CARTAS DE AMOR Y OTROS CUENTOS
Pérez Cáceres, Lita, 2010
Cartas de amor y otros cuentos/ Lita Pérez Cáceres;
Asunción: Fausto S.A., 107 p. ; 22x15 cm.
ISBN: 978-99953-79-44-5
8 Literatura paraguaya - Cuentos/ Narrativa
© Publicado por Fausto S.A. bajo el sello de Fausto Ediciones
Diseño y diagramación: María del Carmen Cabrera
Corrección: Alberto Núñez
Dirección Editorial: Nilda Díaz de García
Primera Edición impresa en Paraguay:
Julio, 2010
ISBN: 978-99953-79-44-5
FAUSTO EDICIONES
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Asunción - Paraguay
SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY
"El amor de los hombres es el mundo
y el mundo de las mujeres es el amor"
Anónimo
Es un libro de amor y desamor, con historias que reviven momentos. El lector se identifica con los relatos, fantasea y se inspira, porque el amor siempre está vigente, se renueva con cada pareja. Estas cartas hacen sentir y soñar igual que los personajes que las escriben.
Las misivas pudieron haber sido escritas, están firmadas por mujeres, mujeres apasionadas. Dos de ellas pretenden ser quienes cautivaron el amor de grandes personajes, como Pablo Neruda y Julián de la Herrería. Los cuentos de este volumen siguen el estilo acostumbrado de Lita Pérez Cáceres, contienen humor, ironía y mucha imaginación.
Hoy, cuando basta un mensaje de texto, cuando se ha pedido el encanto de la espera, el suspenso amoroso en el que permanecen los enamorados; hoy en tiempos del amor express; virtual, cibernética, tácito; en estos días de amantes temerosos de entregarse por completo... hoy ya no se escriben cartas de amor.
Con CARTAS DE AMOR Y OTROS CUENTOS la autora da una prueba más de sensibilidad y de creatividad.
Y, si las cartas de amor que vienen del pasado estremecen el presente, los cuentos no son menos interesantes. En resumen, se trata de un libro que merece ser leído.
ÍNDICE : Querido Miguel/ Hasta nunca, Pablo/ Los poderes del amor/ Adiós Pedro/ Feliz viaje/ Lejos del paraíso/ El cuarto de la pasión/ Hotel Piscis/ Fraternidad/ Expulsados/ El secreto de Sara Quinlan/ Por la salud de mamá/ Gardel y yo/ Feliz cumpleaños
QUERIDO MIGUEL
Asunción, 15 de agosto de 2oo8
Querido mío:
Sé que te extrañará recibir esta carta, y hasta adivino tu expresión. Si nos vemos todos los días, a todas horas, si no nos despegamos el uno del otro desde hace 6 meses, desde que llegamos aquí, a esta ciudad que no termino de sentirla mía... Pero así son las cosas, mi bien. "¿Para qué me escribirá?", te estarás preguntando.
Tantas veces quiero hablarte tranquila, serena, quiero que mis palabras te calmen, te sanen... pero ellas se amontonan en mi garganta y no las dejo pasar... Sé que vendrán acompañadas de lágrimas y que también, subrepticiamente, arrastrándose, llegarán los reproches, las recriminaciones. Me conozco, puedo ofenderte, y no quiero hacerlo; por eso decidí escribirte.
Ay, mi amor, te quiero tanto que me duele el alma. Por eso te dejé con tu hermana; por eso hoy no me quedé para bañarte, ni te vestí con tu pijama limpio. Ahora mismo no veo lo que te escribo porque estoy llorando torrencialmente. Recuerdo que anoche, tomadas las manos, semidormidos, después que terminó tu acceso de tos y cuando te tranquilizaste, te sacaste la mascarilla de oxígeno y me dijiste: "Belén, vamos a casarnos, quiero casarme contigo, sos la mujer de mi vida".
¡Sí! -te respondí casi gritando-. ¡Sí!, me muero por casarme contigo.
