ORTIZ GUERRERO Y SU ÉPOCA - EVOCACION DE JUVENTUD
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La primavera canta, la primavera ríe
en un triunfal derroche de luz y de tesoro, el
sol sobre la tierra divino amor deslié cual si
fuera un diluvio rubio, de puro oro.
O. G.
Como la sentía en estos versos, fue la primavera de su vida, canto y sonrisa, porque la virtud del canto le nacía en los manantiales del alma y la sonrisa que afloraba a sus labios, era la defensa con que le habían dotado los dioses frente a la humana desventura.
Romero de ignorados caminos, vigía de estrellas, "con su morral de ensueño a cuestas", apareció un claro día en nuestro viejo Colegio. Transparentando a través de su humilde aspecto de estudiante campesino la prestancia reveladora de autentica aristocracia espiritual, que no habría de ser desmentida jamás, ni en hechos ni en palabras, se ganó de inmediato el interés y la simpatía de aquella sociedad juvenil, alegre y esperanzada. Amplia la frente, cuya comba daba una sensación de claridad; ensortijados los cabellos de la romántica melena; verdes, grandes y brillantes ojos; sonriente la boca de labios carnosos. La voz, de acento cálido y armonioso, parecía elevarse de lo hondo de un alma iluminada.
Su vida -lo sabremos después- tiene un precio muy alto. La madre murió cuando el nacía. Junto a la cuna un cirio; frente al fruto del amor, los despojos de la muerte. ¿No parece esto un símbolo de su destino? Y quien canto con liricos acentos al amor, ¿no pensó alguna vez que la Intrusa había hecho un pacto con Eros, bajo el cárdeno fulgor de su estrella, para que el, poeta, herido en el corazón al nacer, cantara los dulces martirios, las mortales angustias, las alegrías infinitas, que caben, como en un alado paréntesis de eternidad, en el instante fugaz del beso?
La abuela se ha hecho cargo del niño huérfano vivaz y travieso, cuyos ojos absortos que avizoran lejanías de ensueño en países de magia, están cargados de arcádicas visiones, de azules intensos que recortan los perfiles de los cerros guaireños, poblados de arboles, de animados mitos y de leyendas. Cuando la sed los abrasa, ya sabe donde, entre las matas de amambay, se oculta la fuente de agua clara que mana entre las rocas, aquella fuente que habrá de inspirarle un día el nombre de su primer libro "Surgente", que:
Fluye de la indiferente
roca, la mansa surgente;
fluye con fuerza inocente,
fluye... fluye eternamente.
Allí beberá como aconseja, "con el hueco de la mano", en tanto la corriente se desliza escapándose por el cauce, rumbo al rio, al mar, hacia el cielo, cruzando rumorosa y espejeante los campos, en eterna dación de eterno movimiento. Al mismo tiempo que sus ojos perciben imágenes exteriores, su sensibilidad se nutre de nativa substancia. Mientras en la tarea los lentos bueyes hacen girar el torno del trapiche, y en grandes y humeantes fogones se cauce la negra miel, saborea en tosca calabaza el mosto y la cachaza, que apagan la sed y alimentan deleitando. Y cuando en las noches de baile, al son de rabeles quejumbrosos, guitarras, arpas, dulces y tristes cantos de la tierra, en rápido torbellino de paso de polka o ronda de chopí, giran gráciles sobre ligeros y desnudos pies, las raída pôtï de blanco typoy y almidonadas enaguas, en brazos del arriero que ajusta a la cintura, como trágico signo de hombría el puñal, semioculto por el poncho que le cae del hombro como un ala abatida, y en danza de cuerpos ceñidos, los ojos en los ojos, en los labios una palabra de amor encadenada al beso, el niño silencioso y pensativo intuye el misterio germinal. Y si en lides de amor y de política luchan los hombres con fiera saña, en el destello de los cuchillos que chocan, en el viborear de los cuerpos que esquivan la puñalada, admira el espectáculo bello y salvaje de la "trenza".
En la suma de sensaciones e impresiones de su niñez, en la desventura de la hora inicial de su existencia, dolor que gravito siempre sobre su corazón con el peso sutil y hondo de una herida, ¿no están acaso presentes los elementos primarios, subconscientes, determinantes de su vocación? ¿Su obra poética no estará, acaso, animada por el alma de las horas que se deslizan serenas y placenteras en los suburbios guaireños, "sueños en crisálida" y "esperanza en flor"? Y en el medio físico en que se crio, en el ambiente social en que se desarrollaron sus facultades, ¿no le fue dada la divina hebra armoniosa con que se tejen los bellos versos?
La propia lengua aborigen, que:
Cual mi yerutí, solloza y canta,
y como mi eireté grata es de aroma...
con la cual balbuciente ha invocado de niño a Dios y que lo comunica con su pueblo, ¿no le habrá concedido la virtud musical de sus estrofas?
Asunción, 1914. La torre y el templo
Llega Ortiz Guerrero a Asunción, en los primaros meses de 1914. En aquellos años de la anteguerra mundial, la cultura se ha refugiado en la Universidad y se reduce al desarrollo literal de los tópicos del programa de su sola Facultad: la de Derecho.
No existen centros de cultura literaria, artística ni filosófica. La Universidad es el asiento de una generación sin ideales, nutrida por sentimientos egoístas, que no está dotada del sentido de la realidad nacional, ni poseída por la conciencia de una misión. En el Colegio Nacional, en forma imprecisa, se percibe cierta vaga inquietud espiritual, malograda por la falta del correspondiente encauzamiento. No existen profesores de idealismo. El país, víctima de una economía colonial que succiona sus riquezas sin dejarle las reservas indispensables para estructurar su progreso, se debate en espiritual anarquía. El universitario, servidor incondicional de un sistema económico, abraza su carrera con criterio estrictamente profesional. No le impulsa el anhelo de servir a la República, ni de superar su mediocre y rudimentaria cultura, ni de forjarse una personalidad; solo aspira a asimilar los conocimientos necesarios para capacitarse en la lucha por la existencia, sin brillo y sin altruismo. La política y la burocracia son sus refugios, y para medrar en ellas, no es buena carta de recomendación el carácter.
Al lado de esta zona de penumbra, se proyecta el panorama a sol pleno de la vida nacional; cantos de siembra y cosecha sobre los campos fecundos, sudor de vida y muerte en el taller, manos asidas al hacha que hiende el quebracho, hileras de condenados que por las picadas de los yerbales llevan sobre las espaldas la maldición del oro ajeno y de la propia desventura. Y madres y novias por campos y aldeas, y niños humildes, por sus almas flor de eucaristía, en eterna ronda. Entonces, como siempre, pudo decirse: he ahí un buen rebaño con malos pastores.
Si la política se nutre de los postulados del liberalismo filosófico, en lo literario se vive en plena era romántica. Aún se canta a la amada en versos lánguidos, al estanque plateado de luna, en hondos suspiros, en acentos quejumbrosos. Aun se muere en verso, abrazado a la esquiva quimera. La revolución de Darío que conmueve los cimientos de la lirica castellana, los versos de fuego de Díaz Mirón, el cristianismo de Almafuerte, el misticismo estético de Nervo y los cuadros del trópico de Chocano, afirman los prestigios de la poesía americana, e impulsan nueva savia en nuevos cauces. Pero en espíritu, se sigue siendo romántico. A la pálida amada sustituye la pálida princesa y, en los lagos plateados, ahora, boga grácil el cisne de Rubén.
El poeta y el prosador no han llegado hasta la entraña armoniosa del pueblo. Se reproduce el reflejo libresco, no se capta la realidad humana, presente, viva y palpitante. Cuentos concebidos sobre clásicos modelos: asuntos que se desarrollan en expresos, entre brumas. Salambó ocupa el lugar de la residenta, ausente del Panteón Nacional, sin ocupar hasta hoy el lugar que le corresponde al lado de su hijo, el soldado desconocido. Ni las recientes mal llamadas revoluciones, tragedia colectiva de heroísmo negativo, campo de observación para el artista y el psicólogo, ni las leyendas, venero inagotable, ni las ingenuas manifestaciones de un folklore, rico en intimidad nacional, dan a los escritores temas y sugestiones para elaborar la obra artística. La misma literatura española es dejada de lado. Se cita con veneración a Lamartine, a Hugo, a Renán, y se ignora o se olvida a los clásicos de la propia lengua. La sombra de Quijano el Bueno, se desliza silenciosamente por las almas, ocultando su divina, dignificadora locura. Correlativamente, en los colegios, se consumen horas y días en el estudio de los hechos de la Revolución Francesa, mientras la americana y asuncena gesta de los comuneros, apenas es una lección mas del programa, por la misma intima razón que se ha dado este nombre a una oscura calleja de una cuadra, que separa la Catedral de la cárcel. Fariña Núñez, el maestro, reacciona en las estrofas del "Canto secular", al cantar a la "Asunción comunera, madre de la segunda Buenos Aires, y cuna de la libertad de América"; Rafael Barrett, paraguayísimo extranjero, que al universalizar con asiento genial "el dolor paraguayo", descubre en la mujer heredera de la residenta, virtudes en acción, y en el nativo, valores potenciales dignos de ser exaltados.
El campesino, el mensú, el obrajero, el conspirador, toda una gama de tipos peculiares, no existen para nuestros escritores. ¿O es que la lengua autóctona, que pudo dar les moldes originales, constituyo un factor de aislamiento entre la percepción del artista y del alma del pueblo? En todo caso, hubieran conferido a su obra, traduciéndola, ciudadanía universal. Y si sus fuerzas no alcanzaban a cristalizar este anhelo, quedaban las otras capas sociales más permeables: la alta sociedad y la clase media, vetas sin explotar aun. Este olvido, factor negativo, resto a la obra de esta generación, tomada en conjunto, valor perdurable como cifra expresiva de una cultura propia. En la vida misma, algunos escritores semejan personajes escapados de las Escenas de la Vida Bohemia, de Murger. Bohemia astrosa de buhardilla de ciudad europea. La imaginación de estos hombres está poblada de mujeres tísicas, ojerosas, ebrias de alcohol y de estupefacientes, y sus sueños absurdos cobran realidad engañosa al reflejarse en el verde menisco de una copa de ajenjo. Produjeron iluminados por el genio extranjero, sin tener en cuenta que mismo la obra de carácter universalista debe ser creada por el conducto de la observación directa de la naturaleza que nos circunda, de la sociedad que nos nutre de sentimientos y de ideas, en nuestro caso, naturaleza prodiga y hombre insigne, como tipo americano. Existen, sin embargo, algunos atisbos de originalidad esencial en apreciables intentos de liberación. El Huracán de Leo Cen, ilumina de historia el escenario y Tablas de Sangre de Leopoldo Ramos Jiménez, documenta, en vigoroso drama, la tragedia del yerbal. Algunas estampas poéticas, cuentos y leyendas se suman a este liberador intento. La novela de costumbres no existe aún.
Hay, eso sí, en lo que va del siglo, un vigoroso despertar nacionalista. El panfleto lanza su reivindicador anatema de fuego; la polémica deja en las columnas de los diarios como una candente huella de sangre. Es como el anuncio de futuras gestas revolucionarias. Es el trueno que se anticipa al rayo. Los historiadores están empeñados en la defensa de los derechos del país sobre las tierras chaqueñas en litigio.
