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MARÍA DEL CARMEN PAIVA

  COMPARECENCIAS, 1997 - Poemario de MARÍA DEL CARMEN PAIVA


COMPARECENCIAS, 1997 - Poemario de MARÍA DEL CARMEN PAIVA
COMPARECENCIAS, 1997
 

Edición digital: Alicante :
 
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002
 
N. sobre edición original:
 
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
 
Editorial Arandura, 1997.
 
 
A los sencillos

A los auténticos

A los honestos

 

PRÓLOGO

Como su título lo indica, estos poemas hacen comparecer a personas, amores perdidos, recuerdos y olvidos recuperados, a través de un coloquio personal que pretende preservar en la memoria momentos epifánicos, destellos de luz, en el crepúsculo de la vida.

En libros anteriores, María del Carmen ya había mostrado su inclinación «proustiana» a la reminiscencia, a la «búsqueda del tiempo perdido», en versos que evocaban su infancia, su familia, sus seres queridos. En esas obras, una visión otoñal -como en daguerrotipos de fotografías desteñidas- nos retrotraía a escenas de antaño, a paisajes oníricos, a épocas felices de la niñez.

Su gran capacidad introspectiva, su inmensa melancolía, contribuyen al logro de una poesía llena de sobreentendidos, de velos, de brumas, que ocultan la nostalgia por un amor perdido, por un tiempo irrecuperable -aunque la palabra lo reviva y lo traiga al presente fugaz.
La autora de Comparecencias no se resigna ante la ausencia y la aniquilación de estas memorias felices. A través de estas estrofas -impregnadas de perfumes y melodías secretas- ella acomete la inmensa tarea de reconstruir las ruinas de un pasado familiar asolado por la desidia del tiempo, corroído por el implacable aliento de la muerte. Los seres amados se han ido, paulatinamente, dejando -como una herida- el hueco de su ausencia. Esta, sólo podrá ser llenada por el verbo creador de la escritora, que va cubriendo los vacíos, soñándolos, de nuevo, en este libro lleno de nostalgia y ternura.

Como muy acertadamente señala Renée Ferrer en una de sus reseñas, estamos ante una «Poesía de indagación en las incógnitas del ser, de enfrentamiento con la propia soledad y el autoconocimiento, de asunción de la libertad creadora y existencial...». En efecto, María del Carmen bucea en las profundidades de la conciencia y saca a luz, de manera sutil y discreta, las extrañas floraciones del inconsciente.

La autora asume, con romántica pasión, la deslumbrante experiencia del amor, con todo lo que éste trae aparejado: celos, tristeza, abandono, éxtasis. Con rara agudeza sicológica ausculta el corazón de la mujer y realiza una disección implacable. Los personajes que evoca la autora están como detenidos a orillas del río del tiempo como estatuas calcinadas por la fiebre del deseo postergado. Despiertan de su letargo gracias al lenguaje -casi coloquial- de este poemario que enaltece las letras femeninas del Paraguay.

 
 
 

 

LA VIDA

 


Antes





de esa urdimbre





resbaladiza, invisible,





ya te amaba;





de continuo,





en este extraño edén





donde te acaricio,





cómplice de tus cristales,





de tus lirios





y tus consecuencias.





Gratificada,





me envuelvo





con el lazo mojado y transparente





de la poesía.







Tus lágrimas





no me entristecen





cuando lloras por mí





(es mi homenaje).





Después de todo





lo que me has hecho sufrir,





a pesar de tu honor,





no queda otra decisión





que ser feliz.





Tú eres así.





Qué tanto afán.








SOLEMNIDAD DEL ESPEJO



Improbable deshacerse




de aquellos hechos continuos




comprometidos, sin embargo,




al amparo de algún coraje.






Son parte




de aquellas extremas soledades,




cuando las lágrimas




se pulverizaban




antes del consentimiento.






La hermana de los astros,




con sus despeñadas plegarias




sobre el abismo del sol




y el ritual de la tristeza, irremediable.






Las huellas del amor




bajo los puentes.






La visión




reposa por igual.









AÑOS PEQUEÑOS

Pequeño semblante pasajero. Seis años. Multitud de sol entre las briznas enmarañadas. Hoy los labios rojos, y el andar con las muñecas esperando, ornada con el vestido de mamá, el de novia (porque no había otro) y el sombrerito rosa con tul de tía Delia. Las flores aplastadas al costado en la cabeza, frente al interminable paraíso familiar.




CONDENA INJUSTA

No te inquietes, son cosas que suceden cuando niña: confiscada, a consecuencia de la amiga bruja de mamá, porque no consentiste que te peinara con esos estirones, a desgano.

