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DIRMA PARDO DE CARUGATI (+)

  ¿QUIÉN ERES, COMO ESTÁS, QUE NECESITAS? (Cuento de DIRMA PARDO DE CARUGATI)


¿QUIÉN ERES, COMO ESTÁS, QUE NECESITAS? (Cuento de DIRMA PARDO DE CARUGATI)
“¿QUIÉN ERES, COMO ESTÁS, QUE NECESITAS?”
 
 
 



DIRMA PARDO DE CARUGATI : Se define como "maestra de profesión, periodista por afición y narradora por vocación". Fue catedrática del Colegio Internacional y, paralelamente, durante veinte años, escribió en el desaparecido diario "La Tribuna", donde tenía una página dedicada a la mujer. Es socia fundadora y tres veces presidenta del Club del Libro N° l. Es coordinadora del "Taller Cuento Breve" y vicepresidenta de la Sociedad de Escritores del Paraguay.

Ha publicado cuentos en periódicos y revistas, pero es en el Taller que integra desde su creación donde encauza sus deseos de escribir. Ha ganado algunos premios y distinciones en concursos locales y tiene un libro de narrativa, "La Víspera y el Día".

Algunos de sus cuentos figuran en libros de literatura para nivel Primario y Medio.

Otro relato, "Baldosas blancas y negras", sirvió como guión de una película de largometraje realizada en nuestro país.


“¿QUIÉN ERES, COMO ESTÁS, QUE NECESITAS?”


Tribulaciones de una mujer de clase media en el día del Censo Nacional.

(A María Cristina)



El martes empecé a darme cuenta de que el miércoles sería un día diferente. Desde mucho tiempo antes la prensa había venido explicando cómo se haría el Censo Nacional, pero hasta el momento, yo no había considerado como asunto personal el hecho de que el país fuera a estar semiparalizado desde las cinco de la mañana hasta las cinco de la tarde.

"No podremos salir -pensé- pero tampoco recibir visitas (me alegré recordando a mi suegra). No habrá que ir a la iglesia como en los domingos y otros feriados, ni tendremos posibilidades de comer fuera de casa. ¡Qué maravilla!" -concluí. (Tengo por costumbre ver el lado positivo de las cosas).

Empecé a idealizar cómo sería vivir tranquilos, en familia, sin las presiones del trabajo y de los compromisos sociales. "Voy a leer todo el día" --me dije, ilusa como soy por naturaleza.

Pero por lo, visto no sólo yo hacía proyectos.

El primer toque de alarma lo dio el lechero que vino bien temprano y se demoró más de lo habitual hablando con Ramonita. Resulta que sus vacas, asociándose a la campaña de saber "cuánto somos y qué somos", esa mañana produjeron doble cantidad de leche para que al día siguiente el repartidor pudiera cumplir con sus deberes cívicos.

A la hora del almuerzo, la situación empezó a empeorar cuando Ramona anunció sus planes:

-Mañana todos tienen que estar en su casa, ¿verdad? Yo pensaba, entonces, parece que me tengo que ir junto a mi mamá, porque dice mi mamá que ella luego no va a saber contestar solita y tiene miedo de lo que va a decir. Mejor me voy nomás, señora, y vengo el jueves o sea el viernes.

"Adiós Umberto Eco, hasta la Semana Santa, si tengo suerte" -suspiré.

Al anochecer Roberto llegó de la oficina, ya mentalmente preparado por los reiterados anuncios. Con alegría evidente, me dijo: "Mañana no me afeito". Pero eso sí, previsor como es él, cuando de las necesidades del estómago se trata, sugirió que debíamos ir, sin demoras, al supermercado.

Cargamos el carrito como si nos estuviéramos abasteciendo para sobrevivir a una inminente y quizás larga revolución. Yo reforcé las frutas y los panificados con golosinas para los niños, jamón y queso para los "tente en pie", tortitas para la merienda y una pizza semilista por las dudas. Ricardo por su parte eligió varias latas de conservas y dos botellas de vino. Mientras subíamos al coche escuché su consabida frase "¡Cuánto gastamos!": Pero esta vez tenía razón.

Al detenernos en el primer semáforo, como si fuera sábado, una caterva de chiquillos nos acosó con los diarios de mañana, impresos hoy, con las noticias de ayer. Los compramos; los hábitos son fuertes y no podríamos andar desinformados.

En fin, el tan publicitado miércoles, día del censo, amaneció diáfano y cálido; una mañana radiante como para salir al campo, ir al club o para corretear por Ñu Guazú, pero... ni siquiera nos atrevimos a dar una vuelta a la manzana.

A mí no me importaba. Yo había programado en mi mente un idílico día en familia, al que escamotearía algunas horas para mi propio solaz.

Los chicos, como es de imaginar, no querían levantarse. "¡No hay clase!" - chillaban, cuando los desperté, antes de empezar a preparar el desayuno, Pensaba poner la mesa en nuestra terracita, y aunque eso me daría más trabajo, creía que valía la pena comenzar el día todos juntos, respirando aire puro.