Falta a la literatura paraguaya, en su etapa inicial, el cimiento ancho y profundo de Martin Fierro, el ingenio de Fray Mocho, la intima y vivida comprensión humana de Javier de Viana, el arte descriptivo de Horacio Quiroga, los tipos-hombres y símbolos de Florencio Sánchez. No se comprendió que la fuente de inspiración en esta etapa de la cultura continental esta en las costumbres, en la historia, en el paréntesis que es nuestra vida, abierto y suspendido entre el pasado y el porvenir, en los sueños de una generación, en sus rebeldías creadoras. Se vivió de prestado en la forma, en el estilo en que aquella se vacía. Produjeron obra estimable y han dejado páginas notables, injustamente olvidadas, pero como sistema de literatura nacional y autóctona adoleció de la falta de aliento vital que engendra las obras inmortales. Fueron sinceros en el. sentir y en el sentido que dieron a la obra, en la personal percepción de la belleza. Lucharon, y esta es su gloria y su justificación, contra la falta de tradición literaria. Soñaron sobre escombros. Se sintieron incomprendidos, extranjeros en una patria que amaron sin entregarse, raros en un pueblo cuya vida no supieron reflejar. Dieron flores, pero no frutos... ¡Espíritus selectos! ¡Soñadores de un ideal alto y salvador! ¡Portadores de la perenne luz sagrada, se aislaron en la cumbre para vivir cerca de las estrellas!
Y allí construyeron su torre de marfil. Pero la torre no era un templo y la cumbre atrae al rayo. ¡Trágico destino él de esta generación! Todos los raros de Zeus, todas las maldiciones bíblicas parecen descargarse de golpe sobre la blanca torre. Sus moradores caen; los unos, jóvenes fulminados por la muerte grata a los dioses; los otras, buscan refugio en las cavernas donde acecha la locura bajo la sombra alada de murciélagos en vuelo y algunos se salvan, mutiladas las alas del espíritu, en las áridas playas de la política.
Pero el espíritu no muere, y los cuadros se rehacen. Los nuevos hombres rectifican el rumbo y mientras América saluda la aparición de Don Segundo Sombra y de la Vorágine, de la labor pictórica de Diego Rivera y de Siqueiros, casi literaria por lo expresivo y universal de su contenido social, en el Paraguay nace el teatro autóctono, renace y florece la poesía guaraní, en pleno campo de batalla se escriben novelas, se glorifica al indio por los pinceles de Holden Jara, y las notas de la guarania y los reflejos de la cerámica de Campos Cervera se prolongan y se proyectan en una misma onda de luz y de armonía mas allá de las fronteras físicas de esta patria, y el espíritu del pueblo, heroico y sacrificado, se hace presente en América y el mundo.
Y estos hombres nuevos, con los escombros de la torre de marfil construyeron un templo.
NACE UN POETA
En este clima, medio y época nace a la vida literaria Manuel Ortiz Guerrero.
Al mismo tiempo que publica sus primeros versos, se da a conocer en cenáculos y asambleas. Su voz melódica imprime a las palabras una grata tonalidad, un hondo sentido potencial y las aligera y las ahonda, dotándolas con hábil fonética, de cierta plasticidad ideal que las hace más graficas y comprensibles. Sus recitales de cenáculo compiten con sus discursos. En la tribuna se apodera de inmediato del auditorio con magnética atracción. Frente a la muchedumbre se destaca su cabeza dantoniana y la palabra, imagen o anatema, fluye de sus labios, ora tonante, ora tierna. Pudo llegar a ser el primer orador de su generación, de habérselo permitido el destino. Este poeta que tan bien canta al amor, tiene vocación de luchador, siente sed de justicia y no teme a la muerte. Si en plena salud y juventud le hubiera tocado vivir un minuto grande de la historia, su mano, desde la tribuna, lo mismo pudo cerrarse en colérico gesto, amenazando secular Bastilla, que escribir, luego con pluma de oro, un delicado soneto a la amada.
¿Buen o mal estudiante? Termino sin sentido, medida precaria para medir o clasificar a un espíritu de tal magnitud. Poderoso intuitivo, sí lo era. Su alma...
la loca
llevando un gran beso y un tibio pedazo de canto
en la boca...,
estaba en perpetuo estado de gracia. ¿Preceptiva? ¿Retorica? Las conoce porque las siente, y su oído no le engaña en la musical percepción. Ha de reír con sonora risa de los retóricos, leguleyos del lenguaje. Emisario de lo divino, en la alquimia de su creadora fantasía sabe dar forma a los sueños, luz a las imágenes, música al verso, entregando prodigo a sus hermanos la astral cosecha: pan de amor a las almas, miel que sabe a dulzor de pecado a los sentidos.
Vive con Molinas Rolón, el inspirado cantor de "La Atlántida", un fugaz período de bohemia. En la casucha que les sirve de albergue, no se come todos los días, y en las noches de invierno han de dormir por turno para poder utilizar la única frazada con que cuentan.
De entonces son estos versos:
Como una visión Blanca que pasa sin ruido
vaga toda la noche por la calle desierta
abrazado al fantasma de su sueño perdido,
o con velas hurtadas a necrópolis yerta,
amanece sentado, junto al blanco, al querido
insepulto cadáver de una esperanza muerta.
Alude, sin duda, al hablar de las velas hurtadas a su singular aventura del cementerio. El poeta no puede escribir en las largas y frías noches de forzado insomnio. Esta sin luz, el bolsillo vacío y agotado el escaso crédito. Un anochecer ronda con porte sospechoso alrededor del camposanto. En sus grandes y verdes ojos arde un designio. De pronto se detiene y espía. El guardián se aleja después de echar el cerrojo a los grandes portones que chirrían, ruido que a nuestro hombre se le ocurre el eco de dos tibias que se entrechocan. Escala la muralla internándose con paso rápido en las estrechas callejas de blancos panteones. A derecha e izquierda, va apoderándose de las bujías que arden en flamígera rogación a lo alto, y escondiéndolas debajo de la capa, gana a la carrera la calle, ya sumida en sombras, y regresa al centro. Natalicio González ha de pintar más tarde, con mano maestra, las consecuencias de esta aventura: "...El problema de la luz lo teníamos resuelto por varios días, pero, he aquí, que el alma de los difuntos persigue al poeta, reclamándole el fruto de su pecado venial. De noche - según él-, jauría de invisibles euménides le vocifera su ira en el aposento solitario".
A la luz de bujías hurtadas, consumidas por llamas sacrílegas, escribió sus versos en aquellas interminables noches disipando el sueño con el ensueño. La llama votiva vuelve a Dios en luz de poesía, y la ofrenda que manos piadosas consagraron a los muertos, se consume para iluminar espiritual alumbramiento.
¿Mujeres en su juventud?... ¿Carmen?... ¿Albina?... No importan los nombres. Lo amaron y él las canto. A Dalmacia, fuerte y buena como una mujer del Evangelio, no la nombra, como no se nombra a sí mismo. A su madre solo la canta en vísperas de su agonía. El dolor por su progenitora, el afecto a su compañera, alientan en la fibra mas intima de su poesía y el dolor y el amor que a él solo pertenecen, surgen de fuentes recónditas, veladas a los ojos profanos. En su concepción panteísta del Universo, siente el orgullo de saberse una ínfima partícula de Dios, encendida de misterio y de pasión, pero entre sus hermanos se juzga pequeño. ¿Qué es el hombre frente al infinito? Y mide su pequeñez por la de los demás. ¿Mujeres? Si, lo amaron y el las canto. ¿No está latente en la mujer el signo de la eternidad? Ora, es la raída que con húmedos pies de aurora:..............
Va rumbo a la espesura donde la fontana
late en el silencio como un alma humana...;
o, en las horas de su juventud cuando aún el destino no le ha revelado la fatal herencia:
... De todos los vasos los vinos mejores
que exaltan, sutiles, los cinco sentidos
e inflaman los besos de los amadores
sobre los intactos senos florecidos...
Y en las horas grises de los últimos días, cuando ya no ve sino con los ojos del alma:
...Luminoso veneno de un azul homicida
intoxica con una vagarosa ebriedad;
los harapos gloriosos de mi sueño en la vida
reverberan al beso de su azul claridad...
VERSÍCULOS DE JOB
En aquellos días en que la embriaguez de la naciente gloria lo deleita, en que el dulce anhelo de amar parece no tener fin, padeciendo insaciable sed de infinito y mortales angustias de ideal, aparecen en su rostro las huellas del mal de Lázaro. El poeta despierta de sus sueños y caído, de rodillas en el fango, mira escintilar a las estrellas. Resignado, sin imprecaciones, exclama:
¡Ya soy, ahora, el hijo del mundo con el alma
pálida y afligida; mis sueños juveniles
se fueron con mis veinte ya difuntos abriles
y aquellos frescos años jamás han de volver!
Se ha cerrado un ciclo de su existencia. El mito de Prometeo encadenado va a renovarse en el destino del aedo. ¿Ha robado el secreto del fuego a los dioses? ¡No!, solo les ha arrancado "una gota de estrella: la esperanza".
El desaliento le dicta estas estrofas desesperadas, para retornar luego a la serenidad:
Rosada juventud, misa de oro,
albos versos de amor, lirios de pena,
cáliz con alas de cristal sonoro
con dulces hostias de las ansias buenas,
sol del futuro y mis promesas... ¡todo,
todo perdí! Siempre el destino gana
la apuesta de la vida...
El poeta ha dicho la gran verdad: siempre el destino gana con modales de caballero o malas artes de tahúr. Versos son estas impregnados de fatalismo, con que a los veinte años, grito desgarrador, despide a su muerta juventud. Como Lázaro que por la Fe es devuelto a la vida, el tiene fe en la virtud salvadora de la poesía. Se arrebuja en la clámide gloriosa y la Fe lo salva. Años después lo afirmara en "Verbo":
Cuando en los esteros del materialismo
abrió el desaliento bostezo de abismo,
tú diste a mi numen sed de idealidad,
y cuando sentíme con grillos en este mundano ostracismo,
pusiste dos vastas alas en el alma por mi libertad.
De pronto, un día, desaparece de Asunción y vuelve a su nativa Villarrica. ¡Cómo ha de pesar, ahora, sobre las espaldas del lírico peregrino que retorna, enfermo y vencido, aquel "azul morral de ensueño"!
Ha despertado del sueño para vivir la pesadilla. Ha de vivirla dignamente, a la manera de un esteta cuya mejor obra es su propia vida. En Villarrica se aísla; no da la enguantada mano a nadie. Cuando asiste al consultorio de su médico, lo hace a altas horas de la noche, para evitarle, dice, que la clientela sienta el horror de su visita, y se niega sistemáticamente a tomar asiento en la silla que con gentileza se le ofrece.
Su lira enmudece por algún tiempo, hasta que un día, aparecen en una revista estos versos:
Princesa de ojos negros con un fulgor de acero
que en mi cielo custodias una estrella de fe,
me aguardaras tres meses, un año, un siglo entero,
¡eternamente! En vano, que ya no volveré.
