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LITA PÉREZ CÁCERES

  LOS LIBROS MUERDEN - Por LITA PÉREZ CÁCERES - Domingo, 25 de Diciembre de 2022


LOS LIBROS MUERDEN - Por LITA PÉREZ CÁCERES - Domingo, 25 de Diciembre de 2022

LOS LIBROS MUERDEN
 

Por LITA PÉREZ CÁCERES

Escritora-Periodista

¿Los libros no muerden? La respuesta no se hace esperar: ¡claro que “muerden”! Y lo hacen de una manera que es más profunda y permanente que la herida de una mordida de cualquier animal. Los libros tienen una influencia muy profunda, educan y hasta pueden llevar a la locura a los lectores. Veamos algunos casos emblemáticos sobre la influencia, para bien o para mal, de los libros.

Pese a la creencia gene­ralizada de que la cul­tura no ocupa lugar y la célebre frase populari­zada por un personaje de la tv argentina –”Garrá lo libro que no muerden”–, lo cierto es que muerden, influencian, edu­can y hasta llevan a la locura a los lectores. Prueba de ello fue el daño producido al inge­nioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que se volvió loco convenciéndose (a través de la lectura de novelas de caba­llería) de ser un caballero andante y se dedicó a desfa­cer entuertos en lugar de acre­centar su hacienda.

Pero no fue Alonso Quijano la única víctima, también se dio el terrible caso de madame Bovary, personaje inolvida­ble, heroína creada por Gus­tave Flaubert, autor francés, a mediados del siglo XIX. Este escritor recurrió, como muchos de su época, a publicar su obra en una revista de mucha tirada en capítulos que se imprimían un día a la semana y que los lec­tores compraban para saber qué había hecho la pecadora, la adúltera mujer del Dr. Bovary. Si bien ella era la antiheroína, esa curiosidad morbosa que habían despertado sus accio­nes convirtieron a la novela en un best-seller, en un éxito total de ventas.

Flaubert había basado la his­toria en un caso de la vida real publicado en un medio sensa­cionalista. Se trataba de una esposa infiel que moraba en una ciudad de provincia con su marido y que se suicidó cuando él la descubrió. En este tipo de novelas los lectores toman par­tido. Están los moralistas hipócritas que aprueban el castigo a la mujer y, del lado contrario, se ubicaban las lectoras apa­sionadas y románticas que aprobaban todas las acciones de madame Bovary porque el amor las justificaba.

Es tiempo de hablar de la Bovary de Flaubert, que creó una mujer bella y seductora. Según su novela, quedó huér­fana de madre al poco tiempo de nacer y fue criada por su padre y las empleadas de la casa paterna. Su padre era un burgués que se desempeñaba con éxito en el comercio de esa pequeña ciudad. Él consi­deró que había cumplido con su deber cuando llegada Emma a una edad adecuada la internó en un colegio de monjas para que se ocupasen de ella.

La falta de madre afecta mucho a una hija mujer, la pro­genitora es un espejo en el cual debe reflejarse una niña, una adolescente o una joven.

Pero Emma reemplazó ese espejo con la lectura de nove­las de amor y si Quijano soñaba con vencer villanos montado en su brioso Rocinante, ella, oculta a las miradas aquilinas de las monjas, soñaba con el jinete que llegaba para sal­varla de un destino rutina­rio, monótono y de inevitable y pavorosa longitud.

Fue por esa adicción a la lectura de novelitas de amor meloso, interminable, de pasiones secretas y de infidelidades jus­tificadas que Emma se forjó la imagen de un galán poderoso, apasionado, valiente y fiel que, comparado con un marido común y corriente, aparecía como un San Jorge, vencedor de toda clase de demonios.

Y Charles Bovary era un marido común y corriente, cómodo como un felpudo y ciego para los sentimientos de su sensitiva esposa. Él no veía nada, ni siquiera los sofisticados ador­nos con que Emma decoraba su casa gracias al crédito sin fin que le concedía un comer­ciante que la visitaba semanal­mente. Ella se dejó atrapar por la luz brillante de los objetos que el comerciante exhibía y finalmente él le requirió una suma que a ella le pareció astro­nómica. Al no poder honrar esa deuda, decidió pedirla prestada a su amante, quien no solo se negó, sino que viajó sin llevár­sela; la abandonó.

Imaginemos una oscura y fresca sala de cine y que en la pantalla se ve a una mujer que viene caminando por una ruta rural, de tierra. Es Isabelle Huppert o (madame Bovary), cuya expresión desesperada da una idea de su estado de ánimo. Cuando llega a su casa no entra, en su lugar ingresa a la farmacia de su vecino Homais. Camina unos pasos, desorientada, hasta que ve un frasco de vidrio que llama su atención. Se trata de uno lleno de cristales azules como los que fabricaban Walter White y Jesse en la serie Breaking Bad. Emma mete la mano y saca dos puñados de los cris­tales azules, los traga como si fueran un maná y ella estu­viera hambrienta. En reali­dad es un veneno, arsénico, que le produce una agonía lenta y muy dolorosa.

Como la novela no es una película yanqui, no hay un final feliz: muere Emma, muere el Dr. Bovary y, a causa de las deudas, la hija del matrimonio termina como sirvienta en una finca.

No sabemos si leía como su madre, esperemos que no… Porque los libros muerden.

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 25 de Diciembre de 2022

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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