Empecé a vestirme. "Bueno, hoy nada de faja, maquillaje o lentes de contacto. Me voy a poner un buzo, las medias de mi marido y zapatillas de tenis".

-Mamá, con esa facha vas a asustar a los del censo. Al fin de cuentas es gente extraña que va a venir a casa. ¿Qué van a pensar de vos? - Teresita había aparecido justo en el momento en que yo inauguraba mi "look juvenil". Me extrañó su comentario, porque su habitual sentido de la propia elegancia consiste en desteñidos pantalones vaqueros con roturas, tajos y desgarrones desflecados. Pero hoy tenía criterios muy exigentes para mí. Por las dudas, me cambié.

Cuando terminé de lavar toda la vajilla del exótico desayuno que se me había ocurrido preparar, tomé "El péndulo de Foucault" y salí al jardín.

¡Qué horror! El viento nordeste había traído un montón de hojas y papeles volanderos. No hay más remedio; empiezo a barrer. (Entre mis buenos propósitos figuraba no ponerme nerviosa).

Roberto, mi habilidoso marido está dedicado a su entretenimiento favorito: desarmar y armar su auto.

-Me imagino que hoy vas a cocinar algo rico... ¿qué tal si hacés paella? (Ahora descubro su maquiavélica intención al comprar pulpitos, berberechos, almejas, langostinos y otros bichos).

-¿Me pasás las pinzas? -prosigue-. Las bujías hay que limpiarlas de vez en cuando. Ya me parecía que faltaba aceite al motor, dame un trapo, ¿querés? (No, no quiero, pero en aras de la paz y armonía conyugal, busco un trapo, las pinzas que no sé dónde quedaron y adelantándome a sus pedidos, traigo un balde, esponja y detergente).

-¡Ay, mi amor, qué bien! -dice al verme- ¿Me vas a ayudar a lavar el coche?

(Afloran mis instintos asesinos y la homicida que tengo reprimida se libera y le arroja lo que tengo en la mano, que afortunadamente para él, es sólo una esponja).

Ante el fracaso de mi secreto plan de sandwichitos autoservice, postergo mi cita con Belpo, Diotallevi y Casaubon. Subo a la planta alta, a ver si logro que los chicos ayuden un poco.

La televisión, que no se tomó el ordenado descanso, aturdía a todo volumen y en varios idiomas. Es que desde que hemos conectado el video-cable, mediante el "zapping" del control remoto nos hemos vuelto cosmopolitas.

-¡Sal de aquí, bellaco, no entres en mi recámara! -ataca Mauricio a su hermano. Javier se defiende del imaginario florete y amaga unas cuantas patadas de Kung-fu. Entonces, se oyen las burlas de Teresita:

-Ole, chaval, que te ves muy majo...

Los muchachos la abuchean, tirándole las almohadas:

-¡Fuera de acá, paparula, no te metas, no seas gil!

-Vai  embora -responde ella doblando el brazo.

Indudablemente esta generación va a ser políglota, pero, ¡Dios mío!, ¡qué modales!

Sin embargo, he resuelto contenerme; no conseguirán sacarme de mis casillas. Muy amablemente les digo:

-Chicos, dejen la tele por hoy. Arreglen sus camas y luego lean algo.

-¿Leer? ¡Pero si es feriado! Mamá, ubicate -dice Javier moviendo una mano con los cinco dedos juntos.

A los niños hay que darles ocupación para que se sientan importantes -teorizo y digo en voz alta, con mi mayor entusiasmo:

-¿Qué les parece si bañan al perro?

-¡Tobby, Tobby, vení, no te escapes!

No sabemos porque, Tobby es alérgico al baño y la sola mención de la palabra lo convierte en un galgo de carrera. Me rompieron dos planteras con azaleas en la persecución, pero lograron atraparlo. Esa es una tarea que les encanta a mis hijos; ellos terminan tan empapados como el perro, aunque mucho más sucios y mojan toda la galería. Pero al menos, no hacen corno Tobby, que una vez que se zafa de sus torturadores corre a revolcarse en la alfombra del living, se sube a los sillones y se sacude con tal habilidad que salpica hasta dos metros a la redonda.

"Hoy no quiero ponerme nerviosa" -me repito y me coloco el delantal.

Como ocurre siempre que me dispongo a "entrar a la cocina”, primero tengo que limpiar los recovecos donde no llegan las diligentes manos de Ramona. La sartén de teflón (sucia, por supuesto) está escondida en el horno, la paellera, oxidada por guardársela sin secar, está en el estante más alto con un montón de cacharros encima. No encuentro repasadores limpios y naturalmente, el pote de polvo pulidor está vacío. ("No, Ramona, no voy a perder la calma", digo llorando, mientras empiezo a cortar las cebollas).