Para sus amigos y camaradas de la capital, el sentido de esta poesía parecía ser un anuncio de muerte. Alguien, en voz baja, se atreve a decir lo que muchos piensan. No, no es posible. Ortiz no es de los hombres que se matan. ¡Huir del dolor, del horror! ¡No lo hará jamás! ¡Ha de luchar contra el destino y morirá como un poeta! La conjetura se corporiza y vuela; los centros estudiantiles se conmueven; en los corrillos literarios se inquieren noticias. Por un fenómeno de sugestión colectiva la suposición cobra visos de verosimilitud. Se telegrafía a Villarrica y el desmentido, que no tarda en llegar, desvanece toda inquietud.
Lo vi en la ciudad guaireña en el año 20. Atravesaba un período de crisis sentimental y temía el encuentro con este hombre a quien me unían lazos de amistad fraternal. Lo encontré en el cementerio, el día en que enterraban al poeta Alarcón, bella promesa aniquilada por una muerte prematura. Los progresos de la enfermedad señalaban huellas en su organismo, había perdido su bizarría y parecía más pequeño. Las cejas raleadas habíanle aleonado el rostro, dándole una expresión de viril resignación. Pensé encontrarlo desmoralizado. Vagamos por los encantados suburbios de ensueño de la tierra guaireña reviviendo las horas, que se nos antojaban lejanas, de nuestra adolescencia. Una enfermedad considerada incurable lo había atacado, pero el tenía esperanzas... ¿Quién sabe?... total: la materia... y, oh, poeta, hablaba del milagro solar que cura las llagas como despierta en el capullo a las rosas. Su optimismo era conmovedor. ¿Proyectos? Si, muchos proyectos... versos, teatro, conferencias, folclore, política. Como si estuviera en la plenitud de sus fuerzas. Regrese de Villarrica curado de mi neurastenia y avergonzado de mi mismo. Aquel hombre, roído en su materia por incurables ulceras, sin quererlo, sin saberlo, había dado al camarada sano y joven, aquejado de quiméricos males, una inolvidable lección de entereza.
Recordáis aquel soneto que en algo recuerda los burilados y perfectos de Darío:
Mas volverá algún día. Una dulce mañana
de julio, con cien franjas de púrpura y de oro,
me abrazara de nuevo la pálida sultana
que habitara en los sueños de algún príncipe moro.
Mas, la visión invocada no aparece, y el poeta en pos de ella regresa. Viene en busca de la salud y la gloria. Con los ojos empanados mira por última vez los cerros que van perdiéndose a la distancia. Adiós para siempre visiones arcádicas de la niñez, nativo valle del Yvaroty, encendidos crepúsculos del Ycua-pyta, donde ¡salve Natalicio, Facundo y Leo...!, iban...
... por los gratos senderos vespertinos
a repuntar con suave lengua aquellos rebaños
de nuestros baladores y albos alejandrinos.
Dispersos por el mundo, demudados y extraños,
jamás ya iremos juntos a repuntar rebaños
de versos, por las glaucas lomas de Ycua-pyta.
DALMACIA
Aparece "Surgente" en manos de Dalmacia. El nombre de este libro evoca en nuestro espíritu la figura dulce y humilde de esta mujer excepcional, que se ha enamorado del poeta acompañándole en la última etapa de su existencia hasta los umbrales del tránsito. Es una morena robusta, bonita, dotada de los atributos de una gracia ingenua y natural, de andar cadencioso, siempre sonriente, de ojos negros y trenzas oscuras y largas. ¡Nunca mortal alguno encontró mujer más digna de su destino! Cura sus llagas, restaña sus heridas, lo alienta en sus sueños, le infunde fuerzas. No tiene más voluntad que la de él, adivina sus pensamientos. No ha de proferir nunca una queja, ni desmayara ante el horror, dándolo todo sin pedir nunca nada. En su viudez, exclamara más tarde: "¡Como había de pedirle nada, si todo me lo dio!". Dalmacia ama el alma de Manú, de su Manú, como lo llama con acento maternal. Conjunción de almas emancipadas de los delirios de la carne, en perpetuo y celestial idilio. Para el serán las más dulces sonrisas, los cuidados de todas las horas, vendas y besos, para él las lágrimas que silenciosa y oculta derrama, cuando comprende que la alondra irá a anunciar un nuevo amanecer en un día sin límites. ¡Durante quince años ve consumirse, minuto a minuto, en el altar de su fe, la llama azul de la esperanza y no desmaya!
Manu es el dolor del infortunio tenaz; Dalmacia la piedad que consuela. Frente a la miseria de la carne, la caridad del alma. El es la grandeza; ella, la humildad. Y de aquella agua clara que mana de la surgente de Dios, ella, pobre vaso de humana arcilla, solo desea tener alas para llegar a los labios sedientos.
Dalmacia es la raída pôtï de sus versos juveniles. Vive con su madre en Yvaroty, bello suburbio de la ciudad guaireña. La casita Blanca, situada en el centro de un predio inmenso, decorado de añosos árboles frutales, está poblada de flores y de pájaros. Ama la poesía del canto silvestre, el color que tiñe los pétalos, la luz que filtrándose entre las hojas de la enramada de jazmín, se proyecta en escamas móviles sobre el verde intenso del césped que bordea los canteros. Gusta regar las plantas, alimentar las avecillas, que en dichosa libertad acuden volando a picotear el grano en la palma de la mano protectora.
En el hogar todo es orden y limpieza; en los espíritus florece la virtud, una virtud alegre exornada de cantos. El intenso trabajo diario dignifica al tiempo que corre con la armoniosa lentitud de la hebra que, sobre el bastidor, va tejiendo sutil encaje de ñanduti. Esta mujer que ríe siempre es, desde joven, una predestinada al dolor. La tragedia ronda alrededor de su alma. Una aromada noche de luna, bajo un rugoso naranjo en flor, su novio se suicida.
La muerte la hiere en el corazón, pero no deja nunca de sonreír. Manu es joven, entonces, casi adolescente. La vida lo ha agraciado con dones envidiables. Su amistad es buscada por los hombres; las jóvenes lo miran al pasar con interés y simpatía. En paseos y reuniones, coro de voces femeninas le pide que recite versos, y en las asambleas estudiantiles encarna en su palabra el verso de la rebeldía juvenil.
Vive en la vecindad de Dalmacia y siente un tierno afecto por la dulce y humilde compañera de infancia. Aparece en el rancho a cualquier hora. Serán para él, el espumoso mate, la sabrosa chipa, la dorada miel de los domésticos panales, las frutas escogidas. Más tarde, la esperará en el atajo que conduce a la fuente y en dulce lengua indígena, con intraducible ingenio, le rimara al oído frases acariciadoras, homenaje de su alma apasionada a la hembra que lo enamora. Pero ella ríe y en el gorjeo de su risa muere el musical encanto del elogio. Insiste el poeta y es, ahora, en noche de luna:
Serenata grata, mi verso perverso
preludia en tu puerta...
Se apagan las últimas notas en la frase de gracias de la agasajada que asoma el busto en la ventana, mientras caen a los pies del poeta que espera, los pétalos de jazmín de lluvia de la enramada. Es en vano, sus empeños se estrellan en el recuerdo del hombre que, por ella, renuncio a la vida.
Dalmacia lo ama ya con amor profundo más fuerte que el trágico recuerdo, con amor de mujer humilde que siente la grandeza del hombre predestinado a la gloria. Pero ¿para qué habrá de ser ella, si manos de princesas, un día, habrán de coronarlo? Y oculta sus sentimientos en el corazón, y disimula su voluntaria derrota en el claro triunfo de una alegre risa.
Han pasado años desde la mañana en que Manú, de paso hacia la estación, viniera a despedirse de la raída, y ahora, regresa triste y enfermo. Al pasar, no se ha detenido en la blanca vivienda de Dalmacia. Ha dejado de ser el joven cuya compañía solicitan las niñas y cuya amistad es grata a los hombres. Es como una doliente sombra que se desliza, ocultándose. En adelante, solo se lo verá cruzar por la ciudad a altas horas de la noche. Los amigos de ayer se apartan. Su recia figura está ausente de la tribuna y el cenáculo. Vive aislado, prisionero en su soledad.
Entonces se produce el milagro, el gran milagro de amor. Dalmacia va hacia él con los brazos abiertos, a ofrecerle su vida, a darse toda pura, grande, heroica. Ahora, ya podrá coronarlo, sin que otras manos le disputen la corona de espinas. Manú no acepta el sacrificio; implora para alejar de su lado a la magnánima. En vano, la mujer obstinada triunfa y realiza el rito heroico de encadenar su destino al del gran desventurado. Y ella sonríe, sonríe siempre, bajo el mismo techo del desheredado de la vida que canta al amor.
Y su soledad se puebla de sonrisas.
UNA NOCHE
Leo, al anunciarnos su regreso, nos habla manifestado la voluntad del poeta: rogaba que no se lo visitara, deseaba vivir aislado. Ante la consigna, reprimí mis impulsos y no fui a verlo, como era mi deseo. Una noche, en la calle Yegros, distinguí su familiar silueta. Arrebujado en amplia capa española avanzo unos pasos y con una frase cordial de saludo, los brazos en alto, celebro de lejos el encuentro. Luego, un abrazo y enmudecemos. ¡Corren tan de prisa, por dentro, las horas vividas! Los recuerdos concentrados nos asaltan. Parados en la vereda, no podemos hablar por largo rato y creo que ambos sollozamos. ¡No se ha vivido en vano!
Me invita a acompañarlo. Habita cerca, en la calle Paraguarí, en una pieza de casa de inquilinato con un amplio ventanal que da a la calle. En la habitación escasamente iluminada, solo hay una mesa y tres sillas; sobre la mesa, un tintero, pluma, las pruebas de "Surgente". Dalmacia, como ausente, hace costura en un rincón. Manu habla, mientras camina y acciona, según su costumbre. Su voz, aquella noche, cobra acentos de intimidad cordial. Tiene un sollozo y una lágrima para la madre que se fue al darle a luz. ¡La desventura que lo acompaño desde la cuna! Bendice a la vida por haberle concedido una segunda madre en la abuela, "enérgica y suave". Recuerda los días de la niñez y de la adolescencia. Articula nombres amados. Evoca el año aquel de la guerra civil en que, siendo casi un niño, acompaño a su padre por campos y campamentos. En la batalla de Paraguarí, ve morir a dos jóvenes camaradas de aula. ¡Sangre y crímenes sobre el solar sagrado de la patria, nubes sombrías en el cielo azul! Las huestes revolucionarias han sido derrotadas y los restos del ejército que ha perdido a su jefe, emprenden la retirada. Ortiz Guerrero con otros, va a parar más allá de las cordilleras del Mbaracayú, en la gran meseta donde las aguas corren, raudas y bulliciosas, a despeñarse tonantes en las siete caídas del Guairá. "Oh blancura de sábanas al viento", se le antojan las espumosas aguas despenadas. Ríe de aquellos versos infantiles, ingenuos. Fatal coincidencia, ellos que huyen derrotados de una patriada, se encuentran con que en aquella zona del Brasil ha estallado una de las periódicas revueltas y se ven obligados a deambular de nuevo. Cuando llega la hora de partir, se halla postrado. Ha contraído el beriberi. Padece fuertes dolores. Allí contrajo la enfermedad espantosa. Viejas gentes del pueblo lo afirman, y ellas heredaron sabiduría. Lo llevan a caballo, y en el camino, un aguacero cayó sobre la tierra caldeada y en el cuerpo afiebrado se "pasmo la sangre":
Mil veces esta pasmada la sangre de mis venas
por el glacial espanto de la miseria humana,
y en mi jardín fragante las blancas azucenas
moradas las ha vuelto mi invierno juvenil...
