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DIRMA PARDO DE CARUGATI (+)

  PACTO DE CABALLERO (Cuento de DIRMA PARDO DE CARUGATI)


PACTO DE CABALLERO (Cuento de DIRMA PARDO DE CARUGATI)
PACTO DE CABALLERO

 
 
 
 
 
 
PACTO DE CABALLERO
 
Anoche , el hasta entonces tranquilo cielo de octubre de pronto se iluminó con cientos de luces multicolores y el silencio se rompió con el estruendo de los fuegos artificiales.


Mi perro se puso a ladrar, entre nervioso y festivo y yo para calmarlo, le palmoteé la cabeza y le dije : "Tranquilo , Sultán , son cosas de la política".

En ese mismo instante me sorprendí por la frase que acababa de pronunciar, casi sin pensarla . Se la había escuchado muchas veces a mi padre , cuando yo era aún un muchacho y él quería explicarnos situaciones que mis hermanos y yo no entendíamos bien, como cuando él tenía que ausentarse por un tiempo o cuando venían en plena noche a golpear la puerta de nuestra casona.

El recuerdo de mi padre y de mi infancia me dominó con melancolía y lamenté no tener a nadie cerca en ese momento, para contarle este episodio olvidado , que de pronto , por caprichos de la memoria , había regresado a mi mente.

En aquella época , cuando yo tenía doce años , papá era un semidios que todo lo sabía y que solucionaba nuestras disputas de hermanos con equidad y justicia . Cuando fui creciendo, aunque siempre le guardé respeto , mi padre ya no me parecía un ser infalible y a veces hasta discutía sus decisiones , ante la indignación de mamá , quien invariablemente estaba de acuerdo con lo que resolvía mi padre. Llegó un momento en el que sus rimbombantes palabras como "honor", "decoro", "honestidad", "honra", usadas hasta en las contingencias cotidianas , me resultaban tan exageradas y pasadas de moda como las polainas abotonadas del abuelo.

¡Qué altaneros y soberbios son los jóvenes hoy día! - protestaba mamá . Pero mi padre , pese a su rectitud que lo hacia parecer severo , era también muy comprensivo. "No te preocupes , Rosalía , tu hijo se está haciendo hombre. La juventud es un mal pasajero que se cura con el tiempo ; él solo está ejercitándose a usar sus criterios".

Recuerdo muy bien una de las veces en que estuve en desacuerdo con mi padre , aunque tuve que acatar sus órdenes.Fue respecto a nuestra relación con los Arrambide , vecinos contiguos y adversarios políticos.

Los hijos varones de la familia Arrambide , eran un poco mayores que nosotros , hijos de la familia Benavides . Cada vez que ellos nos encontraban en la calle , nos arrojaban piedras y cantaban estribillos burlones haciendo alusión al partido político al que nosotros pertenecíamos . Pero según la opinión paterna, no debíamos "rebajarnos" a responder del mismo modo a la infame contumelia. Cuando los ataques se hicieron insoportables, luego de solicitar protocolarmente una entrevista, mi padre visitó al Coronel Arrambide . La visita fue larguísima , pero posiblemente , mi padre con su irresistible retórica convenció a su adversario político , pues las ofensas cesaron . Los dos vecinos , en su entrevista secreta, habían llegado a un acuerdo. Ya que ambos estaban condenados por el destino a la desgracia de vivir pared medianera de por medio , era mejor mantener una convivencia pacífica y respetuosa. Como única explicación , mi padre nos dijo : "Hemos sellado un pacto de caballeros".

"Caballeros", qué ridículo - pensaba yo - si ninguno de los dos anda a caballo . La palabra solo sirve para identificar los lavabos masculinos en los sitios públicos , lugares que no son precisamente los más honorables. Pero para mi padre eso significaba que ya no podría quebrantar el acuerdo , y yo como hijo suyo debía respetarlo.

Tanto nuestra casona como la de los indeseables vecinos , eran propiedades heredadas de los respectivos abuelos , quienes , increíblemente , habían sido muy amigos y correligionarios, antes de que el Partido se dividiera.

Tal vez fuera esa la razón por la que ambas viviendas habían sido construidas como "gemelas", obra de un arquitecto italiano , entusiasmado con el "art noveau" de comienzos de siglo . Pero al menos tuvo buen tino , para preservar la intimidad de las casas , al edificarlas de uno y otro lado de un grueso muro . Nuestro patio miraba al este y el de los vecinos , al oeste . De modo que en la práctica y en el propósito , las dos familias vivíamos dándonos las espaldas.

La aversión que mi madre sentía hacia nuestros vecinos , se había mitigado un poco, cuando circuló el rumor de que Arrambide se había plegado a un grupo contestatario y ya no apoyaba al gobierno , para no ser cómplice de los últimos atropellos . Si bien eso no lo convertía al coronel en un aliado, era reconfortante saber que al menos , ahora todos teníamos el mismo enemigo : el déspota encaramado en el sillón presidencial.

Todas las noches , antes de acostarnos , papá verificaba que la entrada del frente estuviera debidamente cerrada. Llaves , cerrojos y un madero ya lustroso por el uso , eran de su exclusiva e intransferible responsabilidad . Recuerdo que dos o tres veces , en el sosiego de la noche , el pesado aldabón de bronce nos despertó con sus golpes impertinentes . Pero no era costumbre, después del toque de queda , recibir visitantes . Los menores entonces no sabíamos que papá , a través de las mirillas que él había hecho colocar en los postigos , escudriñaba la calle desde la casa a oscuras.