Me gusta tu carita alterada. No aflojes, allí arrodillada frente al santo que te compadece. ¿Por qué tienes que pedir perdón? Sólo el deseo de jugar entre los árboles del patio, y con los primos, al otro lado de la verja. Soportas, mientras tus lágrimas permanecen guardadas.




LA NIÑA

Atuendo de estrellas para los rulos, detrás del temblor del invierno, anhelando trasladarse más allá de la ventana, en una noche llena de bujías distantes.

En la mano crispada: una manzana, parecida a la luna de agosto, quieta y grana.

Fragancia de sábanas recién planchadas; el disgusto de la sopa; al otro lado, el viento y el instante de nunca más.

Heroína humillada por el tío que había malmirado, de broma no más.





LA CASA DE MARALÚ



Cielorraso de palomas,




polvareda de caireles.




Maralú en una campana




con el libro en los ojos,




los ojos en la ventana.




Angélica y sus anuncios sin demora




detrás de los pilares.






El corredor vacío, verde.




Y Guillermo en exilio,




con su señal crucificada




rodando por la cocina,




las barandas,




y los sillones de cretona.



—14→


En el techo,




tres rosas de yeso y las guirnaldas.




Debían ser cuatro,




aunque ellos eran cinco




(al quinto lo vi una vez, tan lejano). Pero eran sólo tres




desde el principio,




desde que yo recuerdo




o conjeturo.






Ahí tuve mi primer tajo




y se me llenó la cara de sangre




tibia, llena de llanto.




Yo salí con el dolor de allí,




junto con el coraje.









PRIMER DUELO

Candelas vacilantes, los lirios. Bajo el féretro, el piso pintado de cera, reflejando alguna memoria.

Hay que proseguir la costumbre frente a las ventanas, así como están ahora, con sus visillos de espaldas al sol. Afuera, el gorjeo inevitable, el follaje del verano en el ardor de los ojos, y el miedo inicial escondido en el vacío de mis manos.





A LOS NUEVE AÑOS



Todas las cosas




eran serias,




hasta las palabras predilectas




dedicadas a la noche




frente al largo insomnio




y a la soledad que flotaba




cuando solía transitar el tren




a medianoche,




antes de la canción del gallo,




cuando era terrible la oscuridad.






Y todavía es grave




la hora del silencio.









ELMA

Apoyada en la butaca. Las piernas bien formadas, inmóviles frente a la promesa de la atardecida. Frutas frías en la mesa, cubiertas con algodón en punto cruz. La luna, todavía no. Ya la tertulia de las cigarras y sus acertijos. Un picaflor perdido sobre la bomba de agua, y el pañuelo mojado de colonia, en la congoja de la muerte.

Elma, con sus cabellos negros, de lado, envolviendo las mejillas de nieve. De nieve también las piernas debajo de los lloros, y el comienzo de los lirios para siempre.




VALENTINA Y YO

Valentina, con la sombra de tus ojos al pie de la escalera y el corazón escondido en el sopor de la siesta.

Valentina mentirosa, me hiciste creer que el vestido de novia te aguardaba.

Te quedaste en la penumbra que te envolvía, y yo contigo para verte dormir. ¿Cómo soportaste, Valentina? Yo no pude. Sin embargo, ambas entibiamos en la mano un beso duradero. Tú el que no recibiste; yo, el que perdí.





EL REFUGIO DE EMMA



Faroles apagados de los domingos,




temblándoles sin embargo,




las frágiles horas




de la tarde que se ahoga.




Una vasta, ligera bruma rojiza




las recoge.






Un poco tarde para Emma,




con las sombras en sus ojos.




¿Qué irá pensando,




mientras ondea la pollera




y se pierde




en penumbra




cegada de magnolias?










FUGA



Una lejana radio




transmite el tedio de los domingos.




El cielo aparece inmutable,




naranjado el pastizal




donde se conmocionan mis sueños




y un poco de olvido.






Paseo sobre las losas que ayer




golpearon las lluvias,




mientras el pájaro hablador del vecino




reflexiona.






¿Ya no se escuchan esos lamentos,




siempre inesperados?




 



Desde el caracol, suena el mar.




Debajo del mar




elaboran los peces sus artimañas.




En el encrespado perfil,




las barcas.




Gravitan esmeraldas




distantes del mar.






¿Todavía esas quejas?






Ahora descansan.




Por las dudas,




busco en la hamaca




al que se irá pronto,




y duermo en sus brazos.