¡Heridas por dentro, llagas por fuera! Acepta su destino. Es un estoico. Tiene la certeza de curarse. Pronto tendrá dinero. La edición de "Surgente" que está en prensa, se lo promete... Le han hablado de nuevos métodos de curación, de drogas providenciales... Miro el reloj; es la una de la madrugada. Voy a retirarme. El poeta, que tiene sobre mí la autoridad de un hermano mayor, me retiene. Hablamos de "Surgente", su primer libro. Objetivamente, disminuye el valor de su obra. Piensa ascender a cumbres más altas... ¿La forma?... Son cantos que se han elevado desde su alma, tal como nacieron. Así el quiso que fueran. Los versos surgieron como el agua de la fuente, que "fluye con fuerza inocente". Respondo a sus preguntas con la sinceridad que fue norma de nuestra amistad. Creo, le digo, que en su libro están las- notas más altas de la lírica paraguaya. Le hablo con entusiasmo de "La amarga plegaria de unos labios en flor", cuya lectura me había hecho derramar lágrimas, y de "Suma de bienes", de acentos desgarradores, fruto de un momento de desesperación, Cuando ve fulgurar sobre la frente, como llama de bíblica maldición, el cárdeno y quemante rayo del mal. Y "Loca"... y "Jamás", paginas dignas de una antología de poetas americanos, al lado de los grandes. Le señalo las influencias que descubro, los defectos que, técnicamente, han de objetarle los sargentos Balbuenas de todos los medios y climas, que por medir los pies de un verso, olvidan de percibir la esencial belleza de la obra poética. Me escucha y asiente. El poeta no tiene vanidad.
Discutimos, luego, el sentido de aquellos versos:
Pienso que en el lodo
hay el secreto de la dicha humana.
Yo, critico, divago adobando mis juicios con una leve sal de pedantería, pecado venial, que mis cuarenta años de hoy absuelven risueños a los veinte de entonces.
El crítico. - Del polvo de la tierra procedemos; al polvo de la muerte volveremos. De tal arcilla, manos divinas modelaron el tabernáculo del alma.
El poeta. - No he dicho polvo, escribí fango.
El crítico. - El polvo se convierte en barro con lágrimas y sangre.
El poeta. - Repito, en mis versos se habla de fango.
El crítico. - El fango de que hablas, es el barro que ha fermentado la agridulce miel del pecado.
El poeta. - Solo hay una ley eterna en la vida: la del dolor... Dolor propio que engendre, divino absurdo, la dicha ajena. Si, en el lodo, en mi lodo, está el secreto de la dicha humana. Y, aproximándose, agrega con voz emocionada-. Mírame y piensa y comprende.
Si, hermano mío, comprendo ahora el sentido intimo, profundo de tus versos. No quiero que descubras la lágrima furtiva que me resbala en la mejilla, e inclino la frente que la oculta en la sombra de mi rostro angustiado. Aquellos versos me golpean el oído y el alma. Si, te he mirado y he comprendido. Veo tus mejillas enrojecidas que dejan traslucir las venillas irritadas por donde circula la "sangre pasmada", los ojos sanguinolentos; las manos, que de pequeñas y gráciles que eran, han adquirido volumen de carne enferma. Comprendo tu dolor presente, adivino el horror futuro. Y ahí, tan cerca, está el tesoro de tus versos que te hace rico en la miseria y fuerte en la desventura. Tú eres cristiano... Crees en el buen Dios que es nuestro padre común y prodigas la caridad que Cristo, rey de los humildes, coronado de espinas, enseñó. En el lodo, en la carne que se te pudre, minuto a minuto; en la vida que se te escapa por las llagas abiertas, está el asiento de tu alma, alma alada que desciende hasta los hombres, portadora de dación suprema. ¿Sabe la semilla que va a renovar en el seno oscuro de la tierra el eterno rito germinal, si la mano que la arrojo al surco está enferma de incurable mal? Con que esplendidez to afirma en "Munificencia":
¿Por qué extrañáis, amigos, que yo también sonría,
que también yo os regale con rosas y con trinos,
si en mi jardín interno jamás hubo sequía
y en mi médula anidan zorzales peregrinos?
No dudéis de la excelsa virtud de la poesía,
del lodo se levantan los lirios matutinos,
succionan impurezas viñas de grata umbría
cuyos maduros frutos dan los sagrados vinos.
No dudéis de la excelsa virtud de la poesía.
La peste, el hambre, el frío, son fantasmas mezquinos
que inútilmente rondan esta soledad mía
desde hace diez años sin mirarme de frente.
Y, pues, no tengo oro, reparto rosas, trinos,
perdonadme ese modo de ser munificente.
El poeta extrae de sus llagas el dolor, y del fango de su dolor el "secreto de la dicha humana".
Aquella noche escuche de sus labios el maravilloso poema que nunca escribió, poema de serenidad, de resignación, de amor y de justicia. Ni una queja, ni una protesta contra el destino. Las frases florecían en sus labios impregnadas de divina esencia de belleza. Son aquellas palabras que tienen en el alma la matriz que las dota de forma perfecta y que parecen versos por su musical encanto. Un profundo sentido de la naturaleza, lo lleva a interpretar los hechos de la vida, de acuerdo con leyes que el poeta intuye con aquella certera visión que penetra las verdades eternas. Todo está regido por un equilibrio de justicia. Ni los castigos sin causa, ni las condenas sin delito, alteran la ley inmutable. Nadie es totalmente feliz, nadie tiene el derecho de imprecar a los dioses por la desgracia que lo hiere.
Las luces del amanecer golpean, sutiles, las desveladas retinas. Corro a casa. Mientras camino, pienso: ¿que ha quedado de aquel bohemio de talento que conocí en una alegre mañana de la adolescencia? Y me respondo: un poeta. ¿Y de aquel estudiante soñador, para quien parecían estar escritas las palabras del versículo: "mirad a las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes, y vuestro padre celestial las alimenta"? Una voz que hay en mí, me contesta: un hombre.
EL POETA OBRERO
Con la aparición de "Surgente", se inicia un período glorioso en su vida. Le tocara vivir una década de dolor acerbo, de cristianísima resignación. Ha adquirido a crédito una minerva, una impresora, tipos de imprenta, todo viejo, en desuso, que su industriosa habilidad compone y habilita. El poeta viste, ahora, la blusa azul del obrero, para ganarse el pan con dignidad humilde. Adquiere a plazos un predio, donde, ¡oh regalo de los dioses!, nace un manantial. Esfuerzo sobre esfuerzo, centavo sobre centavo, va acumulando los materiales con que, por último, edifica un rancho de pared francesa. Cuando se mudan allí -ha de transcurrir algún tiempo antes que puedan colocar el piso, y en las aberturas han puesto lonas, porque no alcanzaron los centavos para comprar puertas y ventanas-, el poeta y su compañera se sienten magnates. El fantasma del casero que llega inexorablemente cada fin de mes con el recibo en la mano, se ha desvanecido para siempre. El lírico pájaro, tiene por fin, su nido. Sobre la calle, clavado en un peste de palma ha fijado su blasón de nobleza, cuya leyenda reza: Zurucu'á Editorial Paraguaya. En adelante, lo que nace de su espíritu se materializa en el libro por obra de sus manos. Allí se editaron: "Nubes del Este", "Pepitas", "La conquista". Dalmacia recorre las casas de comercio ofreciendo talonarios, recibos en blanco, notas de venta, facturas, que Manu compone e imprime. ¡Es el pan! Porque no han de probar el salado de la dadiva, ni golpearan puerta alguna, ni apelaran al gastado recurso del apoyo oficial.
En "Profesión", lo proclama:
De profesión insigne, dirá mi biografía.
Yo soy "hombre de letras", lo declaro a mi vez:
por papeles y tipos, a oro y no en poesía,
colaboro en los libros de Juan Klug y Marés.
Yo vivo de las letras... de mi tipografía,
componiendo el poema de un recibo burgués.
Y, además, soy guerrero, de la guerra bravía,
por mis cuatro galletas de arruinado marqués.
Componedor en mano soy un igual de Homero.
Y sobre las trincheras de la vida, un guerrero
orgulloso y terrible, más que Napoleón.
Presionado de frente, envuelta la derecha,
el ala izquierda rota. ¡La victoria deshecha!,
me encontraran cadáver al pie de mi cañón.
Versos que fueron escritos con intención irónica, pero que hoy tienen el poder de humedecer las pupilas de quienes amamos su memoria.
Fue irreductible en su dignidad. Antes que pedir algo al más intimo de sus amigos, reducirá el alimento, suprimirá el tratamiento que, en su estado -el lo sabe-, significa la resta de unas semanas de vida, se someterá voluntariamente a todo género de privaciones. Alejara por sistema a los hombres que fueron sus amigos y ocupan una position en la política, y si una dama quiere cancelar como vulgar deuda una lirica ofrenda, escribe en el billete de cincuenta pesos que devuelve, su réplica de caballero y de poeta:
No todo en este mundo es mercancía.
Ni tampoco el dinero es el blasón
mejor pulido de la cortesía
para la ufanía de la corrección.
Sobre la torre de mi bizarría
sin mancha flota el lirico pendón:
como ebrio de azul hago poesía,
pero honrado es mi pan como varón.
Devuélvole el billete a Ud. Precioso
con mi firma insolvente por endoso:
sométalo a la ley de conversión,
que a pesar de juzgarme un indigente
yo llevo un Potosí de oro viviente
que pesa como un mundo: el corazón.
INFLUENCIA DE ORTIZ GUERRERO EN SU GENERACIÓN.
ARTE E IDIOMA, MÚSICA Y POESÍA
Cuando llego por primera vez Ortiz Guerrero a Asunción, éramos varios los jóvenes estudiantes que en las aulas del Colegio Nacional nos iniciábamos en el ejercicio de las letras. El españolísimo hidalgo don Viriato Díaz Pérez, enseñaba literatura y nos conducía con encomiable vocación, al conocimiento de los clásicos de la lengua. Facundo Recalde ya mostraba su garra de poeta e iba camino del periodismo, donde tan perdurables y profundas huellas dejo señaladas. Natalicio González era consagrado por entonces, por la pluma gentilicia y avara de don Arsenio López Decoud, y los mayores, en apretado grupo alrededor del pabellón de "Crónica" -Leo-Cen, Capece Faraone, Acevedo, Molinas Rolón, Max Ynsfran, Ramos Jiménez- cumplían una etapa que fue brillante en la evolución de las letras paraguayas... Los otros, algunos compañeros nuestros de aula, los que soñaban desde las hondonadas del valle en cumbres inaccesibles, ¿qué se hicieron? Quisiéramos volar por el mundo y volver a encontrarlos para ir, como en aquellos días en que hacíamos la rabona de la clase de algebra, por los senderos del parque a recitar los primeros versos. Ortiz Guerrero, que se nos incorpora, deja en pos de si los años vividos en la ciudad natal, fresca estela de adolescencia, recuerdos que han dejado lugar a la esperanza. Allí queda la tribuna, las escaramuzas con el cura, aquel semanario editado a mano: "Los compañeros del Silencio", titulo revelador de la soledad del talento en una sociedad indiferente a las inquietudes del espíritu.
