LA PASIÓN DE DOS SUICIDAS
Por LITA PÉREZ CÁCERES
Escritora-Periodista
Eran dos escritores que se conocieron y se enamoraron. Al principio la pasión fue discreta pese a que ambos eran libres y hubieran podido casarse como cualquier pareja normal. Pero eran soñadores, creativos e imaginativos, ya habían sufrido mucho y prefirieron seguir siendo libres. Sin embargo, el halo de muerte que los rodeaba los convencería, con su voz de quimera que solo los suicidas escuchan, de abandonar este mundo.
Fue en los inicios del siglo XX, ellos eran Horacio Quiroga y Alfonsina Storni, narrador uruguayo él, poeta argentina ella, aunque nacida en Suiza. Se vieron por primera vez en aquel mítico Café Tortoni, que todavía existe en la avenida de Mayo, cuna de bohemios, de músicos y poetas, era lo más parecido a un café de París o al famoso cafetín de Buenos Aires con “sabihondos y suicidas” que inmortalizó Enrique Santos Discépolo.
La vida de Quiroga había sido de todo menos rosa. Primero su padre y luego su primera esposa se habían suicidado. Ella fue una joven que no estaba preparada para enfrentar la vida en la selva misionera ni para fundar una familia, criar hijos y todo lo demás que consiste en ser esposa y madre.
El escritor estaba pasando una temporada en Buenos Aires, organizando cursos, integrando cenáculos y entregándose de lleno a su pasión literaria cuando conoció a Alfonsina. No olvidar que a él se debe aquel famoso “Decálogo”, que contiene las reglas básicas para escribir bien un cuento.
Aclaramos que Quiroga coincidía con Edgar Allan Poe, quien también escribió sobre el mismo tema, porque ese tipo de creación literaria tiene sus propias leyes que si no se respetan, lo que se crea no es un cuento.
Alfonsina, por su parte, había pasado su infancia y adolescencia conociendo la pobreza y trabajando en humildes tareas para ayudar a la economía familiar. Para ella, trabajar y costearse sus estudios de magisterio eran una victoria magnífica porque ni Horacio ni Alfonsina habían renunciado a sus sueños literarios y con la dedicación que le brindaron a esos sueños se convirtieron en un notable narrador vanguardista él y en una poeta sensitiva, cuya voz puso al servicio de la lucha feminista, ella.
LA VIDA Y LA MUERTE
La aparición de Alfonsina en la vida de Horacio supuso un periodo feliz para él. Y para ella también. No obstante, se comportaban muy discretamente cuando se encontraban en sociedad; quizás habían aprendido que, cuando se actúa en medio de otros seres humanos, es muy importante parecer más que ser. No se perdona la autenticidad, se prefiere la hipocresía de los buenos modales.
La vida seguía fuera del idilio, con sus problemas y mezquindades. Horacio se había casado ya dos veces. La primera con una joven de la sociedad uruguaya, que luego del nacimiento de sus dos hijos, en 1911 y 1912, abandonó su hogar y a su familia, y Quiroga se quedó solo. En su segundo enamoramiento repitió la experiencia, ya que se enamoró de una joven.
Y quiso llevarla a vivir a San Ignacio, en la provincia argentina de Misiones, pero la oposición familiar se lo impidió y el compromiso se deshizo.
Hubo una tercera experiencia. Quiroga desposó a una jovencita, Ana María Bravo, se casó con ella en 1929, la joven dio a luz a dos hijos y en 1936 abandonó a sus hijos y a su marido.
Realmente hay que tener mucho temple y creer firmemente en uno mismo para vivir en plena selva, a orillas del tempestuoso Paraná, que cruza en medio de altas barrancas, bramando como un animal herido. Cuando una mujer tiene el oído acostumbrado a charlas amistosas, mantenidas con amigas en elegantes confiterías, el llanto del guaimingué, escuchado en medio de la negrísima noche de la selva, la sumerge en pensamientos sombríos que pueden devenir en depresión.
Quiroga, un genial escritor, no fue capaz de entender las debilidades y sutilezas del alma femenina y sometió a sus sucesivas esposas a un régimen cruel y aterrador.
ALFONSINA DIJO NO
En un momento de sus relaciones, Horacio invitó a Alfonsina a visitarlo en sus dominios de Misiones (Rep. Argentina), pero ella no aceptó; ella tenía un hijo. Lo había parido sola, enfrentando todos los obstáculos y prejuicios que se oponían a su maternidad en soltería.
Alfonsina era una poeta, y buena, nadie lo duda, pero también era práctica, se ganaba la vida trabajando porque debía también mantener a su hijo y, cuando se encontró ante la desesperada y definitiva ausencia de Horacio, se rindió. Además, le habían diagnosticado un cáncer de mama y no encontró motivos para seguir viviendo.
Horacio Quiroga se suicidó en mayo y Alfonsina lo hizo en octubre, en el mismo año. Quizás ambos fueron prudentes y eligieron tener un encuentro en el más allá, sin testigos.
Alfonsina Storni, en su amada Mar del Plata, cerca del mar, donde eligió dejar atrás su vida llena de dolores y ante la enfermedad más cruel.Horacio Quiroga, en la selva misionera, una vida dura y difícil de compartir para cualquier mujer de ciudad. A él le inspiró maravillosos relatos.
Fuente: www.lanacion.com.py
Domingo, 15 de Enero de 2023
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