PAULINA

 


En el sillón,





ante un balcón rosado,





con su falda de colores.





La casa de enfrente





exigua de techos y ventanas.





Algunas palomas





alteran a las brujas del invierno,





pero sin peligro,





porque es verano





y solo existe este olvido





con las puertas abiertas





y las historias sujetas





en el corazón contrito





y los labios desamparados.





Aun así,





ella está quieta;





no sé por qué, precisamente,





parece que reposa.










LA PRUEBERA



Genoveva, semioculta




debajo del paraíso,




con su bata de lienzo




y su pollera larga.




El cigarro,




y sobre la mesa las cartas.




Los pendientes de oro




le colgaban hasta la garganta.




La nieta con la escoba




que nunca se gastaba.




Yo las observaba




desde el balcón de enfrente,




mientras gemía un soplo




de caliente resolana.









Nunca protestaron,




porque me esperaban.




Un día, una amiga y yo




las visitamos.




Mi amiga murió,




yo perdí lo que me gustaba.






La nieta continuó reuniendo




las hojas extenuadas,




y yo quería que las barajas




cayesen entre las llamas,




porque cuando entraba el sol,




solía encender fogatas.










CUANDO LOS VIENTOS



Aquella estación de tristeza




me habitó de silencios




precipitados.




Algunas hojas con perfume todavía,




me resbalaban.




Crujían, acumulando polvo




en mis sandalias.




Sería otoño,




digo




por la nostalgia,




y por el fresco que subía de las hierbas




calladas.






Una cinta azul: voló,




y mi pañuelo de organza.




Los hubiera buscado




entre los gajos caídos,




entre las estatuas de las plazas,




y entre los ángeles escarlatas del ocaso,




pero ya era tarde:




alguna ensombrecida complacencia




me encandilaba.










LA IMPRESIÓN



Una queja




y un mesurado resplandor




emergen




desde la orilla de la puerta.






Creo que se peina,




y se coloca la peineta.




Explora tras el visillo




y llora,




llora de tristezas.






Cuando los relámpagos




le queman los ojos,




se detiene,




simplemente, en el retrato.






Al día siguiente,




cuando penetro,




sólo veo la cama,




una lámpara apagada




en la mesa de luz,




horquillas sobre el toilette




perfumado,




y una sombrilla apoyada




en la butaca.






Desde la fotografía,




la congoja




y esa especie de sonrisa




que ostentaba la tía Delia.









HÉCTOR

Recuerdo sus ojos redondos, fijos, y su apuro por alcanzar las nupcias sin solemnidad.

Callado en el patio del tragaluz, con la boca perturbadora, indagando secretos sin encontrarlos. Frágil huésped, suspirando por algo que aún no sé.




JOSÉ

¿Quién te liberta, José, de tu cautiverio? ¿El que se esconde dentro de ti, y no te permite admirar las estrellas ni los bordes de mis labios? Reposas tan ensimismado, que las aves en el atardecer hacen nido en tu alcoba solitaria, entre las fraguas de antaño que brillaban lentamente con la bala perdida que alguna vez casi te mató. Un aroma de lavanda se avecina, mientras tu hijo se baña en el cuarto de al lado.

Pareces una vieja fiera, tirado en la cama, sin que te alteren mis cercanías. ¿En qué piensas José, que hasta pareces cuajado?

Tomo un libro de Baudelaire y me retiro al jardín bajo la pérgola, y entre angustia y deleite permito que me invada la tarde.

Imagino cómo dejarte con ternura, mientras lagrimeo y te extraño anticipadamente.





LO PERDIDO



Se te agrieta el entreseno;




sólo por un instante eres manantial.






Viejas sábanas absorben la sangre




       que viertes:




flores del desierto




que los vientos convierten en llamas.






Hierbas para tu cabellera de broquel




y un rojo violín sobre tu vientre de niebla




       callada.






Lejos, duerme una camelia entreabierta,




cerca del hombre que te amó




(¿quién te amó?).






Ya puedes extraer la daga




y observar las estrellas




que te cantan al otro lado del río.






Tal vez no sea tarde,




ahora




que estás liviana.









LA DESNUDEZ DE LA ESTATUA

Se desbarataron aquellos atavíos, girando como neblina alrededor de una lámpara casta, turbada en su blancura. Talla recogida y ciega, testigos imaginables rayando infortunios en atardecidas de invierno, bajo las lluvias de una plaza desamparada, lejos del perfil de las ventanas. Desalojo del último cordón de la blusa, develando los senos oxidados y un hueco en el reflejo del primer acto.