Ya hemos dicho que su presencia en el Colegio fue acogida con simpatía. Ocupa la tribuna y sus discursos y conferencias, los versos que publica en "El Nacional", le dan personería literaria. Tiene buena pasta de líder este muchacho campesino, y pronto, por derecho propio, se convierte en la cabeza visible del grupo juvenil. Cuando publica "Loca", la consagración es definitiva. Sus estrofas se recitan con entusiasmo. Ya formaba parte de los consagrados, mientras nosotros seguíamos soñando sobre las páginas abiertas de los libros de texto. ¡Aun conservábamos el juvenil pudor de destruir por las mañanas los engendros escritos por las noches! Molinas Rolón, que pudo ser grande entre los grandes, lo acoge con amistad fraternal. Época de ensueño, de miseria y de bohemia. Siempre recordara Ortiz con cariño este periodo de su juventud, y el recuerdo de Molinas, qua hoy arrastra su locura por Arroyos y Esteros, pone en sus palabras acentos de dolor.
Después..., ¿a que repetirlo? Su vuelta a Villarrica, destrozada el alma, lacerada la materia. Y allí, en la paz aldeana de un bello suburbio, "solo con las estrellas", la culminación total de: "La amarga plegaria de unos labios en flor".
Reaparece en 1922 con Dalmacia y "Surgente", el triunfo del amor enlazado al triunfo del espíritu. Es desde este momento que empieza a manifestarse la influencia que ejerció sobre los hombres de su generación.
Algo se ha hablado del poeta; muy poco se ha dicho del hombre. En líneas anteriores, hemos tratado de esbozar los rasgos que en ambos aspectos definen aquella excepcional naturaleza. Maní ejerció, ignorándolo, un apostolado que le dio jerarquía de maestro. Su influencia no fue precisamente literaria, fue sobre todo moral y espiritual. La dignidad con que vivió su dolor, la grandiosidad de su ejemplo, aquel optimismo sobrehumano que superaba su gran desventura, el grafico puro de ascensiones triunfales de una vida sin contradicciones, el inextinguible ideal que lo animaba, diéronle una autoridad moral por nadie alcanzada en el país, dentro de los límites de su generación. En una época en que los hombres trepan y reptan, él enseña la virtud del vuelo. ¡Volar como un pájaro o volar como una flecha, pero volar! Desde su rancho convertido en ermita, el poeta, apóstol laico, pontifica. En voz baja, serena, sus palabras llegan al alma envueltas en musical encanto. No tiene la pretensión de ejercer un apostolado, pero signado por un superior destino, basto con su prédica y su ejemplo, para qua a su paso por la vida se avivara en llamas el fuego sagrado y florecieran las rosas del espíritu. Su obra y su ejemplo, por lo vital y heroico, fueron espontáneos como un fenómeno. No respondieron a un plan; fueron ajenos a su voluntad; se desprendieron de su espíritu, como frutos de un árbol generoso.
El rancho en que habita no es solo un monumento a la dignidad humana, levantado por la nobleza creadora del trabajo. Es a la vez, un sagrario del espíritu. Allí, el poeta ha escrito y editado sus últimos libros, y ha animado los sueños de los hombres de su generación.
¡Cuantos jóvenes llegaron con las primeras cuartillas y fueron estimulados por su palabra alentadora; cuantos, al borde del fracaso, recibieron una consigna de fe y de optimismo! Y quien escribe, puede hacerlo hoy, porque en un momento cercano a la renuncia por la desesperanza, el poeta le señalo una ruta y un destino. Eran aquellos tiempos de la inteligencia cómplice, de los autos y mutuos bombos, en que se discernía el talento como una prebenda, anticipo del puesto público prometido, en que todo espíritu independiente era acogido con hostilidad. A la distancia, entre el ruido de la impresora, se plantean problemas de estética, se discute sobre arte y filosofía, se recita y se piensa; y en el patio umbroso, entre los árboles que el poeta ha plantado, rondan, sutiles, hondas inquietudes. Se habla de justicia social con sentido cristiano, se afirma la inmortalidad del alma y se proclama la liberación del hombre. ¿Contradicciones? ¡No, franjas del espectro solar qua componen la luz, y como la luz, luz misma es la vida! ¡Luz y sombra y penumbra! A través de su aislamiento, percibe las inquietudes de la juventud, los excesos de los unos, la intolerancia de los otros, la puja obstinada y cruel de las pequeñas miserias insulares, la lucha sorda y violenta entre ideologías que se disputan el predominio de un mundo sembrado de odios. Es humano y humanista. A todos los mide con la justa medida. Para juzgar tiene una sola ley: allí donde radica el dolor esta la justicia. Es un poderoso intuitivo. Alguien creyó descubrir en esta facultad poderes de videncia. Certero en sus juicios, apreciaciones y vaticinios, rara vez se equivoca. Posee un conocimiento profundo de los hombres. Una intensa vida interior, le revela verdades que en vano busca fuera de sí mismo. Esta noble vocación de cavar la propia mina, le inspira en la juventud estos versos de "La Amada Inefable":
La busqué en el poblado, la busqué en los desiertos
entre todos los hombres y entre todas las fieras:
¡la he soñado diez años con los ojos abiertos!,
oh mi amada remota de innombradas riberas.
Después..., ya muy cansado, volvíme a casa, triste;
baje dentro mi alma como a un gran abismo
y oí su voz: "soy tuya, mas nunca lo supiste".
La he buscado en los astros y Ella estaba en mí mismo.
No se excede en el elogio ni ejerce la crítica negativa que malogra posibilidades. Ante el acuden Julio Correa, tímido, con las primeras escenas de su autóctono teatro, con sus versos, comprimidas viñetas de emoción; Darlo Gómez Serrato, con los originales de "Yacï Yatere" que Manu prologa y edita, y todos los que admiran su espíritu y tienen sed de sus palabras. Forjador: hay sudores de sangre sobre la vibrante bigornia. El ejemplo de su vida es una lección que no olvidaran los hombres de esta tierra heroica y sacrificada.
Independientemente a su vasta contribución a las letras paraguayas y a la influencia moral que ejerció, hay que sumar aquella de significación espiritual que, prolongándose en el tiempo, no cesa de dar frutos, trasplantada la simiente en miríadas de almas, de generación en generación. El folklore, la música, la poesía y el teatro de sentido popular, encuentran en é1, en algunos géneros, al creador, en otros, al alentador de aliento poderoso. Es, con Fa-Re, el jefe de un vasto movimiento que prepara el renacimiento de lo autóctono. Lo genial de su naturaleza radica en la integridad.
Proyectamos nuestro pensamiento desde el punto de la particular influencia del poeta hasta el plano donde actúan latentes, en potencial creación, las fuerzas espirituales de este pueblo.
Algunos, y son siempre, por desgracia, espíritus cultos, sienten un instintivo repudio por las manifestaciones de un arte popular en esbozo. La poesía guaraní, tan rica en sentimiento, en musical onomatopeya, en matices intraducibles de psicológicos quilates; el teatro guaraní, tienen adversarios, como los tiene la guarania. La misma lengua aborigen es considerada por muchos, como una frontera espiritual que incomunica al país del mundo, de ese mundo ideal de la belleza y de las ideas. Barrett, en su hora, señaló la significación de este admirable instrumento y las ventajas que, en el orden de la inteligencia, les estaban concedidas a los pueblos bilingües. No proclamamos, como los exaltados de la otra orilla, la superioridad, ni siquiera la prioridad, de esta lengua sobre el español de aliento universal, formulador de símbolos y de sistemas; pero, atribuyéndole en justicia su cabal significación, limitándola a su medio y a sus medios; bastaría esta pregunta para refirmar la necesidad de cultivarla; ¿qué poeta, en lengua española o extranjera, podrá traducir con mayor emoción y encanto, el alado dialogo del idilio campesino, la imagen de la guerra, el espectáculo de una naturaleza que tiene en su grafica onomatopeya, una voz para cada fenómeno, un grito para todo espanto, un murmullo para la corriente de agua que se despeña, y un acento de paz y de alegría para las luces del amanecer? ¿Quién que no sienta en su sangre las resonancias del alma de la raza, podrá traducir en originales ritmos, en ecos de fiestas pretéritas, las vitales armonías que nos alcanzan desde el fondo de la selva, en un vuelo de siglos? ¿Quiere decir que la obra de poetas, escritores y artistas, ha de concretarse a los límites de lo nacional? No ha sido esta nuestra enunciación. Ello equivaldría a la mutilación de las potencias creadoras del espíritu humano, a la negación de universalizar nuestros valores. ¿Pretendemos, entonces, que lo universal empieza allí donde termina lo nacional, lo autóctono? No, en su enunciado axiomático. El caballero manchego es rey y señor en los dominios del espíritu, y Mireya, en pueblos y lenguas extraños, embellece la vida con su cantar provenzal. La obra del genio es siempre universal. En oposición, parece insinuarse en el medio, una corriente que niega, en esta hora del augural despertar de América pero de inevitables confusiones, todo valor perdurable a un arte que no refleje autóctonas formas en idioma y en espíritu. ¿Se ha olvidado, acaso, el creador milagro de la inteligencia en los pueblos bilingües? El español, universal y universalista, ha de proyectar lo que hay de permanente, de "nuestro", en dilatadas perspectivas sin fronteras. El arte popular, en cambio, llevara a las masas desvalidas y olvidadas, los beneficios de la vida espiritual, afirmando la personalidad del pueblo y complementando la labor de la escuela, ausente hasta hoy, en la campaña del país. La obra del artista completara la del maestro. Sera la hora en que se empiece a vivir una cultura propia. Ya nos desperezamos en la madrugada de esta cultura que se anuncia; ya se vislumbra, entre nubes que pasan el alborear de este amanecer.
El aluvión inmigratorio podía, come ya lo hizo con otros pueblos de América, sepultar los valores de la raza, reemplazando lo que destruye con valores nuevos, en ascendente superación de etapas, pero el espíritu original subsistirá, a pesar de todas las contingencias. En fuentes de Historia y de Mitología, se ha reflejado hasta hoy la imagen del pasado. A la novela, la poesía y el teatro, les corresponde, ahora, dar vida a la epopeya del hombre americano contemporáneo, corporizar su dolor, alentar sus esperanzas. ¿Cómo se desarrollara esta acción?, ¿será con el espíritu del "arte per el arte", o emancipado el artista de teorías, verá solo la naturaleza que lo deslumbra y al hombre que interroga y que contesta? Será, a no dudarlo, un arte nuevo, y nuestro y americano, de sentido épico. Un teatro, una novela con problemas propios, una plástica que descubra con fidelidad y verdad al hombre frente a su destino. ¡Arte orientador y liberador!