Hace 25 años que espero esa declaración; hace 25 años que vivimos juntos; hace 25 años que me siento como la mujer de tu vida, pero nunca me lo habías dicho. En ese momento creí morir de alegría y ya no pude dormir más. Me limité a contemplar tu sueño o casi sueño, desde la otra cama. Hice tantos planes, Miguel, tantos. Imaginaba que volvíamos juntos a la casa, que todo volvía a ser como siempre, que me retabas por algo que te había enojado y después me sonreías hasta la última arruguita de tus estrenados 70 años. Me veía bailando un vals en tus brazos, siempre me dijiste que soy muy romántica, ¿pero qué clase de boda puede haber sin un baile de los desposados? Me ilusioné con tanta felicidad que hasta me prometí que no habría reproches si ibas a casa de la otra. No me hubiese importado porque es propio de vos prodigarte; sólo que yo tenía, en ese sueño de felicidad, el rol protagónico. Nadie iba a disputarme tu amor, tu amor verdadero; el resto es xixica, como decía Vadinho en aquella película.
Y de pronto, embelesada como estaba, noté que tu mano derecha buscaba algo. Si, recorría a tientas la sábana, esa mano traidora, buscando el celular. Miré tu rostro y me di cuenta de que era un movimiento involuntario y, por eso mismo, más terrible. Ni siquiera en la inconsciencia la borrabas de tu vida. En tu mente, en algún rincón, oculto y agazapado, estaba el recuerdo de esa mujer. ¡Por qué mi Dios! ¿Por qué esto ahora?, cuando yo pensé que ya todo pertenecía al pasado. Fue en ese momento cuando me prometí no quejarme nunca más. Si Dios te devolvía a mí, entero, saludable, alegre y conquistador como siempre, nunca más tendría celos, nunca más.
A veces soy razonable, Miguel, y si el propósito lo merece, mucho más prudente yo sería. Como cuando nos unimos, en esos días, yo creí tocar el cielo con las manos. Tu segunda esposa te había abandonado y me invitaste a vivir contigo. Al fin, me dije, ocuparé su lugar. Sí, lo ocupé en la cocina y en su lecho, pero nunca me sentí segura de haberla desplazado de tu corazón... hasta anoche, cuando me propusiste matrimonio. Parecía una chiquilina, quería contarle a todo el mundo que íbamos a casarnos... Al entrar la enfermera para tomarte la presión, la temperatura y para preguntarme cómo habías pasado la noche luego de la crisis, me desconcerté. ¿Hablaría ella de la crisis de amor que te acometió? No, se refería a esa falta de aire, a ese ahogo que te impedía respirar bien. Cuando le conté que mejoraste y que nos casaríamos apenas salieras del hospital, me miró con tristeza, con lástima; me dijo que deberíamos casarnos allí mismo: "No espere tanto, señora" -me recomendó.
Comprendí que no estabas nada bien y me arrodillé a rezarte, así como te rezo cada noche cuando no me ves. Como San Miguel es tan poderoso y llevás su nombre te rezo a vos:
"Curate pronto, amor de mi vida.
Volvé a ser como antes, sanate,
sanate, Miguel, mi amor.
Te ruego, te suplico que te repongas,
que recobres la salud, que sonrías a la vida,
que camines, hermoso, a mi lado.
Poderoso y apuesto Miguel, no te
marches de mi lado. El cielo puede esperar
pero yo no, Miguel adorado.
Por los clavos de Cristo, por sus llagas;
por el dolor de su madre, por su corona
de espinas y por la resurrección de la carne,
resucitá vos también".
Cuando rezo voy tocándote: primero, la frente, para borrar los malos recuerdos; las mejillas, para borrar las huellas de otros besos; los labios para que sólo pronuncies palabras de amor para mí. Te ordeno que te sanes para siempre de tus males y acaricio tu corazón para desocuparlo, para que quede limpio y fresco, así como está el mío, para recibirnos mutuamente en ellos.