Una noche llamaron con urgencia y los toques , tal vez diferentes o quizás reconocidos por mi padre , lo hicieron acudir presuroso , con una linterna , para no encender las luces.

Con una mezcla de curiosidad y temor , mis hermanos y yo nos asomamos a la puerta de nuestro cuarto . Escuchamos cómo se descorrían las fallebas y cómo se sacaba el pesado tarugo y luego una voz apenas audible susurró "Estoy herido".
Oímos nuevamente cómo todo se cerraba, quedando adentro un jadeo entrecortado con gemidos . Como el haz de la linterna se acercaba , cerramos nuestra puerta y nos metimos presurosos en la cama.

Más que verlo , adivinábamos , por el tip tap de las chinelas de mamá por toda la casa , que había una emergencia, pero no nos atrevíamos a salir.

Violentos golpes a la gruesa puerta del frente , seguidos de algunos disparos y estentóreos gritos , nos tuvieron paralizados de miedo por largos minutos . Entonces mi madre entró a nuestro dormitorio.
Trataba de aparentar calma , pero cuando nos abrazó , notamos que temblaba .

"Mamá , ¿ van a entrar ?" - pregunté angustiado . "No si nosotros no queremos" - fue su firme respuesta . Nuestra casa era inexpugnable , ya lo había asegurado papá , pero los golpes y gritos arreciaban.

Mi padre fue al zaguán , revólver en mano , y en ese momento se oyó una potente vez que venía de afuera : "Esta vez no es con Ud. , Benavides , entréguenos al traidor y a Ud. no le pasará nada".

"Aquí no hay nadie más que mi familia" fue la firme respuesta de este lado de la puerta. "Váyanse ; están aterrorizando a mis hijos".

"Queremos al traidor - repitieron - "Déjenos entrar o derribaremos la puerta" - gritó el que mandaba afuera , mientras golpeaban con algo contundente. "¿ Quiere que traigamos un tanque ?" - amenazó la voz.

"Un momento , un momento . quiero parlamentar" - oímos decir a nuestro padre . "Pido garantías para mi familia - agregó - Los dejaré entrar si deponen la violencia . Buscarán donde quieran , pero exijo respeto e inmunidad para los míos".

"Le doy mi palabra ; soy el Mayor Iñíguez" - respondió el de la voz potente.

Anonadados , enmudecidos por el terror, escuchamos cómo mi padre fue sacando las defensas de la pesada puerta, hasta que un tumulto irrumpió en nuestra vivienda.

"Ud. bien sabe que el Coronel Benavidez es mi adversario político , ¿cómo cree que puede refugiarse aquí ?" decía mi padre . Pero evidentemente , cada uno de los intrusos ya tenía marcada su consigna. Andaban de a dos . Un par corrió al patio a comprobar la imposibilidad de que alguien hubiera escalado las altas murallas coronadas de punzantes vidrios ; otro duo inspeccionaba el aljibe minuciosamente y otros dos subieron al tejado , mientras , los que buscaban en el interior de la casa , causaban todo tipo de desorden y no dejaban rincón sin revisar . Miraban debajo de las camas , abrían los armarios y levantaban las alfombras por si hallaban la entrada de algún sótano . "Ya les dije que no hay nadie" , repitió mi padre , mientras el que dirigía la operación rastrillaje , con una fusta en la mano , observaba atentamente los estantes libreros del escritorio , para comprobar si no eran movibles u ocultaban pasajes secretos , como en las películas.

El Mayor Iñíguez parecía un hombre inteligente , no desechaba posibilidad alguna , aunque tampoco quería exponerse al ridículo . Miraba con desconfianza la enorme y antigua caja fuerte , que desde la época de los abuelos se conservaba en el escritorio ; la observaba como si estuviera calculando si cabría en ella un hombre acurrucado . Mi padre, leyéndole el pensamiento , se adelantó y con movimientos muy tranquilos , hizo girar el dial de la combinación . Se abrió la maciza puerta blindada , dejando ver en un estante el pequeño cofre de las alhajas de mamá y en los otros planos , archivadores y cartapacios con documentos.

"Por favor , cierre eso , don Benavidez" - dijo con tono ofendido el hombre de la fusta.

Cuando ya no quedó un solo hueco de la casa sin requisar , el Mayor , muy a pesar suyo, tuvo que pedir disculpas y preparó la retirada . "Ud. comprenderá , se trata de un levantamiento contra la paz que vive la nación". dijo a manera de disculpa.

En el momento de salir , con voz de mando ordenó , "A lo Arrambide , otra vez" - y agregó por lo bajo : "Hubiera jurado que lo vi entrar aquí".

Papá empezó a cerrar todo , pero ahora con prisa . Corrió a su pieza escritorio y volvió a abrir la caja fuerte ; sacó las cosas y los estantes movibles y dio tres golpecitos en la pared posterior . Esta se desmontó , dejando al descubierto el pasadizo que comunicaba con la caja fuerte de los Arrambide.

Por allí se deslizó, de vuelta a nuestra casa , el buscado personaje de la noche , que no era otro que el Coronel Arrambide , con quien mi padre había sellado "un pacto de caballeros".

A manera de explicación , dijo mi padre : "Son cosas de la política , hijos míos , cosas de la política".

Los fuegos artificiales estaban en su apogeo : el cielo se cubría de increíbles fantasías y las explosiones expulsaban chispas de colores y variados efectos de lucería . Mi perro seguía gruñendo por lo bajo y yo volví a decirle "Son cosas de la política".

 
 
Registro: Julio 2010.
 
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