomándose razón en la Contaduría principal de Real Hacienda, y pasándose copia autorizada á la Diputación de Comercio. Dado en la Asunción del Paraguay á los diez y nueve días del mes de Abril de este presente año de mil ochocientos once.
Bernardo de Velasco
Por mando de su Señoría
Jazinto Ruiz
Esno ppco y de Govno
Corrigiendo
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