También prometí, Miguel, que cuando vuelvas al hogar encontrarás tu sillón preferido, junto a la lámpara, con tus pantuflas y los periódicos del día. Y sobre la mesita habrá una bandeja con tu whisky preferido, la hielera y el vaso más bello. Todo será un homenaje de bienvenida y para toda la vida.
No tendrás que preocuparte si olvidaste algunas cosas... Me dijo el médico que cuando vuelven en sí algunos enfermos que han pasado por tu experiencia, olvidan detalles de la vida anterior. Allí voy a estar yo, para guiarte, para mostrarte las jaulas de los canarios que ahora sienten tu ausencia y que cantarán al verte. Te llevaré al dormitorio y voy a contarte, como si no lo supieras, que pintamos las paredes de color celeste y unas nubecita blancas, porque creíamos estar en el cielo. Y voy a cocinar tu plato preferido: vori-vori de gallina casera.
Y cuando en plena noche me digas que vas a salir un rato, yo responderé, tranquila, sin alterarme: "No olvides tus llaves".
Me hiciste muy feliz, Miguel, mi nombre en tu boca, como tanto tiempo atrás, pidiéndome en matrimonio; fueron pocas horas pero valieron la pena. Al amanecer, apenas despuntaba la mañanita, al volver de tomar una ducha, no te encontré en el cuarto. Corrí a preguntar adónde te habían llevado y tuve que insistir mucho para saber que habías pasado a terapia intensiva. El médico te había encontrado ya en coma. Ahora estoy afuera de esa sala tenebrosa donde sólo dejan entrar a los parientes no más que unos minutos. ¿Ahora entendés por qué te escribo...? No podés faltar a tu promesa, estamos comprometidos; te perdonaría todo, menos que me abandones para marcharte a un "lugar donde no podría seguirte... ¡Curate, Miguel!
Te quiero,
Belén
EL CUARTO DE LA PASIÓN
Hacíamos el amor en los altos del viejo mercado, en una habitación grande, sombreada, con persianas rotas y un cielo raso de tela desde donde unos querubines desteñidos nos espiaban. Cuentan que antes el cuarto había sido una de las dependencias de la mansión que ya no podía distinguirse. En ruinas y perdida su elegancia, los vendedores avanzaron, las habitaciones fueron alquiladas, los corredores ocupados y subarrendados por gente menuda y amarilla, de ojos estirados y sonrisas prestas, que se arreglaban en cualquier rincón. El dueño del cuarto era un coreano delgadito que conocía las necesidades humanas y había acondicionado su vivienda en el pasillo, en apenas un metro cuadrado que le alcanzaba para tender su estera por las noches y le servía por la mañana para colocar sus cajones con joyas misteriosas traídas desde su país. Una vez me dijo que estaba ahorrando para pagar el pasaje de su mujer y de sus hijas "yo, muy solo, muy solo, no mujer ahora" expresó en su media lengua. Me pareció que envidiaba nuestra felicidad.
El cuarto conservaba rastros de su antiguo destino, el color beige de sus paredes y el diseño de sus ventanas con vidrios biselados y bordes curvos me hacía sentir como una gran dama. Yo subía la escalera tratando de no ser vista por las marchantes que se ubicaban en los primeros peldaños y me ofrecían yuyos, porotos, tomates, cigarros. Una, más joven y avispada, me tendió un sobre dorado e insistió en que me detuviera para hablar con ella.
-Es para el amor -me dijo.
-¿Qué es?
-Un polvo mágico para que nunca dejes de tener ganas de amar.
Lo compré, pero dudaba de que alguna vez tuviera esa desgracia, ganas siempre me sobraban.
Abrí la puerta de dos hojas y entré, como de costumbre llegaba primero. Frente a la cama, la tina de latón tenía el agua tibia y perfumada. ¿Cómo la desagotaría el dueño? A veces, por las noches, cuando no podía dormir pensaba en eso, en esa enorme tina y me preguntaba siempre lo mismo. Pero nunca le pregunté a él.