Junto a las formas literarias y plásticas, las primeras de bilingüe bifurcación, y las últimas, limitadas hasta hoy al paisaje y al hombre, sin revelar aún la tragedia que lo abruma ni el destino que lo dignifica, la música nativa ocupa un lugar de vanguardia con relación a América y al mundo. El universal alfabeto de siete notas, es comprensible para todos los hombres, llega a las almas por encima de las fronteras. Los medios modernos de difusión favorecen esta melódica infiltración. La literatura autóctona ha quedado aprisionada dentro de los límites de la comunidad guaraní, y la escrita en idioma castellano, con raras excepciones de escritores de primera fuerza, no ha podido vencer la línea de hitos de la demarcación geográfica. La pintura se ha hecho presente en los centres de cultura de América, y la cerámica de Andrés Campos Cervera, ha llevado en sus metálicos reflejos, destellos de nuestro espíritu a Europa. Pero la música nativa, vuela en melódico aletear per el mundo. ¿Es obra de las Academias? No podía serlo. Es armonía extraída de las entrañas del pueblo por manos humildes de artistas sin nombre, en el pasado; per músicos surgidos de la masa, en el presente; por los que llegaron respetuosamente hasta el dolor del pueblo para sentirlo come propio; por los que no supieron de las genuflexiones de la cortesanía; por los que sintieron la sed de las batallas y el hombre en las derrotas.
Y es este el momento de volver per senderos animados de melódicos cantos hasta el alma de nuestro poeta.
Cuenta Ramos Jiménez, que en horas de adolescencia, él y Manu salían en claras noches de luna a tejer versos en telares de ensueño, vagando sin rumbo por los caminos que se dirigen de Villarrica a Caaguazú, y regresaban a la madrugada sentados en las gruesas vigas que las alzaprimas conducían, arrastradas per potentes yuntas. Los carreteros, hijos de la selva, per distraer la monotonía del largo camino, ahuyentando el sueño de las pupilas desveladas, entonaban sus cantos, reminiscencias de ritmos indígenas, de vitales melodías. El oído del poeta las captaba, y al regreso, haciendo uso de una notación que había ideado y que suplía su desconocimiento de los signos musicales y del arte de componer, trataba de reproducir, por empírico modo, el canto sobre el papel. Años después, José Asunción Flores recoge de manos del poeta la armonía salvaje y crea la guarania. Ortiz Guerrero saluda la aparición del músico con estas palabras: "¡Que viva el yuyal! Del yuyal salen estos hijos oscuros de la "humildad innominada", macerados en el oleo santo de penurias celestiales, con un halo dolorido de fulgencia en la cabeza; sin títulos, sin cultura, sin recursos, pero con el tesoro de su propio yo". ¡Nada más conmovedor que esta salutación del poeta al talento que nace! "¡Que viva el yuyal!". Flores es hombre de condición humilde y siente el orgullo de serlo. Por sus venas corre sangre guaraní, y todo su ser arde en pasión salvaje por el indio y la selva. Sabe de las horas de frio y de las madrugadas del hambre; ha aprendido música en la Banda de Policía, de niño, perdido entre atriles e instrumentos.
Su sonrisa de hombre fuerte y bueno se conturba, a menudo, en sus labios, con una leve contracción de tristeza.
El poeta encuentra al intérprete de la armonía que él soñó en reproducir en empíricas formas. Propiamente ni lo encuentra, ni lo busca. El músico existe con un destino. Va al encuentro del poeta, atraído por esa fuerza misteriosa de la afinidad espiritual. Flores no es aún el creador. El hijo de "humildad innominada", encuentra en el glorioso desventurado, la fuerza, la fe, el impulso.
Soñadores ambos, planean una ópera, letra del uno, partitura del otro, con el fabuloso argumento de la leyenda de Urutaú. Ya han ideado los decorados: fogatas sagradas reflejando sus luces sobre tenues hilos de ñanduti, sombras móviles de litúrgicas danzas. Ya están escritos los primeros versos y compuestos algunos compases. De este propósito desmedido nace la guarania que bautizan así en homenaje a la raza y a su lengua; formula sencilla de brioso ritmo; vaso en que se vuelca la melodía perdida. Ortiz escribe la letra de las guaranias, haces enlazados de una común armonía; a la música de la palabra corresponde la poesía de la forma musical. La música y los versos de "Kerasy" y de "Panambi vera" están iluminados por un mismo sentido místico y profundo.
En los últimos meses de su existencia, el poeta va perdiendo la vista y el oído. Ya no hay esperanza ni alegrías en aquella alma grande. Tapiado para el mundo, no oye más que la voz de Dalmacia y la música de la guarania, que Flores ejecuta en la guitarra, cerca, muy cerca del enfermo, insensible al horror por exceso de sensibilidad y de amor. Las luces de su intensa vida interior se agitan en la agonía por las vibraciones de la música, como la tersa superficie de una fuente se anima en ondas por los pétalos de una flor que un niño arroja jugando. En "Buenos Aires, ¡salud!", Flores termina la estrofa que Manu dejo trunca, y en "Panambi vera", está escrita su última voluntad, aquella dulce voluntad de reposar en el sumo eterno bajo un tenue vuelo de mariposas.
PARÉNTESIS CRÍTICO
Pensamos si no estaría mejor titular este capítulo "Emoción critica". Valga la paradoja. En todo caso, impresión, mas que critica. Nuestro análisis pasara sobre detalles de forma, por todo lo superfluo o accesorio, para detenerse en un verso, en una imagen, en un símbolo, tratando de reflejar la emoción que su poesía nos produce, relacionando a la vez, lo épico de la vida del autor con lo lirico de su estro, ya que hombre y poeta se corresponden y su vida y su obra son partes de un gran poema.
Otros han señalado defectos a sus versos musicales y emotivos, pero, ¡ay!, las pinzas se nos caen de las manos, y el metro, comprimiendo un viejo texto de preceptiva literaria, ha quedado extraviado en un rincón de la biblioteca. La despreocupación por la forma no es un defecto exclusivo de este poeta, entre los nuestros. Fallas atribuibles al medio cultural, a la falta de una tradición literaria, a la ausencia de una crítica orientadora. ¿Pero no será preferible esta ruda pureza insular a las extravagancias de los neo-sensibles de otros lares? Ortiz Guerrero debió aislarse en los años de su formación literaria, sin libros, sin alentadora compañía y pobre y solo, en su lejano confinamiento, entrego al poder de la intuición, que conoce y crea por propias luces, las fuerzas del espíritu. (El ejercicio de la poesía es un don divino! ¡Cuánto nos place sollozar de emoción ante un verso ingenuo del cancionero popular, y que indiferentes nos quedamos, a veces, ante una estrofa burilada y perfecta, escrita por sabias manos!
En "Surgente", su primer libro, ha volcado el lirismo de su juventud, desde los días reveladores de la adolescencia hasta los primeros del infortunio. Todo el está impregnado de frescura de linfa, móvil y transparente caudal, en cuya superficie se refleja, a ratos, la imagen del dolor. El nombre recuerda a los manantiales, los îvú que saltan con hervor de hemorragia entre la blanca arena, ornados de culantrillos y de helechos, donde el agua es fría hasta en los calurosos días de febrero. Al agua del cielo atribuye la causa de su mal; con el agua de la tierra se apaga el fuego de las llagas y se curan las heridas.
El titulo sugiere el contenido; la surgente evoca la sed; el agua que mana, al hombre que cansado y sudoroso se inclina a beber. Para el poeta, la fuente es un espejo donde ve desfilar un cortejo de sueños. Al rito báquico sustituye la ablución cristiana. ¿Seria acaso exagerado llamar a este libro, el libro de la sed? El mismo poeta parece creerlo. En "Bebe" escribe:
Viajero de labio ardiente
si es que la sed te mata,
¡ah! beberás solamente
sin jarro de oro ni plata.
Pues que mi copa perdida
aun no devuelve la suerte
porque no bebas la vida
que es el agua de la muerte.
Es agua pura, mi hermano.
Te ofrezco tan simplemente
a beber de la surgente
con el hueco de la mano.
Y sentirás en tu boca
como un sabor de infinito
cuando tu pobre alma loca
se te escape con un grito.
Grito de sed que se atreve
llamar las aguas del cielo:
sed insaciable de anhelo,
que es más cruel... pero... bebe.
Los labios de la amada son "la copa de su sed de infinito", la "cósmica sed de infinito" lo atormenta. Sed de amor. Ya no basta la "mansa surgente"; necesita beber el llanto que es el agua del alma:
Por ti siento a veces la ansiedad ambigua
de llorar a mares y... beber el mar.
Luego, reducida de nuevo la sed a las dimensiones de lo humano, implora con sentimiento y ternura:
Canta y llora y canta la canción impía
que hace padecer;
llora como el arpa llantos de armonía,
llora una azul gota, paraguaya mía,
que muero de sed...
Esta ternura de "En voz honda", se sublima en la imploración que no cesa. La sed que ha dejado el dolor solo se apaga con llanto:
Necesito el llanto. El miedo, el espanto
que dejo el azar
en mi vida, solo se alivian con llanto;
canta, paraguaya, tu más triste canto,
que quiero llorar.
Pero si el llanto es el agua del alma, el agua que surge es sangre de la tierra. El elemento se asimila al humor, a la corriente que conduce e impulsa la vida:
La fuente es la fresca sangre de la tierra
que baja de la aurea vena de la sierra
y llora escondida detrás del zarzal;
es fuente una limpia, sonora hemorragia
de música y sueños, de perlas y magia
que sangra con una paciencia eternal.
El sentimiento de la Naturaleza es la fuerza dominante de su inspiración y se traduce en imágenes, en descripciones breves, porque la concisión y la claridad son virtudes esenciales de este poeta. ¿Cómo se manifiesta este sentimiento? En dos direcciones, no paralelas, pero si equivalentes. La una trasunta la belleza del paisaje y habla a los sentidos:
En el ámbar disuelto del limpio plenilunio:
palidez de amor e infortunio
ha mojado sus alas la noche transparente
y el dulce centelleo del lucero de junio
recuerda la mirada de una querida ausente.
Estrofa digna de un nocturno de Chopin.
La otra dirección, alada flecha de Apolo, llega al alma portadora de un mensaje. Hablar al alma para el poeta, es hablar del amor. Y ha de cantarle, como quien bien ama, a la manera romántica, con acento impregnado de melancolía:
Era por su tristeza como un enfermo lirio
y por enferma y pálida era como la luna;
negra como la envidia, larga como el martirio,
sobre los hombros era la cabellera bruna.
¿Se puede pedir más concisión y claridad? ¡Y esta admirable precisión en el empleo de los adjetivos! ¿Queréis algo más negro que la envidia; algo más largo que el martirio? Las imágenes están revestidas de colorido y musicalidad:
Alguna enlutada cauda cometaria
la regia cascada de su cabellera.
Tu Boca es conjunto de miel y de rosa
do liba la abeja del "Ave-María"...
Y esta estampa del amanecer, plena de originalidad:
Va a pasar: es la hora.
Avenidas de lanzas de plata alzan los gallos,
y entre un millón de lanzas se oye pasar la aurora.
El símbolo se identifica en la imagen y surge de la estrofa bañado en musical encanto, tenue, iluminado:
Por la senda florida de infinita frescura,
¡oh! ¡jardín de la vieja ventura!
vaga una niña sola con manos radiosas
lleva un bouquet fragante... Es la espectral figura
del recuerdo, que suele de noche cortar rosas.
En "Loca" su alma arrodillada reza a la luna.