ROMANCE PARA NUNCA MÁS



Cielos, que me gustabas.




Tus ojos sencillamente pardos,




la nuca,




los brazos,




y tu aliento de menta y pasto.




Más que todo eso,




cuando nos asomábamos,




el corazón que se te dilataba.




De pocas palabras,




a punto guardábamos tu simiente




para quien debías sembrar.






Aunque anduvimos solos




con el puro silencio de nuestras almas,




entre desvelo y juncos,




con el deseo en llamas




como las aves rojas que nos alborotaban,




no hicimos nada.




Y pensar que eras el hombre justo,




esencial en mi palabra.










FATIGA



Todavía




aquellas vigilias




arropadas de miedo,




y el vacío ante los astros




en el ropero, destellando aparecidos.




La demora




y el inventario prohibido




que no me animaba a descifrar.






Aún deseo un talismán




contra los malos sueños,




que me obligan a llorar,




a fugarme por una rendija




a un sitio descollante, solar.










BROTES



Retorna nuevamente




la estación de los renuevos:




como si deslumbraran




por primera vez




los labios enardecidos,




poblando de pasión la medianoche.






Me imagino las alcobas




con el lento trajín




de los que ordenan los cajones




sacándoles polvo lejano.




Tal vez,




mañana yo lo haga.






Las flores




livianas, íntimas,




reposan




como ingrávido misterio




al sol




y a las sombras reservadas.









VOCES DE CÁMARA

De pronto, como estoy acostumbrada al desabrigo del otoño, olvido escuchar lo que dicen las ramas despojadas.

Graves, huidizas violas transitan y un repetido, lejanísimo bajo se escapa del azafrán desbordado de la tarde.

Tumulto solitario de las plazas, me recuerda a un concierto de cuerdas.





SEGURAMENTE, SUJETAS

 


Debió haber sido un día feliz.





A veces los hombres traen canciones tristes,





las mujeres las reciben y las guardan en su





vientre sin confesar que lloran.





Sirven la sopa con una extraña ausencia.





Las imagino con un beso bajo la lluvia del





invierno, sólo como recompensa.





Tal vez, sucedió que fueron atrapadas por sí mismas.









CAMPOSANTO



Visité a Beatriz




a las once de la noche.




Reposé en las gradas




bajo la luna de enero.




Lejos, brillaban las hogueras del cielo.






Apenas nos separaba la muerte.










YENDO A DORMIR



Las flores se destiñen




ante la vela que desciende




frente al espejo.




Las cremas de untar




junto a la brocha encarnada.




Los ojos languidecen,




la pollera se suelta.




Estrellas y reflejos de automóviles,




en otra parte.






Se apagan las tulipas,




el espejo,




la seda




y el sueño.










TE FUISTE NOMÁS

 


Aspiro la huella de tu despedida,





de tu incansable estar





en las cosas





guardándolas





detrás de algún obstáculo





hecho por ti





desde tu soledad.





Huele a lana celeste





un poco gastada





con reminiscencia de algún otro aroma.





Quedó el espacio;





allí, cualquiera pasa,





o nadie,





y la vigilancia de mis ojos





a veces se perturba.










GRAVEDAD



Ahora soy la tristeza.




Sobre mí la sinfonía muerta,




las hojas,




las flores,




los frutos caídos.






El ramaje de los árboles




conoce la desnudez del tiempo




como yo, desde hace tanto.






Nadie me calma y nada.




Las lágrimas nublan




a esta taza de café,




mientras el aroma se entrelaza




con un lejano organillo




que evoca




no sé qué.










LA OTRA BOCA



La pretensión




era permanecer contigo




en los arrozales de la tarde,




desgranando el amor




junto a aquel muro,




donde tu cuerpo me apretaba




y el esmero de tu boca




me complacía.






Me ocupaba, sin embargo,




el recuerdo de la otra boca




tan lejana y fría,




con su lazo de seda muerto




conspirando por encima del




tiempo.










BREVE



Descuidamos




después de un ligero reposo,




los detalles:




los vestidos en la hierba,




el sol dentro del agua con los patos,




el abrazo que quedó suelto.






Es de día,




y el amor de día es más liviano,




con la brisa confortable




y la luz




esparciéndose por todas partes.










VESPERTINAS

 


En aquellas horas carmesíes





alhajadas con figuras





de humo y lumbre





de celosías,





y en el aliento vago





de los bancos vacíos,





entre salmos dulces





y desgajos,





el orante se aquietaba





con la última palidez de las lámparas,





con el beso sordo de la madera solitaria,





y la campana





alta casi ausente.