La luz de la tarde entraba por las celosías, el ruido de los motores, los gritos de los vendedores de rifas y de quinielas clandestinas aturdían el polvo que flotaba en colores y cuyas partículas se veían atravesando el haz de luz. Yo me desvestía lentamente, me sacaba una a una las prendas de ama de casa hacendosa, tiraba los zapatos en un rincón y el bolso con las compras también, me soltaba el cabello y me sumergía en el agua, rodeada de espuma. El aroma de las sales se confundía con el de las frutas en descomposición, el fuerte olor a detritus y a desechos de los seres humanos que vivían día a día en esa zona caliente del mercado de Pettirossi.
Antonio aprovechaba la cercanía de su cuartel para escaparse a la hora de la siesta, en la que todos bajan sus defensas. Llegaba ansioso, subiendo los escalones de dos en dos. Las nuestras eran tardes de amor robado, gozosas y placenteras, muy pecadoras.
A las tres y media escuchamos los primeros disparos y Antonio se sentó para distinguir mejor qué sucedía, muy sobresaltado. Tomó su ropa y comenzó a vestirse.
-¿Qué pasa? ¿Por qué te vas ya?
-Eso fue un tiro, Elena, tengo que volver al cuartel. Hay rumores de golpe.
-¿Golpe? ¿Qué es eso?
Nunca pudo explicarme, el estruendo de la explosión nos dejó mudos, las ventanas arrojaron trozos de vidrio como armas hacia todos rincones del cuarto que, de pronto, había perdido su encanto. Antonio se puso el cinturón con la cartuchera, sacó el arma para revisarla, me miró, se acercó y me dijo adiós luego de besarme por última vez. Salió corriendo.
Cuando él se fue tuve noción de los gritos y las corridas. Como música de fondo se escuchaban disparos y el tronar de los cañones, la casa temblaba y la araña se mecía desde el techo sujetada por una cadena que en ese momento no me importó si era segura o no. Me vestí con movimientos lentos, como una sonámbula, sabía que algo se había roto para siempre, que esas horas de amor no volverían. De aquella tarde recuerdo con precisión la despedida de Antonio, todavía conservo el sabor de su beso en mis labios.
Me di cuenta de que estaba ya en mi casa, sin saber cómo llegué hasta allí. Mi esposo creyó que estaba muy mal por el susto y no me pidió explicaciones, me sacó el bolso de las manos y me llevó hasta la cama sin que cruzáramos una palabra, mi hijita estaba en la casa de la abuela y los dos pasamos la noche tensos, despiertos, escuchando disparos, gritos, corridas en las calles. Pude llorar al amanecer y esas lágrimas que bajaban silenciosas eran el adiós a un amor que me había hecho muy feliz. Al salir el sol volvió la energía eléctrica y mi esposo encendió la radio. Escuchó que ya todo había pasado, que la paz reinaba nuevamente en toda la república.
-Dicen que no hubo muertos -me explicó, yo sabía que Antonio estaba muerto sin remedio, pero no podía decírselo-. ¿Cómo te sentís ahora?
-Ya estoy bien, no te preocupes por mí, voy a buscar a la nena apenas desayune.
-No, no te veo bien todavía, además no sabemos si es verdad lo que dicen en la radio. Rosita está mejor en casa de mamá, acostate y descansá, yo voy a salir un momento para ver qué pasa.
Todo estaba bien, los rebeldes habían sido rechazados y la normalidad y el silencio de la paz comprada volvieron a regir las vidas de los ciudadanos que preferían no inmiscuirse en política porque podía ser una actividad muy peligrosa.
Volví a la casa después de un año, la tentación era muy fuerte. Necesitaba subir nuevamente a ese cuarto, descansar en aquella cama y bañarme en la tina para echar de mi vida el fantasma de Antonio, un fantasma ingrato que nunca había regresado para decirme que estaba bien en el más allá.