La influencia de Rubén Darío es notoria, especialmente en los versos de su juventud. Justo es recordar, a este respecto, un juicio de Natalicio González: "Es fácil descubrir -dice- en las poesías de Ortiz Guerrero, la influencia, a ratos atenuada, a ratos ausente, de Darío; pero las anima siempre una intensa emoción humana que raras veces se sorprende en los versos del orfebre". Escuchad:
Favonio en los jardines propiciará un sonoro
estremecimiento: al vernos se teñirán de grana
las intactas orquídeas; se oirá un alegre coro
de címbalos y liras, y en la fronda cercana,
Pan tocará su flauta de un milagro incitante,
y la Venus de Milo se crispará un instante
de inefable deseo...
En el sentimiento es romántico, en la forma modernista. Vino de cien años en el vaso del siglo.
Las influencias se observan en los cantos de amor de la juventud, pero aparece emancipado de ellas cuando se interna en la oscura selva del propio dolor, para animarla de cantos y conmoverla de grandeza. Así en "Suma de bienes" y en "Amarga plegaria de unos labios en flor". En su libro "Nubes del Este" ha alcanzado el estado de serenidad. Para huir del dolor se eleva. Envuelto en la clámide que oculta las llagas a los ojos humanos, inicia la ascensión. ¡Heroica y esforzada ascensión! Sufre y enseña a sufrir, no solo con la resignación sino con el silencio. Los gemidos mueren en su garganta. ¿Para qué gemir si se puede cantar? Y de aquel gran dolor, solo queda una estela armoniosa en el Parnaso.
Ya no es la surgente que apaga nuestra sed de ensueño y poesía; es ahora el agua del cielo aprisionada en la nube que se anuncia en brisa fresca y vivificante. Son las "nubes del este", portadoras de la lluvia fecundante, la que el labrador espera en los menguantes para la siembra prospera; la de las aguas que penetran en el seno de la tierra para alentar el germen que la gloria del sol llama a la vida. Pero, en la nube esta invisible, en potencial maléfico, el rayo; aquel mismo rayo que lacero sus carnes con fuego de llagas perpetuas. ¿Qué importa el propio dolor? Desde la ventana de su exilio, mira como las nubes se deshacen en cataratas sobre la tierra sedienta y aspira el grato olor que exhalan las hierbas saturadas de lluvia. Si "Surgente" es el libro de la sed,, "Nubes del Este" es el de la grandeza. Grandeza del olvido del propio dolor. En "Nubes del Este" se nos revela, no mas poeta, pero si, mas él, mas héroe. Es, quizá, el libro de la sed saciada.
Fuera de "Arlekín", juguete lirico, que empieza así:
Arlekín:
pon tu bonete pekín
y danza y ríe a tu antojo
por el mundano jardín...,
que recuerda la "Canción de Carnaval" de Darío, y de este otro canto bellísimo, con ritmo y metro de 1a "Marcha Triunfal":
De súbito estallan las rosas,
los lirios, y estallan los versos en salva floral,
los viejos palmares despeinan al viento melenas gloriosas
y agita los bosques de lauros un soplo marcial...,
lo escrito en las páginas de este libro aparece, en general, emancipado de extrañas influencias, en personal superación de diáfana y reveladora inspiración.
En "Surgente" puede aquilatarse, quizás, una mayor transparencia en la forma. El espíritu que anima aquella estrofa de "Saudade":
Es esta la hora sacra. De una hemorragia ha muerto
el sol. Tramonto sufre de una nostalgia astral;
tengo en la mano el libro de mi tristeza abierto,
voy a escribirte un tenue verso sentimental...,
no volverá a alentar en "Nubes del Este".
No son sólo dos momentos o dos estados distintos de alma los que documentan estos dos libros; son dos zonas de vida que atraviesa la nave de lirico velamen.
El amor, fuerza dominante en "Surgente", "ley sacra, bella y pecadora", por cuyo imperio, "en las cavernas rugen de coraje panteras encinta y leonas en celo", aparece ahora, como un leitmotiv de resonancias intimas. La ley universal y eterna que lo ha proscrito, le concede el consuelo del canto. Siente el amor como algo que lo posee y lo domina, pero cuyo goce le está vedado. Es un creyente que no pudiendo penetrar en el templo, adora de rodillas la cruz de la copula desde la vereda solitaria. El fuego -llama y cenizas- aparece ahora en sus versos. El delirio de la alegría dionisiaca, da lugar a la preocupación mística del más allá:
Sobre las brasas vivas del amor, la esperanza,
arden como de aceites el dolor y el placer;
así la vida inflama su llama azul, que danza
de júbilo amoroso. ¡El vivir es arder!
La llamarada alegre que danza, no se cansa;
hasta que un día cualquiera, en que así debe ser,
las brasas se consumen y la vida se lanza
volátil, hacia arriba... ¡Morir es ascender!
Hay un momento en que el bajel tuerce el rumbo y deriva en declive, hacia los escollos del sensualismo. Pero se salva. Pronto aparecerá la preocupación metafísica, el "mal metafísico", que hará crisis en "Pepitas":
Ignoro que figura tiene el tal "infinito",
no sé qué forma afecta la tal "eternidad",
pero es posible, amigos, que conozca el niñito
el rostro de la madre y ella escuche su grito
desde la gruta oscura de la maternidad.
La duda habla veladamente en sus versos, y si la muerte cruza fugaz por su huerto de ensueño, la contempla con serenidad. En la vida, el amor; en la muerte, la eternidad. Más allá de la vida y de la muerte, Dios. Y si es cierto lo que asevera un filósofo, de que los ojos de los amantes, en los momentos altos y misteriosos de la pasión adquieren la vítrea y fija mirada de los muertos, ¿no será esto un anuncio de que el amor es un signo de eternidad, y de que los ojos humanos, en que se asoma el alma, son como espejos de muerte? El intento épico aparece en su segundo libro. Como si corriera hasta entonces por subterráneos cauces, aflora en "Veteranos", "los despojos fabulosos de la gloria -escapados de los lúgubres pantanos- de la historia". "Diana de Gloria" es la exaltación poética de la figura del Mariscal, y en "Ulf" canta a "la tierra santa de los comuneros - donde se salvara con lagrima y sangre toda libertad". Pero Ortiz Guerrero es profundamente lírico y no escapa a las fatales limitaciones de su estro. Aun cuando exalta a la patria y evoca la guerra, se evade de lo épico y canta al amor, porque el amor es tierra estremecida de dolor, cielo colmado de estrellas, espíritu que se posa sobre la arcada que elevan los poetas, desde el abismo de la duda hasta el infinito sin fronteras.
A medida que el mal avanza, su alma penetra en una zona de misticismo y unción. Desde niño cree, en la existencia de Dios, pero cerca del fin, esta creencia, que no lo abandona, cobra relieves de certeza. Se sume en la meditación; su alma se ilumina de aureola mística. ¡No!, ¡la vida no puede terminar aquí, no puede terminar así! Los hombres se han olvidado de Dios, porque en su delirio de grandeza se han sentido dioses. Pero, se han olvidado también que son mortales. Se ha de volver al seno divino por los senderos de la muerte. Habla de la muerte, que:
... ha cerrado la verdad del circuito
como el agua y los astros circulantes también.
Va rodando la vida de infinito a infinito,
y su paso nos deja mucho polvo en la sien!
Es hora de dedicar unas líneas a su tercer libro, "pepitas": "Arroyito del verso mi vida": ¡Que tierna y humilde definición de la propia existencia! Aquel torrente de grandeza y desventura canalizado en el menguado cauce del arroyo rumoroso que se pierde en la selva. Como un niño de espíritu curioso, ha ascendido por el curso y ha visto brillar entre la arena del lecho, a través del agua cristalina, escamas de reflejos áureos. Ya no es el agua mansa de la surgente, ni la torrencial de la nube; es ahora un caudal móvil y ondulante. El poeta se inclina a recoger, para ofrecérnosla, la dorada pepita. ¿Qué es la "pepita"? El mismo poeta la define: "Es un poema brevísimo. En tres versos, un cuadro, un madrigal o una sentencia. Cursilería melosa, concreción redonda. Ni falte ni sobre la cara esencia para el minúsculo vaso". Divide las "pepitas" en galantes, amuletos, cuadros, políticas y vanas.
Antes nos hemos referido de paso, a las "pepitas" políticas. En las galantes, el amor ya no es romántico y sensual como en sus libros anteriores. Ni el beso florece sobre los labios encendidos ni el deseo conturba los corazones. El brillo de las fiestas galanas se ha transformado en tenue luz de retablo. A veces, la estrofa es como un eco:
Tu recuerdo, cometa hoy ya distante
por el cielo del alma
ambula errante.
En el remanso azul de tu mirada,
¡oh! pescador de estrellas,
perdí mi red.
En otras prende, fugaz, la llama del escepticismo:
Existen porque existo. ¿Cuando muera
ya no habrá sol ni noche,
ni primavera?
Las "pepitas" amuletos constituyen un breviario. Toda la grandeza de su alma torturada se concentra en sentencia, en lección. Tienen estilo de salmo estos versos:
No magnifiques más tu mal destino,
te ocultará tu propia
sombra el camino.
"Magnificar el mal destino"; esto es, crear "la propia sombra", proyectar en torno nuestro la voluntaria oscuridad, auto condenarnos a la ceguera en el sendero fatal. ¿Es posible dejar de referir la estrofa a la mano que la fijo sobre el papel, dedos lacerados en proceso de mutilación?
Quien acaba de aconsejarnos no magnificar "el mal destino" magnifica a renglón seguido, paradojal y magnánimo, los bienes que le fueron negados. Escuchad, en alto los corazones:
Sé justo con la vida. ¿Hoy padeces?
Ella te dio otras veces
dichas con creces.
¿Quién nos habla con este acento de cristiana resonancia? Alguien que por el camino del dolor ha llegado a la verdad.
El poeta se eleva más allá de la propia cumbre para aconsejarnos en una incitación a la fe y al optimismo:
Florece, corazón, cada minuto,
si quieres dar maduro
siquiera un fruto.
Su pobre corazón es demasiado pequeño para agotar el dolor humano; en el radica solo una unidad pletórica de la angustia universal. Entonces, más alto aun, exclama:
El corazón es himno y flor de goce:
la total desventura
él no conoce.
Es el momento en que el corazón abdica de la carne para ser "himno y flor". Libre y "deshumanizado", desciende de nuevo, cerca de la hora de la muerte, para afirmar a sus hermanos la existencia de Dios y la fe en la vida futura:
¿Quieres buscar tu origen y volverte?
La gota por la nube,
tú por la muerte.
Las "pepitas" cuadros, nos presentan en minúsculos bocetos una visión fugaz de la naturaleza, o una animada mancha urbana, sin que esté ausente el cariño a las cosas de su tierra:
Se muere el sol. Su beso de agonía
dora un avión lejano.
Melancolía.
Iluminados barcos. La bahía,
exposición nocturna
de pedrería.
Carbón... carbón... La carbonera pasa.
De sus ojos se astillan
dos vivas brasas.
En las "pepitas" líricas, el poeta regresa a su yo. Habla en primera persona. Se siente actor en un mundo que ya empieza a mirar con ojos de moribundo:
Soy un hilo de agua en este llanto.
Por la noche, luceros
cantando hilvano.
Con sed cavé, cavé. ¡Cavé un abismo!