En el fondo, la cruz





en la inmóvil penumbra





recibía sus plegarias.










ANTES DE QUEDARME DORMIDA



Noche despejada.




Blando el cuerpo




y el alma distraída.






La santa sobre la tabla




implorando por mi impaciencia,




y el reloj de antes,




con señales de mis muertos.






Las telarañas




a un lado,




como mis deseos.




Nos acompañamos




mirando el techo




con el tedio de siempre,




sin alternativas,




revelando aparecidos.






La ventana está abierta,




por lo menos




para salvar el abandono




y para mirar el mismo cielo




de ángeles encubiertos.










EN EL BAR



Las manos




en las maracas,




dulces,




como los ojos.




Afuera, la oscuridad del mar




ensortija tiburones y estrellas,




copiando el ritmo




que sacude




las semillas pintadas




que cuelgan,




las calabazas de suerte,




los mangos fríos




en las losas blancas.




En su corazón,




la inocencia de las flores.






Qué lindo y ronco




cantas, Maybé,




esta noche en el bar,




en La Habana.






La Habana, agosto de 1996




CON IGNACIO

Ignacio disimulado y veloz en tu trajín involuntario, como cuando buceas en el mar y en las calles de La Habana vieja, allá entre el humo de los cigarros y los fantasmas de la Catedral, más engañosos.

Cerveza o mojito para beber a la medianoche, y la espera del café final, muerto de sueño, empujando las estrellas maduras en el último retumbo del bongó.

Espuma de leche para María Fernanda en el brillo de tus ojos, Ignacio, pronto para volver.

Habana, agosto de 1996





EN EL HOSPITAL



Una mujer se muere,




se muere en desventaja




porque es pobre,




sosteniendo el martirio




en los párpados de sombra,




empujando la pena




hasta donde más penetre.






Las plegarias de las internas,




que no miran,




se le aposentan como flores




para adornarle la dignidad.






Sostengo que ello es ruin,




porque este dolor huele a soledad,




a abandono,




a nada.






Los esqueletos de los árboles




más allá de la ventana,




abierta,




para que se escape el alma.






Nadie tuvo tiempo de abrazarla.









SACHIKO



1


Una mujer de Shikoku





se posa en una flor,





en la flor se detiene una mariposa.





La mariposa sorbe y vuela.







2


La mariposa que vuela





se muere en el río.





El río guarda el secreto.







3


Sachiko me mira.





Yo creo estar en un bosque con ella





a orillas del agua, bebiendo té.




 



4


El viento concluye





y se lleva a la mujer de Shikoku.





Yo me quedo





con el colibrí que revolotea





y con los lirios pálidos





en la tarde sin sol.











CERCA DEL RÍO SEMIDA



El viento trae lágrimas




del Semida,




humedeciendo el follaje de los arces




que arrojan sedas rojizas.






Una mujer triste




descansa sobre una roca.




Allí se reúnen las hojas caídas.






Algo se detiene en su regazo;




lo abraza,




lo deja ir.






Es tiempo de la penumbra.






El viento se escucha.




No se escucha el paso triste de la mujer.










MIS PERSONAJES



Déjalos en las páginas escogidas.




Ya les otorgaste cortesía,




y las más veces, amor.






Anda por las hierbabuenas




y por aguas consoladoras,




donde las luciérnagas




no significan soledad,




y las diamelas se renuevan




como corderos de luna




en el patio de tu casa.






Que ellos se queden




en el refugio del tiempo,




intocables,




en su cofre gastado




con olor a malva vieja




y moño azul.




A lo mejor




un día vienen a buscarte.










LIBRE


Más allá de mí,





ando como si estuviera





ya viva, después de la vida.





Desde el hondo corazón





hasta el alba más pura.





 

Enlace al ÍNDICE del poemario  COMPARECENCIAS en la BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES

Prólogo
La vida
Solemnidad del espejo
Años pequeños
Condena injusta
La niña
La casa de Maralú
Primer duelo
A los nueve años
Elma
Valentina y yo
El refugio de Emma
Fuga
Paulina
La pruebera
Cuando los vientos
La impresión
Héctor
José
Lo perdido
La desnudez de la estatua
Romance para nunca más
Fatiga
Brotes
Voces de cámara
Seguramente, sujetas
Camposanto
Yendo a dormir
Te fuiste nomás
Gravedad
La otra boca
Breve
Vespertinas
Antes de quedarme dormida
En el bar
Con Ignacio
En el hospital
Sachiko
Cerca del río Semida
Mis personajes
Libre
 

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