Nada había cambiado, quizás había más gente en el jardín polvoriento y caliente. En el corredor, el coreano me recibió con sonrisas y gestos de agrado. Le pregunté si podía subir otra vez hasta la habitación y me respondió que no estaba preparada.
-Mañana sí, mañana preparo todo para señora. Yo abrir y limpiar. Mañana, mañana.
Esa promesa me pareció una rama fuerte de la que podía sujetarme. Sabía que el viento de la vida me arrastraba a su antojo y la esperanza de volver al escenario de aquel amor, de entrar nuevamente a ese cuarto donde el placer me había hecho tan feliz, bastaba para hacerme sentir viva otra vez.
Al día siguiente, después de recorrer los puestos de verduras de la calle Battilana, de comprar flores en la parte de atrás de la feria Aragón, de probarme una blusa con volantes en un comercio de Santo Domingo, tuve el valor para volver al cuarto de la pasión.
En el primer peldaño de la escalera, de mármol gastado y sucio, se encontraba la misma marchante con otro sobre dorado, que compré para repetir todo, tal como lo había hecho aquella tarde. El coreano me esperaba en la puerta del primer piso y no quiso aceptar el dinero que le pasé.
Entré. El ambiente era el mismo, las persianas cerradas, las sábanas limpias, la tina con agua tibia, en la mesita de luz una jarra de plata de bello diseño con una copa al lado, me ofrecía agua fresca. Recordé el sobre, serví el agua, vertí el polvo y bebí. Me desvestí y entré a la bañera lentamente, cerré los ojos y descansé. Estaba esperando que Antonio llegara, como antes. Estaba esperando un milagro. Tenía tanta fe.
Las caricias llegaron tan suaves, tan leves que parecían celestiales, hacía un año que no me acariciaban así. Unas manos sabias para el amor recorrieron mi cuerpo y me lavaron de todas las miserias que me habían cubierto en ese tiempo. Después, unos brazos fuertes me llevaron hasta el lecho. Yo no abría los ojos, temía que la ilusión se desvaneciera. Hicimos el amor con ansias, con tanto deseo acumulado, con toques diferentes, exóticos. Después dormí.
Al despertar él estaba a mi lado, mirándome oblicuamente, con temor a ser rechazado. No nos dijimos nada. Me vestí y salí. Él sabía que yo volvería todos los miércoles, yo sabía que él tendría todo preparado. Él sabía que ya no estaría más sólo y yo sabía que el polvo del sobre dorado era eficaz.
EXPULSADOS
Cuando estábamos en el Paraíso no había notado cuánto me gustaba el verde, sí... porque aquello era el Paraíso. Hoy la ausencia de colores me pone melancólica y no puedo cumplir con los deberes que me imponen. Hasta la carne de Sebastián me parece cada vez más grisácea y transparente; todos los días creo ver, a través de sus costillas, las paredes de este círculo lleno de ventanas por donde entra una luz monótona, sin variaciones.
Él también está desganado, apático, pero cumple con sus obligaciones aunque cada vez le cuesta más llegar al final. Habla muy poco, al cabo que no tiene necesidad de hacerlo, pasamos juntos todo el día y se nos acabaron los temas.
No es tema el tiempo, siempre igual, en esta torre donde vivimos, acristalados, protegidos de todos los fenómenos celestes que últimamente se habían vuelto tan agresivos; en este recinto no pasa nada. No llueve, no hay sequía, no hay inviernos ni primaveras.
¿Cuánto tiempo hace que estamos encerrados? ¿Cuánto tiempo nos queda? ¿Cuánto nos sobra?
Las únicas interrupciones suceden cuando nos traen las comidas, frías, pulcras, ordenadas en bandejas de titanio, porque hace años que se acabaron los árboles que servían para hacer papel, cartón, para contener pájaros y para lucir flores. El robot, mutante indiferente, golpea la puerta y pasa la bandeja. En ella están discriminados los alimentos, para mí que dejé de ser Eva para convertirme en RPF-016, y para Sebastián, RPM-017.