Y alcance el agua fresca
que hay en mí mismo.
¡Siempre el agua! ¡Siempre, hasta el fin, la sed!
Manu ha oficiado el rito poético del agua. Desde "Surgente" a "Pepitas", el título sugiere al elemento; la fuente a la sed; la nube a la lluvia; la corriente al sedimento áureo. El agua que se condensa en la nube por la fuerza del "milagro solar", se asimila en imagen a nuestra muerte transitoria. Y como el agua del cielo vuelve de nuevo a la tierra, en rocío o en cataratas, el alma emancipada ha de volver a su animada cárcel a proseguir el humano y eterno destino.
"La gota por la nube - Tú por la muerte". El alma ha volado a su origen. El poeta nos deja una herencia, recortes de diarios con la producción de los últimos años, que no ha tenido tiempo de editar en volumen, y una voluntad: el libro ha de llamarse: "Arenillas de mi tierra".
Ciego, con la visión extra terrena de las últimas horas, ha visto el mundo como un paramo. Apagada la sed, agotado el cauce, solo quedan las blancas arenillas de la playa que se vuelve cada vez más remota con las horas que pasan. Ni agua en la surgente ni en la nube, ni oro en la corriente. Oleadas de vida. ¡Só1o vida que queda; sombras humanas! Solo vida que se va; luz en la altura!
A medida que el camino de la vida se acorta, la visión del universo se concentra y el sentimiento se ahonda. En pocas composiciones suyas la emoción llega a notas más puras que en esta, dedicada a Chamorro, el maestro guaireño:
El maestro tenía
el carácter del agua transparente,
la claridad del día,
y la cordial dación de la surgente.
Con humildad de pan daba sustento
a la virtud callada del trabajo
en los hijos sin luz del sufrimiento:
los indoctos, los tristes, los de abajo.
Profesor de firmeza y de decoro,
empezó a vigilar de edad temprana,
y en su boca labró un panal de oro
la melódica abeja castellana.
Y él que nunca ha nombrado a la madre en sus versos, la nombra, por primera vez, en sus últimos días, en la culminación de su calvario. Es con el nombre de Susana que invoca la sombra amada. Y la invoca y la canta en la vida de otra mujer, del mismo nombre, en quien cree ver la resurrección de la ausente. No es el hijo prodigo que busca entre las sombras la presencia luminosa; no es a la madre muerta a quien canta. En vísperas de morir, se ha olvidado de la muerte para cantar a la madre rediviva y resplandeciente:
Cuando niño, me han dicho que tenía
mi madre la elegancia del bambú
regalando frescura y melodía...
Yo jamás conocí la madre mía
que habrá sido inefable como tú.
Desdichada de amor, ella habría sido
azulada torcaza de Itaybú
que con pajas de olor me tejió el nido.
Y... se murió de sed cuando he nacido.
Susana se llamaba como tú.
Los ojos de un azul inigualado,
tajadita la boca de urucú,
el cabello en resol, todo rizado...
Yo nunca a mi mamá, nunca he mirado,
quien sabe... si... quien sabe no eras tú.
La ilusión, con piedad siempre infinita,
le dio a mi desnudez chal de tisú...
Yo no aprendí a decir: "papá", "mamita",
y hoy mi madre en tus ojos resucita!
¡Te reconoce el alma! Tú eres tú!
Huerfanito de luz, ciego del arte
me dio miedo el gemir de urutaú.
¡Tuve miedo de noche al no encontrarte!
Mamá: mi corazón se parte,
cántame el arrorró que sabes tú.
Como hombre de teatro hubiéramos querido dedicar un capítulo, dentro de este trabajo a sus tres obras teatrales: "La Conquista", "El Crimen de Tintalila" y el poema escénico "Eirete". El propósito rebasa los límites que nos hemos fijado, pero la deuda persiste. No han de acogerse, en este intento, los hombres de esta generación a la injusta prescripción del tiempo.
UN BEL MORIR TUTTA LA VITA ONORA
El poeta en sueños ha visto el rostro de Dios. Tiene la certidumbre de su próximo fin y va a ocultarse en su casita de Tayazuapé para morir. Allí vamos en fraterna y piadosa peregrinación Facundo Recalde, Roque Centurión Miranda, el escultor argentino Julio Vergottini, alma evangélica de destellos geniales, y yo. Nos sigue mi madre, octogenaria, a la distancia, pues no ha querido que la viéramos venir, y que para visitar al poeta por quien siento un cariño entrañable, ha caminado seis kilómetros desde el vecino pueblo de San Lorenzo. Había de seguirlo por el sendero sin retorno pocos meses después de su óbito. Recuerdo la penosa impresión que recibimos. Se encamina hacia nosotros, apoyándose en el brazo de Dalmacia, y apenas oímos su voz articulada con esfuerzo: "Mi espíritu los estaba llamando... Los esperaba... Uds. creen que su voluntad los ha traído. No... Soy yo quien les ha pedido que vinieran"... De aquel bizarro joven que conocimos veinte años antes, no quedaban más que despojos. Su voz clara y expresiva de entonces, se había transformado en un soplo casi imperceptible; los ojos sin luz, un día "del color de la esperanza", cubiertos de telas sanguinolentas. No oía nuestras palabras y nos hablaba como del interior de una tumba. Pero ¿a que seguir con la descripción del horror? Solo Dalmacia tenía aun el valor de sonreír. Volvemos tristes, silenciosos, por la picada que a la hora crepuscular se sume en sombras. Alguien dice: esta vida se apaga. Pienso, su materia ya está muerta, solo el alma es inmortal. Mi madre lloraba.
Y días después, la tos que lo ahoga le produce angustia de asfixia. La obra de la lepra la termina la tuberculosis. Es el tiro de gracia de los ajusticiados. Regresa el poeta, acostado en la carreta, envuelto como por una bandera en la vieja capa. Al lento paso de los bueyes tarda siete horas en llegar. En la puerta permanece enhiesto el blasón que no se abate: Zurucu'a-Editorial Paraguaya. Bajo el humilde techo viene a sumar a las horas de dolor la hora de la muerte. José Asunción Flores, el más grande de sus hijos espirituales, viene a buscarme. Manú se muere, dice, mientras con el pañuelo se seca las lágrimas y ahoga los sollozos. Sí, ya lo sé, Manú se muere. ¡Loada sea la divina providencia que lo libera de tanta desventura! Buscamos a un medico. Adrenalina... digitalina, gotas de agua en la sagrada lámpara de aceite que se apaga. Mientras caminamos, recito para mis adentros aquellos versos de "Rogación", su bellísimo canto a la esperanza:
Eterna esperanza todopoderosa,
madre del ensueño. Del dolor esposa,
tutora inefable de los mutilados y ciegos de amor;
perpetua abogada de los afligidos,
las tristes princesas, las rosas, los nidos
que en esta cruzada de vida y de sueño te claman favor.
Ahora toda esperanza ha muerto. Los versos del Dante esculpidos a la entrada del infierno, tienen para nosotros un nuevo sentido aquella noche de angustia. Se le aplica una inyección, la reacción se produce, y, suprema fuerza del espíritu que canto a la esperanza, sueña que vuelve a ser un niño sano, soñador, vivaz, que juega en la plaza de su nativa Villarrica, en alegre ronda infantil.
Se ha despertado martirizado por una última obsesión. Tiene aun una última deuda que cancelar. Implora al Dr. Boggino, medico, humanista y poeta, con voz imperceptible que solo Dalmacia es capaz de traducir, que le devuelva las energías solo por unas horas. Necesita imperiosamente escribir un canto de despedida a la vida. Después podrá morir tranquilo. ¡En aquel momento solemne nos dimos cuenta cabal de la grandeza de su alma! No puede respirar, el corazón vacila, los mutilados dedos que manan pus no pueden sostener el peso de la pluma, y sordo, ciego, sin habla, sigue con heroica consecuencia siendo fiel a su fe.
Cuando llegue la Intrusa que ya ronda invisible por el patio, el quiere sellar voluntariamente los labios con un verso. Tenemos la impresión de vivir un minuto cumbre y la convicción de que no asistiremos jamás a un acto humano de mayor grandeza.
Por la tarde, a solas con Dalmacia, se le escapa rauda el alma de la pestilente cárcel.
¡A solas con Dalmacia ha muerto Manú! La última venda de luz, ha caído mujer de tus manos milagrosas! ¡A solas contigo! Es que nadie más que tú era digno de estar a su lado en el momento supremo. Quizás, él, lo soñaba así. Solo tú eras digna de asistirlo en su muerte, de amortajarlo, de cerrarle los ojos. Solo tú, eras capaz de besarle la frente, que de iluminada hacia olvidar sus llagas.
Rodeamos su lecho. Allí está, como siempre don José María Duarte, ese enorme artista de la amistad, junto a Facundo Recalde. Yace a nuestro lado el más grande de los poetas paraguayos, el carácter más puro y firme de su generación, por su obra, por su vida, por su muerte, por su fe! Que dulcemente se ha sumido en el sueño de su liberación. La muerte más piadosa que la vida ha serenado sus facciones condecoradas de cicatrices. En sus labios se pliega una sonrisa. Al lado del lecho, sobre la minerva, arde un cirio, y en el plan de la impresora yacen abandonados la capa, el sombrero y el bastón. En el suelo, amontonado libro sobre libro, se empina parte de la edición de "La Conquista" y que por una rara combinación de luces, las últimas del crepúsculo y las sagradas del recinto, proyectan sobre la pared una sombra de columna truncada. ¿No ha dicho alguna vez que lo encontrarán cadáver al pie de su cañón?
En la tarde gris parte el acompañamiento. ¡Que pocos estamos! Artistas, escritores, poetas. ¡Si, cabremos todos en el único tranvía que arrastra el coche fúnebre que conduce a la tierra los restos de una vida única! Que pocos estamos. Pero estamos los que debíamos estar: los que sabemos que no todos los días nace un poeta en cuyo verbo se humaniza la eternidad y se eterniza el hombre.
Ya vamos por las callejas del campeo santo. Aquí mismo fue donde hurtaste las velas encendidas a las animas para alumbrar en noches de forzado insomnio el surco de tu pluma. De improviso, entre los panteones, surge un hombre del pueblo, rotoso y descalzo, vistiendo un mal remendado uniforme verde olivo sucio de tierra chaqueña, que se empeña en tomar su parte entre los que conducen el féretro. Y volvemos a encontrar en este acto un símbolo. En aquel hombre anónimo, un obrero, un desheredado, en todo caso un soñador que reclama el derecho de conducir los restos de su poeta, ¿no están acaso representados sus hermanos que en esos momentos se baten en las trincheras por lo mismo que vivió y canto Manú: por la gloria de un pueblo y de una raza?
La fosa está abierta y espera. No hay discursos pero si lágrimas. Soñó con una tumba en cuya sagrada tierra florecieran lirios y rosas, cubierta en las horas de sol por animada cúpula de mariposas en vuelo:
Panambi che rape rame
reseva re yeroky
nde pepó cuarajhy ame
tamó rae a ñe ñoty.
En su cruz el poeta Lamas ha dictado el bello epitafio: "Su mejor poema fue su vida". Y en los brazos extendidos de esa cruz se agita la Blanca estola tejida por manos de Dalmacia.
ARTURO ALSINA.
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