-Larí, laráaa -canto dispuesta a ser feliz. -¿Dónde habrá metido Ramona el abrelatas? Nunca guarda las cosas en su lugar, esta chica.

-La culpa es tuya, no sabés mandar ni organizarte. Una ama de casa tiene que controlar todo --dice Roberto que vino a lavarse las manos grasientas y se las está secando ¡con el único repasador decente que había podido hallar!

-¿No me digas? -respondo a punto de ponerme furiosa- Y también debo ir a la oficina para equilibrar el presupuesto, llevar los chicos al colegio, hacer cola en los bancos para pagar las tarjetas de créditos, estar lista y emperifollada para acompañarte a cenar con tu jefe. ¿Qué crees? ¿Que soy la mujer maravilla?

-No empiecen, no empiecen -dice Teresita que tiene la rara cualidad de aparecer cuando menos se la espera.

-El abrelatas, nena, ¿sabés dónde está? -pregunto.

-No, mami, pero para qué lo querés si estas conservas se abren así: clic, clic, como las cervecitas, ¿ves?

Me siento humillada; lo único que falta ahora es que mi hija se atreva a decirme lo que está pensando de mí. Por las dudas, lo miro a Roberto que apenas puede disimular la risa y le advierto:

-¡Decís algo y te tiro los berberechos a la cara!

-Ringgg.

Nos salvó el gong, en este caso, el timbre de la calle.

-¡Los censistas, los censistas!

Todos corrimos a la sala. Nos instalamos con solemnidad. Yo estaba tan alterada por todo, que sólo atiné a ofrecerle un whisky al joven entrevistador.

-No, gracias, señora. Me puede hacer mal, desayuné muy temprano y todavía no almorcé.

¿Será una indirecta? Pobre muchachito. Se me ocurrió, en ese momento, invitarlo a almorzar.

Justo entonces, empezó a llegar hasta allí el aroma de los "frutos de mar" (eufemismo de la etiqueta).

El censista nos miró; yo podía ver en su rostro la repugnancia. Su nariz se movía de uno a otro costado como diciendo "¿Qué es ese olor, se rompió un caño?"

-Teresita, andá, mové la paellera, que no se pegue el arroz - supliqué en voz baja y decliné hacer la invitación.

-A propósito, estamos en la pregunta N° 19. ¿Cocina en brasero, hornalla, fogón o en el suelo?

-¡Ah, se ve que usted es entendido! En realidad la paella se cuece en el suelo; sobre dos ladrillos. Así la hacen en Valencia, pero yo no tengo mucho patio, no quería quemar el pasto, además no tengo leña, entonces, como hace un año compramos una cocina de cuatro quemadores, pudimos poner encima...

-Por favor, señora, ¿puede contestar concretamente?

-Ah, sí, claro, el censo. Sigamos.

Luego de hablar de la calidad de los pisos, de la techumbre, de las paredes, y enumerar los múltiples artefactos y electrodomésticos de los que nos hemos vuelto adictos-dependientes, llegamos a la sección de datos sobre "otras personas que viven en la casa". Estábamos un poco confundidos, porque es cierto que Ramona vive "aquí" la mayor parte del tiempo, pero no pasó la noche bajo este techo. Pero supusimos que, de alguna manera, la estarían censando en su casa o en la casa del lechero, lo más probable.

Terminada la encuesta, el joven se retiró, seguramente agradecido por mi descortesía de no invitarlo a comer con nosotros. Y espero que haya tenido mejor suerte con los vecinos, que según me contó una vez Ramona (que lo sabe todo) los miércoles almuerzan milanesas.

-Bueno; ayuden a poner la mesa.

Mauricio rompió dos vasos. Paciencia, lo importante es que no se haya cortado. Pero Teresita le dijo que es "torpe" y él le contestó que ella es una "tarada". Antes de que se fueran a los tirones de pelo, felizmente, terminé de recoger los pedazos de vidrio e intervine. No quería perder la calma.

Por quinta vez llamé a Roberto, que estaba leyendo los diarios. La primera le dije "Queridoooo", después lo llamé por su nombre y finalmente grité:

-¡¿Vas a venir o no?! La paella está lista.

-¿PAELLA? --dijeron a coro Javier y Mauricio-. ¿No hay ñoquis, mamá?

Dios mío. Sólo son las doce y media, ¡cuándo serán las cinco de la tarde!

Mejor me tomo una pastillita.

Menos mal que hasta dentro de diez años, no habrá otro Censo Nacional.

 

Asunción, 26 de agosto de 1992

11:55 p.m.

Este cuento obtuvo el Segundo Premio

en el Concurso Expo Familia '93,

organizado por el Departamento Cultural del Ministerio de Educación y Culto.

 
 



TALLER CUENTO BREVE

Dirección y prólogo: HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ


© Taller Cuento Breve

QR Producciones Gráficas

Asunción – Paraguay,

Mayo de 1995 (194 páginas).

 

 

 

 

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