Hubo una vez, cuando todavía creíamos que esto era la felicidad, la salvación para nosotros, amantes furtivos que podríamos ser legales, hubo una vez, repito, cuando todavía hablábamos, en que Sebas me preguntó el significado de esas letras.
-RPF debe ser reproductora femenina y RPM lo mismo pero masculino, los números serán el orden en el que traen las parejas.
-¿Cómo sabés eso?
-No lo sé, lo intuyo, y gracias a mi intuición es que fuimos elegidos, no lo olvides.
-No, nos eligieron gracias a mi virilidad, a mi potencia, tampoco olvides que me tomaron varias pruebas.
De qué nos sirve ahora tu virilidad Sebastián, quiero preguntarle, pero sé que no debo hacerlo, si pierde su motivación, lo poco que le queda, perderemos también este refugio y ahora ya no podemos volver al edén que hemos despreciado.
Allí todo nos molestaba: que el tránsito era caótico, que los niños mendigos lloriqueasen en los semáforos, que las basuras desbordasen en las veredas. No soportábamos el ruido de los bailes de suburbio, en esas pistas ignotas donde los hombres y las mujeres - se sacudían el cansancio y las frustraciones al compás de cachacas inacabables. Ellos no eran tan quisquillosos, al salir se desahogaban en algún rincón oscuro, en un yuyal, y ese desfogarse animal les permitía seguir aguantando otra semana más. Extraño la música, el silencio que hay aquí encorseta nuestros pensamientos.
Cuando escaseó el agua y se secaron los pastos, la gente comenzó a enloquecer, el asfalto se derretía y lastimaba los pies descalzos de los campesinos y de los obreros que hacían marchas y marchas pidiendo dinero, tierras, casas... No se daban cuenta de que no sirve de nada tener dinero si no hay belleza, y la belleza se había ido al morir los árboles y al agostarse las flores; pedían tierras y ya no tenían semillas para sembrar y la tierra se vengaba volviéndose dura, llena de venenos, arenosa y yerma. Querían casas ¿para qué? Para vivir en un desierto, casas donde el calor se volvía insoportable, casas donde la mesa siempre estaba vacía.
De todo eso huimos, mejor dicho, nos sacaron de lo que creíamos un infierno para traernos a este lugar fuera del tiempo y del espacio. Nos prometieron casa, comida y placer. Nuestra única obligación consiste en procrear, tenemos que crear un hombre nuevo. Sí, nos creímos capaces de hacerlo. ¿Cómo no íbamos a poder? Sebastián y yo éramos muy buenos amantes, gozábamos de la vida y hasta nos gustaba ser creativos en esos momentos tan íntimos. Pero eso acontecía cuando nuestro amor era prohibido, cuando corríamos peligro, cuando robábamos minutos y horas para ir a lugares secretos con el único fin de acariciarnos y de sumergirnos el uno en el otro.
¿Qué pasó con la pasión? Murió, así como fue muriendo la naturaleza. Hoy, que tenemos todo el tiempo del mundo, que no nos preocupan las necesidades materiales, que no estamos cansados por el trabajo, hoy nos quedamos sin ganas. Y así han pasado días y días, o al menos imagino que han pasado. Es difícil saber si es de día o es de noche cuando la luz es siempre artificial y gris, y sigue penetrando por los vidrios de esta torre faro. Pienso que debe ser un faro desde donde se puede observar todo el paisaje, pero los vidrios opacos no nos dejan ver nada. Yo, RPF-016, solo tengo que mirar a RPM-017.
No hace falta que lo ame, mis óvulos deben unirse a su espermatozoide, solo uno basta para que se produzca la fecundación. Pero no pasa nada.
¿Quién poblará el planeta si no logramos tener hijos?
¿Para qué queremos tener hijos si no vamos a vivir en la Tierra donde nosotros crecimos?
Nuestros óvulos y espermatozoides lo han comprendido antes que nosotros y se niegan a unirse. Sebastián aún no lo comprende y yo, por intuición, lo sé sin comprenderlo cabalmente. Me late, me trasciende el conocimiento la corazonada de que pronto saldremos de aquí.
¿Adónde llevarán a los que no cumplen con sus expectativas?
CARTAS DE AMOR Y OTROS CUENTOS (ARTÍCULO DE DELFINA ACOSTA):
Creo que la escritora Lita Pérez Cáceres, en esta obra Cartas de amor y otros cuentos, publicada por la editorial Fausto, ha llegado a un punto cimero de su literatura.
Hay que destacar, en primer lugar, la organización de su lenguaje. Aquellos escritores que logran un orden en el interior de ese laberinto que supone ser la palabra y su conjunto en la búsqueda del Arte, aquellos escritores que logran un orden, decía yo, han pasado la barrera y han llegado a la meta. Con mayor o menor superioridad que los demás. Pero eso no viene a cuento.
Estaba yo leyendo, antes de entrar en el mundo literario de la autora, un libro sencillo de Mario Benedetti. En realidad, todos los libros del escritor uruguayo son sencillos. ¿Por qué? Pues porque Mario Benedetti es un escritor que elabora, que trabaja con paciencia el lenguaje, hasta reducirlo a un estado de sencillez. Bien entiende pues el autor de La tregua el valor de lo sencillo.
La cosa es que pasé de una sencillez a otra. De Benedetti a Lita Pérez Cáceres.
Así pues, leyendo las sencillas cartas de amor de la autora, me sentí atrapada por unas palabras rumorosas, exactas y obedientes a la estrategia armada en torno a un idilio, a un suspenso amoroso, a un tiempo de pasión. En otras palabras, leyendo Cartas de amor y otros cuentos —un libro exquisito—, me topé con la caldera del amor, los sinsabores de la espera, la ilusión hecha trocitos de papel.
No hay cosa mejor contada que aquella que se cuenta con sencillez. Y cuesta contar con sencillez. No es mérito de todos los escritores la palabra sencilla.
Y estaban esos otros relatos. Esas figuras “arreadas” por el destino que daban vida al cuento “Lejos del paraíso”. “Los tres caminan con dificultad en medio de espinas y ramas que los lastiman, Rosario trata de no escuchar los ruidos que los acompañan, el sonido de insectos asombrados, de serpientes deslizándose en las ramas, de zorritos ocultándose”.
Pero volvamos a las cartas. Esas cartas son como un diario, en determinado momento. Cuántas vidas con sus afanes, cálculos, desilusiones y desencantos pasan por ellas.Debo confesar que leí las cartas en estado de suspenso.
¿Qué pasaría después con Rosita?
Y tan preciosa que estaba la carta dirigida a Pedro.
Hay dos epístolas que merecen especial atención. Me refiero a las “escritas” supuestamente por dos presencias femeninas de renombre: Josefina Plá y Matilde Urrutia.
Un detalle: crear suspenso no es arte fácil.
Que Lita Pérez Cáceres pueda despertar en el lector ese interés por ir tras las palabras, por hojear la página, por querer saber más, más y más, indica que la flecha literaria de la artista cayó en el sitio exacto.
La tensión con que las palabras y las frases fueron movidas, para recrear una situación dramática, una circunstancia inesperada, muestra la habilidad que a la escritora le acompaña.
BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA DE LA AUTORA: Lita Pérez Cáceres nació el 27 de octubre de 1940, en Asunción, Paraguay. En 1947 su familia se radica en Buenos Aires y allí realiza sus estudios primarios y secundarios. Regresó a Paraguay en 1965 y comenzó a publicar sus cuentos en medios de prensa, a partir de 1985. Ejerció el periodismo en los diarios Patria, Noticias, Hoy, y en el semanario La opinión. También fue productora y conductora de programas televisivos. Es miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA), de la RED Mundial de Escritores y del Círculo Virtual de Escritoras.
CARTAS DE AMOR Y OTROS CUENTOS,
Suplemento Cultural de ABC COLOR, Domingo 8 de Agosto de 2010.
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